Notas
[1] Aunque los lingüistas del siglo XX no terminan de ponerse de acuerdo sobre la identificación de esta flor, tanto la havatzeleth o «rosa» del Cantar de los Cantares como el «azafrán» del libro de Isaías no eran otra cosa que el lilium candidum o lirio blanco: un especimen de tallo cubierto de hojas, que termina en un racimo de grandes flores blancas, orientadas horizontalmente y que vive de cuatro a cinco días. Permanecen abiertas día y noche, aunque su exquisito aroma es más intenso en la oscuridad. La bondad y cualidades espirituales del lirio blanco serían reconocidas oficialmente en un edicto papal del siglo XVII, vinculando a esta flor con las representaciones pictóricas de la Anunciación. Botticelli y Ticiano son dos excelentes ejemplos. (N. del m.) <<
[2] Aunque las clasificaciones de Kretschmer han resultado de gran utilidad para la psiquiatría y la medicina en general, es francamente difícil encontrar tipos tan puros como los descritos en dicha tipología. Hecha esta salvedad, veamos qué dice Kretschmer en relación a los individuos de temperamento «ciclotímico»: «Son gentes de buen humor que toman la vida tal y como es, naturales, abiertas, espontáneas, de amistades rápidas y fáciles, tiernas. Tienen variaciones acusadas en el plano de la diatesia (humor), oscilando con facilidad de la alegría a la tristeza. Por su buena capacidad de sintonización afectiva y de irradiación afectiva se contagian con facilidad de la alegría o tristeza de los demás, y a su vez infunden la propia, pero independientemente de estos cambios de humor reactivos, por su constitución, tienden a tenerlos inmotivados. En cuanto al tiempo, son rápidos o tranquilos, y sin grandes oscilaciones en el plano de la psicoestesia. Su carácter, extrovertido, comunicativo y la irradiación afectiva les facilita enormemente las relaciones interpersonales y la adecuada captación de los estímulos ambientales, por lo que son muy sociables y muy bien aceptados por los demás». (N. del a.) <<
[3] El citado pasaje de Jeremías reza textualmente: «Pues, aunque te laves con nitro, por mucha lejía que emplees, permanecerá marcada tu iniquidad ante mí». El salicor blanco —salicor de Hammada o «Hammada salicórnica»— constituye una de las especies de la familia de las quenopodiáceas. En Israel crece con frecuencia junto a las acacias. En los mercados de las actuales ciudades orientales es posible encontrarla junto a la anabasis articulada, otro excelente producto para la fabricación de potasa que, a su vez, conduce a la obtención de jabón. El salicor negro, su pariente más cercano, es más abundante en el Neguev y hacia el oeste de África del Norte. (N. del m.) <<
[4] En el interior de estas cápsulas, utilizadas por la casi totalidad de los varones judíos, se encerraban unas tiras de pergamino con los pasajes de Éx. 13, 1-16; Deut. 6, 4-9 y 11, 13-21. La ubicación de ambas filacterias —en la frente y sobre el brazo izquierdo: cercano al corazón— tenía un caracter simbólico: «como memoria y señal». (N. del m.) <<
[5] El murciélago menor, de rabo corto (Rhinopomia hardwickei) es mencionado en la Biblia en varias ocasiones: en el Levítico (11,19), en el Deuteronomio (14, 18) y en el libro de Isaías (2, 20). Para el pueblo judío era un animal inmundo, fundamentalmente a causa de su pésimo olor. El hecho de que frecuentaran las ruinas y cavernas, durmiendo cabeza abajo y cazando durante la noche, terminó por asociarlo a los demonios y espíritus malignos, tan difundidos en la crédula y supersticiosa sociedad hebrea. Para aquellas gentes resultaba incomprensible que este animal pudiera deslizarse en las tinieblas, sin tropezar con los obstáculos. Esta «habilidad» —aseguraban— sólo podía tener un origen demoníaco. De ahí su ancestral repulsión hacia dicha especie. En aquel tiempo, como ahora, en Israel se daban unas veinte especies de murciélagos, la mayoría de pequeño tamaño e insectívoros, incluyendo el Pipistrellus kuhli o de «cola corta» que C. Tristam hallaría en unas canteras bajo el templo de Jerusalén y en las cuevas de Adullam. (N. del m.) <<
[6] El banco de datos del módulo nos proporcionaría en este sentido una estimable documentación. Según Flavio Josefo (Antigüedades, XIV 15, 3-6, y Guerras I, 16, 4), las grutas existentes en dicho wâdi habían desempeñado un destacado papel en la historia de Israel, prácticamente desde los tiempos de Oseas. Hacia el año 39 antes de Cristo, el entonces recién nombrado rey de Judea, Herodes el Grande, emprendería una intensa campaña de «limpieza» de estas cuevas, infestadas de bandidos y rebeldes. En mitad de una tormenta de nieve, algo inusual en aquellas latitudes y que fue descrita como «enviada por Dios», el enérgico «edomita» se abrió paso desde el sur. Conquistó primero la ciudad galilea de Séforis, enviando un destacamento a la población de Arbel. Pero, ante el valor demostrado por sus oponentes, el propio Herodes tuvo que colocarse al frente de su ejército, derrotando así a las gentes de Arbel. Muchos de ellos, buenos conocedores del terreno, se refugiaron en las cuevas del desfiladero. Y Herodes tuvo que prepararse para un largo y penoso asedio. Estas cuevas que se abrían sobre los precipicios no tenían acceso directo y, para llegar a ellas, el rey tuvo que recurrir a una peligrosa treta. Desde el borde de la cima se hicieron descender grandes arcas, reforzadas con hierro, llenas de gente armada y con largos ganchos con los que sacaban a los rebeldes y bandidos, lanzándolos desde lo alto. En las cuevas había mucho material inflamable. E incendiándolo facilitaron su labor de destrucción. Finalmente, el enemigo se sometió al rey pero otros se lanzaron al vacío, prefiriendo la muerte a la sumisión. Estos ladrones fueron finalmente sometidos y, con ello, Herodes se ganó, no sólo la buena voluntad de los habitantes de Galilea, sino que aumentó la confianza en su gobierno. (N. del m.) <<
[7] Juan de Zebedeo estaba en lo cierto. Baste recordar lo acontecido muchos siglos después, en julio de 1187. En estas mesetas se registraría uno de los mayores desastres de los cruzados. Los Cuernos de Hittim fueron conquistados después de numerosas y feroces batallas y conservados por los cristianos durante casi cien años. Pero, en el mencionado siglo XII, el legendario Saladino hizo frente al rey Guy de Lusignan, destrozándolo a los pies de Hittim. En parte, la derrota de los cruzados se debió a las duras condiciones atmosféricas. La escasez de agua y el tórrido calor mermaron las fuerzas de los cristianos, que tuvieron que replegarse en las alturas donde, finalmente, fueron vencidos y hechos prisioneros. Muchos de los caballeros Templarios y Hospitalarios serían ejecutados y Raynold de Châtillon, lord de Kerak, muerto a espada por el propio Saladino. (N. del m.) <<
[8] En los tiempos del Maestro, Palestina era, en sí misma, un auténtico e internacional «cruce de caminos», en especial entre los pueblos del norte y del este (Mesopotamia) y los del sur (Egipto). Para atravesar el país existían entonces cinco grandes rutas, muy ramificadas entre sí. Esto explica —sólo en parte— la ágil movilidad de Jesús por la totalidad del territorio. En primer lugar estaba la carretera de la costa, que unía Fenicia con Egipto. Siguiendo la línea del mar cruzaba Gaza, Askelón, Ashdod, Joppa y Cesarea. Rodeaba el monte Carmelo, perdiéndose hacia el norte (Líbano). En lo que posteriormente se denominaría Acre surgía un ramal que descendía hacia los montes de la Galilea, pasando a escasos kilómetros al norte de Nazaret. De allí continuaba hacia la región de la Decápolis, en el este, muriendo en la ciudad helenizada de Scythópolis, a corta distancia del río Jordán. La segunda arteria, una de las más destacadas, era la denominada «vía Maris» o «camino del mar», que enlazaba Egipto con Mesopotamia. Probablemente se trata de uno de los caminos más antiguos del mundo. Arrancaba en Joppa, cruzando la llanura de Sharon por Antipatris, hasta Pirathon. Aquí se dividía en tres. El primer ramal ascendía hacia el norte, al oriente del Carmelo, para fundirse con la arteria de la costa, en Acre. El segundo, en dirección noreste, buscaba la ciudad de Megiddó, adentrándose en la fértil llanura de Esdrelón, muy cerca también de Nazaret, para morir finalmente en las proximidades de Migdal y Tiberíades, a orillas del yam. Ésta era la vía por la que avanzábamos en aquellos momentos. El tercer ramal venía a ser un camino alternativo, casi obligado en la época de las lluvias, cuando la planicie de Esdrelón se transformaba en un extenso cenagal. Desde Pirathon entraba en la llanura de Dothan, hasta Engannin, atravesando a continuación el valle de Jezreel, para unirse por último al segundo ramal, muy cerca del monte Tabor. Una vez en la orilla occidental del Kennereth, como ya fue explicado, esta vía Maris rodeaba el yam, pasando a las puertas de Nahum. Desde allí giraba hacia Korazin, perdiéndose en el norte, rumbo a Damasco.
En tercer lugar se hallaba la carretera central: la que se aventuraba en la cordillera de Samaria. Nacía en Egipto, entrando en Beersheba, el Hebrón y la Ciudad Santa. Aquí se bifurcaba. Una senda pasaba junto a Gibeón, Beth-Horón y Lydda, alcanzando la costa en Joppa. De esta forma vinculaba el mar Mediterráneo con Jerusalén. La segunda senda enfilaba el norte, por Beeroth, hasta unirse a la «vía Maris» en Antipatris.
En cuarto lugar disponíamos de la carretera del Jordán. Partía de Jerusalén y, dejando atrás Jericó, marchaba muy cerca de la orilla occidental del gran río, hasta reunirse con el sur del mar de Tiberíades. Desde allí, por la orilla oeste del yam, enlazaba también con la vía Maris. A la altura de Scythópolis (la actual Beth-Shean) se ramificaba en otra senda que cruzaba la baja Galilea, hasta Acre. Este camino resultaba muy útil en las conexiones entre la Decápolis y Fenicia.
Por último, la quinta ruta era conocida como la «senda del desierto». Nacía en Jerusalén, cruzando parte del desierto de Judá hasta Jericó. Desde allí saltaba el río Jordán y, por el valle de Achor, llegaba hasta Abel Shittim. Proseguía hacia el norte, relativamente próxima a la margen izquierda del río, cruzando uno de sus afluentes: el Jabbok, en las cercanías de Adam. Pasaba por Gibeah y frente por frente a la ciudad helenizada de Scythópolis saltaba el Jordán por segunda vez, uniéndose a la carretera del valle.
A estas cinco arterias principales había que añadir una compleja y muy deteriorada red de senderos, pistas y caminos secundarios. (N. del m.) <<
[9] Aunque Josefo, al hablar de la Galilea, asegura en sus escritos que cada uno de estos poblados no bajaba de los quince mil habitantes, la verdad es que tal aseveración resulta inaceptable. De ser ciertos los cálculos del general judío romanizado, la Galilea habría albergado un promedio de treinta mil almas por metro cuadrado… En otras palabras: una población de tres millones seiscientas mil personas. (N. del m.) <<
[10] El género Hordeum consta de dieciocho especies, aunque sólo se cultivan la de doble y seis hileras. Ambas, al parecer, son una variedad de la cebada común (Hordeum vulgare): una hierba erecta y anual, con abundantes hojas a lo largo del tallo central y de los secundarios. Cada uno de estos tallos termina en una espiga que dispone, a su vez, de numerosas espiguillas, con tres flores cada una. En la de doble hilera, sólo una flor de cada espiguilla es fértil. En la de seis, en cambio, todas las espiguillas producen grano. En aquel tiempo no se utilizaba aún como forraje. Fue a partir del siglo XVI cuando empezó a servir como fuente de alimentación para el ganado. (N. del m.) <<
[11] El término «arameo» procede de las tribus que, entre los siglos X al VIII antes de Cristo, en pleno arranque de la Edad del Hierro, penetraron en las regiones de Siria y Palestina, procedentes del este. Ellos mismos se denominaban «arameos». Y aunque, con el paso del tiempo, algunos de esos estados (Israel, Edom, Amón y Moab, entre otros) terminarían por hacer suyo el dialecto cananeo, otros pueblos —caso de Siria— siguieron conservando el primitivo lenguaje. Según los arqueólogos y lingüistas, el gran impulso del arameo se registra hacia el 500 a. de C., cuando los aqueménides le dieron el carácter de lengua oficial de los embajadores persas. Su esplendor por todo el Oriente Medio fue tal que, incluso, llegó a utilizarse en Egipto. (Los papiros descubiertos en Elefantina [1906-1907], muy cerca de la primera catarata del Nilo, confirman esta extraordinaria expansión del arameo). Por su parte, el arameo hablado por Jesús de Nazaret, definido hoy como «occidental», aunque nacido del primitivo dialecto mesopotámico-babilónico, se hallaba obviamente «corrompido» por el paso de los siglos. (N. del m.) <<
[12] Este grado moderado de anartria o imposibilidad de articular distintamente los sonidos era bastante común en la época de Jesús. A lo largo de nuestras exploraciones tuvimos ocasión de constatar diferentes grados de afasias y disartrias. La primera, como es sabido, consiste en la pérdida, total o parcial, de la capacidad de expresión, motivada por una lesión en el hemisferio izquierdo del cerebro. El afásico, en consecuencia, aunque habla correctamente, se halla privado del llamado «lenguaje interior», equivocando la elección de las palabras a la hora de expresar una idea. La disartria, por el contrario, tiene su origen en lesiones localizadas en los músculos laríngeos, linguales o labiales. El disártrico sabe lo que quiere decir, pero lo expresa deficientemente. Tanto un trastorno como otro pueden ser síntomas de una grave enfermedad del sistema nervioso. (N. del m.) <<
[13] En el banco de datos de Santa Claus, nuestro ordenador central, había sido depositada una amplia documentación sobre las creencias y prácticas médico-religiosas de los pueblos de Asiria y de la vieja Babilonia. En general, estas gentes consideraban la vida y la salud como dones divinos. Si un individuo incumplía los preceptos establecidos por los dioses caía de inmediato en desgracia, siendo acosado y castigado por toda suerte de calamidades. Los textos cuneiformes definían esta absurda situación con total claridad: «Al que no tiene dioses, cuando anda por la calle, el dolor de cabeza le cubre como una vestidura». Entre los pecados y faltas más importantes destacaban los siguientes: violar los preceptos religiosos, pisar sobre una libación, insultar, menospreciar o rebelarse contra los padres, tocar a personas que tengan las manos sucias, mentir, robar, destruir linderos o desplazar los mojones que delimitaban una propiedad, poseer un corazón falso, usar balanzas amañadas, derramar la sangre del prójimo, cometer adulterio, escupir a las imágenes de los dioses, reírse de los dioses propios y ajenos, desobedecer al dios tutelar, olvidar los rezos y tomar el alimento de los templos. Cuando alguien, en consecuencia, caía enfermo o sufría una desgracia, todo su interés y el de su familia se centraban, más que en la curación o la búsqueda del remedio, en la investigación del pecado que había acarreado el mal. De esta forma, esclarecida la falta, podían congraciarse de nuevo con el dios protector, recobrando la salud o la fortuna. (N. del m.) <<
[14] Curiosamente, los camellos y dromedarios son los únicos cuadrúpedos que, a semejanza del hombre, se quedan calvos y padecen de gota. Básicamente, la podagra, en estos rumiantes, tiene los mismos fundamentos que en el ser humano: una artritis aguda recurrente de las articulaciones periféricas que se origina por depósitos, en las articulaciones y tendones, y en torno a ellos, de cristales de urato monosódico por supersaturación hiperuricémica de líquidos corporales. Como es sabido, estos animales están capacitados para convertir rápidamente el escaso contenido proteico de la flora desértica en grasa y agua y conservarlos a fin de permanecer largo tiempo sin beber y sin comer. De hecho, dromedarios y camellos pueden resistir entre tres y siete días sin probar el agua. (N. del m.) <<
[15] Cuando el cordón umbilical rodea el cuello del niño puede presentarse una hipoxia fetal, bien por la compresión de dicho cordón, por una avulsión de la placenta o una invaginación uterina. (N. del m.) <<
[16] El «buen nombre», como lo designaban los mesopotámicos, era equivalente al «buen destino». Es decir, se prolongaba tanto como la propia vida. Lefébure, en un valioso análisis de esta doctrina sobre el carácter mágico del nombre entre los egipcios, afirma: «El nombre de la persona o de la cosa es una imagen efectiva y, por ello, se convierte en la cosa misma, menos material y más manejable. En otras palabras: más adaptada al pensamiento. Es un sustituto mental». En la actualidad, aunque de una forma menos mágica y romántica, la sociedad no hace otra cosa que insistir en lo ya «inventado»: un individuo adquiere existencia y personalidad legal o jurídica, merced, justamente, a sus papeles y documentación. En suma, la doctrina del nombre para aquellas viejas y sabias culturas quedaba resumida en este principio fundamental: «una cosa-animal-hombre no existía si no llevaba un nombre». El poema de la Creación arranca afirmando que, en el principio, era el Caos y que nada tenía nombre. En el Libro de los Muertos, la expresión «no soy llevado» alterna con «mi nombre no es llevado».
Tampoco podemos olvidar que, en tiempos de Jesús, como una herencia seléucida (312 al 64 a. de C.), la sociedad gustaba de helenizar el nombre, añadiendo un segundo, casi siempre griego. (N. del m.) <<
[17] Mediante palpación deduje que estas varicosidades venosas podían tener su origen en el mal funcionamiento de cierre de las válvulas del sistema safeno. El resultado, bien conocido de los especialistas, es el reflujo de la sangre y la dilatación crónica de la vena. Según sus propias palabras, estas varices eran hereditarias. En mi opinión, más que a una ausencia de válvulas, la etiología de dichas venas varicosas de Natanael podía responder a una insuficiencia funcional progresiva de las mismas. Un trastorno lamentablemente «alimentado» por su obesidad y prolongada bipedestación. (N. del m.) <<
[18] En la época que nos ocupa —año 30 de nuestra era—, Palestina se hallaba ocupada por cuatro legiones romanas: la décima, tercera, sexta y decimosegunda. En total, la provincia de Siria concentraba nueve legiones, con sesenta o setenta unidades auxiliares. Ello representaba un contingente aproximado de cincuenta y cuatro mil soldados. Cada legión contaba, a su vez, con un cuerpo de caballería de trescientos jinetes, dividido en unidades menores: las turmae, de treinta caballeros. La turma disponía de tres oficiales —los decuriones—, cabezas de fila. Uno de ellos mandaba sobre toda la patrulla. La unidad tenía asignados también tres oficiales de rango inferior: los optiones. (N. del m.) <<
[19] Este tipo de láser blando había sido concebido para su utilización, en caso de emergencia, sobre animales o cosas; nunca sobre seres humanos. Trabajaba en una gama que cubría desde unas decenas de «watt» a unos pocos centenares. Su colimación era casi total, pudiendo concentrarse en puntos cuyo tamaño oscilaba entre escasos micrometros y una fracción de milímetro, con un flujo de energía electromagnética, en base al dióxido de carbono, capaz de soldar una plancha de acero inoxidable de trece milímetros de espesor, a razón de sesenta y cuatro centímetros por minuto. (N. del m.) <<
[20] La equivalencia de los meses judíos de entonces era la siguiente: nisán correspondía a nuestros marzo-abril; iyyar a abril-mayo; siván a mayo-junio; tammuz a junio-julio; ab a julio-agosto; elul a agosto-septiembre; tisri (el comienzo) a septiembre-octubre; marsheván a octubre-noviembre; kislev a noviembre-diciembre; tebeth a diciembre-enero; sebat a enero-febrero y el mencionado adar a febrero-marzo. (N. del m.) <<
[21] En tiempos de Jesús, la población de vipéridos, en especial de víboras con fositas sensoriales, era considerablemente superior a la actual. Los tipos, sin embargo, eran prácticamente los mismos. Los especialistas de la operación los clasificaron en ocho grupos principales: Atractaspis engaddensis, Cerastes cerastes gasperetti, Cerastes vipera, Echiscoloratus, Pseudocerastes persicus fieldi, Vipera bornmullen, Vipera lebertina obtusa (también conocida en Europa) y la referida Vipera palestinae. (N. del m.) <<
[22] Estos venenos contienen mezclas de enzimas (proteasas, colinesterasas, ribonucleasas e hialuronidasas), así como proteínas de tipo no enzimático, que penetran en los tejidos, siendo absorbidos por el sistema sanguíneo y linfático y provocando gravísimas lesiones. Pero son las proteínas no enzimáticas —caso de la «crotamina», con un peso molecular entre 10 000 y 15 000— las que ocasionan mayor daño. En el caso de los elápidos (cobras), el veneno, al tener un peso molecular inferior al de las víboras, pasa con gran celeridad al riego sanguíneo, difundiéndose más rápidamente que el de los vipéridos. Éstos, por regla general, actúan más sobre el sistema linfático. La acción de los venenos suele complicarse como consecuencia de la reacción de la víctima, cuyos tejidos se defienden desprendiendo «bradiquinina» e «histamina», de naturaleza inflamatoria. Aunque cada familia de serpientes venenosas puede ofrecer un cuadro diferente, los efectos principales y más generalizados de sus venenos en los vertebrados son los siguientes: neurotóxicos (sobre el cerebro, médula espinal, terminaciones nerviosas, etc.), sobre el corazón y/o el sistema respiratorio, daños al revestimiento de vasos sanguíneos que causan hemorragias, coagulación de la sangre, inhibición de la coagulación de la sangre (ambos efectos pueden ser producidos alternativamente por venenos de serpientes distintas o, incluso, por el mismo veneno en circunstancias diferentes), hemolisis o destrucción de los glóbulos rojos de la sangre y lesiones generales a células y tejidos. (N. del m.) <<
[23] La mayor parte de los estudiosos estima que la DL50 (dosis letal que mata al 50% de un grupo determinado de animales de laboratorio en un tiempo dado) media del veneno de una serpiente es de 0,4 mg/kg. En consecuencia, unos 26 mg de veneno tendrían una probabilidad del 50% de matar a un hombre que pesara 65 kilos. (N. del m.) <<
[24] Los interesantes estudios del científico E. Kochva con la «víbora palestina» han demostrado que el veneno inyectado en cada mordedura oscila notablemente. Kochva indujo a sus víboras a morder a una serie de sucesivos ratones muertos, calculando después la cantidad de veneno presente en cada roedor, ordeñando la serpiente al final del experimento. Los números resultaron elocuentes: en la primera embestida, el ofidio sólo utilizó entre el 4 y el 7% del veneno total disponible. En las siguientes mordeduras, paradójicamente, el volumen de la ponzoña fue superior. (N. del m.) <<
[25] Entre los fármacos obligatorios en nuestros desplazamientos figuraban dos potentes antivenenos, preparados en Alemania y supervisados por el Paul-Ehrlich-Institut, del Departamento Federal para Sueros y Vacunas. Ambos, convenientemente desecados, habían sido fabricados en base a proteína de caballo (170 mg), conteniendo anticuerpos con efecto inmunizante contra 16 tipos de serpientes venenosas, entre las que se hallaban la cerastes cerastes, la cerastes vipera, la echis carinatus, la vipera xanthina y la vipera levetina. La dosificación establecida por Caballo de Troya, en caso de mordedura, era de 20 a 40 ml en caso de tratamiento inmediato y de 40 a 60 ml o más para tratamiento posterior o cuando se hubieran presentado los síntomas de envenenamiento. Estos sueros, extraídos de caballos que fueron inmunizados con los venenos de las correspondientes serpientes, contenían la inmunoglobina, conseguida mediante el tratamiento y la separación fraccionada de las enzimas. (N. del m.) <<
[26] A diferencia, por ejemplo, de los «médicos» mesopotámicos, los judíos, poderosamente influidos por el ambiente estrictamente monoteísta en el que se desenvolvían, no se consideraban como tales. Para ellos, el único «médico» o rofé era Yahvhé. La salud dependía siempre de la voluntad de Dios. De ahí que los que practicaban la medicina se autoproclamasen «sanadores» o «auxiliadores», pero nunca «médicos». Pretender el mismo título que el «Uno» hubiera sido una blasfemia. Por ello, en cualquier pasaje bíblico donde se refiera una curación, debe entenderse como la vis medicatrix naturae, emanada del poder divino. (N. del m.) <<
[27] Aunque los galileos no eran tan estrictos en cuestiones religiosas, la ley judía, en el colmo de la sofisticación, fijaba que los utensilios de madera, piel, hueso, cristal, barro y alumbre, si eran lisos, no contraían impureza. En cambio —como informa el kelim, orden sexto—, si formaban una concavidad, eran susceptibles de «pecado». (N. del m.) <<
[28] La tinta utilizada tenía diferentes orígenes. La mayoría se preparaba a base de hollín, procedente de hornos de mármol en los que se quemaba pino de tea. Aquél se mezclaba con cola y, una vez secado al sol, adoptaba la forma de bloques, fáciles de diluir. Por lo general, la tinta elegida por los copistas y escribas no contenía cola, sino goma, con una infusión de ajenjo —de sabor amargo—, que protegía los rollos del ataque de los roedores. (N. del m.) <<
[29] Cratevas, de sobrenombre Rhizotomus (cortador de raíces), fue un célebre botánico griego, médico del rey Mitrídates Eupator II de Persia (siglo I a. de C.), al que dedicó, en su honor, dos géneros de plantas. (N. del m.) <<
[30] Uno de los platos más comunes era la compota, ligera y nutritiva. Se confeccionaba con las rosas más fragantes, recogidas —según la tradición— por la mañana temprano. Se lavaba y secaba a la sombra, en tiras de lino, añadiendo agua y miel, en proporción al peso de los pétalos. Se cocinaba después en una vasija, removiendo con una cuchara de madera hasta que espesase. En ocasiones se añadían unas gotas de limón, a fin de aumentar su astringencia. Esta compota se mantenía en frascos de cristal o barro, previamente sellados con cera. Los dulces a base de pétalos en polvo eran otra «especialidad» muy cotizada. Se preparaba una pasta con agua y unas gotas de limón, calentándose hasta obtener el color deseado. La masa era extendida y cortada en pequeñas pastillas, que se servían en una bandeja de madera. La miel de rosas —una de las «debilidades» de Jesús de Nazaret— se elaboraba colocando los pétalos y la miel en sucesivas capas. A continuación se calentaba la vasija, haciendo que el aroma de las rosas fuera absorbido por la miel. Transcurrida una semana se retiraban los pétalos. Los romanos —según cuenta Apicius en su libro de cocina De re coquinaria— gustaban de añadir a las sopas, carnes y pescados un polvo de pétalos despeciolados, que proporcionaba un exquisito sabor a los manjares. Y otro tanto sucedía con las ensaladas, en las que se incluían pétalos triturados o frescos. También las bebidas, sobre todo en las mesas más lujosas y exigentes, contaban con el concurso del «agua de rosas». Se empleaba, por ejemplo, para diluir el jugo de la granada o para aromatizar los de moras. El té de rosas, por otra parte, era muy apreciado entre los orientales. Lo confeccionaban con pétalos secos. Estos platos, además de su romántico y amable sabor, contenían notables cantidades de vitaminas, sales, fósforo, calcio y hierro. La rosa silvestre (Canina), por citar un ejemplo, encierra 20 veces más vitamina C que la naranja, sin mencionar las A, B, E y K. En cuanto al vinagre de rosas, lo obtenían introduciendo rosas rojas o blancas en un recipiente con vinagre común. (N. del m.) <<
[31] En el banco de datos de Santa Claus, en base a los cualificados estudios de Sussmann Muntner y otros especialistas, figuraban las siguientes y más destacadas enfermedades bíblicas: epilepsia, yeracón (ictericia), šituc (hemiplejía), šahéfet (tisis), déver (peste), afolim (leishmaniosis, botón de Oriente), šehín poreah ava’bu’ot (pénfigo), zav (gonorrea), réquev ’azamot (osteomielitis), šivrón motnáyim (lumbago), sanverim (amaurosis), doc (coloboma), šhavur (hidrocele, hernia), harúŝ (labio leporino), peŝúa’daká (ectopia testicular), acar (esterilidad), cašita (cirrosis hepática), raatán (filariasis), daléquet (inflamación), sapáhat (psoriasis), gabáhat y caráhat (alopecia), ŝará’at (lepra), bahéret (leucoderma), yabélet (acné), aŝévet (neuritis), ŝarévet (excoriación), ŝahéfet (tuberculosis), šavur (fractura conminuta), harúš (escisión), ma’új (aplastamiento), natuc (cortado), raŝ ús (herida contusa), sarúa (infectado), paŝúa (herido), karut (castrado), etc. Entre las enfermedades funcionales figuraban también el pesar (deavón), el atolondramiento (hipazón), la sensación de aniquilamiento (kilayón), el nerviosismo (iŝavón), la ceguera espiritual (ivarón), el dolor lumbar (šibarón), el estupor (šimamón), la embriaguez (šikarón), la alucinación (šigayón), la enajenación (šiga’ón) y la manía (timahón). En cuanto a los defectos o malformaciones eran conocidos con nombres que siguen el modelo pi’el: tullido (iter), mudo (ilem), calvo (guibéah), jorobado (guibén), redrojo (guidem), tartamudo (guimem), ciego (iver), sordo (heréš) y cojo (piséah). A este cuadro había que añadir una no menos extensa relación de epidemias y enfermedades infecciosas. (N. del m.) <<
[32] El capítulo dedicado en la Misná a la menstruante (nidá) abarca un total de diez apartados, repletos de las más absurdas y alambicadas prescripciones, que hoy sonrojarían a los más liberales defensores de los derechos de la mujer. En el caso de las hijas de los samaritanos, el fanatismo religioso judío llegaba a considerarlas «menstruantes e impuras desde la cuna». (N. del m.) <<
[33] Muchas de estas curiosas y saludables sentencias serían recogidas años más tarde por el notable judío Semuel ben Aba Hakohén, que vivió en el 165-257 de nuestra era. También conocido como Semuel Yarhinaa, desempeñó el cargo de médico personal del rey persa Shapur. (N. del m.) <<
[34] Según los especialistas, las primeras destilaciones conocidas fueron llevadas a cabo en España por un médico judío: Ibn Zohar, de Sevilla. Otros expertos opinan que el inventor fue Rhazes, de origen árabe. Sea como fuere, lo cierto es que el procedimiento se propagó rápidamente. Primero hacia Francia y después a Marruecos. En el siglo XVII, los turcos sembraron los Balcanes de extensos jardines de rosas, exportando la codiciada «agua de rosas». Bulgaria se convertiría en el siglo XIX en el principal productor. A ésta le seguirían Crimea, Turquía y el Cáucaso. La región de Grasse, en Francia, aprovechándose del invento español, llegaría a ser una gran productora de «agua y aceite de rosas». La verdad, no obstante, es que la destilación, aunque rudimentaria, nació en Oriente. (N. del m.) <<
[35] En aquel tiempo, Caná de Galilea —cuya ubicación se hallaba a unos novecientos metros al oeste de la actual Karf Kanna— disponía de tres accesos o caminos importantes. Uno situado al norte que, al igual que el procedente del este, desembocaba en la vía o ruta principal (la de Tiberíades) y un tercero —el que llevaba a Nazaret—, que arrancaba al sur de la población. El asentamiento de la población, propiamente dicha, puede ser localizado en la actualidad en un lugar denominado «Karm er-Ras», existente ya en el período del Bronce. En las primeras décadas del siglo XX tomó cuerpo una versión que intentaba asociar la ciudad del milagro del vino a Kâna el Jelil, al norte de la llanura de El Buttauf. La pretensión era absurda. Kâna el Jelil se halla a once millas al noroeste de Nazaret y a casi cinco de la ciudad de Séforis, en una ladera tan inclinada como rocosa, sin agua y muy poco saludable. (N. del m.) <<
[36] El nombre bíblico del terebinto —Elah—, al igual que el del roble —Allon o Elon— procede de la voz hebrea El (Dios) y era asociado al poder y la fuerza. Ambos eran reverenciados y en sus bosques se procedía a sepultar a los seres más queridos y respetados. Numerosos pasajes bíblicos se hallan vinculados al terebinto: un ángel se le apareció a Gedeón bajo un terebinto (Jueces, 6, 11); Jacob enterró los ídolos de Laban bajo el terebinto de Siquem (Génesis, 35, 4); Saúl y sus hijos fueron enterrados al pie de dicho árbol (I Crónicas, 10, 12); David dio muerte a Goliat en el valle del Terebinto (I Samuel, 17, 2) y Absalón, hijo de David, murió cuando su cabello se enredó en las ramas de un terebinto (II Samuel, 18, 9). (N. del m.) <<
[37] El Éxodo (12, 21-22), I Reyes (4, 33) y los Salmos (51, 7), entre otros textos bíblicos hacen referencia a esta planta, el origanum syriacum, que se ataba formando una especie de cepillo y con el que se rociaba de sangre los dinteles y jambas de las puertas cuando una casa judía se veía libre de la lepra. Así lo ordenaba el Levítico (14, 4). También era utilizado por los samaritanos para rociar la sangre del sacrificio pascual, en la falsa creencia de que la vellosidad de los tallos evitaba la coagulación. (N. del m.) <<
[38] Haciéndome eco de la cualificada opinión de Muntner, teniendo en cuenta que la mayoría de los términos médicos de la Biblia ha sido pésimamente traducida, no es de extrañar que la palabra «lepra» haya seguido idéntica suerte. Esto se advierte, en especial, en la traducción de ŝará’at, que no equivale a un diagnóstico determinado, sino a un término genérico aplicable a diferentes dermopatías contagiosas o no contagiosas. La culpa hay que buscarla en la traducción de la Septuaginta, donde se atribuye a dicha voz el significado de «lepra». En composición, la citada palabra poseía distintos significados. Por ejemplo: negá hasârá’at (infección cutánea); ŝará’at or habasar (chancro duro peneano); ŝará’at poráhat (leishmaniosis); ŝará’at nošenet (sífilis crónica, bejel, frambesia); ŝará’t broš (tricofitosis); ŝará’at maméret babégued (parasitosis que se transmite por las ropas); ŝará’at habáyit (contaminación saprofitaria de las casas), etc. En solitario, sin embargo, la palabra ŝará’at también tuvo en alguna ocasión el significado de «lepra» (caso de ŝará’at hamesah o lepra leonina).
En los capítulos XIII y XIV del Levítico se proporcionan minuciosas prescripciones sobre las normas a seguir con los leprosos y las que ellos mismos debían acatar. (N. del m.) <<
[39] Aunque supongo que en algún momento de estos diarios deberé entrar a fondo en el arduo capítulo de las «impurezas», de gran importancia para comprender al pueblo judío, señalaré ahora, a título de síntesis, las tres categorías principales de «impureza originante» que ejercían un notable influjo en la vida diaria de aquella sociedad: impureza derivada de algo muerto (cadáveres humanos, reptiles muertos, carroña de otros animales), impureza derivada del cuerpo humano vivo (menstruante, mujer con flujo anormal de sangre, parturienta, hombre con flujo [gonorreico], eyaculación del semen y lepra) e impureza derivada de medios de purificación (vaca roja y otros sacrificios expiatorios que deben ser quemados, agua de purificación y macho cabrío de Azazel). (N. del m.) <<
[40] Aunque los directores de Caballo de Troya nunca concedieron excesivo crédito a estas «modernas corrientes» —más cargadas de esnobismo que de fundamento científico— que defienden la «no existencia histórica de Nazaret», varios de los especialistas de la operación se preocuparon de reunir un máximo de información en torno, sobre todo, a los principales hallazgos arqueológicos habidos en el lugar. A título de guía para los escépticos, he aquí uno de los informes, elaborado por el prestigioso S. Loffreda, del Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén: «La presencia del hombre en Nazaret y sus alrededores se remonta a muchos siglos antes de la era cristiana. Ya en el paleolítico medio, entre 75 000 y 35 000 años antes de Cristo, el hombre de Galilea, muy cercano al hombre de Neanderthal, se había agrupado en los alrededores de Nazaret. Restos humanos de aquel período lejano y fascinante, así como utensilios musterienses, han sido hallados en la caverna de Djebel-Qafze. Ese hombre, que precede a la aparición del homo sapiens, vivía aún de la caza y de la recolección de frutos salvajes. No conocía el arte de construir casas, y se refugiaba periódicamente en cuevas naturales, donde —hecho nuevo y significativo en el hombre del paleolítico inferior— comenzó a sepultar a sus muertos.
»Sobre la pequeña colina que corresponde a Nazaret, los restos más antiguos se remontan al final del tercer milenio. Palestina, que había entrado en la civilización urbana al comienzo de ese período, sufrió, hacia el final del tercer milenio, un sensible retroceso cultural: muchas ciudades fueron destruidas, de modo que los restos arqueológicos provienen en gran parte de muchas tumbas. Se suele opinar, en general, que aquel retroceso está vinculado a la penetración en Canaán de los amorreos. En Nazaret esta fase está representada por algunos vasos de arcilla provenientes de un cementerio. Se trata de pequeñas ánforas de color gris claro, que presentan una base achatada muy ancha, asas horizontales reducidas a mera huella, cuello vuelto e incisiones rudimentarias en la base del cuello.
»En Nazaret, el material procedente del período del segundo milenio, conocido en Palestina con el nombre de Bronce Medio II (2000-1550) y Bronce Nuevo (1550-1200), es mucho más abundante. El período del Bronce Medio, que registra entre otros acontecimientos la entrada de los patriarcas en la tierra de Canaán y constituye, por tanto, el alba de la historia sagrada, es representado en Nazaret por vasos de cerámica muy elegantes, que reflejan un gusto artístico de lo más refinado. Además, algunos alabastros y escarabajos habían llegado ya del lejano Egipto a este territorio. El período siguiente, el Bronce Nuevo, ha dejado igualmente numerosos vestigios.
»Hay que hacer notar que todo ese material del segundo milenio no procede de la ciudad propiamente dicha, sino de algunas tumbas. Una de ellas fue descubierta bajo el pequeño convento de la iglesia bizantina de la Anunciación. Otra al sudeste, inmediatamente contigua al mismo convento y una tercera, más al sur. Puesto que la costumbre de enterrar a los muertos fuera de la zona habitada estaba ya en vigor en el segundo milenio, podemos suponer con toda certeza que la ciudad de Nazaret del Bronce Medio y Nuevo se encuentra más al norte y aún no ha sido alcanzada por las excavaciones.
»Con la Edad del Hierro (1200-587), entramos de lleno en el período bíblico: después del éxodo de Egipto, las tribus israelitas se instalan en la Tierra Prometida, adquieren una fisonomía propia y, a partir de Saúl, se organizan en monarquía. Nazaret pertenecía a la tribu de Zabulón que, con toda probabilidad, nunca bajó a Egipto. Después del cisma ocurrido a la muerte de Salomón (año 922 antes de Cristo), Nazaret formaba parte del reino del norte, que fue sometido por el imperio asirio en el 722.
»En esa época observamos en Nazaret un hecho muy significativo. En el sector meridional de la colina han sido hallados algunos silos excavados en la roca, mientras que la zona de tumbas queda ya desplazada fuera de la colina. Tenemos, por tanto, pruebas arqueológicas de que, a partir de la Edad del Hierro, el flanco meridional de la colina, reservado antes a las sepulturas, se había convertido ya en zona de habitación. Es importante subrayar que esa trasposición se mantuvo después, incluso en el tiempo en que Jesús vivía en Nazaret.
»Es muy posible que ese cambio de tradiciones esté vinculado a un cambio de población, tanto más si se tiene en cuenta que coincide con la última oleada de penetración israelita en Canaán. Hasta hace poco, la cerámica hallada en las excavaciones pertenecía más bien a la última fase del Hierro. Sólo el hallazgo fortuito de una tumba, con un rico surtido de vasos, objetos de metal y escarabajos, prueba que el establecimiento se remonta al siglo XII, es decir, al comienzo del período israelita.
»En los límites de la ciudad, la cerámica del Hierro ha sido hallada en zonas muy dispares. Por ejemplo, en el lado oriental de la iglesia de la Anunciación del tiempo de los cruzados y al noroeste. Es importante recordar también que diversos fragmentos de cerámica del Hierro han sido hallados en las grietas de la roca que forma el techo de la gruta venerada de la Anunciación. Quede claro que las excavaciones son demasiado parciales como para que puedan establecerse los límites extremos de la ciudad israelita de Nazaret. De todas maneras es verosímil que diversas estructuras de uso doméstico, excavadas en la roca, hayan sido utilizadas durante varios siglos a partir de la Edad del Hierro. Sea como sea, la Nazaret antigua jamás dejó de ser una humilde aldea, por lo que no es extraño que nunca la mencione el Antiguo Testamento. No es poco, de todas formas, haber podido constatar la presencia humana por lo menos 2000 años antes de la época evangélica». (N. del m.) <<
[41] Los turistas y actuales visitantes no pueden reconocer en la Nazaret de hoy la insignificante aldea de la época de Jesús. No queda nada, a excepción de esa Nazaret subterránea y casi «troglodítica». La próspera ciudad del siglo XX, con sus más de 40 000 habitantes, sigue siendo un enigma. Incluso su nombre, que procede de la raíz semítica nsr y que significa «guardar» o «esconder», parece estrechamente vinculado a esas cuevas y túneles rocosos. Quizá algún día la arqueología, al explorarlos, revele al mundo cómo era en verdad la vida en aquella remota población. (N. del m.) <<
[42] Estos «mapas» no eran una novedad en los tiempos de Jesús. Muy posiblemente obedecían a la moda impuesta por un tal Pausanias, autor de una curiosa y divertida serie de «guías» (hoy podríamos calificarlas de «turísticas») para viajar por Grecia. Los mapas de Pausanias eran el equivalente de los confeccionados por Baedeker o Murray y que fueron traducidos por sir James Frazer. Como digo, estos trabajos eran bastante frecuentes en el siglo I. Augusto encomendó un nuevo mapa del imperio a uno de sus altos funcionarios, así como un detallado diccionario geográfico. Tampoco podemos olvidar la expedición geodésica patrocinada por Nerón al Alto Nilo. (N. del m.) <<
[43] En el complejo entramado de monedas que nos vimos obligados a conocer y a manejar, el denario-plata venía a representar el «patrón monetario». Era el salario-día de un obrero «no especializado» y, a grandes rasgos, guardaba las siguientes equivalencias: seis sestercios o veinticuatro ases. La méah podía cambiarse por un sexto de denario o cuatro ases; el pondion o semiméah era igual a dos ases. En consecuencia, un as era similar a un semipondio. El cuadrante representaba dos leptas (pura calderilla) o un cuarto de as. A su vez, la lepta o leptón, también conocida como proutah, tenía el valor insignificante de un octavo de as. Todas estas monedas se hallaban fabricadas en cobre. Respecto a los dineros más cuantiosos, las equivalencias eran distintas. El aureus (denario de oro) representaba treinta denarios de plata. El sekel (siclo, statere, selá o tetradracma) equivalía a cuatro denarios-plata o veinticuatro sestercios. El zouz tirio —que los griegos llamaban dracma— era igual a un denario-plata. Una mina, precio medio de un campo, equivalía, más o menos, a 240 denarios-plata. Por último, el talento era igual a tres mil sekel o siclos (catorce mil cuatrocientos denarios-plata). Toda una fortuna. (N. del m.) <<
[44] Los amorritas —pueblo semita— se instalaron desde el tercer milenio antes de Cristo al norte de Siria, oasis de Palmira y Babilonia. La Biblia los menciona como descendientes de Amorreo, hijo de Canaán (Génesis, 10, 16). Se cree que, entre los siglos XV al XVI, los amorreos penetraron hacia el sur de Siria, alto Canaán y orilla oriental del río Jordán, hasta el Arnón. Al parecer, el pueblo hebreo entró en contacto con ellos durante o después del Éxodo. Cabe la posibilidad de que, en las incursiones de los amorritas hacia el sur de Siria y alto Canaán, numerosas familias y grupos se establecieran en la alta y baja Galilea, dando origen así a individuos de configuración semítica. Nazaret y su entorno, en este supuesto, no habrían sido una excepción en el cruce con los amorritas. Una obra capital del arte amorrita, amén de los «cilindros» que representan a Amurru, dios del oeste y de la tempestad, es la estela con el código de Hammurabi. (N. del m.) <<
[45] Esta clase de juguetes era habitual entre la chiquillería de Palestina. En Grecia, en el siglo IV antes de Cristo, se tenían noticias de muñecas similares. Jenofonte menciona, incluso, a un actor que trabajaba con marionetas. (N. del m.) <<
[46] Amplia información sobre los complejos dispositivos de filmación de la «vara de Moisés» en Caballo de Troya (volumen primero). (Nota de J. J. Benítez.) <<
[47] En el banco de datos de Santa Claus disponíamos de una amplia documentación sobre esta casta sacerdotal —los saduceos—, de tan nefasta influencia en la conjura contra el rabí de Galilea. Resulta decisivo entender su filosofía y estilo de vida para, a su vez, comprender el porqué de sus odios hacia el Maestro. En este sentido, los estudios de especialistas como J. Jeremías, Rolland y Saulnier resultan esclarecedores. El nombre de los saduceos procedía o estaba relacionado con el de Sadoq, que reivindicaba el sacerdocio legítimo (Ez. 40, 46). Y aunque los últimos asmoneos y las familias de la aristocracia pontificia ilegítima —caso de Hircano (130-104 antes de Cristo), Sumo Sacerdote— habían adoptado las ideas saduceas, la verdad es que no se podía considerar dicha casta como un «partido clerical de élite». Aunque en su origen fueron los caudillos de la resistencia contra los impíos, sus posteriores alianzas con Roma y su apertura al progreso y al dinero griegos terminarían por convertirles en la viva imagen del lujo, del buen vivir y de la intolerancia hacia cualquier idea que propugnara la igualdad entre los hombres. Los saduceos formaban un grupo organizado, no excesivamente numeroso como asegura Josefo (Ant. XVIII 1, 4) y en el que no resultaba fácil ingresar. Poseían una halaká o tradición muy especial, basada en el Pentateuco y sólo en él. Una forma de vida que, lógicamente, los diferenciaba del resto de la comunidad. No aceptaban fácilmente a los profetas, culpando a los fariseos de muchas de las herejías recientes. Se afanaban en demostrar una fidelidad casi enfermiza al Dios de la Alianza y de sus antepasados. Fidelidad que, naturalmente, les permitía seguir disfrutando de sus privilegios. Su «teología» es igualmente importante para entender la postura de conservadurismo a ultranza de dicha casta: su estricta observancia de la Torá, en especial en todo lo concerniente al culto y al sacerdocio, les había llevado a profundas disputas con los fariseos, que defendían la tradición oral y un riguroso cumplimiento de la pureza sacerdotal. Negaban violenta y sistemáticamente la resurrección, apoyándose en el concepto tradicional de una retribución inmediata y material. De esta forma justificaban su poder y riquezas: Dios bendice a los justos. La frase de Jesús —«los últimos serán los primeros»— era algo que no podían admitir ni soportar. Aceptar un juicio y un premio o castigo después de la muerte habría colocado en serias dificultades sus lujos y desmanes. Para los saduceos, la santidad y las leyes de la pureza sólo eran exigibles en el templo. En consecuencia, fuera de su recinto, podían comportarse como mejor conviniera a sus intereses, esclavizando incluso al pueblo. La expresión de Jesús —«sepulcros blanqueados»— los retrató a la perfección. (N. del m.) <<
[48] Entre los rituales practicados por los judíos en caso de duelo figuraban el de rasgarse las vestiduras y desnudar el hombro. Asimismo, la costumbre de la época obligaba a la celebración de un banquete fúnebre —el «pan de duelo» de que hablan Oseas y Ezequiel (Os. IX, 4) y (Ez. XXIV, 17)— en el que el vino corría con generosidad, concluyendo la mayor parte de las veces en francachelas. El duelo duraba treinta días. En los tres primeros estaba prohibido todo tipo de trabajo, no pudiendo siquiera saludar a sus conciudadanos. Los muy piadosos y observantes de la ley no se afeitaban ni bañaban, cubriéndose con las ropas más sucias y viejas de la casa. En la Galilea, liberada y liberal, muchas de estas normas eran ignoradas. (N. del m.) <<
[49] Aunque la descripción de este complejo mecanismo ya fue incluida en volúmenes anteriores, entiendo que, aquí y ahora, su repetición puede ser de interés para el lector. Ésta fue la explicación del mayor:
«Uno de los dispositivos ubicado en el interior del cayado —el de ondas ultrasónicas, de naturaleza mecánica, y cuya frecuencia se encuentra por encima de los límites de la audición humana (superior a los 18 000 Herz)— había sido modificado con vistas a esta nueva misión. Caballo de Troya prohibía terminantemente que sus “exploradores” lastimaran o mataran a los individuos… Pero, en previsión de posibles ataques de animales o de hombres, como medio disuasorio e inofensivo, Curtiss había aceptado que los ciclos de las referidas ondas fueran intensificados más allá, incluso, de los 21 000 Herz. En caso de necesidad, el uso de los ultrasonidos podía resolver situaciones comprometidas, sin que nadie llegara a percatarse del sistema utilizado. Como expliqué también, tanto los mecanismos de teletermografía como los de ultrasonidos eran alimentados por un microcomputador nuclear, estratégicamente alojado en la base del bastón. La “cabeza emisora”, dispuesta a 1,70 m de la base de la “vara”, era accionada por un clavo de ancha cabeza de cobre, trabajado —como el resto—, de acuerdo con las antiquísimas técnicas metalúrgicas descubiertas por Glueck en el valle de la Arabá, al sur del mar Muerto, y en Esyón-Guéber, el legendario puerto de Salomón en el mar Rojo. Los ultrasonidos, por sus características y naturaleza inocua, eran idóneos para la exploración del interior del cuerpo humano. En base al efecto piezoeléctrico, Caballo de Troya dispuso en la cabeza emisora, camuflada bajo una banda negra, una placa de cristal piezoeléctrico, formada por titanato de bario. Un generador de alta frecuencia alimentaba dicha placa, produciendo así las ondas ultrasónicas. Con intensidades que oscilan entre los 2,5 y los 2,8 miliwatios por centímetro cuadrado y con frecuencias próximas a los 2,25 megaciclos, el dispositivo de ultrasonidos transforma las ondas iniciales en otras audibles, mediante una compleja red de amplificadores, controles de sensibilidad, moduladores y filtros de bandas. Con el fin de evitar el arduo problema del aire —enemigo de los ultrasonidos—, los especialistas idearon un sistema capaz de “encarcelar” y guiar los citados ultrasonidos a través de un finísimo “cilindro” o “tubería” de luz láser de baja energía, cuyo flujo de electrones libres quedaba “congelado” en el instante de su emisión. Al conservar una longitud de onda superior a los 8000 angström (0,8 micras), el “tubo” láser seguía disfrutando de la propiedad esencial del infrarrojo, con lo que sólo podía ser visto mediante el uso de los lentes especiales de contacto (“crótalos”). De esta forma, las ondas ultrasónicas podían deslizarse por el interior del “cilindro” o “túnel” formado por la “luz sólida o coherente”, pudiendo ser lanzadas a distancias que oscilaban entre los cinco y veinticinco metros. El sobrenombre de “crótalos” se debía a la semejanza en el sistema utilizado por este tipo de serpiente. Las fosas “infrarrojas” de las mismas les permiten la caza de sus víctimas a través de las emisiones de radiación infrarroja de los cuerpos de dichas presas. Cualquier cuerpo cuya temperatura sea superior al cero absoluto (menos 273oC), emite energía del tipo IR, o infrarroja. Estas emisiones de rayos infarrojos, invisibles para el ojo humano, están provocadas por las oscilaciones atómicas en el interior de las moléculas y, en consecuencia, se hallan estrechamente ligadas a la temperatura corporal». (N. de J. J. Benítez.) <<
[50] El efecto de los ultrasonidos, puramente defensivo como ya indiqué, se centraba en el mencionado aparato «vestibular», vital en la percepción de sensaciones y que facilita una permanente información sobre la posición en el espacio del cuerpo y cabeza. Unida a las impresiones visuales y táctiles, da a conocer al sujeto las variaciones de situación que experimenta el cuerpo, desencadenando las correspondientes y automáticas reacciones que tienden al mantenimiento del equilibrio, en colaboración con la contracción sinérgica de los músculos antagonistas. (N. del m.) <<
[51] Entiendo que, en especial para cuantos hayan podido leer los volúmenes precedentes (Caballo de Troya 2 y 3), traer aquí y ahora una síntesis —casi «telegráfica»— de los principales acontecimientos registrados a lo largo de los primeros catorce años de la vida de Jesús de Nazaret puede resultar útil. Amén de refrescar los recuerdos nos proporcionará a todos una mejor comprensión de cuanto narra el mayor a partir de estos momentos. Vayamos, pues, con ese resumen:
AÑO -8.
• En marzo se celebran las bodas de José y Miriam (verdadero nombre de María). Ella contaba 13 años de edad; él, 21.
• Hacia mediados del octavo mes (marješván), en noviembre, al atardecer, la joven esposa recibe la misteriosa visita del ángel Gabriel que le dice: «Vengo por mandato de aquel que es mi Maestro, al que deberás amar y mantener. A ti, María, te traigo buenas noticias, ya que te anuncio que tu concepción ha sido ordenada por el cielo. A su debido tiempo serás madre de un hijo. Le llamarás Yehošu’a (Jesús o “Yavé salva”) e inaugurará el reino de los cielos sobre la Tierra y entre los hombres. De esto, habla tan sólo a José y a Isabel, tu pariente, a quien también he aparecido y que pronto dará a luz un niño cuyo nombre será Juan. Isabel prepara el camino para el mensaje de liberación que tu hijo proclamará con fuerza y profunda convicción a los hombres. No dudes de mi palabra, María, ya que esta casa ha sido escogida como morada terrestre de este niño del destino… Ten mi bendición. El poder del Más Alto te sostendrá. El Señor de toda la Tierra extenderá sobre ti su protección».
• En todo momento, María defendió la concepción «no humana» de su primogénito.
• José, durante algún tiempo, no consigue entender cómo un niño nacido de una familia humana pudiera tener un destino divino. En un sueño, «un brillante mensajero» le tranquilizó con las siguientes palabras: «José, te aparezco por orden de aquel que reina ahora en los cielos. He recibido el mandato de darte instrucciones sobre el hijo que María va a tener y que será una gran luz en este mundo. En él estará la vida y su vida será la luz de la humanidad. De momento irá hacia su propio pueblo. Pero éste le aceptará con dificultad. A todos aquellos que le acojan les revelará que son hijos de Dios».
• El papel que debería desempeñar aquel «hijo del destino» provocaría un grave confusionismo entre los allegados a José y María. La mayor parte de sus familiares acogió la noticia con escepticismo. Erróneamente, la Señora —como la llama el mayor— identificó a su Hijo con el Mesías o Libertador político.
AÑO -7.
• En febrero, María visita a su prima lejana Isabel. En junio del año anterior, el ángel Gabriel se había aparecido igualmente a Isabel, comunicándole lo siguiente: «Mientras tu marido, Zacarías, oficia ante el altar, mientras el pueblo reunido ruega por la venida de un salvador, yo, Gabriel, vengo a anunciarte que pronto tendrás un hijo que será el precursor del divino Maestro. Le pondrás por nombre Juan. Crecerá consagrado al Señor, tu Dios y, cuando sea mayor, alegrará tu corazón ya que traerá almas a Dios. Anunciará la venida del que cura el alma de tu pueblo y el libertador espiritual de toda la humanidad. María será la madre de este niño y también apareceré ante ella».
Tres semanas más tarde, la futura madre de Jesús regresaba a Nazaret, definitivamente convencida del «papel político y libertador» que desempeñarían su Hijo y Juan, su lugarteniente.
• El 25 de marzo nace Juan.
• Al recibirse en Nazaret la orden de empadronamiento, José dispone el viaje a Belén, pero en solitario. María lo convence para que viajen juntos, a pesar de encontrarse casi «fuera de cuentas».
• Al amanecer del 18 de agosto emprenden el camino, por el Jordán, hacia la ciudad de David.
• Al atardecer del 20 de agosto entran en Belén, alojándose en los establos de la posada. Esa misma noche experimentaría los primeros dolores.
• Hacia las doce del mediodía del 21 de agosto se producía el alumbramiento de Jesús: el bekor o primogénito de María.
• Cuando el bebé contaba escasas semanas recibe la visita de unos sacerdotes astrólogos procedentes de Ur de Caldea. Zacarías les informa del lugar donde se encuentra «el rey de los judíos» y, tras contemplar al niño, retornan a Jerusalén, siendo interrogados por Herodes el Grande. El «edomita» intenta engañar a los «magos» pero éstos desaparecen, rumbo a su país. Los espías de Herodes buscan afanosamente al niño. José, advertido por Zacarías, oculta a Jesús en la casa de sus parientes. Angustiosa situación de la familia. José duda entre buscar trabajo e instalarse en Belén o huir.
AÑO -6.
• Desesperado ante la infructuosa búsqueda del «otro rey», Herodes ordena el registro de la aldea y la ejecución de cuantos varones menores de dos años pudieran ser hallados. El aviso de un «funcionario» próximo a la corte del «edomita» permite que José, María y el niño escapen a tiempo. En la matanza —ocurrida en octubre— pierden la vida 16 niños. Jesús contaba 14 meses de edad.
• La familia se instala en la ciudad egipcia de Alejandría, bajo la protección de unos acaudalados parientes de José. Allí permanecen por espacio de dos años. José aprende el oficio de contratista de obras. La comunidad judía termina por conocer el secreto de María y José e intenta convencer a los padres del «Hijo de la Promesa» para que Jesús crezca y sea educado en Alejandría. Le regalan un ejemplar de la traducción griega de los textos de la ley, de gran importancia en la posterior educación del joven Jesús.
• María se obsesiona por la integridad física de su hijo.
AÑO -4.
• En agosto, tercer aniversario de Jesús, la familia embarca con destino al puerto de Joppa, a unas 300 millas de Alejandría. Primer viaje por mar de Jesús.
• A finales de ese mes de agosto, vía Lydda y Emmaüs, llegan a Belén. Permanecen en la aldea durante todo septiembre. María es partidaria de educar a su hijo en Belén. José, en cambio, se opone, sugiriendo el regreso a Nazaret. El carácter violento del nuevo tetrarca —Arquelao—, sucesor de su padre, Herodes el Grande, decide a José por la baja Galilea. María tiene que ceder. A primeros de octubre emprenden por fin el viaje hacia Nazaret. Al llegar a la aldea se encuentran la casa ocupada por uno de los hermanos de José.
AÑO -3.
• En la madrugada del 2 de abril nace Santiago.
• A mediados de ese verano, José consigue uno de sus sueños: montar un taller cerca de la fuente pública. Se asocia con dos de sus hermanos. Los negocios prosperan. Reúnen una cuadrilla de obreros y recorren las aldeas y ciudades próximas, trabajando, sobre todo, en la construcción de edificios. Poco a poco, José abandona las labores de carpintería.
• Jesús empieza a oír los relatos de los viajeros y conductores de caravanas que acuden al taller de su padre terrenal.
• En julio, una epidemia intestinal obliga a María a salir del pueblo con sus dos hijos, refugiándose durante dos meses en la granja de uno de sus hermanos, cerca de Sarid. Jesús hace una especial «amistad» con una oca.
AÑO -2.
• En la noche del 11 de julio nace Miriam. A punto de cumplir cinco años, Jesús pregunta por primera vez sobre el misterio de la vida y del nacimiento de los seres vivos. Su curiosidad insaciable ocasiona problemas a cuantos le rodean.
• El 21 de agosto, en su quinto aniversario, Jesús, de acuerdo con la ley, pasa a depender de José en todo lo concerniente a su educación moral y religiosa. Y empieza a aprender el oficio de su padre. María le inicia en el cuidado de las flores. Jesús garabatea sus primeras letras.
• Primera gran desilusión del pequeño. Ese verano, un temblor sacude Nazaret. Sus padres no saben explicarle el porqué del seísmo. Su continuo río de preguntas obliga a José a esconderse, huyendo así de las embarazosas cuestiones que plantea su incansable Hijo.
AÑO -1.
• María recibe la visita de Isabel. Primer encuentro de Juan y Jesús. Durante una semana, las familias hacen «planes» para el Libertador y su «segundo». Juan habla a su primo de Jerusalén y de su grandeza. Desde entonces no cesó de preguntar: «¿Cuándo viajaremos a Jerusalén?».
• Jesús manifiesta un «blasfemo» deseo de hablar directamente con Dios. Y le llama «Padre». José y María, aterrorizados, tratan de disuadirle de semejante idea.
• En junio, José toma la decisión de ceder el taller a sus hermanos, lanzándose de lleno a la contrata de obras. María se opone. Pero los ingresos de la familia mejoran considerablemente.
• Jesús acompaña a José en muchos de los viajes de negocios por la región.
AÑO 1.
• Su pasión por los juegos paganos y los continuos paseos por la colina del Nebi Sa’in le valen una dura reprimenda. José le hace ver que debe someterse a la disciplina del hogar.
• En el shebat (enero-febrero), recibe una de las más agradables sorpresas de su corta vida: Nazaret está nevado.
• En julio, el primogénito rueda por los peldaños de la escalera adosada a uno de los muros de la casa, cegado por una tormenta de arena. El percance resucitó en María los viejos temores.
• El miércoles, 16 de marzo, nace el cuarto hijo: José.
• En agosto, al cumplir los siete años, siguiendo la costumbre, Jesús ingresa en la escuela. Los «estudios elementales» se prolongaban hasta los diez años.
• Jesús continúa escuchando a los peregrinos y caravaneros. Ello le permite perfeccionar el griego. Su madre le enseña a ordeñar, a preparar el queso y a tejer.
• Por aquellas fechas, el Jesús niño y su amigo íntimo, Jacobo, descubren el taller del alfarero Nathan.
AÑO 2.
• El buen hacer de Jesús en la escuela le supone una «licencia»: librar una de cada cuatro semanas. Y el muchacho dedica esas «vacaciones» a la pesca, a orillas del yam, y a la agricultura, en la granja de su tío. Su primera experiencia con una red tendría lugar en mayo.
• Aquel año aparece en Nazaret un misterioso profesor de matemáticas, oriundo de Damasco. El enigmático «sabio» le inicia en el mundo de los números y, sobre todo, de la Kábala.
• Jesús enseña a su hermano Santiago los rudimentos del abecedario.
• Los maestros pierden la paciencia ante sus inquietantes y, a veces, «sacrílegas» preguntas. Todo le interesa. Todo lo cuestiona. A su alrededor se gesta un ambiente de rechazo y antipatía por parte de determinados círculos de la aldea.
• El deslenguado Zacarías revela a Nahor, profesor de una de las escuelas rabínicas de Jerusalén, la existencia en Nazaret del Mesías. Nahor examina primero a Juan y, posteriormente, se traslada a la Galilea. Aunque el «descaro» de Jesús en temas religiosos no es de su agrado decide proponer su traslado a la Ciudad Santa, con el fin de que estudie. José no ve claro el proyecto. María, en cambio, presiente que aquello puede ser la culminación de la «carrera política» de su Hijo. Ante el desacuerdo de los padres, Nahor consulta al interesado. Jesús decide permanecer en Nazaret.
• En la noche del viernes, 14 de abril, llega al mundo Simón, el tercero de los hermanos varones.
• Jesús vende el queso y la mantequilla que él mismo preparaba. Con el dinero se costea sus primeras clases de música.
AÑO 3.
• Jesús conoce las habituales enfermedades de la infancia. Su desarrollo físico es espectacular, destacando entre la población infantil de la aldea.
• En invierno se registra un grave incidente. Jesús, excelente dibujante, comete el «sacrilegio» de pintar el rostro de su maestro en el pavimento de la escuela. El consejo de Nazaret se reúne y José es amonestado. La ley judía prohibía todo tipo de representaciones humanas. El díscolo jovencito es amenazado con la expulsión de la escuela. Jesús no volvería a pintar ni a modelar arcilla.
• En compañía de su padre escala por primera vez el monte Tabor.
• El 15 de septiembre nace Marta, la segunda de las hermanas. El alumbramiento obliga a José a ampliar la vivienda.
• Jesús trabaja ese año en labores de siega, en la granja de su tío. María se indigna al saber que su Hijo ha manejado una hoz.
AÑO 4.
• A punto de cumplir los diez años, la corpulencia física y la agilidad mental de Jesús le convierten en el jefe de una «banda» de siete amigos. Jacobo, su vecino e íntimo amigo, es uno de ellos. Jesús experimenta un rechazo natural ante la violencia. Ello le ocasiona serios conflictos con sus compañeros de juegos.
• El 5 de julio tiene lugar un «suceso» que confunde a sus padres. Ese sábado, en uno de los habituales paseos por el campo, Jesús confiesa a José «que sentía que su Padre de los cielos le reclamaba y que él no era quien todos creían que era». A partir de esa fecha se tornaría taciturno y solitario, frecuentando la compañía de los adultos.
• En agosto ingresa en la escuela superior. Sus «impertinentes preguntas» fueron a más, provocando que el consejo llamara al orden a sus padres. Y los enemigos de Jesús le acusaron de «soberbio, descarado y presuntuoso».
• Su afición a la pesca crece. Hasta el punto que comunica a su padre que, en el futuro, «desea ser pescador».
AÑO 5.
• A mediados de mayo, Jesús acompaña a su padre a la ciudad helenizada de Scythópolis, en la Decápolis. La grandiosidad de los edificios y la belleza de los juegos que presencia le entusiasman. José se ofende y llega a zarandear a su hijo en una acalorada discusión.
• El miércoles, 24 de junio, María da a luz a Judas. A raíz de este parto, la Señora cae enferma. Jesús se ve obligado a suspender las clases en la escuela y a cuidar de su madre y hermanos pequeños. Los juegos y distracciones se espacian. Las dudas sobre su verdadera «identidad» siguen atormentándole.
AÑO 6.
• Jesús vuelve a los estudios. Su forma de ser cambia: de las constantes preguntas pasa al silencio. Sus padres no entienden este extraño giro. María se desespera. No comprende por qué su primogénito, «Hijo de la Promesa», no atiende y comparte sus directrices «para alzar a la nación judía contra Roma». Las discusiones entre los esposos, en este sentido, son continuas. Jesús guarda silencio y se refugia en la música y en el cuidado de sus hermanos.
• A final de año, a causa del demoledor «sometimiento» a las rígidas y absurdas pautas religiosas de la comunidad, Jesús cae en un profundo abatimiento.
AÑO 7.
• Jesús entra en la adolescencia. Su voz y cuerpo se modifican.
• En la noche del domingo, 9 de enero, nace Amós.
• En febrero, el espléndido joven supera su abatimiento. Conjugaría, de momento, las férreas creencias de sus mayores con el secreto proyecto que seguía germinando en su corazón: «iluminar a la humanidad, hablándole de su Padre celestial».
• El 20 de marzo, tras una reposada y pulcra lectura en la sinagoga, el pueblo se siente orgulloso de aquel hijo de Nazaret. Y resucitan los viejos planes para que estudie en Jerusalén. Acudiría a la Ciudad Santa al cumplir los quince años.
• A primeros de abril recibe el diploma por sus estudios. José le anuncia que, como adulto ante la ley, asistirá a su primera Pascua en Jerusalén.
• El lunes 4 de ese mes de abril, un grupo de 130 vecinos emprende la marcha hacia la Ciudad Santa. En este viaje, la familia de Nazaret entabla amistad con la de Lázaro, en Betania. En el atardecer del jueves, día 7, Jesús contempla Jerusalén desde el monte de los Olivos.
• Al día siguiente José llevó a su primogénito a una de las prestigiosas academias rabínicas.
• 8 de abril: esa noche, un ángel aparece ante Jesús y le dice: «Ha llegado la hora. Ya es el momento de que empieces a ocuparte de los asuntos de tu Padre». Y el Hijo del Hombre, muy lentamente, va adquiriendo conciencia de su origen y naturaleza divinos.
• El sábado, 9 de abril, es consagrado en el templo como «hijo de la ley». Jesús sufre una profunda decepción ante la teatralidad y el derramamiento de sangre que acompañan a los ritos religiosos. Los desacuerdos con sus padres van en aumento.
• El domingo, Jesús «descubre» las discusiones entre los rabinos y doctores de la ley. Antes de la partida hacia Galilea queda fijado su ingreso en la escuela rabínica para agosto del año 9. Jesús continúa asistiendo a las conferencias del templo, pero no interviene.
• El 18 de abril, lunes, los peregrinos se concentran en las proximidades del templo y parten hacia Nazaret. María y José descubren la desaparición de su hijo al llegar a Jericó.
• El mediodía de ese lunes Jesús toma plena conciencia de la marcha de la caravana. Pero decide quedarse y seguir asistiendo a las discusiones del templo.
• A la mañana siguiente, al pasar por el Olivete, Jesús llora amargamente a la vista de Jerusalén. José y María regresan a la Ciudad Santa y le buscan desesperadamente.
• En esa jornada, el adolescente habla por primera vez ante los rabinos, provocando con sus preguntas y comentarios las más dispares reacciones.
• La tercera jornada de Jesús en el templo constituye un gran triunfo para el joven de Nazaret. La noticia de un niño galileo, dejando en ridículo a los presuntuosos escribas y doctores de la ley, se difunde por la ciudad.
• El jueves, 21 de abril, José y María deciden buscar fuera de Jerusalén. Acuden al templo para interrogar a Zacarías y José reconoce la voz de su hijo entre los asistentes a uno de los debates. Esa misma tarde, en mitad de una fuerte tensión, inician el retorno a la Galilea. El abismo entre las ideas de María y las de su primogénito se hace casi insalvable.
• Al entrar en Nazaret, Jesús prometió a sus padres que jamás volverían a sufrir por su causa. «Esperaré mi hora», manifestó. Y la Señora reavivó sus sueños nacionalistas. Pero Jesús se encerró en un cerco de silencio, frecuentando, cada vez más, la cima del Nebi.
• El «éxito» de Jesús en Jerusalén fue celebrado por sus profesores y convecinos. Y muchos compartieron las ilusiones políticas de su madre: «de Nazaret saldría un brillante maestro y, quizá, un jefe de Israel».
AÑO 8.
• El joven Jesús se convierte en un hombre de gran belleza. Siguió trabajando como carpintero. Y su mente fue abriéndose a la realidad divina. Pero los solitarios paseos y el acusado distanciamiento de las ideas de su madre hicieron dudar a María del prometido destino de su Hijo. Además, el siempre pensativo carpintero «no hacía prodigios».
• A pesar de la tensa situación familiar, José lo dispuso todo para el próximo ingreso de su primogénito en la escuela rabínica de Jerusalén. El futuro parecía prometedor.
• El 21 de agosto, al cumplir los catorce años, su madre le regala una espléndida túnica de lino, confeccionada por ella misma.
• Pero en la mañana del martes, 25 de septiembre, la vida de Jesús y de toda la familia sufrió un doloroso cambio: José había resultado herido, al caer de una obra en la residencia del gobernador, en la vecina ciudad de Séforis. El contratista de obras y padre terrenal del Hijo del Hombre falleció poco después, cuando contaba treinta y seis años. Curiosamente, casi a la misma edad en que fue crucificado Jesús. Al día siguiente fue sepultado en Nazaret.
(Nota de J. J. Benítez). <<
[52] Desde los tiempos bíblicos, el perro fue despreciado, siendo estimado únicamente en su papel de guardián del ganado y como carroñero, encargado de la limpieza de las ciudades. Merodeaba en la noche por las murallas (Salmos, 59, 6), devorando, incluso, los cuerpos humanos (Reyes, I, 14-12) y comiendo la carne que aborrece el hombre (Éxodo, 22, 31). En Salmos (22, 16-20) se les compara a los violentos. Era, en suma, el mayor de los ultrajes (Sam., I, 22, 14), (Sam., II, 3, 8), (Reyes, II, 8, 13) e (Isaías, 66, 3). En el lenguaje popular la palabra «perro» servía para designar a un enemigo. (N. del m.) <<
[53] Basta con echar un vistazo a la amplísima bibliografía existente en torno al Mesías judío para percatarse de lo delicado del momento elegido por el Maestro para su encarnación. He seleccionado los estudios de Rops, por su claridad y concisión, como el ejemplo que certifica las afortunadas palabras del mayor. Veamos algunos de los conceptos y creencias que, en relación al ansiado Mesías, florecían en la sociedad en la que tuvo que desenvolverse el Hijo del Hombre:
«Esa esperanza —dice D. Rops— de una era más feliz que el tiempo presente estaba cristalizada alrededor de una imagen grandiosa de un ser providencial investido del cargo capaz de promoverla. En las cercanías de la era cristiana se designaba a ese ser con el título que la Escritura santa aplicaba a hombres providenciales que Dios había utilizado especialmente para servir sus designios, reyes de Israel, sumos sacerdotes, hasta soberanos extranjeros que habían hecho bien al Pueblo elegido, como Ciro, rey de los persas: “ungido” del Señor, meshiah en arameo y christos en griego. Una poderosa corriente de fervor desembocaba en esa misteriosa figura, una inmensa esperanza que, desde generaciones y generaciones, henchía el pecho de los creyentes.
»Esa esperanza jamás fue tan viva, tan apremiante la espera, como en ese período de tristeza y de sorda angustia. (Rops se refiere al sometimiento de Israel al yugo de Roma). Que el Todopoderoso había de asegurar el triunfo de su causa, vengarse de la maldad de sus enemigos y al mismo tiempo devolver a Israel sus derechos y su gloria, ¿cómo no había de creerlo, con todas sus fuerzas, ese pueblo que desde hacía siglos vivía de la Promesa divina? Precisamente porque estaba humillado, sometido al yugo romano, la salvación estaba cerca. Mil signos prueban cuán viva estaba, en el momento en que nacía Jesús, esa espera mesiánica. “La redención de Israel —como escribe san Lucas (I, 68; II, 38 y XXIV, 21)— ¿era para mañana?”. El Evangelio, en numerosos pasajes, atestigua el fervor de esa esperanza. Se nota en la pregunta planteada a Juan Bautista: “Tú, ¿quién eres?” (“¿Eres tú el Mesías?”) (Juan, I, 19). En la sencilla afirmación de la samaritana: “Yo sé que el Mesías está por venir” (Jn., IV, 25). En el mensaje que el Bautista manda transmitir a Jesús: “¿Eres tú el que viene o esperamos a otro?” (Lc., VII, 19). En la impaciente pregunta planteada a Jesús por unos peregrinos en el templo: “¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres el Mesías, dínoslo claramente”. (Jn., X, 24). O en las aclamaciones de la muchedumbre en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. (Mc., XI, 10). Ese sentimiento era tan imperioso que Jesús se ve obligado a moderar el excesivo entusiasmo de la multitud, dispuesta a proclamarle rey y Mesías de Israel. (Jn., VI, 15).
»La lectura de los Apócrifos, que constituían la literatura judía fuera de la Escritura, no es menos reveladora. El Libro de Enoc, el Testamento de los Doce Patriarcas, los Salmos de Salomón, etc., hablan de él, casi siempre matizando su historia con muchas maravillas, para señalar mejor sus caracteres sobrehumanos. En los Apocalipsis, esos tratados misteriosos que revelaban lo que sería el fin del mundo, intervenía el Mesías; por lo demás, no se distinguía muy bien la diferencia entre su reinado y “el siglo por venir” que vería el triunfo de Dios, pues algunos pensaban que el reinado mesiánico tendría una duración de tiempo limitada —de sesenta a mil años, según unos u otros—, mientras otros admitían que se confundiría con la eternidad o con el Paraíso. Un vasto conjunto de nociones complejas, hasta contradictorias, habíase amontonado, pues, alrededor de la figura del Mesías, de donde surgían algunas certidumbres: la era mesiánica inauguraría una felicidad perfecta. Israel volvería a encontrar la plenitud de su gloria y la justicia de Dios regiría el mundo.
»Sin embargo, había escépticos. Algunos se mofaban de las fábulas populares según las cuales, en el reinado mesiánico, ni siquiera habría necesidad de cosechar, ni vendimiar para tener siempre trigo y vino en cantidad, donde los granos alcanzarían el tamaño de riñones de buey. Una locución usual decía “a la llegada del Mesías” o “al regreso de Elías” para expresar la idea que traduce nuestra irónica fórmula “para la semana que no traiga viernes”. Un fariseo desengañado aseguraba: “Si estás preparando una estaca y en ese momento te anuncian el Mesías, termina tu estaca: ya tendrás tiempo de ir a su encuentro”. De un modo general, parece que la espera del Mesías era más viva en el común del pueblo que entre los ricos y poderosos. Para la gente sencilla llegaría a convertirse en una fiebre. Desde hacía siglos Dios parecía callar. “El tiempo se alarga —había dicho Ezequiel—; toda visión queda sin efecto”. Quinientos años habían transcurrido desde que, muerto Zacarías, no se había oído una gran voz inspirada anunciar la Palabra divina. Se repetían las palabras del Salmista: “Ya no hay ningún profeta, ni nadie entre nosotros que sepa hasta cuándo”. (Sal., LXXIV, 9.) ¿En qué fecha llegaría, pues, el Salvador de Israel? Escrutaban ansiosamente los textos para obtener una respuesta. Les aplicaban cálculos complicados, jugando con la significación numérica de las palabras. Josefo habla en varias oportunidades de los aventureros que hallaron crédito entre el pueblo judío, haciéndose pasar por Mesías. Y en la Guerra de los Judíos (VI, 5) anota que “una profecía ambigua, hallada en las santas Escrituras, anunciaba a los judíos que en ese tiempo un hombre de su nación sería el señor del universo”. Tanto como sobre las condiciones de la llegada del Mesías, se interrogaban sobre sus caracteres. Se alcanzaba la unanimidad cuando se hablaba del teatro de su retorno en gloria: no podía ser sino Jerusalén, la Ciudad Santa entre todas, y una tierra prometida, maravillosamente renovada, donde, como se decía en el apócrifo de Baruc, un maná inagotable alimentaría a los hombres hasta el fin de los tiempos. Pero cuando se trataba de representar los episodios sobrenaturales de la llegada del Ungido, o lo que era casi lo mismo, su personalidad, estaban lejos de ver claro…
»Pero ¿cómo establecería su reino? En ese punto, hay que reconocerlo, la gran mayoría de los documentos dibujaba una imagen singularmente distinta de aquella en la cual los cristianos tienen la costumbre de reconocer al Mesías. Algunos pasajes de los apócrifos eran terribles. Insistían sobre el carácter guerrero del rey Mesías, sobre el aplastamiento de las naciones paganas, sobre las cabezas destrozadas, los cadáveres acumulados, las agudas flechas clavadas en el corazón de los enemigos. El cuarto libro de Esdras lo asimilaba con un león devorador. El apócrifo de Baruc comparaba su llegada con un terremoto, seguido de incendio y luego de hambruna, para todas las naciones excepto el Pueblo elegido. Reacciones que no dejan de ser sino muy comprensibles: Israel humillado esperaba un vengador o en todo caso un libertador que le devolvería su lugar en la tierra. Era lo natural. A tal punto que los mismos discípulos permanecían fieles a esa imagen y en varias oportunidades le preguntarán si no llegará, por fin, a establecer su reino en la tierra, si no los asociará a su reinado glorioso…».
(Nota de J. J. Benítez). <<
[54] En dicho capítulo, Isaías dice: «Saldrá un vástago del tronco de Jesé (padre de David), y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yavé…». En ese mismo libro profético, Isaías (cap. VII) vuelve a profetizar: «… el Señor mismo va a daros una señal: he aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel». (N. del m.) <<
[55] A juzgar por los alimentos recibidos en su infancia-adolescencia-juventud, el cuadro —siempre estimativo— de los principales micronutrientes (vitaminas y minerales) de Jesús de Nazaret fue calificado de «satisfactorio». He aquí una síntesis de los resultados obtenidos por los especialistas:
Vitamina A: procedente, presumiblemente, de la mantequilla, huevos y vegetales de hojas verdes o amarillas que ingería con regularidad. Una deficiencia hubiera provocado ceguera nocturna, hiperqueratosis perifolicular, xeroftalmia y queratomalacia: hipertrofia de la piel, opacidad y reblandecimiento de la córnea, respectivamente.
Vitamina D: recibida a través de la leche, mantequilla, huevos y radiación ultravioleta. Reguló la absorción del calcio y fósforo, además de la mineralización y maduración de la colágena ósea. Su deficiencia hubiera provocado raquitismo (en ocasiones con tetania).
Grupo de la vitamina E: asimiladas por Jesús de Nazaret a través del trigo, aceites vegetales, huevos, leguminosas y verduras foliáceas. Su deficiencia hubiera podido acarrear hemólisis de glóbulos rojos, depósito de ceroide en músculos y creatinuria (presencia de creatina en la orina).
Ácidos grasos esenciales (linoleico, linolénico y araquidónico): extraídos de aceites de semillas de vegetales. Su ausencia hubiera frenado el crecimiento, ocasionando también dermatosis.
Ácido fólico: contenido en vegetales frescos de hojas verdes y frutas. Una deficiencia del mismo es causa de pancitopenia o escasez de todos los elementos celulares de la sangre.
Niacina: se obtiene del pescado, carne, leguminosas y cereales de grano entero. Entre otros problemas, una deficiencia de la misma hubiera sido motivo de pelagra: síndrome caracterizado por trastornos digestivos, dolores raquídeos, debilidad y, posteriormente, eritema y alteraciones nerviosas.
Riboflavina (vitamina B2): procede del queso, leche, carne, huevos e hígado. La ausencia hubiera ocasionado en Jesús la queilosis o afección de los labios, la vascularización corneal y dermatosis sebácea, entre otros problemas.
Tiamina (vitamina B1): el joven Jesús la obtuvo de los cereales, carne y nueces. Una deficiencia hubiera ocasionado insuficiencia cardíaca, síndrome de Wernicke-Korsakoff o estado de debilidad mental, neuropatía periférica, etc.
Vitamina B6 (piridoxina): este grupo aparece contenido en los cereales, leguminosas y pescado que recibió Jesús. Su ausencia podría haberle acarreado, entre otros trastornos, convulsiones durante la lactancia, anemias, neuropatía y lesiones cutáneas de tipo seborrea, así como un estado de dependencia.
Vitamina B12 (cobalamina): las fuentes principales, de las que se suministró el organismo del Maestro, fueron las carnes, leche, huevos y productos lácteos. La deficiente presencia de la misma hubiera podido ser causa de anemia perniciosa, síndromes psiquiátricos y ambliopía nutricional.
Calcio: obtenido por Jesús a través de la leche, queso, mantequilla, carne, huevos, pescado, frutas, verduras y cereales. Ello favoreció la formación de los huesos y dientes, la coagulación de la sangre, la irritabilidad neuromuscular, la conducción miocárdica y la contractilidad muscular.
Fósforo: extraído de la leche, queso, carnes, aves, pescado, nueces, leguminosas y cereales. La falta o escasez del mismo habrían originado irritabilidad, trastornos de células de la sangre, debilidad y disfunción renal y del tubo digestivo. Tanto la formación de sus huesos y dientes como el equilibrio de ácidos y bases y el componente de ácidos nucleicos nos hizo sospechar que, entre los once y dieciocho años, recibió una dieta diaria saludable (alrededor de 1200 mg).
Yodo: muy posiblemente su organismo se nutrió a base de los productos derivados de la leche, pescado, sal yodada y agua. De haber carecido del yodo suficiente su organismo podría haber padecido bocio simple, cretinismo o, incluso, sordomudez.
Hierro: partiendo del hecho de que tan sólo se absorbe un veinte por ciento, pudo obtenerlo de algunas carnes (riñones e hígado) y determinados frutos y leguminosas. La falta del mismo hubiera deteriorado la formación de la hemoglobina, mioglobina y enzimas.
Magnesio: en especial se extrae de las nueces, cereales y hojas verdes. Es dudoso que Jesús consumiera marisco. Este elemento, consumido a razón de unos 400 mg/día, permitiría la adecuada formación de huesos y dientes, así como la conducción nerviosa, contracción muscular y activación enzimática.
Cinc: A razón de unos 15 mg por día, pudo ser obtenido, en especial, de los vegetales, favoreciendo las funciones de desarrollo de enzimas e insulina, cicatrización de heridas y crecimiento en general. (N. del m.) <<
[56] Santa Claus nos proporcionó la siguiente información: «La sinagoga mesopotámica de Dura-Europos, descubierta en 1932, carece de tribuna». Según Kraeling «tenemos en ella un tipo de sinagoga más antiguo que el de la Galilea, construidas entre los siglos III al VII». Watzinger, por su parte, remonta a la era helenística la sinagoga con tribuna, apoyándose en la descripción del Talmud de la sinagoga de Alejandría, llamada diplostoon. Nosotros, sin embargo, no llegamos a descubrir una sola sinagoga con tribuna. (N. del m.) <<
[57] Una de las «especialidades», singularmente reconocida, respetada y admirada en la sociedad del tiempo de Jesús era la del cálculo matemático aplicado a la Biblia. Estos expertos eran llamados soferim o «contadores». En sus estudios alcanzaron resultados que hoy sólo serían viables con los ordenadores. Por ejemplo: llegaron a contabilizar las letras de todos los textos sagrados, en riguroso orden canónico, descubriendo que el vocablo que ocupaba justa y misteriosamente el centro exacto del Antiguo Testamento era el verbo «buscar». Y los «numerólogos» y «kabalistas» del momento, con razón, lo interpretaron de mil maneras. Estas matemáticas esotéricas —convirtiendo a números las letras y viceversa— harían de Moisés, supuesto autor del Pentateuco, un «iniciado», capaz de la más faraónica obra: escribir la ley en dos «lecturas». Desde este interesante ángulo, la palabra de Yavé en los escritos bíblicos guardaba un significado oculto, sólo asequible a los rabíes privilegiados. Al parecer, visto así, el Pentateuco vendría a ser un «documento cifrado», repleto de secretos cosmológicos, metafísicos y proféticos. Muchos de los escribas de la época del Hijo del Hombre eran depositarios de este conocimiento esotérico al que, como digo, no fue ajeno Jesús. (N. del m.) <<
[58] Los estudios de Carrez en este aspecto son muy ilustrativos. Antes de Deissmann, en el siglo XIX, el griego bíblico parecía una lengua aparte. El hallazgo de documentos pertenecientes a la lengua común, en especial papiros griegos, demostró que los autores de la traducción griega del Antiguo Testamento, los famosos «Setenta», y los del Nuevo Testamento no hicieron más que aprovechar la lengua común en la redacción de sus escritos. Esta «lengua común» se derivó, a su vez, de la ática, convirtiéndose, desde las conquistas de Alejandro Magno (356-325 a. de C.) en el idioma «internacional». Merced a Alejandro, el griego se habló desde Atenas a Éfeso, pasando por Egipto, Antioquía, Pérgamo y el desierto de Palmira. Al formarse esta lengua común se produjo una fusión de los dialectos, proporcionándole un carácter auténticamente helenístico. Era la lengua de todas las clases sociales, resultando difícil la distinción entre la culta y la vulgar. En aquel tiempo presentaba dos características, derivadas de su misma situación: era un «compromiso» entre la lengua que fue en su origen la más poderosa —el ático— y el resto de los dialectos. En segundo lugar, en una consecuencia lógica, se vio forzada a admitir numerosos giros y modificaciones en el estilo, sintaxis y vocabulario. Las culturas sometidas a la influencia griega reaccionaron con esta natural «venganza». Y así fueron apareciendo en el griego común o internacional —el que habló Jesús— toda suerte de «semitismos» y «latinismos». Entre los primeros cabe destacar los «hebraísmos», «arameísmos» y «septuagintismos» (concepto que designa el estilo de los «Setenta»). (N. del m.) <<
[59] Este tipo de matrimonio se hallaba perfectamente legislado desde los tiempos bíblicos. En el extenso tratado sobre «las cuñadas» (yebamot), la Misná contempla un sinfín de posibilidades legales, derivadas de una situación de viudez sin hijos. Cuando dos hermanos —decía la ley— habitan uno junto al otro y uno de los dos muere sin descendencia, la mujer del fallecido no se casará con un extraño. Su cuñado irá a ella y la tomará por mujer, y el primogénito que de ella tenga llevará el nombre del hermano muerto, para que su nombre no desaparezca de Israel. En el caso de que el hermano se negase a tomar por mujer a su cuñada, subirá ésta a la puerta, a los ancianos, y les dirá: mi cuñado se niega a suscitar en Israel el nombre de su hermano; no quiere cumplir su obligación de cuñado, tomándome por mujer. Los ancianos le harán venir y le hablarán. Si persiste en la negativa, su cuñada se acercará a él en presencia de los ancianos, le quitará del pie un zapato y le escupirá en la cara, diciendo: «esto se hace con el hombre que no sostiene a la casa de su hermano». Y su casa será llamada en Israel «la del descalzado». A partir de ese momento, la viuda quedaba libre para contraer matrimonio con cualquiera. Sin haber contraído el matrimonio del levirato o haber efectuado la ceremonia jalutsá (quitar), la viuda <<
[60] Como establece Flavio Josefo en Antigüedades Judías (XIV, 5), Israel, como provincia romana, había sido «descentralizada» del poder judicial de Jerusalén en tiempos del legado romano Gabino. El Gran Sanedrín de la Ciudad Santa era el «eje» de la legalidad judía. Algo así como la Corte Suprema, con competencias que afectaban, sobre todo, a la religión. Para asuntos de «menor gravedad» bastaba con la reunión de 23 de los 70 miembros que formaban dicho Sanedrín. El resto del país se hallaba dividido en otras cuatro cortes: Jericó, Séforis, Amat y Gadara. El derecho, como en los países regidos por el Corán, era eminentemente religioso, fundamentado en tres códigos principales: el contenido en el Libro de la Alianza (capítulos XX al XXIII), en el Deute ronomio (capítulos XXI al XXVI) y una parte esencial del Levítico, «puesta al día» durante el exilio de Babilonia. Sobre este Corpus juris divini y sus 613 preceptos se tejieron cientos de nuevas normas y leyes que, con el paso de los siglos, serían recogidos en el Talmud. Y sobre esta intrincada red de textos de jurisprudencia, un mandamiento rey que inspiraba todo el Derecho judío: «Sed santos, porque santo soy yo». (N. del m.) <<
[61] Dado el carácter sagrado de casi todas las instituciones judías, el peor de los delitos no podía ser otro que el de rebelarse contra Dios. Y más dañino que éste era el de declararse «igual a Dios» (caso de Jesús). Para la sociedad de entonces era el equivalente a los actuales crímenes contra la seguridad del Estado. Sólo cabía la muerte. En este capítulo se estimaba como «supremo delito» la idolatría, la blasfemia (incluso el hecho de invocar en vano el nombre del Altísimo), la violación del sábado, la magia y adivinación, abstenerse de celebrar la Pascua y no presentar al hijo varón a la ceremonia de la circuncisión. Existían después otras categorías de crímenes que, en síntesis, se agrupaban de la siguiente forma: atentados contra la vida humana, con una perfecta y minuciosa distinción entre homicidio voluntario y por imprudencia; golpes y heridas, con una exhaustiva subdivisión, de acuerdo a la gravedad; atentados a la familia y a la moral, con una interminable casuística (desde la bestialidad a la violación de una hija por parte del padre, pasando por los matrimonios consanguíneos o la maldición pública o privada de un hijo contra su progenitor); daños a la propiedad, estimados como crímenes cuando se trataba de robo a mano armada o con nocturnidad y defraudación en el peso o cambios en los mojones que delimitaban los campos. Muchos de estos delitos podían acarrear la pena capital o poner en funcionamiento la célebre «ley del talión»: «ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, contusión por contusión, herida por herida y vida por vida», como rezan el Éxodo (XXI, 23), el Levítico (XXIV, 19) y el Deuteronomio (XIX, 21). (N. del m.) <<
[62] El calificativo de «bandidos» y «bandoleros», con los que se diferenciaba igualmente a los zelotas, arrancaba de años atrás. Concretamente del 47 antes de Cristo, cuando Herodes el Grande, entonces gobernador de la Galilea, llevó a cabo una limpieza de las bandas de salteadores de caminos que infestaban las montañas. Muchos de estos atracadores terminarían por sumarse al movimiento guerrillero. De ahí que Barrabás y los mal llamados «ladrones», crucificados con Jesús, fueran designados como «bandidos» cuando, en realidad, eran zelotas. (N. del m.) <<
[63] Este tipo de prestamista, mitad banquero, mitad usurero, era muy frecuente en los tiempos de Jesús. Eran conocidos como foeneratores y daneistai y, a pesar de las prohibiciones bíblicas de prestar dinero con interés, hacían de las suyas secretamente, en especial con los gentiles. A éstos, según el Deuteronomio (XV, 3), sí era lícito prestar dinero con intereses. En el caso de que el prosélito se circuncidara y entrara a formar parte del «pueblo elegido», el acreedor debía liquidar los intereses. La realidad, sin embargo, era otra. (N. del m.) <<
[64] Desde tiempo inmemorial la sociedad judía se veía sometida a dos tipos fundamentales de impuestos: los civiles y religiosos. Los primeros se remontaban al período de Salomón que, astuto, dividió el reino en doce cantones. Y cada uno se hallaba obligado a satisfacer sus necesidades, bien en dinero o en especie. Después del exilio de Babilonia, estos impuestos cambiaron de manos y los judíos se vieron forzados a entregar parte de sus ganancias a los odiados invasores: persas, egipcios, griegos y romanos. Más recientemente, con el cruel y despótico rey Herodes el Grande, las cargas tributarias se hicieron insoportables. Y el «edomita» se vio obligado a suspender más de una recaudación, ante la amenaza de una sublevación popular. Para que nos hagamos una idea, algunos de sus hijos —caso de Arquelao y Antipas— llegaron a percibir, sólo en impuestos directos, las cifras de 600 y 200 talentos, procedentes de Judea y Samaria y Galilea, respectivamente. (Un talento era equivalente a unos 14 000 denarios). Con la llegada de Roma, estos impuestos civiles se multiplicaron. Eran percibidos por múltiples conceptos: peajes en puentes y carreteras, derechos de aduanas, de entrada en los puertos, por el consumo de agua, por el uso de tierras de titularidad pública, por la propiedad de casas, industrias, talleres o esclavos, etc. Pero los más sangrantes eran los denominados de «capitación». Se fundamentaban en los censos y, desde un principio, fueron tomados como el símbolo de la vergonzosa dominación extranjera. Tanto las tierras como las propiedades eran evaluadas regularmente, asignando a cada titular el tributo correspondiente. Y se les exigía la décima parte de las cosechas de cereal, así como un quinto de las de vino. Además debían abonar un tanto proporcional del valor de los efectos personales o profesionales. Si el industrial, campesino, pescador o comerciante tenía asalariados estaba obligado a retener una parte del jornal, en concepto de impuestos de «capitación». A este funesto cuadro había que añadir las obligadas tasas religiosas, fijadas ya en el Génesis (XIV, 20), que presumían que «el diezmo de todo pertenecía al Altísimo». Dichos impuestos permitían el sostenimiento del templo de Jerusalén y, naturalmente, de los miles de sacerdotes a su servicio. Cada judío mayor de doce años estaba obligado a contribuir con medio siclo (dos denarios), amén de la contribución exigida por las sinagogas de las respectivas ciudades y aldeas. Pero este tributo era insignificante al lado del que se denominaba «diezmo». La ley establecía que la décima parte de toda cosecha, rebaño, pesca y, en general de cualquier producto del suelo, debía ser entregada al culto de Jerusalén. La ambición de los sacerdotes llegaba a extremos insospechados. Diezmaban todo lo imaginable: desde los huevos de un gallinero a las modestas hierbas utilizadas para cocinar o la leña destinada al invierno. ¡Y pobre de aquel que ocultase sus propiedades a los levitas enviados a la requisa! Un producto no diezmado era calificado de «impuro» y, en consecuencia, su propietario caía en la ignominia del pecado. Aun así, la picaresca estaba a la orden del día. A partir del 15 de adar (mes que precedía a la Pascua), largas caravanas de carros con los diezmos afluían a la Ciudad Santa desde todos los rincones de Israel, transportando las «primicias» y lo más granado de la producción. Y los responsables del templo, claro está, se frotaban las manos de satisfacción. El sustento anual de todos ellos —y algo más— estaba garantizado, «en nombre de Dios». (N. del m.) <<
[65] Infección grave, rápidamente progresiva, de la epiglotis (lámina fibrocartilaginosa, delgada y flexible, situada encima del orificio superior de la laringe, al que cierra en el momento de la deglución) y tejidos vecinos, que puede resultar mortal en breve plazo. La epiglotis inflamada ocasiona una súbita obstrucción respiratoria. El agente patógeno suele ser con frecuencia el Haemophilus influenzae del tipo B. La epiglotitis no es extraña en niños de dos a cinco años, pudiendo presentarse a cualquier edad. La infección, fácilmente asumible por las vías respiratorias, puede ocasionar al principio una nasofaringitis, propagándose después hacia abajo e inflamando la epiglotis e, incluso, el árbol traqueobronquial. Esta inflamación de la epiglotis obstruye mecánicamente las vías respiratorias, ocasionando retención de CO2 e hipoxia. Asimismo dificulta la eliminación de las secreciones inflamatorias. La consecuencia última es una asfixia mortal. Una muerte, salvando las lógicas distancias, relativamente próxima a la que padeció Jesús. (N. del m.) <<
[66] Un talento —toda una fortuna— equivalía a unos 3000 siclos (alrededor de 14 000 denarios). (N. del m.) <<
[67] Según nuestros datos, el tal Apicius, afamado gastrónomo de Roma, propagó la receta de la tortilla hacia el año 25. Algún tiempo después escribiría un libro —De re coquinaria—, de gran éxito entre los aficionados a la cocina elaborada, en el que evoca los festines del emperador Claudio. Séneca le criticó agriamente, quejándose de que sus artes culinarias corrompían a los jóvenes, alejándoles de los estudios de filosofía. Plinio, en cambio, elogió sus recetas, asegurando que las de hígado de cerdo y lengua de flamenco eran auténticas obras de arte. Previamente, claro, había que engordar a los animales con higos y vino endulzado con miel. (N. del m.) <<
[68] Según el Éxodo (XXII, 15), el llamado «mohar de las vírgenes» era exigible por ley. Esta norma recaía sobre la familia de cualquier seductor. Éste, obligado a casarse con la seducida, no podía negarse al pago del citado mohar. (N. del m.) <<
[69] Aunque Dios había revelado su nombre a Moisés en el Sinaí, unos mil trescientos años antes de Cristo, los rigoristas de la ley empezaron a recomendar su «no pronunciación». Y el célebre y kabalístico tetragrama —«J H W H» (las vocales no existen en hebreo)—, «traducido» como «Yavé», sufrió un curioso «peregrinaje». A Dios, entonces, se le llamó «Adonai», traducido al griego por los Setenta como «Kirios» o «Señor». Y ese temor, que fue aumentando con el tiempo, llevó a los judíos a prescindir de otros tradicionales vocablos con los que se designaba a Yavé: Elohim y El. «Todo el que pronuncia el Nombre —reza el Pesikta (CXLVIII, a)— es pasible de muerte». En este ambiente de recelo y temor hacia ese Dios colérico y vengador, el pueblo de Israel terminó llamando a Yavé con términos como los siguientes: «el Nombre», «Cielo», «el Lugar», «la Estancia», «la Morada», «la Presencia o Chejina», «la Gloria», «la Majestad», «la Potencia», «el Altísimo», «el Santo Único», «el Misericordioso» y «el Eterno». (N. del m.) <<
[70] He dudado a la hora de incluir esta documentación sobre Jesús. No en vano soy Virgo… Pero, finalmente, en honor a la memoria de Eliseo —autor del trabajo— he creído oportuno complementar cuanto llevo dicho con, al menos, una síntesis de un curioso «horóscopo» (el término no era del agrado de mi hermano, más versado que yo en estas cuestiones esotéricas) elaborado con la ayuda del ordenador central de la «cuna». Nunca pregunté cómo lo había logrado. Sólo recuerdo que un buen día, durante el «tercer salto», se enfrascó en su realización, suministrando a Santa Claus cuantos datos llevábamos recogidos. El fruto de su entusiasta labor me dejó atónito. Quién sabe si el presente resumen puede resultar de utilidad para algún otro «loco maravilloso». La documentación decía lo siguiente:
HORÓSCOPO NATAL DE JESÚS DE NAZARET. Autor: Santa Claus. (Mi hermano prefirió camuflarse bajo el nombre de guerra de la computadora). Belén (Judea). 21 de agosto del año «menos siete». Hora local (se refiere al nacimiento): 11 horas 43 minutos y 09 segundos. (Otro inciso: a mi vuelta creo que he sido el único ser de este planeta que ha celebrado la Navidad en dicha fecha y hora). Datos generales: longitud (35o E 12’), latitud (31o N 43’), domificación (Plácidus, Geo céntrico, Tropical). Hora universal (Greenwich): 9 horas 22 minutos y 21 segundos. Hora sideral: 9 horas 33 minutos y 07 segundos. Casas (Domificación) [En su día, Eliseo fue explicándome el significado de cada uno de estos vocablos. La verdad es que, al no prestarle demasiado interés, lo he ido olvidando]: Casa I (Ascendente: 15o 25’ Escorpión). Casa II (14o 49’ Sagitario). Casa III (17o 06’ Capricornio). Casa IV (Bajo Cielo: 21o 06’ Acuario). Casa V: (23o 32’ Piscis). Casa VI (21o 40’ Aries). Casa VII (Descendente: 15o 25’ Tauro). Casa VIII (14o 49’ Géminis). Casa IX (17o 06’ Cáncer). Casa X (Medio Cielo: 21o 06’ Leo). Casa XI (23o 32’ Virgo) y Casa XII (21o 40’ Libra).
Jesús de Nazaret. Este informe, más que una carta astral para la persona de Jesús, debe estimarse como una representación simbólica de su relación con el mundo. A través del signo Escorpión —que guarda el misterio de la resurrección— nos habla de su misión en la tierra, dejando un «mensaje escrito» en simbología astrológica. Aun así, puede ser estudiado también como un ser humano.
Análisis de la carta astral de su nacimiento. Sorprende la posición de todos los planetas —a excepción de Saturno y de los exteriores—, en sus domicilios. Ello es excepcional. Indica que Jesús representaba todas las fuerzas cósmicas en equilibrio: el hombre perfecto, el Hombre-Dios.
Saturno y Urano no aparecen en sus domicilios. Se hallan en Piscis: hecho altamente significativo. (Se trata del signo místico por excelencia. El «pez», su símbolo, sería utilizado posteriormente por los cristianos).
En esta carta domina el elemento «agua». El hombre «de agua» vive a nivel psíquico. Se siente como un extranjero en el mundo de la realidad. Siempre termina apartándose de lo material.
La influencia de este elemento proporciona un alto grado de sensibilidad. El nativo siente la necesidad de vivir intensamente.
Escorpión, signo del Ascendente (grado de la Eclíptica que figura en el horizonte del lugar natal en el momento del nacimiento), domina su carta. Además de representar al pueblo hebreo, es el símbolo de la muerte; de una muerte voluntariamente asumida que permitirá renacer en un Amor Superior que trasciende los sentidos físicos.
La energía más fuerte del hombre «escorpión» es la de su deseo. En él, «altamente evolucionado», su fuerza sexual no actúa en lo erótico: se convierte en fuerza conductora. Es una fuente rejuvenecedora para la humanidad; un «médico», en el más amplio sentido de la palabra. El hombre del que emanan fuerzas curativas. Estas fuerzas poseen, a su vez, el don de la fascinación. Raro es el hombre «escorpión» que no reúne a su alrededor un grupo de personas, magnetizado por su irresistible atractivo personal.
Plutón, regente del signo Fijo de Agua Escorpión, asume la regencia de esta carta. Se halla mejor situado y más fuerte que Marte, el otro regente del signo.
Plutón representa la transformación. Se le compara a una fuerza o poder invisibles. Su influencia facilita la revelación de los poderes del subconsciente. Pone a disposición del nativo medios para promover y despertar en las masas el tipo de sensibilidad que desee. Influye sobre la conciencia colectiva.
Cuando Plutón se vincula a un signo de fuego (el signo de posición del Sol) acentúa poderosos y urgentes estímulos de orden emocional y concede una extraordinaria capacidad dramática.
Plutón en Virgo, como aparece en esta carta, conduce a fanatismo de orden social e intensifica al máximo el poder arrollador de las masas. Acentúa también la fuerza del subconsciente y proporciona una personalidad sugestiva y fascinadora.
Cuando Plutón se une a Mercurio confiere capacidad de persuasión y un agudo sentido de la observación. Su fuerza espiritual es irresistible. Bajo esta influencia, el nativo desarrolla una intensa penetración, así como una excelente habilidad diplomática.
El signo de posición del Sol es el Fijo de Fuego (Leo), que representa el principio de la voluntad (la manifestación de vida del Yo).
El hombre Leo altamente evolucionado emana tal aura de positivismo que, a su alrededor, se olvidan los sufrimientos. Es optimista y cree firmemente en el bien. El triunfo del bien sobre el mal —piensa el Leo— es una ley inmutable.
Es frecuente que aparezca dotado de tal serenidad que su supremacía resulta incuestionable. No es fácil que la crítica le doblegue. Todo ello le conduce a un notable grado de majestad y grandeza.
Uno de sus mandamientos interiores es sustentar moralmente a los demás, siempre con el ejemplo y sin órdenes ni prohibiciones.
El Sol aparece como el planeta dominante en su carta. Es el vivo símbolo de lo infinito, de lo divino, del creador, de la luz, del espíritu organizador del Universo, de lo sublime y de la libertad, en contraste con el destino que personifica Saturno.
Es la individualidad. El Yo inmortal, en contraposición a la personalidad que simboliza la Luna.
El Sol representa al genio creador. Y proporciona sentimientos profundos y estables, criterios firmes, persuasión y gran voluntad. Es magnánimo y generoso. Inspira admiración y simboliza el más elevado estado de conciencia. Su principio es el del poder.
En el mundo instintivo es la inclinación hacia todo lo que contribuye a la elevación vital. En el afectivo «reina» sobre sus satélites y disfruta de la veneración que le profesan. Sus puntos de vista son amplios, objetivos y sistemáticos, con una excelsa filosofía.
Aquí, el Sol se manifiesta a través de las «vibraciones acuáticas» de Escorpión. Y gana en fortaleza, intuición, nobleza, tenacidad y honradez. Y neutraliza las «influencias ígneas» propias de Leo, apareciendo menos optimista, vehemente y autoritario. El Agua le sensibiliza y proporciona la emotividad de la que carece Leo. Mantiene el impulso de dirigir a los demás, pero a través del sentimiento y no tanto por medio de la autoridad, característica del nativo de Leo.
El signo de Piscis también se fortalece al albergar a tres planetas lentos: Urano, Saturno y Júpiter. Es el símbolo que envuelve profundamente en lo psíquico. Resulta extremadamente sensible a cualquier oscilación del espíritu. Padece la vida propia y la ajena.
Júpiter es el planeta transmisor de las fuerzas correspondientes a la radiación de Piscis. En esta carta se halla posicionado en dicho signo, ejerciendo todo su poder. Júpiter suministra el empuje para liberarse de toda influencia que lo amarre a lo material, otorgando alas que lo eleven a los planos espirituales. Le libera de su destino —representado por Saturno—, lo que muestra simbólicamente la cúspide de la Casa V entre ambos planetas. Dicha Casa representa el cumplimiento de una meta a través de la muerte.
El Nodo Norte Lunar en Tauro señala el objetivo de su encarnación: experimentar, vivir la vida humana en la materia que representa el signo de «tierra»: Tauro. En este signo llega al final de su recorrido por el Zodíaco, en su movimiento simbólico de retrogradación. Es el último signo de «tierra» que deberá recorrer para desligarse de su vínculo con la materia y, conociéndola, regresar a «su» órbita de Fuego, donde inició el camino.
Plano físico. Individuo de enorme fortaleza física, ya que Plutón, su regente, dota de insospechado poder para resistir el dolor. El signo del Sol (Leo) aclara el color negro del cabello que proporciona Plutón, así como el de los ojos. Acastañado. Ojos color miel.
Rostro de frente amplia y tez clara. Expresión profunda, que irradia gran seguridad.
Cuerpo bien proporcionado. Elevada estatura y amplia capacidad torácica. De actitud decidida y manifestaciones rotundamente masculinas.
Acuario establece un origen «cósmico» y un nacimiento «original». (Ignoro a qué podía referirse Santa Claus con el término «original»).
Su vida —reza la carta— se vería repentinamente truncada. Mercurio se une en conjunción al regente natal Plutón, causando una muerte violenta y provocada, en cierta medida, por Él mismo.
La Luna (indicador de los nacimientos) en la Casa de la muerte, señala un «nacimiento» a través de la muerte: la resurrección. Indica igualmente una muerte pública a manos de «militares». (Los romanos lo eran).
Plano mental. Mercurio, el planeta de la razón, se halla muy elevado en su carta, ejerciendo una fuerte influencia sobre su persona. Hace sospechar que la razón desempeñó un importante papel en su misión (situado en esa Casa).
Gran facilidad de palabra y filosofía profunda. Expresión en términos enérgicos. Acometía verbalmente con dureza contra sus enemigos, aunque utilizando de todas sus artes. Cada planeta, desde su domicilio, le proporcionaba las cualidades necesarias para la obtención del resultado apetecido.
Su filosofía. En esta carta, la filosofía de Jesús aparece reflejada a través de la simbología astrológica en el siguiente mensaje:
«La luz, la unión con el Padre: objetivo final de la vida».
Los medios con que cuenta el hombre para conseguirlo —gracias a la Naturaleza— aparecen en las doce Casas. El orden natural del Zodíaco, que arranca en el grado cero de Aries, brinda un cuadro puramente material, con Capricornio en el Medio Cielo, limitándonos a un destino. Aquí, la rueda gira y sitúa a Escorpión como principio: la encarnación. Pero la encarnación de un Ser que tiene su verdadero origen, no en el seno materno, como señala Cáncer en el Zodíaco natural, sino en el Cosmos y cuya máxima aspiración es retornar a él.
He aquí, Casa por Casa, el «mensaje astrológico» que dejó el Hijo del Hombre:
Casa I (Escorpión): «Cómo es el hombre». El hombre hace su incursión en el mundo bajo las «vibraciones acuáticas» del signo de Escorpión. En su constitución física el elemento predominante es el agua. Es un ser intuitivo por naturaleza, cuya vida se manifiesta a través del plano psíquico, representado por los signos de agua. En esta existencia deberá perfeccionarse y alcanzar el equilibrio entre sus dos naturalezas: la material y espiritual. El ser humano perfecto es la consecuencia de un conjunto astrológico armónico, en el que cada planeta está en su propio domicilio. A través de sus signos vibran positivamente, dotándole de las características necesarias para su evolución.
Casa II (Sagitario): «Qué posee». Esta Casa representa lo que logra con su esfuerzo. Aquí, en lugar de manifestarse en Tauro, como en el Zodíaco natural, significando los bienes materiales, se sitúa en Sagitario: el símbolo de la sabiduría.
A la sabiduría divina no se llega por el experimento físico o la prueba material, sino merced a los conocimientos abstractos representado por Sagitario. Él introduce el elemento Fuego (acción) en forma de «sabiduría», que a través de la actividad simbolizada por el segundo signo Fuego-Aries (trabajo) conduce a la meta: tercer signo de Fuego (Leo).
Casa III (Capricornio): «La mente concreta». Capricornio es el primer signo de Tierra que aparece en esta carta y que coloca al hombre en contacto con la realidad, gracias a la mente. Le hace consciente de lo ajeno (segundo signo de Tierra [Tauro] en VII). Al percibir ese mundo real que le circunda cobra conciencia de que su actuación requiere de la participación de los demás y ello le lleva a la cooperación, simbolizada en el tercer signo de Tierra en la Casa de la amistad.
Casa IV (Acuario): «El origen del hombre». El hombre procede del Cosmos, representado por el signo de Acuario. Su origen material se establece por Cáncer: signo de la maternidad y que en el Zodíaco natural es la Casa IV. Aquí, en cambio, lo sitúa en el «océano cósmico». La madre está representada por el Cosmos. El padre es el creador: el Sol. El final de la vida es el retorno al punto de origen. El hombre entra en el plano mental por el signo de Acuario. Ahí espiritualiza la experiencia, de la mano de la razón, representado por el segundo signo de Aire: Géminis.
Casa V (Piscis): «Su obra». Después de hacerse consciente de la realidad y de haber entrado en el plano mental comienza a crear, gracias al plano emocional y a la sensibilidad que le proporciona Piscis. Los hijos, reflejados en la quinta Casa astrológica, son la obra del hombre. Ellos perpetúan la especie. La mente, en cambio, perpetúa su obra intelectual. Y ello se consigue por el plano intuitivo, representado en este sector. No existe creador sin intuición ni sentimientos.
Casa VI (Aries): «El trabajo». Por este signo de Fuego, el hombre recibe la energía que le impulsa a la acción. Comienza a actuar por iniciativa propia y se hace consciente de la realidad del plano de Fuego: la lucha por la vida. Y tiene que contribuir con su trabajo físico y mental a la vida. Es la energía vital al servicio de la humanidad.
Casa VII (Tauro): «El enemigo del hombre». Esta Casa simboliza «lo ajeno», así como las fuerzas que actúan en contra de la iniciativa humana. El signo de Tierra (Tauro) encarna el amor por los bienes materiales, el arraigo por lo material. Y señala aquí al más peligroso y sutil enemigo del hombre: el afán por las riquezas, el lujo y el placer material. El hombre debe superar la ley de los contrarios y vencer la tentación del placer.
Casa VIII (Géminis): «La muerte». La Luna —que simboliza los nacimientos— se coloca en esta Casa señalando que la muerte no es otra cosa que el nacimiento a una nueva vida. La palabra (el verbo), la vibración sonora, desempeña un papel primordial en la creación y en el proceso evolutivo vinculado al renacimiento a esa vida nueva. El objetivo final de la muerte, simbolizado por la cúspide de Piscis, marca la separación del cuerpo físico del espíritu. El primero vuelve a la materia (Saturno). El segundo, como un viajero (Júpiter), emprende otros «viajes» hacia planos o niveles de existencia. El Gran Trígono (Luna, Marte y Urano) habla de realización mediante un ciclo que se origina en el Cosmos, seguido del nacimiento, de la muerte y de la resurrección.
Casa IX (Cáncer): «La mente abstracta». Después de asimilar los conocimientos por la mente concreta, que suministra al hombre el cuadro de la realidad, deberá canalizarlos a través del sector intuitivo. Esta Casa representa la mente superior, la filosofía y la religión. Cáncer introduce el elemento «imaginación» en el proceso mental superior. La intuición de Escorpión, la sensibilidad de Piscis y la imaginación de Cáncer constituyen los tres elementos básicos para desarrollar la vida psíquica del hombre. Y de ahí emana la sabiduría divina. Esta Casa simboliza también «los sueños», ese proceso, todavía enigmático, que aquí aparece como una herramienta para aprender y adquirir conocimientos superiores.
Casa X (Leo): «La meta». El objetivo de la existencia, simbolizado aquí por el Sol: la luz. Llegar a Dios —alcanzar la sabiduría completa— ésa es la meta del hombre. El tercer signo de Fuego (Leo) representa la voluntad. Adquirida la sabiduría teórica, es por la voluntad como pueden ponerse en práctica los conocimientos y alcanzar la superación; es decir, el control absoluto del Yo inferior y del Yo superior.
Casa XI (Virgo): «Los aliados del hombre». He aquí los amigos, los protectores, todo aquello que ayuda al hombre a cumplir su misión. Venus indica dónde puede hallarse la fuerza para llegar a la meta: en el amor espiritual, basado en el equilibrio materia-espíritu, como señala Venus en Libra. Esta Casa representa las «asociaciones voluntarias» y enseña al hombre su tercera realidad (tercer signo Tierra-Virgo): en la unión reside la fuerza. El hombre, en solitario, no puede lograr su meta final. Es preciso participar en la evolución colectiva de la humanidad.
Casa XII (Libra): «La enfermedad». Este sector representa la enfermedad incurable, el error, los impedimentos, las penas, el misterio y el enemigo oculto del hombre. El tercer signo de Aire-Libra en la Casa XII advierte del peligro que representa el enemigo oculto: «la cultura». Cuando el hombre, en su proceso educativo, desprecia la intuición y la sensibilidad que conducen a planos elevados de conciencia cae en una «intelectualidad enfermiza», incapaz de reconocer la capacidad emocional. Su «cultura» es falsa y le incapacita para intuir siquiera la verdad. El hombre, entonces, termina convirtiéndose en un esclavo de sus propias pasiones; es decir, un desequilibrado (Libra: la balanza). (N. del m.) <<
[71] A partir de los trece años, todo judío libre se hallaba obligado a rezar, al menos dos veces al día: en la mañana y en la noche. Las mujeres, esclavos y niños estaban exentos. Los más ortodoxos se envolvían en el taled, una especie de chal que, cubriendo la cabeza, caía hasta la cintura. Debían ir provistos de los tefilín o filacterias —tal y como dice el Deuteronomio—, amarrados a la frente y en la palma de la mano. Era extraño que se arrodillasen, salvo en casos extremos. Lo habitual era permanecer de pie, con las palmas de las manos extendidas hacia el cielo. Las actuales representaciones de Jesús o de María con las manos unidas, en oración, proceden del siglo V de nuestra era. Quizá fuera una costumbre originaria de Bizancio o de las tribus germánicas. Era corriente también que se rezase en voz alta y golpeándose el pecho. (N. del m.) <<
[72] Algunos de los analgésicos de gran potencia (a base de codeína), varios de los antibióticos de amplio espectro (tetraciclina, cotrimoxazol y amoxicilina, entre otros) y, en especial, los sueros antiponzoñosos polivalentes podían representar un peligro potencial para el consumidor. Por citar un ejemplo diré que, en el caso de la tetraciclina, nuestros laboratorios habían confirmado la existencia de efectos secundarios: superinfecciones del aparato digestivo, trastornos gastrointestinales (para dosis diarias de dos o más gramos), coloración de los dientes, lesiones renales y hepáticas, hipertensión intracraneal benigna (en caso de recién nacidos: protrusión de la fontanela anterior), vértigo y provocación de lupus sistémico. Todo ello, naturalmente, dependiendo de las dosis ingeridas, de la edad, constitución física, etc., del hipotético y, como digo, insensato consumidor. Afortunadamente, dado el estado de liofilización de algunos de los fármacos, era poco probable que llegaran a perjudicar a los poseedores. Estas sustancias, en forma de polvo extremadamente poroso y muy higroscópico, recuperan sus propiedades al añadirles un determinado volumen de agua; justamente el que se les ha quitado en el tercero de los procesos: la desecación secundaria. (N. del m.) <<
[73] Organizado por Augusto, este importante departamento oficial, que formaba parte de una especie de «Ministerio del Transporte», abarcaba una compleja red de funcionarios, responsables del traslado de los documentos y misivas oficiales. Estos funcionarios podían hacer uso de los vehículos, transportes y albergues de forma gratuita. Recibían un salario del gobierno central, no pudiendo comerciar por su cuenta. En general, estos correos oficiales utilizaban las rutas marinas, siempre y cuando los puertos se hallaran abiertos. De Roma a Siria, por ejemplo, un envío podía demorarse hasta cien días. Cuando los temporales hacían inviables los viajes por el Mediterráneo, los funcionarios se veían obligados a seguir las rutas terrestres, más seguras pero, en general, más penosas. En este caso, los mensajeros imperiales a las provincias orientales viajaban por Macedonia y Tracia, cruzando en ocasiones de Brindisi a Durazzo y posteriormente por el Helesponto o el Bósforo. Entre Roma, Siria y Egipto hacían dos cruces: uno en el referido Brindisi y otro en Neapolis, en el puerto de Filipos. He aquí algunos tiempos y distancias, cubiertos por estos «correos»: de Roma a Brindisi, 360 millas; de Brindisi a Durazzo (hoy Durrës), dos días; de Durazzo a Neapolis, 381 millas; de Neapolis a Tróades, alrededor de tres días y de Tróades a Alejandría —vía Antioquía y Cesárea—, unas 1670 millas. Los mensajeros empleaban 63 días por la ruta del norte, desde Roma a Alejandría y 54 de Roma a Cesárea. La velocidad media de un «correo» a caballo oscilaba entre cinco y diez millas-hora. Es decir, una jornada podía suponer alrededor de 50 millas romanas. (Cada milla romana era equivalente a mil pasos o 1481 metros). Los viajes por mar se hallaban sujetos, como digo, a otras exigencias. Por el Mediterráneo, la época más segura y frecuentada era desde el 26 de mayo al 14 de septiembre. Entre el 10 de noviembre y el 10 de marzo, el tráfico se paralizaba casi totalmente y los mensajeros imperiales debían seguir las rutas terrestres. En los períodos dudosos (del 10 de marzo al 26 de mayo y del 15 de septiembre al 10 de noviembre), la marinería sólo se arriesgaba a cubrir trayectos cortos: en el norte de África o con la isla de Cerdeña. (N. del m.) <<
[74] Las planchas circulares y vistosamente veteadas de esta madera —una especie de «tuya» que crecía en las proximidades del Atlas— eran muy buscadas por los patricios y millonarios de la época. Resultaba difícil que los troncos de este árbol alcanzasen el espesor necesario para la fabricación de dichas mesas. Aun así, algunos afortunados llegaron a comprar ejemplares de hasta cuatro pies de diámetro. Con el correr de los años, algunas mesas de limonero se cotizaron a razón de 1 300 000 sestercios. (N. del m.) <<
[75] El Aconitum napellum es frecuente en las regiones montañosas. Sus flores, azules oscuras, en forma de casco medieval, la hacen inconfundible. En el siglo XX, la única forma común del veneno (extracto P1D1) aparece en un linimento comercial cuyo nombre —dada su peligrosidad— prefiero pasar por alto. La dosis letal provoca en el ser humano los siguientes síntomas y signos: hormigueo y entumecimiento de la boca, sensación de constricción en la garganta, dolor de estómago, vómitos y sialorrea e irregularidades en el pulso, que se va haciendo lento. La víctima va perdiendo fuerza en todos los músculos voluntarios, brazos y piernas y la fonación y respiración quedan obstaculizadas, presentándose una insuficiencia respiratoria y, por último, el colapso. El tratamiento exige un rápido lavado gástrico, a base de leche o del antídoto «universal». La atropina tiene una acción antídoto directa, debiendo suministrarse de uno a dos miligramos, con repetición a los veinte o treinta minutos. (N. del m.) <<
[76] Este tipo de engobes consistían en barro muy tamizado y rico en contenido de hierro, disuelto en agua hasta darle una consistencia cremosa. Si se deseaba obtener un tono rojo intenso se añadía ocre, a fin de elevar el contenido de hierro. Por razones religiosas, los judíos apenas decoraban su cerámica, excepción hecha de algunas bandas rojas o blancas en la parte superior de la curvatura de las vasijas o hacia la mitad de las tinajas y jarros. La decoración se reducía al uso del «engobe» o del pulimentado. Esta última técnica —como describe G. E. Wright— consistía en un minucioso cierre de los poros de la superficie, pasando por ella un pulidor de piedra, hueso o madera, una vez que el barro se hallaba seco y siempre antes de la cocción. A partir del siglo IX a. de C., esta operación se llevaba a cabo mientras la vasija giraba en el torno. Si no se aplicaba un calor excesivo, el pulimento se conservaba brillante, proporcionando al recipiente un hermoso efecto. Los típicos tazones israelitas de aquel tiempo recibían un engobe rojo en el interior y sobre el borde. Son los denominados de «pulimento circular». (N. del m.) <<
[77] Este tipo de demencia senil era bastante común en la época de Jesús. A principios del siglo XX fue descrita por Alois Alzheimer, al estudiar a una paciente de 51 años que presentaba los signos típicos: trastornos de memoria, tendencia a la desorientación, ideas delirantes de celos (celotipia), empleo de palabras impropias (parafasias) y, en general, dificultades práxicas y de comprensión. De evolución continua e irreversible ha sido dividida en tres fases o estadios. Koy, muy posiblemente, se hallaba en las postrimerías de la enfermedad, con una incontinencia esfinteriana y una ostensible prosopagnosia o dificultad para reconocer las caras. (N. del m.) <<
[78] Esta práctica, conocida como ossilegium, obedecía no a razones de espacio en los cementerios, sino a creencias religiosas. La Misná, en su texto «Semahot» (12, 9), en palabras del rabino Eleazar bar Zadok, refleja esta costumbre: «Así habló mi padre cuando llegó la hora de su muerte: Hijo, primero me enterrarás en una fosa. Cuando transcurra un tiempo, recoge mis huesos y colócalos en un osario, pero no los toques con tus propias manos». Cuando se llevaba a cabo el ossilegium no había lamentaciones fúnebres y el luto duraba un solo día. (N. del m.) <<
[79] Esta fórmula, basada en reacciones quimicobiológicas, permitía disolver la pectosa (sustancia intercelular) mediante la acción de griego pe-ktikos: que puede ser fijado). De ahí la necesidad de someter los mencionados tallos al proceso de enriado, liberando las fibras. Desde el punto de vista químico, el lino está formado casi exclusivamente por celulosa. Su blanqueo, en consecuencia —total o parcialmente—, resulta bastante cómodo. (N. del m.) <<
[80] Amplia información sobre dichos análisis en Caballo de Troya 2. (N. del a.) <<
[81] Para más amplia información sobre la supuesta fundación de la Iglesia por Jesús el lector puede consultar la obra El testamento de San Juan. (N. del a.) <<
[82] En su Orden Cuarto, referente al Sanedrín, la Misná establece con claridad cómo deben comportarse los jueces ante un presunto reo a la pena capital: «Si es hallado culpable, aplazan la sentencia para el día siguiente. En el entretanto, los jueces se reúnen de dos en dos, comen muy frugalmente, no beben vino durante todo el día, pasan discutiendo y deliberando toda la noche y por la mañana se levantan temprano y van al tribunal. El que se inclina por la sentencia absolutoria, dice: “yo lo declaré inocente (ayer) y me mantengo en mi opinión”. El que se inclina por la sentencia condenatoria dice a su vez: “yo lo declaré culpable y me mantengo en mi opinión”. El que aduce razones en favor de la condenación puede aducirlas en favor de la absolución, pero el que aduce razones a favor de la absolución no puede retractarse y aducir razones en favor de la condenación. Si erraban en la disquisición, los escribas del juzgado se lo recordaban. Si hallaban al reo inocente, lo despedían. En caso contrario, lo decidían por voto. Si doce lo declaraban inocente y doce lo declaraban culpable, era declarado inocente. Si doce lo declaraban culpable y once inocente o, incluso, once lo declaraban inocente y otros once culpable y uno decía “no sé”, o incluso si veintidós lo declaraban inocente o culpable y uno dice “no sé”, se han de añadir más jueces. ¿Hasta cuántos se han de añadir? Siempre de dos en dos hasta alcanzar los setenta y uno…». (N. del m.) <<
[83] Confesar sus crímenes o «hacer la confesión» era una fórmula obligada antes de una ejecución. De esta forma, el reo tenía la posibilidad de «ponerse a bien con Yavé, participando en el mundo futuro». Si no sabía hacer la confesión, se le decía: «di con nosotros: sea mi muerte expiación por mis pecados». Y el rabino Yehudá añadía: «si él sabía que era objeto de falso testimonio debía decir: “sea mi muerte expiación por mis pecados, a excepción de este delito”». (N. del m.) <<
[84] En aquel tiempo, los tribunales judíos podían castigar con la lapidación, el abrasamiento, la decapitación y el estrangulamiento. Cada fórmula obedecía a un delito concreto. El abrasamiento, por ejemplo, era impuesto a los violadores y a todo aquel que sostenía relaciones sexuales con sus hijos, con los hijos de sus hijos, con los hijos de la segunda mujer o con los hijos de los hijos de aquélla. (N. del m.) <<