24
La paloma, no obstante.
La paloma cobarde, bribona, sucia, insulsa, tonta, abúlica, vacía, vil, inane.
Nunca enternecedora, profundamente inafectiva, la paloma cochambrosa y su voz estúpida. Su vuelo de carraca. Su mirada sorda. Su absurdo picoteo. Su occipucio descerebrado sacudido por un lastimoso vaivén. Su vergonzosa indecisión, su sexualidad desoladora. Su vocación parasitaria, su ausencia de ambición, su crasa inutilidad.
Sin comparación con el gorrión, que posee su encanto, con el mirlo, que sabe modular la voz, con el cuervo, que no carece de prestancia, con la urraca, que es estilosa, peor que el carroñero, que al menos tiene una meta en la vida, con la sensualidad de una rata, la gracia de un tábano, menos elegante que un gusano, más gilipollas que el catoblepas.
Mataríamos una paloma sin más vacilación que si aplastáramos una cucaracha, y sin embargo es tan anodina que nos abstenemos de hacerlo. Por pereza o por amor propio, nos aguantamos las ganas de soltarle un puntapié como no sea para hacer algo de ejercicio y ni eso, no merece la pena, no sea que nos manchemos el zapato. Y que no se me objete que, como mensajera, ha desempeñado alguna misión en tiempos de guerra, puede darse por contenta de haber asumido ese papel de mecanismo volador.
Asquerosa paloma, ni siquiera comestible, repulsiva en su lecho de guisantes harinosos. Y sin embargo está convirtiéndose en el plato favorito de Gregor y muy pronto en el único, toda vez que el inventor ha acabado alimentándose exclusivamente, solitario en su exigua habitación, de la carne blanca que envuelve la quilla del animal. Extraña cosa.
Sí, resulta curioso pero podemos intentar comprenderlo. Podemos imaginar que, por una lógica especial, si Gregor alimenta a las palomas, tampoco resulta inconcebible que éstas en contrapartida lo alimenten. Podemos pensar también que, puesto que tanto las ama, ha de amarlas hasta el final. Debemos recordar sobre todo que, comprada en la carnicería, la paloma no es nada cara.