Capítulo 5

 

CUANDO Sarah ocupó su lugar en el escenario, era plenamente consciente de cómo aquellos ojos oscuros y misteriosos la abrasaban con la mirada. Era la misma sensación que había experimentado la noche anterior, cuando no sabía quién la observaba y tan solo había podido sentir aquella mirada. Volvió a encontrarse de nuevo expuesta, pero en un grado muy superior. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo.

No podía parar de preguntarse por qué. ¿Por qué reaccionaba de aquella manera? ¿Por qué aquel hombre, el primo misterioso y turbador de Philip, era capaz de provocar tal respuesta en ella? Nunca antes se había sentido tan afectada por un hombre. Por el deseo que un hombre sentía hacia ella. Un deseo que ella también sentía.

Aquella era la verdad. Sin previo aviso, como un rayo que se estrellaba contra el tronco reseco de un árbol, le había prendido fuego.

El pánico estuvo a punto de apoderarse de ella.

«No puedo. No estoy acostumbrada a esto. Ningún hombre me ha hecho sentir nunca así, como si estuviera ardiendo desde dentro. No sé qué hacer ni cómo reaccionar…».

Nada de lo vivido con Andrew la había preparado nunca para algo así. Nada. No sabía que era posible sentirse tan abrumada, tan indefensa. Tan excitada.

Bajo la luz del foco, sabiendo que los oscuros ojos de Bastiaan Karavalas la estaban observando, que estaba expuesta a su mirada, su cuerpo reaccionó como si estuviera ardiendo.

Quería correr, huir del escenario, pero eso era imposible. No le quedaba más remedio que seguir allí, con el micrófono entre los dedos, cantando con voz íntima… Mientras Bastiaan Karavalas se saciaba con la mirada de ella.

Comprendió que no era ella a la que miraba, sino a Sabine. Era Sabine la que estaba allí, frente a él. Y Sabine podría soportarlo. Por supuesto que podría. Sabine no se sentiría ni indefensa ni abrumada por el descarado deseo que había en aquellos ojos oscuros. Ni por su propio deseo.

Debía ser Sabine para poder soportar lo que le estaba ocurriendo, para poder aplacar el fuego que le ardía en las venas y le abrasaba los sentidos. Se aferró a aquel pensamiento para terminar su actuación.

Nunca le había parecido tan larga como aquella noche. No supo cómo pudo soportarlo, pero, por fin, descendió del escenario con un profundo alivio.

Cuando llegó a su camerino, vio que Philip la estaba esperando.

—Sarah, este domingo… ¿podrías venir a mi casa a almorzar? —le preguntó esperanzado—. Yo me moría de ganas por pedírtelo, pero ha sido Bast quien lo ha sugerido.

Sarah sintió que un temblor le recorría el cuerpo. ¿Por qué? ¿Por qué había sugerido Bastiaan Karavalas que ella fuera a almorzar a su casa?

Volvió a acelerársele el pulso. Los pensamientos se le arremolinaban en la cabeza, incoherentes y confusos. Tenía que responder, pero ¿cómo?

—¿Vas a venir? Por favor, dime que sí… —insistió Philip.

—Yo… no estoy segura —musitó.

—¿Qué es lo que estáis planeando?

La voz de Max resonó a sus espaldas. Parecía estar bromeando, pero poseía una intencionalidad que no le pasó por alto a Sarah.

Philip se volvió.

—Le estaba preguntando a Sarah si le gustaría venir a mi casa el domingo para almorzar con mi primo y conmigo —le dijo.

—¿Tu primo? —le preguntó Max muy interesado.

—Sí. Mi primo Bastiaan Karavalas —respondió Philip—. Me alojo en su casa. Ha venido a visitarme desde Grecia.

—Karavalas… —murmuró Max.

Sarah sabía que estaba almacenando la información para comprobarla más tarde, al igual que había hecho con el nombre de Philip. Cualquier primo de Philip, sería rico también y, por esa razón, sabía que no le iba a gustar lo que Max tuviera que decir al respecto.

Max sonrió a Philip.

—¿Y por qué esperar hasta el domingo? —replicó—. Que sea mañana. Modificaré el horario para que Sarah pueda terminar a mediodía. ¿Qué te parece?

A Philip se le iluminó el rostro.

—¡Fantástico! Voy a decírselo a Bast ahora mismo. ¡Genial!

Sonrió a Sarah y a Max y se marchó corriendo.

Sarah se volvió para mirar a Max.

—Max… —dijo en tono enojado.

Max levantó una mano.

—No digas nada. Conozco tu opinión sobre lo de pedirle a Philip dinero, pero… pero ese Bastiaan Karavalas, el primo… Bueno, es diferente, ¿no? Un hombre adulto que tiene una villa en Cap Pierre… y supuestamente mucho más, no requiere que se le trate con el mismo cuidado que a un niño, ¿verdad? Por lo tanto, cherie, vete a almorzar con esos hombres tan agradables y tan ricos. Espero que seas encantadora con ellos.

La expresión de Sarah se endureció.

—Max, si piensas que…

Cherie, es tan solo un almuerzo… Nada más que eso. ¿Qué te pensabas que te estaba sugiriendo?

Parecía divertido por aquella conversación y eso molestó a Sarah.

—Ni lo sé ni me importa —replicó. Entonces, le cerró la puerta del camerino en las narices.

La consternación se apoderó de ella. No quería ir a la villa de Bastiaan Karavalas y pasar allí la tarde. No quería pasar ni un solo instante más en su compañía. No quería darle otra oportunidad para que pudiera someterla a la misteriosa y potente magia que emanaba de él.

«No necesito esta distracción. Tengo que centrarme en el festival. Es lo único que me importa. Nada más. ¡Quiero que Bastiaan Karavalas desaparezca de mi vida!».

Estaba ya quitándose el vestido cuando se detuvo de repente. Tal vez ir a la casa de Karavalas no era tan mala idea después de todo. Tal vez podría sacar ventaja de todo aquello y encontrar la oportunidad de quedarse a solas con Karavalas para sugerirle que sería buena idea que se llevara a Philip de allí. La distancia terminaría rápidamente con aquella atracción de juventud.

Así, conseguiría que Bastiaan Karavalas se marchara también. Dejaría de molestarla y, de ese modo, ella podría concentrarse en lo único que le importaba en aquellos momentos: prepararse para el festival.

Sí. Respiró profundamente para tranquilizarse. Eso haría que pasar una tarde en su compañía mereciera la pena. No había otra razón para querer pasar una tarde con Bastiaan Karavalas.

«Mentirosa», le dijo una vocecita interior. Una voz que le susurraba con el suave y seductor tono de Sabine.

 

 

—¡Va a venir mañana! —exclamó Philip muy contento cuando se reunió de nuevo con su primo.

—Qué sorpresa… —murmuró Bastiaan.

Por supuesto, mademoiselle Sabine no podía perder la oportunidad que se le ofrecía.

Philip no se dio cuenta de la ironía con la que Bastiaan le había respondido.

—¿Verdad que sí? —contestó Philip—. Considerando lo…

Se detuvo en seco.

Bastiaan lo miró extrañado.

—¿Considerando qué?

—Bueno, nada —respondió Philip rápidamente, pero parecía que estaba ocultando algo.

Bastiaan se quedó muy extrañado. ¿Qué era lo que le estaba ocultando Philip? ¿Tan profundos eran los sentimientos que tenía hacia ella que no era capaz de ver lo que era aquella mujer? Sin duda, no se equivocaba. Philip no parecía transmitir el aura de un joven que hubiera conseguido el objeto de su deseo y devoción. Aún lo estaba adorando.

Una profunda satisfacción masculina se apoderó de él. Aquello no le agradó, sino más bien al contrario. Maldita sea… Solo pensar que se podría alegrar de que Philip estuviera aún soñando despierto por la deliciosa cantante rubia y que eso no fuera porque así sería más fácil separarlo de ella era inaceptable.

Cambió de tema deliberadamente.

—Bueno, esta noche… ¿quieres venir a Montecarlo? Podemos cenar por ahí y te puedes quedar a dormir en mi apartamento.

De nuevo, se trataba de una pregunta intencionada, para descubrir si Philip quería volver a hablar con la bella Sabine para intentar un acercamiento nocturno. Para su satisfacción, Philip se mostró completamente de acuerdo con su sugerencia, lo que ayudó a Bastiaan a confirmar que, por muy enamorado que estuviera de la cantante, la situación no había progresado todavía a nada más tangible.

Entonces, se le ocurrió un pensamiento mucho menos bienvenido. ¿Acaso aquella mujer estaba evitando echarle las redes por completo hasta que Philip tuviera el control absoluto de su dinero? ¿Era acaso ese su plan? Se le endureció la expresión mientras salían del club. Razón de más para estudiarla. Para analizarla.

Por supuesto, todo ello era para rescatar a su primo. No había ninguna otra razón oculta…

Ninguna razón que él fuera a permitir.

 

 

—¡Basta! —exclamó Max levantando la mano con impaciencia—. ¡He dicho sostenuto, no diminuendo! Si no sabes la diferencia, Sarah, créeme que yo sí la sé. Otra vez.

Sarah tuvo que contener la respiración, pero no dijo nada a pesar de que estuvo a punto de hacerlo. Aquella mañana, el comportamiento de Max era particularmente tiránico. Ella estaba teniendo muchas dificultades vocales y aquello la estaba frustrando profundamente. El ensayo no estaba yendo muy bien y Max parecía estar encontrándoles errores a todos. Todos estaban muy nerviosos.

Sarah cerró los ojos para centrarse.

—Cuando quieras, Sarah —le dijo Max en torno sarcástico.

Afortunadamente, el siguiente intento por parte de ella pareció aplacarle y Max convirtió en el blanco de sus críticas a Alain y su, aparentemente, montón de carencias. No tardó mucho en volver a atacar a Sarah.

Cuando terminaron, Sarah se sentía completamente agotada. Necesitaba desesperadamente un poco de aire fresco y un cambio de ambiente. Por primera vez, se sintió agradecida de tener la tarde libre gracias a la invitación de Philip. Recogió su bolso y se marchó.

Philip le había enviado un mensaje para decirle que la recogería en la pensión. Sarah se dirigió a ella para cambiarse y ponerse algo adecuado para almorzar en la villa de un millonario en el exclusivo Cap Pierre.

¿Y qué se podía considerar adecuado?

Al final, decidió que solo tenía un vestido posible. Se lo compró al llegar a Francia para unirse a la compañía de ópera, después de que terminara el curso escolar. No era su habitual estilo floral, sino que tenía un cierto aire de los años sesenta muy chic y con un tono de verde que favorecía mucho su pálida piel.

Se recogió el cabello con un pasador blanco y completó la imagen retro con un lápiz de labios de color pastel, sombra de ojos nacarada y una gruesa raya de delineador de ojos. Se miró en el espejo. Sí. Ciertamente, más Sabine que Sarah. Justo lo que necesitaba.

—¡Dios mío! —exclamó al salir al exterior y ver el Ferrari rojo que la estaba esperando.

—¿No te parece una belleza? —le preguntó Philip con adoración—. Es de Bast. Lo tiene en Montecarlo, donde posee también un apartamento. Hoy me lo ha dejado —añadió asombrado—. Él ya está en la casa —explicó mientras ayudaba a Sarah a meterse en el lujoso asiento del copiloto—. Bueno —concluyó mirándola con expectación tras sentarse tras el volante y arrancar el potente motor—. ¿Qué te parece?

Sarah se echó a reír.

—¡Aterrador!

Philip se echó a reír también, como si en realidad no la creyera, y empezó a conducir. Evidentemente, estaba encantado ante la perspectiva de llevar un coche tan potente y fabuloso. Sarah dejó que se concentrara en la conducción. Afortunadamente, la carretera que llevaba al Cap era residencial y tenía un límite de velocidad bastante modesto.

Solo tardaron cinco minutos en llegar a la casa. Notó que Philip sentía tener que dejar el vehículo cuando llegaron. Sarah pensó, no sin cierta pena, que por fin tenía un rival. Le agradaba tenerlo, aunque fuera de cuatro ruedas. Lo que en realidad querría ella sería una rival de carne y hueso para que Philip dejara de pensar en ella, alguien que fuera adecuada para la edad de Philip y sus circunstancias. Frunció ligeramente el ceño. ¿Qué era lo que Bastiaan Karavalas había estado diciendo la noche anterior? ¿Que había tenido que enviar a Philip a su casa de Cap Pierre porque le perseguía una mimada adolescente en Grecia? Eso era buena señal, porque eso significaba que el primo de Philip estaría de acuerdo con la sugerencia de Sarah de que se lo llevara también de allí.

Desgraciadamente, tendría que hablar con él en privado.

Aquello no era algo que ansiara hacer, ni siquiera protegida por el disfraz de Sabine.

Entró en la villa, situada en un espacioso jardín sobre el promontorio de Cap. Al hacerlo, sintió la necesidad de notar a su lado la presencia de Philip. Cruzaron el amplio vestíbulo para llegar a un enorme salón. Allí, vio la alta figura de Bastiaan Karavalas, que entraba del porche para saludarlos.

Al igual que le ocurrió la noche anterior, Sarah experimentó una instintiva y automática reacción a él. Fue como una especie de corriente eléctrica en las venas que le aceleró el pulso. Vio cómo los ojos oscuros de él se entornaban al mirarla y la corriente volvió a descargar de nuevo su electricidad en ella.

Philip le saludó y animó a Sarah a acercarse.

—Aquí estamos, Bast —dijo él alegremente—. ¿Está listo el almuerzo? Me muero de hambre. ¿Vamos a comer fuera?

—Tenemos tiempo para tomar una copa primero —replicó Bastiaan. Sarah vio que llevaba en una mano una botella de champán y tres copas sujetas por el tallo en la otra—. Vamos fuera. Mademoiselle…

Se hizo a un lado para permitir que Sarah pasara primero. Ella sintió los ojos de Bastiaan en su cuerpo mientras salía al exterior. Entonces, todos los turbadores pensamientos que tenía sobre el primo de Philip la abandonaron de repente.

—¡Esto es maravilloso! —exclamó.

El amplio porche, al que le daba sombra una parra y una colorida buganvilla, se abría para dar paso a un verde césped que moría a su vez en una cristalina piscina, más allá de la cual se extendían las relucientes aguas azuladas del Mediterráneo.

—Bienvenida a mi casa, Sabine —dijo Bastiaan.

Ella se volvió al oír su voz. Bastiaan la estaba mirando de arriba abajo y, de nuevo, ella sintió el impacto de aquellos ojos oscuros. Sintió de nuevo la electricidad por todo el cuerpo.

En vez del esmoquin, llevaba puestos unos chinos de color gris perla y un polo de color granate que moldeaba perfectamente su poderoso torso. Tenía un aspecto esbelto y elegante, poderosamente atractivo. Sintió que el estómago se le tensaba de apreciación.

—Sab… ven a sentarte —le dijo Philip mientras le indicaba la mesa de hierro forjado que estaba ya preparada para el almuerzo.

Había empezado a llamarla «Sab» mientras se dirigían a la casa, lo que Sarah agradecía. Así sería menos probable que la llamara por su verdadero nombre.

Tomó asiento en el lugar que Philip le había indicado. Desde allí, se dominaba perfectamente una maravillosa vista del jardín. Bastiaan se sentó a la cabecera de la mesa sin apartar los ojos de ella.

—¿Te apetece un poco de champán, Sabine? —le preguntó él.

—Gracias —respondió ella cortésmente—. Es un lugar precioso —añadió—. Si fuera mío, jamás me marcharía de aquí.

—Bueno, Bast tiene una isla entera para él solo en Grecia —comentó Philip—. Este lugar es minúsculo en comparación.

Sarah abrió los ojos de par en par. Bastiaan lo vio mientras abría la botella de champán y le dio las gracias en silencio a Philip. Quería ver cómo reaccionaba Sabine ante su riqueza. Comprobar si dejaba de prestarle atención a Philip para centrarse en él.

Mientras llenaba las copas, la observaba de reojo. Aún estaba tratando de superar la reacción que él había tenido cuando salió a la terraza. Le había sorprendido mucho la imagen que ella presentaba. En el club, ella se había mostrado como una seductora vampiresa. En aquella ocasión, había avanzado un par de décadas hasta llegar a los locos años sesenta. Era casi como si hubiera hecho un cambio de vestuario entre dos actos…

Sin embargo, eso era lo que hacía una mujer como Sabine. Fingir como nadie. Pasaba de estar en un escenario cantando canciones de amor para desconocidos a manipular los sentimientos de un joven enamorado e impresionable.

La miró con dureza. «A mí no va a ser tan fácil manipularme, mademoiselle».

—Me imagino que una isla privada es casi de rigor para un magnate griego, ¿no? —comentó ella con aire divertido en la voz.

Bastiaan se reclinó en su silla y levantó la copa.

—¿Acaso crees que soy un magnate? —le preguntó.

—Claro que sí. No podrías ser otra cosa —replicó ella—. Con tu isla privada en el Egeo.

Ella había copiado la ironía de la voz de Bastiaan, que provocó una chispa en sus ojos oscuros, una ligera curva en los labios… A Sarah le habría gustado no verlo… O tal vez sí.

«No, no. ¿No tengo ya bastante con lo de Philip? Lo último que necesito es que me empiece a atraer su primo».

¿Atracción? ¿Así era como llamaba ella a aquella extraña y turbadora electricidad que parecía fluir entre ellos, aquella absurda y ridícula consciencia del profundo impacto físico que aquel hombre producía en ella? ¿Atracción?

No. Aquello no era atracción. Solo había una razón que explicara lo que sentía respecto a aquel hombre. Deseo. Deseo en estado puro. Deseo ante su presencia y por su propia apariencia física: la dura mandíbula que cuadraba su rostro, la fuerte columna de la garganta surgiendo del cuello del polo, la oscuridad de su cabello acariciando la amplia frente, el modo en el que el polo moldeaba la fuerza de los hombros, del torso…

Deseo era la única manera de definir aquello. El único nombre que podía darle a lo que estaba sintiendo en aquellos momentos mientras su cuerpo se sonrojaba con cálidas sensaciones…

La desesperación se apoderó de ella. No podía permitir que ocurriera aquello, no cuando la ambición de toda una vida estaba consumiéndola en aquellos instantes. En lo único en lo que debía pensar era en su carrera. Nada más. Tenía que apagar aquel fuego rápidamente.

Tomó la copa de champán para tratar de recuperar el control.

—La isla de Bast está en el mar Jónico, no en el Egeo —decía Philip—. Frente a la costa occidental de Grecia. No está lejos de Zakynthos.

Sarah se volvió para mirarle, agradecida a medias de poder apartar la mirada de su misterioso y turbador primo.

—No conozco nada de Grecia —confesó—. Nunca he estado allí.

—Me gustaría enseñarte mi país. ¡Te encantaría Atenas! —exclamó Philip lleno de entusiasmo.

Una carcajada resonó al otro lado de la mesa.

—¿Una vieja ciudad llena de ruinas? Lo dudo. Estoy seguro de que a Sabine le gustarían más ciudades sofisticadas como Milán o París.

Sarah no le corrigió. Efectivamente, la verdadera Sabine preferiría aquellas ciudades y, en aquellos momentos, ella era Sabine. Era mejor que dejara pasar el tema.

Se encogió de hombros en un gesto muy galo, heredado de su madre francesa.

—Me gustan los climas cálidos —respondió con sinceridad. Los inviernos de Yorkshire con los que había crecido jamás habían sido sus favoritos ni los de su madre. Su progenitora había preferido los inviernos suaves de su nativa Normandía. Volvió a mirar a Philip—. No podría soportar los inviernos gélidos de la Costa Este de los Estados Unidos que tú tienes cuando vas a la universidad.

Philip se encogió de hombros.

—¡Yo tampoco! —admitió entre risas—. Pero en Grecia nieva algunas veces, ¿verdad, Bast?

—Así es. Incluso se puede esquiar en las montañas —afirmó Bastiaan.

—¡Bast esquía como un campeón! —añadió Philip, transmitiendo una gran admiración por su primo.

—Estudié en un colegio de Suiza —dijo Bastiaan lacónicamente a modo de explicación.

Sarah miró de nuevo a Bastiaan.

—¿Por eso hablas tan bien francés? —le preguntó.

—Bueno, Bast habla también alemán perfectamente, ¿verdad, Bast? E inglés, por supuesto. Mi inglés es seguramente mejor que mi francés, por lo que en realidad deberíamos estar hablando en…

—Háblame un poco más de tu isla privada —le interrumpió Sarah para evitar que terminara la frase.

Estaba empezando a creer que lo de hacerse pasar por Sabine era ridículo. Debería sincerarse y contarle al primo de Philip su verdadera identidad para terminar con aquella situación.

Sin embargo, no se atrevía. Sabía que en parte era por la razón que le había dado a Philip, aunque también sabía que aquel no era el motivo fundamental. Sabine le daba protección, un escudo ante el asalto a los sentidos al que le estaba sometiendo Bastiaan Karavalas.

—¿Mi isla privada? —repitió él—. ¿Y qué podría decirte? ¿El tamaño? ¿La localización? ¿El valor?

No se podía objetar nada a sus palabras, pero las había pronunciado con un gesto y con un cierto tono que dejó perpleja a Sarah. Sin embargo, ella decidió continuar con la conversación. En realidad, la isla no le importaba demasiado. Había sido lo primero que se le había ocurrido preguntar para interrumpir a Philip.

—¿Qué haces en ella?

—¿Hacer? —preguntó él—. Pues muy poco —añadió con una sonrisa—. Salgo en bote a veces, nado, me relajo… No mucho más. A veces leo u observo cómo se pone el sol con una cerveza a mi lado. Nada del otro mundo. A ti creo que te resultaría muy aburrida.

Incluso mientras la contestaba, Bastiaan no podía dejar de preguntarse por qué ella no había insistido en saber el tamaño y el valor de la isla. O por qué no había tratado de averiguar qué otras propiedades tenía él, como su casa en el Caribe, su ático de Manhattan, su apartamento de Londres, su mansión en Atenas… No era propio de ella. Se había mostrado muy interesada en conseguir que él hablara sobre la isla, seguramente para lograr que él le contara lo rico que era en realidad y después…

Au contraire —replicó ella. Bastiaan se percató de que los ojos volvían a teñírsele de verde—. Parece muy relajante.

Ella lo miró a los ojos durante un instante. Bastiaan no pudo contener la imagen que le asaltó el pensamiento sobre cómo podría relajarse con una mujer así en su isla privada… Sintió que el deseo volvía a apoderarse de él. La atracción que experimentaba hacia ella era tan poderosa como siempre…

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por Paulette, que salió con la bandeja del almuerzo.

—¿Te apetece tomar vino o prefieres seguir con el champán? —le preguntó Bastiaan.

Sarah sonrió.

—¿Qué mujer no estaría encantada de poder seguir con el champán? —replicó con gesto divertido.

Trataba de mantener un tono jovial y banal. Después del almuerzo, trataría de quedarse con Bastiaan a solas para sugerirle que tal vez sería mejor que se llevara a su primo a otro lugar que le ofreciera menos distracciones. Sin embargo, a pesar de que estaba decidida, temía que llegara el momento. Temía estar a solas con Bastiaan Karavalas.

Decidió no pensar en eso por el momento y buscó algo inocuo que decir.

—Aunque si bebo demasiado a la hora de comer tal vez me quede dormida después.

Bastiaan se echó a reír. Sarah sintió que se le aceleraba el pulso.

—No habría ningún problema —dijo mientras le indicaba las hamacas que estaban colocadas sobre el césped bajo la sombra de un parasol.

—No me tientes —respondió ella mientras alargaba la mano para tomar un trozo de pan.

«Tú sí que me tientas a mí, Sabine… Me tientas y mucho…».

De nuevo, las palabras se le formaron en la cabeza sin que pudiera evitarlos. Empezó a servirse el almuerzo sumido en un revuelo de sentimientos. Mientras lo hacía, Bastiaan comenzó a considerar si de verdad sería tan malo permitir que su interés por Sabine tomara la dirección que a él tanto lo atraía. Había sido así desde el primer momento que puso los ojos en ella.

«Me tienta mucho y, sin duda, siente deseo hacia mí. Responde al deseo que yo siento hacia ella…».

No podía parar de pensar. Un pensamiento lo conducía a otro.

«Conseguiría el final que busco… El propósito de mi viaje… la apartaría de Philip y lo dejaría a él libre. Y yo conseguiría lo que quiero…».

Había tanto a su favor… ¿Por qué debía rechazar la solución al problema?

De soslayo, observó cómo Philip se ocupaba de ella y no dejaba de ofrecerle platos de encima de la mesa.

—Pollo, brie y unas uvas, por favor —dijo ella.

La sonrisa que le dedicaba a Philip era de afecto y el joven gozaba con ella. Sin saber por qué, Bastiaan sintió un aguijonazo bajo la piel.

«Quiero que me sonría a mí de ese modo».

Con gesto nervioso, llenó las copas de todos.

—Bueno —dijo Sarah mirando a los dos primos—, a Philip parece gustarle mucho ese monstruo rojo en el que ha ido a recogerme.

—¿Monstruo? —protestó Philip inmediatamente—. ¡Es una belleza!

—El rugido del motor es aterrador —replicó Sarah con una carcajada.

—¡Espera a que te lleve en él con el acelerador pisado a tope! —exclamó Philip—. ¡Entonces sí que lo vas a oír rugir!

Sarah se echó a temblar de un modo muy extravagante, pero Bastiaan se puso muy serio.

—No —le dijo a Philip—. Sé que te encanta la idea de ir a toda velocidad en un coche tan poderoso, pero no voy a consentir que te estrelles. Ni, peor aún, que estrelles mi coche —añadió, para quitarle hierro a la afirmación.

Philip esbozó un gesto de rebeldía en el rostro, que no tardó en desaparecer.

—Sab estaría perfectamente a salvo conmigo.

—Vente conmigo en vez de con ella —dijo—. Yo te mostraré lo que puede hacer ese coche. Haremos la Grande Corniche. ¿Qué te parece mañana?

A Philip se le iluminó el rostro.

—¡Genial! —exclamó. Entonces, su expresión cambió—. Pero… por la tarde, ¿te parece?

Bastiaan asintió.

—Sí. Estudia por la mañana y luego te recompensaré con un paseo en coche después de comer. Como sabes —le dijo a Sabine—, mi primo está aquí principalmente para completar los trabajos que tiene que realizar para la universidad. No está de vacaciones para entretenerte a ti.

El rostro de Sarah se tensó.

—Sí. Claro que lo sé —replicó fríamente. ¿Acaso se pensaba Bastiaan que ella estaba incitando a Philip a descuidar sus estudios? Razón de más para hablar con él después del almuerzo y advertirle de que tenía que sacar a Philip de allí.

Bastiaan la miró y, durante un instante, Sarah se sintió como si se le detuviera el corazón. ¿Qué poder tenía aquel hombre sobre ella? La respuesta no tardó en aparecer en su pensamiento. «Demasiado».

—Bien —replicó Bastiaan.

Los ojos de Sabine habían vuelto a cambiar de color. Se preguntó por qué. Entonces, un pensamiento mucho más potente borró aquel. Pensó en las esmeraldas. Era la joya adecuada para ella. «Esmeraldas con una ligera tonalidad azulada en la garganta y en las orejas…».

La imagen de Sabine con tales joyas fue inmediata y muy nítida. Esas gemas aumentarían la belleza de su cabello rubio y captarían el fuego de sus ojos. Sin embargo, esa belleza sería tan solo para él. Experimentó un profundo deseo, puro e insistente, que crecía en él siempre que sucumbía a la tentación de pensar en aquella hermosa y atrayente mujer, tan inadecuada para su ingenuo y enamorado primo.

«Para mí, sería muy diferente».

Por supuesto. Para él no representaba ningún peligro. Sofisticada y mundana, estaba mucho más cerca de su edad que de la de Philip. Fuera cual fuera su opinión sobre las mujeres que buscaban impresionar a hombres jóvenes por su dinero, Bastiaan no era susceptible a sus armas de mujer. Él no era vulnerable a una mujer así.

Sin embargo, ella sería vulnerable a él. Vulnerable por el deseo que él era capaz de leer en ella como si fuera un libro abierto, un deseo que él compartía y que no trataba de ocultar en modo alguno. ¿Y por qué iba a hacerlo? Para él no había peligro alguno en sucumbir a la llama que ardía entre ambos.

Dio otro trago de champán y tomó su decisión. Lo haría.

Se inclinó sobre la mesa para ofrecerle a Sabine un plato de suculentos melocotones.

—¿Te apetece? —le preguntó. En sus ojos, había una expresión que de ningún modo indicaba la fruta a la que él se refería.

Ella parpadeó. Bastiaan vio el fuego en ellos, un fuego que indicaba igual que las dilatadas pupilas que la atracción sexual que sentía hacia él irradiaba en todas las frecuencias. Bastiaan sonrió y provocó que ella sonriera también. Entonces, tomó un melocotón de los que él le había ofrecido. Bastiaan notó lo largos y delicados que tenía los dedos.

—Gracias —murmuró ella. Entonces, apartó la mirada de la de él como si encontrara difícil sostenérsela.

Bastiaan vio que ella se sonrojaba mientras colocaba el melocotón sobre su plato y comenzaba a pelarlo diligentemente, con la cabeza inclinada, como si necesitara centrarse en aquella tarea. Parecía tener la respiración más acelerada que antes. Al verlo, Bastiaan se reclinó sobre su asiento y levantó la copa de champán con satisfacción.

Philip también se había servido algo de fruta, pero, al contrario que Sarah, él mordía el melocotón con fruición, dejando que el zumo le cayera por los dedos.

—Estos melocotones están buenísimos —dijo con entusiasmo.

—¿Verdad? Están maduros y deliciosos —comentó ella.

Sarah se alegró de poder centrar la conversación en la fruta, de poder hablar con Philip de algo sin importancia. De poder apartar la atención del hombre que estaba sentado frente a ella. También se alegró mucho cuando, minutos después, Paulette llegó con la bandeja del café.

De repente, se le ocurrió un nuevo pensamiento. ¿Y si Philip supiera lo atraída que se sentía por su primo? ¿Y si ella respondiera abiertamente al deseo que Bastiaan Karavalas tenía hacia ella y el que ella sentía hacia él? ¿Terminaría así inmediatamente la atracción de Philip? Seguramente. Sería duro, pero muy eficaz.

«Y me daría a mí razón para sucumbir ante lo que me está ocurriendo».

En ese momento, como si estuviera al borde de un precipicio, dio un paso atrás mentalmente. ¿Estaba loca? Debía de estarlo. Tanto si era Sabine como ella misma, tanto si Philip sentía una desesperada atracción hacia ella como si no, Bastiaan Karavalas no tenía lugar en su vida. Ningún lugar. Fuera cual fuera el poder del impacto sexual que él tenía sobre ella, debía ignorarlo. Suprimirlo. Alejarse de él.

«Habla con Bastiaan esta tarde, explícale que debe llevarse a Philip lejos de aquí y luego céntrate de nuevo en lo que es importante. En lo único que es importante para ti en estos momentos».

El lanzamiento de su carrera como profesional. Nada más. Nadie más.

—Sab, ¿te has traído el traje de baño?

La pregunta de Philip la sacó de sus pensamientos. Se sobresaltó.

—No… no lo he traído.

El rostro de Philip se ensombreció para luego iluminarse de nuevo al escuchar a Bastiaan.

—No hay problema. Hay una amplia colección de trajes de baño en la habitación de invitados. Estoy seguro de que podrás encontrar algo que te siente bien —dijo Bastiaan mientras la miraba como si estuviera calibrando su talla y su figura.

—¡Genial! —exclamó Philip—. Cuando nos hayamos tomado el café, te mostraré dónde puedes cambiarte.

Ella le dedicó una ligera sonrisa. Debería poner alguna excusa y marcharse, después de hablar con Bastiaan tal y como seguía siendo su intención. Sin embargo, repleta del almuerzo y el champán, no pudo encontrar las fuerzas suficientes para hacerlo.

Mientras se tomaba el café, examinó el hermoso jardín que había más allá del porche. Sin saber por qué, sintió que un estado de ánimo diferente se apoderaba de ella y le impedía marcharse. Realmente era un lugar muy hermoso con los jardines y el deslumbrante mar azul. Lo único que veía de la Costa Azul era cuando regresaba andando a su pensión y las tiendas que había en la zona del puerto. Durante el día, se centraba en los ensayos y, por la noche, se hacía pasar por Sabine. Un horario de trabajo sin pausa alguna. ¿Por qué no relajarse un poco cuando tenía oportunidad?

«¿Por qué no aprovecho todo lo que pueda que estoy aquí? ¿Quién podría pedir algo más bonito y agradable? Seguramente, cuanto más tiempo pase en compañía de Bastiaan, más me acostumbraré a él y más inmune me sentiré. Así, no me afectará tanto».

Así era como debía considerar la situación. Cuanto más estuviera con él, menos potente sería su reacción cada vez que él la miraba.

Esa seguridad desapareció totalmente cuando salió de la casa con el traje de baño que Philip le había encontrado. Aunque era de una pieza y tenía un pareo de color turquesa a juego anudado alrededor de la cintura, se sintió muy insegura cuando Bastiaan la miró fijamente desde el lugar en el que Philip y él esperaban, junto a las tumbonas.

Sin embargo, no era tan solo de su propio cuerpo de lo que se sentía tan cohibida. Tampoco de ver el juvenil y esbelto cuerpo de Philip, que llevaba unas bermudas muy coloridas y unas modernas gafas de sol. No. La razón era la rapidez con la que sus ojos se habían vuelto a mirar el poderoso torso de Bastiaan. Los esculpidos pectorales y abdominales, los fuertes bíceps y los anchos hombros. Llevaba un bañador azul oscuro que resultaba muy discreto comparado con el de Philip. Como no llevaba gafas de sol, Sarah pudo sentir plenamente el impacto de su mirada.

Tardó mucho en acomodarse sobre la hamaca y entonces, de nuevo muy vergonzosamente, se desató el pareo y lo dejó caer a ambos lados, dejando por fin al descubierto el traje de baño en su totalidad y los muslos desnudos.

—¿No te gustaron los biquinis? —le preguntó Bastiaan.

Ella se echó a temblar al pensar en dejar aún más piel al descubierto para Bastiaan Karavalas.

—No sirven para nadar —replicó ella tratando de parecer relajada. Entonces, se reclinó sobre la hamaca y levantó el rostro al sol—. Esto es maravilloso —añadió al sentir el calor del sol sobre la piel.

—¿Te gusta tomar el sol? —le preguntó Bastiaan.

—Cuando puedo —respondió ella.

—Me sorprende que no estés más bronceada, dado que solo trabajas por las noches —dijo él.

Sarah lo miró con incertidumbre. La razón por la que estaba tan pálida era porque se había pasado la primera parte del verano en el norte de Inglaterra dando clase. En Francia se pasaba el día ensayando.

—Lo intento —replicó. Entonces, para evitar más preguntas incómodas, bostezó—. ¿Sabéis una cosa? Creo que me voy a echar una siesta. El champán del almuerzo me ha dado sueño —añadió mientras se quitaba las gafas para tomar el sol. Después, sonrió a sus anfitriones—. Despertadme si empiezo a roncar…

—¡Tú no roncarías nunca! —dijo Philip inmediatamente. Evidentemente, le desagradaba pensar que su diosa pudiera hacer algo tan poco celestial.

Bastiaan soltó una carcajada. Le había gustado aquel comentario, aunque, en realidad, debía admitir que le gustaba todo lo relativo a Sabine Sablon. Al menos, todo lo físico.

Aprovechó la ocasión para admirar su esbelto y torneado cuerpo. Ella tenía los ojos cerrados, lo que le permitía estudiarla a placer. Philip, por su parte, se puso a escuchar su IPod con unos cascos.

«Es preciosa».

Fue el primer pensamiento que se le ocurrió a Bastiaan. Se dio cuenta de que ella se había quitado la mayor parte del maquillaje para sustituirlo seguramente por crema solar. Sin embargo, ese hecho no había logrado disminuir su belleza en lo más mínimo. Estudió su rostro y experimentó una profunda curiosidad. Ya no era ni una vampiresa de film noir ni una sirena de los años sesenta.

Entonces, ¿quién era?

La pregunta no hacía más que darle vueltas en la cabeza, pero no era capaz de encontrar respuesta. Frunció el ceño. ¿Qué importaba la imagen que Sabine Sablon eligiera presentarle? ¿Qué importaba que ella pareciera tener el suficiente sentido del humor como para reírse de sí misma? ¿Qué importaba que mientras estuviera allí tumbada, con el rostro limpio de maquillaje y recibiendo los cálidos rayos del sol, lo único que pudiera ver en ella fuera belleza?

¿Y que lo único que fuese capaz de sentir fuera deseo?

Se acomodó en la hamaca y comenzó a hacer planes. Sabía que el primer paso debía ser llevarse a Philip de allí, y para eso ya se le había ocurrido una idea.

Después, llegaría el momento de centrar sus atenciones en la seductora y hermosa mujer que estaba tumbada tan cerca de él y acercarse a ella hasta que el contacto fuera muy, muy personal…