Capítulo 18
No está en el despacho, ni tampoco ha estado en las últimas semanas. Después de atravesar la ciudad en coche con el tráfico de la tarde, me detengo frente al edificio de cristal en el que se encuentra el centro comercial de la firma para la que trabaja Matt, donde la recepcionista me dice que perdió su empleo hace algunas semanas. Recuerdo que lo mencionó, lo había usado para excusar su comportamiento de mierda, pero no le presté atención.
A pesar de su desgracia, no me conmueve ni me preocupa. Nada va a enfriar mi resentimiento y mi desprecio. Me siento en el coche y saco el móvil del bolso. Está decidido. Lo localizo.
Un tono.
—Ava.
Esperaba una voz sazonada de petulancia y autocomplacencia, por lo que cuando lo oigo hablar, abatido y forzado, me descoloca por completo. Me cuesta unos segundos articular una frase y, cuando lo hago, no es lo que tenía intención de decir.
—¿Estás bien?
Se ríe, aunque débilmente.
—¿Por qué no se lo preguntas a tu marido?
Me doy un cabezazo contra el reposacabezas del asiento y me quedo mirando el techo. Debería haberlo imaginado.
—¿Es grave?
—Bueno, sólo un par de costillas rotas y un ojo a la funerala. Nada serio. Tu marido sabe cómo hacer las cosas bien. Lo admito.
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque quiero todo lo que él tiene contigo. O lo quería. Kate parecía disfrutar contándome que ibas a casarte con él, y entonces esa carta aterrizó en mi felpudo. Me preguntaba por qué querías abortar si ibas a casarte, por lo que deduje que él no lo sabía. Me la jugué. ¿Por qué quieres abortar?
—No quiero.
—Entonces ¿por qué…?
—¡Porque estaba en shock! —grito, a la defensiva. No me estoy justificando. El silencio se apodera de la línea telefónica, y no tengo la menor intención de seguir dándole explicaciones—. Es hora de rendirse, Matt.
—No me apetece recibir otra paliza del energúmeno de tu marido. Ni siquiera tú vales todo lo que estoy sufriendo ahora mismo.
Me río de mí misma. Soy tonta por compadecerme de él.
—Ah —continúa—, no te preocupes por Elizabeth y por Joseph. Ya he recibido un pequeño adelanto de lo que me puede caer si comparto tus asuntos. ¿Puedo sugerir que cambies de dirección para que no me llegue tu mierda en el futuro?
Cuelga, y miro el móvil. No le he soltado ni la mitad de lo que tenía preparado. No he conseguido escupirle ni darle un guantazo. Me habría encantado abofetearlo. Sonrío con suficiencia, una sonrisa que se hace más amplia cuando me imagino a Jesse pateándole el culo al perdedor de Matt. No soy una persona violenta, pero si mi marido quisiera descargar su ira en alguien, yo voto por Matt. Se merece todo lo que le pasa, y no me cabe la menor duda de que no voy a volver a oír hablar de él, ni tampoco mis padres. Otra cosa más que puedo tachar de mi lista. Sarah ha tenido el detalle de disculparse; se ha ido, y eso es lo que importa. Coral ha desaparecido. Kate y Sam están juntos, y Kate y Dan son historia. He hecho las paces con mi hermano y Matt ha recibido una paliza. Eso último me hace sonreír otra vez. Sin embargo, lo que de verdad necesito hacer es encontrar a mi marido y reconciliarme con él. Tiro el móvil al asiento del acompañante y vuelvo a la ciudad.
Estoy haciendo limpieza. Me he ocupado de un montón de cosas, algunas por accidente, es cierto, pero nuestra nueva vida juntos estará libre de problemas muy pronto. Es ahora cuando decido que mañana le haré frente a la última cuestión: Mikael. Aún no he sabido nada de él, pero ¿qué me va a decir? No tiene nada, así que no tiene sentido que nos reunamos. No ha regresado de Dinamarca, o si ha vuelto no me he enterado, pero lo llamaré. Me adelantaré a él. Liquidar este asunto es el objetivo de mi misión, y estoy dispuesta a hacer lo que haga falta.
Cruzo el Puente de Londres, miro por el retrovisor y diviso un coche conocido. Es el DBS de Jesse. Entra y sale del meollo del tráfico con su habitual estilo camicace, adelantando y provocando el caos a su paso. Miro alternativamente a la carretera y por el retrovisor. Se me cierra la boca del estómago al pensar en la que me espera. Me ha estado siguiendo, lo que significa que me ha seguido hasta la oficina de Matt. Estará echando humo. No he visto a mi ex, pero iba con esa intención, y no voy a intentar convencerme a mí misma de que Jesse no sabe dónde trabajaba. Por supuesto que lo sabe. Voy de la preocupación a la ira extrema. Estoy preocupada por razones obvias pero, ahora mismo, la ira se impone. ¿Qué hace siguiéndome? Es una sorpresa, aunque a estas alturas ya no deberían sorprenderme ni los extremos a los que es capaz de llegar, ni su forma de reaccionar, ni las reacciones que provoca en mí.
Sé que es él, pero eso no hace que deje de dar un giro a la derecha, luego otro, y luego otro más, para volver al punto de partida. Como era de esperar, el DBS me pisa los talones un par de coches atrás. Lo voy a marear pero bien. Tanteo el asiento de al lado en busca del teléfono y pulso los botones.
—¿Sí? —contesta, borde y cortante. No es su tono cariñoso habitual. Estoy atónita.
—¿Te gusta conducir? —pregunto.
—¿Qué?
—¿Qué si te gusta conducir? —repito, esta vez apretando los dientes.
—Ava, ¿de qué cojones me estás hablando? Y cuando mande a John a recogerte, haz el favor de meterte en el coche.
Ignoro la última frase y miro atrás por el retrovisor sólo para comprobar que no estoy soñando. Es real.
—De que me estás siguiendo.
—¡¿Qué?! —grita con impaciencia—. Ava, no tengo tiempo para adivinanzas.
—No es una adivinanza, Jesse. ¿Por qué me estás siguiendo?
—No te estoy siguiendo, Ava.
Miro atrás de nuevo.
—Entonces es que hay cientos de Aston Martin circulando por Londres y resulta que uno de ellos me está siguiendo.
Se hace el silencio en la línea. Jesse empieza a respirar con fuerza.
—¿Estás conduciendo?
—¡Sí! —aúllo—. Estoy dando vueltas sin parar y tú me estás siguiendo. ¡Serías un detective pésimo!
—¿Mi coche te está siguiendo?
—¡Sí! —Le doy un manotazo al volante a causa de la frustración. ¿Es que cree que soy tonta?
—Ava, nena, no estoy en el coche. Estoy en el Lusso. —Ya no suena impaciente, sino preocupado, y yo empiezo a preocuparme también.
Miro otra vez por el retrovisor y veo que el DBS está sólo un coche por detrás y entra y sale de mi campo de visión.
—Pero es tu coche —digo en voz baja.
—¡Mierda! —ruge, e instintivamente me aparto el teléfono de la oreja—. ¡John!
—¿Jesse? ¿Qué ocurre?
Me entra el pánico por su reacción y se me hace un nudo en el estómago.
—Me han robado el coche.
—¿Qué te lo han robado? ¿Cómo se puede robar un Aston Martin? —exclamo. Debe de ser imposible.
—¿Dónde estás? —pregunta.
Miro frenética alrededor en busca de algo familiar.
—Estoy en el Embankment, en dirección a la ciudad.
—¡John! En el Embankment. En dirección a la ciudad. Llámala dentro de dos minutos. —Oigo las puertas de un coche que se cierran—. Escúchame, nena. Tú sigue conduciendo, ¿vale?
—De acuerdo —asiento mientras mi ira anterior se convierte en puro pánico.
—Ahora tengo que colgar.
—No quiero que cuelgues —musito—. Quédate conmigo, por favor.
—Ava, tengo que colgar. John te va a llamar en cuanto yo cuelgue. Pon el altavoz y deja el móvil en tu regazo para que puedas concentrarte en la carretera. ¿Entendido?
Trata de permanecer tranquilo pero no consigue ocultar la angustia. Tiene la voz tensa y eso me asusta.
—Ava, nena, dime que lo has entendido.
—Entendido —susurro, y distingo el rugido característico de una moto justo antes de cortarse la comunicación. Es una de las motos de Jesse.
Tengo el corazón desbocado, se me va a salir del pecho. Las manos me tiemblan al volante y las lágrimas de pánico me nublan la vista. Cuando mi teléfono empieza a sonar, toqueteo el teclado hasta que consigo responder a la llamada.
—¿John?
—Hola, muchacha. ¿Has puesto el altavoz?
—No, espera. —Lo conecto rápidamente, dejo caer el teléfono sobre mi regazo y cambio de mano el volante, sujetándolo con más fuerza para tratar de parar las sacudidas—. Ya está. Ya lo he activado.
—Bien hecho, muchacha —dice; parece muy tranquilo—. Echa un vistazo y dime a qué distancia está el DBS de Jesse.
Obedezco.
—Está a un coche de distancia.
Piensa unos instantes.
—Quiero que conduzcas tan despacio como puedas sin levantar sospechas. Justo por debajo del límite. ¿Entendido?
Inmediatamente levanto un poco el pie del acelerador.
—Listo.
—Buena chica. Ahora dime exactamente dónde estás.
Miro a mi izquierda.
—Estoy cerca de Millennium Bridge.
—Vale. —Está pensando—. Ahora céntrate en la carretera.
—De acuerdo. ¿Por qué estás tan tranquilo? —digo, aunque no es una queja, puesto que se me está pegando. Un aire de serenidad viaja a través de la línea y me tranquiliza, lo cual es absurdo, considerando su procedencia: un gigante negro que siempre lleva gafas de sol y que inspira terror.
—Con un loco hijoputa ya tenemos bastante, ¿no crees?
Sonrío con dificultad, a pesar de que estoy muy asustada.
—Sí —coincido con él.
—Ahora cuéntame qué tal has pasado el día —me pregunta como si ésta fuera la conversación más normal del mundo.
—Bien, muy bien —digo.
Por supuesto, no es verdad, pero ¿qué clase de pregunta es ésa, en medio de una persecución en coche? ¿Qué es lo siguiente? ¿Un psicópata blandiendo una hacha? Santo Dios, desde que conocí a ese hombre me he metido en toda clase de aprietos, pero esto ya es de película de terror. ¿Quién coño me está persiguiendo?
—Será un padre extraordinario, Ava.
Las palabras que John pronuncia en voz baja se filtran a través de la línea de teléfono y parecen quedarse suspendidas en el aire a mi alrededor. Reacciono de inmediato.
—Lo sé.
No veo a John, pero si lo tuviera delante sé que enseñaría su diente de oro.
—¿Así que vais a dejar de marear la perdiz y superar esta mierda? —Habla como un padre. Cada día quiero más a esa bestia parda de hombre.
—Sí —confirmo—. ¡Ah!
De repente salgo despedida hacia adelante en mi asiento y el cinturón de seguridad se bloquea. Me oprime la clavícula y la piel me escuece bajo el vestido.
—¿Ava? —La voz de John suena lejana y amortiguada, y no sé por qué—. ¡Ava! ¡Muchacha!
—¿John? —Tanteo mi regazo, pero no hay nada—. ¡John!
¡Pum!
Otra vez salgo despedida hacia adelante y mis brazos se agarran instintivamente al volante lanzando una señal de dolor hacia mis hombros.
—¡Mierda!
Miro por el retrovisor y me quedo helada al ver el DBS a unos pocos metros por detrás de mí.
—¡¿John?! —chillo—. John, ¿puedes oírme?
Mis ojos van constantemente de la carretera al espejo, adelante y atrás, y cada vez que vuelven al retrovisor, el coche de Jesse está más cerca. Intento pisar el acelerador pero mi cuerpo no responde, excepto mis ojos, que observan con horror cómo el Aston Martin se aproxima.
¡Pum!
—¡No! —grito mientras doy un volantazo y trato de recuperar el control del Mini.
No lo consigo. Un millón de órdenes inundan mi cerebro pero no logro articular un pensamiento cognitivo que me ayude con el siguiente movimiento. Enderezo el coche justo antes de la siguiente embestida. Ahora estoy llorando. Mis emociones se disparan, diciéndome que debería estar llorando, que debería estar asustada. Y lo estoy. Horrorizada.
¡Catapum!
Esta vez pierdo por completo el control. Grito mientras el volante empieza a girar a toda velocidad y de pronto me veo circulando en dirección contraria. Recibo otra embestida y cambio de sentido. Forcejeo frenéticamente con el volante pero parece tener vida propia y, presa del pánico, tiro del freno de mano. No estoy segura de lo que ocurre a continuación, pero me siento sacudida adelante y atrás, estoy mareada, imágenes borrosas dan vueltas por las ventanillas. Edificios, personas y coches giran a mi alrededor hasta que finalmente un gran estruendo resuena en mis oídos, mi cuerpo se sacude con violencia y mis ojos se cierran. No sé dónde estoy. Pero todavía estoy. Ya no me muevo.
Flexiono el cuello con un quejido y abro los ojos para mirar por la ventanilla. Los coches se han detenido. Todos. Nada. La gente sale de sus vehículos y viene hacia mí. Arrastro los pies y muevo los brazos. Noto en seguida que tengo sensibilidad en ellos. Me desabrocho el cinturón y bajo del Mini. La gente viene hacia mí pero yo me alejo en dirección al DBS, estacionado a unos metros de distancia, con el motor ronroneando.
Debería estar corriendo en dirección contraria, pero no. Corro hacia él. La necesidad de saber quién ha hecho esto anula mi temor. ¿Me drogan, me amenazan y ahora esto? ¿En qué planeta vive esa persona? La acumulación de incidentes me está matando.
Estoy a pocos metros cuando el motor cobra vida de nuevo, como una especie de advertencia que pone los pelos de punta. Eso no me detiene, aunque aminoro la marcha al oír el sonido cada vez más fuerte de una potente máquina. Freno en seco al ver el DBS derrapar a la fuga con el Range Rover de John pisándole los talones. Esto no me está pasando a mí. Quiero pellizcarme, abofetearme, o como mínimo despertarme. Me vuelvo cuando parece que una de las motos de Jesse se aproxima a gran velocidad. Frena derrapando, deja a un lado la motocicleta y corre hacia mí. No lleva chaqueta ni casco, sólo unos vaqueros raídos y una camiseta lisa, lo primero que ha encontrado en el vestidor antes de venir a por mí. No puedo moverme. Todo cuanto puedo hacer es esperar a que venga a buscarme, cosa que no tarda en suceder. Me acaricia el rostro aturdido. Miro con los ojos en blanco su mirada verde anegada en puro terror.
—¿Ava? Por Dios, nena.
Me atrae contra su pecho sujetando con una mano la parte posterior de mi cabeza y agarrando con la otra mi cintura para que no me caiga. Yo también quiero abrazarlo, necesito abrazarlo, pero mi cuerpo no obedece. En ese momento suena el teléfono de Jesse, que me suelta la cabeza para sacarlo del bolsillo.
—¿John?
Enterrada bajo la barbilla de Jesse, alcanzo a oír la voz cabreada del grandullón, que le pregunta por qué coño tiene que tener un coche tan rápido.
—¿Dónde estás? —pregunta Jesse besándome en la coronilla.
Ahora ya no puedo oírlo. Lo único que oigo son sirenas por todas partes. Me despego de su pecho y veo un montón de coches de policía y dos ambulancias. ¿Han venido a por mí? Entonces veo la carrocería hecha puré de un coche siniestrado. No es mío. Tampoco lo es el que se ha estampado contra una farola. Busco entre el caos de gente y localizo mi Mini, aplastado contra la mediana. Me estremezco.
—John, no pares hasta encontrar al conductor de mi coche. —Jesse cuelga y se guarda el móvil en el bolsillo. Luego me agarra la barbilla—. Nena, mírame.
Lo miro. No sé qué decir.
—¿Dónde está tu casco?
Toma aliento y me envuelve las mejillas con las manos.
—Joder. —Me besa en los labios con fuerza—. ¿Por qué te empeñas en llevarme la contraria? —Me besa la nariz, la boca, las mejillas—. Envié a John a por ti, ¿por qué no dejaste que te llevara al trabajo?
—Porque quería descuartizar a Matt.
—Estaba muy enfadado, Ava.
—Nunca lo habría hecho. No habría matado a nuestro bebé. —Sé que necesito decírselo, al menos eso.
—Chsss… —Sigue besándome por toda la cara y mis brazos finalmente se levantan para aferrarse a él. No quiero dejarlo ir jamás.
—Perdone, señor. —La voz de un desconocido nos llama la atención; es un policía—. ¿Se encuentra bien la señorita?
Jesse me mira y comienza a realizarme un examen visual.
—No lo sé. ¿Estás bien?
—Estoy bien —digo sonriendo torpemente—. ¿Cómo están los otros conductores? —Miro los demás coches siniestrados.
—Algunos cortes y magulladuras, nada más —responde el policía—. Han tenido mucha suerte. Debería atenderla. Luego, si es tan amable, tendrá que responder a unas preguntas —sonríe con gentileza señalando en dirección a una ambulancia.
Estoy sensible y un poco preocupada.
—Estoy bien, de veras.
Jesse refunfuña y me lanza una mirada fiera.
—Voy a coger ese «bien» en la palma de mi mano y te voy a dar una azotaina con él.
—Estoy bien.
Mi coche no lo está. Está hecho una pena. Ahora entiendo por qué mamá insiste en que no nos despidamos nunca en malos términos. No pienso volver a dejar a Jesse estando enfadados. Nunca.
Él suspira hondo y echa la cabeza atrás.
—Ava, no te pongas difícil ahora. No tengo ningún problema en atarte a la ambulancia para que confirmen que estás bien. —Levanta la cabeza—. ¿Vas a ir por las buenas o por las malas?
—Ya voy —respondo en voz baja. Haré todo lo que diga. Me separo de él—. Mi bolso.
—Yo lo cojo.
Corre a buscarlo.
—¡Mi móvil está en el suelo! —le grito, pero sólo agita el brazo por encima de la cabeza para confirmar que me ha oído.
Está de vuelta en cuestión de segundos y el policía nos conduce a la ambulancia abriéndose paso a través de la multitud de curiosos.
Un auxiliar me tiende la mano para que suba a la parte de atrás pero no me dan oportunidad de cogerla. Jesse me levanta del suelo y me deposita en el interior del vehículo blanco.
—Gracias —le sonrío. Luego miro al policía, que se saca un bolígrafo y un cuaderno de notas del bolsillo.
—Señor, ¿le importa responder a unas preguntas mientras atienden a la señorita?
—Me importa. Tendrá que esperar.
—Señor, me gustaría hacerle algunas preguntas —insiste el agente en un tono no tan amable.
Jesse le hace frente con todo el cuerpo, en una postura que raya en la amenaza. Está pasando por encima de un policía.
—Mi esposa y mi bebé van en esa ambulancia, y si quiere impedir que me vaya con ellos tendrá que pasar por encima de mi cadáver. —Da un paso atrás con las manos arriba—. Así que dispáreme.
El agente me mira y me sonríe a modo de disculpa. Lo último que necesito es que arresten a Jesse. No sé si es porque se deja llevar por la emoción pero el poli asiente y le hace un gesto a mi marido para que me siga. Mi señor avasallador lo mira amenazante hasta que se vuelve hacia mí. Está a la altura de mi vientre pero tiene la cabeza gacha y me mira las piernas.
Se acerca y hace descender el dedo por mi pantorrilla.
—Nena, estás herida.
Miro hacia abajo.
—¿Dónde? —digo.
No siento nada. Me levanto el vestido pero no veo ningún corte. Lo subo un poco más. Hay sangre pero ni rastro de heridas. Miro a Jesse, confusa, pero se queda helado al verme buscar el origen de la sangre. Me mira a los ojos. Están alertas y muestran su preocupación. No me gusta. Empiezo a negar con la cabeza, él se aproxima y levanta mi vestido todo lo posible.
Ni rastro de heridas.
La sangre proviene de mis bragas.
—¡No! —grito cuando la realidad me golpea como un rayo.
—Dios mío. —Me arregla la falda del vestido, me coge en brazos y sube a la ambulancia—. Por favor, no.
—¿Señor?
—Al hospital. ¡De prisa!
Me colocan con cuidado en una camilla y me sobresalto al oír el batir de puertas. Me escondo en su pecho, agarrada a su camiseta.
—Lo siento —digo.
—Calla, Ava. —Me coge del pelo y tira. Sus ojos son una nube verde—. Por favor, calla. —Desliza el pulgar por debajo de mi ojo y recoge algunas lágrimas—. Te quiero.
Éste es mi castigo. Es mi penitencia por tener unos pensamientos tan tóxicos. Yo me lo merezco, pero Jesse no. Él merece la felicidad que sé que este bebé le habría traído. Es una extensión de mí. He destruido su sueño. Debería haber visto las cosas claras antes. Debería haber actualizado mi dirección cuando fui a la consulta del médico. Debería haber dejado que John me llevara al trabajo. No debería haber ido a la oficina de Matt. Hay tantas cosas que debería haber hecho que podrían haber cambiado el rumbo que han tomado los acontecimientos…
La vergüenza me corroe y lo hará durante el resto de mi vida. No han sucedido tal como yo lo había planeado, estúpida de mí, pero el resultado final es el mismo. He matado a nuestro bebé.