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Cuentos de lo inesperado

Los argumentos contra las ideas nuevas pasan en general por tres fases distintas: de «No es cierto» a «Bien, quizá sea cierto, pero no es importante», y finalmente «Es cierto y es importante, pero no es nuevo, siempre lo hemos sabido».

SABIDURÍA IMPOPULAR

Somos espectadores contumaces. Pasamos gran parte de nuestra vida observando cómo la gente actúa, compite, trabaja o simplemente descansa. Y nuestro interés no está confinado al espectáculo humano. También nos cautivan los «objetos»: pinturas, esculturas, fotografías de experiencias pasadas… todos tienen el poder de captar nuestra atención. Y si no podemos observar la vida real, nos vemos atraídos por los mundos virtuales del cine, la televisión y los vídeos. Incluso es posible que uno se encuentre leyendo un libro.

Mientras que algunas personas son hábiles en la creación de imágenes y sonidos interesantes, otras son observadores entrenados. Buscan imágenes inusuales o registran sucesos que la mayoría de nosotros no advertiríamos nunca. Algunos, con ayuda de sensores artificiales, profundizan mucho más y llegan mucho más lejos de lo que permiten nuestros sentidos por sí solos. De estas sensaciones ha surgido un bordado de actividades artísticas que son inequívocamente humanas. Pero, paradójicamente, de la misma fuente ha brotado un estudio sistemático de la Naturaleza al que llamamos ciencia. Sus orígenes comunes pueden sorprender a muchos, porque parece haber una gran laguna entre ciencia y arte, demarcada por nuestros prejuicios y nuestros sistemas educativos. Las ciencias pintan una explicación del mundo impersonal y objetiva, privada deliberadamente de «significado», que nos habla de los orígenes y la mecánica de la vida, pero no revela nada de las alegrías y penas de vivir. Por el contrario, las artes creativas codifican la antítesis de la visión del mundo científico: una celebración desatada de esa subjetividad humana que nos separa de las bestias; una expresión única de la mente humana que la separa del insensible torbellino de electrones y galaxias que, según los científicos, es la trama del mundo.

Este libro es un intento de ver las cosas de forma diferente. Queremos explorar algunas de las maneras en que nos afecta nuestra experiencia común de vivir en el Universo. Desde los años sesenta del siglo pasado se ha puesto de moda el considerar todos los atributos humanos interesantes como cosas que hemos aprendido de nuestros contactos con los individuos y la sociedad —como resultados de la educación, no de la naturaleza— y a ignorar los universales del pensamiento humano. Recientemente este prejuicio ha sido seriamente cuestionado. Las cosas son mucho más complicadas. Las complejidades de nuestras mentes y cuerpos testimonian una larga historia de sutiles adaptaciones a la naturaleza del mundo y sus otros ocupantes. Los seres humanos, junto con todas sus querencias y antipatías, sus sentidos y sensibilidades, no cayeron hechos del cielo; ni nacieron con mentes y cuerpos sin huellas de la historia de sus especies. Muchas de nuestras capacidades y susceptibilidades son adaptaciones específicas a viejos problemas ambientales, más que manifestaciones independientes de una inteligencia general válida en cualquier circunstancia.

Tenemos instintos y propensiones que guardan sutil testimonio de los universales de nuestro propio entorno y el de nuestros ancestros lejanos. Algunos de estos instintos, como el del lenguaje, son tan importantes que, para cualquier fin práctico, son inalterables; otros son más maleables y pueden ser reescritos en parte, o totalmente reprogramados, por la experiencia: aparecen por defecto sólo en ausencia de influencias culturales u otras respuestas aprendidas. Algunos de estos universales ambientales se extienden más allá de nuestro propio planeta. Reflejan las regularidades de sistemas solares, galaxias y universos enteros. Pueden decirnos cosas importantes sobre cualquier forma de inteligencia viviente —dondequiera que pudiera estar en el universo.

Desenredar todas estas hebras es una tarea imposible. Nuestros objetivos en este libro son más modestos. Vamos a examinar algunas de las formas inesperadas en que la estructura del Universo —sus leyes, sus entornos, su apariencia astronómica— deja su impronta en nuestros pensamientos, nuestras preferencias estéticas y nuestras ideas sobre la naturaleza de las cosas. En algunos casos, dichas influencias cósmicas alterarán los entornos de los seres vivos de formas inevitables; en otros, nuestras propensiones aparecerán como subproductos de adaptaciones a situaciones a las que ya no nos enfrentamos. Dichas adaptaciones siguen con nosotros, a menudo en formas metamorfoseadas, como evidencia viva de la presencia del pasado.

Siempre ha habido una división entre quienes ven la ciencia como el descubrimiento de cosas reales y los que la consideran una elaborada creación mental diseñada para dar sentido a una realidad incognoscible. El primer punto de vista es atractivo para los científicos porque les hace sentirse bien con lo que están haciendo: explorar territorio desconocido y desenterrar nuevos hechos sobre la realidad. El segundo punto de vista es adoptado más fácilmente por quienes están implicados en el estudio del comportamiento humano. Sociólogos y psicólogos están tan impresionados por la inventiva de la mente humana, y por las actividades humanas colectivas de los científicos, que piensan que esto es todo lo que hay. Pero, aunque la ciencia encarna ciertamente esos elementos humanos, es un salto lógico injustificado concluir que no hay otra cosa que dichos elementos humanos. Este énfasis en la ciencia como tan sólo otra actividad humana, más que un proceso que implica descubrimiento, puede ser una manifestación sutil de oposición a la empresa científica pues degrada el estatus de su actividad. Después de todo, los jardineros no parecen tan excitantes como los exploradores.

Cualesquiera que sean las virtudes de estas afirmaciones y contraafirmaciones, hay indudablemente un dilema para el profano. ¿Son las ciencias y las humanidades respuestas alternativas al mundo en que vivimos? ¿Son irreconciliables? ¿Debemos abrazar lo subjetivo o lo objetivo: el ábaco o la rosa? ¿O hemos creado una falsa dicotomía y las dos visiones del mundo están más íntimamente entrelazadas de lo que parece a primera vista?

Uno de nuestros objetivos es iluminar la relación entre las ciencias y las artes con una nueva perspectiva de nuestra emergencia en el Universo. El hecho de que hayamos evolucionado en un tipo de Universo concreto pone restricciones insospechadas a lo que pensamos y cómo pensamos. ¿Qué juegos y rompecabezas encontramos desafiantes? ¿Por qué nos gustan ciertos tipos de arte o de música? ¿Por qué tenemos una propensión a ver pautas donde no existe ninguna? ¿Por qué tantos mitos y leyendas tienen factores comunes? ¿Cómo están estas cosas influenciadas por nuestra experiencia del tiempo y el espacio, y por la apariencia de los cielos? ¿Cuál es la influencia de nuestro tiempo de vida característico —ni muy corto, ni muy largo— sobre nuestro pensamiento acerca del mundo y el valor que damos a la vida? ¿Cómo determina la estructura de nuestra mente los problemas filosóficos que encontramos desafiantes? ¿Por qué hay algunas imágenes tan atractivas al ojo humano? ¿Cómo han influido los conceptos de azar y aleatoriedad en nuestro pensamiento ético y religioso? ¿Cuáles son las fuentes del fatalismo y de nuestras ideas sobre el fin del mundo? Si entráramos en contacto con civilizaciones extraterrestres ¿a qué podrían parecerse? ¿Qué podríamos aprender sobre ellos de su estética? Aunque la mayoría de la gente prevé que un posible contacto con extraterrestres avanzados traería grandes avances científicos, descubriremos que los mayores beneficios podrían resultar muy diferentes. También es tentador adoptar una variedad de gerontofilia cósmica que pone grandes esperanzas en el contacto con extraterrestres de larga vida. Dados espacio y tiempo suficientes, se espera que ellos estén cada vez más cerca de descubrir todo lo que hay que conocer acerca del funcionamiento del Universo. Quizá este optimismo sea exagerado. Si queremos entender el Universo, quizá no basten inteligencia y longevidad. Veremos que nuestro propio desarrollo científico depende de varias coincidencias extraordinarias en nuestro entorno y nuestra visión del cielo. En ausencia de dichas circunstancias fortuitas, nuestra comprensión del mundo estaría muy reducida, y nuestras creencias sobre el significado de nuestro lugar en el esquema de las cosas estarían radicalmente alteradas. Además, hay indicios que sugieren que cierto grado de irracionalidad puede ser más que un subproducto embarazoso de la evolución de la inteligencia: quizá sea una característica esencial del progreso en entornos naturales.

En nuestra búsqueda por desentrañar cómo nos influye el Universo tenemos mucho que andar. Empezaremos considerando la cuestión de la perspectiva —nuestra forma de mirar el mundo—. La importancia del punto de vista del espectador fue reconocida en arte antes de que fuese siquiera planteada en ciencia. A los científicos les gustaba verse a sí mismos como observadores de aves cómodamente instalados en un puesto de observación perfecto. Cuando tuvieron que enfrentarse al impacto que tenía su forma de percibir sobre lo que era percibido, la certeza de sus interpretaciones del mundo fue ampliamente cuestionada. Visto en retrospectiva, la base de nuestra confianza en la fiabilidad de nuestra visión de un área importante del mundo quedó establecida por el descubrimiento de que los seres vivos evolucionan y se adaptan a sus ambientes. Estamos acostumbrados a considerar los entornos como locales e inmediatos. En este libro descubriremos cómo nuestra existencia deriva de un entorno cósmico que tiene un tamaño de miles de millones de años-luz. Para que la vida sea posible dentro de un universo, éste debe tener una forma particular. Cuando emerge la vida consciente, sus experiencias y conceptos están extrañamente influidos por el hecho de que el Universo debe ser grande y viejo, oscuro y frío.

Nuestra siguiente exploración será sobre los tamaños de las cosas. Descubriremos algo de la red de interrelaciones entre seres vivos y las características necesarias de los ambientes que soportan vida. Este camino nos llevará atrás en el tiempo hasta los orígenes de la humanidad; pero al final de esta ruta descubriremos claves inesperadas sobre los orígenes de la estética, el irresistible atractivo de cuadros y paisajes y la importancia de la simetría para los seres vivos. Estas intuiciones arrojarán nueva luz sobre nuestras respuestas al arte moderno generado por ordenador, y nos ayudarán a apreciar lo que exigimos de los paisajes creados por el hombre para que puedan calmamos o estimulamos.

Nuestra tercera excursión nos lleva a las estrellas: a desvelar las formas en las que la mecánica celeste ha influido en la crianza y la naturaleza de la vida en la Tierra. Los seres vivos responden a una sinfonía de ritmos celestes. Durante millones de años han interiorizado muchos de dichos ritmos. Con la llegada de la conciencia y de la cultura, han respondido a su latido de forma diferente pero no menos impresionante. De las cosas que no se ven, pasamos a las cosas que se ven. La apariencia del cielo nocturno es una experiencia universal. Algunas de sus influencias son directas e inadvertidas; otras son generadas por nuestra propia imaginación. Estas imágenes nocturnas dependen, de forma crucial, de dónde y cuándo vivamos. Y cuando la noche pasa, llega el día, con luz resplandeciente —luz coloreada—. Luz y vida se combinan de forma que nos permiten entender nuestras percepciones de color y algunas de sus profundas influencias psicológicas sobre nosotros.

De forma sorprendente, nuestros sistemas de medida del tiempo también esconden antiguas inclinaciones astrológicas, que han resistido todos los esfuerzos de autoridades y poderes para redefinirlos. Los tabloides y las revistas populares aún perpetúan los mitos de la astrología. Irónicamente, encontraremos que, aunque las constelaciones no pueden decimos nada sobre el futuro, tienen mucho que decimos sobre el pasado.

Desde la vista nos volvemos al sonido para explorar los orígenes de nuestra sensibilidad a la música. ¿Por qué nos gusta? ¿De dónde procede? Llena de sonido y furia, ¿significa algo? Estas son algunas de las preguntas que guían nuestra búsqueda de un entendimiento de lo que es la música, y de qué forma su atractivo universal podría ser un subproducto inevitable de adaptaciones a otros aspectos del ambiente que nos rodea.

Las humanidades no son sólo manifestaciones de la creatividad humana. La estética y el desarrollo cultural pueden encontrarse limitados por un corsé mental impuesto por nuestra naturaleza física y por la universalidad del entorno cósmico en el que vivimos. Las artes y las ciencias manan de una misma fuente, están conformadas por la misma realidad, y sus ideas están relacionadas de forma que poco a poco dejan de verse como actividades alternativas.