Capítulo 2
Kate y Tessa nos están esperando a las puertas del salón de verano. La organizadora de mi boda parece satisfecha, y Kate, algo achispada. Procuro respirar con normalidad, aunque noto que mi padre se va poniendo tenso a mi lado. Lo miro pero él sigue mirando hacia adelante con decisión.
—¿Lista? —me pregunta Kate agachándose para arreglarme el vestido—. No me puedo creer que no lleves velo.
—Ah, no —interviene Tessa—. Ese vestido no necesita velo.
Me atusa el pelo y me quita un poco de colorete con la mano.
—Quiere verme la cara —explico con calma mientras cierro los ojos con fuerza.
De repente me doy cuenta de que estoy a punto de hacer algo tremendo y la idea me supera. Ha llegado el momento. Empiezo a hiperventilar y me echo a temblar. Sólo hace dos meses, más o menos, que conozco a ese hombre que ahora me espera en el altar. ¿Cómo ha ocurrido?
Las puertas del salón de verano se abren e inmediatamente suena la música, pero no es hasta que oigo a Etta James cantando At Last que caigo en la cuenta de que ni siquiera he elegido la música para mi boda. No he hecho nada de nada. No tengo ni idea de qué va a pasar ni cuándo. Miro al suelo y los ojos se me llenan de lágrimas, y sé lo que voy a ver cuando alce la vista.
Mi padre me da un leve codazo, lo observo y su mirada dulce me reconforta. Ladea la cabeza y sonríe y, despacio y apretando los dientes, miro a donde me indica. Rayos, he triunfado. Sé que todos se han vuelto para mirarme, pero yo no aparto la vista del hombre de ojos verdes que está junto al altar. Se ha vuelto hacia mí, lleva un traje gris plateado y se coge las manos, relajado. Entreabre los labios y sacude ligeramente la cabeza sin quitarme los ojos de encima. Papá me propina entonces otro codazo y dejo escapar la respiración que estaba conteniendo. Luego veo a Kate, que camina delante de nosotros, pero no consigo que mis piernas me obedezcan. No parece que mis músculos reciban las órdenes que les dicta mi cerebro. Despierto de mi trance y me obligo a despegar los pies del suelo y a caminar, pero sólo consigo dar dos pasos antes de que él eche a andar hacia mí. Mi madre deja escapar una exclamación de sorpresa, seguro que molesta porque Jesse no respeta las tradiciones. Yo me detengo y freno el avance de mi padre para esperarlo. Está muy serio y, cuando llega junto a mí, la piel me quema ante su ardiente mirada, que recorre cada centímetro de mi rostro antes de posarse en mis labios. Levanta el brazo muy despacio, me coge la mejilla y la acaricia con el pulgar. Hundo la cara en su mano; no puedo evitarlo. Toda la ansiedad desaparece al instante con su tacto, los latidos de mi corazón se normalizan y mi cuerpo comienza a relajarse de nuevo.
Se inclina y acerca la boca a mi oído.
—Dame la mano —susurra.
Se la ofrezco. Él levanta la cabeza, me coge la mano y se lleva el dorso a los labios. Luego cierra sobre mi muñeca una manilla de unas esposas.
Le dirijo una mirada de sorpresa y veo que una sonrisa flota en las comisuras de su preciosa boca pero no me mira. Mantiene la cabeza gacha y, en un abrir y cerrar de ojos, se coloca la otra manilla en la muñeca. ¿Qué demonios está haciendo? Miro a mi padre, que se limita a negar con la cabeza, y a continuación miro a mi madre, que se ha llevado las manos a la boca de la desesperación. Mi padre me suelta y se une a mi madre, que lo recibe con un suspiro lacerante en cuanto llega a su lado. Observo a los invitados, todos los que conocen a Jesse están sonriendo y, los que no, están boquiabiertos y tienen unos ojos como platos. Kate y Sam se ríen. John está enseñando el diente de oro. Luego veo a mi hermano, que no parece impresionado.
Yo estoy atónita, aunque en realidad no sé por qué: siempre hace lo que le da la gana. Pero ¿tenía que comportarse de ese modo el día de nuestra boda, delante de mi familia? A mi madre le va a salir una hernia. Por ahora, nada ha sido tradicional, nada refleja la boda de ensueño que tenía planeada para mí desde que yo era una cría.
Recobro la compostura y lo miro a los ojos.
—¿Qué haces? —pregunto con calma.
Me besa en los labios, en la mejilla y en la oreja.
—Me pones mucho.
Trago saliva y me pongo colorada como un tomate.
—Jesse, la gente está esperando.
—Pues que esperen. —Su boca vuelve a la mía—. Tu vestido me gusta mucho, mucho, mucho.
Claro que le gusta: es todo de encaje. Miro a mi madre, que a su vez le pide disculpas al juez con la mirada, y se me dibuja una pequeña sonrisa en la cara. Llevo la mano a los rizos rubio ceniza de Jesse y le tiro del pelo. Ya debería estar acostumbrada a sus cosas.
—Señor Ward, es a mí a quien está haciendo esperar.
Sonríe contra mi oído.
—¿Estás lista para amarme, respetarme y obedecerme?
—Sí. Cásate conmigo de una vez.
Se aparta y me hace pedazos con su sonrisa, la que está reservada sólo para mí.
—Vamos a casarnos, mi hermosa jovencita.
Entrelaza los dedos de su mano esposada con los de la mía y me conduce hacia el altar.
—Aquí tienes —dice mientras me pasa una copa de champán—. Bébasela despacio, señora Ward. —Es evidente que no le entusiasma dejarme beber alcohol.
Cojo la copa con la mano que tengo libre antes de que cambie de opinión. Últimamente está siendo imposible con lo de no dejarme beber, pero sé por qué.
—¿Me quitas ya las esposas? —pregunto.
—No —se apresura a responder él—. No vas a separarte de mi lado en todo el día.
Con un gesto le pide a Mario una botella de agua y de repente pienso que nunca podré compartir un trago con Jesse, ni siquiera el día de nuestra boda.
Echo un vistazo al bar. Todo el mundo está charlando, comiendo canapés y bebiendo champán. El ambiente es tranquilo y relajado, y yo me siento igual. Después de que Jesse se pasara por el arco del triunfo todas las tradiciones posibles, leímos nuestros votos antes de que siguiera pasándose otras cosas por el forro. Luego me besó apasionadamente antes de que el juez se lo dijera, me cogió en brazos y me sacó del salón de verano. Mi pobre madre se quedó a cuadros, gritándole que esperara a que sonara la música. Como si oyera llover. Me depositó en mi taburete en el bar y me cubrió de besos mientras los invitados nos seguían tímidamente.
Dan cruza la sala. Ha estado muy callado y sólo tiene ojos para Kate, lo que significa que también ha visto a Sam. Sabía que iba a pasar; sabía que, si se veían, las cosas se iban a complicar, y que con Sam en la ecuación ya no pueden complicarse más.
—¿En qué piensas?
Vuelvo a centrarme en Jesse y sonrío.
—En nada.
Me acapara por completo y me da un masaje en la nuca con la palma de la mano.
—¿Eres feliz?
—Sí —respondo con rapidez. Estoy en una nube, y él lo sabe.
—Estupendo. Entonces, mi trabajo aquí ha terminado. Bésame, mujer —me ordena ofreciéndome la boca.
—Has hecho enfadar a mi madre —lo acuso medio en broma.
—Se le pasará. He dicho que me beses.
—No lo creo. Le has arruinado su gran día —replico sonriendo de oreja a oreja.
—No me obligues a pedírtelo otra vez, Ava —me advierte.
Tiro de él y le doy exactamente lo que quiere.
—¡Ya basta!
La voz aguda de mi madre me perfora los tímpanos.
—¡Quítale las esposas a mi hija!
Empieza a tocar nerviosamente mi muñeca.
—¡Jesse Ward, le agotas la paciencia a un santo! ¿Dónde está la llave?
Jesse se separa de mí y mira mal a mi madre.
—Tu marido es un peligro.
—Lo quiero —afirmo, y ella reprime una sonrisa afectuosa en sus labios rojo cereza, desesperada por mantener la cara de pocos amigos.
Sé que a ella también le gusta. Sé que lo quiere tanto como a mí y, a pesar de que la saca de quicio, también la tiene encandilada. Jesse tiene el mismo efecto en todas las mujeres. Es mi madre, pero eso no la hace inmune a sus encantos.
—Ya lo sé, cariño. —Me pellizca la mejilla y busca a Mario con la mirada para pedirle uno de sus «sublimes».
—¡Bien! —Tessa se acerca a nosotros y me quita la copa de las manos—. El fotógrafo está listo. He pensado que lo mejor será hacer primero las fotos de familia y luego os dejaremos solos para hacer algunas vuestras. Vais a tener que quitaros las esposas.
Miro mi copa sobre la barra antes de que Tessa trate de quitarle la botella de agua a Jesse, que la aparta en el momento justo.
—Ya te he dicho que no vamos a salir en las fotos —dice él.
—¿Ah, no? —pregunto, sorprendida. ¿También va a pisotear esa tradición?
—Tenéis que salir en las fotos, de lo contrario, ¿qué recuerdos vais a tener? —replica ella, horrorizada. Apuesto a que desearía no habernos aceptado nunca como clientes. O no haber aceptado a Jesse, ya que yo no he tenido nada que ver con este día.
—Tessa, haz las fotos de familia fuera —ordena Jesse con ese tono de voz—. Yo no necesito fotos para tener recuerdos.
Lo miro horrorizada.
—¿No vamos a salir en las fotos de familia? —Ay, Dios mío, a mi madre le va a dar algo.
—No —responde con determinación.
—¡No puedes negarle una foto con su hija!
Jesse no contesta, sino que se limita a encogerse de hombros. Pongo los ojos en blanco.
—Lo estás haciendo a propósito —refunfuño—. Vamos a hacernos fotos.
—De eso, nada —responde.
Lanzo una mirada asesina a los ojos decididos de mi delicioso marido. No va a pasar por encima de esto.
—Vamos a hacernos fotos —insisto—. También es mi boda, Ward.
Abre la boca para beber y la botella se detiene a mitad de camino.
—Pero quiero un rato a solas los dos.
—Vamos a hacernos fotos —digo, autoritaria. Presiento que va a tener una pataleta, aunque no pienso dejar que se salga con la suya.
Se pone de morros pero no me discute, sino que le indica a Tessa que reúna a los invitados y los lleve al terreno que hay en la parte de atrás de La Mansión. Observo entonces cómo la mujer comienza a dar órdenes como un general, gritándoles a todos que salgan del bar y se dirijan a los jardines.
—Así sea —gruñe levantándome del taburete y dejándome en el suelo.
Me doy una palmadita mental en el hombro. Va aprendiendo, o puede que sea yo la que va aprendiendo… a lidiar con él. No estoy segura, aunque estamos haciendo grandes progresos. Sabe cuándo debe ceder, igual que yo.
Me lleva hacia la luz del sol para reunirnos con nuestros invitados. Tessa está situando a la gente en distintas posiciones, pero mi madre va recolocándolos detrás de ella. Veo a Sam comiéndose a besos a Kate y al instante busco a Dan. Me encuentro justo con lo que esperaba: una mirada asesina. ¿Acaso Kate lo está haciendo a propósito?
Miro a Jesse.
—Por favor, haz lo que te digan. —Cuanto más se resista, más tardaremos en terminar, y más se estresará mi madre.
—Si me prometes que después pasaremos un rato a solas.
—Te lo prometo —digo con una carcajada.
—Vale. Odio compartirte —refunfuña, y sonrío. Ya sé que lo odia.
Jesse se pasa una hora cooperando al cien por cien. Se mueve cuando se le ordena, sonríe cuando se le dice, e incluso me quita las esposas sin rechistar para que me hagan algunas fotos a mí sola. Con el último disparo de la cámara, me coge en brazos y me lleva de vuelta a La Mansión.
No tardamos en estar a solas en una de las suites, esa en la que me acorraló e intentó seducirme, la misma en la que me he vestido para nuestra boda. La puerta se cierra detrás de nosotros y Jesse me lleva hasta la grandiosa cama de satén. Se tumba encima de mí, y ahora tengo un par de lujuriosos estanques verdes observándome.
—Un rato a solas —susurra dándome un beso en los labios antes de hundir la cara en mi cuello.
—¿Te apetece que nos acurruquemos? —pregunto, un poco sorprendida.
—Sí. —Me huele el pelo—. Quiero retozar con mi esposa. ¿Me vas a decir que no?
—No.
—Estupendo. Nuestro matrimonio no podría empezar mejor —dice muy en serio.
Así que lo dejo acurrucarse. Asimilo su peso, su olor y el latido de su corazón contra mi pecho. Me gusta el rato a solas, pero cuando miro el techo mi mente vaga por los pensamientos a los que llevo semanas dando vueltas, esos que he intentado evitar a toda costa. Es imposible. Este momento perfecto, el amor que sentimos el uno por el otro, están empañados por la realidad de los desafíos a los que tendremos que enfrentarnos.
No he tenido noticias de Mikael, imagino que todavía está en Dinamarca. Por ahora, me he librado de ese desafío, aunque volverá pronto, y estoy convencida de que se empeñará en que nos reunamos. Coral tampoco ha dado señales de vida, y a Sarah le dieron la patada en cuanto admitió haber hecho todo lo que yo ya sabía que había hecho. Quise saber más y pregunté, pero me contuve tan pronto recibí una mirada que me decía que lo dejara estar. Jesse no estaba contento, pero yo sí. Ahora está fuera de nuestras vidas, y con eso me basta. Tampoco he sabido nada de Matt, así que parece que por fin lo ha entendido, aunque sigo sintiendo curiosidad por saber cómo se enteró de lo del problema de Jesse con la bebida. Luego está lo del bebé. No quiero ni pensarlo, y sé que estoy usando la táctica del avestruz: he metido la cabeza bajo tierra, lo más profundamente posible.
Jesse no ha vuelto a sacar el tema, pero sé que desea que esté embarazada. También sé que ha sido un tramposo y lo ha hecho a la chita callando. He empezado a entender a mi hombre imposible, neurótico y controlador, con todos sus problemas con la bebida y su manía de controlarme, pero esa parte de él no la entenderé nunca. O puede que sí. Le encantaría tenerme atada a él y cree que un bebé lo conseguirá. Lo usaría como la excusa perfecta para obligarme a abandonar mi trabajo, otra de las cosas que ha dejado claro que quiere que haga. Lo que pasa es que adoro mi trabajo. Me encanta pasarme los días diseñando y relacionándome con los clientes. Así que le voy a plantar cara. Voy a luchar por mi trabajo con todas mis fuerzas… A menos que esté embarazada. No tengo ni idea de qué haré si lo estoy. Hace dos semanas que lo obligo a ponerse condón, y ha dejado claro lo mucho que lo odia pero, si no estoy embarazada ya, prefiero seguir sin estarlo.
—¿Harías algo por mí? —pregunto en voz baja.
—Lo que quieras. —Su aliento cálido en mi cuello hace que me vuelva para mirarlo y pedirle que me mire. Levanta la cabeza de su escondite secreto, ahora está despeinado del todo, y sus ojos verdes se clavan en mí—. ¿Qué quieres, nena?
—¿Podrías contenerte y no contarle nada sobre Mikael a Patrick?
Me preparo para su negativa. He conseguido mantenerlo alejado de mi jefe, pero esta noche acudirá al convite con su esposa, y no sé si Jesse será capaz de contenerse. Las cosas han estado tranquilas en lo que respecta a Mikael, y he podido trabajar a pesar de que Jesse me llama cada dos por tres. No me sorprendería que sepa que mi cliente danés está fuera del país.
—Acepté no visitar a Patrick si tú te encargabas de hablar con él, y creo que no lo has hecho —dice mirándome con las cejas enarcadas.
No, no lo he hecho porque no sé cómo decírselo. Ya se quedó bastante sorprendido cuando le dije que iba a casarme con uno de mis clientes un mes después de haber aceptado el encargo. No podía soltarle también que estaba a punto de rechazar al cliente más importante de Rococo Union, el equivalente al fondo de pensiones de Patrick, ese que no va a necesitar si se lo cuento, porque seguro que se desplomará y se morirá del susto.
—El lunes —le suplico—. Hablaré con él el lunes.
—El lunes —sentencia con mirada escéptica—. Lo digo en serio, Ava. Si no se lo dices tú el lunes, se lo diré yo.
—Vale.
Gruñe un poco y vuelve a hundir la cabeza en mi cuello.
—El lunes —farfulla—. ¿Y cuándo podré llevarte de viaje?
—Ya te advertí que si querías casarte conmigo tan pronto no podríamos ir de luna de miel en una temporada y estuviste de acuerdo, ¿recuerdas?
Levanta la cabeza y me mira enfurruñado.
—¿Y cuándo voy a tener a mi esposa para mí solo? ¿Cuándo voy a poder quererla?
—Siempre. Cuando no estoy trabajando, estoy contigo, y me llamas y me mandas mensajes cada cinco minutos, así que, técnicamente, estoy conectada a ti a todas horas.
De eso también tenemos que hablar. Este hombre no cede.
—Quiero que dejes el trabajo.
Me hace un mohín y niego con la cabeza, como hago cada vez que saca el tema. Aún no hemos llegado al punto en que me lo exija, pero no creo que tarde. Estoy segura de que me lo exigirá, y seguro que lo hará cuando Mikael asome su fea cabeza.
—Quiero que te dediques a tus quehaceres —insiste.
—¿Cómo voy a dedicarme a mis quehaceres si siempre estoy pegada a ti?
Aprieta las caderas contra mi entrepierna y me corta la respiración.
—Vale, te dedicarás a tus quehaceres. —El muy pillo me sonríe, y sospecho que me va a caer un polvo de entrar en razón. Me encanta cuando me lo hace a lo bestia. Sería de agradecer, después de varias semanas del Jesse cariñoso.
—Ward, no vas a hacerme tuya. Deberíamos bajar antes de que mi madre suba a buscarnos.
Pone los ojos en blanco y suspira.
—Tu madre es un grano en el culo.
—Pues deja de picarla. —Me echo a reír.
Se levanta y tira de mí hacia el borde de la cama.
—Tiene que aceptar que aquí mando yo —dice mientras vuelve a ponerme las esposas.
Cada vez alucino más.
—Me estás tocando, está claro que mandas tú.
Intento que me suelte la mano, pero el ruido metálico me indica que ya me ha colocado la manilla. Está la mar de sonriente.
—Perdona. —Mueve nuestras muñecas para que la cadena de las esposas vuelva a tintinear—. ¿Quién manda aquí?
Lo miro, furiosa.
—Tú mandas… Por hoy.
Me arreglo el pelo y coloco el diamante en su sitio.
—Estás siendo de lo más razonable —comenta con tranquilidad antes de tomar mi boca. Me agarro a su hombro y saboreo su atenta lengua y el calor de su mano en mi nuca—. Mmm… Sabes a gloria. ¿Lista, señora Ward?
Doy un respingo para volver al mundo de los vivos.
—Sí. —Estoy jadeante y caliente.
Lleva los ojos a mi vientre y acerca un poco la mano. Lo hace a menudo, lo que me confirma lo que ya sé, pero que me hace sentir muy incómoda. Es mi mayor preocupación: no quiero un bebé.
Hago una mueca cuando su mano me toca y se detiene con los dedos levemente apoyados en mi barriga. No sé por qué lo he hecho. No levanta la vista, sólo espera unos instantes en silencio antes de abrir la mano y trazar grandes círculos en mi vientre. Ojalá dejara de hacerlo. Ninguno de los dos ha dicho ni mu, pero no podremos evitar el tema por más tiempo. Seguro que nota que no me entusiasma.
Me aparto y deja caer la mano.
—Vámonos —digo, incapaz de mirarlo.
Me dirijo a la puerta pero tengo que detenerme cuando él no me sigue y el metal de las esposas se me clava en la piel. Hago un gesto de dolor.
—¿No vamos a hablar de ello, Ava?
—¿Hablar de qué? —No puedo hablar de eso ahora, no en el día de mi boda. Llevamos semanas evitando el tema y, por una vez, soy yo la que no quiere hablar. Cada día se me hace más difícil. Es posible que esté embarazada.
—Ya sabes de qué.
Mantengo los ojos cerrados porque no sé qué decir. El tiempo parece pasar más despacio, cosa que resalta lo incómodo de este silencio entre nosotros. Coge aire para decir algo al ver que yo no voy a decir nada y la puerta se abre y mi madre entra como un bólido. Nunca me he alegrado tanto de verla, pero me parece que su entrada no ayudará a que le caiga mejor a Jesse.
—¿Puedo preguntaros por qué no os habéis fugado a cualquier parte para casaros? —espeta, muy seria—. Tenéis a los invitados abajo, están sirviendo la cena, y me estoy hartando de correr de un lado para otro intentando controlaros.
—Ya vamos. —Tiro de las esposas, pero Jesse no se mueve.
—Danos unos minutos, Elizabeth —responde él, cortante.
—No, ya vamos —repito, rogándole en silencio que se muerda la lengua.
Lo miro suplicante y niega con la cabeza con un suspiro.
—Por favor —digo en voz baja.
Se pasa la mano por el pelo, frustrado, y aprieta los dientes. No está contento pero cede y me deja que lo saque a rastras de la habitación. No me puedo creer que haya elegido precisamente hoy para hablar del tema. Es el día de nuestra boda.
Bajamos y el silencio sigue siendo incómodo, aunque mi madre no parece notarlo. Estoy furiosa. ¿Por qué hoy?