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Primero pensó que era el resultado de demasiada ginebra. Sentía como si su cabeza estuviera a punto de partirse en dos. Pero incluso después de que doña Esmeralda abriera los ojos y se masajeara las sienes el preciso lugar donde el alcohol se había asentado , el estridente repiqueteo continuaba de forma despiadada. Por fin, la mente nublada de la anciana comprendió que el teléfono estaba sonando.
Se levantó de su antigua cama y avanzó tambaleándose hasta el costoso teléfono que Gonzalo le había comprado cuando viajó a Rusia a reunirse con un representante del Zar o del Partido Comunista o algo así. Tomó el auricular dorado y gritó - ¿Qué sucede? -, pero sólo le contestó el silencio. Esperó durante todo un minuto, mientras recuperaba el control de sus sentidos, pero al cabo su paciencia se agotó-. Si esto es alguna clase de broma…
La voz del otro lado de la línea sólo dijo: “Está arreglado. Reúnete con nosotros en el lugar fijado”, y cortó. Doña Esmeralda tardó unos momentos en comprender que ésa era la llamada que había estado esperando. Finalmente iba a darle a su dinero, que no hacía más que devaluarse en un banco revolucionario, un buen uso.