Capítulo 32
—¡Os presento al nuevo propietario de Rococo Union!
Tom y Victoria se quedan ligeramente extasiados, pero Sally se queda tan pasmada como yo. Ambas nos sentimos tremendamente incómodas ante la idea, pero aunque sé perfectamente por qué lo estoy yo, no tengo ni idea de qué le pasa a ella.
—Por supuesto, en cierto modo ya lo conocéis —continúa Patrick—. El señor Van Der Haus y yo hemos estado hablando durante las últimas semanas, y por fin hemos llegado a un acuerdo tras negociar las condiciones.
—Y yo me muero por ponerme manos a la obra. —Mikael sonríe con sus ojos azules fijos en mí, haciendo caso omiso del resto del personal—. Creo que nos irá muy bien juntos.
Sólo tres personas presentes en la sala asienten. Yo no estoy de acuerdo, y parece que Sal tampoco. No digo nada porque tengo un nudo en la garganta. Veo cómo se acerca a la mesa y le estrecha la mano a Patrick antes de presentarse formalmente ante mis colegas. Cuando le toca el turno a Sal, apenas la mira, y ella se pone como un tomate y mira al suelo.
¡Ha estado saliendo con Mikael!
Me quedo boquiabierta al ver lo nerviosa que está. Por eso sabe que estoy casada. Por eso sabe que estoy preñada y que espero mellizos. ¡Por eso lo sabe todo!
De repente, Angel, de Massive Attack, resuena por toda la sala y todo el mundo me mira y me sorprende petrificada en la silla como una estatua, sosteniendo el teléfono con dejadez.
—¿Quieres responder a esa llamada? —pregunta Mikael con una sonrisa que no le devuelvo.
Entonces, la puerta de la oficina se abre y entra John, jadeando y analizando la escena que acaba de interrumpir. Ahora ya no hay duda de que mi carrera en Rococo Union ha terminado.
El grandullón se acerca, sin importarle lo más mínimo que todo el mundo lo esté mirando con unos ojos como platos, me coge el teléfono de la mano y contesta inmediatamente.
—Está bien.
Mi cerebro pasmado reacciona y entonces empieza a asimilar lo que está ocurriendo mientras yo veo cómo John avanza por la sala de conferencias. Todo el mundo lo observa pero nadie le dice nada. Debe de haber visto a Mikael entrar en el despacho y ha llamado a Jesse. Casi siento ganas de gritarle al grandullón, sin embargo Mikael acaba de darnos la puntilla a mí y a mi empleo en Rococo Union; él y este hombre inmenso con pinta de mafioso que acaba de irrumpir en la oficina.
Mikael no necesita una empresa de diseño interior. Eso es ridículo y roza lo obsesivo…, de un modo similar al de mi marido.
John me mira y asiente. Yo asiento a mi vez porque me he quedado sin palabras. Me devuelve el teléfono y lo miro espantada. No puedo mantener lo que sé que va a ser una discusión acalorada con Jesse en estos momentos. Me hundo más en la silla, pero John me lanza una mirada que me indica que no voy a librarme de ésta. Jesse quiere hablar conmigo, y sé que no me servirá de nada negarme.
Cojo el teléfono nerviosa y me levanto para abandonar la sala.
—¿Jesse?
—¡¿Qué COJONES hace ése ahí?! —Está furioso. Probablemente se esté arrancando mechones de pelo a tirones.
—Ha comprado la empresa —respondo con voz tranquila con la esperanza de contagiarle la calma.
No obstante, es esperar demasiado. Está hiperventilando.
—Coge el bolso y sal de ahí con John de inmediato. ¿Me oyes?
—Sí —confirmo rápidamente sabiendo que no tengo elección.
—Hazlo mientras estás al teléfono.
—De acuerdo.
Me dejo el teléfono pegado a la oreja y vuelvo a la sala, atrayendo las miradas de seis pares de ojos. La tensión es palpable. Recojo mi bolso y miro a John, que asiente de nuevo.
—¿Ava? —El tono familiar y preocupado de Patrick desvía mi mirada hacia mi jefe, o ex jefe.
—Lo siento, Patrick. No puedo seguir trabajando para Rococo Union.
—¿Por qué demonios no ibas a hacerlo? Van a suceder cosas fantásticas. Mikael me ha asegurado que va a ascenderte a directora de reparto de beneficios. Era parte del trato, flor. —Se ha puesto de pie y se acerca a mí con la frente arrugada—. Es una oportunidad magnífica para ti.
Sonrío y miro a Mikael, que parece haberse quedado sin habla también.
—Lo siento, debería haber dicho que no puedo trabajar para Mikael. —Ahora todas las miradas se centran en el danés—. Mikael lleva un tiempo acosándome. No acepta un no por respuesta. —Me cuelgo el bolso en el hombro—. Sal, te ha estado utilizando para sacarte información sobre mí. Lo siento.
Está escondiendo la cara, pero sé que está llorando. Me siento fatal por ella.
—¿Tan desesperado estás que eres capaz de destrozarle la vida a alguien tan dulce como Sally? —le pregunto a Mikael—. ¿Tan desesperado estás por vengarte de un hombre que eres capaz de comprar la empresa para la que trabaja su mujer?
—Vengarme de ese mujeriego es sólo un extra. Te he querido desde el primer día. —Esa frase prácticamente confirma las sospechas de Jesse—. Él no te merece.
—Merece tenerme y me tiene. Siempre me tendrá. Hemos superado problemas más gordos que tú, Mikael. Nada de lo que me digas hará que me arrepienta de haber tomado la decisión de estar con él. —Me tiembla todo el cuerpo, pero mi voz es firme—. No tengo nada más que decirte. —Doy media vuelta para marcharme, pero me detengo brevemente en la puerta—. Lo siento, Patrick.
John me sigue con su mano gigantesca apoyada con firmeza sobre mi espalda, como si estuviera evaluando mi condición física. Me siento triste pero extrañamente resuelta.
—Ava.
El leve acento danés que solía encontrar bastante sexy ahora me pone la carne de gallina. John intenta empujarme hacia adelante, pero un estúpido sentido de la curiosidad hace que forcejee con el grandullón y me vuelva hacia Mikael.
—Se tiró a otras mujeres mientras estaba contigo, Ava. No te merece.
—¡Sí me merece! —le grito a la cara, y él retrocede pasmado.
John me agarra del brazo pero me lo quito de encima.
—Ava, muchacha…
—¡No! ¡Nadie tiene derecho a juzgarlo mas que yo! ¡Es mío! —Lo he perdonado y, si me dejaran, probablemente podría olvidarlo también—. Te ciega el resentimiento —digo, más calmada.
—Se trata de ti.
El danés le dirige una mirada cautelosa a mi guardaespaldas. Me echo a reír y sacudo la cabeza.
—No, no es verdad. Estoy casada y embara…
—Y sigo queriendo estar contigo.
Cierro la boca al instante y John le lanza un gruñido de advertencia:
—La chica no está disponible. —Intenta hacer que avance, pero estoy fija en el sitio.
—¿Me drogaste tú? —pregunto, pero la expresión de horror que invade su rostro al instante me dice todo cuanto necesitaba saber.
—Ava, yo jamás te haría daño. He comprado esta empresa por ti.
Sacudo la cabeza y suelto una carcajada de incredulidad.
—La necesidad de venganza te consume. Ni siquiera me conoces. No hemos compartido nada de intimidad, ni tenemos conexión, ni hemos tenido ningún momento especial. Pero ¿qué coño te pasa?
—Sé reconocer algo bueno cuando lo veo, y estoy preparado para luchar por ello.
—Pues estarás luchando en vano —digo tranquilamente—. E incluso si llegaras a conseguir separarnos, que no lo harás, jamás me tendrías después.
Su piel se arruga en su frente cuando enarca las cejas.
—¿Por qué?
—Porque sin él me moriría. —Doy media vuelta y abandono mi lugar de trabajo sabiendo que nunca volveré. Me siento un poco triste, pero ser consciente de lo que me espera a partir de ahora en mi vida me pone una enorme sonrisa en la cara.
Una vez sentada en el Range Rover de John, y una vez que éste ha arrancado el motor, veo que tengo el teléfono en la mano y recuerdo que él está al otro lado de la línea. No quiero oírlo. Quiero verlo.
—¿Jesse?
No dice nada durante unos instantes, pero sé que está ahí. Su presencia atraviesa la línea telefónica y me besa la piel.
—No te merezco —dice—. El danés tiene razón, pero soy demasiado egoísta como para cederte a alguien que sí lo haga. Jamás nos separaremos, y nunca estarás sin mí, así que vivirás eternamente, nena.
Las lágrimas inundan mis ojos y pienso en la suerte que tengo de que sea tan egoísta.
—Hecho —susurro.
—Te veré en el baño.
—Hecho —repito, porque sé que soy incapaz de decir más de una palabra sin echarme a llorar.
Cuelga y yo me sumo en mis pensamientos mientras veo Londres pasar por la ventanilla. Siento un alivio tremendo. Por una vez, hay un silencio absoluto en el coche de John. No hay tarareos ni golpeteos en el volante. Viajamos cómodamente callados de vuelta al Lusso.
—Ya hemos llegado, muchacha. —Aparca, sale del coche y espera a que me desabroche el cinturón y me reúna con él en la parte delantera del vehículo.
—No hace falta que me acompañes adentro —digo, pero él me lleva la contraria con la mirada—. Jesse te ha pedido que peines el ático, ¿verdad?
—Es sólo un pequeño control, eso es todo, muchacha. —Me coge del codo y me dirige al vestíbulo del edificio. Podría protestar, pero no me molesto en hacerlo. Está siendo excesivamente cauto, aunque si así se sienten más tranquilos él y mi neurótico marido, por mí estupendo.
Me sorprendo al ver a Casey aquí, pero no lleva puesto el uniforme.
—Hola, Casey —lo saludo mientras paso por delante, pero John no me da ni un momento para conversar con él ni para advertirle siquiera de que se las verá con la ira de Jesse muy pronto. Sin embargo, sí me da tiempo a comprobar lo elegante que está con el traje que lleva puesto y, definitivamente, veo la cara de pánico que pone al descubrir al gigante que me escolta. John tiene ese efecto en la mayoría de la gente, como me sucedía a mí.
El grandullón introduce el código, se aparta para dejarme pasar primero y entra en el ascensor. Vuelve a introducir el código.
—¿Sabes el código? —pregunto esperando que no sepa lo que significa. Él me sonríe, y no sé si es porque lo sabe o porque no.
—El muy cabrón ha sido bastante sensato esta vez, pero podría haber sido un poco más creativo.
Carraspeo un poco pensando en lo creativo que Jesse puede llegar a ser cuando llega a cero. Maravillosamente creativo, de hecho. Creativo hasta hacerte perder la razón. Necesito ese baño, pero en cuanto se abren las puertas del ascensor, recuerdo apenada que aún es temprano y que es muy probable que Cathy siga en el apartamento.
Entramos, me dirijo inmediatamente a la cocina y dejo mi bolso en la isleta. No veo a la asistenta, así que voy al piso de arriba para buscarla, dispuesta a darle el resto del día libre.
—Ava, muchacha. —John corre detrás de mí—. Deja que eche un vistazo primero.
—John, en serio… —Me detengo y lo dejo pasar—. ¿Vas a estar haciendo de mi niñera hasta que llegue Jesse a casa? —Espero que no. Quiero darme un baño antes de bañarme con él.
—No. Es para quedarnos más tranquilos —dice con su voz atronadora—. Deja ya de quejarte.
Me sobresalto ante su repentina brusquedad, pero no discuto con el gigante. Dejo que abra y cierre las puertas mientras aguardo con paciencia, apoyada contra la barandilla de cristal con los brazos cruzados sobre el pecho. No debería quejarme en absoluto después de la visita sorpresa que hemos recibido esta mañana.
—Todo despejado.
—Qué alivio —sonrío apartándome del cristal.
John se detiene de pronto, con las cejas levantadas a medio camino entre la parte superior de sus gafas de sol y la parte superior de su cabeza.
—No seas insolente conmigo, muchacha. —Está muy gruñón, como aquella vez que pensé que él y yo habíamos llegado a un acuerdo—. Llamaré a los de seguridad y arreglaré lo del código.
Baja a toda prisa por la escalera.
—¿No está Cathy? —pregunto a su espalda.
—No —confirma, y se dirige al sistema telefónico del ático, pero su móvil empieza a sonar antes de que llegue al fijo—. ¿Diga? —gruñe desviándose hacia la cocina—. Ya estamos aquí. Cathy ya se ha marchado, pero me quedaré hasta que llegues. —Su voz se va apagando conforme aumenta la distancia entre nosotros, y sé que está hablando con Jesse—. Una puerta azul que necesita una capa de pintura —dice John susurrando a propósito, aunque todavía lo oigo perfectamente. Ésa es la desventaja de tener una voz tan grave y atronadora. Puede que dé miedo, pero es incapaz de susurrar—. En Lansdowne Crescent. No estoy seguro. Sólo eché un vistazo, pero si no es ella es que tiene una doble.
Avanzo inconscientemente hacia John. He oído eso perfectamente, así que en realidad no necesito acercarme más para asegurarme de que mis oídos no me engañan. No obstante, su intento de evitar que lo oiga, sumado a la mención de la dirección de Ruth Quinn y al hecho de que es evidente que John la ha reconocido de algo, me obliga a querer verle la cara para evaluar su expresión. Sé que no va a ser alegre, y menos si está hablando con Jesse, lo que significa que él también conoce a Ruth. La sangre se me va enfriando a cada paso que doy hacia los graves susurros del grandullón.
—¿No hay nadie allí? —John se pasea de un lado a otro de la cocina—. Ruth Quinn. Ya te lo he dicho. Sé que mis ojos ya no son lo que eran, pero pondría la mano en el fuego. Tienes que llamar a la policía, no ir en su busca, cabrón desquiciado.
Se me hielan la sangre y el cuerpo al ver que John se vuelve lentamente y advierte mi presencia. Por muy negro que sea, sé perfectamente que acaba de quedarse lívido.
—¿Quién es ella? —le pregunto.
Su enorme pecho se expande y levanta la mano para quitarse las gafas. Ojalá se las hubiera dejado puestas, porque la extraña visión de sus ojos confirma mis temores. Está preocupado, y eso no le pega al grandullón.
—Jesse, tienes que venir aquí ahora mismo. Deja que la policía se encargue.
John separa el teléfono de la oreja y oigo cómo mi marido chilla, enfadado. No entiendo lo que dice, pero sus gritos de frustración valen más que mil palabras. Mencionarle la intervención de la policía tampoco ha sido buena idea.
—¿Quién es ella? —repito con los dientes apretados mientras mi respiración empieza a acelerarse. Estoy ansiosa y asustada, aunque aún no sé por qué.
John suspira derrotado pero sigue sin contestarme. En lugar de hacerlo decide darme la espalda.
—Es demasiado tarde. Está aquí delante. Será mejor que vengas a casa.
Jesse grita de nuevo y me parece oír también unos golpes, como los de un puño llamando a una puerta, una puerta azul desportillada. Empiezo a perder la paciencia. Mi falta de conocimientos sobre algo de lo que, intuyo, debería estar al tanto está haciendo que se me vuelva a calentar la sangre.
Entonces John me pasa el teléfono y yo me apresuro a quitárselo de las manos.
—¿Quién es ella? —pregunto con voz clara y calmada, pero como no obtenga una respuesta no tardaré en montar en cólera. Y sé de antemano que la tensión se me va a poner por las nubes.
Él respira agitadamente al otro lado de la línea y oigo sus pisadas fuertes y decididas contra el suelo.
—No estoy seguro.
—¿Qué quieres decir? —empiezo a gritar. No me ha contestado, no de una manera satisfactoria. Sé que sabe quién es Ruth Quinn.
—Voy para casa. Hablamos allí.
—¡No! ¡Respóndeme!
—Ava, no quería decirte nada hasta estar seguro de que es ella —dice, y el chirriante derrape de las ruedas hace que me encoja. Es posible que así fuera, pero la incapacidad para susurrar de John le ha fastidiado el plan—. Te lo explicaré cuando pueda asegurarme de que estás sentada.
—Esto no me va a gustar, ¿verdad? —No sé ni para qué pregunto. Quiere que esté sentada, y eso es mala señal. De hecho, todo son malas señales. Incluso la expresión de preocupación del grandullón.
—Nena, por favor, necesito verte.
—No has respondido a mi pregunta —le recuerdo mientras me siento en uno de los taburetes—. ¿Qué otra cosa puedes tener que decirme, Jesse?
—No tardaré.
—¿Voy a querer huir?
—No tardaré —repite, y cuelga, dejándome con el teléfono de John pegado a la mejilla y el estómago revuelto. Tengo ganas de salir corriendo ya. La incertidumbre, combinada con un miedo increíble, me insta a huir, pero no de él, porque la sola idea de separarme de Jesse me parte en mil pedazos. Sin embargo, en el fondo de mi ser algo me dice que debería protegerme de lo que está a punto de causar un gran impacto en mi vida. En nuestra vida.
El teléfono del ático empieza a sonar y me hace dar un brinco. John sale de la cocina con sus fuertes pisadas y con las gafas puestas de nuevo. No voy a malgastar saliva intentando extraerle información, aunque sé que él tiene la que necesito.
Vuelve a la cocina con una expresión demasiado tensa para ser un hombre tan amenazador. Ahora sí que estoy preocupada de verdad.
—Tengo que ir abajo. Cierra la puerta con llave cuando salga, y no contestes a menos que te llame para decirte que soy yo. ¿Dónde tienes el móvil?
—¿Qué está pasando? —Me pongo de pie y empiezo a temblar.
—¿Dónde tienes el móvil? —insiste, y recupera el suyo de mi mano temblorosa.
—En el bolso. John, háblame.
Me coge el bolso, vierte su contenido sobre la encimera y en seguida encuentra mi teléfono. Lo coloca sobre la isla, me levanta del suelo y me sienta en el taburete.
—Ava, éste no es momento de discutir. El conserje sospecha de alguien y tengo que bajar a comprobar de quién se trata. Probablemente no sea nada.
No lo creo. Nada me indica que debería hacerlo: ni el tono de su voz, ni su lenguaje corporal. Todo sugiere que debería estar aterrada, y estoy empezando a estarlo.
—De acuerdo —digo a regañadientes.
Asiente, me da un afectuoso apretón en el brazo y saca su enorme corpachón de la cocina. Oigo que la puerta se cierra y me quedo quieta, temblando y dándole vueltas a la cabeza frenéticamente. No consigo tranquilizarme. Sólo quiero que llegue Jesse. Me da igual lo que tenga que decirme, no me importa. Agarro el teléfono con fuerza y subo corriendo la escalera hacia el dormitorio para coger la llave del despacho de Jesse del cajón de la ropa interior. Después vuelvo abajo y me apresuro a abrir la puerta. Sé que me sentiré mejor cuando me siente en la enorme silla del despacho, como si en cierto modo él me estuviera envolviendo con sus brazos.
Atravieso la puerta a toda velocidad, enloquecida y sin aliento, y me encuentro con una mujer de pie en el centro de la habitación, mirando mi pared.
Es Ruth Quinn.
Me tiemblan las piernas y me tambaleo hacia adelante; el corazón se me detiene. No obstante, mi dramática aparición y mi grito ahogado de sorpresa no parecen inmutarla. Continúa con la mirada abstraída, y ni siquiera me mira. Está como hechizada, y de no ser por las recientes palabras y las reacciones de Jesse y de John respecto a esa mujer, pensaría que no sólo está colada por mí, sino que está obsesionada de un modo enfermizo.
Mi cerebro tarda mucho tiempo en asimilar que debería salir corriendo, pero cuando empiezo a retroceder lentamente, ella me mira. Parece consumida, no la mujer alegre y fresca de ojos brillantes a la que estoy acostumbrada. Han pasado sólo unas horas desde que me reuní con ella, pero es como si hubiesen pasado años.
—No te molestes —dice en un tono frío y cargado de odio. Entonces descarto todos mis pensamientos acerca de que esa mujer pudiese estar colada por mí. Ahora sé, sin ninguna duda, que lo más probable es que me deteste—. El ascensor no funcionará, y Casey te detendrá en la escalera.
Por muy perpleja que esté, entiendo esas palabras perfectamente. Y entonces recuerdo a Casey vestido con el traje… y la grabación de las cámaras de seguridad del bar de la noche en que me drogaron. Incluso consigo formularme la lógica pregunta de cómo coño ha conseguido entrar en el ático y, especialmente, en el despacho de Jesse.
Me muestra un puñado de llaves.
—Él me lo puso demasiado fácil. —Las tira sobre la mesa de Jesse y mis ojos las siguen hasta que caen y dejan de moverse. No las reconozco, pero no soy tan idiota como para preguntarme para qué son—. La estupidez de tu marido y la desesperada necesidad de mi amante por complacerme me han hecho esto casi aburrido. —Se vuelve de nuevo hacia la pared. La pared de Ava—. Creo que está un poquito obsesionado contigo.
Me quedo en el sitio, barajando mis opciones. No tengo ninguna. No hay escapatoria, y nadie vendrá a rescatarme. Con el nuevo conserje haciendo guardia, estoy del todo indefensa.
Se acerca a la pared y toca con la punta del dedo una parte escrita por Jesse.
—¿«Mi corazón empezó a latir de nuevo»? —Se echa a reír. Es una risa fría y siniestra que no hace sino aumentar mi ya intensa ansiedad—. Jesse Ward, el detestable capullo que usaba a las mujeres como objetos está enamorado, casado, y ahora espera mellizos. Qué ideal.
Sé que dice esto último con sarcasmo. Se trata de otra antigua amante despechada, pero ésta a un nivel completamente diferente. Lo odia. Y, por extensión, a mí también. Esas palabras, junto con la manera en que acaba de volverse para mirar mi vientre, me indican que también odia a las criaturas que llevo en mi seno. Mi miedo acaba de alcanzar niveles desorbitados, y no me cabe ninguna duda de que tanto yo como mis hijos corremos un grave peligro.
Veo que ella se mueve, pero no me doy cuenta de que yo también lo hago. Aunque no lo suficientemente de prisa, porque la tengo delante de mí en cuestión de segundos, y ahora me acaricia la barriga con aire pensativo.
Después retira la mano y me propina un puñetazo. Grito y mi cuerpo se dobla para protegerse. Me cubro el vientre con los brazos en un intento de resguardar a mis pequeños. Ella también está gritando, y me saca de los pelos del despacho de Jesse al inmenso espacio diáfano del ático.
—¡Deberías haberlo dejado! —chilla tirándome al suelo y pegándome patadas.
El dolor se apodera de mi cuerpo y las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos. Si lograra superar el dolor y la sorpresa, creo que podría reunir fuerzas para hallar mi ira. Está intentando matar a nuestros hijos.
—¿Qué tiene ese cerdo inmoral que te tiene tan enganchada, zorra patética? —Me levanta de un tirón y empieza a abofetearme, pero ni todo el dolor del mundo hará que aparte los brazos de mi vientre. Nada lo hará. Ni siquiera la necesidad que siento de devolverle los golpes. Incluso llevo todavía el teléfono en la mano, aunque no voy a arriesgarme a proporcionarle acceso a mi barriga.
Mi cerebro sobrecargado intenta guiarme con urgencia, darme alguna instrucción, pero en lo único que puedo pensar es en aceptar su enajenación y en rezar para que los tres salgamos sanos y salvos de ésta. Si alguna vez he pensado que estaba en el infierno, me equivocaba. Éste es el nivel más bajo del inframundo.
Me propina un puñetazo en el antebrazo con un furioso grito frenético y mi cuerpo se dobla gritando de miedo y de dolor. No voy a salir de ésta. Estoy muy lejos de estar muerta, pero a través de mi visión borrosa, su mirada me dice que no se detendrá hasta que lo esté. Está loca. Completamente trastornada. ¿Qué coño le hizo a esta mujer?
La puerta de entrada se abre de repente y al instante desaparece de delante de mí. Me esfuerzo por volverme, agarrándome todavía el vientre y llorando de dolor. La veo desaparecer por la cocina y entonces ante mis ojos húmedos aparece Jesse. Todo su cuerpo se agita violentamente. Ha subido por la escalera, y tiene el puño visiblemente hinchado. Inspecciona mi cuerpo con ojos frenéticos. Tiene la frente empapada en sudor, y su rostro es una mezcla de puro terror y de auténtica cólera. Le lleva unos instantes recuperarse y veo que no sabe si atenderme o ir tras la loca que ha asaltado nuestra casa. No puedo hablar, pero le grito mentalmente que haga lo segundo. Un sollozo ahogado escapa de mi boca, haciéndolo temblar más todavía y correr a toda prisa hacia la cocina. Mis pies se ponen en marcha en un acto reflejo y lo sigo sin saber si hago bien o mal. Ahora todos mis temores se centran en él.
Me detengo súbitamente al ver a Jesse en medio de la estancia, y al instante ubico a Ruth al otro lado de la isleta. Formamos un triángulo perfecto. Todos respiramos agitadamente y nos lanzamos miradas, pero ella es la única que lleva un cuchillo en las manos. Dejo caer el teléfono y éste arma un estrépito al golpear el suelo, pero no consigue distraer su atención. El enorme cuchillo resplandece mientras lo gira casualmente. Apunta en mi dirección, pero la imagen de la afilada hoja de metal no sólo alimenta mi miedo, sino que también hace que mis ojos se dirijan horrorizados al abdomen de Jesse.
—Dios mío —susurro en un tono tan bajo que sé que nadie me ha oído.
Dijo que había sido en un accidente de tráfico. Eso fue lo que dijo. Busco en mi cerebro intentando recordar las palabras exactas pero no las encuentro porque no están ahí. Lo que sí que está es la silenciosa conclusión a la que yo misma llegué. Me equivoqué tremendamente al suponer aquello, aunque dudo mucho que me hubiera contado la auténtica razón, la razón que está de pie ante nosotros en estos momentos, jugando amenazadoramente con un cuchillo, y sé que está dispuesta a usarlo. Creo que jamás podría enfrentarme a nada más aterrador. Ahora los cuatro corremos peligro.
—Me alegro de verte, Jesse —espeta mientras equilibra la postura separando un poco más los pies.
Se está preparando para atacar.
—Pues yo a ti no —jadea él—. ¿Qué haces aquí?
Ella sonríe fríamente.
—Me contentaba con dejar que te revolcaras en la miseria, que consumieras tu vida intentando llenar el vacío que tú mismo creaste con tus estúpidas aventuras, pero has cometido el error de enamorarte. No puedo permitir que disfrutes de la felicidad cuando tú destruiste la mía.
—He pagado con creces mis errores, Lauren. —El nombre con el que se dirige a Ruth hace que aparte la vista de inmediato de la hoja brillante y la dirija al rostro sudoroso de Jesse. ¿Lauren?—. Me merezco esto. —Es casi un ruego, y al oírlo se me parte el alma.
Está intentando convencerse a sí mismo de que me merece, y el hecho de que esté buscando la aprobación de esa chiflada hace que me olvide por un instante del tremendo dolor de barriga y de lo mucho que me escuece la cara. La ira me corroe.
—No, no te lo mereces. Tú me arrebataste la felicidad, y yo voy a arrebatarte la tuya. —Sacude el cuchillo en mi dirección y Jesse se revuelve, nervioso. Me mira un instante con sus pesarosos ojos verdes y luego vuelve a centrarse en Ruth, o Lauren, o como se llame.
—Yo no te arrebaté la felicidad.
—¡Sí lo hiciste! —chilla ella—. ¡Te casaste conmigo y luego me abandonaste!
Dejo escapar un grito ahogado y miro a Jesse. Se está mordiendo el labio y su mirada oscila constantemente entre mi persona y… ¿su ex mujer? ¿Estuvo casado? Siento que me ahogo y mi mente empieza a dar vueltas intentando asimilar sin éxito lo que acabo de oír.
Ruth me mira y al instante cambia su expresión furiosa y empieza a sonreír.
—¿No lo sabías? Vaya, menuda sorpresa. Puede que eso explique entonces por qué insistías en seguir a su lado.
Su petulancia, unida a la desesperación de Jesse, me deja del todo paralizada.
—Nada puede separarnos —digo.
Mis palabras atraviesan el aire y le borran la sonrisa de la cara, pero también hacen que Jesse se ponga más tenso todavía. Mantengo su mirada cautelosa y ésta me dice que no debería haber dicho eso. Empiezo a sacudir la cabeza suavemente y mi labio inferior comienza a temblar. La sensación de mi palma acariciándome la barriga me resulta reconfortante, pero la expresión dibujada en el rostro de mi marido, no. Aparta los ojos de los míos, los centra en mi vientre y una oleada de desesperación recorre lentamente su semblante.
—Lo siento muchísimo —susurra—. Debería habértelo contado.
Desde luego se ha dejado la peor de las sorpresas para el final, pero no me importa. Lo digo en serio. Nada podrá separarnos.
—Da igual —le aseguro, pero veo que el derrotismo se está apoderando de él.
—Da igual —espeta Ruth, y nuestra atención vuelve a centrarse de nuevo en el cuchillo que está blandiendo la zorra psicópata que ha irrumpido en nuestras vidas—. No sabe nada, ¿verdad?
Espero que esté equivocada. Espero que Jesse asienta y le diga que lo sé todo: lo de La Mansión, lo de la bebida, y ahora lo de ella…, todo. No obstante, empieza a negar con la cabeza, lo que cuadruplica mi inseguridad.
—¿No sabe lo de nuestra hija? —La habitación comienza a dar vueltas, y Jesse hace ademán de moverse—. ¡Quieto! —chilla Ruth al tiempo que sacude el cuchillo en su dirección.
—Ava… —Necesita desesperadamente llegar hasta mí. Sé que me estoy tambaleando en el sitio mientras trato de asimilar toda esta información, y lo está matando hallarse retenido, aunque no sea físicamente. Sabe que no puede moverse porque entonces ella vendrá a por mí. ¿Tiene una hija? Mi vida está terminando aquí y ahora. Ésta es la gota que colma el vaso de todas las sorpresas de este hombre. Está intentando compensar su falta de implicación en su vida.
—Sí, nos casamos y me abandonó estando preñada —espeta ella.
—Me obligaron a casarme contigo porque estabas embarazada. No te quería, y lo sabes. Teníamos diecisiete años, Lauren. Nos acostamos una vez —dice con voz rota e insegura, como si estuviera intentando convencerse a sí mismo de que hizo lo correcto.
—¡No culpes a tus padres de tu decisión! —exclama, furibunda de nuevo, mientras agita las manos de manera incontrolada.
—Estaba tratando de enmendar mis errores. Estaba intentando hacerlos felices.
La cocina sigue dando vueltas a gran velocidad mientras trato de encajar lo que estoy oyendo. No entiendo nada, y menos ahora, en esta situación tan peligrosa. Sin embargo, a través de mi confusión y mi estado de alarma, soy consciente de la importancia de mantenerme a salvo. Tengo que salir de aquí. Empiezo a retroceder con la esperanza de que su atención y su ira sigan centradas en Jesse mientras trato de huir. Sé que su intención es acabar conmigo, no con él. Quiere castigarlo, y pretende hacerlo obligándolo a vivir sin mí. Lo tiene todo planeado, y yo también.
—¡No te muevas! —chilla, y me detengo sobre mis pasos—. Ni se te OCURRA intentar marcharte porque le clavaré este cuchillo antes de que consigas llegar a la puerta. —Esa amenaza frustra mi plan por completo. La sola idea de que le haga daño a Jesse me resulta insoportable, incluso a pesar de esa nueva revelación—. Todavía no has oído la mejor parte, así que te agradecería que te quedaras para escucharme.
—Lauren… —le advierte Jesse entre dientes.
Ella se ríe con una carcajada ladina cargada de satisfacción.
—¿Qué pasa? ¿No quieres que le cuente a tu joven esposa preñada que mataste a nuestra hija?
Jesse actúa rápidamente y nada conseguirá detenerlo, y sé que es porque estoy a punto de caerme de bruces al suelo. Mi mundo acaba de estallar en mil pedazos junto con mi mente sobrecargada, pero advierto que ella también se mueve. Veo cómo el cuchillo se acerca hacia mí a gran velocidad con absoluta determinación, y también observo que Jesse se interpone entre mi cuerpo y el filo. Consigue impedir mi caída antes de tirar a Ruth al suelo y de propinarle un puñetazo en toda la cara con un rugido furioso. Ella se ríe. La zorra psicópata simplemente se ríe, provocándolo todavía más, incitándolo con su risa histérica.
—¡Yo no maté a nuestra hija! —grita, y vuelve a golpearla. El sonido de su puño contra su expresión de regodeo me provoca escalofríos.
—¡Claro que sí! La sentenciaste a muerte en el momento en que se subió a ese coche.
—¡No fue culpa mía! —Está encima de ella, intentando controlar el movimiento frenético de sus manos.
—Carmichael jamás debería haberse llevado a nuestra hija. ¡Deberías haber sido tú quien se quedara con ella! ¡Me pasé cinco años en una celda acolchada! ¡Me he pasado veinte años deseando no haber dejado que la vieras! ¡Me dejaste sola, y después mataste lo único que me quedaba de ti! ¡Jamás permitiré que la sustituyas! ¡Nadie más tendrá una parte de ti!
Jesse ruge, le propina otro puñetazo y la deja inconsciente en el acto. Intento sentarme a duras penas mientras observo cómo su cuerpo entero se convulsiona de agotamiento y de furia. He oído y comprendido cada una de las palabras que se han lanzado el uno al otro y estoy pasmada, pero más triste que otra cosa. Cada instante de auténtica locura que he soportado desde que conocí a este hombre acaba de justificarse. Toda su sobreprotección, su preocupación excesiva, su comportamiento neurótico acaban de cobrar sentido. No cree merecer la felicidad, y ha estado protegiéndome. Pero ha estado protegiéndome de sí mismo y de su oscuro pasado. No era él quien acompañaba a Carmichael en aquel coche. Era su hija. Toda la gente a la que ha amado en esta vida ha muerto de una manera trágica, y se siente responsable de cada una de esas muertes. Se me parte el alma.
—Nada nos separará —sollozo intentando levantarme, pero no consigo pasar de las rodillas. Él creía que esto acabaría con nosotros, pero no lo hará. Me siento aliviada. De hecho, ahora por fin todo tiene sentido.
Jesse levanta el corpachón del suelo y vuelve sus verdes ojos pesarosos y atormentados hacia mí.
—Lo siento muchísimo. —Le tiembla la barbilla y empieza a avanzar en mi dirección.
—No importa —le aseguro—. Nada importa. —Extiendo los brazos hacia él, desesperada por hacer que sienta que lo acepto y que no me importa su pasado, por muy impactante y oscuro que sea. Una sensación de serenidad recorre el espacio que nos separa, como una especie de silenciosa comprensión mutua, mientras espero a que llegue junto a mí.
Comienzo a impacientarme. Está tardando demasiado, y parece avanzar más despacio a cada paso que da, hasta que se postra sobre una rodilla lanzando un grito ahogado y agarrándose el estómago con un siseo. Mis ojos confundidos buscan alguna pista en su rostro de qué es lo que sucede, pero entonces se retira la chaqueta y veo su camisa empapada de sangre, con el cuchillo clavado en su costado.
—¡NOOOOO! —grito, y me levanto inmediatamente para correr a su lado. Mis manos planean alrededor del mango del cuchillo sin saber qué hacer—. ¡Joder, Jesse! —Se deja caer de espaldas, ahogándose, palpándose con las palmas la herida alrededor del filo—. ¡Dios mío, no, no, no, no, no! ¡No, por favor!
Me postro de rodillas. Todo el dolor de mi estómago y mi rostro se desplaza y se concentra en mi pecho. Me cuesta respirar. Le coloco la cabeza sobre mi regazo y le acaricio la cara frenéticamente. Sus párpados se vuelven pesados.
—¡No cierres los ojos, Jesse! —grito, desesperada—. Cariño, no cierres los ojos. Mírame.
Se obliga a abrirlos con gran esfuerzo. Está jadeando, intentando decir algo, pero lo hago callar. Pego mis labios a su frente y empiezo a llorar, histérica.
—Ava…
—Chsss.
En un instante de racionalidad, empiezo a rebuscar en el bolsillo interior de su chaqueta y pronto encuentro su móvil. Necesito tres intentos hasta que logro marcar el número correcto de urgencias, y entonces empiezo a gritar por el teléfono. Grito la dirección y le suplico a la mujer que está al otro lado que se dé prisa. Ella intenta tranquilizarme y darme instrucciones, pero no la oigo. Cuelgo el teléfono, demasiado preocupada por el tono pálido de Jesse. Está gris, su cuerpo está completamente laxo y sus labios resecos están separados, resollando débilmente. Sin embargo, su respiración entrecortada no eclipsa el silencio sobrecogedor que nos rodea.
—¡Jesse, abre los ojos! —grito—. ¡No te atrevas a dejarme! ¡Me enfadaré mucho si me dejas!
—No puedo… —Su cuerpo da una sacudida y sus ojos se cierran.
—¡Jesse!
Los abre de nuevo e intenta levantar el brazo en vano, pero se rinde y lo deja caer de nuevo sobre el suelo. No soporto el sonido de su respiración laboriosa, de modo que cojo su teléfono y llamo a mi móvil. Angel empieza a sonar a pocos metros de distancia. Comienzo a mecerlo, incapaz de controlar el llanto. Cada vez que mi teléfono se para, vuelvo a llamar, repitiendo una y otra vez el sonido de su canción para amortiguar el de sus ásperos resuellos. Sus ojos me miran pero no me ven. Están vacíos. Busco algo en ellos, pero no hay nada.
—Inseparables —balbucea. Sus párpados empiezan a volverse pesados hasta que pierde la batalla de mantenerlos abiertos.
—Jesse, por favor. Abre los ojos. —Intento desesperadamente abrírselos—. ¡ÁBRELOS! —le grito, pero estoy rogando en vano.
Lo estoy perdiendo.
Y lo sé porque mi propio corazón está dejando de latir también.