Capítulo 9
MI PENSIÓN está justo aquí —dijo Sarah mientras señalaba la esquina de la calle—. No tardaré ni cinco minutos.
Bastiaan aparcó el coche al lado del bordillo y ella salió corriendo hacia el interior del edificio. Sarah quería ponerse algo bonito para aquel día. Por fin habían salido de la villa porque Bastiaan estaba empeñado en llevarla a un lugar que se había sorprendido de que no conociera aún: el pintoresco pueblo de Saint Paul de Vence, situado en una colina a poca distancia del mar.
«Bastiaan…» El nombre le flotaba en el pensamiento y se hacía eco en todos los rincones de su cuerpo. Sarah aceptaba todo lo que él le ofrecía para que no hubiera otra cosa que estar a su lado todo el día, un hermoso día tras otro y una tórrida noche tras otra.
«Es como si estuviera dormida y él me hubiera despertado. Como si hubiera despertado mis sentidos y les hubiera prendido fuego».
En su cabeza y en su corazón, los sentimientos flotaban como una frágil burbuja iridiscente que relucía de luz y color. Una burbuja que anhelaba agarrar, pero sin atreverse a hacerlo.
El semáforo se puso en rojo y Bastiaan tuvo que detener el coche. Aprovechó la oportunidad para mirar a Sabine. Ella estaba muy ocupada mirando el contenido de un sobre que había sacado del bolso. Se percató de que era la factura de la pensión. Ella la repasó y volvió a meterla en el bolso para luego sacar otro sobre. Bastiaan vio que tenía un sello francés, pero ella le dio la vuelta para abrirlo, por lo que no pudo ver lo que llevaba escrito.
Cuando ella lo abrió y miró el interior, lanzó una discreta exclamación de placer.
—¡Qué amable de su parte!
Entonces, se mordió rápidamente los labios y, precipitadamente, volvió a meter el sobre en el bolso y lo cerró con rapidez. Justo en ese momento, la luz del semáforo cambió. El coche que había detrás del de Bastiaan hizo sonar el claxon con impaciencia y Bastiaan tuvo que arrancar. En esos pocos segundos, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
¿De verdad había visto lo que creía haber visto? ¿Había un cheque en el interior de aquel sobre?
La miró de soslayo, pero ella se había colocado el bolso entre los pies. Entonces, sacó el teléfono móvil y envió un mensaje a alguien con una alegre sonrisa dibujada en los labios.
Bastiaan aceleró el motor más de lo debido y apretó con fuerza el volante. Después, se obligó a apartar aquella repentina oleada de ira de la cabeza. ¿Y por qué no iba Sabine a recibir correo? Y, si ese correo era de un hombre, ¿acaso era asunto suyo? Podría conocer a muchos hombres. De hecho, era muy probable que así fuera…
Otro sentimiento se apoderó de él, uno que no había experimentado nunca antes porque nunca había tenido motivo. Lo apartó de inmediato. Se negaba a permitir que su mente diera voz a tales preguntas. No iba a especular sobre quién podría enviarle a ella correspondencia. No lo haría.
Se arriesgó a mirarla de nuevo de reojo mientras conducía. Ella seguía con el teléfono en las manos, leyendo mensajes. Cuando volvió a centrarse en la carretera, oyó que ella soltaba una pequeña carcajada para luego escribir inmediatamente una respuesta.
Bastiaan trató de ver lo que había en la pantalla del teléfono móvil, pero le resultaba muy complicado desde aquel ángulo y con la brillantez del sol. Le pareció distinguir un rostro en la pantalla, pero desapareció rápidamente cuando ella tocó la pantalla para enviar su mensaje. Él agarró con fuerza el volante.
¿Habría sido aquel mensaje para Philip?
El pensamiento se le formó en la cabeza antes de que pudiera detenerlo. Le había resultado imposible reconocer la maldita fotografía. Podría haber sido cualquiera. Cualquiera. No dejaría que su imaginación cobrara alas y con ella sus miedos…
Se centraría en el día que los esperaba. Una agradable excursión a Saint Paul de Vence, paseando por sus estrechas callejuelas de la mano. Sería un día sencillo y sin complicaciones, igual que el resto de los días que habían pasado en su villa. Nada se entrometería en su felicidad.
Sin poder evitarlo, recordó la imagen de ella mirando el contenido de aquel sobre. Vio de nuevo el pequeño trozo de papel que había en su interior y le pareció escuchar de nuevo la exclamación de alegría que ella realizó…
«¡No!»
Se negaba a pensar en eso. Decidió que lo mejor sería olvidarse de las sospechas que tenía de ella. Con firmeza, apartó aquel pensamiento de su cabeza y levantó una mano para señalar hacia la entrada del famoso hotel en el que iban a almorzar. Ella estaba encantada al respecto. En realidad, le gustaba todo. El rostro se le iluminaba de placer y felicidad.
Al otro lado de la mesa, Sarah lo miraba con adoración. Conocía perfectamente el contorno de su rostro, la expresión de sus ojos y el roce de los labios de él sobre su cuerpo…
Parpadeó un instante. Su mirada pareció ensombrecerse. Se le hizo un nudo en la garganta. Salir de la villa de Bastiaan había sido como despertarse de un sueño. Ver el mundo exterior a su alrededor y recordar su existencia. Incluso pasar por delante del club la había afectado. Y el tiempo se estaba acabando.
Al día siguiente tendría que marcharse de su lado. Regresar con Max. Volver a ser Sarah. Un fuerte sentimiento se apoderó de ella. Aquellos días habían sido más que maravillosos porque no se habían parecido a nada que ella hubiera conocido nunca. Bastiaan no se parecía a ningún hombre que hubiera conocido con anterioridad.
«¿Y qué soy yo para él?».
No se podía borrar aquella pregunta de la cabeza. Cuando terminaron de almorzar, se marcharon en el potente y caro coche de Bastiaan para regresar a Cap Pierre. La pregunta la atravesaba como si fuera una flecha. Había asumido que un hombre como él estaría interesado tan solo en una aventura sofisticada, en un encuentro apasionado y sensual con una mujer como Sabine.
¿Seguía siendo eso lo que pensaba?
La respuesta le abrasaba el pensamiento.
«No quiero ser tan solo eso. No quiero ser tan solo Sabine para él. Quiero ser la persona que soy realmente. Quiero ser Sarah. ¿Seguiría interesado por mí si yo fuera Sarah?».
¿Acaso era la ardiente pasión, la intensidad del deseo lo único que deseaba? Bastiaan no había dicho nada aparte de que quería disfrutar del tiempo que compartieran, ni había hablado del tiempo que quería que lo suyo durara ni de lo que significaba para él. Nada en absoluto.
«¿Y si lo único que quiere de mí son estos pocos días?».
Tenía una sensación de pesadez en su interior. Miró a Bastiaan de reojo y vio que él se centraba en la carretera, que se hallaba más congestionada porque estaban acercándose a Niza. Sintió que le daba un vuelco el corazón al contemplar con avidez su fuerte e incisivo perfil. Entonces, experimentó una sensación desgarradora.
«No quiero dejarlo. No quiero que esto termine. Ha sido demasiado corto».
¿Y qué podía hacer al respecto? Nada. Su futuro estaba decidido y no incluía más tiempo al lado de Bastiaan.
Además, podría ser que él no quisiera estar más con ella. Tal vez él solo deseaba disfrutar de lo que tenían en aquellos momentos. Si fuera así, si lo único que él había querido desde el principio era una efímera relación con Sabine, entonces a ella no le quedaría más remedio que aceptarlo.
«Sabine podría aceptar una breve aventura como esta. Por lo tanto, debo seguir siendo Sabine».
Como Sarah, era demasiado vulnerable…
Respiró profundamente para animarse. El tiempo que podía pasar con Bastiaan aún no había terminado del todo. Les quedaba aquella noche. Una maravillosa noche más juntos…
Podría ser que se estuviera poniendo en lo peor. Tal vez él quería disfrutar de más tiempo a su lado.
Los pensamientos se precipitaron, presa de un sentimiento nacido en alas de la esperanza. Tal vez a él le encantaría saber que era en realidad Sarah. ¿Y si permanecía a su lado mientras ella se preparaba para el festival, compartiendo con ella el éxito o reconfortándola si fracasaba y tenía que aceptar que no sería jamás la cantante profesional que había soñado?
La voz de Bastiaan la sacó de sus pensamientos y la devolvió a la realidad.
—¿Quieres que paremos un rato en Niza? Hay tiendas muy buenas —le sugirió.
—No necesito nada —respondió ella. No quería perder el tiempo de compras. Quería regresar a la villa para estar a solas con Bastiaan y disfrutar de las pocas horas que les quedaban hasta que tuviera que marcharse.
—Pero sí seguramente muchas cosas que te gustan… —dijo él con una sonrisa.
Sarah soltó una carcajada. No estropearía el último día con él entristeciéndole.
—Claro. ¿A qué mujer no le ocurre eso?
Entonces, de repente, su tono de voz cambió. Había algo del mundo que Sarah había dejado a un lado que requería su atención. Una atención que debía dedicarle de forma inmediata.
—Ah, en realidad… ¿podríamos parar cinco minutos? Me he acordado de una cosa. Por aquí estará bien.
Bastiaan la miró. Estaba indicando una calle perpendicular a la que transitaban. Hizo girar el coche hacia donde ella le indicaba. Entonces, frunció el ceño. El nombre de la calle le resultaba familiar. Se preguntó por qué. ¿Dónde lo había visto recientemente?
Ella volvió a señalar.
—¡Justo ahí! —exclamó.
Bastiaan detuvo el coche al lado de la acera y miró hacia el lugar que ella señalaba. Un gélido escalofrío le recorrió la espalda.
—No tardaré nada —dijo ella mientras salía del coche. Tenía una expresión sonriente, alegre. Le saludó brevemente con la mano y entró precipitadamente en un edificio.
Era un banco. A Bastiaan se le había helado la sangre al reconocer de qué banco se trataba exactamente. Era una sucursal del banco en el que se había ingresado el cheque que Philip había extendido por un valor de veinte mil euros…
Recordó inmediatamente el contenido del sobre que ella había abierto en su coche aquella mañana y cuyo contenido tanto placer le había causado. Otro cheque que estaba seguro que ella estaba ingresando en la misma cuenta.
Se le ocurrió una única palabra, que atravesó su consciencia con la fuerza de una daga que le desgarrara por dentro.
«Idiota».
Cerró los ojos y sintió cómo el frío congelaba cada célula de su cuerpo.
—¡Hecho! —exclamó Sarah con voz alegre cuando volvió a meterse en el coche.
Se alegraba de haber completado su tarea y de haberse acordado a tiempo. Sin embargo, lo que no le agradaba era tener que ocuparse de hacerlo todo ella. Dejar que la realidad se impusiera sobre ella, la realidad a la que tendría que enfrentarse a partir del día siguiente.
Sintió que el coche arrancaba y se volvió para mirar a Bastiaan. Él se había puesto unas gafas de sol mientras ella estaba en el banco y, tan solo durante un momento, sintió que Bastiaan era otra persona. Parecía preocupado, pero el tráfico de Niza era denso, por lo que Sarah decidió no hablar hasta que hubieran conseguido pasarlo y tomar la ruta hacia el este, hacia Cap Pierre.
—Me muero de ganas de bañarme en la piscina —dijo ella—. ¿Te apetece que nos bañemos desnudos en esta ocasión? —añadió mirándole de nuevo.
Había hablado en tono de broma. Quería verle sonreír, quería que la expresión de su rostro se aliviara. Sin embargo, Bastiaan no respondió. Tan solo sonrió brevemente, con gesto ausente. Entonces, se apartó de la principal ruta costera para tomar la carretera que llevaba hacia Pierre-les-Pins.
Sarah dejó que se concentrara en la carretera y sintió que su propio estado de ánimo se enturbiaba más y más a cada momento que pasaba. La expresión de él seguía siendo muy seria y no se produjo ninguna conversación. El ambiente era tenso. Como si él estuviera sintiendo lo mismo que ella…
¿Cómo podía ser? Bastiaan no sabía nada sobre lo que ella debía hacer al día siguiente. No sabía que debía marcharse ni conocía nada de la realidad a la que ella debía regresar.
La urgencia se apoderó de ella.
«Tengo que decírselo. Tengo que decirle que soy Sarah y no Sabine. Tengo que explicarle por qué…».
Debía hacerlo aquella noche. No le quedaba más remedio. Al día siguiente por la mañana debía regresar a los ensayos. ¿Cómo iba a ocultarle algo así? Aunque él quisiera estar con ella siendo Sarah, ella ya no podría seguir pasando tiempo con él. El festival estaba demasiado cerca y aún les quedaba mucho por hacer.
Un pensamiento más sombrío la asaltó. ¿Querría él pasar tiempo con ella, con Sarah o Sabine? ¿Y si para él aquel era el último día que quería pasar a su lado? ¿Y si estaba planeando decirle que habían terminado, que él se marchaba de Francia para volver a su vida en Grecia?
Los rasgos de Bastiaan estaban muy tensos. Tenía la mandíbula apretada y profundas arrugas alrededor de la boca. ¿Y si estaba pensando en cómo terminar con aquella aventura en aquel mismo instante?
El dolor que Sarah sentía en su interior se intensificó.
Mientras entraban en la casa, él le agarró la mano y le impidió que siguiera caminando. Sarah se detuvo y se giró para mirarlo. Bastiaan se quitó las gafas y las dejó sobre una mesa que había en el vestíbulo. Los ojos parecían arderle.
Al recibir la intensidad de aquella mirada, Sarah sintió que se le cortaba la respiración. Entonces, él la tomó entre sus brazos y la besó con ardiente y devoradora pasión.
Ella comenzó a arder como si fuera madera seca. Respondió ante el gesto de Bastiaan como si fuera gasolina arrojada sobre una fogata. El deseo se confundía con la desesperación. Y la desesperación con la alegría por verse deseada.
En pocos instantes llegaron al dormitorio, desnudándose, entrelazando las extremidades, acariciándose y gozando con la urgencia del deseo por verse satisfecho. En medio de una tormenta de sensaciones, Sarah alcanzó la cima del deseo y apretó las caderas para maximizar el modo en el que Bastiaan la había poseído.
El cuerpo de Bastiaan estaba cubierto con la pátina del ardor físico mientras ella le clavaba las uñas en los hombros cuando, una vez más, él le dio un placer aún más exquisito que el anterior. Sarah gritó de gozo, como si las sensaciones estuvieran empezando a resultarle insoportables, tan intenso fue el clímax que experimentó su cuerpo. El de Bastiaan fue igual de dramático. Su fuerte cuerpo se echó a temblar y levantó la cabeza con fuerza, con los ojos ciegos de pasión. Un nuevo espasmo de los cuerpos y, de repente, todo terminó, como cuando una tormenta se alejaba de una montaña después de descargar su lluvia sobre ella.
Estaba tumbada debajo de él, jadeando, agotada y con el pensamiento completamente incoherente. Lo miró con los ojos abiertos de par en par, con una especie de asombro que no era capaz de comprender. La violenta unión, la urgencia de aquella posesión y de la respuesta que había provocado en ella le había resultado casi escandalosa. Un gozo físico que nunca antes había experimentado.
Sin embargo, en aquellos momentos, en aquellos instantes posteriores, que él la abrazara, que la estrechara contra su cuerpo, transformaba la pasión en confort y ternura. A pesar de que, cuando lo miró a los ojos, vio que aún tenía aquella mirada ciega en ellos.
¿Seguía aún atrapado allí, en aquella cima que habían alcanzado juntos, perdido en la tormenta física de su unión? Examinó sus rasgos para tratar de comprenderlo, para tratar de calmar el tumulto de su propio pecho, donde el corazón estaba empezando a recuperar sus latidos normales.
La confusión se apoderó de ella. De hecho, era algo más que confusión. Era la misma intranquilidad, la misma extraña sensación que se había apoderado de ella cuando regresaban de Niza. Quería que él dijera algo, lo que fuera. Quería que la abrazara, que la estrechara contra su cuerpo como siempre hacía para acallar los ecos de su pasión.
No fue así. No hizo nada. De repente, se apartó de ella y se levantó de la cama para dirigirse al cuarto de baño. Mientras la puerta se cerraba, Sarah se vio poseída por una dolorosa sensación de abandono. La intranquilidad se unió a su confusión. Se levantó de la cama y se tambaleó, dado que su cuerpo parecía estar aún sintiendo lo que había experimentado minutos antes. Aún llevaba el cabello recogido en una trenza, pero estaba muy revuelto. Con gesto ausente, se lo alisó con las manos, que le temblaban violentamente. Con el mismo tembloroso movimiento fue recogiendo las prendas que habían quedado por el suelo, enredadas con las de él.
Desde el cuarto de baño, se escuchó el sonido de la ducha. Nada más.
Ya vestida, Sarah se dirigió a la cocina. Se tomó un vaso de agua y trató de recuperar la tranquilidad. Le fue imposible. Lo que acababa de ocurrir entre ellos no era bueno. ¿Qué estaba ocurriendo?
«Va a terminar conmigo».
Era lo único que podía explicar el comportamiento de Bastiaan. Iba a terminar su relación y estaba tratando de encontrar el modo de hacerlo.
Estaba sumida en aquel revuelo de pensamientos cuando un estridente sonido la sacó de ellos. Su teléfono móvil sonaba en su bolso, que había quedado abandonado en el vestíbulo cuando Bastiaan la tomó entre sus brazos.
Con gesto ausente, lo sacó y vio que era Max. Dejó que la llamada pasara al buzón de voz. Miró ciegamente el teléfono mientras escuchaba su mensaje. Su voz sonaba estresada, bajo presión.
—Sarah, lo siento mucho. Necesito que esta noche vuelvas a ser Sabine. Ya no puedo seguir contentando a Raymond. ¿Vas a poder hacerlo? Lo siento mucho…
Sarah no le devolvió la llamada. No podía. Se limitó a enviarle un mensaje de texto. Breve pero suficiente.
Ok.
Sin embargo, no era así. Nada estaba bien.
Miró a su alrededor y vio un bloc de notas al lado del teléfono que había en la cocina. Se dirigió a él y arrancó una hora para escribir sobre ella. Luego, la colocó junto a la cafetera. A continuación, recogió el bolso y regresó un instante al dormitorio. La ropa de cama revuelta, las prendas de Bastiaan sobre el suelo… Todo era testimonio evidente de lo que había ocurrido allí hacía un tiempo.
Lo que parecía una eternidad.
No se veía a Bastiaan por ninguna parte. El agua de la ducha aún seguía corriendo. Tenía que marcharse. No podía soportar quedarse así, esperando a que Bastiaan le dijera que se había terminado todo entre ellos. Lentamente, con el dolor cubriéndola como una tela de araña, se dio la vuelta y se marchó.
Bastiaan cerró el grifo de la ducha y agarró una toalla para secarse. Tenía que regresar al dormitorio. No podía retrasarlo más. No quería volver a verla nunca más. Tenía que borrarla de su existencia.
«¿Cómo he podido creer que fuera inocente?».
Sabía muy bien la respuesta. Deseaba fervientemente que lo fuera.
Cerró los ojos presa de la ira. Delante de sus mismas narices, se había metido en aquel banco de Niza para cobrar el dinero que le había quitado a Philip, o a otro hombre. No importaba quién fuera. La misma sucursal de aquel banco. La misma. ¿Una coincidencia? ¿Cómo iba a serlo? Podría ser que aún conservara el sobre en el bolso, aunque hubiera ingresado ya el cheque. Esa podría ser la prueba que necesitaría…
Sintió un profundo odio por sí mismo. ¿Cómo podía haberse acostado con ella, haberla llevado a su cama sabiendo lo que aquella mujer era en realidad? La fuerza que lo había empujado a hacerlo era tan fuerte que no había podido contenerse. Deseaba poseerla una última vez….
Abrió la puerta del cuarto de baño y vio que ella ya no estaba en la cama. Sobre el colchón estaban tan solo las sábanas arrugadas. Y su ropa había desaparecido.
Un sentimiento se apoderó del repentino vacío que ocupó su cabeza, pero no supo interpretar de qué se trataba. Salió del dormitorio tan solo con la toalla alrededor de la cintura, preguntándose a dónde demonios se habría marchado.
Durante un instante, permaneció de pie en el vestíbulo, tras ver que el bolso ya no estaba. Ya no podría buscar el sobre en su interior. Se dirigió a la cocina. Vio que estaba vacía, pero no tardó en darse cuenta de que había una nota junto a la cafetera. La leyó con una tranquilidad pasmosa.
Bastiaan, hemos disfrutado de unos días inolvidables. Gracias por cada instante.
La nota iba firmada simplemente con una «S». Eso era todo.
La dejó caer sobre la encimera y se dio la vuelta para regresar al dormitorio. Ella le había abandonado. ¿Había sido la suma de dinero de aquel cheque suficiente como para permitirle hacerlo? Eso fue lo que hizo Leana. Cobró el cheque y se dirigió a su siguiente objetivo, riéndose del idiota al que había engañado y abandonado.
Tensó los labios. Las cosas eran muy diferentes en aquellos momentos. Sabine no sabía que él era el tutor de Philip, que sabía lo que ella había hecho y que podría averiguar fácilmente lo que ella estaba tramando. Aquella mujer no tenía razón alguna para creerse en peligro.
Se preguntó si estaba esperando quitarle más dinero a Philip. Echó mano de sus recuerdos. Recordó que Philip le había pedido que no controlara tanto su dinero antes de su cumpleaños y lo evasivo que se había mostrado cuando Bastiaan le preguntó para qué lo quería…
Con rostro entristecido, fue a por su ordenador portátil. Allí estaba, en su cuenta de correo electrónico. Una comunicación directa de unos de los directores de inversión de Philip que le pedía que Bastiaan autorizara las órdenes de Philip para liquidar un fondo en particular. La liquidación liberaría más de doscientos mil euros.
Doscientos mil euros. Suficiente para que Sabine no tuviera que volver a cantar en un club nocturno de segunda categoría.
Cerró el ordenador con fuerza. La furia se había apoderado de él. ¿Era eso sobre lo que Philip le había enviado un mensaje a aquella mujer? Bastiaan estaba seguro de que no se había equivocado en que era él el remitente. ¿Por eso se había mostrado ella tan contenta? ¿Por eso se había marchado sin despedirse, cambiando de nuevo de bando para ponerse en el de Philip?
La ira le rugía en el pecho. Eso no ocurriría jamás. ¡Nunca! Ella jamás regresaría con Philip. ¡Ardería en el infierno antes de hacerse con aquel dinero!
Esbozó una ligera sonrisa. Sabine Sablon se creía a salvo, pero no lo estaba. No lo estaba en absoluto y no tardaría demasiado en descubrirlo.