Epílogo

 

 

 

 

 

 

Una barca se deslizaba trémula por las aguas tranquilas del lago, a la luz de la luna, no muy lejos de la cabaña de madera del señor Antonio. En su interior y bajo una manta, asomaron dos cabezas descansando de su lujuria…

Eran Luis Miguel y Mauro.

—¿No te parece injusto? —preguntó Luis Miguel, dejándose abrazar—. Ellos recorriendo mundo, grabando y pasándoselo en grande… y, mira, nosotros aquí.

—Alguien tenía que comprobar que la cabaña es un lugar idóneo y prepararla para cuando llegue la parejita. De momento, este será su nidito hasta que Valentine empiece con el rodaje de cine —contestó Mauro.

—¿Y por qué no nos han dejado ir con ellos?

—Luismi… Quieren estar solos, a salvo de nosotros.

—¿Y estarán bien?

—Bob les cuida.

—¿Tú crees que serán felices?

—Me temo que sí, ya están mirando donde establecerse definitivamente. Parece que al final tu chico encontró a su amor —aseguró Mauro.

—Yo diría que fue tu chica la que encontró el amor de su vida… ¡Qué buena pareja hacen! ¿Verdad? Ay, cómo les envidio —susurró Luis Miguel, con la pluma en alto y mordiéndose los labios.

—Luismi, ¿tú me quieres de verdad? —preguntó Mauro, clavando sus ojos en él, buscando una respuesta sincera.

—Ay, no me digas eso, que la noche me confunde —tembló Luis Miguel.

—Te necesito… ¿Me necesitas?

—Yo lo que necesito en una buena… Ay, Dios, ¿qué tiene el amor que nos vuelve tan estúpidos? ¡Bésame!

 

 

 

 

Fin