Made In Japan
El tiempo pasa inexorablemente, siempre igual, un día tras otro, sin más. Y mañana será igual. Especialmente cuando la esperanza escasea y la moral se arrastra por los suelos como una sombra amorfa y deprimente.
Alex llegó a casa como cualquier otro día al salir del trabajo: cansado, aburrido, sin ilusión por nada y con dolor de cabeza. Ya no llegaba tarde nunca para la cena. No tenía local de ensayo, ni grupo, ni ganas. Arrastrando el alma y con el corazón roto, se metía en su cuarto a leer y, antes de la cena, siempre se echaba unas risas con sus hermanas, cuando no le tocaba ayudar a Martita con los deberes. Y a veces, tomaba la guitarra y componía sus canciones, pero solo para él, soñando con los labios de Valentine, frente a su equipo, con los auriculares y sin salir de su habitación.
Esos momentos era muy tristes para Martita, pues Alex siempre terminaba sus ensayos interpretando Canción de Amor, ocultando el llanto de su corazón a golpe de guitarra.
—Alex… —tartamudeó Martita, acercándose a su hermano.
—¿Qué pasa, Martita? ¿No vas a dormir? Ya son las once de la noche, deberías estar en la cama. ¿Te he despertado con la guitarra? Tengo el volumen bajito, me escucho por los auriculares. ¿O es que quieres que te cante una canción?
—Valentine toca en Japón —afirmó Martita, con un puchero y los dedos entrelazados.
Alex quedó en silencio.
—¿No te gustaría poder verla? —le preguntó Martita de pronto.
—¿Qué dices? ¿Estás bien? No, estás loca…, muy loca. Eso ya lo sé.
—Es en serio. Estuve conversando por facebook con el club de fans de allí, siempre nos hemos llevado muy bien, y me han mandado dos invitaciones.
Alex volvió a quedar en silencio.
—Podríamos ir los dos… Seguro que cuando nos vea todo se arregla —le propuso Martita, con cara de inocencia bendita.
—Martita, por favor —le rogó Alex, afectado.
—Yo sé que ella te quiere… ¡Me lo dijo!
—Ella no me quiere, nunca me quiso… Solo fui un juguete en sus manos, un capricho de niña rica y me robó mi canción. Luego, acabó con mi grupo a base de venderles mentiras, mira lo que les hizo.
—Pero en el grupo… Fueron tus amigos los que te echaron, nadie te apoyó y sabían que Canción de Amor era tuya… ¿Por qué te preocupas por ellos? Obtuvieron lo que se merecían. Además, yo creo que Valentine no sabe nada de lo que ha ocurrido, todo es cosa de su representante. Ella nunca ha hecho ninguna declaración sobre tus canciones, ni sobre tu grupo, ni sobre ti… Debemos ir, verla, abrazarla y darle un beso… hablar con ella. Así recuperarás tu canción.
—Me da igual esa maldita canción, se la puede quedar —murmuró Alex.
—Lo sé… Tu pena es por Valentine, ¿verdad? Solo sientes haberla perdido a ella.
Alex se sumió de nuevo en un largo silencio.
Paula entró, después de escuchar en silencio y apenada tras la puerta, como quién andaba por allí por casualidad.
—¿Por qué no tomas esas entradas y a Martita y vuelas a Japón? Si no tienes dinero, yo te puedo dejar. Allí la podrás pillar, luego a saber dónde se esconde. Dicen que es su último concierto… ¡Desaparecerá!
—De eso nada —expuso la señora María, llegando a la puerta de la habitación acompañada por el bulldog francés—. ¿Cómo te vas a llevar a tu hermana a Japón si es una niña? ¿Y dónde está Japón? Muy lejos… ¿No?
—¡Mamá! —protestó Martita.
Alex las miró, parecía que estaba toda la familia vigilándole, que se habían confabulado para algo que no sabía bien cierto qué era… Solo faltaba su padre.
—¿Qué ocurre aquí que no vais a la cama? —se acercó el señor Antonio, el que faltaba.
—Reunión familiar —se justificó Paula.
—¿Tenéis una reunión y no me avisáis? —preguntó el señor Antonio.
—¿Qué te parece, papá? Se han propuesto que vayamos Martita y yo a Japón, como si todo fuera tan fácil —expuso Alex.
—Pues no, de eso ni hablar. Martita, es demasiado joven para viajar tan lejos. Que te acompañe Paula, que ya es mayor de edad... A ver si encuentra un novio japonés y no regresa —contestó el señor Antonio.
—¿Estáis todos locos? —preguntó Alex, todo atónito.
—¿No piensas luchar por ella? Creo que merece la pena —preguntó el señor Antonio, de una forma tal que caló en el interior de Alex, el cual le miró asombrado, pues su padre nunca le había dicho algo así sobre una de sus posibles novias—. Si yo no hubiera luchado por tu madre, hijo, tú no estarías aquí lamentándote de lo que pudo ser, en vez de salir a buscar lo que debe ser.
La señora María asintió con cara de tremenda felicidad, se abrazó a la cintura de su marido y le besó, recordando con cierta nostalgia las viejas historias de amor de su juventud, tiempos lejanos que nunca se olvidan, que siempre permanecen en el corazón, y sonrió a su hijo con cierto rubor.
—Alex, tienes que intentarlo —le animó Martita.
—¡Pero es una locura! —exclamó Alex.
—¿Por qué? —insistió Martita
—Ella no quiere saber nada de mí y ni siquiera tenemos la certeza de poder verla —aseguró Alex.
—En la incerteza está la pasión —comentó la señora María—. Si no la buscas, nunca la encontrarás y, posiblemente, te arrepentirás siempre… Ella te quería de verdad, lo sé, lo vi en su mirada, y eso no puede haber cambiado sin más.
—Aquella triste noche, se quedó a pesar de la presión de su representante, solo para ir a verte al club, no quería irse… —le dijo Paula.
—Mira hijo: locos no, lo que estamos es malos de verte hecho un trapo mugriento día tras día, así que ve a buscar a tu niña caprichosa. Márchate a Japón con Paula y a ver si no volvéis en un tiempo. Y ahora, ale, todos a dormir, que ya es tarde —concluyó el señor Antonio—. Tú también Huguito.
—Pero yo no puedo ir —murmuró Paula.
***
—Dios, ¿por qué está tan lejos de todo Japón? —se preguntó Valentine, molesta, sentada en el asiento business del avión Boeing 737 en el que viajaba.
—Últimamente todo te parece lejos, muy lejos, hasta el aseo de casa —murmuró Mauro y le ofreció una copita de champagne.
—¿Cuándo vamos a tener otra vez un avión privado? No sé por qué lo vendiste… y sin mi permiso.
—Ya veremos… Sabes muy bien que tuve que venderlo para pagar tu recuperación en el hospital sin afectar la economía de la empresa; las operaciones y tres meses en coma en el mejor hospital de Estados Unidos, pues cuestan una pasta. Además, tampoco se va mal aquí en primera y resulta mucho más barato. ¿No querías abaratar costes?
—Recuérdame que te despida y que, para la próxima gira, pues que no incluya Japón.
—Vale, pero ahora céntrate en realizar tu mejor concierto… Es el último de la gira y tienes que clavarlo, triunfar por todo lo alto.
—Mauro… Tú crees que un día recordaré todo —preguntó ella.
—¿A qué viene eso ahora? Ya recordaste todo.
—Todo, todo… No creo.
—¿Qué más quieres recordar? ¿Las pecas que tenías de niña?
—Sigo soñando con ese perro negro, pero no le veo. Es como si me estuviera esperando para sacarlo a pasear y yo nunca llegara, y se me hace un nudo tremendo en el estómago. Además, siento que algo me falta y me duele en el alma.
—Ya estás volviendo a ser la cursi de siempre, casi que te prefería de bruja.
—Hum —gruñó Valentine—. ¿Sabes? Cuando intento recordar, todo a mi alrededor se transforma en una nebulosa que no logro despejar y comienzan los dolores de cabeza, la jaqueca y esa amarga nostalgia. Y sé que me escondes cosas… Te despediré… otra vez.
—Te volverás loca si sigues pensando tanto. Si te dejaste algo en el tintero, deja que fluya a su debido tiempo. ¿Por qué no te centras en el concierto? Japón es increíble, llevas todo el año de número uno en ventas y en todas las revistas. Es el último bolo de la gira y fue el primero que agotó las entradas. Para que veas, hace casi un año que te esperan, están como locos. Más después del susto, que ya no sabían si actuarías o no…
—Mauro, no te he dado las gracias por lo que hiciste por mí mientras estaba… “ausente”.
—Ni tienes que dármelas, sabes que siempre he estado a tu lado desde que fallecieron tus abuelos. Me gusta cuidar de ti, aunque me hagas sufrir tanto y tanto y más —aseguró Mauro, en plan víctima.
—Bien, pues no te las doy y sufrir por mí está dentro de tus retribuciones económicas, que no son pocas.
—Bruja…
—¿Vamos a grabar antes de empezar en Hollywood o qué has pensado?
—Creo que sí, puedes grabar y después realizaremos las mezclas, que será lo más tedioso. Así puedes ir revisando el material mientras te estrenas como actriz, porque si empiezas con el rodaje, ya no tendrás tiempo de algo tan serio y delicado tal cual es una grabación.
—Sí, pienso lo mismo… El tema que más me gusta es Canción de Amor y he pensado que puede quedar mejor cantada a dúo, creo que mejoraría mucho si me acompaña una voz de hombre.
Mauro quedó en silencio.
—¿Qué pasa? —preguntó ella—. Ya se arregló el asunto con ese grupo que la plagió, ¿no? Podemos grabarla sin problemas, no me digas lo contrario.
—Sí, sí… Claro, reconocieron que era una versión y, además, ya no tocan. Ni existe el grupo. Eran unos oportunistas matados que se aprovecharon de tus buenas intenciones.
—¿Ya no tocan?
—No, claro… Me ocupé de que nadie les contratara y, además, ¿quién iba a editarles algo tras lo que hicieron? En cuanto echaron al delincuente inmoral que te robó, el grupo no duró ni dos semanas. Mi amigo Sandoval se ocupó de ello.
—Mauro, ¿por qué lloro siempre que canto esa canción?
—Valentine, tú naciste con un don, eres capaz de poner el alma en cada canción, en cada escenario; ese es tu secreto, por eso eres una megaestrella. Mira este post de los productores japoneses: la cola a la entrada del estadio es tremenda y aún quedan tres días para el concierto.
En los asientos cercanos a la cola del avión, sin poder imaginar que Valentine viajaba en la otra punta del Boeing 737, apenas a cuarenta metros, Alex se roía miserablemente las uñas de las manos y gran parte del cerebro. ¿Podría verla? ¿Valdría de algo? ¿Sería verdad que ella le amaba? Entonces… ¿Por qué había ignorado su amor? ¿Por qué le había robado su canción? Y resopló: ¿qué hago aquí sentado?, pensando que era un tonto muy tonto. Bueno, todo fuera para que por lo menos en casa le dejaran tranquilo con su pena, que ya tenía bastante.
A su lado, apoyado en su hombro, dormitaba Luis Miguel. El íntimo amigo de su hermana Paula no había dudado ni un instante en sumarse a la aventura, en cuanto se lo propusieron se arregló la maleta. Y no por Valentine, que también. Paula no podía acompañarle, dos años de estudios y prácticas no era para que ahora se saltara los exámenes finales, y mucho menos para una vez que se había preparado concienzudamente para obtener ese título de estilista y peluquería que tanto necesitaba.
A Luis Miguel le importó bien poco saltárselos.
—¿Ya llegamos? —murmuró él, dirigiéndose a una azafata que pasaba con prisas y un moderno móvil en la mano.
—Ya estamos sobrevolando Japón, no tardaremos en llegar, señor —aseguró ella, con un raro acento español y una cara que no era normal, y siguió su paso sin hacerle más caso.
Luis Miguel se quedó un poco preocupado por aquella extraña reacción, se estiró y miró la cara de circunstancia enamorada que tenía Alex. Y pensó en Mauro, no era el único enamorado. Se levantó y caminó hacia los baños. Recorrió el pasillo del avión a oscuras y, al llegar, escuchó el cuchicheo de las azafatas, que estaban agrupadas como una piña en la cola del avión; hablaban rápido y muy emocionadas, como si algo extraordinario pasara. No entendió nada, el idioma japonés no era lo suyo. Pero estaba claro que algo se cocía. Y comenzó a ponerse nervioso, mientras esperaba que el baño se desocupara.
—A ver si se va a caer este cacharro con alas, menudo porrazo —murmuró entre dientes, mientras se acercaba para tratar de entender algo.
Nada, no pillaba ni una palabra.
—¿Alguna habla español? —preguntó a una de ellas, curioso, viendo que no estaba la azafata de antes.
—Sorry? —le miraron todas, sin entender.
—Speak Spanish? —insistió, con una pronunciación en inglés de pena.
—Do you speak English? —le respondió una de ellas.
Luis Miguel resopló, el inglés tampoco era lo suyo.
La azafata le miró, esperando una respuesta para ver si podía ayudarle.
—All right? ¿Todo bien? It’s all Okey? —preguntó Luis Miguel, con cierta pluma, observando cómo se pasaban entre ellas los teléfonos.
Parecían que se enseñaban fotos de algo o de alguien.
—Oh, yes, and in 30 minutes we are landing at the airport in Tokio —sonrió la azafata.
Luis Miguel asintió más tranquilo, sin entender nada, imaginando lo que le podían haber contestado. Aunque, curioso y cotilla, miró de lado, tratando de ver esas fotos; y la azafata le apartó el móvil, ocultando la pantalla. Y llegó otra azafata, mostrando su móvil toda emocionada, hablando en japonés muy rápido, pero por muy rápido que hablara, Luis Miguel sí captó una palabra, una sola palabra: Valentine.
Por fin se abrió la puerta del baño y, antes de que se le colara una señora mayor que hacía como que no veía, entró él pensativo y le cerró la puerta en la cara. Se bajó la bragueta y se rascó la cabeza mientras orinaba. No podía ser otra cosa: las azafatas estaban mostrándose entre ellas fotos de Valentine. ¿Qué tenía eso de extraordinario? Nada. A no ser que…
—¡Las han hecho ahora! ¡Valentine está en la zona business! —exclamó.
Salió corriendo del aseo, chocando con la señora y subiéndose la bragueta por el pasillo del avión, para llegar todo nervioso a su asiento; y empujó de lado a lado con las dos manos a Alex, sin apenas poder hablar.
—¿Qué te pasa, Luismi?
—¡Ella! ¡Es ella!
—¿Ella?
—Ella está aquí, Valentine.
—¿Qué?
—Sí, seguro. En la clase guapos, las azafatas se están haciendo fotos con ella.
—¿Seguro?
—No, sí, no, sí, coño… Creo que sí, voy y lo miro.
Alex se quedó boquiabierto, viendo alejarse decidido a su amigo por el pasillo hacia la zona más VIP del avión. Sin saber muy bien qué hacer, se levantó y caminó un tanto confuso. Por delante de él, Luis Miguel llegó a la zona business todo decidido, pero no pudo cruzar la cortina que separaba la cabina. Un amable y fornido auxiliar de vuelo, que más bien parecía un luchador de sumo, le indicó con cierta firmeza que no podía pasar.
—¿Está ahí? —preguntó Alex, llegando a su lado un tanto nervioso.
—¡Seguro! Pues no ves que bestia han puesto para que no pase la plebe.
Entonces se escucharon los altavoces de cabina, con una voz en japonés que no había forma de entender.
—¿Qué dice? —preguntó Alex.
Una azafata llegó hasta ellos, revisando los asientos de todos los pasajeros, posando los respaldos en vertical y comprobando que tenían los cinturones de seguridad abrochados.
—Please, return to your seats —les dijo.
Y notaron cómo el avión maniobraba y descendía.
—Dios, turbulencias —murmuró Luis Miguel, con cierta cara de pánico.
—We’re goin to land, please —les insistió la azafata.
—Por favor, regresen a su asiento, estamos llegando, vamos a aterrizar —les rogó la azafata que hablaba español.
—Sí, sí, claro —aseguró Alex y ambos se dirigieron hacia la cola del avión.
El enorme auxiliar, al verles alejarse, se volvió y entró a la cabina business.
Luis Miguel miró atrás y, sin querer rendirse, vio su oportunidad. Regresó apresurado y asomó la cabeza entre las cortinas. No pudo ver a Valentine entre los pasajeros, por más que estiró el cuello, y fue a entrar.
—Please —le dijo el auxiliar con cara de enfado, volviendo a su sitio, haciendo de pantalla con aquellos enormes brazos cruzados.
Derrotado y ante la insistencia de las azafatas, Luis Miguel tuvo que volver a su asiento. En veinte minutos, el avión tomaba tierra en el aeropuerto de Tokio y cada cual tenía que estar en su sitio.
—Está ahí —aseguró Luis Miguel, sentándose como enfadado.
—¿Seguro? —preguntó Alex.
—No… Pero he visto a su perro faldero, a ese tal Mauro —aseguró con morbo.
—¿Mauro? Ese es su representante, ¿no?
—Sí, es el mala baba que nos tiró del hospital, cuando el accidente… El que se llevó a Valentine a Nueva York y la incomunicó en ese superhospital. Está bueno el muy… ¡Uy, cómo está! ¡Le comía todo lo que es pecado!
—Pero, coño, Luismi, déjate de mariconadas ahora, ¿a ella la has visto?
—No.
—Luismi…
—¿Qué?
—Tú te enrollaste con ese hombre, tuvisteis lío… ¿No?
—Bueno…
—¿Y por qué no hablas con él?
—Pues vaya, o sea, que no me contesta al teléfono, con lo bien que lo pasamos… Ay, que me dejó enamoradita perdida —sollozó Luis Miguel—. ¡Los podemos pillar ahora en el aeropuerto! ¡Antes de que salgan de la zona internacional! ¡Prepárate para salir corriendo!
En cuanto el avión quedó situado ante la pasarela de pasajeros, Alex y Luis Miguel se levantaron para coger sus maletas de mano y salir pitando, al igual que todo el resto de los pasajeros. Allí quedaron presos sin poder hacer nada por avanzar. Por delante de ellos había más de 150 personas por desembarcar.
—Mierda —murmuró Alex.
Cuando lograron salir del avión, no vieron ni rastro de Valentine ni de Mauro, pero sí se notaba por donde habían pasado, pues aún se notaba cierto revuelo y veían a la gente mirar las grabaciones y fotos que habían realizado.
—Date prisa, no debe de estar muy lejos —le dijo Alex, tratando de adelantar.
El control de pasaportes le impidió correr más, una larga cola esperaba su turno. Y estaba claro que por allí no había pasado ella, todo estaba en calma.
Alex resopló, muy desanimado.
—Seguro que la han sacado por algún lado discreto, o sea, vamos, es lo que tiene ser VIP. Bueno, tendremos que verla en el concierto —expuso Luis Miguel.
Entonces se armó un gran revuelo en toda la zona y Alex, emocionado, sintió un calor ardiente colmar todo su cuerpo. Allí estaba ella, apenas a unos diez metros, saliendo entre agradecimientos y fotos de un cuarto de extranjería de la policía aeroportuaria, tan hermosa como siempre, con esa gran sonrisa, saludando a la gente entre fotos y más fotos.
—¡Valentine! —gritó Alex.
Pero eran tantos los que la llamaban, que su voz se perdía en el tumulto del vocerío, como si nada fuera. Y se dirigió hacia ella, decidido, saliéndose del carril de la cola.
Al menos veinte policías salieron a su paso, mientras otros tantos escoltaban a la estrella saltándose las colas, para acompañarla hacia al exterior del aeropuerto.
Imposible llegar hasta ella.
—¡Valentine! ¡Aquí, soy Alex! —gritó con fuerza, al verla cruzar los mostradores que la llevaban a la salida.
Ella se volvió, apenas un segundo.
Y Mauro también.
Un segundo que no bastó para verle entre la multitud.
Valentine, frunció el ceño. Entre tantas voces llamándola, una sola voz había taladrado su mente como un meteorito. Volvió de nuevo la cara y le vio, su corazón latió rápido, cruzó su mirada con la de él, perturbada, curiosa y atraída, pero también muy distante.
—¡Vamos, vamos! —la apremió Mauro, tirando de ella de la cintura, acabando con sus pensamientos y dudas, sacándola de allí de inmediato, escoltada por un séquito de policía.
—¡Te ha visto! ¡Lo he visto en sus ojos! —exclamó Luis Miguel.
—Pero no me ha saludado, no quiere saber nada de mí —respondió Alex, abatido, con tristeza y la mirada perdida.
Cuando salieron de la zona internacional de aeropuerto, se vieron vencidos por completo. Miles de personas se habían reunido allí para dar la bienvenida a Valentine, con pancartas, globos y de todo. Apenas era posible andar entre tanta gente, cientos de policías se esforzaban en mantener espacios abiertos de entrada y salida, y de ella solo quedaba el rastro de lágrimas, flores y gritos que los fans habían dejado a su paso.
Llegaron al hotel un tanto decepcionados.
—Al menos la hemos visto… Te ha visto —dijo Luis Miguel.
—Hemos hecho el viaje en vano. Solo fui un vulgar ligue de bolo… o ni eso. Tengo que aceptarlo o me volveré loco.
—Desde que el muy malvado de Mauro te dijo eso, no hay manera de que te saques esa espina de tu corazón. ¿No has pensado que igual te lo dijo para alejarte de ella? Hombre, Alex, que Valentine estuvo viviendo en tu casa, no fue un vulgar ligue. Ves, lo mío con él sí… y así estoy, desesperadito. Oye, dime qué paso en la cabañita del lago, que Paula me contó que estuvisteis allí una noche enterita y, o sea, seguro que no la pasasteis contando ovejitas.
—Voy a dormir, quiero descansar un poco.
—Vale, pues no me cuentes nada. He pensado que tendremos que ir a hacer cola, si quieres conseguir un sitio cerca del escenario… ¿Pasó lo que tenía que pasar en la cabañita? ¿Eh?
—Tienes razón, tenemos que ir a esa maldita cola. Odio las colas —respondió Alex, ignorando la pregunta—. Martita me dijo que buscara cerca de la entrada norte a una chica que se llama Mizuki, es la presidenta del Club de Fans de Valentine en Japón; por lo visto están en la cabeza de la cola, acampadas… guardando sitio.
—Pero no podemos ir a punto y hora de entrar. Igual nos matan.
—Tendremos que colaborar en las guardias. Esto es increíble, odio hacer cola. ¿Vamos después de cenar? Ahora voy a dormir un poco… Estoy hecho polvo.
—Será el jet lag.
—Será.
—Pues yo voy a ver qué hay por ahí abajo, a oletear como una perrilla por todos lados y tomarme una copichuela a ver si me ligo a alguien bien guapo. Cuando suba, cenamos y nos vamos. ¿Vale? —preguntó Luis Miguel.
—Vale.
—Alex, solo una cosa.
—¿Qué?
—¿Hubo tema o no hubo tema en la cabañita?
—Márchate de una vez —contestó Alex, lanzándole una almohada.
Luis Miguel bajó en ascensor, silbando y estudiando todo, y se dirigió a la barra de la cafetería del hotel, mirando y admirando tanto lujo y confort, menudos espacios, menudos sillones, menudos todo... Bueno, también valía su plata, su pasta gansa, pero merecía la pena la aventura, pensó. Había sido tan emocionante estar de nuevo tan cerca de Mauro, aunque él no le viera… Y de Valentine, claro.
—Hola Luismi —escuchó y le dio un brincó el corazón.
—¡Mauro!
—¿Qué haces aquí?
—Ya ves…
—Una palomita como tú, Luismi, tan lejos de su nido, no es normal, ¿verdad?
—¡Hago turismo! O sea… ¡Qué guapo estás!
—¿Turismo? —insistió Mauro.
—Te he echado de menos, ya no me escribes —contestó Luis Miguel.
—No habrás venido al concierto de Valentine, ¿verdad?
—¿Vas a invitarme a la zona VIP? Podríamos hacer cosas feas, tú y yo…
—Luismi, escúchame bien, no quiero verte por allí, ni a ti ni a ese joven idiota que casi la mata.
—Pero, hombre, Mauro… ¿Cómo puedes decir eso? ¡Qué cruel! ¿No vamos a mi habitación? He pensado mucho en ti, de verdad.
Mauro le miró con cara de cierta incomprensión.
—No quieres comprender que esto es muy serio, que no estamos hablando ni de ti ni de mí, sino de Valentine. ¿Puedes poner algo de tu parte? —le preguntó Mauro.
—¿Un whisky? Siéntate, yo no vengo por ella y lo sabes —contestó Luis Miguel.
—No bebo, mejor un refresco de cola.
—No me digas que estáis en este hotel…
—No, he venido solo a hablar contigo.
—Vaya, ¿cómo nos has encontrado?
—Es fácil: ser representante de Valentine te da muchos amigos en todas partes. Nada más ver a ese loco en el aeropuerto, solo tuve que hacer unas cuantas llamadas para averiguar en qué hotel estabais alojados.
—Mauro, no está loco, solo enamorado.
—Luismi, no quiero verle cerca de ella, es más, no voy a negar que me ha sorprendido verte y hasta que me ha alegrado y mucho, pero ahora me gustaría que cogierais las maletas y os fuerais.
—No nos vamos a ir. ¿Por qué quieres impedir que se vean? Tú no les has visto juntos, pero yo sí. Están enamorados, pero enamorados de verdad. Se quieren y eso es tan… tan… tan bonito.
—¿Enamorados? ¡Pero si le robó una canción y le hizo mucho daño!
—Mauro, mírame a los ojos: esa canción ya la tocaba Alex antes de conocer a Valentine, se la he escuchado yo treinta mil trece veces. O sea, se la habéis robado vosotros a él, lo quieras creer o no.
—Eso no puede ser… Creía que me querías, ¿por qué me mientes?
—¡Coño, maricón, que es verdad! Hace más de dos años que la compuso. Ahora, también es cierto que ella la interpreta mucho mejor. La muy jodida es que es muy buena… O sea, que canta muy bien. ¿De verdad me quieres? ¿Te has alegrado de verme?
Mauro bebió el refresco, quedó pensativo y asintió.
—Luismi, no me toques los cojones. Ese chico no debe acercarse a Valentine, puede desequilibrarla y eso no es bueno para ella, que también sufre y mucho. No comprendes que no pueden llegar nunca a buen puerto… ¡Ella es Valentine!
—No quieres darle una oportunidad al amor… ¡Qué triste!
—Todos le hacen daño, ¿por qué Alex va a ser diferente?
—Es un buen chico, se enamoró de Valentine, no de tu megaestrella; él no busca su fama ni su fortuna. La puede hacer feliz.
—Me encanta como le defiendes, pero una estrella es para mirarla y admirarla, no para tocarla, pues te quema o se quema. Lo he visto tantas veces… ¿Tú también buscas hacerme feliz?
—No, yo solo busco tu fama y tu fortuna.
Mauro le tomó del pecho, con fuerza, y se lo acercó, le miró con una sonrisa sabida y le besó en los labios, allí, delante de todos, con pasión. Dejando a Luis Miguel sin palabras ni aliento.
—Deberíais marcharos, ella ni siquiera se acuerda de él —aseguró Mauro.
—Si fuera así, no habrías venido a decirme que me fuera, sino a follarme.
—Toma a tu amigo de la mano y vuelve a casa, o no volveremos a vernos nunca —le dijo Mauro y le apuntó con una mano, a modo de pistola, para despedirse con un guiño.
—¡Búscame cuando acabe el concierto! —exclamó Luismi, observando cómo se alejaba.
***
En el estadio, los técnicos y músicos trabajan contrarreloj en el escenario, para tenerlo todo preparado para la gran fecha. Siempre con mucho tiento y cuidado, y ese día más aún. Valentine estaba allí, para realizar las pruebas de sonido personalmente y todos sabían que sobre el escenario se transformaba en una auténtica tirana perfeccionista, una bruja, y que los errores se pagaban muy caros, todos los días despedía a dos o tres técnicos y algún músico, más alguna corista, a varias bailarinas y a alguien que pasara por allí.
Mauro se encargaba siempre de disculparse y contratarles de nuevo.
Tema tras tema, Valentine realizó sus últimas pruebas antes del concierto, bajo la atenta mirada de Mauro, que todo a su entorno estudiaba. Y la vio llorar de nuevo, al cerrar el ensayo con aquella maldita Canción de Amor. ¡Hasta en los ensayos se emocionaba cantándola! ¿Tendría razón Luismi?, se preguntó. No, eso no podía ser. Y, por supuesto, nadie le robaría ni destrozaría de nuevo el corazón de Valentine. Ella siempre había dependido de él, desde que quedó sola, y se había encargado de llevarla por el camino correcto, consolándola en sus llantos y riendo con ella en sus éxitos, era parte de su vida. No actuaba como su representante, sino más bien como su madre-padre, tal cual ella le decía a veces. Y se pensó si hacia lo correcto o no. Luis Miguel le había tocado la moral en demasía. ¿Era verdad que la canción era de ese joven? ¿Y si además Valentine podía llegar a ser feliz, feliz de verdad? ¿Quién era él para robarle esa oportunidad? Quizás debería hablarle de Alex, pero solo quizás… O mejor no, un novio no era lo que ella necesitaba ahora y cómo saber bien cierto que aquel tema lo había compuesto ese muchacho, que no buscaba solo su fama y su dinero.
Mauro conocía de buena tinta que el amor es un buen condicionante para cometer locuras, lo había sufrido él y, además, había visto sufrir tanto a Valentine, que se negaba a que volviera a pasar por ello. Sabía que ella era tan vulnerable y débil cuando estaba enamorada de verdad, que cualquier personaje desalmado podría aprovecharse y hacerla mucho daño, a ella y a sus finanzas. Lo que se dice llegar con las manos vacías y un te quiero, e irse con un hasta luego nena y las manos llenas.
Eso él no lo iba a consentir.
—Pues sí —murmuró y quedó pensativo con Luis Miguel.
Le parecía tan guapo, tan interesante a pesar de esa horrorosa pluma que siempre mostraba con orgullo. Ser gay y masculino y amarse como dos caballeros es genial, lo más hermoso del mundo, pensó. No entendía ni aceptaba las formas exageradas y terriblemente afeminadas de los mariquitas. Pero con Luismi era diferente, había quedado impresionado al ver la defensa y la lealtad que había demostrado con Alex… con tan solo un amigo.
—¿Qué tal? —le preguntó Valentine desde el escenario y le entregó la guitarra a un pipa.
—Perfecto, como siempre. ¡Hermoso! Ahora a la ducha, a cenar y a descansar, mañana es el gran día y ya es tarde.
Al finalizar el ensayo y el volumen de sonido, Valentine se percató del enorme griterío que provenía desde fuera del recinto. Los fans que hacían cola fueron testigos sonoros del ensayo y aplaudían una vez terminado, como habían hecho con cada tema, coreando su nombre. Valentine miró a las puertas, consciente de los jóvenes que allí acampaban para poder entrar de los primeros, para pillar un buen sitio junto al escenario. Miró al cielo, estrellado, con una nostalgia que no lograba entender. Había vuelto a llorar al cantar ese tema y, de pronto, pensó en el chico del aeropuerto. ¿Por qué sentía aquella nostalgia tan intensa? ¿Alex? ¿Quién era Alex?, se preguntó con cierto dolor de cabeza.
—Venga, te espero en la mesa de sonido —sonrió Mauro.
Fuera del estadio, en la cola y no muy lejos de la entrada, las chicas japonesas del club de fans de Valentine charlaban en medio inglés y medio español con Alex y Luis Miguel, y se hacían fotos con ellos, pues eran los fans de tan lejos que habían cruzado medio mundo para estar allí. Y Alex les parecía tan guapo, tan hombre. Aún no podían creer que habían llegado desde España solo para ver a Valentine y estaban locas con ello. Aunque en verdad, quizás tampoco tenía tanto de excepcional, casi todos los japoneses presentes de la enorme cola, y tantas otras personas llegadas de distintas partes del mundo, se morían por verla y decirle lo que sentían por ella; pero les hacía ilusión, pues era el chico que cantaba a dúo Canción de Amor con Valentine en los vídeos cutres que habían arrasado en Internet.
—¿No iremos a por algo de comer? —murmuró Luis Miguel.
—¿Ya tienes hambre de nuevo? —preguntó Alex.
—Son ellas, dicen que no han cenado. ¡Pero no se atreven a dejar la cola!
Alex alzó las cejas y asintió. No se las veía a las muchachas con mucha hambre, pero la cara de Luis Miguel le recordaba a su gordi Huguito, siempre con hambre y con cara de no haber comido nunca.
—Vale, iré a por algo —dijo finalmente, deseando abandonar la cola por un rato, estirar los pies, aunque fuera hasta el próximo puesto de comida rápida.
Valentine salió toda arreglada del camerino y se dirigió hacia la mesa de mezclas, con paso ligero, escuchando aquella traca y la fiesta que había alrededor del estadio. Sus fans estaban ahí, esperándola con júbilo y eso la hacía muy feliz. Tardaría mucho en dar otro concierto, de hecho no tenía programado ninguno. Debía grabar su nuevo disco y después le esperaba el cine, una gran producción. Y se volvió para observar el escenario, con una nostalgia que no entendía.
—Valentine, ¿ya estás? —le preguntó Mauro, acercándose.
—Sí, vámonos.
—Si quieres podemos ir a un sitio especial que me han comentado, para que la gente de glamour te vea y te hagan unas fotos.
—No estoy de humor ni tengo ganas, siempre estás con lo mismo.
—Desde que llegamos a Japón no has salido del hotel y estaría bien hacer algo de promoción, que nuestro público vea que existes de verdad, que eres de carne y hueso. En algunos foros te atacan duro, dicen que no te importa tu gente, que solo quieres su dinero y más y más fama…
—Bla, bla, bla… Eso lo han dicho siempre y sabes que no me importa. Mauro, ¿te has comprometido con alguien?
—No, la verdad que no.
—Pues entonces vamos al hotel, estoy cansada.
—Deberías dejarte ver un poco, solo cuatro fotos y unas palabras a la prensa —murmuró Mauro.
Valentine se paró y le observó.
—Así que dicen que no me importa mi gente… ¿Mi gente?
—Eso mismo.
—Y quieres llevarme a un reservado de lujo a que me haga fotos con cuatro famosos que seguro que ninguno de ellos ha comprado mi disco.
—Visto así, comprendo que no te apetezca, no es muy llamativo… Tienes razón, sí, pero estaría bien darle algo a la prensa, unas palabras, unas fotos en Japón.
—¿Unas palabras para la prensa? ¿Unas fotos en Japón? Así que quieres que salga a ver a mi gente.
Mauro asintió con cara de “¿Lo harás?”.
—Pues vale, saldré a ver a mi gente —expuso Valentine, decidida, y se dirigió hacia la puerta del estadio.
Mauro quedó de piedra, observándola por unos minutos.
—¡No, espera, ni se te ocurra! —reaccionó al final y salió tras ella.
Pero era tarde.
Valentine abrió una de las puertas del estadio y salió al exterior, donde estaba la cabeza de la cola norte. Anduvo sonriendo y sin saber muy bien qué hacer, pasando ante el numeroso gentío que formaba la enorme cola. Sin embargo, los fans apenas le hacían caso, algunos la miraban con cara extrañada, pero nadie se atrevía ni a abandonar su puesto en la cola ni a acercarse a ella, más que nada porque no podía ser verdad lo que estaban viendo. Pensaban que debía tratarse de una occidental que se parecía mucho a su ídolo, o que la imitaba muy bien.
Así, se acercó a un grupo de muchachas muy jóvenes, las cuales dormitaban pacientes, haciendo cola, apoyadas en la pared; y una anciana estaba allí con ellas, cuidándolas.
—Hola, señora, ¿haciendo la guardia? —preguntó en perfecto inglés.
—Hello, yes, yes, here with my grand daughters. You’re not sneaking, are you? —contestó la anciana.
—No, I just want to say hello, and know if every thing is going well.
—Yes, yes do not worry.
—¿Valentine? —preguntó atónita una de las muchachas.
Y las otras abrieron los ojos de golpe.
Al momento, entre un griterío confuso, Valentine estaba haciéndose fotos con sus fans y firmando entradas, camisetas… Mientras, la cola despertaba a lo lejos, asomándose todos al frente, curiosos por lo que podía estar pasando en aquella zona cercana a la entrada, donde se apreciaba tanto movimiento.
Mauro salió del recinto, acompañado por todos los guardias de seguridad que pudo encontrar en el estadio, y se acercó con cierto disimulo.
—Vamos para adentro.
—¡Déjame, estoy con mi gente! —exclamó Valentine, desafiante.
—Pero no ves que puedes liarla aquí, con tanta gente —intentó razonar Mauro.
Valentine le ignoró y avanzó por la calle, recorriendo la cola entre halagos, fotos, firmas y besos. Todos la miraban ya atónitos, sabiendo con certeza quién era, pero se mantuvieron muy juiciosos en la cola, saludándola a rabiar, esperándola en su camino y llamándola a gritos.
—¡It’s her!
—¿Valentine?
—A photo, please —decían unos y otros.
La prensa que andaba cubriendo los detalles del concierto no tardó en aparecer con sus focos, micros y luces, y se armó un mayor lío conforme Valentine seguía recorriendo la cola, sin prisas y feliz, saludando a sus fans. La policía hizo acto de presencia, ante tanto revuelo, impidiendo que las aceras se desbordaran y ocuparan la calle. Mauro no salía de su asombro, no cabía mejor publicidad para ella que la de una megaestrella recorriendo la cola de sus fans, saludando a su gente y dejándose querer a pie de calle, y sonrió.
La sonrisa le cayó al suelo cuando vio a Luis Miguel en la cola, saltando todo loco con un grupo de fans, esperando animado a que ella llegara; y corrió hacía allí.
Valentine vio la pancarta del Club de Fans Oficial de Japón y se acercó a saludarles, besó a una joven que se le echó encima, y posó con todas ellas haciéndose fotos, y vio a Luis Miguel.
Quedó en silencio, inmóvil.
—¡Valentine! ¡Qué bueno! —exclamó todo pluma.
Ella no respondió, su mente trataba de situar dónde había visto aquel extravagante personaje, pero no podía. En ese momento, dos fans se pusieron a su lado para hacerse una autofoto con los móviles, y otros tantos la llamaban para saludarla.
—¡Valentine, Alex está aquí! —insistió una y otra vez Luis Miguel, con una sonrisa de oreja a oreja, entre tantas voces.
Y ella se quedó bloqueada, ¿qué estaba diciendo aquel joven? ¿Quién era Alex?
Los fans comenzaron a rodearla, saliéndose de la fila al ver que ella no avanzaba, a saludarla y hacerse fotos a su lado, y ella quedó eclipsada bajo una lluvia de flases y los besos, confusa y perturbada en lo más hondo de su alma, sin ver nada ni saber dónde estaba, sin decir una palabra, como si se encontrara dentro de una burbuja y el exterior fuera todo una nebulosa oscura y profunda, sin fin, que no dejara de pronunciar su nombre. Y, de pronto, se sintió mal, rodeada de voces que no paraban y de gente, todos pidiendo y tocando. No podía avanzar, ni retroceder, ni apenas menearse y se sintió agobiada. Le faltaba aíre para respirar.
Mauro tiró de ella, del brazo, sacándola de aquella masa humana con ayuda de los agentes de seguridad, de forma contundente, y la metió en un vehículo grande, de cristales oscuros. Salieron rápidamente de la zona, protegidos por la policía, dejando atrás la cola de fans, el revuelo armado y el estadio.
Alex llegó al lugar, con una bolsa llena de refrescos y pequeños bocadillos.
—¿Qué ha pasado aquí? Está todo el mundo alterado…
—No debiste abandonar la cola para ir a buscar, precisamente tú, la cena —le aseguró Luis Miguel con cara de circunstancia.
—Mauro, ¿quién es Alex? —preguntó Valentine, observando sin ver las avenidas de Tokio a través del cristal ahumado del vehículo, con la mirada perdida en el infinito.
—¿Alex? ¿Quién es ese? —respondió Mauro.
—Ya estamos. No lo sé, por eso te pregunto. Alguien me dijo no sé qué… de Alex.
—¿Quién?
—Un extraño personaje de la cola, su rostro me pareció conocido.
—A saber, no te preocupes… Pues sería algún fan que querría saludarte, como tantos y tantos. ¡Hay tanta gente en la cola! Y no vuelvas a hacerme esto sin avisar, ¿qué significa eso de salir a pasear delante de cientos de fans? —preguntó Mauro, cambiando hábilmente de tema—. Menos mal que estamos en Japón, que son gente civilizada, en otro sitio te hubieran desguazado y ahora no serías más que un montón de reliquias para fanáticos.
—Pues yo lo he pasado tremendo… con mi gente. Les veía tan animados, tan vivos, tan ilusionados, que me han hecho muy feliz.
—Desde luego, eres única. Con esta animalada, porque no lo olvides, ha sido una auténtica animalada muy salvaje, mañana tendrás a toda la prensa y a tus fans comiendo de tus manos.
—Estoy por volver otra vez, repetir la experiencia a media noche…
—Esta noche te esposo a la pata de la cama del hotel.
***
Al día siguiente, puntuales como un clavo, las puertas del estadio se abrieron y la gente comenzó a entrar, y a correr en busca de un sitio privilegiado frente al escenario. En aquel estallido de gente que corría, Alex enseguida perdió de vista en la carrera a sus nuevas amigas del club de fans y a Luis Miguel. Esta vez, quizás cortado ante tantas jovencitas que se tiraban como locas para pillar sitio en el antiavalanchas, sin tener la excusa de proteger a su hermanita, se quedó algo más retirado ¿Cómo iba él a disputarle un sitio a alguna de esas histéricas jovencitas? Desde allí se veía bien, seguro que Valentine le vería, eso quiso pensar.
Las horas fueron transcurriendo, como ya había vivido en Madrid, entre cantos, gritos y coros del numeroso público congregado. El estadio estaba al completo. Alex, allí solo, en realidad, no era más que una diminuta aguja en un inmenso pajar. Y pronto se empezó a percatar de ello. Cada vez, sin saber cómo, estaba más alejado del escenario. La presión y descaro del personal era tremendo por avanzar, tanto jovencitas como no tan jovencitas, chicos y chicas; todos querían estar lo más cerca posible de su estrella.
De pronto, las luces se apagaron y una gran explosión musical sacudió el estadio por completo haciendo vibrar hasta el suelo que pisaban, el público clamó y las luces alumbraron el escenario. La locura se desató en aquella inmensa marea humana cuando Valentine apareció como una diosa con su guitarra en la mano, dando unos tremendos guitarrazos que enseguida dominó para convertirlos en melodía.
—Good night, Japan!
Alex se quedó con la boca abierta.
¡Qué hermosa! Fue lo único que pudo pensar.
Y quedo extasiado viéndola cantar, disfrutando de su arte, de su belleza.
Tema tras tema, la observó sin perderla un segundo de vista durante la hora y cuarto que llevaba de concierto, sin hacer nada por destacar. Sabía muy bien que ella nunca le vería, era consciente de aquella triste realidad, pues él solo era una gota de agua en un inmenso y colorido océano de brazos y gritos al aire. Imposible que se fijara en él, estaba tan lejos.
Valentine saltó y desfiló por el escenario, valiente y decidida, durante todo el concierto, como la reina de la noche que era, alumbrando el estadio con luz propia y sacudiendo con su voz la mente de un público entregado por completo. Y sí, se fijó en Alex. Un simple instante al terminar un tema, tan casual como increíble, le valió para cruzar sus ojos entre tanta multitud con los de él. Entonces, quedó en silencio, pensativa, seria y algo asustada, como si hubiera visto un fantasma y, sin apartarle la mirada, dio dos pasos atrás, perturbada en su mente y en su corazón.
Pero, de pronto, de entre el público, alguien más alto se puso delante de aquel joven, de aquella visión y dejó de verle. Las baquetas que le introducían a una nueva canción sonaron tras ella, marcando el paso, y apartó la vista de allí, para seguir cantando…
Las notas de Canción de Amor sonaron y ella notó como su cuerpo caía preso de aquella terrible nostalgia que la invadía siempre. Comenzó a cantar, con sus falsetes y subidas de tono, e instintivamente buscó de nuevo aquel rostro familiar que había visto entre el público, mientras sus ojos se humedecían y las lágrimas comenzaban a recorrer sus mejillas. No le vio, quizás solo fue un espejismo. Un fuerte calor la invadía por completo a la vez que unos extraños escalofríos la recorrían por todas partes. Alex, pensó conforme cantaba derramando lágrimas, ahondando en las cien mil almas que allí se reunían, tratando de despejar la enorme nebulosa negra que le impedía recordar y que amenazaba con hacer estallar su mente.
Con la última nota, dejó caer el micro a plomo y salió corriendo del escenario, llorando, mientras el estadio clamaba con cien mil aplausos.
Mauro la observó pasar por su lado, con cierta pena, y agachó la cabeza.
Las luces del estadio se encendieron.
El concierto había terminado.
La gente fue desalojando el local, la gran noche y su música había pasado. Aquel huracán llamado Valentine arrasó por completo, todo eran buenas palabras y alegrías entre los fans, y la prensa preparaba excelentes críticas y artículos para editar de inmediato. Para Alex, sin embargo, había sido un auténtico desastre, pues no había podido hablar con ella; pero, por otro lado, había significado un verdadero placer verla tan sana, tan hermosa, viva y disfrutar de su música. Tenían razón: en boca de Valentine, su Canción de Amor quedaba perfecta. ¿Para qué discutirlo? Y negó con la cabeza, para sentarse en un bordillo a la salida del estadio. Le hubiera gustado tanto poder hablar con ella, poder decirle lo que sentía. Ahora, era tan tarde; seguro que estaba ya a saber en qué hotel y rodeada de guardias de seguridad.
Al menos lo había intentado, triste consuelo.
—¿Estás aquí? ¡Llevo toda la noche buscándote! —le dijo Luis Miguel.
—Aquí estoy, no hace falta que me busques más —contestó Alex.
—Ya veo, no ha habido suerte.
—No.
—¿Vamos a tomar una copa?
—Me temo que el alcohol no es la solución.
—Venga, vamos a dar una vuelta y hablamos.
—Vete tú si quieres, la noche es joven. Yo me voy al hotel.
Luis Miguel se alejó, con la chaqueta en el hombro, una mano en el bolsillo y cabizbajo, pensando que quizás su amigo necesitaba en ese momento estar a solas. Alex allí quedó, sentado en el bordillo y sin tener claro qué hacer. Lo que sí tenía por bien cierto es que, a pesar de que su corazón sangraba por ella, debía olvidarla, si es que eso era posible, y seguir hacia delante, sonreír de nuevo, aunque solo fuera por Martita… Le mataba verla sufrir por él.
En el camerino, Valentine lloraba a moco tendido, entre hipitos, sentada en una silla, apoyada en el tocador, con la cabeza hundida entre los brazos.
—Venga, relájate, me estás asustando… ¿De verdad estás bien? Venga, dime qué te pasa, qué puedo hacer —le preguntó Mauro, hecho un manojo de nervios.
—Ya sé quién es Alex —sollozó ella con una terrible pena.
Mauro levantó el entrecejo, estirando los labios.
—Pues ya sabes por qué no te hablaba de él.
—Mauro, esa maldita canción es suya —aseguró Valentine, alzando la cabeza.
—Vaya —murmuró él—. Ahora sí que me dejas con la boca abierta.
—Con Alex era todo tan bonito, fue tan romántico, me hizo tan feliz —expuso ella, limpiándose las lágrimas.
—Valentine, ¿tienes que ser tan cursi hasta llorando?
—Tú no lo entiendes. Pasamos el anochecer en un lago precioso al que me llevó, amándonos en una barca… hasta el amanecer —suspiró soltando lágrimas y se echó de nuevo sobre el escritorio, llorando como una magdalena.
—¿Te has acostado con él? No me jodas… ¡Pero si tú no te acuestas con nadie!
—Mauro, yo le amaba… Le amo —susurró Valentine dando hipitos y volvió a llorar, posándose las manos en la cabeza.
—Ahora se me han caído los huevos al suelo.
—Por eso le veo en todas partes y creo que todo el mundo me habla de él, ya sé dónde está el perro negro que me espera… Es Huguito, su gordi —lloró Valentine, sin consuelo posible, recordando los juegos traviesos del simpático bulldog francés.
—¿Huguito? —se preguntó Mauro, desconcertado.
—Y Martita, pobre Martita, ¿qué fue de ella? Nunca me dijiste, ¿la atropelló el coche? —preguntó en su sofocó.
—No, le salvaste la vida… y casi te cuesta la tuya.
Valentine sonrió con un puchero y volvió a estallar con sus lloros.
—¿Sabes algo de él? —preguntó entre hipitos.
—No —mintió Mauro, rotundo.
—Debe de odiarme por todo lo que le he hecho —murmuró ella, rompiendo a llorar de nuevo.
—Nadie te odia, tranquilízate… ¡Valentine, ya está bien, mira que sofoco estás pillando!
—¡Le he robado su canción y destrocé su grupo, acabé con sus ilusiones como músico, con su vida! ¡Oh, joder! Mauro, yo le amaba de verdad y sé que él también… Debe de odiarme con toda su alma —aseguró Valentine y volvió a estallar en lloros.
—Seguro que no le faltan las novias, con lo famoso que se hizo con esa canción, y ya ni se acuerda de ti. Venga, mujer, que me estás alterando con tanta tontería y me voy a poner a llorar yo también. Ya pasó todo aquello, no debes pensar más en eso…
—Llévame al hotel.
—Tendremos que esperar… Ahora estará toda la gente fuera, hemos tardado demasiado en salir. Será mejor que esperemos un poco, para que se despejen las calles.
Valentine se volvió de nuevo sobre el escritorio y continuó con sus lloros, emitiendo un amargo suspiro que se hizo quejido.
Mauro salió del camerino con el alma destrozada, anduvo pensativo por el pasillo y se alejó hacia la oficina de producción. Por la zona no había ya apenas nadie, tan solo seguridad, pues todos creían que Valentine se había marchado. Ella seguía con sus lloros de pena y nostalgia, pensando en Alex, en Martita, en Paula, en la señora María, en el señor Antonio, en Huguito y en esas torrijas tan ricas… La nebulosa que le impedía recordar se había transformado en una terrible tormenta de pena que arrasaba su mente y su corazón.
De pronto, se levantó con prisas, para rebuscar en su ropa, en su bolso, y sacó su teléfono móvil. De los nervios, le cayó hacia el suelo y lo recogió al aire, de un zarpazo, antes de que se estrellara. Buscó en la agenda de teléfonos, pero solo vio el número de Mauro. Buscó en llamadas recibidas, solo Mauro. Contestadas, solo Mauro. Debían de estar en algún sitio las llamadas que le hizo a Martita, el teléfono que le dio el señor Antonio. No, no estaban. ¿Quién lo había borrado? En el wassap, nada tampoco. Y miró detenidamente el teléfono. Lo había estado usando todo este tiempo y no se había percatado que no era el suyo de siempre, genial, era nuevo.
—¡Mauro! —exclamó de mala gana.
Entró en Internet y buscó la página web de Martita, pero ya no existía. Entró en facebook, pero tampoco estaba ya con la dirección del Club de Fans Oficial de Valentine ni sus contactos. Imposible encontrarla con tantas miles y miles de Martas y Martitas que había en la Red. Y resopló, limpiándose las lágrimas.
—Vámonos —le dijo Mauro, entrando en el camerino—. ¿Estás mejor?
—Mauro, me has cambiado el móvil —le dijo ella, pidiendo una explicación.
—Tú móvil se rompió en el accidente… Así que te compré otro, es mucho mejor y más bonito. Venga, vámonos.
—No tiene contactos…
—Valentine, tú nunca has tenido contactos. Solo el mío.
—Mauro, ¿sabes de qué me he dado cuenta?
—Sí… Te tengo controlada, he secuestrado tu vida, te tengo en un burbuja, te he aislado del mundo, no puedes respirar sin mí… ¿Es eso? Pues es lo que necesitabas para poder vivir hace dos años, lo que me pediste cuando no podías pisar la calle; cuando todo el mundo te llamaba y se arrimaba a ti para sacarte todo lo que podían, ¿no? ¿Quieres ir tú a por el pan cada mañana?
—Maricón, estás despedido —murmuró ella y salió por delante, toda enfadada.
Valentine y Mauro abandonaron el estadio en un lujoso vehículo 4x4 de cristales tintados, envueltos en un extraño silencio, y ella se fijó en un joven que estaba sentado en el borde de una acera, con la cabeza hundida entre los brazos cruzados. Sintió nostalgia y pensó en Alex, ¿qué estaría haciendo? ¿Aún la amaría? ¿Podría perdonarla? Le había hecho tanto daño.
—¿Qué piensas? ¿Se te pasó el sofoco? —preguntó Mauro.
—En Alex, ese joven de ahí me lo ha recordado… Me gustaría tanto verle —le dijo ella, buscando los ojos de Mauro, su comprensión.
Mauro miró por la ventanilla y vio a aquel joven levantar la cabeza.
Y, entonces, resopló mientras aceleraba: era Alex.
—Valentine, ese chico no te ama, ni te amó nunca. Seguro que fue muy bonito lo que viviste con él, con lo cursi que eres… Pero se acabó —le dijo, alejándose con prisa del lugar, dejando bien atrás a Alex.
—¿Se acabó?
—Recuerda que ese muchacho se forró mientras tú estabas en coma, cantando ese dichoso tema con su grupo, en el que metió a su novia, una tal Anna, que la llaman la Mechas…
—¿Está con su ex? ¿Han vuelto? —preguntó Valentine, toda derrotada.
—Sí, no, sí… No lo sé, pero mira: le ordenó a su representante que nos demandara cuando le avisamos de que ese tema podía causar litigio, lo registró a su nombre y trató de sacarnos todo el dinero que pudo, hasta que lo cantaste en Berlín. Entonces ya nadie pudo creerles. Estoy seguro que le querías y eso es bueno, tienes un gran corazón, pero ahora piensa que eres muy joven y te espera toda una vida de fama por delante, ya encontrarás a alguien que te quiera de verdad, sin necesidad de hacerte daño.
—Para ti es fácil, como nunca has amado a nadie.
—No digas eso. No es verdad y me duele. ¿Cómo puedes pensar que no puedo amar? ¡Claro que puedo amar! Pero lo que yo no hago es tirarlo todo por la ventana por una aventura, por mucho que le quiera.
Valentine le miró y le vio dolido en exceso, demasiado, lo que le hizo sospechar.
—Mauro, ¿has conocido a alguien?
—¿Qué? No, ¡qué dices…!
—¡Ay, Mauro, estás enamorado! ¿De quién? ¡No me has contado nada! ¿Cómo se llama? ¿Por qué no me contaste? Yo te cuento todo…
—Vale, te contaré, pero solo si me prometes que no llorarás más.
—Prometido —dijo ella, llorando a penas.
—Hay un chico que me gusta, sí, es cierto y creo que me quiere…
—¿Sí? —preguntó ella, limpiando sus lágrimas.
—Es muy guapo, atento, divertido y parece una buena persona, leal y honrado; aunque un poco pluma y eso no me gusta mucho. Pero solo nos hemos visto un par de veces y, además, yo nunca te dejaría…
Y Valentine estalló de nuevo entre lloros.
Luis Miguel bailaba como una loca en celo, olvidándose de todo y disfrutando en un famoso local de ambiente gay de la noche japonesa. Todo era diversión, buenas vistas y buen rollo. No iba a echar a perder su fiesta en Tokio porque Mauro no le hubiera llamado… Pues, sí.
Sonó su móvil y, aunque no lo escuchó, lo notó vibrar.
—¿Sí? —contestó muy apresurado.
—¿Dónde estás? —preguntó Mauro.
—Coño, maricón… Ya no esperaba que me llamaras.
—¿Has empezado la fiesta sin mí?
—Como para esperarte —contestó, estudiando a cada uno de los jóvenes que pululaban por el local.
—¿Dónde estás? Me gustaría verte, tenemos que hablar.
—¿Nos vemos en media hora en mi habitación? Es la 222… Todo patitos…
—Bien, voy para allá, pero mejor quedamos en el club que está en la misma esquina del hotel —contestó Mauro y colgó, para fijar su mirada en el rostro de Valentine, que dormía como un bendito bebé en la cama del ático del hotel, bien arropada por él y con Bob en la puerta de guardia.
La acarició el pelo con ternura y le dio un beso en la frente.
En cuanto Mauro abandonó la habitación, Valentine abrió los ojos. Entre suspiros de amor, no podía dormir y menos dejar de pensar. Se levantó y se asomó a la ventana. Un mar de asfalto, cristal y luces la rodeaba. La ciudad de Tokio, vista desde aquel ático, era preciosa en la noche, bajo la resplandeciente luz de la luna llena. Recordó con nostalgia el cielo estrellado que les hizo de bóveda aquella noche de amor en la barca, navegando a la deriva. Apretó los labios soñando que quizás, a pesar de todo, Alex estaba por ahí, en alguna parte, pensando en ella… Quizás en la cabañita del lago… ¿Habrá vuelto con la Mechas de verdad?, se preguntó celosa y se sintió morir imaginándola con Alex en el cuartito del ensayo, amándolo sobre aquel viejo colchón.
Rebuscó en sus cosas pensando que eso no podía ser y sacó su portátil, se sentó en la cama y entró en Internet.
En su mente, Alex.
Tecleó Anna la Mechas, con la idea de que ella le llevara de alguna forma hasta él… De pronto le salieron un montón de enlaces sobre el nuevo grupo de Alex. ¿Anna Rouse? ¡Le había puesto el nombre de su ex a la banda de rock! ¡Cómo era posible! Se hablaba mucho de ella, pero absolutamente nada de Alex, era como si no existiera… Tan solo se mencionaba: Dandy, guitarra y voz; Juanete, bajo y coros; Sapo, batería. Y se imaginó el mote que Alex tenía, entrecerrando los ojos…
Con cierta desidia, abandonó aquella idea y se centró en Alex y su ordenador.
—¡Dandy! ¡Le llaman Dandy! —resopló sin querer saber por qué tenía Alex aquel mote, si por vestir bien, que no, o por saber tratar muy bien a las mujeres, que sí.
Nada, no encontró nada en la memoria. Ni de él ni de su familia y ella sabía que tenían que estar los mensajes que le mandó a Martita, o algo.
Pero no. Nada. Por más que insistía no encontraba nada.
—Mauro —murmuró de nuevo, con cierto desasosiego, imaginando que se había encargado de borrar todo también en el ordenador. Le quería tanto, pero en ese momento deseó matarle a palos y sacarle del infierno para volver a matarlo a palos.
Con un extraño gruñido, se puso a navegar por la Red, entrando en los foros y las páginas web de sus fans. Aquello era algo que no solía hacer, pero le vencía la necesidad de saber algo de Alex, de encontrarle. No vio nada que la ayudara. En algún sitio tenía que salir algo de él, Mauro no podría haberlo borrado todo de todas partes, por mucho que se hubiera meneado y hubiera pagado, eso debía de ser imposible.
En Internet está todo.
Pues no. Parecía que no, todo no estaba.
Se mordió los labios y tecleó algo que había prometido y se había prometido no hacer jamás: “accidente Valentine”. La piel se le puso de gallina al ver los rótulos de las noticias y las fotografías, su cuerpo vencido, la sangre. No las había visto nunca; y cerró los ojos con pena por un momento, tragando saliva. Verse tumbada en el suelo, malherida y sangrando le removió todo el cuerpo… y se quedó fija, seria, ante una imagen donde se la veía inconsciente en manos de Alex y de otras personas. Recordó su actuación, cada detalle de aquella noche, la emocionante interpretación que había hecho a dúo de Canción de Amor, en el club, y cómo se fue él, tan derrotado y ninguneado en la que debía ser su gran actuación, su momento. De pronto, le vino a la mente Martita, corriendo tras él, las luces y el coche, los gritos, y cerró los ojos con un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Sintió de nuevo aquel golpe frío, tremendo y una exhalación de pena salió de su boca.
Cerró de golpe el ordenador.
Y lloró.
Por unos momentos estuvo tentada de dejarlo todo y regresar a la cama, pero, finalmente, volvió a abrir el portátil con un solo pensamiento. ¿Cómo encontrar a Alex, sin más datos, en aquel inmenso océano de millones de entradas que era Internet? Mauro no podía haber llegado a todas partes. Escribió “Canción de Amor” en el buscador y, en un segundo, aparecieron los videos de su actuación en la gala de Alemania; escarbó algo más, escribiendo Alex “Dandy” y enseguida salieron algunos enlaces que la llevaban hasta unas grabaciones de móvil cutres y cortas colgadas en blogs de particulares, las que se realizaron en el club, y se emocionó tanto al verlas que lloró de nuevo.
Sin embargo, no había nada que pudiera llevarle hasta él.
Vencida, se tumbó en la cama con el ordenador y puso los vídeos una y otra vez… Todo le indicaba que aquella historia de amor había terminado de verdad y quizás era lo mejor, o lo que debía de ser por mucho que lo sintiera, que le desgarrara el alma.
¿Tan pronto me ha olvidado Alex que sale de nuevo con la Mechas?, se preguntó desolada.
Y cerró los ojos, tarareando Canción de Amor hasta que quedó dormida.