Trece
TRECE
Frederick Van Harn estaba sentado en el mismo rincón de la limousine en que se había sentado el juez. El chofer negro se sentó en otro banco porque las sombras eran diferentes a las diez de la mañana de ese lunes. El motor estaba en marcha tan suavemente como antes, el compresor se conectaba y desconectaba.
Me senté en el mismo asiento plegable, enfrente de él. Yo vestía pantalones marineros, sandalias, una descolorida camisa de Guatemala. Él vestía un traje de calle color beige, camisa blanca, corbata de seda verde oscuro, zapatos marrón oscuro con un brillo satinado. Cuando me miró de frente noté que tenía las patillas exactamente simétricas. Eran largas y cepilladas hacia atrás, para cubrir las orejas. Orejas pulcras, me imaginé. Quizá un poco puntiagudas arriba. Piel mate. Rasgos delicados, largas pestañas oscuras, claros ojos castaños.
Yo había sido una molestia cuando nos encontramos en casa de Jack Omaha. Me examinó tranquilamente, muy calmo, sin la más mínima señal de estar molesto. Tenía manos largas y nerviosas, y entrelazaba los dedos alrededor de una rodilla apenas levantada.
—Míster McGee, me irritó demasiado cuando nos conocimos en casa de Chris.
—Perdió totalmente los estribos.
Sonrió.
—¿Está tratando de hacerlo otra vez?
—No sé. ¿Qué es lo que usted está tratando de hacer?
Tenía una sonrisa atractiva. Muy directa.
—Estoy tratando de quitármelo de encima. Tío Jake cree que podría hacerme daño.
—¿Usted no?
La sonrisa se apagó. Estaba ansioso.
—No sé cómo, de verdad. Oh, si usted tuviera inclinaciones políticas podría causarme ciertas molestias sacando a la luz esa estupidez de traer marihuana en el avión, pero no tendría pruebas, y creo que podría negarlo en forma bastante convincente. Además, no creo que la gente esté tan totalmente en contra de esto como solía estarlo. El consumo es demasiado general. Oí que hace mucho tiempo los traficantes de ron eran héroes populares a lo largo de esta costa. Lo mismo está empezando a ocurrir con la yerba. No estoy seguro de que usted me pueda hacer daño.
—¿Qué le pasaría si alguien recibiera declaraciones legalizadas ante notario de Betty Joller y Susan Dobrovsky? ¿Cree que su retorcida vida amorosa podría dañarlo si se conociera?
Se sonrojó, pero se recuperó rápidamente.
—A la gente le debe ser sumamente fácil hablar con usted, McGee. No creo que haya nada retorcido en disfrutar de las difíciles de convencer. La negativa me estimula. Quizá retrospectivamente ellas lo ven en forma diferente de como fue. Pero en ambos casos hubo gran cantidad de chillidos de gozo por parte de las niñas.
—Joanna pensaba que usted era un pesado.
—Por favor, déjese de azuzarme. Tratemos de llevarnos aunque sea un poco bien. Tratemos de entendernos.
—¿Qué es lo que quiere que entienda?
Se encogió de hombros.
—Cómo hice tal idiotez. Había volado a la mayoría de las islas. Soy un buen piloto. Tengo un buen avión y lo mantengo en muy buen estado. Como abogado de la Casa de Materiales de Construcción Superior, sabía que Harry y Jack tenían problemas económicos y las cosas empeoraban. Creo que fue Jack quien lo sugirió, como un chiste. Yo había dicho algo sobre que estaba atrasado con el pago de mi campo y que estaba tratando de conseguir una dilatación del crédito. Dijo que deberíamos tratar de estudiar una manera de importar yerba. Dijo que podría encontrar un buen comprador para el producto. Nos volvimos a encontrar y planeamos cómo hacerlo, aún considerándolo como una broma. Finalmente fui a las islas y encontré un proveedor en Jamaica y luego… seguimos hacia delante. No pudimos traer mucho la primera vez. Pero todo salió bien.
—Cuénteme.
Se encogió de hombros otra vez.
—Nos encontrábamos frente a la costa Norte de la Gran Bahama. La costa estaba siempre clara porque son aguas difíciles. Yo daba vueltas y tiraba la mercancía. Poníamos las grandes bolsas dentro de bolsas de plástico del depósito de Omaha y las atábamos para que flotaran y el agua del mar no humedeciera la yerba. Ellos las recogían con un arpón. Muy simple.
—¿Y el último viaje?
—¿Qué pasa con él?
—¿Quién participó?
—Sólo nosotros cuatro. Carrie fue conmigo, Jack y Cal estaban a bordo del barco. Yo encontré viento de frente y llegué un poco tarde al lugar del encuentro. A eso de la cinco y cuarto Carrie empezó a tirar esas bolsas por la puerta. Carrie era fuerte. Ellos las recogieron. Nueve, creo que había. Así que orienté el avión, crucé la costa al Norte de aquí, llegué a la finca y aterricé. Carrie subió a la camioneta y fue al atracadero tarde esa noche, cargaron la mercancía en la camioneta. Ella la llevó al comprador, le pagaron; llevó el dinero y lo puso en la caja fuerte de Superior.
—¿Qué le pasó a Jack Omaha?
—Tengo una teoría.
—¿Cuál?
—Creo que un grupo de profesionales nos estaba tratando de quitar de en medio. Era demasiado fácil de descubrir. Creo que fueron a ver a Jack y le asustaron. Creo que él se quedó con Carrie y fueron juntos y vaciaron la caja fuerte, y luego se separaron. Una gran cantidad de ese dinero es mío. Me hubiese ayudado mucho tenerlo. Tal como ocurrió tuve que hacer convenios… pedir prestado.
—¿Al tío Jake Schermer?
Su sonrisa era irónica.
—Y vino una gran cantidad de consejos junto con el dinero. Estaba disgustado por el asunto. No le pude hacer entender que no era tan importante como le pareció. Era una… travesura. Era divertido, maldita sea. Todos los del grupo nos llevábamos muy bien. Poco riesgo y mucho dinero. Planeábamos hacer uno o dos viajes más; después, dividir el dinero y ponerle fin. Yo quería sacar doscientos mil limpios. Y eso es lo que Jack Omaha pensó que necesitaba para salvar el negocio.
—¿Harry Hascomb no estaba en el asunto?
—Harry habla para hacerse el importante. Habla en los bares. Y en los dormitorios. Harry es un idiota. Le estoy hablando ahora a usted, McGee, pero nada de esto puede probarlo. No hay ninguna base para una acusación por parte de nadie.
—Y el juez y su grupo se van a asegurar de que usted tenga una hoja de servicios bien limpia porque los va a hacer a todos ellos ricos y felices.
Después de un segundo de ira habló despacio y juiciosamente.
—No sé cuánto bien les voy a hacer. Realmente no lo sé. Es el momento apropiado. Es posible que me elijan. La campaña estará bien financiada. El actual ocupante del cargo es viejo. Yo me he hecho una buena base aquí. Pienso anunciarlo después de mi boda. Amo esta parte de Florida. No estoy totalmente seguro de que estaré a favor de un nuevo puerto de aguas profundas y de gran cantidad de extracción y procesamiento de fosfato. Es una industria sucia. El puerto traerá otras industrias. Quizá una refinería. Pero las perspectivas de empleo son bajas. No evitarán que la gente joven se vaya de Bayside. Y contaminarán el agua y el aire. Teniendo en cuenta los riesgos y las ganancias, no puedo conciliarlo. Siento que quiero trabajar en provecho de la gente que me va a votar para llegar al cargo, no en el de los pocos hombres que me han estado preparando para el cargo.
Era impresionantemente convincente. Emanaba total sinceridad. En ese preciso instante tenía mi voto. Pude darme cuenta por qué el juez le había catalogado como carismático. Me hablaba como si yo fuese la persona más importante que él hubiese encontrado ese año.
—¿Qué cree que debo hacer? —me preguntó.
—Haga lo que le parece que es justo.
—Eso parece fácil. Justo e injusto. Blanco y negro. Arriba y abajo. Divide la sustancia de la vida con poco realismo. El mundo es a menudo gris y ladeado. De acuerdo al plan de juego, si voy a Tallahassee, podría adelantar la situación cinco o seis años. Si hay un hambre mundial para entonces, eso será lo que deba hacer.
Suspiró y se encogió de hombros.
—Bueno, es mi problema y seré quien tenga que tomar la decisión. Sé que voy a presentarme como candidato. Simplemente tendré que andar con pies de plomo. McGee, quiero darle las gracias por escucharme. No maté a nadie. No sé dónde fue el dinero. Me metí en una tontería porque no pesé bien las consecuencias. Y ahora estoy contento de que se haya terminado. Sé que usted y yo no simpatizamos. ¿Qué puedo hacer? No puedo contar con gustarle a todo el mundo. Dependo de lo que usted entienda por juego limpio.
Me encontré estrechándole la mano. Bajé del auto apresuradamente, y después que se fue me limpié la mano en un lado del pantalón. Estaba deslumbrado. Había concentrado sobre mí una fuerte personalidad apremiante del mismo modo que alguien podría concentrar la luz de un gran reflector. Tenía esa cosa indefinible llamada presencia y la tenía en grandes cantidades. Traté de superponer la nueva imagen sobre la del tipo que había conocido en casa de Jack Omaha, atándose la corbata descuidadamente después de una sesión en la cama de Jack Omaha. La ira de ese tipo había sido mezquina, ligeramente histérica. No podía hacer coincidir las dos imágenes del hombre. Me pregunté si mi imagen previa no habría sido tergiversada por el gran golpe que había recibido en la parte posterior de la cabeza cuando la explosión me había hecho saltar por el aire.
Este hombre había estado encantador, plausible, completamente tranquilo. Me había hecho sentir como si fuera realmente agradable que él confiara en mí. Había muchas cosas que le quería preguntar, pero había pasado la oportunidad. La oportunidad se había alejado en una brillante limousine, fresca a pesar del calor de la mañana.
Sí, si podía proyectar eso a un grupo, podía ser elegido sin esfuerzo.
Sin embargo, ¿dónde estaba usted, Van Harn, cuando el grandote Cal Birdsong se moría en el hospital, con un alambre delgado punzándole el corazón? ¿Estaba junto a su cama, carismático y relajado? Cuando sus hombres limpian un nuevo sector de la finca ¿hacen volar las raíces de los pinos con dinamita? ¿Fueron esas manos delgadas y nerviosas las que levantaron a Carrie hasta la parte delantera del camión Dodge? ¿Exactamente qué hizo para que Susan se viese tan angustiada, tan vencida y triste?
Había intentado hacer de todo esto una serie única y recíproca de actos de violencia. Pero su convincente presencia estaba desarmando todo, convirtiéndolos en episodios sin relación.
Harry Max Scorf dijo:
—¿Tuvieron una bonita charla?
Generalmente puedo notar cuando se acerca alguien por detrás. Algo me avisa. Esta vez no. Salté en el aire.
—¡Cristo!
—No. Sólo yo. Harry Max Scorf.
—De la Policía Metropolitana y Territorial de Bayside. Ya sé. Ya sé.
—Sus nervios no están muy fuertes, hijo.
—Sí, tuve una bonita charla. ¿Qué hay de nuevo?
—Sentémonos —dijo, guiándome hacia un banco en la sombra.
Me senté a su lado y me recosté en el asiento; entrecerrando los ojos podía ver desde este sitio sombreado el brillo blanco de los barcos del atracadero. Podía ver a una mujer muy bronceada, con un bikini lavanda, echada boca abajo en la cubierta de la proa de un Chris, con la cabeza cerca de la gran mole de un inmenso Danforth. Cerca estaba el bulto silencioso y brillante del robusto Bertram de Jack Omaha. ¿Empezaba a mostrar descuido? Un barco sin usar adquiere con tanta rapidez ese aspecto abandonado, falto de amor y de cuidado. El cromo se pone mohoso. El bronce se pone verde. El aluminio se marca y descascarilla. Los cabos se desflecan y los flotadores se ensucian. A la derecha podía ver a Cindy Birdsong en pie en la oficina, trabajando en un libro mayor; tenía el codo en el mostrador, se agarraba el pelo con los dedos, y la lengua le asomaba por un lado de la boca. Mirando más allá del Bertram, más allá del bikini, podía ver a Meyer y a Jason brillantes de sudor, trabajando en la cubierta principal del «Flush», asentando y pegando las hojas de vinílico. Detrás de mí, el rugido del tránsito de las bulliciosas calles y autopistas del lunes por la mañana. Florida ya no afloja el paso en junio. Una pena.
Harry Max Scorf sacó un pañuelo estampado azul y sacudió una mota de polvo de la punta de sus brillantes botas. Se quitó el sombrero blanco con cuidado, enjugó la tira interior de cuero y lo colocó entre los dos sobre la vieja madera del banco. Pareció quitarse fuerza y autoridad junto con el sombrero. Tenía la cabeza extrañamente puntiaguda.
—Lo que hay de nuevo —dijo— es que el cuerpo especial de la policía allanó la Avenida Costanera, número mil quinientos, con la primera luz del alba esta mañana. ¡Y qué espectáculo! Nueve autos patrulla. Veinticinco hombres. Federales y del Estado. Yo era el coordinador local, sólo observando. Me pusieron a prueba hace ya mucho tiempo y saben que puedo mantener la boca cerrada. Fui con los cuatro que allanaron el apartamiento de Walter J. Demos. Había invitado a una maestrita a la cama. Encontraron alrededor de trece kilos de hachís en una bolsa de plástico que colgaba de un gancho unos noventa centímetros dentro de la chimenea. Puedo decirle que era una porquería, amigo. Floja y polvorienta, un montón de hojas de mala calidad, mal curadas, quebradizas como las hojas de sen. Bueno, esos dos se habían puesto alguna ropa y estaban en pie en el cuarto de estar, llorando. La maestrita lloraba porque estaba avergonzada y asustada por su puesto, que va a perder. Y el pelado Demos lloraba porque estaba tan furioso consigo mismo que no podía aguantarlo. Los demás hombres registraban los otros apartamentos. Hubo una loca corrida de gente que trataba de volver a sus propias camas. Creo que tengo las cifras correctas. Quince fueron arrestados por tener droga en su poder, sin contar a Demos y a la maestrita. Por supuesto, lo de Demos, con esa cantidad, será por traficar, y eso es más serio. ¿Quiere armar esto por mí?
—Usted ya lo ha hecho.
—Ya sé. Ya sé. Pero usted me divierte. Tiene olfato de policía.
—No puedo recordar ni una palabra de lo que hablé con él.
—¿Qué cree que pudo haberle dicho?
—Oh, algo para que hablara. Ataqué muy a fondo, como si fuese de la Agencia que se iba a hacer cargo de la explotación. Un aficionado como Demos se tragaría una representación que no fuera exactamente plausible. Luego supongo que le habré dicho que guardara el dinero y esperara una entrega y no se impacientara.
—¿Sólo supone que le pudo haber dicho eso?
—Y le habré dejado en una postura que no podía mantener. Es el grande y alegre tío Walter, el jefe de la familia. Se supone que cuida de todo y proporciona todo lo necesario para que la vida de sus inquilinos sea sustanciosa. Entonces cuando alguien apareció con un producto cualquiera, tío Wally lo compró, y luego ellos le denunciaron. Diría que los que le sacaron del negocio fueron los profesionales verdaderos, fácilmente, con calma, sin ningún problema. Estaba comprando sólo lo suficiente para la casa del mil quinientos, para mantener el estilo de vida allí. El señor de Swingleville. Los profesionales no iban a molestarse en atraerlo a su lado. Usan la ley para suprimir a los aficionados.
—¿Suprimieron también a esa chica, Carolyn Milligan?
No tuve que pensarlo mucho.
—A usted esa respuesta le gusta tanto como a mí, inspector. No tiene sentido. Nunca podría creerlo.
Suspiró y dijo:
—Yo tampoco. Traté de imaginarme que exterminarían al grupo de importadores: Omaha, Birdsong, Milligan. Luego se ocuparían de la distribución. El problema es, no se meterían en tanto lío para conseguir un canal de recepción en el distrito de Bayside. Hay tres o cuatro grupos más. No es tan grande. Es todo muy comercial. Nadie mata a nadie salvo que no haya ninguna otra salida. Nada de esto es consistente porque no sé algunas cosas que debiera saber. Es lo que pasa siempre. Cuando uno sabe lo suficiente, de pronto sabe todo.
—¿Qué hay sobre Carrie? ¿Investigó eso?
—Trabajé con el doctor Stanyard sobre eso. Estudiamos las notas que tomó durante la autopsia. Tenía la parte exterior del brazo y del antebrazo izquierdo muy magullado, y algunos fragmentos de pintura metidos en la piel. ¿Entiende qué quiere decir eso?
—No.
—Use su cabezota, McGee.
Pasaron veinte segundos antes de que se hiciese la luz.
—De acuerdo, si estaba lo suficientemente sobria como para estacionar el auto fuera de la carretera; entonces estaba lo suficientemente alerta como para tener el instinto normal de levantar el brazo para protegerse del camión que se le venía encima. Habría bajado a la carretera, tratado de protegerse del golpe, y retrocedido. El brazo le colgaba a un lado cuando el camión la golpeó; entonces se supone que estaba inconsciente.
—O que fuese suicidio. Esperaba el vehículo apropiado. Dejó el bolso en el auto. Cerró los ojos y se tiró. BAM.
—¿Qué piensa que fue?
—Creo que si no me entero de más datos nunca sabré qué fue. ¿Por qué tuvo una entrevista con el juez ayer y una charla con Freddy esta mañana?
—Hablamos de su atractivo sobre el cuerpo electoral.
—Su papá era agradable. Débil, agradable y deshonesto. Cómico. Dicen que Freddy nunca meterá la mano en la lata debido a lo que le pasó al padre. Le hizo bien en vez de mal. A la gente le gusta la manera en que se levantó; tan rápido.
—¿Demasiado rápido, inspector?
—Modificaron la ley de jubilaciones cuando se hizo el cambio a Policía de la Ciudad y del distrito de Bayside. Me faltan trece meses. Si en alguna parte del camino, antes de que pasen los trece meses, me echan, deberé montar en bicicleta y comer alimentos para perros. Si duro hasta que pasen, estaré mejor de lo que hubiera estado con la ley anterior. Si el juez Jacob Schermer y sus compañeros juegan al póker una noche y alguno de la mesa dice que está cansado de mi cara, estoy fuera al día siguiente.
—¿Le asusta?
Se dio la vuelta y me miró. Esos viejos ojos habían visto todo dos veces. Habían estudiado a muchísima gente. La sombra de una sonrisa le rozó las comisuras de los labios.
—Me asusta mucho —murmuró.
—Entonces es mejor que no le diga que Freddy era quien traía la yerba de Jamaica y la tiraba desde el aire al bote de Omaha frente a la Gran Bahama.
—No, no debiera decírmelo, porque encajaría demasiado bien con las cuentas que estuve haciendo sobre Freddy. Se viste costosamente, bebe costosamente, conduce costosamente. Tiene el campo, el avión y cuarenta pares de botas. Pero luego debo recordar que miss Jane tiene cuatro mil hectáreas de plantaciones y que, bien explotado, eso debe rendirle un neto de veinticinco dólares por hectárea al año, con los cuales se puede dar el gusto de tener a Fred Van Harn como un juguete; pero si fuese Jake no querría que mi sobrina se casara con un tipo con la mente retorcida como él. Hace dos años se acalló algo. Obtuvieron dilación tras dilación, de modo que cuando fue el momento de ir a los tribunales la chica había crecido unos cuantos centímetros. Se dice que él insiste que no sabía que ella tenía sólo catorce años. Sea como sea, ella creció, era no sólo mayor, sino también más despierta, y aceptó el dinero. Le han estado preparando para la política; primero el Senado, luego quizá la Gobernación. Realmente no les importa un bledo qué clase de hombre es. Lo que les importa es que cuando habla por televisión sobre algún problema de gobierno, reciba una cantidad de cartas como usted nunca ha visto, rogándole que se presente como candidato. Eso es todo lo que les importa. De verdad, lo otro casi les ayuda, porque así les es más fácil controlarlo. Oh, lo casarán con miss Jane, y ella será una buena anfitriona y le dará hijos sanos, y ahí lo tiene usted. Puede poner ese encanto en funcionamiento. Con ese encanto puede sacar cinco mil dólares de honorarios de un juicio de quinientos dólares y hacer que el estafado aún venga otra vez a pedirle consejo. ¿Qué le dijo?
—Me dijo que no mató a nadie.
—Mi corazonada es que quizá no lo haya hecho. Pero seguro que se metió con todas las mujeres enredadas en el asunto. ¿Tiene una lista?
—Carrie Milligan. Joanna Freeler. Betty Joller. Chris Omaha. Intentó con mistress Birdsong, pero ella le mordió.
—La felicito.
—Y Susan Dobrovsky.
Se quedó mirándome, escandalizado.
—¿Esa chica también? ¡Hijo de…!
—La llevó a la finca. Ella se iba a ir esta mañana. Jason iba a ir a despedirla.
—Desde que ese maldito muchacho cumplió catorce años le ha estado levantando las faldas a cuanta mujer ve. Hay cuentos sobre él. Persigue a cada una como si fuera la última del mundo. Y tiene cierto atractivo, dicen. Las que usted nunca se imaginaría se ponen bizcas y caen rendidas a sus pies. No hay ley contra esto; al menos ninguna ley que nadie haga cumplir. Y parece no cansarse jamás de buscar. Y las encuentra en sitios en los que uno nunca pensaría.
Tuve que admitir ante mí mismo que de verdad había muchos sitios en los que yo nunca pensaría. Y una buena parte de cada día en que no pensaba en el asunto en absoluto.
—Vote a Van Harn —dije.
—Lo harán. Senador Van Harn. Necesitan un hombre allí arriba que consiga lo que ellos quieren aquí. Un puerto de aguas profundas para el fosfato en el Sur del distrito. Una refinería. Y los adornos que van con ello, y que se reparten sólo entre unos pocos tipos.
—El juez me ofreció veinticinco mil por irme y olvidar todo lo relacionado con Freddy.
Harry Max Scorf pareció ligeramente sorprendido.
—¿Que cree que sabe?
—Nada más que lo que le dije. Que es retorcido. Viola gente, mata gente, gasta mucho dinero y hace contrabando de yerba.
Se puso en pie y se calzó cuidadosamente el sombrero blanco sobre la cabeza puntiaguda, dándole un tirón para que estuviera en el ángulo correcto. Me dirigió una sonrisa astuta.
—¿Quién más quieren para testaferro? ¿Un homosexual? Hasta pronto, hijo.
Cuando entré en la oficina, Cindy levantó la cabeza con su expresión de recibir clientes, fría y amable. Luego la cambió por su gran sonrisa cálida.
—Hola —dijo. Era una sola palabra, pero tenía la duración de quince.
—Hola —respondí—. ¿Cuadran las cuentas?
—Ahora sí. Lo que hice, escribí ciento dieciséis dólares en vez de ciento sesenta y uno. Te vi ahí fuera. El inspector Scorf siempre ha estado en esta zona y dicen que no ha cambiado nada. ¿Te estaba haciendo pasar un mal momento?
—No. Dice que tengo olfato de policía.
—¿Es algo bueno de tener?
—Han terminado la parte ruidosa de los arreglos del «Flush». Creo que es mejor que pague mi cuenta del motel y mude mí cepillo de dientes al barco.
Demostró profundo desaliento y decepción, pero se controló rápidamente.
—Como quieras, querido.
—Si quieres traer un pequeño extintor de incendios portátil, convenceré a Meyer de que prepare un poco de su famosa salsa de pimientos picantes esta noche.
—Sería agradable —dijo forzadamente.
—¿Pasa algo?
—Absolutamente nada, gracias.
—¿Estás segura?
—Claro que estoy segura.
No hay forma de pasar ese límite. Todas las autopistas están cortadas y todos los puentes han sido volados. Los campos están minados y la artillería tiene cada sector controlado.
Así que entré y saqué el cepillo de dientes y demás accesorios del cuarto, fui hasta la parte delantera del motel y pagué a una mujer gorda las deudas acumuladas. Me preguntó si me sentía mejor y le dije que me sentía muy bien. Dijo:
—Es tan agradable que mistress Birdsong tenga cerca a un amigo ahora que lo necesita. ¿Hace mucho que la conoce?
—Hace mucho tiempo.
—Él bebía, sabe.
—Sí. Cal bebía.
—En cierta forma es una bendición.
—Hay muchos modos de ver una cosa, me parece.
—Oh, sí, eso es tan cierto.
Un pequeño tiroteo, sin decisiones. Ambos lados retrocedieron.
Cuando llegué al barco habían llegado de la compañía de cristales. Eran cuatro, con monos blancos; traían los pedazos cortados a medida, cristal templado para uso náutico. El capataz dijo que terminarían a eso de las cuatro a lo más tardar, Jason y Meyer estaban celebrando la terminación del trabajo del vinílico en la cubierta principal tomando cerveza fría a la sombra del toldo que cubre el panel de los comandos de proa. Inspeccioné el trabajo y di mi visto bueno.
Soy muy escéptico de cuanto venga bajo el término de maravillosos avances de la ciencia. Y sospecho de todo lo que trata de parecer algo que no es. Así es que un derivado del alquitrán de hulla diseñado de tal modo que parezca teca desteñida debiera repelerme totalmente. Pero es tan práctico. Si alguna vez uno tuviera una arteria que no tiene arreglo, la puede reemplazar por tejido de Dacron. Y, con esto metido en el estómago, sería mal visto andar por ahí mascullando contra el mundo del plástico lleno de gente de plástico.
Entonces paseo por mi cubierta de plástico y mascullo lo que se me ocurre. ¿Cuándo dije que era coherente? ¿O siquiera razonable?
Bajé y revisé mi equipo. Puse un disco nuevo. Ruby Braff y George Barnes. Es bonito tener un disco que acaba de salir y saber que está destinado a ser uno de los grandes clásicos del jazz. Sabía que había perdido uno de los altavoces. Sospechaba que había perdido mucho más. Los delicados microcircuitos no resisten ese tipo de compresión explosiva. Cuando salió el sonido, como de alguien haciendo gárgaras de grillos, lo apagué rápidamente.
De vuelta al negocio. Ningún componente nuevo. Que arreglen el Marantz. No creí que pudiese aguantar plácidamente a otro brillante vendedor que me dijera que tenía que tener sonido cuadrafónico que me llegara de todas direcciones. Nunca sentí la necesidad de estar en medio de un grupo de músicos. Su sitio es allí y el mío aquí, maldita sea, escuchando lo que están haciendo allí. La música que le rodea a uno, que viene de una serie de fuentes invisibles, es engañosa, irreal, y especialmente fácil de olvidar.
Jason se fue a hacer su turno en la oficina. Meyer y yo nos preparamos unos emparedados de sardinas. Se alegró al saber que volvía al barco definitivamente. Nos sentamos en el compartimento de la cocina y comimos. Y comparamos notas y comentarios.
—No llegamos absolutamente a ningún lado —dijo Meyer.
—Un resumen perfecto.
—¿Estás seguro que estás bien?
—¿No tengo buen aspecto?
—Vidrioso. Me miras fijamente, de un modo… con ojos saltones.
—Pensándolo bien, me siento con ojos saltones, vidrioso.
—En este preciso momento.
—La mayor parte del tiempo. La luz parece demasiado brillante.
—Cuando estén terminadas las ventanas…
—Los ojos de buey.
—Cuando estén terminadas las ventanas nos podemos ir.
—¿A casa?
—Y olvidarnos de todo este lío, Travis.
—Tentador. ¿Quién creemos que somos, metiéndonos a averiguar quién hizo qué y por qué?
—Para eso tienen la policía.
—¡Exacto!
Nos sonreíamos radiantemente, pero ambos sabíamos que estábamos diciendo tonterías. La costumbre de comprometerse no se rompe fácilmente. Es aún más duradera que la costumbre de no comprometerse, el hábito de alejarse cuando comienza la acción.
Le dije que no nos podíamos ir porque teníamos una invitada para cenar. Le comuniqué que iba a preparar salsa de pimientos picantes.