Capítulo 4
MÁS allá del foco que la iluminaba, Sarah podía ver a Philip. El joven estaba sentado a la mesa más cercana al escenario mirándola con adoración mientras ella entonaba su poco inspirado popurrí. Cuando terminó su actuación, Sarah descendió con cuidado hacia el lugar que ocupaban las mesas para sentarse en la silla que Philip le sujetaba galantemente.
Ella sonrió.
—Pensaba que esta noche habrías salido con tu primo para pintar de rojo la Costa Azul —bromeó.
—No —contestó Philip—, pero hablando de mi primo… Sarah, espero que no te importe —añadió mientras se inclinaba hacia ella para susurrarle al oído—. Le he pedido que venga a conocerte. No te importa, ¿verdad?
A Sarah se le cayó el alma a los pies. No quería quitarle la ilusión y, además, cuantas menos personas supieran que actuaba allí por las noches interpretando a Sabine, mejor. A menos, por supuesto, que no la conocieran previamente como Sarah, la cantante de ópera.
Philip era un buen chico, un simple estudiante, pero su primo, según tenía entendido Sarah, se movía en la élite, en los círculos de los más poderosos. Podría estar relacionado con muchas personas de influencia en toda clase de ámbitos, en los que podría estar incluida la ópera. No se podía permitir poner en riesgo la incipiente reputación que el festival podría reportarle, sobre todo porque el futuro dependía de ello.
Pensó con rapidez.
—Mira, Philip. Sé que esto que te voy a pedir podría confundirte un poco, pero ¿podríamos decir que soy tan solo Sabine y no mencionar nada de que canto ópera? Si no lo hacemos así, las cosas podrían ponerse… complicadas.
Philip la miró desconcertado.
—¿Es eso de verdad lo que quieres que haga? —protestó—. Me encantaría que Bastiaan supiera lo maravilloso que es el talento que tienes —añadió con admiración y ardiente devoción en los ojos.
Sarah se rio con nerviosismo.
—Philip, es muy amable por tu parte, pero…
No pudo seguir hablando. De repente, la mirada de Philip había pasado a enfocarse a espaldas de Sarah, más allá de ella.
—Ahí está —anunció—. Ya viene…
Sarah giró la cabeza ligeramente y se quedó helada.
La alta figura que se dirigía hacia ellos le resultaba muy familiar. Él llegó a la mesa antes de que tuviera tiempo de reaccionar o prepararse mentalmente.
Philip se puso de pie.
—¡Bast! ¡Has venido! ¡Genial! —exclamó Philip alegremente, ciñéndose al francés que hablaba con Sarah. Dio un fuerte abrazo a su primo y le habló en griego—. Has llegado en el momento justo.
—¿Sí? —respondió Bastiaan. Su voz era neutral, pero estaba mirando a la mujer que se hallaba sentada a la mesa de su primo. Los pensamientos se le arremolinaron en la cabeza, tratando de buscar protagonismo. El que lo logró, fue precisamente el que Bastiaan menos deseaba.
Una innegable e insistente respuesta masculina a la imagen que tenía ante sus ojos. Las veinticuatro horas que habían pasado desde que fue a verla al camerino no habían servido para suavizar el impacto que ella había ejercido sobre él. El mismo cabello, rubio y sedoso. Los profundos ojos. La sugerente boca. Otro vestido, pero que se le ceñía de igual modo a los hombros y a los senos, moldeando estos últimos con deliciosa perfección.
Sintió que el cuerpo le rugía de primitiva y masculina satisfacción. No tardó en aplastarla. Allí estaba, la seductora chanteuse, intimando con Philip mientras él la miraba con los ojos llenos de adoración, como si fuera un cachorrillo.
—Bastiaan, quiero presentarte a alguien muy especial —decía Philip. Se había sonrojado ligeramente y alternaba la mirada entre Sarah y su primo—. Esta… esta es Sabine —añadió después de dudarlo un instante—. Sabine, este es mi primo, Bastiaan Karavalas.
Sarah entrecerró un instante los ojos y se encontró mirando de soslayo al corpulento hombre de ojos oscuros que acababa de sentarse a su lado, dominando el espacio. Dominando sus sentidos. Igual que había hecho la noche anterior, cuando apareció en el camerino.
Sin embargo, aquello no era lo único que le preocupaba, sino el modo en el que, de repente, parecía ser la única persona de todo el universo. Se sentía obligada a mirarlo, sin poder apartar los ojos de él, como si fuera un imán que la atraía irremediablemente. Sarah no podía retirar la mirada. Lo observaba y lo sentía de un modo tan poderoso como la primera vez. El potente impacto, la sensación de poder y atracción eran tan fuertes que no podía explicarlo. Ni tampoco quería hacerlo.
«Dilo. Di que lo conoces, que ya ha ido a buscarte…».
Sin embargo, no pudo hacer otra cosa que permanecer allí sentada para tratar de conjurar alguna explicación que le permitiera comprender por qué no podía abrir la boca.
De repente, una pregunta le asaltó el pensamiento. «¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?».
Estaba segura de que había algo. Un hombre al que no había visto nunca en toda su vida había aparecido en el club, había dado dinero al camarero para que la invitara a su mesa y luego se había tomado la molestia de presentarse en el camerino para invitarla a salir personalmente. Después, cuando reapareció de nuevo, resultó ser el primo de Philip, que había llegado inesperadamente a Francia.
Desgraciadamente, no tenía tiempo de pensar. No había tiempo para nada más que comprender que tenía que enfrentarse a la situación sin preocuparse de obtener unas respuestas que ya podría conseguir más tarde.
—Mademoiselle…
La profunda voz era tan misteriosa como la recordaba. Tenía un marcado acento griego, similar al de Philip. Sin embargo, aquel era el único parecido. La voz de Philip era ligera, joven, expresiva. La de su primo, con una sola palabra, le había transmitido a Sarah mucho más.
Sintió un estremecimiento por la espalda. Un estremecimiento que no debería estar experimentando. ¿Acaso estaba desafiándola a que reconociera que ya se conocían?
—Monsieur… —dijo ella con voz fría y tranquila. Completamente neutra.
Al ver que había llegado una persona más, el camarero se acercó. Mientras Bastiaan Karavalas pedía una copa, un Martini seco, Sarah aprovechó aquel precioso tiempo para tratar de recuperar la compostura.
Lo necesitaba desesperadamente. Fuera lo que fuera a lo que estaba jugando Bastiaan Karavalas, solo su presencia física dominaba los sentidos de Sarah con un impacto idéntico al que había sufrido la noche anterior en su camerino. Con solo mirarlo, se le aceleraban los latidos del corazón. ¿Qué había en él de especial? Su presencia, el poder de crear una misteriosa y magnética atracción. Ojos velados, boca sensual…
Nunca antes había sido tan consciente de la presencia de un hombre. Nunca antes había reaccionado su cuerpo de aquella manera.
—¿Y para usted, mademoiselle? —le preguntó la profunda voz. Evidentemente, se refería a qué quería tomar.
Ella negó con la cabeza.
—Gracias, pero nada. No tomo más que agua entre las actuaciones.
Bastiaan hizo que se marchara el camarero con un gesto de la mano.
—¿Actuaciones? —le preguntó a Sarah.
Los pensamientos de Bastiaan no dejaban de darle vueltas en la cabeza. Había querido comprobar si ella revelaba el encuentro de la noche anterior y, en aquellos momentos, estaba tratando de valorar por qué no lo había hecho. Sabía que estaba considerando muchas cosas sobre ella, principalmente el impacto físico al que ella le sometía. No obstante, aquello era lo menos relevante de la situación.
«¿Estás seguro?».
Aquel pensamiento surgió antes de que pudiera evitarlo.
—Sa… Sabine es cantante —decía Philip mientras miraba con admiración a la chanteuse que lo tenía entre sus garras.
—¿De verdad? —repuso Bastiaan. Se reclinó sobre su butaca para poder contemplar mejor el ceñido vestido y el pesado maquillaje.
Había llegado el momento de utilizar el francés para su beneficio y hacer que la irónica inflexión de la voz la incomodara, como si dudara de la veracidad de lo que había dicho su primo.
—De verdad, monsieur —repitió Sarah. No le había pasado desapercibida la ironía del comentario, que respondió con un cierto tono de indiferencia.
—¿Y qué es lo que… canta? —le preguntó él levantando una ceja.
—Chansons d’amour —murmuró Sarah—. ¿Qué si no? —añadió con una sonrisa algo burlona.
—Te has perdido el primer número de Sabine —le dijo Philip a Bastiaan—. Pero podrás ver el segundo —añadió con entusiasmo.
—No me lo perdería por nada del mundo —dijo Bastiaan secamente sin dejar de mirar a la chanteuse.
Le pareció que, de repente, debajo del pesado maquillaje, ella se sonrojaba ligeramente. ¿Lo habría interpretado como sarcasmo? Si había sido así, ella le pagó con la misma moneda.
—Es demasiado amable, monsieur.
Bastiaan se percató de cómo aquellos ojos adquirían momentáneamente una tonalidad verdosa. Una pequeña descarga de electricidad sexual se apoderó de él. Le encantaba ver cómo aquellos ojos se teñían de verde.
«Si la besara, volvería a pasar…».
—La voz de Sa… Sabine es maravillosa.
Philip lo sacó de sus pensamientos. De manera ausente, Bastiaan se preguntó por qué su primo se atascaba tanto al pronunciar el nombre de la cantante.
—Incluso cuando solo canta chan…
La voz de Sarah interrumpió el comentario de Philip.
—Y bien, monsieur Karavalas, ¿ha venido usted a visitar a Philip? Según creo, la casa en la que se aloja es suya, ¿no?
No podía importarle menos a Sarah qué era lo que él estaba haciendo allí ni si tenía una casa en Cap Pierre o en otra parte del mundo. Solo había realizado aquel comentario para impedir que Philip dijera algo que ella sabía se moría por decir a pesar de que ella le hubiera suplicado…
«Incluso cuando solo canta chansons en un tugurio como este».
Sarah no quería que él mencionara nada sobre lo que ella cantaba realmente ni que, en realidad, no era Sabine.
La urgencia se apoderó de ella. De repente, ya no tuvo nada que ver con el hecho de que no deseara que Bastiaan Karavalas supiera que era en realidad Sarah Fareham y que estaba haciéndose pasar por Sabine Sablon. No. La razón era muy diferente. Mucho más crucial.
«Como Sarah, no me puedo enfrentar a él. Tengo que ser Sabine. Sabine puede con un hombre como él. Es la clase de mujer sofisticada y mundana que puede plantarle cara a un hombre así».
La voz de Philip fue un alivio para ella.
—Deberías pasar más tiempo en la villa, Bast. Es un lugar precioso. Paulette me ha dicho que casi nunca vas.
—Bueno —dijo Bastiaan girando la cabeza para hablar con su primo—, tal vez debería dejar Mónaco y venirme contigo. Para llevarte por el buen camino.
Sonrió a Philip. En aquel momento, aquella sonrisa trazó unas líneas en su rostro y cambió su expresión de tal manera que Sarah vio, de repente, un hombre muy diferente. Ella sintió que algo cambiaba en su interior, que se desataba como si se hubiera aflojado un nudo dentro de ella…
«Si me sonriera a mí de ese modo, me convertiría en masilla entre sus manos».
Decidió que era mejor no pensar así. Bastiaan Karavalas ya la estaba afectando mucho más de lo aconsejable.
—¿Para hacerme realizar mis trabajos sin levantar cabeza? ¿Es a eso a lo que te refieres, Bastiaan? —le preguntó Philip con cara compungida.
—Para eso has venido aquí —le recordó Bastiaan—. Y para escapar, por supuesto.
Volvió a mirar a Sarah. La calidez que ella había visto cuando sonrió a su primo había desaparecido. Se vio reemplazada por algo nuevo, algo que le hizo entornar los ojos para poder pensar mejor en lo que realmente era.
—Le ofrecí mi casa a Philip como refugio —le informó él a Sarah—. Lo estaba acosando una dama particularmente insistente. Esa mujer se convirtió en una verdadera molestia, ¿verdad, Philip?
Él asintió.
—Efectivamente, Elena Constantis era una pesada. Tenía un montón de hombres revoloteando a su alrededor, pero quería añadirme a mí a su estúpida colección. Es tan inmadura… —añadió con aire de superioridad.
Sarah sonrió ligeramente y le pareció ver una sonrisa muy similar en los labios de Bastiaan Karavalas. Sintió que estaban a punto de intercambiar miradas, como dos personas mucho más maduras que el dulce e inocente Philip…
Entonces, cambió de intención al notar que Philip la estaba mirando a ella.
—No podía ser más diferente de ti —le dijo. La calidez de su voz podría haber encendido un fuego.
Sarah volvió a entrecerrar los ojos. Bastiaan la miró y ella lo sintió. La mirada parecía arderle en la piel. Era consciente también de lo que aquel comentario casual debía de haberle hecho pensar.
«Es imposible que crea que no me he dado cuenta de que Philip está enamorado de mí», pensó.
Philip volvió a tomar la palabra.
—Sabine, ¿quieres bailar conmigo? ¡Por favor, dime que sí!
La indecisión se adueñó de ella. Jamás había bailado con Philip ni había hecho nada para animarlo, pero, en aquellos momentos, la ayudaría a escapar de la abrumadora presencia de Bastiaan Karavalas.
—Si quieres —dijo. Se levantó y dejó que Philip la acompañara alegremente a la pista de baile.
Por suerte, la música no era ni muy rápida ni muy lenta. Sin embargo, dado que la mayoría de las parejas comenzaron a bailar al estilo de los bailes de salón, a Sarah no le quedó más remedio que permitir que Philip la tomara entre sus brazos. Él no parecía muy versado en un estilo de baile tan formal, pero hizo lo que pudo.
—¡Parece que tengo dos pies izquierdos! —exclamó muy apenado.
—Lo estás haciendo muy bien —lo animó ella, pero asegurándose al mismo tiempo de que mantenía las distancias.
La pieza de baile pareció tardar una eternidad en terminar.
—Muy bien —dijo Sarah.
—La próxima vez no seré tan torpe —le prometió Philip.
Sarah retiró la mano del hombro de Philip para indicarle que él también debía soltarla. Philip lo hizo, pero de muy mala gana. Desgraciadamente, la atracción que Philip sentía hacia ella no era su principal pensamiento en aquellos momentos.
Sarah estaba a punto de murmurar algo sobre su próxima actuación para lograr excusarse cuando una profunda voz resonó muy cerca de ella.
—Mademoiselle Sabine, confío en que me corresponda a mí también.
Sarah se giró y vio que Bastiaan Karavalas estaba muy cerca de ellos. La música comenzó de nuevo a sonar, en aquella ocasión mucho más lentamente.
Él no le dio oportunidad de rechazarle. Bastiaan indicó a su primo que los dejara a solas con un movimiento de cabeza y luego, antes de que ella pudiera negarse de algún modo, tomó la mano de Sarah para tirar de ella hacia su cuerpo. Le colocó la enorme y fuerte mano sobre la cintura, por lo que a ella no le quedó más remedio que colocarle la suya ligeramente sobre el hombro. Entonces, él comenzó a moverse muy lentamente, apretándole el muslo descaradamente contra el de ella para obligarla a moverse.
Sarah trató de mantener la compostura a pesar de que el corazón le latía con fuerza en el pecho. Tenía el cuerpo tan rígido como una tabla y los músculos trataban de mantener e incluso incrementar la distancia que había entre sus cuerpos. La respuesta de él fue apretarle un poco más la cintura para asegurarse de que ella no se escapara.
Y le sonrió con un gesto de absoluta posesión.
Sarah sintió que la sangre le recorría más rápidamente las venas, caldeándole el cuerpo mientras se movía contra el de él.
—Y bien, mademoiselle, ¿de qué hablamos?
Sarah decidió que debía seguir aferrándose a la personalidad de Sabine. Ella podría soportarlo y salir airosa de aquella situación. Debía mantener la compostura. ¿Qué sería lo que Sabine diría o haría en un momento así?
—La elección es suya, monsieur —respondió tratando de mantener un tono de voz indiferente.
De hecho, consiguió incluso mirarlo del modo en que Sabine sin duda lo haría. La ridícula longitud de las pestañas postizas que llevaba puestas la ayudó, porque le facilitaba mirarlo con una expresión velada. Eso le socorría a la hora de protegerse del impacto que aquellos ojos oscuros estaban produciendo en ella.
De repente, él habló y la transportó bruscamente a la realidad.
—¿Por qué no ha mencionado que ya nos conocíamos?
—¿Y por qué no lo ha hecho usted? —replicó ella utilizando el tono de voz insolente que seguramente Sabine habría usado.
—Usted debe saber por qué… —dijo él.
En sus profundos ojos oscuros se dibujó un mensaje tan claro como el día y tan antiguo como los tiempos.
Sarah sintió que se le entrecortaba la respiración y que se le aceleraba el pulso. De repente, la mundana y descarada Sabine pareció estar muy lejos de allí.
—¿Por qué se negó a venir a cenar conmigo? —insistió él desafiante. Aquella actitud la tomó por sorpresa.
—Era usted un perfecto desconocido —respondió ella. Era la única explicación relevante.
—Bueno, ahora ya no lo soy.
«No cuando te tengo entre mis brazos, sosteniendo tu suave cuerpo cubierto de raso, sintiendo la calidez de tu tacto contra el mío y el roce de los muslos mientras nos movemos juntos al ritmo de la música».
Bastiaan experimentó que una oleada de calor le recorría las venas. Le decía lo susceptible que era a lo que ella poseía. El poder para hacer que él la deseara…
Los sentidos los estaban dominando. Aquella mujer llevaba un perfume muy persistente. No resultaba agobiante, tal y como se habría imaginado antes, sino ligeramente floral. El cabello, ondulado sobre el hombro, no se sostenía con la ayuda de la laca. Era fino y sedoso hasta tal punto que Bastiaan ansiaba sentirlo entre los dedos. Quería beber de la delicada belleza de aquel rostro y volver a ver el brillo de las esmeraldas en los ojos.
Un repentino impulso se apoderó de él. Deseó poder retirar todo el maquillaje de aquel rostro para poder ver la verdadera belleza que ocultaba.
—¿Por qué te pones tanto maquillaje? —le preguntó antes de que pudiera contenerse.
Ella pareció quedarse, momentáneamente, sin palabras.
—Es para el escenario —respondió por fin. Parecía que le costaba creer que él lo hubiera preguntado.
—No te sienta bien —afirmó él frunciendo el ceño.
No se podía creer que siguiera realizando aquella clase de preguntas. ¿Por qué tenía que decirle aquellas cosas a aquella mujer?
«Porque es la verdad. Enmascara su auténtica belleza, su verdadero ser, detrás de tales excesos».
La expresión del rostro de ella cambió.
—No está diseñado para sentar bien, sino tan solo para soportar las potentes luces del escenario. No creerá que llevo estas arañas en los ojos por otro motivo, ¿verdad?
—Me alegro.
Al responder, se dio cuenta de que se estaba desviando de su objetivo. ¿Qué demonios estaba haciendo, hablando del maquillaje? Y mucho menos con lo de expresar aprobación o alivio. Solo era maquillaje. Trató de recuperar la línea de preguntas que debería estar realizándole. Por eso estaba bailando con ella, para poder continuar evaluándola. Ese había sido el motivo de que fuera a Francia. Saber quién era y liberar a su primo de las garras de aquella mujer.
«Liberarla de Philip…».
El pensamiento surgió. Inadmisible e inevitable a la vez. Lo borró de inmediato. No se trataba de liberarla a ella de su primo. Solo le preocupaba Philip. Nada más. No debía olvidarlo.
Lo que sí tenía que olvidar era el modo en el que el cuerpo de aquella mujer se movía junto al suyo al ritmo seductor de la música, juntándolos cada vez más… También debía olvidar la fragancia que le apresaba los sentidos, impidiéndole apartar los ojos del rostro de ella, de sus labios… Y, sobre todo, debía olvidar el suave aliento que se le escapaba a ella de los labios, embriagándolo…
La música terminó por fin. Él se detuvo en seco. Incluso más abruptamente, ella se soltó de su abrazo, pero no se movió. Se quedó allí un momento, mirándolo fijamente, como si no pudiera parar…
Bastiaan se percató de que los senos se alzaban rápidamente, como si tuviera la respiración acelerada y el pulso mucho más. Bajo la espesa capa de maquillaje, se adivinaba el rubor que había cubierto las mejillas. Podía verlo… sentirlo…
Ella apartó la mirada de él y se volvió hacia el lugar en el que Philip estaba sentado. El joven tenía una expresión de impaciencia en el rostro por la ausencia de Sarah. Parecía descontento por el hecho de que ella hubiera estado bailando con su primo. No obstante, la miraba con la misma admiración de siempre.
Cuando Sarah llegó a la mesa, Philip se puso de pie inmediatamente.
—¡Vaya! —exclamó ella. No se sentó—. Estoy agotada de bailar. Dos bailes y dos compañeros diferentes… Más que suficiente para mí en una sola noche —añadió con deliberada alegría. Entonces, tomó el vaso de agua y dio un sorbo—. Debo volver al camerino para prepararme para mi próximo número.
Como sabía que Bastiaan Karavalas estaba a sus espaldas, no le podía decir nada más a Philip. Dio un paso atrás y se colocó frente a frente con su último compañero de baile.
—Buenas noches —le dijo.
Trató de infundir un aire casual a su voz. Debía recuperar el control, tal y como Sabine haría. Sabine no se habría visto en absoluto afectada por el baile con Bastiaan Karavalas. No habría sentido su cuerpo temblar. No. Sabine habría mantenido la compostura sin inmutarse. Estaría más que acostumbrada a que los hombres como Bastiaan Karavalas la desearan.
Notó que Philip estaba hablando, por lo que se esforzó por prestar atención.
—Te veré mañana en el… aquí —dijo.
Sarah se sintió aliviada de que Philip hubiera evitado mencionar la palabra «ensayo».
Sonrió. Cálidamente. No quería hacerle daño y los sentimientos de Philip eran tan transparentes…
—¿Por qué no? A menos… a menos que tu primo y tú tengáis otros planes —añadió mirando a Bastiaan—. Debes disfrutar al máximo de su compañía mientras esté aquí.
Vio que Bastiaan parpadeaba.
—Tal vez esté por aquí algún tiempo —dijo él—. Todo depende…
Ella no respondió. Se limitó a sonreír ligeramente y a despedirse con la mano de Philip. Quería ser amable con él. Philip era tan joven y sentía tanto…
Entonces, desapareció por la puerta que llevaba a la parte posterior del escenario.
Lentamente, Bastiaan se sentó. Philip hizo lo mismo. Bastiaan guardó silencio. Su cabeza estaba llena de pensamientos, demasiado llena, pero solo uno predominaba. Quería escucharla cantar. Quería darse un festín visual de ella, comérsela con los ojos.
En realidad, no solo con los ojos…