CAPITULO XII
Robert Gold no tuvo un momento de descanso.
Lo primero que hizo fue liberar al grupo de muchachas robots que había a bordo de la "tetranao", las cuales le patentizaron su agradecimiento, y ellas, muy gustosas se encargaron de la vigilancia de las adictas a la fallecida Helen.
Luego convocó a los muchachos, a los que expuso sus propósitos de ir al campamento.
Unánimemente se unieron a él, patentizando con ello la confianza que les merecía.
Posteriormente se fue a la cabina de pilotos donde se encontraban Ethel y Eleonor.
Dirigiéndose a las dos, les manifestó:
—Es conveniente llegar al campamento en noche cerrada, de este modo no suscitaremos sospechas. No olvidéis la contraseña a mitad del túnel de acceso. Y en cuanto lleguemos al campamento...
Les fue dando instrucciones de lo que tenían que hacer, para luego marcharse a ultimar los preparativos.
El momento había llegado y así se lo ordenó a las muchachas:
—Ethel y Eleonor, emerger la "tetranao" para volar hacia el túnel de acceso,
Nuevamente navegaban por el aire tachonado de estrellas, para momentos después tomar tierra frente al túnel.
Las muchachas conectaron el sistema móvil de tierra y diestramente dirigida por Ethel, se introdujeron en la "boca de lobo", en cuyo extremo les aguardaba el triunfo o el fracaso, lo que equivalía a ser la vida o la muerte...
A mitad del túnel hallaron el sutil velo que lo interceptaba y que al efectuar los destellos convenidos, fue desapareciendo para dejarles el campo libre.
Robert dio un respiro de alivio. Por ahora iban bien las cosas.
Fueron a desembocar en una amplia explanada circundada por varios edificios.
La voluminosa "tetranao", lentamente fue dirigiéndose a donde estaban situados los hangares, en cuya entrada se detuvieron.
Allí se hallaban cuatro hombres jóvenes y dos muchachas, todos ellos controlados, montando guardia.
Esto podía representar un obstáculo para sus planes, pues aunque lo imaginaba, ignoraba por completo las órdenes que tenían.
Decidió jugárselo todo a una sola carta.
Llamó a Ethel, que abandonó la cabina y fue a reunirse con Robert en el puesto de mando de la "tetranao".
—Mira, voy a establecer la frecuencia de control y les ordenas a los que están de centinelas, que vengan a bordo para descargar material. ¿Entendido?
La joven afirmó con la cabeza.
—¡Ahora...!
—"Mentes", los que estáis de centinelas, venid a bordo para retirar el material.
Aquellos seres se pusieron en movimiento, con sus pasos pausados, y subieron a la nave.
Tan pronto estuvieron dentro, fueron desarmados y reducidos.
Robert Gold ordenó la sustitución por cuatro muchachos y dos muchachas "liberados" para ocupar los puestos de centinelas.
—En caso de algo anormal, hacéis uso de las señales. A vuestros puestos.
La señal convenida era simplemente tres destellos rojos.
A siete de los muchachos "liberados" les dejó al servicio de los cañones de a bordo y los cuatro que quedaban libres, se los llevó con él.
La oscuridad reinante les facilitaría mucho el camino. Todos ellos iban bien provistos de cargas, similares a las utilizadas en la Base de Lepsina.
Se dirigieron al primer pabellón que les cogía más cerca.
Robert comprobó que aquello era una especie de almacén donde se acumulaban infinidad de bultos.
Hizo colocar unos cuantos explosivos, para dirigirse luego al inmediato.
Se trataba del pabellón donde se efectuaban las operaciones para controlar a los infelices que caían en sus manos.
Robert forzó la entrada y dejando a uno de guardia, con los restantes, distribuyó las cargas convenientemente.
Pasaron a otro edificio, era en el que internaban a los "operados", para su entrenamiento definitivo y estaba ocupado por jóvenes de ambos sexos, todos ellos inconscientes en sus respectivos lechos.
Ahí no colocaron ningún elemento destructor. Pasaron a otro.
Por el plano que halló en los documentos secretos de Helen, sabía que aquel pabellón era ocupado por los que llevaban el trabajo diabólico de la trasformación de una persona normal en robots capaces de cometer las mayores atrocidades, las que se les ordenara.
Luego que tuvieron listo su trabajo, se encaminaron a lo que representaba mayor dificultad, el pabellón de control, comunicaciones, defensa y alarma.
Este era el único edificio iluminado, por lo que pudo ver Robert que la guardia la efectuaban muchachas vestidas como las adictas a Helen y por lo tanto, no controladas.
El llegar hasta allí sin ser descubiertos, era más que imposible y el producir una alarma no le interesaba hasta tener los cabos bien atados.
Desde donde estaban agazapados, vieron una luz oscilante que avanzaba y posteriormente oyeron pasos.
Se trataba de un grupo formado por cuatro hombres robots que llevaban algo en las manos y al mando de ellos una joven adicta llevando la luz.
En pocas palabras, Robert les explicó lo que tenían que hacer.
La comitiva pasó muy cerca de ellos. Robert, con un salto magistral, se lanzó contra la chica a quien tapó la boca para que no diera ningún grito de alarma, a tiempo que rodaban por el suelo a consecuencia del impulso.
Los otros muchachos, cada uno se encargó de un hombre robot,
La sorpresa dejó paralizada a la joven portadora de la luz, pero reaccionando pretendió morder la mano de Robert y lo hizo.
Este sabía que si le dejaba la boca libre, la alarma cundiría inmediatamente, por lo que resistiendo el dolor que le producía la mordedura de aquella "víbora" que se revolvía de forma endiablada, con la mano libre pudo aplicarle un golpe maestro que la dejó sin sentido.
Con ella cargada en el hombro y los cuatro robots maniatados por sus muchachos, fueron al pabellón de los internados donde les dejaron a buen recaudo.
Luego hizo venir a Eleonor, quien se puso al frente de ellos y a partir de donde efectuaron el asalto encendió la luz, llevando cuatro de ellos aquellas bandejas tapadas y Robert, aunque sin bandeja, cerraba la comitiva con algo tapado en sus manos.
Fueron caminando; Eleonor indiferente llevando la luz y tras ella los cinco hombres con pasos de mentes controladas.
Penetraron en el interior del edificio, subieron cinco escalones, para desembocar a una sala circular llena de aparatos electrónicos y de pantallas a las que atendían una docena de muchachas adictas.
Una de ellas, la que parecía la jefa, se dirigió a Eleonor para recriminarle:
—Has tardado mucho en traer los alimentos. ¿Qué te ha pasado que la luz se ha apagado?
—Me he caído al tropezar —comentó con naturalidad Eleonor, que permanecía a la entrada y en un lugar no muy iluminado.
Pero la jefa debió sospechar algo, puesto que con rapidez presionó un resorte allí en el tablero y la puerta de entrada se bloqueó, al tiempo que toda la explanada se iluminaba y un sonido estridente se dejaba oír.
La jefa preguntó:
—¿Quién eres tú...?
Robert no esperó más. De su envoltorio sacó el arma y los demás muchachos empuñaron la suya que llevaban oculta en sus respectivas bandejas.
Fue el mismo Robert quien respondió:
—El nombre no te va a decir nada. Lo que importa en estos momentos es que si quieres conservar tu vida y la de tus compañeras, anula la alarma inmediatamente. ¡Rápido!
La jefa quedó paralizada por la actitud de aquellos muchachos, que creyó controlados, y por la firmeza de la voz de Robert.
Pero obedeció sumisa. Presionó otra vez el resorte, la explanada volvió a la oscuridad, la alarma dejó de sonar y la puerta de acceso quedó libre.
Más en una pantalla apareció el rostro desencajado de la Gran Belia, que preguntaba:
—¡Control, control...! ¿Qué pasa?
Por señas Robert le indicó a la jefe que contestara que nada, y así lo hizo:
—Una falsa alarma, Gran Belia. No pasa nada..., por ahora.
Lo añadido en último término, lo de "por ahora", a Robert le sonó como contraseña y no se equivocó.
Con rapidez, con expresión de fiereza, la jefe se volvió empuñando un arma.
Robert se tumbó en el suelo al tiempo que su arma vomitaba una lengua de fuego, sonaba un estampido y la jefa se desplomaba sin poder hacer uso de la que empuñaba.
Sonaron tres estampidos más. Uno de sus muchachos yacía en el suelo y dos muchachas adictas sucumbieron a los disparos de Eleonor y Robert.
Las demás depusieron las armas.
El muchacho estaba herido levemente y Robert ordenó:
—¡Rápido, maniatadlas, y tú, Eleonor, condúcelas al pabellón con los demás! Vosotras, colocad las cargas y venid conmigo. Hay que atrapar a la Gran Belia.
Robert, corriendo y seguido por los demás, se dirigió al alojamiento que ocupaba el cerebro maquiavélico de aquella organización.
Entraron en la estancia. Estaba vacía.
Entonces Robert se acordó que aquella mujer había mencionado una salida secreta en la conversación que mantuvo con Helen.
Con desesperación se puso a buscar y por fin halló un acceso que daba a una rampa.
La descendió con rapidez, desembocando a un cobertizo. Oyó, antes de llegar, el rumor de motores.
Se asomó al exterior y pudo descubrir un pequeño vehículo que se dirigía a la "tetranao" de la que él se había apoderado.
Los centinelas que tenía apostados dieron la señal, pero no pudieron evitar que aquel vehículo desapareciera en el interior de la "tetranao".
En veloz carrera se dirigió a la nave. Ethel estaba a cargo de la misma y a buen seguro desconocía aquel acceso secreto.
Subió a bordo, encaminándose hacia lo que era el puesto de mando de Helen, pero no entró por la puerta, sino por el sistema de ventilación.
Lo que se imaginó, estaba ocurriendo.
Aquella Gran Belia parecía una poseída del diablo. Luchaba con Ethel a brazo partido, sus ojos despedían chispas, su boca parecía las fauces de cualquier felino rabioso, con espuma y todo, y su piel había subido de tonalidad con un azul oscuro, casi negro.
Ethel le daba buena réplica, pero aquella mujer o lo que fuera, tenía una fortaleza insospechada.
Saltó de su escondrijo y le conminó:
—¡Quieta o disparo!
Se volvió con una rapidez inusitada y arremetió contra Robert, sin darle tiempo a hacer uso de su arma.
Rodaron por el suelo. La fuerza de aquella mujer era la de un hombre, se zafaba y devolvía los golpes, pero Robert era más rápido y contundente.
En una de las veces, Robert le arrancó aquella trompetilla que llevaba sobre los senos.
A partir de entonces, su fortaleza decayó, dando muestras de ahogo.
Viéndose acorralada y en un descuido, cogió a Ethel para utilizarla como escudo, diciendo roncamente:
—¡Si das un paso más, la desnuco...!
Y fue retrocediendo hacia una puerta.
Robert se quedó inmóvil. No dudaba que llevaría a efecto su amenaza por la forma que tenía asida a Ethel y por la fortaleza que había demostrado.
Cuando aquella fiera de mujer traspasó la puerta, dio un empujón a Ethel para mandarla despedida hacia los brazos de Robert, que la contuvo en su carrera.
Antes de cerrar, todavía se le oyó:
—¡Moriréis todos, todos...!
Robert trató de forzar la puerta sin lograr abrirla.
Se dirigió al exterior con Ethel detrás y vio aquel vehículo que se dirigía a toda velocidad hacia el edificio de control.
Cuando esperaba que se detuviera para introducirse en el mismo, estrepitosamente el vehículo chocó contra el pabellón de control.
Lo que sucedió a continuación, parecía el fin del mundo.
Por efecto del choque, el vehículo estalló, en consecuencia, los explosivos colocados entraron en acción y el edificio voló por los aires, así como los otros que fueron minados.
* * *
El último reducto que quedaba de aquellos seres desalmados, era el Steel Club, que fue desmantelado y todos los implicados detenidos.
En el despacho del jefe supremo del Departamento de Alta Seguridad, se encontraban Robert Gold, Ethel Anson, Eleonor Landis y el superior inmediato a ellos.
El jefe supremo les dijo:
—Es una satisfacción para mí el poder contar con personal como ustedes que saben cumplir sencillamente con su deber. Gracias a su intervención, particularmente la del coronel Robert Gold, se ha desmembrado la organización más diabólica del siglo. Mi enhorabuena.
Así de sencillo, calladamente, Robert alcanzaba un ascenso en compensación a su valía.
Más tarde, se hallaban en una confortable villa, aislada por completo para no ser molestados y disfrutando de su felicidad y un merecido descanso.
En el alojamiento, se encontraban Robert y Ethel estrechamente saboreando su amor, gozando de las delicias de su reciente matrimonio.
Algo llamó la atención de Robert al oír un sonido desusado y descubrir un enorme objetivo.
Se separó bruscamente de Ethel, se fue hacia donde había procedido el ruido y separó un ramo de flores que medio lo cubría.
Allí encontró una nota que decía:
"Como mi ansiedad es extrema en aprender y no puedo ver, ni oír, ni hablar, quiero saber el final”
"Eleonor."
Robert soltó la carcajada y le dio la nota a Ethel.
Ambos rieron felices por la última travesura de la amiga.
FIN