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-Hemos considerado el asunto con mucho detenimiento -dijo el capitán Alejandro-. Nuestro principal problema es que la cúpula militar está traficando drogas. Los oficiales subalternos que no están involucrados en actividades ilegales no tienen un líder que los organice. -Estaban sentados en las mismas sillas, sumidos en la conversación. Alejandro, como corresponde a un capitán disciplinado, se abstuvo de beber más de un vaso de whisky. Esmeralda bebía su cuarto gin tonic y estaba comenzando a arrastrar las palabras.

-Pero sin duda habrá oficiales de alto rango que todavía sean leales -estuvo a punto de decir “a mí”, pero se contuvo- a la antigua Venezuela. -Se dirigió al general-. Me imagino que tienes contactos a los que puedes llamar.

El general Gregorio dijo: -Bueno, Esmeralda, lo cierto es que a pesar de las destituciones, todavía hay un grupo de patriotas en el ejército. Me he mantenido en contacto con ellos.

Los últimos rayos de sol de la tarde atravesaron la ventana y tiñeron el vestíbulo de un brillo dorado. Lo encantador del entorno generó en doña Esmeralda una sensación de confianza. Si no fuera por el tópico de conversación, podría haberse convencido de que todo estaba ocurriendo treinta años antes, y de que se estaba reuniendo con viejos amigos para un trago vespertino y para luego salir a cenar. Nada había cambiado: Gonzalo todavía estaba a su lado y todavía era dueña de sus compañías e imponía su autoridad. La memoria, siempre dispuesta y leal, la estaba conduciendo por un camino de paz y le estaba recordando los infinitos privilegios que el mundo le había ofrecido. En su mente, durante un instante, el mundo era como debía ser.

Brutalmente, la voz del político la obligó a regresar a la realidad. - ¿Qué es lo que haremos entonces?

-Tenemos un plan. Todavía hay gente en este país que ama la libertad y exige justicia. Nuestros líderes corruptos mueren en la impunidad y nunca enfrentan las consecuencias de sus acciones. -Gregorio hablaba con tono pensativo-. Eso no puede continuar. La impunidad está pudriendo el alma del país. No nos podemos quedar de brazos cruzados. Debe hacerse justicia.

Sus tres interlocutores asintieron, mostrándose de acuerdo.

-Comprendo. Hagan lo que deban hacer y yo conseguiré el dinero. Es tarde. La noche nos sorprendió mientras hablábamos y regresar a casa será peligroso. Reunámonos mañana aquí mismo.

Todos asintieron y sellaron sus destinos.