Buenos Días Alex

 

 

 

 

 

 

Al día siguiente, el agradable aroma del café con leche y de las tostadas despertó a Alex. Miró el despertador, ya eran cerca de las ocho de la mañana, pronto sonarían todos los despertadores de la casa, como era habitual. Quiso dormir cinco minutos más y se dio la vuelta, entonces pensó aterrado que si tardaba en levantarse, sus hermanas se harían las dueñas del cuarto de baño y tendría que esperar lo indecible para entrar. Se levantó en slip, ajustados y sin perneras, rascándose la espalda mientras daba un gran bostezo. Tomó una revista musical de su mesita de noche, abrió la puerta y asomó al pasillo con prisa.

En ese mismo instante, Valentine salió del cuarto de Martita y ambos quedaron frente a frente. Ella en pijama, con los pelos alborotados y los ojos entreabiertos, y él en slip con la revista en la mano. Se miraron por unos largos segundos llenos de emoción, con el corazón en una mano, de arriba abajo y de abajo a arriba, los dos un tanto sorprendidos, era todo un encuentro inesperado y no en las mejores condiciones.

Y llegó el bulldog francés, con dos ronquiditos mañaneros, y se quedó mirando a los dos, como rompiendo el momento.

—Hola Huguito —le sonrió Valentine al perrito—. Buenos días Alex —le dijo después a él y le robó la revista de la mano para, acto seguido, meterse en el cuarto de baño.

Alex se quedó allí, de pie, con la boca abierta y una ceja alzada. ¿Estaba soñando o la estrella más famosa del planeta le acababa de robar su revista rock para meterse en el cuarto de aseo de su propia casa? Sí, ella, esa joven tan hermosa que perturbaba su razón con tan solo recordarla… ¿Estaba loco, soñando o tonto?

Escuchó el despertador del cuarto de su hermana y, antes de poder menearse, la pequeña Martita ya estaba en la puerta, a su lado. Alex trató de preguntarle, pero de su boca no salió una palabra, solo pudo gesticular con las manos y brazos. Y ella, sin contestar, se volvió hacia su cuarto para comprobar que Valentine no estaba en la cama.

—¿Dónde está? —le preguntó Martita.

—¡En el baño! —exclamó Alex, atónito, y entró en su habitación.

—¡Venga! ¡A desayunar! —se escuchó desde la cocina.

Valentine salió del cuarto de baño, duchada, y anduvo por el pasillo secándose la cabeza con una toalla.

—Hola —saludó a la pequeña, que de golpe y con una sonrisa escueta, corrió hacia el baño, tratando de llegar antes que su hermana Paula.

 

Alex se vistió sin salir de su asombro. ¡Valentine estaba en casa! No sabía qué andaba más alterado en su interior, si su mente, su alma, su barriga o su corazón, recordando lo que sintió en aquel concierto, cuando ella besó a su hermana y le sonrió a él con esa mirada abrasa almas. ¡Qué guapa estaba recién levantada, con pijama y todo! ¿Le habría escuchado anoche cuando llegó?, se preguntó al caer en ello, preocupado con todo lo que la había llamado.

En cuanto el aseo quedó libre se metió dentro, se afeitó, se duchó y se acicaló como nunca. Y se preocupó mucho en arreglarse bien: el pelo, la cara, la ropa e incluso los zapatos, y usó aquel perfume olvidado que un día le regaló su madre. Parecía que se preparaba para ir a un prestigioso evento, en vez de a la cocina de casa para desayunar antes de ir al trabajo.

—Buenos días —saludó al sentarse a la mesa.

—Qué guapo te has puesto, ¿no trabajas hoy? —le preguntó la señora María.

—¿A dónde vas tan arreglado? —insistió Paula, un tanto curiosa.

Entonces llegó Valentine, radiante, vestida con pantalones ajustados de cuero negro, botas altas de tacón, camisa blanca de adornos piratas, de anchas mangas, maquillada en su punto y con el pelo arreglado, que caía sobre sus hombros como una cascada roja, y con un aroma muy especial, embriagador.

—Vaya, ya te quitaste el pijama de Martita —sonrió la señora María.

—¡Qué guapa estás! —exclamó Paula.

—¿A dónde vas a ir así de guapa? —preguntó Martita, embobada.

—No, no pienso salir, quiero trabajar en una canción… ¿Puedo usar tu iMac?

—Sí, claro…, úsalo —murmuró Martita.

—Mira, parece que Valentine y Alex se van juntos a una boda —sonrió la señora María—. Hacen buena pareja y todo, ¿verdad?

—Mamá —murmuró Alex.

—Pues sí, la pareja perfecta. Valentine, a ver si te lo llevas, que quiere ser cantante, igual te sirve en el coro o para acarrear trastos, porque no creas que vale para mucho más —apuntó el señor Antonio, llegando a la mesa.

Alex enrojeció su rostro sin decir una palabra, mientras Valentine reía con cierto rubor. Bebió el tazón de leche con Colacao en dos tragos, sin probar las tostadas ni las galletas, sin más y sin dejar de mirar a Valentine de soslayo.

—¡Ya te has manchado la camisa! —exclamó la señora María.

Alex bajó la cabeza rápidamente y se vio dos enormes gotas marrón sobre su camisa y resopló. En el pantalón había caído otra, más grande y justo ahí. Alzó la vista y vio la mirada de Valentine clavada en él, como vigilando y escrutando cada uno de sus movimientos, como invitándole a sonreír.

—Me tengo que ir —aseguró Alex, un tanto nervioso.

—¿No terminas el desayuno? ¿No te cambias la camisa? —le preguntó la madre.

—No, tengo, prisa… Me voy —se despidió Alex, tratando de ocultar las manchas y bajo la atenta mirada de Valentine, con esos ojos que le confundían a cada paso.

Y así se tropezó con el marco de la puerta de la cocina al salir.

—¿Estás bien hijo? —preguntó la madre, preocupada.

—No pasa nada… Hasta luego —se alejó Alex, resoplando.

—¡No le digas nada a nadie! —le gritó Martita.

—No, claro, entiendo —aseguró Alex, saliendo de la casa.

—¿Qué le pasa hoy al niño? Parece tonto —expuso el señor Antonio.

—Es lo que tiene sentarse al lado de una chica guapa —dijo la señora María.

—¿Quieres decir que está así por ella? —entendió Paula, con cierto morbo.

La señora María alzó los hombros, como que no lo sabía, pero que todo podía ser, si no era, que sí sería o a saber.

—Los hombres, hija, se vuelven tontos y hacen estas clases de tonterías y otras más gordas cuando les gusta un chica —aseguró finalmente.

Valentine miró a ambos lados y tomó una tostada, como si no se enterara.

—Oye, en esta casa os cuidáis muy bien —aseguró, disfrutando de las tostadas caseras, tan ricas, bañadas con aceite de oliva y un sentido de azúcar.

—¿Quieres que saquemos a Huguito antes de que me vaya? Por ahí tengo un chándal con capucha y a ese parque no va gente que te pueda conocer… Solo cuatro gatos a sacar al perro de paseo —apuntó Paula.

 

Alex se cambió de ropa en la fábrica de mecanizados, colocándose el uniforme gris de trabajo, y se puso a trabajar en el torno, acompañado por sus nervios, dudas y sentimientos. Se moría de ganas por decirles a sus amigos quién estaba escondida en su casa, pero no podía. Claro, comprendía la situación y no podía fallarle a su hermanita. Pero más se moría por sentirla cerca, por rozar su piel, por besarla y eso no podía ser, ¿qué le estaba pasando? Así se vio venir toda la mañana, en plan mudo y extraño para los compañeros, pensando en Valentine, pero no como una estrella del pop, sino como mujer. Era tan guapa y se la veía tan inteligente, simpática y cariñosa. Acababa de empezar el día y ya estaba deseando que terminara la jornada para volver a casa, a ver si aún estaba allí. ¿Podría conocerla bien? ¿Se habría fijado en él? Seguro que sí, pues sabía su nombre y, además, lo había visto en calzoncillos, recién levantado y de tal guisa matinal.

¡Qué horror!

 

Cuando Valentine y Paula regresaron de pasear a Huguito, el señor Antonio se marchó tranquilo a trabajar con su viejo taxi, dando antes un beso a sus hijas y otro a su invitada, como no podía ser menos.

El timbre sonó por tres veces seguidas, fuerte.

—Ese es Luismi, me voy —afirmó Paula y tomó sus cosas para marcharse.

Conforme salía, Luis Miguel intentó entrar en la casa.

—¿Dónde está? —preguntó.

—Durmiendo —mintió Paula—. Vámonos, que llegamos tarde.

Martita recogió su cartera del colegio y se acercó a Valentine.

—¿Necesitarás algo?

—No, tranquila… Muchas gracias, Martita; eres un sol.

—¿Y vas a estar todo el día en casa sola?

—Tengo mucho que hacer y estoy con tu madre y con Huguito, no estoy sola —sonrió Valentine.

—Mira, cuando se aburra del ordenador, que me ayude con la comida y le enseñaré a hacer torrijas, que seguro que le gusta y aprende a cocinar —contestó la señora María.

—Yo sé cocinar, pero me encantaría aprender lo que usted me enseñe y probar esas torrijas… ¿Qué son? —aseguró Valentine.

—¿Sabes cocinar? —preguntó la señora María, extrañada—. Pues qué bien, la mayoría de las chicas de hoy día ya no aprenden ni quieren cocinar. Mira mi Paula, no sabe ni freír un huevo.

 

Valentine pasó la mañana en la cama, con el móvil apagado; al final, en poco ayudó a la señora María, más bien en nada. Hacía tanto que no podía descansar en paz, sin que Mauro la llamara o la persiguiera para hacer esto o lo otro, que disfrutó con deleite de la cama, las sábanas y las mantas sin reparo alguno, olvidándose por completo del tiempo, haciendo el perro en todo su esplendor, vagueando sin pudor alguno, dando vueltas en la cama entre dormida y dormida, somnolienta y colmando de fantasías sus sueños más íntimos… con Alex.

Hasta que dos golpes en la puerta le abrieron los ojos.

—Valentine, son las cuatro de la tarde, ¿no te levantas? ¿Estás bien? ¿Te traigo algo de comer? —le preguntó la señora María.

 

***

En cinco años que llevaba trabajando en la fábrica de mecanizados, fue la primera vez que Alex salió a las seis de la tarde, sin hacer ninguna hora extra, para asombro de sus compañeros. Pero más para sus colegas, el Sapo y el Juanete, pues parecía haber olvidado todo, incluso que habían quedado para ensayar.

Todo un sacrilegio.

Cuando llegó a casa, su madre estaba en la cocina, preparando torrijas. Valentine se encontraba a su lado, con el pijama de elefantes rosas y un mandil, mojando las rebanadas de pan en la leche y rebozándolas en huevo. Huguito devoraba una torrija sin azúcar, con el morro manchado de leche. Aquella escena tan tierna, humilde y familiar, le pareció maravillosa.

—Prueba esas, las hizo ella —sonrió la señora María.

Alex cogió una, que todavía estaba caliente, y la probó.

—Hummm…

Valentine levantó las cejas, como si hubiera recibido un gran cumplido. En verdad era lo primero que cocinaba en años y allí estaba él, probando sus torrijas.

—¿Te gusta? —preguntó ella.

—¡Fantásticas! —exclamó Alex.

—Me ha dicho tu madre que te gusta mucho mi música, ¿sí?

—Sí, claro —aseguró Alex, rogando que no le preguntara el título de ninguna de sus canciones—. Pero en casa, la experta en tu música, ya sabes, es Martita… Por cierto, ¿habéis estado hablando de mí?

—No le he contado nada de lo que avergonzase, excepto lo de aquella vez, cuando eras más pequeño y… —respondió la señora María, mientras Valentine reía y Alex comenzaba a mosquearse.

—¡Mamá! —exclamó él, interrumpiéndola con un ruego para que callara.

—Así que tienes un grupo de rock —murmuró Valentine, como interesada.

—Sí, pero solo somos tres colegas aficionados… Con el Sapo y el Juanete.

—¿El Sapo y el Juanete? —preguntó Valentine, extrañada por los motes.

—Si bueno, a Miguel, el bajo, le llamamos así porque a veces es tan pesado y doloroso como un juanete, y no por que se llame Juan. Al Paco, el batería, es que le gusta lamer sapos.

—Vaya, qué interesante, no sé si quiero conocerles —murmuró Valentine, entre risas—. ¿Y a ti como te llaman?

—Mejor no te digo… Pero no es un grupo, solo es un pasatiempo, nada serio.

—Pues te pasas los días, después de trabajar, metido en ese ensayo. ¿Por qué no te la llevas al cuarto y le pones algo? Eso, que te oiga tocar la guitarra, a ver si le gusta —apuntó la madre, retirando a Valentine de la fuente de las torrijas.

—Vale, quiero oírlo —dijo ella, limpiándose las manos.

Y se quitó el mandil.

—Yo… Bueno, no sé si tengo algo en el ordenador —murmuró Alex.

—Háblame más de tu grupo… ¿De verdad no tienes nada que pueda escuchar?

—No sé si te gustará, no se parece a lo que haces tú… La verdad es que somos algo malillos y no tenemos más que tres o cuatro temas nuestros, no sé si deberías oírlo, perder así el tiempo.

—Seguro que está bien. Me encantará perder el tiempo a tu lado, escuchando tu música. Venga, muéstrame —le animó ella.

Valentine acabó en el cuarto de Alex, observando los posters de deportistas y estrellas rockeros que adornaban las paredes, no había ninguno de ella. Y se fijó en un mueble que estaba atestado de discos de vinilo, de DVD, libros y cómics, y hurgó con curiosidad entre ellos mientras Alex manejaba el ordenador. Tampoco había nada de ella. Miró a todos lados, algo molesta, y vio, para su gran satisfacción, una pequeña foto de ella en la mesita, al lado de la cama… ¿Qué hacía allí? No importaba, se sintió emocionada y pletórica. Y se sentó en la cama, ante la guitarra eléctrica y el pequeño equipo de sonido.

Alex pulsó el mando del equipo digital, no muy convencido, y comenzaron a sonar diferentes canciones de forma rudimentaria y tosca, versiones de otros grupos y autores, hasta que, finalmente, sonaron aquellos temas, los suyos.

—Terminados del todo solo tenemos dos —se apresuró a decir él, de forma que sonaba a disculpa o como si le diera cierta vergüenza.

Ella asintió y escuchó atenta cada nota, cada compás, la letra, los tiempos, todo… No había por dónde cogerlo, estaba todo muy verde. Pero la base era buena, muy buena, sobre todo la guitarra, o eso quería pensar ella cada vez que le miraba.

Alex no se atrevía ni a preguntar.

—¿Ves? Ya te había dicho que solo somos tres amigos —aseguró él, como justificándose de nuevo por la poca calidad de los temas.

—No están nada mal… para ser un grupo de amigos, especialmente esa que se titula Canción de Amor. ¿Es tuya? Me ha gustado mucho —contestó ella, mirándole con una gran sonrisa.

—Sí… Yo compongo los temas del grupo y luego los arreglamos entre los tres.

—¿Quieres que te ayude a realizar unos pequeños arreglos?

Él la miró reticente. Hubiera sido mejor que le dijera directamente que sus temas eran de puta pena. ¿Cómo iba dejar a nadie que no fuera del grupo meter mano en sus composiciones?

—Solo unos pequeños arreglos, muy pequeñitos… y luego, me dices qué te parece —dijo ella, percatándose del agravio—. Yo creo que Canción de Amor puede quedar bestial, los tiempos de guitarra están muy bien conseguidos y esa melodía es fantástica. ¿Vamos al ordenador y hacemos un recorrido por cada tema?

 

***

Martita llegó del colegio y del repaso a la par con su hermana Paula, ambas deseosas de saber cómo había pasado el día Valentine. Luis Miguel las seguía un tanto desesperado con una bolsa grande y, nada más entrar, se dirigieron a su habitación.

Estaba vacía.

Se miraron los tres, atónitos, y corrieron a la cocina.

—¡Mamá!

—Sí, ¿queréis merendar? He preparado chocolate y unas torrijas. 

—¿Dónde está Valentine? ¿Se ha ido? —preguntó Martita.

—No, está con tu hermano… Llevan toda la tarde encerrados en su habitación escuchando música, desde que vino de trabajar.

—¿Alex ya está aquí? —preguntó Paula, totalmente sorprendida.

—Pues sí —contestó la señora María.

—¿Valentine está con Alex? ¿Encerrada en su habitación? ¡Ay, que lista la muy lagarta y parecía tontita! —exclamó Luis Miguel, con cara de pillo lujuria.

Y fueron a la habitación de su hermano, con prisa, para entrar de golpe, los tres, con Huguito, que a todo se apuntaba, sin llamar ni nada.

Allí los encontraron a los dos, con los auriculares puestos ante una guitarra eléctrica, el amplificador de mesa, un equipo de sonido, una mesa de pistas, el mezclador y un montón de papeles con notas; y parecían muy aplicados en lo que estaban haciendo. Tanto que no se enteraron que estaban allí mirando.

—Ay, o sea… mírala —murmuró Luis Miguel, todo cotilla, al ver la mano de ella sobre el hombro de Alex, mientras él escuchaba, apoyado en ella, un tema a través de los auriculares.

Entonces, Valentine, tomó la guitarra y comenzó a tocarla, cantando ante un pequeño micro. La música no se oía, para ello se necesitaban auriculares, pero la melodía de la voz sí, y era preciosa; y él la siguió, cantando Canción de Amor como nunca había hecho y creando un dueto perfecto, increíble.

Martita, Paula y Luis Miguel se quedaron anonadados escuchando.

Cuando terminaron de cantar, Valentine y Alex se quedaron mirando, presos de sus emociones más íntimas, clavando los ojos el uno en el otro, frente a frente, estudiándose como dos jóvenes enamorados a punto de besarse, pero que no saben si deben o no, si aquello era real o solo un sueño.

Alex le pasó la mano por la cara, desplazándole el cabello hacia atrás, con una tierna caricia, buscando la profundidad de sus hermosos ojos. Ella inclinó un poco la cara, ladeándola, buscando su corazón y otra caricia… Un fuerte aplauso rompió el momento y, sobresaltados, miraron atrás.

Martita, Paula y Luis Miguel aplaudían como locos.

Y Huguito entró corriendo, a ver qué pasaba con tanto escándalo, tanta fiesta.

—¡Es preciosa! —aseguró Martita.

—¿Es de tu nuevo disco? —le preguntó Paula.

—Es de tu hermano, me encanta, ¿verdad? —se apresuró a decir Valentine, separándose un poco de Alex.

—Bueno, la verdad es que ahora también es tuya… Tú le has dado sentido —dijo Alex, mientras pensaba en todo menos en ello, mirándola con una mueca alegre, sin poder ocultar su entusiasmo por cómo había sonado la canción, por haber cantado junto a ella, por tenerla allí, a su lado.

—¿Qué dices? Yo solo te he mareado un poco —afirmó Valentine, con una mirada enamorada, restando importancia a sus pequeños arreglos—. Y tiene tres temas más.

—A ellas no le gustan mis canciones —comentó Alex, un tanto como distante, resignado al ver que de su cuarto no se marchaba nadie, ni sus hermanas, ni Luismi, ni Huguito. Y miró a sus hermanas con una mueca exagerada, como diciéndoles: ¿Qué hacéis aquí y ahora precisamente?

—¡Ponlas! —le dijo Paula, ignorándole.

Y así, sin más remedio para Alex, que solo quería que le dejaran a solas con Valentine,  escucharon sus canciones, una tras otra y por dos veces.

—Guau, son una pasada —dijo Martita.

—¿De verdad son tuyas? —preguntó Paula.

—Bueno, Valentine me ha estado ayudando, ya no sé si son mías o suyas.

—Son tuyas… Pues no lo ves, yo solo he metido algún arreglillo que otro, pero la base y el espíritu es el tuyo —le dijo ella.

—¡Mira! —exclamó Luis Miguel, señalando la bolsa que llevaba en la mano.

—¿Y eso? —preguntó Valentine.

—¡Está noche nos vamos de fiesta!

Valentine alzó el entrecejo sin comprender y Paula sacó de la bolsa una peluca morena y un montón de frasquitos de cremas, coloretes y potingues de maquillaje profesional que se habían traído de los talleres.

 

Al día siguiente, Valentine estuvo toda la mañana en la cama, menuda fiesta sin que nadie le pidiera una foto a su lado ni un autógrafo, con Alex, Paula y el Luismi, que menudo personaje era el muy fiera loca y cuánta gente le conocía en el barrio de Chueca, habían bailado juntos hasta la saciedad, y mira que le gustaba tocar y apretar al muchacho para ser gay. Habían estado de risas, tragos y fiesta en un pequeño local de música, en pleno Madrid, toda la noche de un lado a otro, de mambo. Y Alex tan atento con ella toda la noche. Por unos momentos se imaginó su vida así, una vida de incógnito, una vida anónima, una vida normal, ¿una vida feliz…? Y sintió miedo, vértigo. ¿En verdad quería eso? Ella encontraba la felicidad en el escenario, ante su público, disfrutando de cada canción que interpretaba… ¿Era posible vivir una vida normal y, luego, saltar a un escenario? No, como bien le decía siempre Mauro, eso no era factible. ¿Y Mauro? ¿Qué estará haciendo Mauro?, se preguntó. Le conocía bien y sabía que debía de estar subiéndose por las paredes, histérico perdido, pues llevaba más de 24 horas sin saber nada de ella, todo un récord que podría costarle un infarto.

Tomó el móvil y lo conectó. El número de su teléfono solo lo tenía una persona: Mauro. Pero allí habían almacenados 236 mensajes.

—Vaya —murmuró Valentine.

Todo eran mensajes de Mauro: ¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¿Llámame? Por favor, contesta. ¿Por qué no me llamas? Estoy preocupado… Te mataré…

Escribió un mensaje por wassap:

“Estoy bien, muy bien, un beso

Y volvió a apagar el móvil.

 

Aquel día, Alex volvió a salir pronto del trabajo y se fue directo a casa, acelerando su vieja Yamaha 500. En su mente Valentine y solo ella, nada más. Cuando entró, dejó el casco en el entrador y se dirigió a la cocina, a saludar a su madre y a Huguito.

—¿Estás bien? —le preguntó ella, algo confusa al verle a esas horas en casa.

—Sí, claro —aseguró él, jugando con el bulldog.

—Hoy has venido también muy pronto.

—Había poco trabajo —mintió Alex y tomó una torrija, le quitó el azúcar y se la dio a Huguito, que la tragó con desespero, como si nunca hubiera comido. Luego, tomó otra y se acercó a su habitación, comiéndola.

—Ay, ya, yai… —replicó la señora María, que ya se imaginaba el rumbo que aquello estaba tomando.

Alex paró ante la puerta de la habitación de su hermana. Si Valentine no se había marchado, debía de seguir allí. Quizás dormía, o no. Se preguntó si entrar y pensó: ¿qué le voy a decir? Aquella joven quizás no tenía nada más de qué hablar con él. Ya le había mostrado sus temas y hablado de todo durante la noche, a cada momento que Luismi y Paula la dejaban descansar, ¿qué le iba a enseñar ahora? En realidad, meditó con cierta preocupación, ella era toda una celebridad y él no era nadie. ¿Qué estaba haciendo? Valentine pronto se marcharía de su vida para siempre, con sus conciertos, con su música. Además, ¿cómo iba a fijarse en un chico como él para algo más que no fuera una lejana amistad? Y volvió a la cocina, indeciso y confuso, pues bien sabía lo que sentía por ella.

—Mamá…

—Sí, hijo, tu amiga está en la habitación de Martita, se ha tirado todo el día conectada al ordenador. ¿Por qué no vas con ella y le llevas un vasito de chocolate y unas torrijas?

—Hum… No sé… si debo…

—Seguro que le gusta, es posible que te esté esperando.

—Bien, sí, vale…

Alex llamó a la puerta de la habitación, mientras con la otra mano sujetaba una pequeña bandeja con las torrijas y una taza de chocolate que le había preparado la señora María.

Nadie contestó.

Llamó otra vez, con el mismo resultado.

No se atrevió a insistir por si dormía y abrió la puerta girando la manilla lentamente. Allí estaba ella, de nuevo con el pijama de elefantes rosas que le quedaba tan pequeño y apretado, que tanto remarcaba su figura de mujer y que le dejaba al aire el ombligo; ante el iMac de Martita y con unos auriculares en los oídos, meneando la cabeza de lado a lado.

Y Huguito entre sus brazos, dejándose acariciar y rascar, con los ojos entrecerrados y parte de la lengua colgando.

—¡Hola, aquí la Tierra! —exclamó él.

Valentine se volvió para verle entrar con la merienda y con esa cara enamorada colmada de incertidumbre. Entonces, una enorme sonrisa iluminó su rostro, dejó al perrito en el suelo y se levantó para ayudarle y él se acercó para servirle. Todo, justo en el mismo instante que se cruzó Huguito entre las piernas de ambos buscando saludar a Alex, tropezando así los tres entre ellos. La bandeja fue al suelo, quebrándose la taza y el plato, saltando el chocolate, rodando las torrijas.

—Estáis bien —llegó la madre, alertada por el ruido.

Huguito enseguida se dispuso a limpiar con esmero las torrijas del suelo, mientras la señora María observaba la cara de circunstancia de su hijo y de ella.

—Lo siento —dijo Valentine, agachándose a recoger aquel estropicio.

—No, ha sido culpa mía —dijo Alex, inclinándose también, al mismo tiempo.

Ambos volvieron a chocar al agacharse, con la frente, y al final rieron sentados en el suelo con la mano en la cabeza, mientras la señora María limpiaba, remugando y comprendiendo lo que estaba pasando allí. ¡Qué lindo el amor!, pensó sin decir nada.

—¿Quieres escuchar mi nuevo tema? Estoy con unos arreglos y no sé qué tal, necesito una opinión sincera —le invitó Valentine, viendo a la señora María abandonar la habitación con la escoba en la mano y el recogedor lleno.

—Bueno, no sé… Yo no soy el más indicado para… —contestó Alex.

—Venga, dime qué te parece —le interrumpió ella y le puso los auriculares.

Alex se quedó en silencio, escuchando.

Aquel tema no necesitaba de ningún arreglo, no necesitaba nada, era un ensayo musical perfecto; y la miró siguiendo el ritmo. Ella tenía los ojos clavados en él, como esperando con interés e impaciencia su opinión. Era tan hermosa, con esa mirada tan limpia.

—Bueno… No está mal —apuntó él, con un gesto dubitativo, mediocre.

Valentine alzó las cejas hasta arriba.

—¿Cómo que no está mal? —preguntó ella con cierto enfado.

—No sé. La verdad, pues eso, que no está mal…

—¿Qué quieres decir? ¿De verdad no te gusta? Nadie me había dicho nunca algo parecido —se quedó confusa ella.

—No me hagas caso, es broma… Está muy, muy bien —sonrió él, pletórico.

—¡Tonto! —le exclamó ella y le dio una pequeña palmada en el hombro.

—Tienes mucha imaginación, sabes componer pura magia. Yo creía que te hacían los arreglos, bueno, también la melodía y la base. Pero ya veo que no, sin duda tienes un don para la música, eres toda arte.

—Me lo hago yo todo… La letra también, ¿te gusta? —sonrió ella, halagada.

—Tengo que reconocer que sí, ¿tienes algo más?

—No te voy a poner nada más. ¿Qué hicisteis en el ensayo ayer? ¿Escucharon tus colegas los temas? ¿Les gustaron los cambios?

—Oye, y si mejor salimos un rato… Tú y yo, juntos, a tomarnos una cervecita.

Valentine se quedó en silencio, acelerado su corazón, perturbada su mente. ¿Me está pidiendo una cita?, se preguntó emocionada, sin menear una pestaña.

—Venga, antes de que lleguen mis hermanas y el Luismi y se nos apunten; te enseñaré el local de ensayo y te llevaré a un sitio que creo que te encantará.

—¿Me ayudas con la peluca? —contestó ella.

 

Alex la llevó directamente a su local de ensayo, muy animado. Pero nada más entrar se arrepintió al darse cuenta, él mismo, de lo cutre y sucio del lugar. Era un pequeño local sin ventilación de apenas 15 metros cuadrados, con un techo que amenazaba con caerse en cualquier momento. Las paredes estaban cubiertas de hueveras para insonorizar y se podía ver dos viejos posters rockeros, uno de Iggy Pop y el otro de Ramones; otro de una veloz moto Yamaha, tal vez el Marc Márquez, y al frente, un almanaque grande que mostraba una mujer desnuda con bigotes pintados y los pezones recortados. Allí permanecían como embutidos dos amplificadores Marshall y una pequeña batería, un mueble de madera sin cajones, tan viejo como lleno de polvo, y una nevera de cantos oxidados y pintarrajeada que parecía que se caía de lado. En el suelo había varios papeles, colillas y latas de cerveza vacías. En el ambiente, un ligero olor a pies, cerveza agria y tabaco que él no había detectado hasta que entró con ella.

Alex se sintió morir… ¡Qué vergüenza!

—Aquí es donde ensayamos. Normalmente está limpio, creo que anoche hubo fiesta y no me invitaron —trató de justificarse.

—Vaya —dijo Valentine, observando todo, sorprendida, pues aquello no tenía nada que ver con la espaciosa nave donde ensayaba ella y sus músicos, siempre limpio y en orden, con las paredes limpias y con una tabla de guion y orden del repertorio; aquellos amplificadores y la batería parecían haber salido de una tienda de juguetes rotos—. Pensé que sería más pequeño… ¿Y aquí podéis trabajar? —rio a continuación sin saber qué decir.

Acto seguido, se sentó en el taburete de la batería y tomó unas baquetas muy desgastadas que estaban sobre la caja, para, de pronto, marcarse un solo de bombo, timbal, caja y platillos que sorprendió a Alex.

—¿No quieres tocar la batería en mi grupo? —apuntó él.

—Me encanta la batería —aseguró ella, levantándose—. ¿Y este cuartito?

—¡No, déjalo, ahí no hay nada!

Ella lo abrió y vio un viejo colchón con una sábana arrugada y una manta encima, rodeado de botellas y vasos vacíos, con un cenicero a rebosar. Y alzó el entrecejo hasta arriba.

—Es que el Juanete y el Paco a veces duermen aquí —se disculpó Alex.

—¿Juntos?

—No, ponen un cinturón en la puerta cuando el cuartito está ocupado.

—Ah, vaya… ¿Y tú no “duermes” ahí? —preguntó ella, algo decepcionada.

—No, yo no. ¡Nunca! No tengo mucha suerte con las mujeres. Y si conociera a una chica que me gustara, nunca la traería aquí para… Pero mejor nos vamos… La verdad es que este sitio es un asco, tendré que pensar en buscar otro local de ensayo, pero no veas lo costosos que son —le dijo Alex.

—No está tan mal —mintió ella—. ¿Dónde están los aseos?

Alex la miró y chasqueó la lengua, obviamente no pensaba enseñarle el baño, pues a saber qué podía encontrarse allí. Deseó estrangular al Juanete y al Sapo por dejar aquello de tal forma, aunque generalmente no estaba mucho más limpio. La acompañó a la salida con cierta prisa y apuro, sin responder.

 

Valentine y Alex pasearon por el centro de la ciudad, desde la estación de Atocha hasta la Cibeles, y después por la Gran Vía. Al principio como amigos, aunque ya de la mano, y luego del brazo. Disfrutaron de su recorrido, contándose alguna que otra confidencia, sus gustos y colores.

—No te tenía que haber llevado al local —aseguró Alex.

—¿Por qué? La verdad es que me ha impresionado mucho, sobre todo la suite para las amigas —sonrió ella, pensando que menos mal que la había sacado de allí pronto y sin insinuarle nada. Hubiera sido aterrador.

Pero él, en verdad, solo quería enseñarle el local donde tocaba, sin darse cuenta que lo que ella iba a ver más que nada no sería el ensayo, sino el picadero cutre de sus compañeros de grupo.

Y cambiaron de tema.

—Debe de ser tremendo tocar para tanta gente y ver cómo se vuelcan contigo, a mí me dejaste impresionado —dijo Alex—. ¡Eres un bicho en el escenario! ¡No paras! Me encantó y mucho.

—Pues sabes una cosa: cuando pisé por primera vez un escenario, me moría de la vergüenza… Toda la gente me miraba y yo a ellos, y la música sonaba y yo no cantaba, estaba como paralizada. Me costó lo mío reaccionar…

Él la miró atónito, como no creyéndola.

—De verdad —insistió ella—. Cuando todo explotó, pues no tenía tablas y nunca había tocado en directo. Yo solo componía canciones en mi cuarto para mí, me gustaba tanto. Hasta que de pronto, llegó una multinacional, mi música gustó a la gente y todo se precipitó convirtiéndose en una espiral de locura.

Alex se quedó muy sorprendido al saber que ella era la autora de todos y cada uno de sus temas, e incluso del guion de los conciertos, incluida parte de la coreografía y de los juegos de luces. Sin duda era toda una artista que se merecía la fama que tenía y, posiblemente, mucha más. Y ella se quedó pensativa, al ver que tras llevar Alex toda la vida tocando la guitarra y componiendo, no había actuado nunca y nadie había escuchado un tema suyo o reparado en él, muchas veces por vergüenza o falta de seguridad en sus posibilidades, o por falta de oportunidades y medios.

En su paseo llegaron al barrio de Chueca y visitaron varios locales, de poca gente y menos luz, de buena cerveza y mejor música, donde parecía ser que todo el mundo conocía a Alex y le saludaban con cariño, y todos le preguntaban por Luismi y Paula.

—Sabes, te envidio —murmuró ella y bebió.

—¿A mí? ¿Por qué? ¿Qué te he hecho? —preguntó entre risas, incrédulo.

—Tienes una familia que te quiere, unos amigos que te quieren y una vida que es tuya, que te pertenece… Creo que nunca tuve nada de eso.

—Ya me contó Martita lo de tus padres, lo siento. Pero creo que debes pensar en lo que tienes ahora, no en lo que quedó atrás o nunca fue. ¿No tienes amigos?

—Tres o cuatro… La verdad es que solo uno —murmuró ella, con pena.

—Eso no puede ser cierto. Mira, solo con mi familia ya tienes cinco amigos y un perro que te quieren mucho, además del Luismi —la animó Alex, con cierta gracia.

Ella sonrió complacida y halagada.

—Hay mucha gente que te quiere, y mucho —insistió él.

—Sí… Eso me dice siempre Mauro.

—¿Quién es Mauro? ¿Tu novio?

—Es mi manager… ¡Yo no tengo novio! ¿Y tú?

—No. Tampoco tengo novio… ni manager —volvió a reír él.

—Va, no te burles de mí, tonto… Novia, ¿tienes novia?

—No.

Un extraño silencio les envolvió entre miradas furtivas conforme terminaban sus cervezas, como si tras aquellas dos confesiones, ya estuviera todo lo importante dicho: los dos estaban libres y sin compromiso, era como si ya nada más de lo que se pudiera hablar tuviera mucho interés.

—Es muy tarde, deberíamos volver a casa… Mañana trabajo temprano y mis padres estarán preocupados —dijo Alex, mientras sacaba la billetera para pagar. Aunque en su mente solo deseaba seguir allí, con ella.

 

Pasearon de vuelta a las tantas, en busca de un taxi al que ninguno de los dos llamaba cuando aparecían con su lucecita verde por las calles. El brazo de ella rodeaba la cintura de Alex, con fuerza, como si fuera suyo y de nadie más; mientras él no sabía muy bien dónde poner las manos, si en la cintura, más arriba, más abajo, o en los hombros o qué.

—He pensado que mañana, si te apetece, puedo salir a mediodía de trabajar y te llevo a un sitio encantador, a cenar. Más que nada para resarcirte de haberte traído a mi local de ensayo. ¿Te apetece? —preguntó Alex, con cierta emoción y temor ante una más que previsible negativa.

—Sería estupendo —contestó ella, dejándose llevar.

—Creo que ya hemos andado bastante… A ver ese taxi que viene…

 

***

Al día siguiente, Valentine se levantó pronto, como deseando que llegara un nuevo día para poder estar otra vez con Alex. ¡Y esa cena! ¡Toda una cita! ¿Dónde la iba a llevar? ¡Era todo tan romántico! ¡Tan, tan, tan cursi! Y él era tan atento con ella, tan caballero… Le encantaba, se sentía dichosa como nunca. Pero tendría que esperar a que saliera de trabajar, por lo visto era un chico responsable, pensó con cierta gracia. ¡Vaya mierda de local de ensayo que tienen!, se dijo para sí. Tras desayunar, se lio de cháchara con la señora María; le gustaba mucho, pues mientras preparaba todo para hacer un rico estofado que alimentaba solo con olerlo, la mujer se dedicaba también a enseñarle a hacer torrijas entre sorbitos de mistela. Por lo visto las torrijas eran las delicias preferidas para todos en aquella casa, aparte de una buena forma de aprovechar el pan duro y de engordar a Huguito.

Sin poderlo evitar, pasada la mañana, se asomó a la ventana, pues pronto regresaría Alex de trabajar y ya andaba de los nervios, deseando salir con él. Estuvo estudiando aquel tranquilo barrio, en el que apenas transitaban vehículos. Vio pasar a una pareja de ancianos, abrazados, que paseaba al sol con un perrito peludo que iba de lado a lado. Sintió nostalgia de su vida pasada, de sus abuelos, de cuando nadie sabía de ella y a nadie le importaba, y pensó en dar una vuelta con el bulldog y pensar un poco en todo aquello, en los sentimientos que estaba viviendo. Se sentó en el pequeño tocador de Martita y comenzó peinar la peluca.

—Señora María, voy a salir un momento.

—Ay, ¿a dónde vas sola, hija?

—No se preocupe, doy una vuelta a la manzana con Huguito y regreso. ¿Puedo llevármelo?

—Sí, claro… y que haga sus cositas. ¿A la manzana? ¿Qué manzana?

—Ahí al lado, al parque. No se preocupe, no iré lejos.

Cuando Valentine abrió la puerta, salió contenta, animada. Hacía un día estupendo y se acercó a la verja de la urbanización, con una mano en el bolsillo, con la otra sujetando la correa de Huguito y con Alex en su mente, ¿qué estaría haciendo? ¿Pensaría en ella? ¿Se había enamorado de verdad?

 

Como respuesta a sus preguntas, vio en la distancia llegar a Alex en su moto, una vieja Yamaha 500. Aparcó a su lado y se quitó el casco. Se le veía contento y muy animado. Huguito saltó disparado a saludarle y ella quedó prendada viéndole jugar con el perrito. Estaba enamorada de ese chico hasta las trancas y lo sabía. ¿Cómo había podido pasar? Lo había buscado, lo había encontrado… ¿Y ahora?, se preguntó temerosa de perderle.

Alex se acercó y la besó en la cara, con un saludo y una caricia oculta que buscaba más.

—¿Cómo estás? —preguntó él.

Ella levantó los hombros, ladeando un poco la cabeza.

—Venga, vamos a comer y nos marchamos… Pero ya, antes de que nadie nos asalte y quiera apuntarse —aseguró él, refiriéndose a sus hermanas.

 

***

Cuando Martita llegó a casa, corrió a ver a Valentine con un montón de cosas que contarle y de propuestas para incluir en la página web y en facebook, pero encontró su cuarto vacío y le dio una rabia tremenda. Se dirigió hacia la habitación de su hermano, decidida a reñirla, pues no era posible que pasara más tiempo con Alex que con ella.

No había nadie.

Extrañada, salió a la cocina, en busca de su madre.

—Mamá… ¿Y Valentine?

—¿No me das un beso?

Martita se acercó y le dio un beso a la señora María.

—Hija, dime una cosa… Tu amiga, esa cantante… ¿Es una buena persona?

La jovencita se quedó parada, sin comprender.

—Sí, claro —contestó finalmente.

—Estoy preocupada por tu hermano. Desde que llegó Valentine no es el mismo. Me parece que se ha enamorado perdidamente y no creo que ella se haya dado cuenta de lo que está haciendo, ni del daño que le hará cuando se marche a su país o por ahí a cantar… y no vuelva.

—Vaya —susurró Martita, con la boca abierta, como caída de un burro—. ¿Quieres que le diga algo?

—No, las cosas del amor a veces tienen extraños caminos y es mejor dejar las cosas fluir, madurar, pero sí que quiero que, cuando tu amiga se marche, animes mucho a tu hermano, creo que lo va a pasar muy mal y te necesitará.

—¿Dónde está Valentine?

—Alex se la llevó… Van a la cabañita del lago, a cenar… No creo que regresen hasta mañana —contestó la señora María, y sonrió a Martita un tanto preocupada.

—Pero ella también le quiere, yo ya me he dado cuenta y Paula también. ¿Por qué iba a hacerle daño? Podrían ser novios.

—Hija, no es tan fácil, ni todas las parejas que se quieren acaban juntas… por más que se quieran.

—Pero, ¿por qué, si se quieren tanto?

—Ay, mi pequeña Martita, un gran amor no siempre trae la felicidad, también puede traer la desdicha, y no hay nada más triste que un corazón roto.

 

***

Valentine disfrutaba como una niña, posando ramitas y troncos, prendiendo el fuego de la chimenea. Era todo tan bonito, aquel lugar, el olor a resina de pino y madera de la cabaña, el lago bordeado de frondosos bosques, el jolgorio de las pequeñas aves cantoras, el anochecer que llegaba con aquellas luces tan vivas y el paso de las abundantes bandadas de patos y estorninos. Alex tenía razón, era un sitio encantador, no podía haber acertado más y mejor. Salió fuera, donde él preparaba unas verduras frescas, chuletas de cordero y unas longanizas en la parrilla; la mesa estaba preparada al lado, con una hogaza de pan, una botella de buen vino, dos copas y unas servilletas blancas a cuadros rojos.

—Se te da bien cocinar —dijo ella, acercándose—. Huele muy bien.

—¿Sí? Pues que sepas que no tengo ni idea de cocina, pero ponme delante unas buenas brasas y te haré lo que desees.

—Alex, gracias por traerme aquí y cuidar tan bien de mí.

Sin más, Valentine se acercó y le dio un atrevido y escueto beso en los labios, rápido, inocente. Alex se quedó sin palabras, sus miradas todo lo decían.

—Come —ordenó él, posando una bandeja de carne torrada en la mesa.

 

Cenaron entre risas y trago y trago, chupándose los dedos, disfrutando del lugar y de aquel anochecer que se venía encima. Y acabaron paseando por la orilla del lago, a la luz decreciente del crepúsculo.

—¡Qué maravilla de lugar! —exclamó ella, recreándose en el paisaje.

—¿Te gusta?

—Me encanta.

—A veces venimos toda la familia… Esta cabaña era de mis abuelos, la heredó mi padre y la arregló a su gusto. A él le gusta mucho pescar. ¡Tenemos una barca!

—Pues es preciosa. Mis abuelos tenían una casa parecida, en la montaña. Aún recuerdo el aroma de sus paredes, de sus guisos… Me críe con ellos y mi abuelo me enseñó a tocar con una guitarra española muy antigua que tenía, era andaluz, ¿sabes?

—Pues fue un buen maestro —expuso Alex.

—Le gustaba mucho la música. Siempre decía que lo que no es melodía es ruido, por ello hacia que todo a su alrededor sonara limpio, como las notas de un instrumento… Bueno, falleció hace cuatro años…

—Lo siento.

—Es la vida, era ya tan viejito… Pero me hubiera gustado tanto compartir mi éxito con él. ¿Quién te ha enseñado a ti? —preguntó Valentine.

—Soy casi autodidacta… Toco un instrumento desde los siete años, que me regaló mi madre una flauta por mi cumpleaños. Aunque luego fui a estudiar música a un conservatorio e ingresé más tarde en una banda, tocando el violín. No he tenido mucha suerte con mis maestros. Aunque bien pensado, quizás sí: he aprendido más de ti en estos días que con el resto de músicos durante toda mi vida. Y pensar que antes de conocerte creía que eras…

—Una niña creída, caprichosa y soberbia —le interrumpió ella.

Alex se quedó en blanco, estaba claro que había oído todas las barbaridades que dijo aquella noche, en el cuarto de Paula, sin saber que ella estaba en la habitación de al lado.

—Lo siento, realmente no pensaba tan, tan, tan así…

Valentine rio al verle apurado.

—No pasa nada… Yo también te quiero —aseguró ella.

Alex alzó el entrecejo y sonrió decidido, se acercó y la tomó de la cintura, acercándosela más, hasta notar su cuerpo pegado al suyo; la miró a los ojos, esos hermosos ojos que aceleraban su corazón, y la besó en los labios con dulzura.

Ella le abrazó fuerte, dejándose llevar y le besó apasionadamente.

—Te he amado desde el primer momento que te vi —suspiró él.

—Alex… —susurró ella, acercando sus labios de nuevo.

 

El sol poniente desaparecía poco a poco, por completo, conforme la pareja paseaba entre beso y beso, y el lago reflejaba sus almas encendidas en una gran superficie dorada por el efecto de las últimas luces.

—¡Qué lindo se ve el lago! —exclamó ella.

—Vamos, demos un paseo con la barca —propuso Alex.

Así quedaron en medio del lago, a la deriva, abrigados por un increíble manto de estrellas, a la luz de la luna llena. Tumbados en la barca, abrazados, fundidos en un mar sin fin de besos, pequeños gemidos y susurros que parecían no terminar nunca; acariciando sus cuerpos, desabrochando botones y notando el aroma del deseo, la carne caliente y el placer del amor hecho lujuria, para acabar presa de la pasión, con la ropa en la popa y una manta por encima, amándose profundamente, alcanzando la luna y el éxtasis una y otra vez.

 

Valentine despertó con un golpe de agua fría, miró a todos lados, tratando de situarse, asomó su rostro entre la manta húmeda del rocío y un remo, y cerró los ojos con una profunda sonrisa enamorada, colmada. Acto seguido, desvió su mirada para ver a Alex nadar en el lago, al lado de la barca, desnudo, como un Adán, su Tarzán. Lo miró con amor y cariño, con deseo y pensó en no marchar nunca de aquella cabaña, de su lado.

—¿No saltas? —le preguntó él, al verla asomar.

Ella miró a todas partes, no se veía a nadie. El amanecer era precioso y la tentación enorme, pero el agua se adivinaba fría de infarto. Y negó con la cabeza. Se rodeó con la manta y se sentó en la proa, observando todo. Recordó aquella agitada noche, los besos, las caricias, el calor, el sudor de sus cuerpos y el placer alcanzado el éxtasis, y notó aquel olor tan característico en su cuerpo sudado, el embriagador e intenso aroma del orgasmo…

Y saltó al agua.

—Vamos, sube a la barca, regresamos a la cabaña; te voy a preparar un desayuno de cortijo que lo vas a flipar —sonrió él, viendo cómo Valentine se lavaba más que nadar en el lago, tiritando, la cara del frío y con la piel de pollo todo su cuerpo.

 

El desayuno de zumo de naranja, huevos rotos con patatas y abundante jamón serrano, una copa de vino, tostadas, mermelada de frutos del bosque y café con leche despertó por completo a Valentine, que recuperó las fuerzas, el color y la temperatura corporal.

Ninguno de los dos comentó nada de lo ocurrido en la barca durante toda la noche; tampoco hablaban mucho, apenas unas escuetas palabras. Sin embargo, se dirigían un sin fin de sonrisas y miradas cómplices que amenazaban meneo. Y allí estaban, despachado el desayuno, sentados a la mesa frente a frente, Alex con unos pantalones cortos de baño y ella con la camisa de él, abrochada por un único botón a la altura del ombligo, y unas braguitas por vestido.

—Ya tienes mejor cara —aseguró Alex.

Antes de terminar aquellas palabras, Valentine se levantó de su silla mirándole matadora, para sentarse sobre él, para besarle con pasión y arrastrarle a la lujuria de nuevo. Acabaron ambos rodando por el sillón, frente a la chimenea, presos del deseo, a mordiscos, caricias y besos, desnudos de nuevo y amándose intensamente.

Una pasión que parecía no encontrar fin, hasta que Alex se fijó en el reloj.

—¿Qué ocurre? —preguntó Valentine.

—Es muy tarde… Espero que no se enfaden mucho en el curro.

Ella estiró los labios, ¿cómo podía pensar en el trabajo en ese momento? Claro, la vida de Alex no era como la suya, para él todo dependía de ese trabajo… y de la presentación en el club.

—¿No era hoy tu ensayo para esa presentación? —preguntó ella.

Alex abrió los ojos y miró de nuevo el reloj.

—Joder, el Sapo y el Juanete me van a dar de hostias por todos lados… No les he dicho nada, ayer debieron quedarse esperando. Y hoy, si seguimos aquí, no llegaré al ensayo.

—Pues deberías llegar, más si mañana quieres hacer una buena actuación —asintió ella, levantándose—. Dios, esto de tanto comer, dormir y amar no puede ser muy bueno…

—Contigo, creo que podría acostumbrarme —sonrió Alex, enganchándola de una pierna, del tobillo, y arrastrándola de nuevo al sillón.

 

Apenas regresaron a la urbanización en la vieja Yamaha 500, Alex llamó a sus jefes para disculparse y, luego, tomó su guitarra del cuarto y salió veloz en la moto hacia el ensayo. La señora María vio cómo se despedían los dos jóvenes enamorados y sonrió al ver aquel largo beso de amor, la radiante felicidad de su hijo y, luego, quedó seria con la mente y la mirada puesta en Valentine, que regresaba al cuarto de Martita. El amor es algo tan lindo, pensó, pero también puede ser la antesala de la tragedia. ¿Qué haría Alex cuando ella se fuera?

—¿Quieres que te prepare algo caliente? —se ofreció.

—No, gracias —sonrió Valentine—. Comimos antes de regresar.

—¿Dónde estuvisteis? ¿Te llevó a la cabañita del lago?

—Sí…

—Espero que lo pasarais muy bien, vosotros que sois jóvenes y tenéis tanta vida por delante. Me trae tantos recuerdos, allí se me declaró mi Antonio. Quizás Alex se encuentre allí, esperándote, un día, cuando vuelvas a vernos —dijo la señora María, con cierta tristeza y se dirigió hacia la cocina.

Valentine estiró los labios un tanto perpleja y volvió la cara para verla alejarse por el pasillo. Comprendió rápido aquellas palabras, a la señora María no se le habían escapado los profundos sentimientos que mostraba su hijo por ella. ¡En verdad estaba enamorado! Pero… Miró el móvil, un tanto confusa, y lo encendió. Un sinfín de mensajes llegaron pitando, como una tortuosa sinfonía que anunciaba su fin, el fin de su aventura romántica.

No contestó, lo metió en el bolsillo y salió por el pasillo. Dio media vuelta y quedó mirando el cuarto de Martita, se asomó al de Paula y, finalmente, al de Alex. Y paseó por su interior. ¿Cómo ignorar que le amaba? Eso no podía ser.

El bulldog francés se acercó a ella, la rondó por las piernas, se sentó y la miró con aquella cara de pena que solo él sabía poner.

—¿Quieres que te saque un ratito? —le preguntó, y el perrito corrió hacia la puerta como si lo hubiera entendido, que seguro que sí.

 

Valentine paseó hasta el parque con Huguito, necesitaba pensar en todo lo acontecido. Era posible que hubiera corrido demasiado con Alex, pero no, eso no era verdad, le amaba y había disfrutado de cada segundo a su lado. ¿Cómo dejarle ahora? ¿Podría? ¿Tendría asimilado él que ella debía regresar a su mundo de vértigo infinito? ¿Estaría dispuesto Alex a abandonar a la familia, a la banda de rock y a todo cuanto conocía por ella, para seguirla? ¿Tendría razón Mauro y todo acabaría en un nuevo desastre amoroso?

Un lujoso coche negro pasó por su lado, despacio, y frenó de pronto, para dar marcha atrás, como buscándola, y aparcó ante ella sacándola de sus pensamientos.

—¡Mauro! —exclamó al verle salir.

—¡No me vuelvas a hacer esto nunca! —le exigió él y le dio un fuerte abrazo.

—¿Cómo me has encontrado?

—Soy Mauro, tengo mis métodos.

—En serio… No me vengas con tonterías.

—Yo también me alegro tanto de verte —aseguró Mauro—. Vamos, tenemos que hablar.

—No, vete.

—¿Eh? ¿En serio? He cruzado medio mundo para encontrarte. ¡Esta noche es la entrevista! ¡Tenemos que prepararla! Por cierto, ¿dónde estabas metida? ¿Qué has hecho este tiempo, tú sola? Me tenías muy preocupado…

—Por favor, Mauro, solo quería unos días de intimidad… Vivir unos días alejada de todo y de todos, ¿no me vas a dejar?

Mauro quedó en silencio por unos momentos.

—Te queda muy bien ese look, casi no te reconozco. ¿Dónde estás alojada? Por aquí no hay ningún hotel.

Valentine calló.

—¿Vamos a comer algo? Estoy muerto de hambre.

—Mauro, por favor, vete —le rogó Valentine y, entonces, quedó fija mirando a la carretera.

Alex llegaba en la moto, sin la guitarra.

Aparcó a su lado y se quitó el casco.

—Hola —saludó.

—Ah, ¿ya estás aquí? ¿Ha pasado algo? —preguntó Valentine, sin poder ocultar su alegría, preocupación y emoción al verle, ante el rostro perplejo de Mauro, el cual se quedó tonto al ver aquel abrazo, ese beso con una caricia escondida que se dieron los jóvenes. Y no le gustó nada. No le gustó nada ese abrazo, ni ese beso, ni cómo se miraron, ni esa complicidad explícita que nunca había visto en su amiga del alma y menos con ese joven tan… tan atractivo.

—¿Y este? —preguntó todo loco.

—¿Algún problema, Valentine? —respondió Alex, desafiante y protector.

—No jodas —protestó Mauro, presa de una fatal intuición.

—Es un amigo, no pasa nada Alex, ya se iba… ¿Verdad, Mauro?

Mauro sonrió como tonto y negó con la cabeza.

—¿En serio? Vale, está bien, me marcho y te dejo con tu ligue de bolo. Pero esta noche a las ocho me tienes aquí y ponte bien guapa, quema esos rastrojos —le dijo y montó en el coche para salir de allí haciendo chillar los neumáticos.

 

Aquel “ligue de bolo” penetró potente en la mente de Alex, como un meteorito clarividente, destrozando su mente, sus ilusiones y todos sueños con Valentine.

—¿Quién es? ¿El tal Mauro, tu manager? —preguntó, un tanto enfadado.

—Sí, es mi representante, Mauro… Bueno, también podría ser mi padre, o mi madre… Es increíble, ¡me ha encontrado! ¿Cómo?

—Será cosa de Paula o de Luismi —dijo Alex, abriendo la puerta de casa, un tanto desconcertado. ¿Soy un ligue de bolo, un vulgar capricho? ¿Lo habrá llamado ella?, se preguntó.

—Hijo, ¿ya estás aquí?

—He venido a repasar un tema, mientras el Sapo y el Juanete llegan. No salen hasta las ocho de la tarde; mañana tengo la actuación y quiero prepararme bien, así que quiero aprovechar —dijo él, un tanto serio.

—Ay, ¿te ayudo? —preguntó ella.

—¿Lo harías?

—Sí, pues claro… ¿Por qué me preguntas eso si sabes que sí? —expuso Valentine, toda melosa.

Alex alejó de inmediato los pensamientos con los que Mauro le había atormentado al decir aquella horrible frase lapidaria y trató de olvidar, dejándose acompañar por Valentine.

 

***

Martita llegó del colegio como enfadada, se quedó pensativa, y supuso que en su habitación no estaría Valentine. Aquello no le gustaba nada: Valentine pasaba más tiempo con su hermano que con ella, estaba clarísimo. ¡Dormía en su cuarto y apenas la veía! Resignada, entró en el cuarto de Alex y los vio juntos, tan juntitos, sentados sobre la cama, con la guitarra como excusa y sin ojos para nadie.

—Hoy tienes la entrevista, ¿que pongo en el facebook? —soltó ella, sin más.

—¡Hola Martita! Anda, sí, es hoy la entrevista… Ya lo sé. ¿Qué hora es?

—Pues pronto serán las siete de la tarde, es a las diez, ¿no?

—Sí… Casi me había olvidado. Pero no me has dado un beso, ¿cómo estás? Que apenas nos hemos visto en dos días, tenemos mucho que contarnos… Dame un abrazo.

—No, y dime qué pongo en el facebook —insistió Martita, enfadada.

—¿Estás bien? ¿Te has enfadado conmigo?

—¡No! —exclamó con cierto disgusto.

—Martita, ¿qué te pasa? —le preguntó Alex y la abrazó para darle un beso.

—Nada —murmuró la pequeña, con un puchero enfadado.

—Vale… No sé, pon lo que quieras, confío en ti, voy a cambiarme… ¿Sabes si están muy lejos esos estudios de televisión —dijo Valentine, tratando de no molestar a Martita, pues sin duda estaba muy enfadada con ella y se imaginaba el porqué.

—Ni idea —contestó Martita—. Lo miro en Internet.

—¡Hola, ya estoy aquí! —se escuchó por el pasillo, Paula acababa de llegar, mostrando un nuevo look friki, con el pelo más rojo que el de Valentine y con una larga coleta al estilo oriental.

—Mira qué guapa te has puesto, te sienta muy bien el rojo —aseguró Valentine.

—¿No dijo ese hombre que vendría a por ti? —le preguntó Alex, volviendo al tema.

—¡Mauro! Bueno, sí, pero no le llamaré, no quiero que sepa dónde estoy.

Sonó el timbre.

No hicieron caso, hasta que la señora María entró buscándoles a la habitación.

—Valentine, un tal Mauro te busca —le dijo, con cara de “te han pillado”—. Está en la salita.

Y todos quedaron sorprendidos. Ella salió con prisa, como para que no la viera allí, en el cuarto con Alex y sus hermanas, y con un pensamiento: ¿Cómo la había encontrado?

—¿Quién le ha dicho dónde se escondía? —preguntó Alex.

—Yo no —contestó Martita.

—Ni yo… y el Luismi menos, créeme. Sino, lo sabría todo Madrid —dijo Paula.

—Debe haber sido ella —murmuró Alex, de forma triste.

 

En la habitación se quedó Alex, recogiendo las hojas con notas y el ordenador portátil, mirando la cara atónita de Martita y la sonrisa medio pícara de Paula.

—Te gusta Valentine —le dijo Paula—. ¿Qué hicisteis en la cabaña?

—¿A mí…? —contestó él, con una cara que le delataba por completo.

—Idiota, estás colado por ella —sonrió malvada.

—¿Qué dices?

—Pero, ¿qué haces? ¿No sabes quién es? —le preguntó Martita, mostrando su enfado—. Es una estrella internacional, la más famosa del mundo… No es una de tus amigas de fin de semana, ni la hija del tendero. Después de la entrevista se irá y no volverás a verla nunca… Te hará mucho daño —sollozó finalmente.

Alex quedó en silencio, el mundo le cayó encima tras escuchar aquella aplastante realidad. Y pensó en las palabras de Mauro, que le calificaban a él como “un ligue de bolo”. ¿Era eso para Valentine o ni tan siquiera eso?

—De verdad, Alex, ¿estás enamorado? —le preguntó Martita, que no acertaba a distinguir si eso era bueno o malo, o peor.

—Ya sé quién es Valentine… No soy tonto y no estoy enamorado de ella, ¿qué tonterías estáis diciendo? —les dijo a sus hermanas.

—Uy, hermanito, qué mal lo vas a pasar —susurró Paula.

—¡Sal de mi habitación!

 

—Cada día me sorprendes más —dijo Mauro, pasando a la salita con Valentine—. Mira que nidito te has buscado, no estará aquí el chico ese, ¿verdad?

—¿Qué haces aquí? —le espetó ella.

—¿Aún estás sin arreglarte?

—¿Cómo sabías dónde estaba? ¿Me estás vigilando?

Mauro quedó en silencio y la miró.

—Tu móvil y el mío tienen una aplicación de localizador personal, es muy discreto, pero eficaz… ¿No recuerdas?

Valentine miró su teléfono y entendió. Mientras lo tuvo apagado no podía localizarla, pero una vez en marcha, el receptor GPS de Mauro la llevaría hasta ella. Una excentricidad más de su preocupado representante, por si un día algún loco la raptaba. Y tras leer los últimos mensajes, lo había dejado en marcha.

—¿Vas a cambiarte y nos vamos? Ya me contarás todo por el camino, como has llegado hasta aquí y si te has ligado a ese bombón…

—No es un ligue —aseguró ella, rotunda.

—Ay, no me asustes…

Valentine escuchó un portazo, Martita se asomó a la salita donde ella estaba hablando con Mauro.

—Es Alex, se ha ido al ensayo.

—¿Se llevó lo que hemos grabado? —preguntó Valentine, con interés.

—Creo que sí, se ha llevado el portátil…

—¿Le has compuesto una canción a ese chico? —preguntó Mauro, extrañado.

Sonó el timbre.

Luis Miguel entró acelerado a la salita.

—¡Ya estoy aquí! ¡Nos vamos de fiesta! —exclamó todo locaza.

—¿Y esto quién es? —preguntó Mauro a ver tan alocada y atractiva flor.

 

—Bueno, ya estoy —dijo Valentine, saliendo del cuarto de Martita, vestida como la reina del pop que era, todo arte y glamour, belleza en estado puro.

—Buenas —dijo el señor Antonio, apareciendo en la puerta de la habitación.

—Ay, qué susto, no te habíamos oído llegar —replicó la señora María.

—¿Qué pasa aquí con tanta gente y esas caras? ¿Habéis montado un congreso?

—No, Valentine ya se va y ha venido su representante —dijo Martita.

—Ah, bien, ¿qué hay de cenar?

—Muchas gracias, señores, por cuidar de mi chica —se despidió Mauro, tirando de la maletilla de Valentine.

—¿No vuelves ya? —preguntó el señor Antonio, dirigiéndose a Valentine.

—No —aseguró Mauro.

—Sí, claro que sí… En cuanto termine, ¡deja la maleta, Mauro! —exclamó ella.

—Vamos, que llegamos tarde, ya lo hablamos en los estudios —respondió él.

—Dame un beso por si acaso —le dijo la señora María.

Valentine se despidió con un beso a cada uno y se sintió muy triste al comprobar que todos en la casa se despedían como si de verdad no fuera a regresar nunca, un emotivo beso, un fuerte abrazo; hasta Huguito la miró de forma diferente, alzando la patita delantera para rascarle la pierna.

—¿No te vas a despedir de Alex? —preguntó Martita, tristona.

—¿Te vas luego del país? —preguntó la señora María.

—¿No nos veremos más? —insistió Martita, casi llorando.

—No me iré sin despedirme de vosotras, ¿cómo voy a hacer eso? Si ya formáis parte de mi vida —sonrió emocionada—. Además, no sé si me iré y si me voy, no salgo hasta mañana por la noche. ¿No, Mauro? Y pienso volver, claro que sí. ¿Mauro?

Mauro no contestó, estaba en la puerta de la entrada, estudiando a Luis Miguel, el cual no paraba de mirar de soslayo, con su pluma muy en alto.

—¡Mauro! —exclamó Valentine.

—¿Eh? ¿Qué? Ah, sí. El sábado de madrugada sale el avión.

—¿Y qué le digo a Alex mañana cuando no te vea? —preguntó Martita.

—Vendré —aseguró Valentine.

—¿Y si no vienes? —insistió Martita.

Valentine se quedó en silencio… Un silencio peligroso. Nadie parecía creerla, daban por supuesto que no regresaría jamás. ¿Por qué no iba a volver? Pero, ¿realmente iba a volver o su aventura romántica ya había terminado?

—Le veré —contestó, segura de sí misma.

—Vámonos —apremió Mauro.

—Dame un beso, hija, y ya sabes dónde estamos por si necesitas algo —le dijo el señor Antonio, y le dio un abrazo.

—Mañana tenemos lentejas, por si te apetece pasar —le dijo la señora María, y le dio otro beso de despedida.

 

Sentada frente a la tele, Martita, Paula y la señora María esperaban ver junto al señor Antonio, el cual y por primera vez en mucho tiempo no se había acostado temprano, aquel programa. Luis Miguel allí estaba, todo un auténtico autoinvitado, rascando a Huguito y comiendo papitas. Valentine apareció en pantalla, anunciada como la gran estrella internacional que era y, entonces, la grada del público pareció venirse abajo con una tremenda explosión de aplausos.

La señora María escuchaba sin apenas entender lo que hablaban, pero era feliz viendo a sus hijas allí con ella, tan entusiasmadas con la joven que había convivido con ellos y que hablaba de todo tan bien, y cuánto sabía de todo, sacando aplausos con cualquier cosa que decía. El señor Antonio se dio cuenta de nuevo de la gran fama que tenía aquella joven, de la influencia que ejercía sobre los jóvenes con su música y se quedó anonadado, cuando varias personas del público, tuvieron que ser atendidas por extraños ataques de ansiedad e histeria, que él era incapaz de entender.

—Para despedirnos, ¿volverás pronto a España? —le preguntó el entrevistador.

—Sí, claro, tengo parte de mi familia y mi corazón aquí —sonrió, levantando un revuelo entre todos los fans y nuevos aplausos.

Apenas salió del plató de televisión, numerosas personas del público y trabajadores de los mismos estudios se le echaron encima, solicitando una foto, una firma, un beso... Pronto tuvo que huir con cierto disimulo hacia los camerinos, protegida por el enorme Bob y varios profesionales de seguridad.

Y se encerró con Mauro.

—¿Cómo he estado? —le preguntó ella.

—¡Fantástica! Como siempre…

—Mauro…

—¡¿Qué?! —exclamó él, viéndose venir el tema.

—Quiero quedarme aquí un tiempo.

Mauro se levantó y anduvo de lado a lado.

—Lo dices en serio.

—Sí.

—Te gusta de verdad ese chico…

—Sí, bueno… Quiero conocerle más. Me gusta todo, Martita, Paula, María, su esposo Antonio… Las torrijas… Y Huguito, ese perrito tan lindo. Incluso me agrada el chico gay ese… el Luismi.

—¿Gay? Maricón perdido es lo que es. No paraba de tirarme los trastos.

—¿Crees que podría tomarme un tiempo, intentarlo? Podría salir bien… ¿No?

—Valentine, ¿qué me estás diciendo?

—Creo que me gusta en serio.

—Pero sabes que no puede ser, ¿verdad?

—¿Por qué? Yo veo muchos famosos con sus parejas, con sus vidas…

—¿Y cómo acaban siempre? Separados, hundidos y sin dinero.

Valentine se quedó en silencio.

—No todos —se defendió ella—. Hay a quién le va bien con un futbolista...

—¿Tiene pinta de futbolista ese chico? Además, ¿quién es ese muchacho? ¿Un don nadie? ¡No tiene un duro! ¡Ni donde caerse muerto! Seguro que solo pretende hacerse famoso contigo. ¿Y cómo sabes que te quiere? No me digas, a ver si lo adivino: te lo ha dicho él, ¿verdad?

—Es el hombre de mi vida.

—¿Acabas de conocerlo y es el hombre de tu vida? Cuatro días en Madrid y ya te floreció un príncipe azul en el balcón. No se te puede dejar sola, ni puedes ser más cursi.

—Pues sí, me llamarás cursi, pero estoy enamorada de verdad y le quiero con toda mi alma.

—Vaya, me parece muy bien. Dices que le quieres, yo te diré si estás enamorada de verdad de ese don nadie, contéstame: ¿lo dejarías todo, todo, todo, por quedarte aquí con él? Y cuando digo todo, todo, todo, no me refiero a la fama, el dinero y el glamour, sino a tu música, los escenarios y el cine…, a tu trabajo.

Valentine permaneció en silencio, un silencio muy incómodo.

El presentador del programa entró en el camerino para felicitarla, estaba eufórico. No era para menos, su programa había sido el primero en el país en obtener una entrevista con Valentine y con una cuota de pantalla simplemente increíble, total. Allí se acabó la charla con Mauro, mientras Valentine se rebanaba los sesos en silencio, viéndose incapaz de contestar a esa maldita pregunta. ¿Cómo iba a dejar la música, si era su mundo?

—Hemos sido líderes de audiencia y trending topic mundial —les dijo el presentador.

Valentine no comentó nada, solo le miró con una sonrisa complaciente. Y se preguntó qué estaría haciendo Alex, su príncipe azul, ¿ensayando con su banda? ¿La habría visto en televisión?

—¿Necesitas algo? —preguntó el presentador.

—No, gracias, estoy bien —respondió ella.

—He reservado mesa en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Mauro me comentó que buscara un buen lugar y que invitara a algunos productores de confianza, así que seremos ocho para cenar. También viene mi señora, es que si no me mata.

—¿Cenar? —se preguntó Valentine.

—Sí… ¿no? Mauro me pidió que te cuidara, ¿no te quedas? ¿Tienes que irte?

—Bueno, yo no sabía nada. Mauro, ¿tú le pediste que arreglara una cena de negocios? Sabes que no soy mucho de salir y menos de hacer negocios, eso es cosa tuya.

—No es de negocios, es solo para conocer gente… En este país no tenemos muchos contactos. Pero si no te apetece, nos vamos al hotel.

—Vaya, pues quedaré fatal, los invitados son gente muy importante de los medios y de las productoras españolas, están deseando conocerte —intervino el presentador, mirando a Mauro con cara de cocodrilo, como algo decepcionado.

—¿Será muy larga esa cena? —preguntó Valentine—. La verdad es que estoy cansada.

—No, solo es un pequeño piscolabis, un tentempié sin más pretensiones que conocernos un poco —aseguró el presentador.

 

A las dos de la mañana y tras una inacabable cena de cuatro cubiertos con veintitantas personas, Valentine lograba subir a un coche con Mauro y su amigo personal, el presentador, para que la llevaran al hotel. Todo se había liado a más con el “tentempié”, seguro que una mentira más de ese presentador para dejarse ver con ella ante todos los que quiso invitar. Sin embargo, este se había deshecho de su esposa con arte sibilino y, luego, decidió que era muy pronto, así acabaron en un local de moda de alto standing, sin Valentine proponerlo ni poder creerlo. No había forma de que la llevaran al hotel. Pronto se vio rodeada de famosos que buscaban una foto con ella, invitarla a unas copas y a viajar en yate o en globo, a dar la vuelta al mundo. Incluso un señor de etiqueta y discreta fama, le ofreció un castillo. Se sintió agobiada, pero lejos de mejorar la situación, aparecieron otros, los famosillos, y más de uno se excedió, tomando confianzas que nunca les dio, buscando un beso o una foto comprometida para vender una historia en la prensa del corazón o a saber.

Valentine buscó a Mauro, pero no le encontró por ninguna parte y entró en los servicios de chicas, buscando algo de tranquilidad. Para su sorpresa, le escuchó tras una puerta; estaba con su amigo, el presentador, dentro, haciendo cosas feas, disfrutando de la noche y del amor de hombre en el baño de señoras.

Y resopló hecha un basilisco.

—Oye, perdona, nos hacemos una foto, por favor —le pidió un grupo de chicas que entraron en el servicio, muy simpáticas ellas, llamando su atención.

—Sí, claro —respondió Valentine.

Tras posar con ellas para varias fotografías, unos besos y unas risas, salió del aseo disparada, sin pensarlo más, ni parar ni mirar atrás, hasta llegar a la calle, donde pilló el primer taxi que pasaba, al vuelo, para desaparecer de allí de inmediato entre una nube de flases.

—¿A dónde vamos? —preguntó el taxista.

—Quisiera ver la ciudad, ¿puede dar una vuelta en plan turismo? Gracias.

—Usted es la cantante esa tan famosa, ¿verdad? La he visto en la tele, a mi niña le gusta mucho, me tiene que firmar un autógrafo… Es para ella.

—Sí, claro, lo que desee.

Valentine recorrió parte de la ciudad, viendo sus monumentos, aquella diosa Madre Tierra, la Cibeles. Estuvo subiendo y bajando de diferentes taxis, viendo la noche madrileña tras un cristal de la ventanilla, pasando una y otra vez por la Puerta de Alcalá, conmovida todo su interior, presa de sus sentimientos, de sus obligaciones profesionales, y sin saber bien qué hacer; hasta que encontró un conductor, ya de avanzada edad y pulso dudoso que, por lo visto, no la conocía. Y reemprendió el camino de vuelta a la casa de Martita.

 

—¿Puedes abrirme? —le pidió por teléfono.

Martita se levantó sin hacer ruidos y abrió la puerta.

—¡Has vuelto! —exclamó Martita, sin apenas poderlo creer.

Valentine entró toda derrotada y Huguito la saludó de inmediato, retorciéndose todo loco entre sus pies.

La luz se encendió y el señor Antonio se acercó a la puerta.

—Llegas muy tarde… Has venido en taxi, podrías haberme llamado —le recriminó.

—No quería molestar… No deseaba ir a ese hotel.

—No es molestia, hija, estamos muy contentos de que estés aquí.

Valentine apretó los labios con cierta pena, complacida y animada.

—Ale, ve a dormir al cuarto de Martita y descansa un poco, que traes mala cara —le dijo él, y le dio un pequeño abrazo y un beso, y luego se fue al cuarto de baño.

Valentine se dirigió a su habitación, seguida por Martita y Huguito, y paró ante la puerta del cuarto de Alex. Tentada de entrar, empujó levemente la puerta.

No había nadie en la cama.

—No está, se fue cuando vio que te habías llevado la maleta y no ha venido aún —le dijo el señor Antonio, saliendo del baño, y se dirigió hacia la habitación de matrimonio.

Valentine se despidió confusa de Martita con un beso de buenas noches, entró en su habitación, cerró y bajó la cabeza, apoyándola en la puerta con cierta pena. De pronto, una lágrima y otra recorrieron su hermoso rostro. ¿Todo había acabado? ¿Es el fin?, se preguntó.

Huguito quedó solo en el pasillo, se rascó la oreja, pegó un gran bostezo y, a paso ligero, se metió en el cuarto de Alex, saltó a su cama y se acurrucó para quedar dormido.

Las imágenes de Valentine en su recorrido festivo por la noche madrileña colapsaban la red antes de que ella ni tan siquiera se hubiera acostado. Fotos de la cena y de la sala de moda, donde famosos del mundo del corazón, de la televisión y otros figuras se podían ver de alocada fiesta, mucho glamour y poca vergüenza. Y en sus perfiles, contaban sus propias historias, como si la conocieran de toda la vida. Alguno daba a entender que había habido algo entre ellos, sin decirlo explícitamente. Otros aseguraban que probablemente había acabado en la habitación de este o aquel, pues novios, pretendientes y ligues no le faltaron durante toda la velada.

Nada más lejos de la realidad, pero Alex veía lo que veía en su móvil.

 

Encerrado en el local de ensayo de su grupo sin nombre, tumbado sobre aquel viejo colchón y rodeado de latas de cerveza vacías, Alex dormitaba sus penas entre eructos ebrios. El móvil lo tenía estampado contra la pared, en el suelo, junto a la guitarra, cansado de ver fotos en facebook de Valentine de fiesta, con tantos y sin él.

Había pisado tierra.

Tras una noche de alcohol sin sentido ni amor en el club, su perturbada cabeza se llenaba de preguntas sin respuesta. ¿Cómo esperar que aquella diosa del Olimpo se fijara en él que no era nadie, cuando tantos y tantos famosos la rondaban? ¿Sería cierto que había pasado la noche con uno de esos personajes? ¿Era verdad lo que había vivido en la cabaña del lago o todo era la mentira de una niña caprichosa? ¿Cómo era tan burro de enamorarse de ella? Daba igual lo que él sintiera, lo que ella sintiera, pues al día siguiente, a pesar de lo que habían vivido juntos, Valentine se marchaba de nuevo a Miami; eso le había oído decir a Martita, que parecía que todo lo sabía de ella.

Y se sintió muy mal, fatal, resignado.

Por lo menos, pensó, ella le había ayudado revisando las composiciones de sus temas. En el ensayo, el Sapo y el Juanete habían flipado con los arreglos y las grabaciones sonaban muy bien, especialmente Canción de Amor. Pero aquel pensamiento no le animaba en absoluto, aunque lo pretendiera, pues sabía que en el fondo preferiría que ardiera todo y estar un solo día más con ella, tan solo uno.

No podía ser.

Valentine no era para él, por mucho que soñara con tenerla entre sus brazos, por mucho que la amara. Y una lágrima descendió por su mejilla…

 

***

Al día siguiente, las noticias de los mentideros de facebook mostraban la noche loca de Valentine en la ciudad, docenas de fotos… Martita se sentía un poco confusa leyendo, consciente de que todo era mentira. Pero ella, que sabía todo y que la tenía en casa, no podía decir nada, y eso que tenía la página fan oficial. Su hermana Paula poco la ayudaba, pues se había atrevido a poner en su perfil una foto con Valentine, asegurando que eran muy buenas amigas y que todo eso que se decía eran rumores falsos.

Valentine se pasó el día durmiendo, estaba más que agotada. Cuando salió de la habitación, Martita y Paula ya estaban en casa, ayudando a su madre con la cena. Se acercó a la cocina y se apoyó en la puerta. El pequeño bulldog la recibió enseguida y ella se agachó para rascarle el lomo.

—Hola Huguito —le saludó.

—¡Ya despertó la marmota! —sonrió la señora María—. Te he guardado un plato de lentejas, ya verás que buenas… ¡Y tienen mucho hierro!

—Tenemos que poner algo en facebook… Dicen muchas cosas de ti que no pueden ser ciertas. Porque no lo son, ¿verdad? —le instó rápidamente Martita.

—¿Él qué? —preguntó Valentine, buscando con su mirada algún rastro de Alex.

—Huy… Por lo visto te has echado no sé cuántos novios —sonrió Paula.

—¿Novios? ¿Qué dicen? ¡Qué tontería! Bueno, da igual. Yo nunca contesto a nada. Eso solo les da alas y les crea más morbo. Que digan lo que quieran —expuso Valentine.

Martita la miró seria.

—No puedes decir eso, Alex cree que estuviste con otros chicos y él te quiere —aseguró de forma tímida—. Dice que eres una niña caprichosa… Te vas a ir, ¿verdad? ¿No podéis ser novios? ¿Por qué, si os queréis? ¿No quieres a Alex?

Paula la miró de inmediato, como sorprendida por la audacia de su hermana.

La señora María miró al cielo de la cocina, se mascaba la tragedia y la veía llegar.

—Valentine, ven y cómete las lentejas, que se enfrían —la llamó, tratando de suavizar el tema, aunque lo veía difícil.

Valentine quedó con la cara descompuesta, sin saber ni poder contestar aquellas preguntas. Y no pudo más que emocionarse pensando en Alex. Se sentía tan enamorada de aquel joven. Pero tenía que regresar a su mundo, tenía tanto que hacer. Pensó en Mauro y, lo más importante, en aquella maldita pregunta que tanto la mataba. ¿Amaba lo suficiente a Alex como para abandonarlo todo, todo, todo por él? Y se asustó.

Dio media vuelta y regresó a la habitación, para recoger sus cuatro cosas.

—¡Valentine! —la siguió Martita, indicándole que tenían que responder al facebook.

—Vale, escribiremos algo… Pero debo marcharme, piensa que mañana sale el avión muy temprano y Mauro debe estar esperándome —contestó Valentine.

—Mauro vino, pero se fue con Luismi a comprar un perfume… De eso hace ya cinco horas. Sabe que estás bien aquí, dijo que le llamaras para quedar y venir a por ti, y te llevaría al aeropuerto —le comentó Paula.

—Además, el avión sale mañana temprano… ¿Vas a estar toda la noche en el aeropuerto escondida en la zona VIP? —le preguntó Martita.

Valentine no supo qué decir.

—¿No te vas a despedir de él? ¿Ni de mi padre? —insistió Martita, con cierta pena y un puchero enorme—. Hace nada dijiste que aquí tenías parte de tu familia y tu corazón, ¿no era así?

El bulldog francés se acercó y subió sus patitas delanteras por la pierna de Valentine, mirándola desconsoladamente, como uniéndose en la pena a Martita.

Valentine se sintió derrotada y comenzó a rascar la cabeza de Huguito, calmando sus miedos. No deseaba irse. Pero aun así, si se marchaba… ¿Cómo iba a hacerles ese feo con lo bien que se habían portado con ella?

—No, claro que me despediré de ellos —sonrió Valentine.

—¿Escribimos la nota? —preguntó Martita, alegre por lo que acababa de oír.

—Vale —contestó Valentine—. ¿Cuándo viene Alex?

—Huy, pues no sé… Si te vas muy temprano, igual no le ves de verdad. Esta noche tiene su concierto y no creo que venga a casa después del trabajo, se ha llevado la guitarra. Además, creo que no se encuentra muy bien… Algo le pasa. Parece que le haya picado un bichito. Seguramente se irá directo al ensayo y después al club —aseguró Paula.

—¡Ay, es verdad! ¡No vendrá! —exclamó Martita, como si fuera toda una tragedia—. Pobrecito, te echará tanto de menos.

—Bueno, yo también le echaré de menos, le quiero mucho…, como a ti, pero nos escribiremos y seguro que nos vemos muy pronto —tartamudeó Valentine.

—Entonces, ¿te vas de verdad?

Valentine asintió.

Era lo que tenía que ser.

—No volverás nunca —sollozó Martita y echó a correr hacia su cuarto.

Por un momento, Valentine pensó en la tontería que había hecho dejándose liar de esa manera, tenía que salir de aquella casa que devoraba su mente, su alma, pronto, y regresar a su mundo de famosos y hoteles de cinco estrellas, donde lo controlaba todo, incluido los impulsos de su corazón. Como decía Mauro, dejar al libre albedrío desfilar sus sentimientos era un peligro notable para ella, un riesgo que no podía permitirse y, pensando en Alex, comprendió que tenía que irse de allí antes de causar un daño irreparable que no deseaba, si no lo había hecho ya.

Debía llamar a Mauro, por mucho que a ella le doliera.

Era lo apropiado, lo justo y necesario, lo que debía hacer.

—¿A qué hora es el concierto? ¿Sabéis dónde es? —le preguntó a Paula, olvidándose de lo pensado, de lo que pensaba y de todo lo que le podía quedar por pensar. Necesitaba ver a Alex, estar con él, acariciar su piel, respirar su aroma, sentirle a su lado y nada se lo iba a impedir.

Paula sonrió y la pequeña Martita asomó feliz su cabeza por la puerta de la habitación, y corrió hasta ella, para saltarle encima y darle un beso enorme.

 

***

Alex apuraba con tristeza su cerveza en la barra del club. Acababa de actuar un grupo muy bueno, unos principiantes de apenas dieciséis años y, desilusionado con todo. Y pensó que ellos lo hacían mucho mejor que su banda. Era su turno y se encaminó con la guitarra y sus amigos, el Juanete y el Sapo, al pequeño escenario de apenas dos palmos de altura.

No había casi público en el local, pero era normal. Aunque él quería pensar que podría ir mucha gente a verlos, raramente acudían más de treinta personas a estos conciertos de promoción, donde algunos grupos noveles tocaban gratis para darse a conocer; y la mayoría eran amigos, las novias o los mismos integrantes de otros grupos. Alex abrió la funda de la guitarra y observó sus cuerdas, cuánto arte había sacado Valentine de ellas, en su habitación, delante de él y solo para él. Y pensó en ella, en su hermosa sonrisa. No podía sacársela de la cabeza. ¡Joder! No era más que un aficionado, comparado con ella. ¿A dónde iba él con aquella guitarra si no sabía apenas tocar? Le hubiera gustado tanto que Valentine estuviera presente, a su lado, acompañándole.

—¿Estás bien? —le preguntó el Sapo, sacándolo de sus pensamientos.

—¿Eh? Sí, sí… —contestó Alex.

—Ey, últimamente pareces tonto. ¿Qué has fumado, tío? —le dijo el Juanete.

—Vamos para allá… Al final, parece que no vino ese productor, el puto Sandoval de los cojones —apuntó el Sapo, colocándose bien la batería.

—Da igual, total, venga, ¡vamos a divertirnos! —exclamó el Juanete.

La actuación empezó sin pena ni gloria, con versiones de éxitos conocidos para calentar el ambiente, ante un público que apenas escuchaba, que hablaban y reían con sus chismes e historias. Otros miraban de lado el pequeño escenario, los que menos, meneando levemente la cabeza.

Y llegó Sandoval, el productor musical que tanto habían esperado.

—Ey, Alex, dale fuerte que está ahí Sandoval, acaba de llegar con tu amiguita —le dijo el Sapo, alzando el entrecejo mientras tensaba la caja de la batería.

Alex asintió, viendo cómo el productor se sentaba junto a la barra acompañado por aquella señorita tan exótica, Anna la Mechas, su antigua novia, con la que tanto había discutido y nada adelantó nunca. Se inició con un solo de guitarra a modo de introducción, al que se sumaron el bajo y la batería, era el momento de darlo todo y empezaron a sonar las canciones que había compuesto, potentes. Se entregaron como nunca, un tema tras otro…, pero a nadie le pareció nada del otro mundo. El tal Sandoval, tras prestar atención en su primer tema, parecía que ya no escuchaba, que solo tenía oídos para su amiguita, la cual no paraba de darle mordisquitos al lóbulo, dejándose querer.

—Venga, vamos a echarnos un rock and roll —gritó Alex, tratando de animar a la gente.

Entonces quedó blanco, frente a él estaban sus hermanas y Valentine, con su peluca negra y sus hermosos ojos clavados en él. Fue a tocar, pero nervioso y confuso en su mente, perdió el ritmo y se le fue la letra.

—¡Hostias, Alex! ¿Qué estás haciendo? —le recriminó el Juanete, acercándose a él sin dejar de marcar el paso con el bajo.

Algunos chiflaron desde la barra y la pista, y Alex se puso aún más nervioso.

Aquello le sentó fatal a Valentine, que veía en él a un gran compositor, a un guitarra extraordinario y mejor músico. Las canciones habían quedado muy bien... ¿Qué le pasa la gente que no lo ve?, se preguntó.

—Está muy  nervioso, es porque está ahí el Sandoval —aseguró Paula.

—¿Y ese quién es? —preguntó Valentine.

—Un productor cazatalentos… Aquel que está en la barra.

—Pero… Si no está ni mirando —murmuró Valentine.

—Está en babia con esa tía, la Mechas, que lo tiene ahí acaramelado.

—¿La Mechas? —preguntó Valentine, curiosa, sin dejar de estudiar todo en aquella hermosa joven, su pelo blanco cubierto de mechas de todos los colores, los cinco dedos de tacón, el vestido rocker Mata-Hari y esa delantera que asustaba.

—Sí, esa lista. La ex de Alex.

—¿Esa es la ex de Alex? —preguntó Valentine y observándola con muy mal ojo, como una arpía ya toda celosa—. Es muy guapa.

—Antes cantaba en una orquesta, pero la echaron por pava. Luego, se lío con mi hermano para cantar en el grupo, pero no valía ni se querían. Ahora se ha enrollado con el Sandoval para que le busque una banda y la haga famosa —aseguró Paula.

—Si le sigue metiendo mano, se lo tirará en la barra… Así no hay manera de que ese señor se fije en Alex —se mostró preocupada Valentine.

—Pues algo tendremos que hacer, ¿por qué no le echas una mano? —le sonrió Paula.

Y Martita asintió repetidamente.

Valentine miró a las dos hermanas y volvió su vista ante un Alex que ya no sabía si iba hacia delante o hacia atrás y, sin pensarlo bien, subió al pequeño escenario de un salto.

—A por ellos —le dijo, animándole, y se volvió hacia el bajo y el batería, y les guiñó el ojo—. Desde el principio con el último tema que habéis tocado, vamos Sapo, Juanete; y terminamos con Canción de Amor.

El bajo y el batería se quedaron a cuadros, ¿quién era aquella chica y qué hacía allí?, se preguntaron. Valentine se hizo con el micro y Alex, sin tenerlo muy claro, pero sintiéndose con fuerzas renovadas al verla a su lado, dio paso a sus compañeros. Y sonaron las baquetas del batería, marcando el tiempo. En un instante, todo cambio, la canción atrapó a la gente desde el principio con su música y la voz de aquella joven, su envolvente tono, los falsetes y las subidas de tono. Y Sandoval se quitó de encima a la Mechas para prestarles toda la atención que hasta el momento les había negado.

La energía total que transmitía Valentine hizo que la gente aplaudiera a rabiar tras el primer tema y el grupo continuó, y sonaron los primeros acordes de Canción de Amor, con una melodía que atrapó a todos por completo, más cuando cantaron Valentine y Alex el estribillo a dúo, como dos enamorados que se susurraban el uno al otro el amor infinito y el deseo que sentían.

—¡Es Valentine! —exclamó alguien del público de pronto.

—¿Sí? No… No puede ser —aseguró otro.

—¡Sí, es ella! ¡Es Valentine! —se escuchó por todo el local.

Y, entonces, todos empezaron a sacar fotos y grabar.

Un estallido de aplausos y gritos acompañó el fin de la canción, con el público entregado y acercándose para saludar. Sandoval se acercó al grupo, interesado como ninguno, olvidándose de la Mechas. Hacía tiempo que no oía temas tan frescos y potentes, especialmente la última canción, esa balada tan hermosa que habían cantado en dúo. Aunque lo que más le atraía era Valentine. ¿Quiénes eran esos muchachos? Y, lo más esencial, ¿qué hacía allí, en aquel club de mala muerte, una estrella internacional como Valentine y con esa banda?

—Oye, tú eres el guitarra y voz, ¿no? —preguntó Sandoval.

—¿Eh, qué? —contestó Alex, mientras Valentine se veía asediada—. Sí, sí…

—¿Son sus nuevos temas?

—No, son míos. Pero bueno, ella me ayudó con los arreglos.

—Ah, son sus nuevos temas —murmuró el productor dejando atónito a Alex.

El resto del grupo estaba como extasiado… ¡Menudo concierto habían dado con dos temas! La gente estaba flipada, sin embargo, casi todos se fueron en busca de Valentine, rodeando e invadiendo el pequeño escenario y asediándola entre fotos y poses de forma agobiante.

—Alex, sácame de aquí —le dijo ella en voz baja, acercándose, como tratando de huir de aquel imprevisto estallido de gente que cada vez iba a más.

—Me gustaría conocer a Valentine, ¿podrías presentármela, os he visto muy conjuntados? —insistió Sandoval, al oído de Alex.

—Alex, por favor, sácame de aquí, vámonos —le repitió Valentine, agobiada.

—Hola, soy Miguel Sandoval, productor…

 

Al local empezó a llegar gente y más gente, cada vez más y más. Toda la capital sabía que Valentine estaba allí, tocando gratis con un grupo, o eso se veía en los mensajes que los clientes habían colgado en Internet, en el facebook, por wassap… Muchos se preguntaban si era ella o no, sin apenas maquillaje, con esa peluca negra, en vaqueros y camisa tan simple. Pero su rostro y la voz no dejaban duda o era un doble que la imitaba muy bien. En el local no cabía un alma y todo rodaba en torno a ella. La prensa, periodistas, fotógrafos, paparazzis y cámaras no tardaron en llegar a la puerta del club, y todos querían saber.

Alex vio a Sandoval tratar de darse a conocer ante Valentine entre la gente, tropezando, como si fuera un alocado fan más en busca de su ídolo. El productor tan esperado había pasado totalmente de él, solo quería acercarse a ella. Observó el local lleno y el griterío que allí se estaba formando. Miró a sus compañeros, que ya recogían los bártulos tan sorprendidos y desconcertados como él, y bajó la cabeza sintiéndose ignorado.

—¡Has estado muy bien! —se le acercó Martita y saltó para darle un beso.

—Ey, chicos, ¡ha sido fabuloso! —les dijo Paula.

—Ella ha sido la fabulosa —aseguró Alex con cara larga, triste.

Acto seguido, tomó la guitarra, la metió en la funda y se bajó del escenario.

—¿Qué pasa con vuestro hermano? ¿Y este jaleo? ¿Es de verdad Valentine? —le preguntó el batería a Paula, acercándose a ella.

—Ah, necesito respirar. ¿Y Alex? —preguntó Valentine, logrando acercarse a ellos.

—Se fue —dijo Paula, con cara de no entender.

Valentine se volvió tratando de verle y le vio, al fijarse en la funda de la guitarra que sobresalía entre el público, y saltó tras él, intentando abrirse paso entre el numeroso gentío que la acorralaba. Paula y Martita la siguieron, tratando de ayudarla en su avance hacia la salida.

—¡Es ella! —escuchó nada más salir del club a la acera y se vio acorralada de micrófonos, cámaras, flases y preguntas.

Valentine se estremeció con enorme tristeza, entendió rápidamente lo que pasaba: Alex esperaba que la gente escuchara a su banda, que aquel productor les viera y les conociera; de alguna forma le había usurpado su noche, era su fiesta, no la de ella y se sintió fatal. Era su oportunidad y para ello había estado trabajando y ensayando duro, y sintió que ella lo había estropeado todo. A nadie parecía importarle el grupo con el que había estado tocando, es más, a nadie le importaba.

Le vio cruzar la calle, cabizbajo, y corrió hacia él.

—¡Alex, espera!

Él la escuchó y se giró para verla, pero aún no había dado un paso y ella ya estaba rodeada de nuevo de gente y más periodistas. La vio tan agobiada, entre flases y preguntas, que no pudo más que suspirar al comprender lo lejos que estaban el uno del otro. Valentine era una verdadera estrella y él no era nadie, se volvió y siguió su camino.

—¡Espera, Alex, vamos contigo! —gritó ella.

—¡Alex! —le gritó Martita y corrió hacia él, con tal fatalidad que tropezó con un paparazzi y cayó rodando sobre el asfalto, golpeándose en la muñeca y la frente.

—¡Martita! —gritó Valentine al verla tirada en la calle, con sangre en la frente, conmocionada y tratando de levantarse.

Alex se volvió alarmado al escuchar aquellas voces.

Un coche apareció veloz, volteando la esquina.

Valentine vio el destello de los faros y, horrorizada, fijó su vista en Martita, la cual se levantaba como mareada, cruzando su mirada inocente y desubicada con la de ella. Y se echó a la calle, empujando a Martita con fuerza, tratando de evitar que la atropellara, de salvarla, de evitar lo imposible.

Se escuchó un terrible frenazo.

El choque fue brutal y Valentine voló seis metros más allá, para quedar empotrada contra los bajos de un vehículo aparcado. La peluca se deslizó sobre el asfalto y un zapato cayó al lado de Martita, que se levantaba del suelo, a un metro del vehículo que había frenado, sin tener claro qué había pasado. No pudo más que cogerlo y mirar a todos lados, buscando y temblando.

Alex se quedó helado. Soltó la guitarra y corrió a por Valentine, empujando a los fotógrafos y a la gente que se amontonaba allí, aún atónitos por lo que acababa de pasar ante ellos. Y la sacó tirando del costado, para ver su hermosa cara bañada en sangre y sus ojos cerrados. La abrazó para sí, tratando de reanimarla y, entonces, notó las manos húmedas y las miró temblando. Estaban manchadas de un espeso rojo, como la ropa de Valentine y cada vez más, un rojo oscuro e intenso se extendía por el asfalto alarmando su mente.

Nadie hacía ni decía nada, hasta que alguien disparó una foto y los demás le siguieron.

—¡Una ambulancia! ¡Una ambulancia! —gritó Alex apretándola contra él.

Y Martita gritó al verles, mientras Paula caía redonda al suelo, desmayada.