21
—Gracias por recibirme, Doctor Porter. Siento no haberle avisado antes, ha sido algo improvisado, pasaba cerca de aquí y se me ocurrió visitarle…
—No hay problema detective Conway. Me coge usted con un día tranquilo, han anulado un par de citas en la consulta. Pero sinceramente no creo que pueda ayudarle, ya le dije todo lo que sabía el día que hablamos en el hospital…
—Lo sé doctor, lo sé, pero este caso no me deja dormir por la noches y no me queda otro remedio que volver a acudir a usted. Los Cummings tenían pocos amigos…
—Sí, son una familia poco dada a la vida social. Mi mujer y yo somos prácticamente los únicos amigos que tenían.
—Bueno, supongo no obstante que en alguna cena o algún encuentro familiar asistiría alguien más alguna vez, aunque solo fuera por algún compromiso profesional de la Señora Makenzie o de su marido…
—Rara vez, para serle franco…
—Le agradecería mucho que hiciera un esfuerzo por recordarlos Doctor.
—Bueno, una vez en una cena de cumpleaños de Joanna acudieron unos antiguos amigos suyos con los que habían perdido el contacto… se llamaban… Nolan. Si, los Nolan, ahora lo recuerdo. Parece ser que habían sido compañeros en Harvard, pero después se fueron a vivir a Minessota y la distancia les había hecho perder el contacto. Una familia muy agradable, ahora lo recuerdo.
—¿Sabe si volvieron a tener relación en algún momento posterior?
—Sinceramente, lo dudo. David me lo habría dicho, pasamos una velada muy agradable y nos intercambiamos los teléfonos para volver a vernos si venían de nuevo por Nueva York. No, no lo creo.
—¿Alguien más, recuerda alguien más que conociera a través de la familia?
—Bueno… una vez vinieron a casa a comer con un primo lejano de David que también era juez y había venido a visitarles…
—¿Qué edad tenia?
—Más o menos como David, si no recuerdo mal. Tal vez algo más joven, pero no mucho más. ¿Por qué me lo pregunta?
—¿Recuerda que le presentaran en alguna ocasión a un hombre de unos cuarenta y tantos años? Cincuenta a lo sumo.
—No, no lo recuerdo en absoluto…
—¿Está usted seguro? Es muy importante doctor Porter.
—Si, completamente seguro—me contestó mientras se devanaba los sesos buscando recuerdos en su memoria—. No recuerdo que nunca me presentaran a ningún amigo o familiar de esa edad.
—¿Qué opina de Mary Peet?—le pregunté a bocajarro—.
—¿La nuera de Joanna? Es una mujer excepcional. Muy trabajadora, una gran profesional. Me preocupan sus preguntas detective, ¿sospecha algo de ella?
—No se preocupe doctor, son preguntas rutinarias. ¿Tuvo alguna vez Mary Peet algún problema con la Señora Makenzie?
—No me consta, más bien al contrario. Joanna siempre hablaba muy bien de su nuera. Decía que John había tenido mucha suerte casándose con ella. No, nunca me comentó que tuviera el más mínimo problema con ella.
—Y John, su hijo. ¿Tenía buena relación con su madre?
—¡Por supuesto! Joanna adoraba a John, era su ojo derecho, tenia autentica pasión por su hijo.
—No sucedía lo mismo con su hija Christine. Al parecer…
—¡Esa chica está para que la ingresen en un manicomio, por el amor de Dios!—dijo bastante exasperado—.
—¿Qué pasó exactamente? ¿De dónde viene el origen del conflicto con ella?
—Nadie lo sabe. Las malas compañías, eso es todo. Christine era una niña maravillosa. Pero eligió mal a sus amigos y a los dieciséis años se metió en el mundo de las drogas y de ahí no ha salido. Joanna y David hicieron todo lo posible por salvar a su hija, pero todos los intentos fueron en vano, es una causa perdida.
—¿Está usted al tanto de que amenazó de muerte a la Señora Makenzie?
—Desgraciadamente sí, me lo contaron en su momento. Creo recordar que fue en torno a las navidades pasadas. Al final retiraron la denuncia, debo decir que en contra de mi criterio. Esa chica necesitaba una buena lección.
—¿Por qué fue la amenaza, como llegaron a ese punto?
—Dinero detective. El maldito y asqueroso dinero.
—Explíquese, por favor.
—Joanna se negó a darle más dinero para que se lo gastara en drogas y fue entonces cuando Christine la amenazó de muerte.
—¿La considera capaz de haber asesinado a su madre?
—Para serle sincero, no—dijo después de pensar unos segundos su respuesta—. A raíz de aquel último enfrentamiento le aumentaron la asignación mensual para que se metiera en su cuerpo todo lo que le diera la gana y les dejara en paz. Hasta donde yo sé, no han vuelto a saber nada de ella.
—¿Sabe si Christine tiene novio? Un hombre de unos cuarenta años…
—No. Eso seguro que no. Christine es lesbiana, no le van los hombres. Seguro que no.
—Ya… Siento la indiscreción de la pregunta, pero no me queda más alternativa que hacérsela doctor. ¿Joanna Makenzie y su marido tenían buena relación? Me refiero sentimentalmente. Ya sé que encajaban como un guante y pasaban mucho tiempo juntos. Estoy hablando de amor. ¿Seguían enamorados?
—Sinceramente, le diría casi con total seguridad que sí. Tenga en cuenta que llevaban toda la vida juntos, se conocieron siendo unos críos cuando estudiaban la carrera en Harvard. Salvo un par de años que lo dejaron, han pasado unidos casi cuarenta años.
—¿Lo dejaron dos años? ¿Ya casados?
—No, no, no. Lo dejaron un par de años siendo novios todavía. Joanna tuvo que volver a casa de sus padres. Al parecer su madre era viuda y tuvo un accidente muy grave. Joanna dejó los estudios y se ocupó durante un par de años de cuidar a su madre. Al principio intentaron mantener la relación, pero a esa edad y con la distancia, acabaron por dejarlo.
—¿De donde era la Señora Makenzie?
—Ummm… de Bayo Cane, un pequeño pueblo cerca de Houma, en Lousiana. Hablaba mucho de su infancia allí.
—Y entiendo que después volvieron a estar juntos…
—Así es. Años después, cuando falleció la madre, Joanna regresó a Harvard a finalizar la carrera y se reencontraron en la Universidad. David estaba todavía allí cursando el doctorado. Salvo ese par de años, como le digo, han pasado una vida entera juntos y creo que no me equivoco si le digo que han vivido siempre el uno para el otro. Hombre, ya sabe, en una pareja tantos años juntos siempre hay desavenencias... Pero nada importante, o al menos nunca me lo dijeron...
—Ya… ¿Por tanto, no cree usted factible en absoluto que la Señora Makenzie tuviera un amante?
—¡Ni por asomo!—respondió sorprendido—.
—¿Y el juez?—pregunté con cara de póker—.
—Bueno, nunca me ha comentado absolutamente nada, pero… bueno, yo creo que para eso los hombres somos distintos, ¿no le parece?
—Pues, no, no me parece. Hace cincuenta años si, pero ahora, no le veo mucho sentido a tener una amante, para serle franco. Si no estás bien con tu mujer te divorcias y punto.
—Hombre, no es tan fácil…
—Yo creo que sí, pero bueno, en cualquier caso ¿sabe si el juez Cummings tiene algún lio, si o no? Le agradecería que fuera sincero, cualquier detalle, por nimio que parezca, puede ser determinante para esclarecer este caso…
—Nunca me ha dicho nada, créame. Y pienso que si la tuviera me lo habría dicho, ya sabe como…
—Si. Ya sé como somos los hombres. Ha sido usted muy amable contestando a todas mis preguntas doctor—dije levantándome para salir de su consulta—Lamento haberle robado unos minutos, le dejo que vuelva a sus tareas.
—Lo que necesite detective. Lamento no haberle sido de más ayuda…
—No se preocupe, estamos ante un caso difícil. No hay nada más complicado que encontrar huecos en una familia perfecta.
—Los Cummings lo son, créame.
—Le creo doctor, le creo. Una última pregunta. ¿Sabe usted si entre el juez Cummings y la Señora Makenzie se guardaban algún tipo de secreto?
—¿A qué se refiere exactamente?—preguntó muy dubitativo—.
—A algún secreto personal, familiar, económico, profesional. Algo que se ocultaran el uno al otro y del que usted fuera confidente.
El doctor Porter se quedó pensativo, meditando su respuesta con detenimiento.
—Detective. Como dijo Benjamin Franklin, el que confía sus secretos a otro hombre se hace esclavo de él. No. Nunca me confió ninguno de los dos secreto alguno. Al menos que yo sepa.
—Le entiendo doctor. Le entiendo perfectamente, no se preocupe. Gracias de nuevo por su colaboración.
Salí a la calle y me puse en marcha hacia mi siguiente visita sorpresa. Debo confesar que estaba a punto de tirar la toalla. Pero fue solo durante unos minutos. La perseverancia conduce irremediablemente al éxito. O al menos eso dice siempre mi mujer.