25

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando llegué a la mañana siguiente a la comisaría todo estaba perfectamente preparado por Alex, tal y como habíamos acordado. Me dio una copia de todo el expediente de Raymond Brolin, el hijo secreto de Joanna Makenzie, y le eché un vistazo por encima. Era más abultado de lo que me esperaba. Menudo pájaro.

 

Gracias Alex, eres un fenómeno. ¿Ya ha llegado el juez?

 

Si jefe, está en la sala de interrogatorios. Se ha quedado muy sorprendido cuando le he pasado allí.

 

Esa es la intención Alex, que el viejo se vaya ablandando. ¿Ha traído abogado?

 

Si, un tal Brown con pinta de estirado. Esta con él en la sala.

 

Perfecto, buena señal. ¿Cuánto llevan esperando?

 

Una media hora—contestó Alex mirando el reloj de nuestro despacho–.

 

Bien, voy para allá entonces. Quédate aquí. Cuando salga el abogado dale conversación y tenle entretenido, quiero hablar a solas con el viejo, ¿ok?

 

Ok jefe, no te preocupes, le diré que me haga un organigrama con todos los personajes de "El Señor de los Anillos" y así tenemos para toda la tarde.

 

Eres un crack, Alex—dije carcajeándome—. ¡Un puto crack!

 

Cogí la carpeta con el expediente de Raymond Brolin y me puse en marcha hacia la sala de interrogatorios. Llegué a la puerta y antes de abrirla respiré hondo. Tenía en mi cabeza perfectamente diseñado como iba a hacer las cosas. Repasé el plan punto por punto. "Vamos Bob", me dije. Abrí.

 

Buenas tardes Señor Cummings—dije más seco que una momia sin estrecharle la mano, mientras me sentaba en una silla frente a aquellos dos tipos—. Veamos, tenemos varios asuntos que aclarar…

 

Disculpe detective Conway—dijo el caballero pijo que acompañaba al juez—de forma preliminar me gustaría manifestarle mi más absoluta protesta por haber citado a mi cliente de forma tan intempestiva…

 

¿Quién cojones es usted?—dije en el tono más chulo que me fue posible sin mirar a la cara a aquel tipo mientras echaba un simulado vistazo al expediente de Raymond Brolin—.

 

¿Cómo que…como que quien…?—empezó a balbucear con su acento de millonario con ático de quinientos metros en el Upper East Side—.

 

Señor Cummings. Quiero hablar con usted a solas. Creo que le irá mejor—le dije al juez con cara de pocos amigos—.

 

No pienso decir ni una palabra si no es en presencia de mi abogado, detective Conway. No sé porque me ha citado usted aquí hoy y mucho menos la manera en la que lo ha hecho y además si me permite…

 

Juez Cummings. Hágame caso—le dije mirándole a los ojos con cara de compasión—será lo mejor para usted. Ya sabe a lo que me refiero…

 

El juez se quedo bastante confuso. Tardó en reaccionar, pero termino por hacerlo. Había entendido mi mensaje. "1-0", pensé.

 

Sam, si no te importa sal unos minutos—dijo finalmente el juez a su abogado—. No tengo nada que ocultar, voy a hablar a solas con el detective.

 

¡Pero David! ¡Esto es ilegal! ¡Pienso poner una queja ante la fiscalía….!

 

Hazme caso Sam, no pasa nada, ahora te aviso cuando terminemos…—insistió el juez—.

 

¡Me niego! ¡Es un atropello que no estoy dispuesto a consentir y desde luego…!

 

¡¡Sssccchhh!! ¡¡Deje de gritar ahora mismo amigo!!—dije gritando como un loco—. ¿Qué parte no ha entendido de que salga de esta habitación? ¿Se lo tengo que repetir de nuevo? ¿No ha oído al Señor Cummings? Salga-de-aquí-ahora-mismo. ¡Punto!

 

Déjanos solos Sam, hazme caso—insistió el juez—.

 

¡Me voy ahora mismo, pero solo porque tú me lo dices David!—dijo el abogado recogiendo su maletín—. Esto no va a quedar así. ¡Ni muchísimo menos! —exclamó mientras salía por la puerta.

 

"2-0", pensé para mí. Había llegado el momento de dar el siguiente paso. Me lo pensé dos veces. Si, era lo mejor. Estaba seguro.

 

¿Por qué cojones no me dijo que su esposa tenía otro hijo, juez Cummings?

 

He visto muchas caras de sorpresa en mi vida. He visto muchas caras desencajadas ante las malas noticias. He visto cientos, tal vez miles de caras de personas a punto de rendirse. Pero ninguna como aquella.

 

No sé de qué me está hablando detective—contestó finalmente sin entonación alguna, con una voz plana, rendida ante el inminente desastre—.

 

No me haga perder el tiempo juez.

 

No le hago perder el tiempo. Simplemente…

 

¡¡Ya hemos perdido demasiado!!—salté como una hiena—. ¡¡Si me hubiera contado usted todo el primer día, a estas alturas tendríamos a ese cabrón metido entre rejas!!

 

¡¡No se de que me está hablando!!

 

¿¿Ah, no?? ¿Quiere que le ayude a refrescar la memoria?—dije mientras cogía el teléfono que había sobre la mesa y marcaba la extensión de nuestro despacho—Alex, dile a ese hombre que pase.

 

La mirada de asombro del juez era indescriptible mientras elucubraba quien seria ese hombre que estaba a punto de incorporarse a nuestra reunión. No fue nada comparado con la que se le quedó cuando vio entrar en la sala de interrogatorios a Owen Fuller, el observador camarero del "Wonderland", el bar más triste y cutre de todo Nueva York.

 

Buenas tardes Owen. Muchas gracias por su colaboración. ¿Conoce usted a este hombre?—le pregunté señalando al juez—.

 

Si, si le conozco, señor—respondió rápidamente el camarero—.

 

¿De qué le conoce?—pregunté conociendo perfectamente la respuesta, mientras no perdía de vista la cara de estupefacción del juez—.

 

Estuvo hace aproximadamente tres semanas en mi local, señor.

 

¿Solo o acompañado?

 

Acompañado, señor.

 

¿De quién?

 

Tuvo una reunión con otro hombre…

 

¿Cómo era ese hombre, Owen? ¿Puede describirlo?

 

Si, por supuesto. Cuarenta, cuarenta y cinco años a lo sumo, complexión fuerte. Alto, moreno. Vestía una cazadora negra de cuero y unos vaqueros y…

 

Es suficiente Owen. ¿Era la primera vez que iba ese hombre por allí?

 

No señor. Ese hombre iba por allí cada dos o tres meses. Se reunía con otra señora que…

 

¿Con esta señora?—pregunté mientras exhibía ostentosamente una foto de Joanna Makenzie que saqué de la carpeta y que dejé a la vista del juez—.

 

Efectivamente, con esa señora, detective Conway.

 

¿Quiere que sigamos Señor Cummings, o ya ha hecho memoria?

 

No, déjelo detective—contestó tras pensárselo unas centésimas de segundo—. No es necesario que sigamos. Creo que puedo explicárselo todo…

 

"3-0". Todo marchaba según lo previsto. Pero aun no había acabado el partido.

 

¿Puedo irme, detective?— preguntó el camarero con cara de satisfacción, loco de contento por ser la estrella de aquella película policiaca—.

 

Si, Owen, puede irse. Estoy en deuda con usted. Un día de estos me paso por el "Wonderland" y lo celebramos con otro Manhattan, ¿le parece?

 

Me parece perfecto, detective Conway. Será un placer.

 

Dejé salir a aquel tipo curioso por la puerta y saqué mi paquete de Camel.

 

¿Le importa que fume, Señor Cummings?

 

No sabía que se podía fumar en las comisarías de Nueva York—contestó con tristeza, sumido en sus pensamientos, rendido frente al hundimiento del Titanic—.

 

Si, si se puede. Mire—dije encendiéndome un pitillo y exhalando una gran bocanada de humo—. ¿Quiere uno?

 

Llevo más de treinta y cinco años sin fumar—contestó—. Pero creo que ha llegado el momento de volver a hacerlo. Deme uno, por favor.

 

Le pasé al viejo un Camel y el mechero. Lo encendió algo nervioso. Le dio un par de caladas y empezó a toser. Pero solo con las dos primeras. Con la tercera lo empezó a disfrutar.

 

Joder, que bueno. Había olvidado este placer…

 

Fumar es maravilloso. Solo tiene un problema. Que mata. Fúmese solo ese y no vuelva a hacerlo hasta dentro de otros treinta y cinco años.

 

Le agradezco el consejo, Conway. Pero no creo que vaya a vivir tanto. Y de hecho, sinceramente tengo dudas de que merezca la pena hacerlo.

 

¿Fumar?—pregunté para quitarle hierro a la conversación y hacer una broma que bajara la tensión en el ambiente—.

 

No. No me refiero a eso—dijo esbozando una ligera sonrisa—. Me refiero a vivir tanto. Tantos años.

 

Depende de cómo se vivan Señor Cummings.  Es más una cuestión de calidad que de cantidad, ¿no le parece?

 

Si. Puede que tenga razón—dijo dando otra profunda calada al cigarrillo–. Bueno, tenemos una conversación pendiente detective. ¿Por dónde empiezo?

 

Por donde quiera juez Cummings. Cuéntemelo todo. Le escucho—dije apagando el cigarrillo que tenia entre mis dedos y encendiendo otro a continuación—.

 

"4-0", pensé. Me esperaba una tarde muy dura. Mucho más de lo que podía pensar en aquel momento.

 

 

 
Manhattan
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