Berlín
Martita escribía, como de costumbre, a la web oficial de Valentine y nada, nadie respondía. No quería aceptarlo y lo intentaba una y otra vez, aunque sabía que Mauro la había excluido de todo. Y se puso muy triste, una vez más. ¿Por qué no le escribía Valentine si ya había salido del coma? ¿Qué estaba pasando? ¿Estaría bien?
Debía de estarlo, la web oficial y la prensa confirmaban la última actuación de su gira internacional, e incluso habían añadido su presencia en el Festival de Premios de la Música de Berlín, como invitada de honor. Le dolía tener que tomar la información de otras páginas para ponerlas en la suya propia, pero no tenía otro remedio; ya no era la presidenta de nada.
Valentine le había salvado la vida, pero casi paga con la suya y eso no parecía querer perdonarlo Mauro. Por lo menos, en la página oficial no salía nada del tema que tenía en conflicto con su hermano, sobre la canción que Mauro consideraba de Valentine. Estaba deseando que ella saliera de nuevo a la luz y apoyara a Alex, que dijera a todos que era una canción compuesta por él. Y arrugó el morrillo, no podía ignorar los días que Valentine estuvo ayudando a su hermano con sus temas… Ella le había asegurado que era de él y sabía que su hermano era incapaz de robarle nada a nadie.
Pero Valentine no sabía ni quién era Alex, ni Paula, ni la señora María y ni el señor Antonio, ni Huguito por más que soñara con un perrito negro. No recordaba nada de su visita a la cabañita del lago, ni de Martita y, desde luego, Mauro no estaba por la labor de recordarle nada de aquel espantoso tema que había llevado a su querida megaestrella al borde de la muerte. De hecho rechazaba siempre cuantas ofertas llegaban a la oficina desde España, país al que ahora veía muy distante y muy, muy lejano. Si algo temía más Mauro que a la amnesia de Valentine, era la posibilidad de que se hubiera enamorado de verdad de ese joven y que este volviera a cruzarse en su camino.
Valentine recorrió en silencio cada planta del edifico de la productora de Mauro; un enorme edificio de tres plantas con una entrada y hall de lujo, lleno de departamentos, salas de reuniones y oficinas, con tres viviendas en el ático. Saludó a los empleados, de forma distante, y se sorprendió de lo compleja y extensa que era la infraestructura e intendencia de todo lo que ella representaba. Pero no recordaba nada de todo aquello, parecía que era la primera vez que pisaba el edificio.
—Mauro, ¿cuánta gente trabaja para mí?
—Pues ahí me has pillado, pero puede ser que más de 200 personas…
Valentine alzó el entrecejo.
—Tenemos la productora de grupos y la promotora de conciertos con su personal, la agencias de artistas con manager y road managers, los equipos de sonido, los pipas, los técnicos de los estudios de grabación, los técnicos de directo, los músicos, los coreógrafos, los bailarines; los informáticos, el merchandising, secretaría, seguridad, gestión integral y empresarial… Eso sin contar los asistentes, los chóferes, las chicas de la limpieza, la tienda de venta directa, el jardinero… y luego está la oficina en el ático de Nueva York.
—Vaya, pues. ¿Y yo necesito todo eso?
—No, de momento. Acordamos que crearíamos una productora y que invertiríamos en ella para asegurarnos un futuro, por si algún día dejabas de ser tan famosa o surgía algún problema de salud. Entraba mucho dinero y era la mejor manera de invertirlo que pensamos al principio… y no va nada mal.
—¿Quien vive en ese ático de Nueva York? —preguntó ella, de forma distante, como si no hubiera escuchado la respuesta.
—Hay tres habitaciones: una para posibles invitados, otra para tu disfrute exclusivo y la última lo uso yo como oficina y vivienda.
—Y aquí, ¿dónde está mi oficina?
—Tú no tienes oficina, si no vienes nunca.
Valentine se quedó un tanto sorprendida.
—Lo tuyo es componer y actuar, lo demás lo hacemos nosotros. ¿Para qué ibas a tener una oficina? La mayoría de empleados que has saludado, es la primera vez que te ven por aquí.
—¿Y dónde nos reunimos para decidir las cosas?
—Valentine, tú no decides nada de los temas empresariales y judiciales… Solo cantas y pides lo que necesitas… Y yo no decido nada sobre tu música.
—Pero, todo esto es mío, ¿no?
—Sí… Pero… Lo controla un comité de empresa.
—Con mi dinero.
—Con lo que generamos entre todos.
—Con mi dinero —insistió ella.
—Sí.
—¿Quién es el director ejecutivo? No, no me lo digas… Eres tú…
—Sí… ¿Quién sino?
—Pues podría ser yo. Quiero hacer algunos cambios que se me han ocurrido y ¿es necesaria tanta gente en la empresa? Haremos un reajuste de personal, he visto el enorme gasto que representan y hay empleos a los que no encuentro mucha justificación.
—No sabes lo que dices —murmuró Mauro, echándose las manos a la cabeza—. Espero que recobres pronto la memoria, nos ha costado mucho levantar este imperio para que ahora lo hundas.
Ella le miró perpleja.
—¿Qué quieres decir? —pregunto un poco malhumorada.
—Esto ha funcionado porque tú te dedicabas a cantar y yo a lo demás… ¿Quieres hacerlo tú todo?
Por unos momentos, Valentine le miró un tanto recelosa y con unas ganas tremendas de despedirle por llevarle la contra, pero no podía. Una de las cosas que había recordado era la lealtad y sacrificio que siempre le había otorgado Mauro, desde que se conocieron, y cuánto la ayudó al fallecer sus abuelos, al quedar tan sola, y cómo se movió para conseguir hacerla triunfar; hasta hacer y gastar todo lo necesario para que nadie la desenchufara de aquella máquina que la mantuvo viva tras el fatal accidente.
Y se le escapó una risa.
—¿Ahora qué te ocurre, Valentine? Esto es serio, me estás asustando y mucho.
—Acabo de recordar cuando querías que me hiciera pasar por tu novia, para que no te pegaran y se rieran los chicos del instituto…
Mauro sonrió, aquellas palabras llenas de alegría y nostalgia le recordaron por qué quería tanto a Valentine: ella siempre le apoyó en sus malos momentos, cuando apenas era un chaval, cuando tanto sufrió por su condición homosexual. Era buena noticia que recordara aquello, sin duda; la tomó del brazo con cariño y, juntos, se dirigieron al ascensor.
—Vamos, ya he visto suficiente, quédate con tus oficinas —ordenó Valentine—. Por cierto, he pensado en incluir el tema ese que tienes en litigio para la gala de Berlín.
—No jodas… No lo has editado aún, se supone que es para tu próximo disco.
—Ya ha grabado otro grupo musical una versión de mi Canción de Amor, ¿por qué no voy a tocarlo si es mío? Por cierto, en el local de ensayo no he encontrado nada sobre ese tema, ni en ningún ordenador; y los músicos no lo han tocado nunca. Me parece raro que no guarde las maquetas de esa canción en ningún sitio. Menos mal que la tengo en la cabeza…
—A saber dónde guardas tus cosas, un día perderás la cabeza y no la encontrarás. Quizás esté esa canción guardada en una carpeta olvidada de tu ordenador portátil o en alguna memoria externa…
—No. Lo revisé todo. No la tengo por ninguna parte. Por cierto, ¿cómo accedieron esos delincuentes a mi canción, si es nueva y no está editada?
—Prefiero no hablar de ello…
Valentine le miró seria.
—Vale, te hiciste un ligue de bolo, un amante que conociste en un concierto, y se los mostraste… Te robó esa canción, se montó un grupo y la grabó mientras estabas en coma. Igual tiene él alguna memoria donde la tuvieras grabada y por eso no encuentras nada. Supongo que creyó que nunca despertarías, que morirías y nadie podría demostrar jamás que era tuya.
—¿Yo hice eso? ¿Le enseñé un tema inédito a un ligue? ¿Yo tengo amantes?
—Antes de convertirte en una bruja, eras una romántica empedernida. Yo siempre te decía que eras una cursi… Me enfadaba, ahora echo de menos a esa cursi romántica. No recuerdas, ¿verdad? Durante dos años no has salido apenas, ¿sabes por qué? Te enamoras del primero que te promete la luna y olvidas que todo el que se te acerca es para sacarte algo o robarte… Pero sigues sin aprender.
—Mauro, destruye por completo a ese grupo… a esos ladrones… y recupera mi canción. ¿Es posible, verdad? ¿Lo harás?
—Sí, tenemos abogados y dinero, y mucho poder dentro del mundo de la música, el suficiente para que no vuelvan a grabar ni nadie los contrate nunca. Pero déjame a mí, lo haremos sin ruido…
***
Era un día muy esperado por los fans de Valentine, su regreso a los escenarios, aunque fuera en una gala de premios de televisión. Fue una noche más que extraordinaria, donde brilló radiante, no solo por su música y la letra, sino por su particular interpretación de los dos temas cantó, en especial cuando sonó Canción de Amor, donde ella, sin saber el porqué, se emocionó tanto que lloró cantando, haciendo su actuación más que bella, calando hondo en el corazón de todo el público. Acababa de salir del coma, burlando a la muerte, y ahí la tenían, cantando uno de los mejores temas que se le habían escuchado, entre lágrimas.
La gala se vio en millones de hogares y, en el de Martita, tenía congregada a toda la familia, excepto a Alex, el cual se encontraba en su cuarto, encerrado, viendo por su iMac la actuación a solas, emocionado. Allí estaba Valentine, tras tanto tiempo sin verla, sin saber nada de ella, si viviría o no, maldiciendo no haberla sacado del club como le pidió, no haberla esperado, no haberla acompañado en aquella maldita noche. Había cantado su tema, Canción de Amor; el que él había compuesto y al que ella había dado alma con sus arreglos, con su voz… con aquellas lágrimas. Apagó la pantalla en cuanto Valentine desapareció del escenario entre flores y aplausos del público asistente a la gala.
Alex salió del cuarto y Paula se le acercó sibilina.
—Tu amiga ha cantado tu canción y…
—¿Y qué? —la cortó él.
—No, nada.
—Tu hermana iba a decirte que la canta mucho mejor que esa que tenéis ahora en el grupo y creo que tiene razón —le dijo el señor Antonio.
—Anda, Alex, siéntate y come algo, que aún no has cenado —apuntó la señora María.
—No, voy a salir.
—¿Estás bien?
—Sí, mamá, no te preocupes tanto. Sandoval quería hablar con nosotros tras la actuación de Valentine, tiene algo que decirnos y espero que sea para bien. A ver qué pasa ahora…
—¿A estas horas? —se preguntó la señora María.
—Ese hombre… No sé, no me cae bien —murmuró Paula.
—Ni a mí —gruñó Martita—. Tantos discos que dices que ha vendido tu nuevo grupo y aún no te han dado ni un euro… ¿Cómo es eso?
—Es que... No sé… Dice que está reinvirtiendo para sacarnos un LP.
—Ese se lo está gastando en otras cosas que no diré porque está aquí Martita —apuntó Paula, con malicia.
—¿En putas y cocaína? —preguntó Martita.
—Ale, Martita y Paula, las dos a la cama —cortó el señor Antonio, por lo sano, al escuchar aquellas palabras en boca de su hijita.
—Pero si es lo que dice Paula, se lo oí decir muchas veces —protestó Martita.
Alex llegó emocionado al local de ensayo, dándole vueltas a la cabeza, no paraba de pensar en Valentine. ¡Estaba viva!, qué alegría tan intensa. Allí le esperaban los miembros de su grupo y su productor y representante. Habían cambiado de local, la edición de aquellos cuatro temas les había dado fama, dinero y posibilidades, por lo menos a Sandoval.
—Ya estoy aquí —saludó al entrar.
El Sapo y el Juanete no tenían muy buena cara, más bien de espanto.
—¿Has visto a tu amiga? —le preguntó Anna, con una sonrisa extraña.
—¿A Valentine? Sí, claro, creo que no habrá nadie que no la haya visto.
—Ha tocado Canción de Amor… Tu tema —dejó caer Sandoval.
—Ya lo vi. Dicen que lo interpreta mejor que nosotros y creo que es verdad.
—Me dijiste que era tuyo —insistió Sandoval—. Entonces, ¿por qué lo presenta como suyo?
—Ya sabes… Desde aquel día, estamos con el lío con su representante.
—No es cosa de su representante, sino de ella. Mira, te lo diré sin rodeos: si no demostramos que ese tema es tuyo, se nos va a caer el pelo. No solo ha regresado pisando fuerte, sino que su oficina se ha volcado muy en serio con sus derechos de autor… Nos han demandado otra vez, ya no solo por plagio de uno de sus temas, sino por usurpación y uso lucrativo de sus composiciones artísticas.
—¿Qué hostias es eso? —preguntó el Juanete.
—Es como si le hubieras robado el Guernica a Picasso antes de que lo presentara y dijeras que es tuyo sin que él se entere —explicó Sandoval.
—¿Qué es el Guernica? ¿Y quién es ese Picasso? —pregunto el Sapo.
—¡Dios! —exclamó Anna—. ¡Pues un cantante de los buenos, un clásico, y el título de su disco, burro!
—Pero, ahora todo cambiará —expuso Alex—. Y no le hagas caso a esta loca, Sapo, que Picasso es un pintor...
Anna quedó en silencio, consciente de su ignorancia. Y el Sapo asintió.
—Ella sabe que no es así, que el tema es mío —insistió Alex.
—¿Ella? ¡Pero si nos ha demandado otra vez! —exclamó Sandoval—. No quieres enterarte. ¡Que no es Mauro, que es Valentine!
—¿Sigues enamorado de esa zorra pija? —preguntó Anna, en plan provocador.
—¡No la llames así! —exclamó Alex.
—Tú sigues colgado por esa tía —aseguró el Sapo.
—Sí… Veo que sí —asintió Anna—. Pues que sepas que sin catarla ni gozarla, te va a joder muy bien. ¿Vale?
—Bueno, vamos a ver: pueden decir lo que quieran, pero nosotros tenemos registrados ese tema, junto con los demás, en el Registro de la Propiedad Intelectual y en SGAE, y ella no —interrumpió Alex.
—Bueno, la verdad es que están registrados a mi nombre, como representante del grupo, esa es la cuestión… Si ella demuestra que es suyo, cosa que tras oírla cantar, pues veo que no le será difícil, se me caerá el pelo por haberos apoyado. Quizás deberíamos ir pensando en presentar ese tema en los conciertos como una versión —expuso Sandoval.
—¡Pero si es mío! —protestó Alex.
—Esa joven lleva tres meses en coma y lo primero que canta, a las dos semanas de salir del hospital, es Canción de Amor. Lo hace ante millones de personas y no veas cómo, con lágrima inocente incluida… Tal cual como si la hubiera estado cantando toda la vida, como si la hubiera parido ella misma. ¿Quién se va a creer que es tuya? En serio, ¿quieres que nos creamos que esa canción es tuya?
—Pero… ¿De verdad crees que le quité la canción?
—Alex, déjalo, igual deberíamos escuchar qué nos propone —expuso el Sapo.
—Vosotros sabéis que es mía. ¡Si la ensayábamos antes de que la conociera!
—La verdad es que nosotros eso no lo sabemos. Tu hermana era la presidenta de su club de fans desde hace mucho y le dieron la página web fan oficial en el país, quizás también podía tener acceso a algunos de sus temas nuevos… y la verdad es que los últimos arreglos se hicieron notar, y tú estabas entonces liado con ella —aseguró el Juanete.
—Y no nos lo contaste —apuntó el Sapo, apretando los labios.
Alex quedó atónito, sin respuesta.
—No hiciste mal. Tenías una oportunidad, la aprovechaste y nos ha ido bien. Yo también se le hubiera quitado… ¿Vale? ¿Para qué quería esa canción si se iba a morir? Pero ahora, llegado a este punto que no la palmó, tenemos que elegir por el bien del grupo —expuso Anna.
—¿Elegir? ¿Qué tenemos que elegir? ¿Por el bien del grupo? ¿Qué os han propuesto? Pero, ¿qué dices? Si tú llevas cuatro días en el grupo y porque se empeñó Sandoval…
—La verdad es que ya hemos aceptado —contestó Sandoval.
—Ah, ya veo, has hablado con sus representantes… Sin nosotros —dijo Alex.
—No es nada personal, colega —murmuró el Sapo.
—¿Qué estás diciendo? ¿Me habéis vendido? —preguntó Alex, incrédulo.
—Lo siento, tío —se disculpó el Juanete.
Alex quedó mudo, no quería reconocerlo, pero sabía lo que estaba pasando.
—Mira, esto es lo que vamos a hacer… Vamos cambiar de nombre la banda, por otro más comercial; y a grabar ese LP y un videoclip con gente de moda. Todo lo que sea necesario. Será una pasada, iréis a los mejores estudios y grabaréis ocho canciones que serán ocho éxitos; contaréis con buenos técnicos y una producción exquisita. Y una gira por toda Europa… Pero no incluiremos ese tema más en nuestros conciertos.
—¿Cómo? ¿Convertirnos en un grupo títere? ¿Tocar las composiciones de moda que nos preparen en un estudio? ¡No, eso nunca! —expuso Alex.
—Veo que no te quieres enterar —le comentó Sandoval.
—Los que no queréis enteraros sois vosotros, es mi tema, mi grupo y ese Mauro no me lo quitará…
—¿Mauro? Alex, despierta, es ella, Valentine. Mauro, como cualquier manager, no hace nada sin el consentimiento de su representada. Es ella la que ha pedido explícitamente la cabeza del ladrón que la robó mientras estaba en coma… muriéndose —le dijo Sandoval, hiriente.
—¿La cabeza? ¿Valentine quiere mi cabeza? —preguntó Alex.
—Tú no grabarás —soltó Sandoval—. De esta forma, retirarán los cargos y la campaña mediática que están preparando para hundir el grupo y a cada uno de nosotros.
—¿Qué? —espetó Alex.
—Jope, tío, no te lo tomes a mal… Cuando pase el mal rollo, pues vuelves —dijo el Sapo.
—Pero… ¿Qué estáis diciendo? —insistió Alex.
—Deberás tomarte un tiempo… Puedes dedicarte a componer otros temas mientras todo se calma —le aconsejó el Juanete.
—¿Me estáis tirando del grupo? ¿De mi grupo?
Nadie dijo nada.
—Puedes irte con esa zorra, a cantar con ella en su grupo de pijos —le indicó finalmente Anna, ladeando con la mano su cabello mechado.
—Pues sabéis qué os digo, que no me vais a echar, me voy yo…. ¡Que os den! —exclamó Alex, todo enfadado.
—Adiós —le dijo Sandoval.
—De esta golfa con mechas y de ese sacacuartos mentiroso de los cojones me lo esperaba, pero de vosotros, Sapo, Juanete, nunca lo hubiera imaginado —aseguró Alex, rotundo, y salió del ensayo dando un gran portazo.
Ni el Sapo ni el Juanete pudieron aguantarle la mirada y bajaron la cabeza, esperando que Alex se alejara cuanto antes. Tras un minuto escaso de silencio, Anna sonrió y tomó la guitarra en su mano, dispuesta a continuar con el ensayo.
—Bueno, ya está hecho. Al final no fue tan difícil —expuso Sandoval.
Alex recorrió el camino hasta el bar de costumbre más cercano y, con un monumental enfado, entró, se apoyó en la barra y se apretó la cara con las dos manos. ¿Qué estaba pasando? Todo su mundo se desvanecía… ¡Ay, Valentine, mi amor!
—Miguel, ponme un whisky —exigió al camarero.
—Pero si tú no bebes whisky.
—Pues que sea doble.
Alex llegó a casa a las tantas de la noche, borracho y sin chaqueta ni camisa… Sin un duro y con cuatro moratones y dos cortes en la cara. El ruido que hizo al entrar despertó a sus padres.
—¡Dios mío! ¡Hijo! ¿Qué te ha pasado? —le preguntó la señora María, que enseguida saltó de la cama a ver qué ocurría con Alex.
—¡Pue ke ze vayan tos ala puta mierdaaaa! —exclamó él, conforme caminaba de lado a lado del pasillo—. ¡Cagón Dios!
Huguito se escondió rápido en su camita, sin saber qué pasaba. Aquello no le gustaba e hizo como que dormía.
—Antonio, mira a ver qué le pasa al chiquillo —le exigió la señora María, empujándole en la cama y dio la luz de su mesita de noche.
—¿Qué va a pasar? Pues que está borracho el niño. ¿No lo oyes? —dijo el señor Antonio, remugando y sin querer levantarse.
La señora María le miró de lado, con cara de enfado.
—Está bien, ya voy —aseguró él.
Cuando el señor Antonio llegó hasta la puerta de la habitación, vio a Martita y a Paula asomadas, curiosas y temerosas ellas, en el pasillo.
—Vosotras dos, a la cama —ordenó.
El señor Antonio anduvo hasta su hijo, que estaba esturreado sobre la cama tal cual un espantapájaros crujido, con la mirada ebria fijada en el techo y una mano tratando de anclarla en el suelo. Y gruñó. Esta era la segunda vez que llegaba de tal guisa a casa, la primera hacia ocho años… Así que esto no era normal y se imaginó por donde iban los tiros.
—¿Qué ha pasado?
—¡Na!
—Vale… ¿Te traigo un cubo para que vomites o prefieres una cerveza?
—Mejó un whizky.
—No tenemos whisky en casa, te traeré el cubo —respondió el señor Antonio y le pasó la mano por la frente, notando ese sudor frío cercano al coma etílico.
—¿Está bien papá? —preguntó Paula.
El señor Antonio se volvió y vio a sus hijas en la puerta de la habitación, temblando, y a Martita, que estaba llorando.
—Alex está bien, no os asustéis. Solo ha bebido un poco más de la cuenta —trató de tranquilizarlas—. Ahora ir a dormir, no os preocupéis, mañana estará mejor… Bueno, con una tremenda resaca, pero nada más.
La noche fue pasando, entre arcadas y vomiteras, en la casa del señor Antonio. Lejos de allí, en Alemania, Valentine disfrutaba desinhibida de la fiesta berlinesa, haciéndose fotos con unos famosos y con otros más famosos en los lujosos reservados de los locales más selectos de la ciudad. Estaba viva como no recordaba, dejándose mecer por las burbujas del champagne y las palabras vanas de los galanes que buscaban la sonrisa y favores de la estrella mundial del pop.
Mauro la rescató de tanto príncipe azul en cuanto ella empezó a soltar las primeras perlas por su boca y a guiñar un ojo en plan Mata Hari; estaba claro que no iba a permitir que acabara ebria en la cama de nadie y menos en la de un desconocido, o que encontrara a otro Alex. Además, menudo escándalo se podría armar, la de fotos y a saber…
Ella se dejó llevar a regañadientes.
—Recuérdame que mañana te despida —le dijo con voz borracha, conforme él la acomodaba en la cama del hotel.
—Vale —replicó Mauro—. Pero ahora, prométeme que no te moverás de la cama.
—En cuanto te vayas, me voy de fiesta —aseguró ella, rebelde, sin apenas poder menarse.
—Te pondré a Bob en la puerta, te ataré la pata a la cama y dormiré contigo.
—No me vale.
—¿Qué?
—Eres maricón.
—Y tú una cursi romántica reciclada a bruja que no distingue tres en un burro. ¿Desde cuándo te da por beber?
—Maricón.