Capítulo 26

 

L

a Larga.

No podía creer que me hubiera traicionado.

Sé algo de besos, aunque los pocos que me han dado los he recibido como una limosna. Estaba seguro de que el que había arrojado a mi escudilla delante del videoclub Candilejas era de los buenos. Comprendía que aquel beso y aquellas lágrimas habían sido una despedida, una despedida para siempre.

No me dijo que se iba y, cuando alguien se va, suele dejar un mensaje de despedida, para evitar la incertidumbre y la espera.

Una carta. Lo más apropiado en estos casos: una carta. En ella me diría que me quería y que siempre habría un lugar reservado para mí en su corazón.

Me acerqué al mostrador de recepción.

—Alguien ha dejado una carta para mí.

El segundo recepcionista del turno de día, Jaime, echó un vistazo somero a la bandeja de la correspondencia.

—Nadie ha dejado nada para ti, hermano. Se les ha olvidado escribirte.

Aquella respuesta, aunque decepcionante, no me hizo arrojar la toalla, en absoluto.

Los siguientes minutos los dediqué a recorrer el hotel preguntando al personal de servicio, camareras, botones, mozos, cocineros, mozos de mantenimiento, etc.

—¿Te han dado una carta para mí?

Todas las respuestas fueron negativas, acompañadas de los más variados comentarios:

—¿Te deben dinero?

—¿Otra que no quiere salir contigo?

—¿Estás tomando lecciones de belleza por correspondencia?

—Si, me han dado una carta para ti, pero la he leído y, créeme, no merecía la pena.

Que la Larga no me hubiera dejado una carta, o una breve nota, me deprimía más de lo que esperaba. Incluso la idea de la autodenuncia había pasado a un segundo plano, pero debía llevarla adelante.

Con la Larga ocupando toda mi mente, mis piernas me sacaron del hotel rumbo a la comisaría más cercana.

Ésta se encontraba en la avenida de Portugal. No demasiado lejos. Iba a autodenunciarme, a soltar toda la verdad, mi verdad: el papel de trabajador abnegado que ha llevado hasta el final las responsabilidades de su empleo.

Caminé como un autómata: ronda de Buenavista, las Adoradoras, Santa Cruz y... avenida de Portugal. La comisaría se encontraba hacia el centro de la avenida. Caminé hacia allí. Alicaído, con el globo terráqueo sobre los hombros, con las muñecas preparadas para que me colocaran las esposas.

Entonces, alguien me aferró con fuerza del brazo.