Capítulo 12
C
inco minutos después, uno de los botones, Marcial, se plantó delante de mí.
—El subdirector quiere hablar con "usted".
Los botones, tanto los del turno de día como los de noche, me trataban de "usted", yo les había dicho que me trataran de "tú", como yo a ellos, casi todos eran mayores que yo, pero continuaban manteniendo el tratamiento, porque debían de ver en mí algo que inspiraba respeto.
Fui al despacho del subdirector, detrás de recepción. Me encontraba intranquilo, pensando en un posible chivatazo del almirante Macaco.
El subdirector se llamaba Sotillo. Era un hombre apuesto, de anchos hombros y voz solemne. Tenía el tic de tirarse del dedo corazón de la mano izquierda, que por ello era como unos dos milímetros más largo que el de la derecha.
—¿Dónde te metes tú?
La típica acogida "cálida" de Sotillo.
—... Estaba en el vestíbulo, ahora hay mucho movimiento de clientes.
—¿Dónde has estado de diez a doce?
Chivatazo: Macaco.
—Ah, síiiiii, de diez a doceeeeee... Salí detrás de un cliente, Del Busto —improvisé; todos los engranajes de mi cerebro funcionando a tope, no podía fallar—. Se había dejado olvidada una cartera, de cuero, negra... Me costó dar con él... Se mostró muy agradecido, muy agradecido con el hotel he querido decir. Por supuesto no acepté la propina que me ofreció, dos lechugas.
—¿Dos lechugas? —aulló.
—Sí, dos billetes de veinte.
—¿Y para eso has necesitado dos horas?
—... Cuando regresaba al hotel me encontré con una de nuestras clientas, esa alemana o austríaca larguirucha de la tercera planta, un enano se estaba metiendo con ella, trataba de cruzarle la cara con unos guantes— imaginé que aquella información produciría un pequeño caos entre las orejas de Sotillo—, me vi forzado a intervenir, ella quería llamar a la policía pero logré disuadirla. Consideré que era lo mejor para el hotel.
—¿Y tampoco aceptaste su propina?
No había ironía en su voz.
—No me ofreció ninguna propina, no llevaba dinero y yo me vi obligado a pagarle un café.
—De tu bolsillo, el hotel no corre con esos gastos.
—Por supuesto.
Ufff.
—Regresa a tu trabajo y no abandones nunca el hotel sin mi permiso.
Me limité a obsequiarle con una sonrisa de compromiso, dándole la espalda como si ya hubiera perdido demasiado tiempo con él.