Primavera siempre fue su estación favorita y se le presentó sin previo aviso. Aunque los exámenes de fin de curso siempre intentaban eclipsar el buen tiempo, Helen era una gran estudiante y sacó unas notas excelentes.

Robert invitó a su mujer e hija a cenar en un lujoso restaurante en el centro de Nueva Orleans. Helen intuía que algo extraño pasaba. En alguna ocasión habían salido todos juntos, pero siempre era cuando se celebraba algo especial.

Tras el caprichoso postre de trufa y nata, los padres le dieron a su hija un sobre cerrado.

—¿Qué es?

—Ábrelo y lo averiguarás —sugirió Robert.

No tardó en sacar el contenido. Se encontró con unas llaves.

—¿Y esto? —preguntó sorprendida.

—Las llaves de tu nuevo coche —respondió su padre sonriendo.

Helen no pudo reprimirse y mostró en su cara un gesto de felicidad. Llevaba mucho tiempo tras sus padres para que le compraran un automóvil.

—Ahora podrás dejar en paz a tu amigo, seguro que descansará de ti —dijo Robert.

—¡No sé qué va a ser peor! —exclamó Catheryn—. Si sufrir porque iba con Joel en ese coche destartalado o ahora que va a conducir ella sola.

Helen sonrió.

—No te preocupes, mamá.

La muestra de cariño le encantó a Catheryn. Abrió los brazos y le dijo a su hija que la abrazara. Helen lo hizo, achuchó a su madre a la vez que le dio un enorme beso.

—¿Y para mí no hay nada? —preguntó Robert.

—Para ti también, papá.

Desde que se enteró de su adopción, Helen no cambió su estado de ánimo, ni de personalidad con sus padres. Se comportaba como la niña dulce y simpática que siempre había sido. «Diga lo que diga la genética, vosotros sois mis padres. ¡Os quiero!», les dijo antes de salir a ver su enorme, caro y potente regalo.

Joel estaba en su habitación leyendo y escuchando música, pero el incesante ruido de un claxon le obligó a levantarse y a mirar a través de la ventana. Se llevó una sorpresa al ver a su amiga Helen al volante de un bonito coche. «¿Estás loca? ¡Deja de tocar el pito!», gritó desde arriba.

Cuando bajó quedó fascinado con la belleza del deportivo.

—¿A qué viejo te has ligado? —preguntó con sorna.

—¡Déjate de tonterías y sube!

—Pero si no sabes conducir, pelirroja.

Helen arrancó el motor y puso la marcha atrás. Joel al ver que su amiga se marchaba le gritó:

—¡Vale, vale! Subo…

El joven se puso el cinturón sin que su amiga llegara a advertírselo.

Era la primera vez que Helen conducía, pero no tardó en averiguar cómo se hacía para salir quemando ruedas. Delante de la casa de Joel se quedaron las marcas negras de dos enormes neumáticos.

Después de dar varias vueltas con el coche por el barrio, decidieron tumbarse sobre el césped del parque que había cerca de la casa de Helen. Él miraba el tono azul del cielo, mientras ella leía un vetusto libro.

«La única diferencia entre el bien y el mal es el propósito con la que se realiza una acción. Todo brujo tiene que elegir antes de cumplir la mayoría de edad; corazón de flor o corazón de piedra, esa será la decisión de enmarcar un destino al servicio de Dios o de Satán… »,leyó ella.

Helen se reincorporó y miró a Joel que seguía tumbado.

—¿Tú crees en las brujas? —le preguntó a su amigo.

—¡Claro! Si no dime tú de donde ha salido la profesora de Francés; más bruja que ella no creo que haya.

La joven no pudo aguantarse y soltó una carcajada. Joel se sentó para conversar con ella.

—¡Tonto! En serio, ¿tú crees en el bien y el mal? —preguntó Helen.

El chico no supo qué contestar. Se encogió de hombros y esperó a que su amiga le sacara de dudas.

—Es decir, le he estado dando vueltas a la cabeza y he llegado a la conclusión de que a veces no somos quienes deberíamos ser por no tomar una decisión correcta…

—Ahí tienes razón —respondió Joel.

—¿En serio?

—Sí. Yo podría ser una persona más feliz, si de una puta vez tuviera el valor para hacer una cosa…

—¿El qué? —preguntó con curiosidad ella.

El joven quedó en silencio un momento, tomando aire y decidiendo si le preguntaba de una vez por todas lo que tenía en mente desde hacía tiempo.

—¿Vendrías al baile de fin de curso conmigo?

Helen sonrió. En realidad su amigo no se había enterado de lo que ella quería decir con su cábala, pero no le importó. Le alegró escuchar esa petición.

—¡Sólo si yo conduzco y voy a recogerte! —respondió ella con una mirada aún más ardiente que su pelo.

—¡No me queda otra opción! —respondió él contento y orgulloso al ver que Helen aceptó su propuesta.

Cuando Helen encontró la mirada de su amigo tensa y tan caliente como la suya, le pegó un empujón tirándolo sobre el suelo verde. Ella se levantó y salió corriendo hacia el coche. «¡Te vas a enterar!», gritó él intentando atraparla. Era evidente que la amistad estaba sufriendo una metamorfosis.

Joel creyó que se trataba una broma, que Helen cambiaría de idea y sería él quien la recogería para ir al baile. Se equivocó, cuando salió de su casa allí estaba ella en su flamante coche, esperando a que su amigo subiera para largarse de allí.

—Esto no tiene sentido —dijo él avergonzado.

—¡Relájate!

—¿Cómo quieres que me relaje? En cuanto nos vean aparecer se van a reír porque conduces tú. Además, me parece muy mal que maltrates así a tu nuevo coche…

—¿Qué quieres decir? —ella sintió curiosidad, no sabía a qué se refería Joel.

—¡Por Dios, no te hagas la tonta! ¿Cómo eres capaz de poner el último single de Miley Cyrus? ¡Estás en las últimas! —afirmó en tono burlón.

Joel tuvo razón. Fue salir del coche y escuchar los primeros cuchicheos: «La cenicienta se ha convertido en piloto y el sapo sigue siendo un sapo baboso». A ninguno de los dos le importó aquel comentario. Lo que en realidad le fastidió al joven fue el no poder ir a recoger a su amiga en un día tan especial. Siempre había imaginado llegar a su casa y regalarle un ramillete de flores, pero eso no ocurrió.

Una vez dentro de la fiesta, ella dejó solapara coger un par de refrescos. La pelirroja no tardó en toparse con Sarah. La pija iba muy arreglada, conjuntada y emperifollada para recibir el galardón a la más guapa de la fiesta, porque ella tenía claro que iba a ser la vencedora. Desde el momento en que Sarah tiró por las escaleras a Helen, aún no habían coincidido a solas.

—¡Estás preciosa, cariño! —dijo Sarah con sorna.

—¡Zorra! —murmulló Helen.

—¿Qué has dicho?

—Te lo deletrearé para que lo entiendas bien: zeta, o, erre, erre, a… ¡Zorra!

A Sarah no le gustó el insulto. Era su noche y no iba a soportar que nadie se la estropeara. Derramó el vaso de ponche que sostenía en su mano sobre el vestido de color negro que ceñía la bonita figura de Helen.

—A ver si así se te apagan los humos, princesa —dijo Sarah.

La pija se marchó lo más rápido posible del lado de Helen, no quiso manchar su caro y bonito vestido de Dolce & Gabanna.

Cuando Joel regresó con las bebidas se sorprendió al ver a su amiga empapada.

—¿Qué ha ocurrido?

—Nada, hacía calor. Vamos afuera a tomar el aire, por favor.

Helen cogió de la mano a Joel y juntos se dirigieron al jardín. Poco antes de salir escucharon que la música se detuvo de golpe y el presentador de la gala anunciaba a la más guapa del baile. Se detuvieron para mirar el escenario. «Y al fin vais a salir de dudas. El más guapo y la más guapa de la fiesta son Dareck Stewart y Sarah Lombarda»; después del anuncio se escucharon los aplausos de la gente.

Joel no pudo evitar reír de forma exagerada.

—¿De qué ríes? —preguntó Helen.

—Pues me estoy imaginando la cara que va a poner Matt al no haber sido elegido cómo el más guapo —respondió entre risas.

Helen observó a Sarah. La pija se estaba haciendo la sorprendida; reía y se mostraba risueña por la decisión del jurado. La pelirroja la odiaba, estaba harta de que aquella estúpida tratara mal a la gente, sobre todo a ella y a Joel. Cuando el presentador le puso la corona, Helen recordó las palabras que su padre le dijo antes de desaparecer: «Si me necesitas piensa en fuego… »; lo hizo. Creyó que debía probar y dar un escarmiento a esa chica que se pavoneaba delante de todo el instituto con una bonita y sofisticada corona sobre su cabeza. Se fijó con detenimiento en ella y deseó con fuerza que la corona se pegara fuego; ocurrió. Sintió el mismo calor que las llamas que brotaron del elegante premio que recibió Sarah. «¡Jódete», pensó mientras veía el oscuro pelo de la pija arder entre gritos y la expectación de la gente. Resultó irónico que el encargado de apagar aquel incendio capilar fuera un ponche con el mismo gusto y hedor que el que impregnaba la ropa de Helen. Lo más gracioso, dentro de la delicada situación, fue ver al joven galardonado yendo tras la pija para socorrerla. «Parece un granjero tras una gallina», dijo Joel sin parar de reír observando la escena.

Helen se asombró del poder que escondía en sus entrañas. Se sintió poderosa. Pensó en que quizá no había estado bien usar el poder que tenía para vengarse de la estúpida de Sarah. Pero verla padecer delante de todo el mundo, humillada como ella había hecho tantas veces con otra gente, le hizo sentirse bien, satisfecha. Creyó que lo que había hecho no estaba tan mal, pero sí lo estaba. Aunque intentó maquillar su actitud, sabía que en el fondo actuó con malicia, y sintió un pelín de agobio al pensar que antes de un año tenía que tomar una decisión para escoger uno de los dos caminos.

—¿Por qué será que cada vez que estoy cerca de ti veo a alguien salir ardiendo? —preguntó Joel con sarcasmo y apartándose de ella.

—¡Ven aquí! —le llamó la pelirroja.

Joel obedeció. Se detuvo a poca distancia de su amiga. Ella lo miraba con una ternura que no había descubierto hasta ese mismo instante. Acercó su boca a la del muchacho. Tan cerca que él sentía cada una de sus respiraciones en sus labios.

—Ten cuidado, me vas a quemar —le dijo él.

Helen se aproximó aún más, y pegó sus labios en los de Joel. Él no pudo reprimirse, la cogió por la cintura y la besó. Hizo camino con su lengua. No tardó en encontrar ese jugo que anhelaba en la vida real, y que tan sólo lo había llegado a catar en sueños.

El chico sintió la necesidad de apartarse por un instante de ella, estaba acalorado.

—¡Au! —se quejó él.

—¿Qué te ocurre?

—¡Me has quemado! Aunque en realidad ya hace tiempo que estaba derretido por ti.

Los dos rieron y volvieron a fundir sus bocas buscando el placer del amor.

Se despegaron cuando se sintieron satisfechos. Después, cogidos de la mano se perdieron en el jardín del instituto. La noche abierta y el inmenso firmamento les invitó a disfrutar y sentirse la felicidad. Helen decidió serlo, le quedaba menos de un año para su transformación y quiso aprovechar el momento.

Mientras los cuerpos de los enamorados desaparecían entre la vegetación del parque, el cielo lloraba estrellas fugaces dudando en si la joven bruja acabaría siendo un peligro para la humanidad. Esa noche, Helen, no había sido capaz de distinguir entre el bien y el mal, se dejó llevar por la rabia. Demostró tener un corazón de bruja, y aunque ella creía no saber qué decisión acabaría tomando, su camino ya estaba marcado. La fiera ya estaba despierta y esperaba el momento para salir de la jaula. Todo era cuestión de tiempo.