Siete

SIETE

Era una mañana nublada y no había casi viento. La ancha bahía estaba tranquila como un espejo y las distantes costas tan brumosas que parecían más lejanas de lo que realmente estaban.

Al lado de la casa de la calle de Mangrove, número 28, donde Carrie Milligan había vivido alguna vez, había una playa estrecha, irregular y llena de conchillas. Un estrecho muelle de madera se proyectaba seis metros dentro de la bahía. Estaba aún fuerte; sólo recientemente había comenzado a inclinarse. Calculé que serviría un par de años más. Dos viejos botes estaban en lo alto de la playa, encallados, con las narices metidas en las vides de la costa.

Jason se sentó en el extremo de uno de los botes. Vestía camisa y pantalones blancos. Tenía un gran sombrero de paja estilo plantación cubriéndole la cara. Muy suavemente hacía sonar las cuerdas de una gran guitarra muy ornamentada sobre la madera oscura. Las notas tenían conexión, pero no llegaban a formar ninguna melodía reconocible. Eran de cadencia lenta, en tonos mayor y menor.

Meyer y yo nos unimos al grupo, situándonos un poco al Norte de la mayoría de ellos, a la sombra de un roble de mar pequeño y retorcido. Vi a Harry Hascomb y al joven que había estado controlando las existencias en el depósito. Vi a la mujer de Jack Omaha, a Gil de la Cocina de Gil, a Susan Dobrovsky, a Frederick Van Harn, a Oliver del atracadero, a Joanna de la Casa de Materiales de Construcción Superior y a un hombre que me llevó cierto rato situar. Era Arthur, el más joven de los dos policías que habían calmado a Cal Birdsong.

Había siete chicas jóvenes con largos vestidos de colores claros y brillantes. Los vestidos no constituían de ningún modo un conjunto armónico. Eran de corte y estilo diferentes, pero largos y de colores claros y brillantes. Susan llevaba un largo vestido blanco que le quedaba lo suficientemente grande como para hacerme sospechar que era prestado. Susan y las otras chicas tenían ramos de las exuberantes flores de la Florida de final de primavera.

Un hombre joven se separó del grupo, se dio la vuelta y se nos enfrentó. Tenía cabello rojo, que le llegaba a los hombros, y una ondulada barba roja. Vestía chaqueta sport y pantalones a cuadros.

Con voz fuerte y resonante dijo:

—Estamos hoy aquí para decirle adiós a nuestra hermana Carrie —la música de la guitarra se suavizó, y él continuó—: Vivió entre nosotros durante un tiempo. Rozó nuestras vidas. Era una persona abierta. No tenía miedo ni de la vida ni de ella misma. Se encontraba cómoda con ser Carrie, nuestra hermana. Y nosotros nos encontrábamos cómodos con ella, unidos por el amor, la verdad y la comprensión. En su memoria, cada uno de los que estamos aquí jura solemnemente ser más sensible a las necesidades de aquellos que comparten nuestras vidas, ser más compasivos, ofrecer esa clase de comprensión que no se ocupa de reproches, culpabilidad o retribución. Como muestra de este compromiso, y como símbolo de nuestro amor, confiamos estas flores al mar.

Se apartó. La guitarra sonó más fuerte. Una a una las chicas con los vestidos claros fueron hasta el extremo del muelle y lanzaron los ramos de flores sobre la bahía gris y cristalina. Había huellas de lágrimas en sus mejillas. Las flores se desparramaron y comenzaron a alejarse lentamente hacia el Sur con la corriente. Fue algo muy simple y emotivo. Experimenté la sensación de una pérdida mayor por no haber sabido darle a Carrie el valor que tenía. Me excusé diciendo que realmente no la había conocido muy bien. Pero eso era lo que había dicho Barba Roja, que debíamos ser más sensibles a las necesidades de los otros… y más sensibles, agregué, también a sus identidades. Si ella había significado tanto para esta gente, entonces yo no la había sabido apreciar.

La música se apagó lentamente y terminó. Jason se puso en pie y movió la cabeza para indicar que la ceremonia había terminado. Comenzó el murmullo de voces. Susan avanzó hacia el mar y se quedó en pie, mirando las flores que flotaban.

Miré a la veintena de personas que no conocía, y me di cuenta otra vez que hay una nueva subcivilización en el mundo. Estos eran en su mayoría gente joven de clase trabajadora. Su trabajo era la concesión que hacían a las necesidades. Sus identidades en las horas fuera del trabajo eran contrarias a las instituciones. Quizá ésta fuese la única respuesta efectiva al malestar, la inquietud y la falta de fe en la vida institucionalizada, someterse para ganar el pan y al salir del trabajo gozar de casi tanta libertad personal como los habitantes de una comunidad libre.

Me di cuenta de que Meyer ya no estaba a mi lado. Me di la vuelta y no le vi. Jason me saludó con la cabeza y dijo:

—¿Estuvo bien?

—Estuvo hermoso.

—Pensé que si sólo jugueteaba con las notas sería mejor. Si uno toca alguna canción definida, la gente empieza a pensar en la letra y pierde las otras palabras. Robby estuvo bien, creo. Es arquitecto. Cindy quería venir al servicio, pero está aún muy agitada.

—Ni siquiera debió de pensar en ello.

—Bueno, tenía muy buena opinión de Carrie. Cuando Cindy estuvo enferma el año pasado, Carrie vino y le puso los libros en orden. Le llevó un fin de semana entero hacerlo, del modo en que Cal había embrollado las cosas. Vea, pienso que debiera de hablar con Susan. ¿Cree que estaría bien?

—Pienso que estaría muy bien.

Se alejó hacia la costa. Meyer se me acercó y dijo:

—Hay una tuerca hexagonal en la parte inferior del depósito de gasolina. La primera capa de pintura de uno de los lados está saltada y el metal está brillante.

Me quedé mirándole sin poder creerle.

—Con toda esta gente alrededor fuiste lo suficientemente estúpido como…

—Estaba jugueteando con mi moneda de la suerte, tirándola y agarrándola, así. Se cayó le di con la punta del zapato y rodó debajo del Datsun. No lo examiné ni bien ni durante mucho tiempo.

—No trates de hacerte el listo con estas cosas.

—¿Quieres decir que no trate de hacerme el McGee?

—No te irrites. Si quieres ser del equipo, aprende los reglamentos básicos. Te lo dije antes. Nunca corras un riesgo que no necesitas correr, por el mero hecho de ganar tiempo o inflar tu ego.

—Pero espera un minuto…

—Hay un montón de cosas que tú puedes decirme que yo no sabría y ni siquiera adivinaría hasta que me las dijeses. Tienes un montón de información especial en la cabeza. Yo también en la mía. Mi información te puede hacer vivir más. Y mejor.

—¿Mejor en qué? —preguntó una muchacha.

Me volví. Joanna. Miss Freeler, que conocí en la Casa de Materiales de Construcción Superior. Querida amiga de Harry Hascomb. Ex amiga. Una muchacha delgada de cara delicada y hermosa, larga mata de pelo color jengibre. Ojos verdes ligeramente saltones y muy desafiantes. El desafío femenino, viejo como el mundo.

—Vivir mejor de lo que va a vivir Harry durante un buen rato.

—Eso no sería difícil —dijo ella—. Te lo apuesto. Harry va a tener que despedirse de un montón de cosas. Te conozco de ayer en la oficina, cuando me fui. Te recuerdo porque tienes ojos misteriosos. Y por otras razones también, podría agregar. Te apuesto a que todas las muchachas te dicen lo mismo. Sabes, tienes ojos color ginebra. ¿Cómo te llamas?

—McGee. Y éste es Meyer. Joanna Freeler.

—Hola, Meyer —dijo ella—. Hola, McGee. ¿Qué hacen dos petimetres en el funeral?

—Amigos de la difunta —dije—. De Lauderdale.

—Claro que sí. Allí es donde se casó con ese vago musculoso. ¿Por qué no se casó contigo? ¿No estabas disponible?

—No estaba. No estoy. No estaré.

—Ahora hablamos el mismo idioma —dijo.

Vestía un largo vestido naranja. El color no iba bien con su tonalidad. Había tirado las flores más lejos y las había separado más que cualquiera de las otras.

—Pareces estar de buen humor —dije.

Apretó los dientes y me miró indignada.

—Eso que dijiste es una porquería, amigo. La echo muchísimo de menos. Y de un modo u otro, la echaré de menos siempre. ¿De acuerdo?

—No quise decir nada con lo que dije.

—Entonces discúlpate por dejar correr la lengua sin pensar. McGee.

—Por este acto me disculpo.

Ella se cogió de mi brazo, sonrió y le dijo a Meyer:

—Ve, querido. Tengo algo que preguntarle a este hombre.

Meyer dijo:

—Volveré al barco.

—¿Tienes un barco aquí? ¿En Westway? ¡Uy! ¿Un barco veloz?

—Si realmente lo fuerzas hará siete u ocho nudos.

—¿Eres piloto? ¿Como en un avión?

—No.

—¡Vamos! Simplemente, no me gusta decir cierto tipo de cosas delante de dos personas. ¿De acuerdo?

Me llevó muy lejos de los otros, hasta el extremo opuesto al que estaba el grupo. Un roble había echado una rama enorme, paralela al suelo; su parte superior casi a la altura del bolsillo de mi camisa, Joanna dio un salto, apoyó las palmas sobre el tronco, tomó impulso y se sentó ligeramente. Hizo señas de que me sentara a su lado.

—Ven a mi árbol, amigo.

Me senté a su lado. Me tomó la mano y la inspeccionó con cuidado, palma y dorso.

—Umm. Has tenido un pasado activo.

—Pudiste haber dicho eso delante de Meyer.

—Ya es difícil decir lo que tengo que decir delante de sólo una persona. Quiero decir, es tan fácil que me interpretes mal. Echaré de menos a Carrie. Pero está muerta, ¿no? Y el mundo continúa. Algo sé de todo esto; quizá lo mismo que pensó Carrie; tiene que haber algo más en la vida que estar sentada cuarenta horas por semana en una oficina y permitir que el payaso que te paga el sueldo te lleve a la cama de vez en cuando. Me podría retirar, quizá. Si hago bien el juego. Pero lo que quiero es un trabajo más interesante, como el que estaba haciendo Carrie.

—¿Qué estaba haciendo?

—No trates de hacerte el listo, McGee. Escucha, yo conocía a esa muchacha. Quedamos cuatro en casa ahora. Yo, Betty Joller, Nat Weiss y Flossie Speck. Y desde antes de mudarse y después, Carrie traía a casa yerba gratis para sus amigas, una bolsa de papel así de grande medio llena. Debe de quedarnos cerca de un kilo. ¿Tengo que darte más detalles? Lo que no me dijeron lo puedo adivinar. Así que todo se desarmó. Ella fue a Lauderdale. Ahora vienen para armarlo otra vez, ¿verdad? Entonces ésta es mi solicitud de empleo. Soy muy despierta y sé cómo mantener la boca cerrada.

—Yo no diría que sabes mantener la boca cerrada.

—Esta vez tengo que arriesgarme o ¿dónde estoy? Fuera, como siempre.

—¿A quién crees que represento?

—Estás sentado en mi árbol haciéndote el estúpido. Pareces ser listo y fuerte. Estás en la distribución después de que los locos la traen. Yo quiero ser de los locos porque necesito hacer algo misterioso, y me gusta el dinero. Le dije a Carrie que no debía de enredarse, y aquí me tienes pidiendo que me enreden. ¿Qué le pasó a Jack?

—¿No te lo dijo Carrie?

—Dijo que se asustó y probablemente agarró su parte y se largó. Pero eso no…

—¿No qué?

—No importa. Pásalo por alto.

—¿Harry sabía qué estaba ocurriendo?

—¿El vaquero Harry? Es un idiota. ¿Cómo podía saber qué estaba ocurriendo? Nunca sabe nada. ¿Por qué fuiste a verle de todos modos?

—Para hablar de Carrie.

—¿Por qué querías hablar con él sobre Carrie?

—¿Puedes mantener la boca cerrada?

—¡Lo sabes!

—Estaba, simplemente, tratando de obtener una pista sobre quién empujó a Carrie delante de ese camión.

El color desapareció de su cara. Se pasó la mano por la boca y se estremeció.

—¡No te creo!

—La mataron. Creo que podrías llamarlo un riesgo de trabajo, ¿no? Si quieres aceptar ese tipo de riesgo, quizá podamos encontrarte algo.

—Pero… ¿quién… quién…?

—La competencia, probablemente.

Bajó la mirada y se apartó el vestido naranja del cuerpo.

—Estoy acalorada y pegajosa. Mejor me cambio. No te vayas, ¿eh? Quiero meditarlo, ¿de acuerdo?

Se dejó caer ligeramente del tronco y se dirigió hacia la casa, con largos pasos, y desapareció dentro. Mucha gente ya se había ido. Algunos habían entrado a la casa. Otros estaban hablando, en grupos de dos y tres. Vi que Susan iba hacia el Datsun, así que salté y llegué al auto al mismo tiempo que ella. Tenía los ojos rojos, pero logró sonreír.

—Creo que a Carrie le hubiese gustado —dijo.

—Estoy seguro que sí. Ayer me fui con los anillos de Carrie. Olvidé dártelos. Y ahora los olvidé en el bote. Podemos ir a buscarlos.

Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—No hay prisa. Tengo que quedarme aquí algunos días de todos modos, según dice Fred… Míster Van Harn.

—¿Quieres que vaya a buscar ese paquete a casa de Rucker?

—Oh, no, gracias. Ya le hablé a Betty sobre eso, y ella vendrá conmigo ahora e iremos a buscarlo antes de las dos. Todo está perfectamente bien, en verdad. Pero gracias.

Una muchacha robusta que tenía puesto un vestido amarillo vino deprisa diciendo:

—Perdón, Sue. Me puse a hablar con alguien.

—Betty, este es Travis McGee. Betty Joller.

Tenía una de esas caras redondas y bonitas que van bien con zuecos de madera y festivales de cerveza. Tenía ojos azules y sonrisa, totalmente amistosa, y nada provocativa.

—Cuando le vi con Meyer me imaginé que sería usted —dijo—. Carrie me dijo una vez que la única época realmente feliz que podía recordar era cuando usted le prestó la casa flotante a ella y a Ben para pasar la luna de miel. Todos vamos a echarla tanto de menos por aquí.

Subieron al auto. Susan se subió el vestido blanco por encima de las rodillas, dio marcha atrás hábilmente y se fueron. A mi lado, Joanna dijo:

—Bueno, esa Susan es una muchacha extraordinaria.

—Y Jason tiene los ojos puestos en ella.

—Lo noté. Es demasiado joven para ti, jefe.

—Tú también.

Se rió con tantas ganas que se dobló. La risa era brillante como la plata bajo los árboles de sombra; no era apropiada para la ocasión.

—¿Yo? ¿Yo? —susurró—. Soy la persona más vieja de cualquier lado.

Se había puesto unos cortos shorts salmón y un suave niki gris. Se había atado el pelo jengibre en un rodete sobre la cabeza y lo había sujetado descuidadamente. Las puntas se le escapaban. El peinado hacía que el cuello pareciera delgado y vulnerable.

Miró a su alrededor.

—¿Dónde dejaste las cuatro ruedas?

—Vinimos andando desde el atracadero.

—Entonces andando contigo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, Joanna.

—No hicimos nuestro trato aún.

—¿Trato?

Llevaba una pequeña bolsa de playa de lona blanca. La hizo girar por los cordones.

—Sigue haciéndote el estúpido y te desnuco, querido.

Así que nos dirigimos a la acera y andamos alternadamente a la luz y a la sombra dejando atrás pequeñas casas de madera y pequeñas tiendas nuevas hasta llegar al atracadero. Jason había vuelto a su trabajo. Tenía puestos sus shorts caqui y estaba en pie en la cubierta de proa de un gran Chris, echándole agua con una manguera para quitarle la sal; los recién llegados, una pareja pequeña y redonda de pelo blanco y brillante ropa náutica, estaban allí mirando cada movimiento suyo sombríamente.

—Enjuague la cornamusa también —gritó el hombre—. La cornamusa.

—Sí, capitán —dijo Jason, el músico—. Sí, capitán.

Joanna expresó con gritos su entusiasmo por los camarotes del «Busted Flush». Mientras correteaba por todos lados, diciendo oh y ah, Meyer me dijo que tenía varias cosas que hacer. Le di las llaves del auto. No supe si tenía cosas que hacer o un súbito ataque de discreción.

Alcancé a Joanna en la proa, en pie delante del gran espejo tocándose el pelo, girando y mirándose de espaldas por encima del hombro. Me vio en el espejo y dijo:

—Es un, magnífico cuarto de juegos flotantes. Es gracioso. Me sigo sintiendo dejada de lado. Sigo pensando que no es justo que esto haya estado ocurriendo sin . Después de todo, soy la mejor del mundo. ¿No lo sabías?

—No lo habías mencionado antes.

—¡No me digas que diseñaste todo esto!

—No. Estaba tal cual cuando gané esta barcaza en una partida de póker.

—¡Ah! Por eso tiene ese nombre.

—Había una brasileña que venía junto con el barco, pero no le permití que la apostara.

—¿Son los brasileños tan magníficos?

—No tengo ni idea. Sea como sea, conservé el decorado.

Estaba sonriendo. Luego, de pronto, dejó caer los hombros y sacudió la cabeza, con cara sombría.

—Es tan fantástico bromear, ¿no? Pienso que la verdadera razón por la que abandono el trabajo es porque no sería lo mismo sin Carrie. ¿Puedo tomar una cerveza?

—Por supuesto.

Nos sentamos en la cocina, frente a frente con la mesa de formica por medio. Estaba pensativa, silenciosa, indescifrable. Finalmente dijo:

—Así que no es un juego, ¿no? Entonces no quiero entrar; gracias de todos modos. Siento haberte molestado.

Entonces le dije cuál era mi verdadera relación con Carrie. Y por qué estaba allí con Meyer. Se puso roja como un tomate y debió de ponerse en pie y andar para controlar su inquieta confusión. Me llevó cerca de cinco minutos aclarar la situación. Omití lo relacionado con el dinero.

—Debiste pensar que no estaba en mis cabales.

—Pensé que no tenías los tornillos del todo ajustados, muchacha.

—Me alentaste, maldito seas.

Finalmente se calmó y se sentó, sorbió la cerveza y dijo:

—De acuerdo. Puedo darme cuenta por qué piensas que la mataron. El bolso y la gasolina y todo lo demás. Pero ¿por qué? No estaba metida en nada tan peligroso. Todo el mundo trae yerba a la Florida. Hay verdaderas toneladas entrando continuamente. Es tan arriesgado como pasar de largo con el semáforo en rojo.

—¿Te contó cómo estaba organizado?

—No con mucha claridad. No era ningún secreto que usaban el crucero de Jack. No hay manera de mantener esta costa bajo control policíaco. Demasiados barquitos y avioncitos y todo lo demás.

—¿Nadie en la casa le preguntó a Carrie de dónde la sacaba?

—Betty siempre le preguntaba, y Carrie le contestaba algo diferente cada vez. Por ejemplo, que había una oferta especial en el supermercado. Era de primera calidad, bien curada. Jason dice que es la mejor que conoce. Era divertido, nosotras cuatro, Betty y yo, Carrie y Floss. Betty consiguió una maquinita y hacía cigarrillos. Y también teníamos un libro de recetas, y hacíamos esas rosquillas de harina de maíz. Por ejemplo, por la noche solíamos ser ocho o diez desparramados por la casa, y quizá Jason tocaba la guitarra, y alcanzábamos un nivel realmente agradable. Y solía haber conversación tranquila que tenía significado, no como cuando están bebiendo y la gente se pone desagradable o tonta. Ahora dicen que puede impedir que uno tenga hijos, y reducir la resistencia contra los resfriados, gripes e infecciones, etcétera. ¿Y qué? Los automóviles matan y, sin embargo, la gente no deja de conducir.

—Los imperativos no son los mismos.

—¿Los qué no son qué?

—Perdona. No entremos en temas difíciles.

—¿Te opones?

—Joanna, no sé. Un tipo que era bastante hábil con un barco dijo una vez que cualquier cosa que después te hace sentirte bien es moral. Pero eso implica que el hecho es invariable y que el que lo hace es invariable. Lo que te hace sentirte bien una vez, te hace sentirte muy mal la próxima. Y es difícil saberlo con anticipación. Y la moral no debiera ser experimental, no lo veo bien. Creo que el mundo está lleno de cosas inevitables y que me nublan la mente. Cuando tengo la mente nublada experimento menos. Puedo pensar que es más, si la mente está distorsionada, pero es menos, verdaderamente. La mente mira hacia dentro, no hacia fuera. Entonces simplemente… trato de asegurarme que siempre haya alguien en la sala de mandos, alguien de guardia.

—De algún modo suena aburrido.

—No lo sé.

Me envolvió la muñeca con los dedos.

—De acuerdo, muchacho listo. ¿Piensas que te sentirás bien después de mí?

—Si las razones son buenas, creo que sí.

—¿Hay más de una razón, amigo?

—La mayor y la más importante razón del mundo es estar junto a alguien de una manera que haga la vida menos sombría, solitaria y triste. Cambiar el Yo por el Nosotros. En el mayor sentido de la palabra, fuera hace frío y la amabilidad, el afecto y la ternura encienden un agradable fuego cálido dentro. Eso está bien. Pero si quieres establecer un nuevo récord internacional o quieres presumir de tener las caderas más rápidas del pueblo, sácatelo de la cabeza.

Aflojó la presión de los dedos de mi muñeca y apartó las manos. Tenía lágrimas en los ojos. Sonrió, sacudió la cabeza y dijo:

—De ningún modo, McGee. Sea lo que sea lo que vendes, no puedo permitirme el lujo. Hice ese camino una vez y dolió. Dolió muchísimo. Si ese es el tipo de condimento que quieres en tu ensalada, cómelo en otra parte. Yo estoy bien para los Harry Hascomb de este mundo, y siempre me siento bien después, gracias.

—¿Siempre?

—¡Vete al diablo! —dijo, y se puso en pie—. Soy una variedad del jardín de la devoradora de hombres, eso es todo. Y me gusta. Vete al diablo.

—A cada una el estúpido que se merece.

Sonrió.

—A veces no viene mal, ¿sabes?

Me extendió la mano.

—¿Amigos? Realmente no vine aquí a iniciar una amistad. Pero tendré que conformarme con eso. ¡Dios mío! Estoy muerta de hambre. ¿Qué tienes aquí? —había abierto la nevera—. ¿Esto es corned-beef? Queso. ¿Dónde está el pan? Tengo una terrible máquina de comer dentro de mí. Como tanto como tres camioneros y siempre tengo hambre y nunca engordo ni un gramo. Te podría dejar moretones en los huesos, querido.

Me senté y miré cómo preparaba los emparedados. Era muy hábil e hizo una gran cantidad. Comió el doble que yo. Comía con tanto entusiasmo que sudaba, a pesar del aire acondicionado. Comía con un gozo tan vivaz y profundo que sentí el ávido deseo de haberle seguido el juego y de haberla llevado a la cama cinco minutos después que Meyer se fuera del barco. Era intensamente vivaz, vital e inmediata; hacía muchos años que no encontraba a alguien así:

—¿Con qué frecuencia traía las muestras?

—¿Qué? Oh, cuando se nos iba a terminar. El que se mudara a ese apartamento de la avenida Costanera tuvo algo que ver con el asunto. Me dijo que no pagaba nada por el apartamento. Pero nos extrañaba.

Sonó el teléfono. Nos sobresaltó a los dos. Fui al salón. Era Meyer.

—Sobre la autopsia de Birdsong; fue el corazón. Algún tipo de aneurisma. Pensé que te gustaría saberlo. Espero… no haberte molestado con la llamada.

—Puedes volver a bordo cuando quieras.

—Oh.

—¿Qué quiere decir ese oh?

—Simplemente oh. Nada complicado. Oh.

Joanna entró en el salón lentamente y se acostó sobre el sofá amarillo, y dejó su segundo jarro de leche sobre la mesa.

—Este barco es realmente fantástico.

—¿Cómo es Chris Omaha?

—Nadie se puede imaginar cómo Jack la aguantó tanto tiempo. Es estúpida, vulgar y ambiciosa. Malísima con él y malísima con los niños. Desde que los niños tuvieron la edad suficiente para poder mandarlos a la escuela, han estado lejos. Quiere estar sola en la casa en caso de que algo que use pantalones venga a entregar algo o a arreglar algo, Jack la pescó un par de veces. ¿Pero abandonarla? No. Carrie pensó durante un tiempo que quizá él abandonara a Chris y se casara con ella. No sé cuál es el gancho. Fue un matrimonio juvenil. Tenían diecisiete y dieciocho. Al final llegó a ser un convenio, calculo. Él podía tener a Carrie y ella podía tener a cualquiera que pasara por allí.

—¿Tal como el diligente Freddy Van Harn?

—¿Freddy el diligente? Caramba, le calaste bien. Le tendré que contar a Floss cómo le llamaste. No, Fred es el abogado del negocio y es el abogado personal de Jack y Harry, y será el que esté a cargo de los bienes, de lo que quedó; pero no perdería el tiempo con la vieja Chris, cuando puede tener lo mejor que hay.

Le dije qué razones tenía para contradecirla. Pareció sorprendida.

—¿Qué me cuentas? ¿Qué te parece? Calculo que la vieja Chris le agarró en un momento de debilidad.

—¿Era el abogado de Carrie?

—Por ser el abogado de la firma. Cuando quiso hacer un testamento para que ese Ben no pudiera quedarse con sus ahorros o su auto o lo que fuera, le preguntó a Fred un día cuando él vino a ver a Harry por alguna cosa, y él tomó nota y redactó un testamento y la hizo ir a la oficina y firmarlo. Calculo que se nombró albacea. Carrie habrá estado de acuerdo sobre eso. Y Betty me dijo que ella la había prevenido a Susan sobre Fred. Susan parece una muchacha tan agradable. Fred hasta tuvo que meterse con Betty una vez. Calculo que era algo así como un desafío para él. Betty es algo asexuada, ¿sabes? Tiene todo el equipo y es guapa, pero le falta algo. Fred la hizo beber demasiado y luego la forzó. No fue violación exactamente, pero estuvo tan cerca como es posible sin llegar a serlo. Ella le odia. La lastimó de verdad, porque ella es de constitución pequeña, y ese Fred tiene…; bueno, todo lo que puedo decir es que nunca lo imaginarías, al verlo con ese aspecto delgado y afeminado casi. Y guapo. Pero es un toro. Es inmenso. Tan grande que da un poco de miedo. Y… le gusta lastimar. A mí no me gustan las cosas retorcidas. Me gusta hacerlo, entiendes, para pasar un buen rato. Para él no parece diversión. Oh, él conoce un montón de técnicas y demás. Pero es como si hubiera leído sobre el asunto en una facultad de ingeniería. Una vez fue suficiente para mí. Él está con una pero no está. Es… no sé cómo decirlo.

—¿Remoto?

—Ju-usto. Creo que Fred está tratando de anotarse en su marcador todas las chicas de Bayside y zonas limítrofes. Es especialista en mujeres casadas. Quizá por eso puso a Chris en la lista. Hubo hombres que trataron de darle una paliza por meterse con sus mujeres, pero él es tan rápido y tan astuto como una serpiente. Es un buen abogado, pero no es una buena persona. No se ve cómo le va a resultar el matrimonio. Se va a casar. Estaba en el periódico, Jane Schermer. Muy aristocrática y muy rica. Han sido terratenientes ricos durante generaciones. Él tiene campos cerca de las plantaciones de ella, pero de ningún modo se le aproximan siquiera. La familia Van Harn tenía dinero en el pasado, pero cuando Fred estaba en la Facultad de Derecho de Stetson, su padre se pegó un tiro y vino a saberse que estaba totalmente arruinado. Tuvo algo que ver con capital en acciones. Ni siquiera sé qué es eso. Pero es lo que dicen. Algo así como comprometer el capital en acciones para garantizar préstamos bancarios, y él era el abogado del Banco. Fred trabaja mucho. Creo que quizá haya vuelto a reponer parte del dinero. Todos dicen que trabaja bien. Pero creo que en lo más íntimo de su ser es horrendo.

—Bayside parece ser un lugar activo.

—Está bien, calculo. Realmente no sé si me voy a quedar aquí. Ya me fui una vez y volví. Quizá vaya a Lauderdale y viva en este barco contigo durante un tiempo. ¿De acuerdo?

—Guardaremos su nombre en nuestros archivos, miss Freeler.

—Eres tan simpático conmigo…

La campana de alarma sonó estrepitosamente cuando Meyer apoyó su planta a bordo, sobre el felpudo de la cubierta de popa. Golpeó, entró y le sonrió a la guapa Joanna, acostada en el sofá.

—Me gusta ver que las jovencitas saludables toman leche —dijo.

Joanna le había guardado un par de emparedados, cuidadosamente envueltos en papel plástico. Ella se movió y se levantó, bostezando, y dijo que iba a irse a casa a dormir la siesta. La cogí de los hombros, la hice girar y la empujé hacia los camarotes. Fue pesadamente, arrastrando los pies, y cuando fui a verla estaba roncando con gran ruido de tambor batiente por ser tan pequeña.

Me quedé con Meyer mientras él comía en la cocina.

—Logré descubrirla —dijo—. La estación de servicio que usaba Carrie. Es una gran estación Shell justo frente a la entrada de Junction Park. Le era cómodo porque podía dejar el auto allí mientras trabajaba. Estuvo en el taller el jueves pasado. Buscaron la factura. Le cambiaron el aceite y el filtro, le pusieron escobillas nuevas al limpiaparabrisas… y llenaron el depósito.

—Y si estaba lleno el martes y ella no hizo ningún viaje…

—Trabajó todo el día, miércoles y jueves.

—Buen trabajo, Meyer.

—Gracias.

—Sobre esa teoría planetaria tuya, sobre cómo encuentran el invisible viendo lo que les hace a las órbitas de los otros, tengo un candidato a planeta. Un abogado llamado Frederick Van Harn. Está mezclado en la vida de demasiadas personas por las que estamos interesados nosotros.

—Incluyendo a mistress Birdsong.

—¿Eh?

—Salía de su cuarto del motel cuando yo llegué.

—Oh, es fantástico. De todos modos, es el primero de la lista. Todo lo que podamos averiguar, ¿de acuerdo?

—Sí, capitán.

Y a pesar de mis protestas de que no era tan urgente, volvió a salir después de pedirme prestadas las llaves del auto otra vez.