Tres Meses Después

 

 

 

 

 

 

Valentine abrió los ojos lentamente, no podía enfocar bien su mirada. Todo lo veía borroso, desenfocado. Un fuerte dolor rondaba su cabeza, el pecho, las piernas… Sobre ella, las luces blancas de unos grandes focos. Trató de moverse, pero no pudo. Tragó saliva y notó una extraña sensación en la garganta, un tubo. Lentamente, giró la cabeza a ambos lados. No había nadie allí, estaba en una habitación aséptica, como de un centro médico u hospital. Levantó la mano y la miró extrañada, unos tubitos estrechos estaban allí, enganchados a ella. Se asustó, se sacó aquel tubo de la boca e intentó levantarse de nuevo. Las piernas apenas hicieron caso a su mente, moviéndose entumecidas hasta pisar el suelo, y cayó de lado, arrancando los catéteres de sus manos y brazos y tumbando los soportes que la alimentaban. Allí quedó tumbada, envuelta en la bata blanca de hospital y con el portasueros encima, mientras un dispositivo de alerta comenzaba a pitar.

Una enfermera entró y, al verla, se asomó al pasillo pidiendo ayuda y corrió a atenderla.

 

***

—¿Mauro?

—Sí.

—Soy yo, Logan. Valentine ha salido del coma.

Cuando Mauro llegó al hospital, fue recibido de inmediato por cuatro doctores y un séquito de enfermeros que le acompañaron hasta la habitación de Valentine.

—¿Cuándo despertó?

—Hace una hora aproximadamente —le contestó el Dr. Logan.

—¿Por qué no me avisó antes?

—Esperamos a que todo fuera bien, podría haber empeorado o incluso fallecer…

—Y bien, ¿cómo está?

—Yo la encuentro fenomenal. Tenemos que hacerle unas pruebas más y algunos análisis, pero creo que ha vuelto.

—Perfecto —asintió Mauro, sin poder reprimir su alegría y las lágrimas.

—Solo una cosa.

—¿Sí, doctor?

—No sabe quién es.

Mauro frenó en seco y le miró con el entrecejo fruncido.

—¿Cómo que no sabe quién es?

—Tiene una especie de nebulosa en la mente que le impide recordar fragmentos de su vida, creo que con el tiempo y conforme vaya reviviendo motivos, visitando lugares en los que estuvo, viéndose con la gente que conoce… pues irá recordando.

—¿Me está diciendo que no recuerda nada?

—Sí recuerda cosas, pero…

—¿Cómo es de grave?

—Mauro, tuvimos que decirle cómo se llamaba y quién era. Lo primero que nos preguntó fue por sus padres y por sus abuelos, no recordaba que estuvieran muertos. Sufre amnesia retrógrada, no puede recordar los hechos previos al accidente. Aunque los recuerdos siguen ahí, no puede llegar hasta ellos.

—¿Y eso se cura?

—No es una enfermedad, sino un síntoma del trauma cerebral.

—¿Recobrará toda la memoria?

—Puede ser… Piensa que estuvo muy grave, a punto de morir. También puede ser que nunca la recobre, que nunca sea la misma, que tengamos ante nosotros a una nueva Valentine. Tres meses… Ya es un milagro que haya vuelto de un coma persistente, realmente no pensé que pudiera conseguirlo. Puede recobrar la memoria en un minuto, en años o quizás nunca lo logre al completo. Sea como sea, va a necesitar mucha ayuda, alguien que le vaya abriendo la mente. Ahora está en tus manos… También te aconsejo un buen psiquiatra, podría serle de gran ayuda.

Cuando Mauro entró en la habitación, quedó tenso y apenado al ver allí postrada a su estrella, a su gran amiga, pero, a la vez, tan contento al verla completamente despierta y con los ojos abiertos, sin tubos, la quería tanto.

—¡Valentine! —exclamó, acercándose a ella con los brazos abiertos.

La abrazó una y otra vez, y la besó hasta la saciedad.

Ella le brindó una enorme sonrisa de compromiso y se ladeó lentamente hacia la enfermera.

—¿Quién es este señor? —preguntó.

 

***

Después del terrible accidente que casi la mata y tres meses de incertidumbre, y tras varios rumores malintencionados sobre su posible muerte, la nueva buena era portada en la mayoría de la prensa y no faltaba en los programas de radio y televisión de todo el mundo: Valentine, la reina del pop, salía del hospital por su propio pie.

Martita escuchó la noticia mientras estudiaba en su cuarto y no pudo contener las lágrimas de la emoción. Dejó los libros y la libreta de apuntes y escribió rápidamente a la oficina de Mauro desde su iMac solicitando información o alguna nota de prensa, pero, por más que insistió y esperó, no recibió nada. Así pues, repitió lo que leía en otras páginas, retocándolo, en su propio perfil. Estaba muy contenta, pero por otro lado, se encontraba muy triste, pues desde aquel fatídico día, no había obtenido respuestas ni información de ninguna clase por parte de nadie relacionado con el entorno profesional de Valentine, era como si no existiera para sus representantes. Y le habían cerrado su página web de fans y el perfil facebook oficial que tenía.

Con la alegría reflejada en su rostro, salió de la habitación y corrió a la cocina. Donde estaban su madre y su padre, sentados y pelando patatas, y Huguito, royendo un hueso de jamón.

—¡Ha salido del coma! ¡Se ha salvado! —gritó toda loca.

—Vaya, me alegro —exclamó el señor Antonio, asumiendo de quién hablaba y se dejó abrazar fuerte por su hijita, apretando él también y alzándola al aire lleno de felicidad.

La señora María rompió a llorar dando gracias a Dios.

—¿Habéis oído las noticias? —preguntó Paula, entrando apresurada.

—Espero que ahora cambien las cosas, es una buena chica —murmuró la señora María, limpiando sus lágrimas—. ¿Lo sabe ya vuestro hermano?

—No lo sé, pero supongo que sí… La noticia está en todos lados.

—Ahora mismo le mando un mensaje, por si nadie le ha dicho nada —dijo Martita.

—¿Y cómo se encuentra ella? —preguntó el señor Antonio.

—Supongo que bien, ya le han dado el alta; al parecer hace dos días que salió del coma… Pero a mí no me han dicho nada —expuso Martita—. ¡Qué bueno que ya esté bien! ¿No?

—Podríamos mandarle unas flores o una carta —aseguró el señor Antonio—. Me gustaría darle un abrazo, verla o al menos las gracias por lo que hizo.

—Papá, sus representantes han demandado a Alex y a su grupo; van a por él —dijo Paula.

—¿Y qué? Salvó la vida de tu hermana.

—¿Y cómo vamos a contactar con ella? ¡Nos tienen vetados! —insistió Paula.

—Alguna manera habrá, ¿no? —murmuró Martita, con cierta pena.

—Sí, hija, sí, seguro que la hay —asintió el señor Antonio.

 

En el local de ensayo, Alex tomó su móvil en un descanso y vio el mensaje. Alzó la vista al techo y su alma se ensanchó, emocionado. Con un pequeño suspiro, tragó las lágrimas y dio gracias a Dios; aquella era la mejor noticia que nunca había recibido.

—Ey, ¿habéis visto? Esa zorra ya ha salido del hospital —aseguró Anna, la Mechas, la nueva cantante de la banda con nombre de Alex: Anna Rouse.

—No me digas, ¿se salvó al final? —preguntó el Sapo.

—¿Dónde lo has visto? —preguntó el Juanete.

—En Internet, está en todas partes —insistió Anna.

Alex permanecía en silencio.

Había pasado tres horribles meses de tortura, sin dejar de pensar en ella ni un solo día, temiendo la noticia de la fatalidad en cada minuto, a cada segundo.

—Bueno, si ahora está despierta, podrá decirle a todo el mundo que ese tema es nuestro, ¿no? —preguntó el Sapo.

—No debimos editarlo mientras ella estaba en coma —dijo Alex.

—¿Qué dices? Sandoval nos daba una pasta y mira, ¡tenemos conciertos todo el año! —aseguró el Sapo.

—Pero no vienen por nuestra música, sino por el morbo —respondió Alex.

—No digas eso… Puede ser que a nuestros bolos venga algún enfermo mental, pero la gran mayoría viene a vernos a nosotros —dijo el Juanete.

—A mí, vienen a verme a mí… ¿Vale?—expuso Anna—. No te jode.

—Los temas son nuestros, ¿por qué no íbamos a aprovechar la ocasión que se nos brindaba? Además, no ves lo buena gente que son… ¡Sus representantes nos han demandado, dicen que Canción de Amor es de ella, los muy cabrones! —expuso el Sapo.

—Lo que deberían es pedirnos perdón —aseguró Anna—. La muy zorra…

—Tú calla, no sabes nada de esto —le instó Alex, de mala manera—. Y la única zorra que hay aquí eres tú.

Todos quedaron en silencio, mirándose los unos a los otros.

—Lo siento, no quería decir eso. Soy un estúpido —se disculpó Alex.

—No pasa nada, ya me advirtieron que te quedaste colgado de esa zorra, por eso no quieres rollo conmigo. Pues tú te lo pierdes, pringado. Pero tendrás que abrir los ojos y dejarte de tonterías: te roba tus canciones y encima lloras como una nenaza por ella —le dijo Anna.

—Estaba en coma, ahora podremos contar con su testimonio —aseguró Alex.

—Qué inocente eres si crees que nos van a dejar en paz, Canción de Amor lleva un mes como número uno, ya somos disco de oro —aseguró Sandoval, entrando en el ensayo—. Perdonad, acabo de llegar y os he oído; creo que tenemos que hacer una reunión para pensar bien en nuestra postura y también para preparar la edición de un LP de Anna Rouse al completo. Ahora que tu amiga ha regresado, es el mejor momento, tenéis los temas y ella nos dará la publicidad.

 

***

Valentine, de pie ante el enorme escenario de una nave de ensayo, observaba todo con cierta tranquilidad: el equipo de sonido, los instrumentos, las luces… Mauro la acompañaba. Los músicos bajaron al verla llegar, interesándose por ella y escuchando sus nombres y responsabilidad dentro del guion del espectáculo, conforme Mauro les presentaba. Ella anduvo sin mostrar afecto ninguno, ni sentimiento, como una mujer autómata que lo desconociera todo. Subió al escenario y se acercó a una guitarra, la tomó y se puso frente al micrófono.

Los músicos la acompañaron en seguida.

Mauro la miraba preocupado, era su primer ensayo.

Ella miró a ambos lados, comprobando que todo el mundo estuviera en su sitio y, dejándose llevar, soltó un guitarrazo al aire y gritó con fuerza, marcando el inicio del ensayo como si de una verdadera actuación se tratara. Tras una hora y cuarto sin parar apenas para respirar, Valentine soltó la guitarra al suelo, de golpe, le dio una fuerte patada, estrellándola contra un monitor, y se marchó del escenario. Sin una palabra, sin un adiós.

Recorrió la nave hasta encontrarse con Mauro.

—Todo magnífico… Has estado tremenda, como siempre, no has olvidado los temas, ni quién eres sobre un escenario —le dijo él.

Valentine le observó sin responder.

—Pero te he visto diferente… Más potente, más visceral, más seria.

—Despide al batería y al guitarra… y a la corista del centro.

Mauro quedó mudo.

—¿No entendiste? —preguntó Valentine.

—Son muy buenos, llevan con nosotros desde el principio… Solo era un ensayo.

—Yo no ensayo, actúo. El equipo de luces falla en los cambios de temas y el cañón no logra seguirme, me da más sombras que luces; soluciónalo.

—¿Algo más?

—Los técnicos de sonido, no quiero volver a repetir una orden. Si quiero que suban un elemento, no tengo que repetirlo ni una sola vez. El jueves volvemos a ensayar, pero con la coreografía al completo. ¿Cuándo es el próximo concierto?

—En un mes, en Japón. No hay entradas desde antes del accidente.

—Hiciste bien en no suspenderlo.

—Siempre tuve fe en que volverías.

—Llévame al gestor, quiero que me expliques dónde está mi dinero; se supone que tengo una fortuna, ¿no? No entiendo por qué no puedo disponer de líquido, ni tengo números de cuentas ni tarjetas…

—Sí, sí, claro… Es por seguridad, tú misma querías que fuera así.

—Mauro, ¿yo tengo un perro?

—¿Un perro?

—Sí, uno negro…

—No. ¿Por qué lo dices?

—Sueño con un perro negro, pero no le veo, solo le oigo, me come las manos… y me hace llorar por las noches. Ah, no lo aguanto, me pone de los nervios, está ahí pero no logro verlo.

—No sé qué será, pero nunca tuviste un perro. ¿Qué has pensado hacer con tu presencia en Berlín? Sería tocar dos temas la semana que viene en ese festival de música para la televisión.

—¿Es necesario?

—Nada es necesario… Pero sí recomendable, sería bueno que todo el mundo te viera de nuevo sobre las tablas de un escenario. ¡Que sepan que estás viva! Es el lugar indicado, se retransmite en directo para muchos países. Y es una pasta. Tenemos ese concierto y un disco que hacer y los promotores están nerviosos, luego descansas e inicias las primeras tomas del rodaje de la película…

—Sí, recuerdo… No quiero hacerlas.

—¡Pero…! ¡Tenemos un contrato!

—Rescíndelo.

—No haré nada, aún estás afectada por el trauma y tienes que recordar mucho.

—¿Cuánto tiempo hace que trabajas para mí?

—Desde que diste tu primer paso en el mundo de la música, yo te presenté al público. Pero nos conocemos de toda la vida, cuando tus abuelos…

—Pues hazme caso si no quieres dar el último paso conmigo —le cortó Valentine—. ¿Por qué no tengo casa?

—Tienes siete mansiones dispersas por el mundo, pero apenas paras un tiempo en una, siempre estás rodando. Así vives más tranquila, evitando la prensa y los agobios. Nadie sabe nunca donde estás. Por eso no tienes un domicilio fijo.

—Cómprame una en Hollywood y ese señor que dices que era mi novio, el tal David… ¿Quién es?

—Valentine, llevabas tres años con él… Es un buen muchacho, un poco tonto, pero te quiere. Lo dejaste por un tiempo a causa de la gira y porque… Bueno, da igual el porqué, el caso es que se preocupó mucho por ti y quiere verte. No sé si deberías darle una oportunidad.

—¿Yo le quería?

—Sí, no sé, supongo… No. La verdad es que solo quería tu dinero…

—No tengo ningún sentimiento por él, ni le recuerdo. No le quiero, no quiero saber nada de él.

—Valentine… ¿Sientes algo por alguien desde que despertaste?

—No —respondió tajante—. ¿Acaso debería?

—No, ya veo que no… Pero la gente que ha estado trabajando todo este tiempo contigo te quiere, siempre has sido una gran mujer, con un gran corazón y te has hecho querer. Valentine, yo te quiero, tienes que respetar a las personas que te quieren… o al menos darles una oportunidad. Son parte de tu éxito, de tu vida…

—Mauro, dime. Tú y yo, que hemos estado siempre tan juntos… ¿Ha habido algo más entre nosotros?

—No. Nos queremos mucho, pero como hermanos. Si lo que quieres saber es si hemos sido novios o si hemos follado, pues no. Y que sepas que…

—Tú eres maricón, ¿verdad? —interrumpió Valentine.

—Ah, vaya, eso sí lo recuerdas, ¿no, bruja?

—Quiero ver todas mi propiedades, quiero salir a la calle y recordar todo… Quiero saber quién era, quiero saber quién soy. Por cierto, ¿qué es eso de que hay un grupo que ha grabado un tema mío?

—¿Dónde has visto eso?

—Mauro, me estás ocultando cosas… ¿Crees que soy idiota? Está en Internet...

—Las cosas de contratación, gestión empresarial y los temas judiciales siempre los llevé yo, en nada te atañe ni participas. Son temas desagradables donde es mejor que no aparezcas, que tu imagen como persona y artista no se vea implicada nunca. Hay miles de personas que plagian tus temas, que los usan sin permiso, que hacen versiones, y más en el mundo del merchandising… Siempre tenemos un centenar de casos en la sociedad de autores o en los juzgados directamente. Lo tuyo es el arte, yo me ocupo de la gestión y de los que nos roban.

—Tú te ocupas de todo por lo que veo… Hasta de mí.

—No digas eso, me duele… Siempre has confiado en mí y has hecho lo que has querido, y yo te he apoyado.

—Lo sé, podrías haber mandado desenchufar la asistencia artificial y quedarte con mi fortuna… ¿Por qué no lo hiciste?

—¿Estás loca? ¿Cómo iba yo a hacerte eso, matarte? Nunca haría tal cosa, ni por todo el oro del mundo.

—Mauro, llévame a las oficinas de la empresa.

—Aún no has recuperado la forma física, deberías descansar más. Te he mirado un preparador físico personal y un fisioterapeuta de confianza que…

—¿También eres mi médico? —interrumpió Valentine.