Valentine En Concierto

 

 

 

 

 

 

Llegó el gran día.

La fila de personas era enorme, tan extensa que parecía que los últimos nunca iban a alcanzar las puertas del colosal estadio madrileño. El concierto del siglo empezaba en cuatro escasas horas. Policía, Protección Civil, un sinfín de público de lo más variado y miles de alocados fans, inundaban las calles como nunca se había visto en la ciudad del oso y el madroño. Pacientes, aguardaban los que más, mientras algunos avispados pretendían colarse por todas partes, buscando huecos entre los despistados. Valentine, la superestrella internacional, la nueva reina del pop, daba su primer concierto en el país de Goya y de la pandereta.

Todo un acontecimiento.

 

Marta, con sus doce añitos recién cumplidos, su rizada melena pelirroja y su carita inundada de pecas, se encontraba más nerviosa que nunca, hecha un flan de gelatina en la enorme cola. Apenas podía permanecer quieta, con sus zapatos nuevos, los pantalones rojos de pitillo y esa camiseta negra que tan grande le quedaba, y en la que llevaba estampada la imagen de su estrella musical favorita: Valentine.

En su mano, una rosa blanca.

La acompañaba su hermana Paula, una friki muy moderna, de 18 años, amante de los cómics de Marvel, de los superhéroes de cine, de los teleñecos y de tantos otros personajes de sagas de vampiros, zombis, dragones y fantasía tales como existían; y en consonancia, vestía con su pelo violeta clarito tal cual como su vestido de Lolita Manga, con falda corta y medias altas a rayas horizontales azules y blancas. A ella también le encantaba Valentine, como a todo el mundo. Bueno, excepto a Alex, el hermano mayor. Aunque allí estaba él, con su melenilla, castaño casi rubio y algo barbilampiño; protegiendo a sus hermanas de todo y de todos, mientras las muchachas y no tan muchachas de su alrededor le miraban con cierto interés y bastante morbo. No en vano, era un joven atractivo de unos veintipocos años y muy guapo, aunque parecía algo rudo y salvaje con aquella chupa de cuero de chico malo, de rebelde sin causa, y más en la cola de aquel concierto pop de moda.

Como es normal en los grandes eventos de esta índole, la logística de la cola en un concierto para mantenerse cerca de la entrada y conseguir un buen sitio ante el escenario, exigía relevos para poder hidratarse, alimentarse, ir a los servicios o descansar. Y Alex lo hacía todo por sus hermanas, a las que tanto quería, especialmente a su Martita, como todos la llamaban por ser la benjamina de la casa. Su deber era cuidarla en la extraña aventura que resultaba asistir a un acto como ese, donde los jóvenes alzaban pequeñas tiendas de campaña formando colas hasta seis días antes del evento. Aquella zona de Madrid, alrededor del estadio, conforme se acercaba la fecha, se convertía en un hervidero colosal de gente de todas las edades y clases, a cada cual más variopinta y sorprendente; con camisetas, pañuelos, grabados y banderas de su estrella, formando ese ambiente tan especial de concierto.

 

Las puertas se abrieron, un enorme griterío dio el pistoletazo de salida y la cola se desplazó como una gran serpiente multicolor, sorteando edificios y calles, entre empujones que no iban a más y ansias desmedidas por entrar. La policía tenía que emplearse a fondo en ciertos puntos, donde las aceras se desbordaban de jóvenes e inundaban las calles paralizando el tráfico, ocasionando varios sustos. Los guardias de seguridad registraban a todas y cada una de las personas que entraban en el estadio, de prisa pero de forma efectiva, en cuatro columnas de tres, y en cada una de las diez puertas que se habían abierto para facilitar la entrada al recinto. Pronto se podría abrir un bazar con todo lo que requisaban: botellas de todas clases y tamaños, ya fueran de agua, refrescos o de licores; palos y astas de banderas, cinturones de remaches, bengalas y botes de spray y de desodorante, e incluso algunas navajas y una plancha… y esa mujer madura que llevaba unas esposas olvidadas en el fondo del bolso.

—Son de una amiga —se justificó inocentemente, con cierto rubor en su rostro, mientras los controladores de seguridad se las requisaban.

Ajenos a todo ello, los tres hermanos avanzaban poco a poco en la cola hacia la entrada. Alex se mostraba agobiado como ninguno, quizás el que más de todos cuantos habían allí. A él no le importaba en nada aquella vulgar cantante, pues pensaba que solo era un producto más del marketing comercial; un prefabricado de la moda juvenil que, quién sabe el porqué, había superado con creces los límites de la fama mundial con tan solo un disco y apenas tres años de existencia. Su preocupación era la seguridad de Martita y la llevaba bien protegida entre sus brazos, sufriendo lo indecible entre tanta multitud. Paula ya era mayorcita y sabía cuidarse, además, la acompañaban Luis Miguel, con sus maneras afeminadas, y sus amigas, tres jovencitas locuelas que no dejaban de sonreír a Alex de forma pícara y descarada, dejándose querer.

Alex nunca se hubiera planteado asistir a un concierto de moda como ese, a pesar de ser un amante de la música, de componer canciones y dominar la guitarra eléctrica como pocos. Eso sí, la banda sin nombre a la que pertenecía y que nadie conocía, estaba compuesta por un grupo de amigos que veneraban los clásicos de siempre y la vanguardia más artística; solo oían y disfrutaban de “la buena música”, como ellos definían lo que les gustaba, ya fuera de los años 20 o de la más radiante actualidad. Sin embargo, su hermanita le había pedido que la acompañara, era la única forma en que su padre, el señor Antonio, la dejara asistir al evento. Y allí estaba él, tragando su maltrecho orgullo rockero, en la antesala de un concierto pop moñas y cumpliendo con mucho oficio y sacrificio, como hermano mayor.

Martita se sentía tan feliz en la cola para poder ver a su artista favorita, que apenas podía creerlo. Y su nerviosismo iba en aumento conforme se acercaban a la entrada. ¡Vería a Valentine en directo! Paula avanzaba por delante, con Luis Miguel y sus amigas, desentendiéndose de su hermano mayor y de su hermana pequeña. Ante la sorpresa y desespero de Alex, apenas habían entrado, se unieron a una auténtica desbandada humana que corría gritando, buscando los mejores puestos, mantenerse junto a las vallas de protección, firmes y anclados ante el enorme escenario. Todo para poder ver de muy cerca a Valentine sin que los demás fans pudieran desplazarles. Y allí corría él, entre tantas y tantos, de la mano de Martita, la cual se movía como ninguna en busca del mejor sitio tirando de su hermano.  

Alex consiguió afianzarse al antiavalanchas central y pensó que, desde allí, casi podrían tocar a la artista cuando saltara a escena, y colocó a Martita por delante, protegida de los incesantes empujones, entre brazo y brazo. Miró a ambos lados, desconcertado ante tanta gente, y vio, por detrás de él, a su hermana Paula, a Luis Miguel y a sus amigas, todas gritando y botando emocionadas, como si fueran unas locas histéricas. Y resopló ya acalorado. En un momento, fueron llegando decenas de personas, que se convirtieron en cientos y, a su vez, en miles. En unos minutos, la marea humana había ocupado la zona por completo; las gradas comenzaban a llenarse también y el ambiente tomaba calor y color a marchas forzadas, entre pitos, gritos, risas y llantos emocionados.

 

El tirón inicial había pasado y, como si se tratara de un receso, todo el mundo parecía algo más calmado. Aún faltaban casi dos horas para que empezara la actuación. Fuera del estadio, conforme pasaba el tiempo, la gran serpiente de público seguía fluyendo por las aceras de su curso hasta las diferentes entradas. Las sirenas de la policía y de las ambulancias sonaban a menudo, algún altercado, un desmayo o un pequeño accidente. Pero el grueso de la gente avanzaba sin parar y llegó el momento en que, como si se tratara de una gran esponja, el estadio había absorbido a casi todo el mundo. Las calles quedaban desiertas. Cientos de miles de papeles, plásticos, envolturas, botellas y demás restos de comida y espera quedaban allí, como testigos mudos de la gran cola que había permanecido estancada ante las puertas de entrada durante tantos días y algo más.

Era una locura para Alex, todo, pero en el estadio había más de ochenta mil almas clamando al cielo. Se habían agotado todas las entradas tres horas después de salir a la venta por Internet y de eso hacía ocho meses. Era la primera vez que Valentine visitaba España y nadie sabía cuando volvería, ni si tan siquiera iba a volver en otra ocasión. Según las noticias que se leían en las revistas musicales y de famosos, su participación en una saga de éxito mundial en el cine, la mantendría fuera de los escenarios, en Hollywood, por un espacio de varios años, en cuanto acabara su gira, durante los cuales, posiblemente, no realizaría ninguna actuación, tan solo la grabación de su segundo disco.

Martita no había tenido suerte con las entradas, pues al momento de convencer a su padre, que Dios y gloria le costó, y de intentar comprarlas, ya estaban agotadas. Casi se muere del disgusto aquel día tan horrible en el que tanto sufrió, en el que lloró largo y tendido creyéndose la jovencita más desgraciada del mundo. Sin embargo, toda la suerte que le faltó ahí, la suplió con trabajo y constancia, con su buen criterio y arte. Era una niña muy lista e inteligente, con mucha imaginación y talento. Apenas hacía un mes, cuando ya había asimilado que nunca podría ver a su ídolo en directo, animada y ayudada por su hermano Alex, participó en un concurso y ganó. La página web sobre Valentine que ella había creado, había sido seleccionada por los representantes de la artista como la mejor del país, otorgándole el sello de Web Oficial de Fans de Valentine y el perfil facebook en España. Esto no solo le reportaba información exclusiva, directa y contrastada desde la Valentine Official Website, sino que también le ofrecía la posibilidad de crear sus propias noticias, una agenda de actos, crear un blog, realizar sorteos e incluso comerciar con el merchandising oficial. Y decían que, algún día, si era posible, quizás, podría conocer a la artista en persona. Pero lo más importante, venidos al caso, era que recibía siete entradas gratis para distribuirlas entre los fans que trabajaran en el mantenimiento del portal informático.

 

El tiempo pasaba o eso se suponía, pues parecía que el reloj se había parado para Alex y Martita, ambos tenían los pies cansados y algo hinchados. Pero cada uno por motivos diferentes. Él estaba aburrido de esperar de pie y soportar pisotones y más pisotones; mientras que la pequeña no paraba de saltar y menearse de lado a lado, cantando. Y aún no había empezado el concierto. Martita, con una gran sonrisa, le entregó la rosa blanca a su hermano, pues comprendió que en sus manos no duraría entera por mucho más; demasiado calor, demasiado tiempo, demasiado ambiente para una frágil flor. Él, sin saber muy bien qué hacer con aquella rosa, la resguardó en el interior de su chupa de cuero.

Miles de personas cantaban los temas de Valentine en coros y corrillos diferentes, de tres o de trescientas voces, tratando de animar y hacer más amena la espera. En ocasiones, como si todas formaran un único ente, coreaban su nombre, una y otra vez. El foso estaba lleno, las gradas también, todo el estadio clamaba colmado de almas extasiadas, ávidas de disfrutar de aquel concierto de conciertos. Las barras de bebida, los puestos de comida rápida, las tiendas de merchandising, los pasillos y los aseos… todo estaba colapsado por completo.

Mientras Alex resoplaba, atónito ante aquella incomprensible marea humana, Martita se agarraba y se agitaba alegre e impaciente a la valla antiavalanchas. De vez en cuando sonreía a su hermano, al cual veía sufrir resignado a cada momento, pues la multitud le empujaba una y otra vez, y eso era algo a lo que él no estaba acostumbrado en absoluto; además, tanto grito loco y tantas voces sin sentido ni arte le ponían nervioso. El calor comenzaba a ser insoportable y el joven ya dudaba de haber sido buena idea traer a su hermanita hasta allí, de haberla metido en el ojo de aquel huracán que amenazaba con estallar en cualquier momento. Pero, ¿cómo imaginarse que aquello iba a ser así? Nunca había visto algo igual y eso que él había estado en muchos conciertos de rock. A su hermana Paula ya no la veía, había desaparecido con Luis Miguel y sus amigas, aquella gigantesca marabunta de gente la engulló.

 

De pronto, las luces se apagaron, todo vibró y un enorme griterío se alzó en la noche. Una brutal explosión de luces iluminó el estadio a la par que tronó la batería, el bajo y las guitarras eléctricas; y una melodía pop moderna, ágil y rápida, inundada de sonidos rock y mestizos lo envolvió todo. La gente se puso a bailar y saltar entre gritos. Alex, sorprendido, pues se esperaba algo mucho más tranquilo, no sabía qué hacer para proteger a su hermanita de los saltos de la gente, de aquel auténtico pogo en masa; aunque ella, a pesar de lo joven que era, ya estaba hecha toda una mujercita y parecía ser la que más alto brincaba.

De pronto, silencio.

Miles de ojos fijos en el escenario, una nube de humo blanco….

—¡Buenas noches, España! —sonó con fuerza desgarrada.

El virus musical de la locura explotó en el estadio con todo su esplendor, arrasando el foso, cada grada, los pasillos, los baños... Todo el mundo saltaba, cantaba y disfrutaba.

Alex se quedó boquiabierto, tema tras tema, con aquella divina presencia, con aquella hermosa joven de larga melena roja fuego, vestida de cuero negro y botas altas que se desplazaba como una diosa del Olimpo sobre el escenario, aclamada por tantos, cantando con una voz tan potente como envolvente, tan suave como áspera, entre subidas y bajadas de tono espectaculares, dominando y modulando como quería, ya fueran falsetes, agudos o graves.

Martita lloraba saltando de emoción, protegida por Alex. Paraba solo para hacer fotografías desde su móvil y, luego, volvía a saltar… Cantaba y chillaba, paraba para grabar y sacar más fotos y no sabía qué más hacer. Todo se le amontonaba en su mente colapsada de emociones y, finalmente, quedó como embobada, toda sudada, mirando a Valentine, su ídolo.

Fue pasando canción tras canción y aquello era pura magia musical, arte en estado puro. Alex lo sabía muy bien. Estaba anonadado con el espectáculo que ofrecía aquel concierto, la tal Valentine, los músicos, el coro, los bailarines, el escenario, el sonido, las luces… Aquello no era lo que él pensaba y no tenía nada que ver con su grupito de rock, el que había formado con la pandilla, y no por estilo, sino por calidad, composición e imaginación. Le encantaba la música y sabía discernir lo que era populismo musical barato para consumo de la moda comercial y lo que era la auténtica música, y aquello resultaba bestialmente auténtico, más que brutal, música en estado puro, con unas composiciones líricas excepcionales, adornadas con fuertes contrastes que podían incluir en cualquier momento un estilo diferente sin solaparse ni desentonar. Era una excelente puesta en escena como pocas había visto, con una brillante coreografía y unos músicos profesionales al cien por cien, a lo que se unía una voz maravillosa, desgarradora y cautivadora que calaba hasta lo más profundo de su público, que le eriza el vello mientras su cuerpo vibraba con los 200.000 vatios del equipo de sonido. Se alegró de haber acompañado a su hermanita, pues el concierto le parecía una pasada; y pensó que la tal Valentine tenía bien merecida su fama de megaestrella tan carismática como potente, sin duda alguna.

El joven miró a sus lados, era increíble el ambiente tan fantástico que se había formado; todos cantaban y clamaban con los brazos en alto, bañados por los juegos de luces y el sudor de la fiesta. Volvió la vista sobre la sorprendente cantante y se preguntó si ella sería en verdad la responsable de aquello o si tenía detrás todo un equipo que le componía y preparaba todo. Seguramente sería así, pensó crítico. Pero, ¿qué más daba? Estaba pasándolo bien y eso era algo que no se había imaginado nunca. Con lo que más disfrutaba era viendo a su hermanita allí, entre sus brazos, tan contenta, con esa cara que no sabía si llorar o reír, cantando y gritando, tratando de llamar por unos segundos la atención de su ídolo; protegida por él de la vorágine sudorosa de miles de fans que saltaban en pleno apogeo, formando en ocasiones un pogo de enormes dimensiones que parecía querer hundir el estadio.

Durante cuarenta y cinco minutos, sin parar, Valentine había cantado tema tras tema, como una máquina inalterable. A menudo, empalmando los compases del final de un tema con el inicio del siguiente, los cuales parecían ser todos hits número uno, a cada cual más aclamado, cantado y gritado.

De pronto, silencio.

Las luces del escenario se apagaron mientras diversos reflectores alumbraban a un público totalmente entregado. Cinco minutos de descanso. No, ni eso, apenas habían transcurrido tres minutos, las luces volvieron y allí estaba ella, con otro vestido, rojo infierno y con el pelo rubio platino, recorriendo el escenario con un micrófono en la mano, con tal suerte que paró ante Alex y Martita, y la pequeña se desgañitó a voces, como la más loca de las gallinas del corral, tratando de destacar entre tantos y tantas otras fans que gritaban.

Valentine se acercó más y caminó directa hacia donde ellos estaban, saludando al público con una enorme sonrisa.

—¡La rosa, dale la rosa! —gritó Martita a su hermano.

Ella no llegaba, pero él igual sí.

Alex sacó la flor de la chupa de cuero, ya algo demacrada, y se la dio a su hermanita.

—¡Tírasela con fuerza! ¡Que sí que alcanzas! —la animó él.

Dos escasos metros y el antiavalanchas separaban a Martita de su idolatrada estrella, la cual se colocó aún más cerca, con los brazos abiertos, sonriendo y agradeciendo a sus fans. Y para sorpresa de la pequeña, se acercó más todavía, situándose en el mismo borde del escenario.

No era casualidad.

A Valentine no le había pasado desapercibida la angustiosa lucha y defensa que aquel atractivo joven había estado realizando durante todo lo que llevaba de concierto para que esa pequeña fan pelirroja y pecosa, la que permanecía a salvo de todo entre aquellos fuertes brazos, pudiera verla en primera fila. Eso le atrajo poderosamente la atención, le gustó mucho, nunca había visto algo parecido en los dos años que llevaba de conciertos.

Martita le lanzó la rosa blanca, pero esta no llegó al escenario. Le faltó fuerza o destreza, o quizás los nervios, pero la flor cayó sin más gloria en el pasillo de seguridad que se formaba entre el antiavalanchas y el escenario. La cara de la pequeña se convirtió en todo un poema triste, con un puchero sin igual. Entonces, las miradas de Valentine y Alex se cruzaron, solo por unos segundos, pero fue un instante mágico, intenso… Ese momento tan inusual como esquivo, tan íntimo y sublime, en el que es el corazón quien mira, reflejando la belleza del alma en los ojos.

Ante la sorpresa de todos, Valentine saltó ágil al pasillo, recogió la rosa del suelo y se acercó a Martita. Rápidamente, entre varios controladores de seguridad, saltó también un hombre trajeado, tan negro como enorme, y la sujetó desde detrás por el cinturón, como si quisiera evitar que el público la absorbiera y se la llevara. Martita quedó con la boca abierta conforme su ídolo se acercaba a ella. Valentine le dio un beso con una ternura tal como su sonrisa y, rápidamente, se dieron las manos, estrechándolas por unos segundos con aquella flor sujeta por ambas.

El enorme seguridad que había saltado, tiró de Valentine hacia atrás conforme otras fans trataron de tocarla, agarrarla del pelo y la ropa, de sentir su áurea, de robarle un beso también, y la alzó al aire, volviendo a colocarla sobre el escenario como si no pesara nada.

Alex quedó atónito, más cuando vio aquellos ojos penetrantes ahondar de nuevo en él, pero sin prisa, escrutando en el interior de su alma, rebuscando en su mente, escarbando en todo su ser sin piedad alguna. Sin darse cuenta que, en verdad, era él quién profundizaba de tal forma en el corazón de Valentine, perturbándola y haciéndola presa de su mirada limpia y hermosa.

Y con un poderoso grito hecho música, acompañado de una nota aguda y persistente de guitarra, Valentine inició el siguiente tema con la rosa blanca en la mano y la coraza de su corazón destrozada.

 

Para desgracia de sus miles de fans, llegó el último tema, la despedida. Tras una hora y cuarto de concierto, Valentine se retiraba entre aplausos y gritos.  El “otra, otra” no cesaba, pero las luces que iluminaban el foso y las gradas anunciaban que no habría otra, el repertorio se había agotado. Sin embargo, allí se mantenía la mayoría del público, esperando la oportunidad de poder conseguir una foto, un autógrafo o un saludo. Lo que no sabían es que Valentine salía en ese mismo momento del estadio, antes que nadie, en un lujoso coche de cristales negros, dejando atrás el concierto y a sus fans, las multitudes y sus agobios.

Mientras, allí seguían Martita y su hermano Alex, agarrados a la valla antiavalancha, ante el escenario, esperando la posibilidad de entrar a la zona de camerinos. Paula había aparecido hecha un charco de sudor, resoplando y con todo el maquillaje corrido, tal cual como sus amigas.

—Ha sido genial, total —se decían unas a otras.

—¿Y Luismi? —le preguntó Martita.

—Pufff… Ni idea —contestó Paula.

—¿Nos vamos? —preguntó Alex.

—¡No, por favor! Espera a ver si sale —le rogó Martita—. Seguro que cuando la gente se vaya, saldrá a firmar autógrafos.

Alex asintió, un tanto disconforme. Estaba deseando salir de allí, llegar a casa y refrescarse. La chupa de cuero no había ayudado mucho a soportar el calor de un público más que entregado, estaba calado. Aunque tenía que reconocer que el concierto y esa tal Valentine, estaban muy bien en verdad. De hecho aún seguía pensando en ella, en lo guapa que era y en el detalle tan bonito había tenido con su hermanita. Y en esa mirada…

—Esa no sale a firmar, pues no ves qué de gente hay aquí… Se la comerían —aseguró Paula.

—Hum… Es verdad, tienes razón, no creo que salga. Solo la podrán ver cuatro gatos en el camerino y ya estará más que acordado: el político de turno, alguien de la prensa y los enchufados de siempre —dijo Alex, como si supiera mucho de conciertos.

—¡No! ¡Saldrá! —exclamó Martita, más debido a sus deseos que a sus propios pensamientos.

—No saldrá, ya se fue —les dijo, de forma amable y con acento americano, un técnico que se hallaba al otro lado del antiavalanchas, recogiendo de forma vaga parte del cableado.

—¿Ya se ha ido? —preguntó Martita, casi con enfado.

—Sí, claro. Es por seguridad, siempre lo hace; en cuanto acaba su último tema, se larga. Ni siquiera va al camerino, directa del escenario al coche…, antes de que salga toda la gente del recinto e inunde las calles. A saber dónde está ya, igual camino de Miami con su avión —le contestó el técnico.

Martita se quedó tan asombrada como dolida y decepcionada. Valentine se había marchado de verdad, ya nunca la conocería, y se sintió más que mal, fatal.

¡Qué tragedia!

—¡Eh, no pongas esa cara! Que te ha visto todo el mundo por las pantallas del escenario. ¿No me lo ibas a contar? Entre ochenta mil personas, eres la única fan que la ha tocado y, además… ¡Te besó! —le indicó Paula, como extasiada.

—¡Si aún tiene el carmín de sus labios! —dijo una de las chicas de la pandilla.

—¡La hostia, yo no me lavaba la cara en la vida! —exclamó otra de las amigas.

—¡Ya está en YouTube! —apuntó Paula, pasándole el teléfono móvil a su hermanita, la cual recobraba el ánimo con una gran sonrisa vergonzosa.

 

Las chicas salieron del estadio mirando los diferentes videos grabados con móviles que se habían colgado en Internet. Alex llevaba a Martita a caballo, sobre sus espaldas; al final, la pequeña había acabado reventada y el bajón llegaba ahora, de golpe. Pero la jovencita no soltaba el móvil, pues, en apenas unos segundos, ya tenían todos los post de la red informática cientos de miles de visitas, fotos y comentarios del concierto y ella, claro, tenía que verlos todos… o morir en el intento. Y allí estaba, a la vista de todos, para su rubor y felicidad, el beso que despertaba los celos sanos e insanos de millones de personas en todo el mundo. Varios fans que estaban a su lado lo habían grabado y, después, colgado en Internet, aunque se veía de aquellas formas.

—Oye, ¿tú no dices que no te gusta Valentine? —le preguntó Paula a su hermano, con más que cierto retintín.

—¿Qué? —atendió Alex.

—Pues aquí, en este video, estáis los dos con una cara… que ya parece que te guste —rio Paula y las demás amigas.

Alex, curioso, vio el vídeo desde la mano de su hermana, como distanciándose de todo. No era nada del otro mundo, apenas se distinguían bien las imágenes entre tanto meneo y la pésima calidad de la grabación; pero sí, parecía que ella tenía la mirada fija en él, quizás demasiado.

—Se te van los ojos detrás de ella —se burló Paula, con cierta picardía, apreciando otra verdad que él no había visto.

—¿Qué dices? No digas tonterías —exclamó Alex, con cierta paciencia bendita.

—Ey, ella también te mira y cómo te mira —aseguraron las amigas de Paula.

—En fin… Vamos, que ya es tarde y mamá estará que se subirá por las paredes de ver que no llegamos —murmuró Alex.

Y sin poder evitarlo, volvió su pensamiento hacia aquella artista, hacia aquella mujer que no lograba quitarse de la mente: Valentine.