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La oveja negra
Creo recordar que hace ya algún tiempo escuché a alguien contar una historia en un lugar inapropiado para ello. Fue en la sala de reuniones de una empresa, de esas que te exprimen para sacar todo lo bueno de ti y cuando ya solo te queda la sombra de lo que fuiste, te quitan el Sol. Allí no pintaba nada, tan solo pasaba por ahí prestando poca atención a las cosas incoherentes de las que se hablaban y donde las continuas amenazas de despidos formaban parte de varios puntos de la orden del día. Pero después de unas horas con la cabeza y algunos sentidos lejos de la reunión, escuché sin querer algo que me hizo volver a mi asiento.
Me resulta muy egoísta por mi parte, no contar qué fue lo que hizo que volviese a la realidad.
De algún modo empecé a creer que también se puede soñar despierto y solo así es cuando los sueños se hacen realidad. A pesar de ser una persona bastante escéptica, me hizo disfrutar de aquellos pequeños detalles que por algún extraño motivo nunca he sabido entender o quizá nadie me ha sabido explicar.
Así que si me lo permites, ya que tú eres el dueño de este libro, me gustaría contarte una pequeña fábula donde tú serás el protagonista de ella, en donde podrás imaginar los pasajes, disfrutar de ellos e incluso está permitido abandonarlos. Te puedes dejar llevar por la risa, derramar alguna lágrima e incluso podrás tomarte un tiempo, el tuyo, el que consideres oportuno para pensar.
Esta es una pequeña historia donde podrás escuchar hablar a tu corazón.
***
Me pasa que muchas veces no logro entender el significado de las cosas y mucho menos de la vida, otras en cambio las entiendo sin más y no me paro a preguntarme el por qué. A veces escucho canciones donde se preguntan de dónde saca el dinero la luna para salir todas las noches, y otras nos cuentan que todo aquello que no tiembla no está vivo. Son tantas las cosas que llego a escuchar al cabo del día y de la noche que muchas veces me cuesta distinguir lo ficticio de lo real.
Llego a creer que todo aquel que no vive en pareja es raro, no es aceptado como normal por esta sociedad y cuando intento buscar el origen de ello, lo primero que se me viene a la cabeza son los teólogos aferrándose al arca de Noé para explicárnoslo. El profeta parece ser que metió en un arca varias parejas de cada especie animal para salvarlos y así luego poder repoblar la Tierra con su descendencia tras el Diluvio Universal. Y es en ese momento cuando me siento, pienso, intento recrear en mi mente todo el proceso, desde la captura de los animales hasta la acomodación en el arca, pero no puedo hacerlo, lo dejo y me doy cuenta que no sé interpretar las santas escrituras.
Pero es cierto, que en esta vida siempre hay un dos, una pareja para todo, o casi todo. Para aquella pareja de baile que se preste a dar sus primeros pasos, para aquel deportista que se arriesga a dar sus primeros balonazos, para los enamorados que sueñan con darse su primer beso…
Es entonces cuando miro a mi alrededor y me doy cuenta que estamos rodeados de contrarios: el blanco y el negro, el alto y el bajo, el pesimista y el optimista, el hombre y la mujer, el bien y el mal, el día y la noche, el sol y la luna, el bueno y el malo y, así, un sinfín de antónimos a los que podríamos dedicarles infinidad de líneas de este libro, pero no lo haré.
Una buena tarde de diciembre, donde el Sol tímidamente parecía salir entre las nubes y las calles estaban ausentes de paseantes, no sé si fue por casualidad o por causalidad, pero el caso es que ese día me di cuenta que había algo en la vida que no tiene contrarios o al menos fui incapaz de saber cuál era. Ese algo son los girasoles. Resulta que todos los girasoles de todas las plantaciones de este mundo, desde que sale el Sol hasta su puesta, dedican su vida a seguir su curso con la mirada. Cuando el Sol duerme, ellos lo hacen con él.
Así, de esta manera, pasan todos y cada uno de los días de su vida, siendo iguales al anterior y no muy distintos al siguiente.
¿Podría llegar a pensar que la pareja de baile de los girasoles fuese el Sol? Aún no tengo la suficiente información, ni tampoco me atrevo a responder a esta pregunta con certeza, pero cada cual es libre de responder a ella. Lo único que pude encontrar sobre los girasoles es que son plantas fototrópicas, es decir, que para su crecimiento necesitan de una fuente luminosa, en este caso el Sol.
Los girasoles pasan así toda su vida, siguiendo su trayectoria desde que se siembran, hasta que se marchitan y mueren.
Hay quienes dicen que los girasoles ayudan a cumplir los sueños e incluso si los encuentras o aparecen en tu vida se hacen realidad. Son tantas las cosas que oímos…
22 de marzo
Era una fea noche de tormenta, de aquellas en las que lo único que te apetece hacer es nada y lo último que harías es algo. De esas en las que te sientas pensativo en tu sofá favorito, y contemplas, en silencio, tras la ventana, cómo caen las gotas de lluvia tras la luz de las farolas. De esas en que los ojos se detienen para mirar cómo unas quedan pegadas al otro lado del cristal de la ventana, mientras otras bajan velozmente por él arrastrando aquellas a las que no les apetecía hacer nada, tan solo habían elegido su lugar. De esas que cuando cierras los ojos te quedas hipnotizado por la melodía que interpreta la lluvia al caer. De esas que cuando ves alejarse la tormenta acabas diciéndote: era necesario, se han limpiado todas las calles. Así fue aquella noche.
Pero aquella noche no me encontraba en casa para disfrutar de la lluvia tras el cristal de la ventana, aunque sí lo hice tras el cristal de la luna del coche. Desde su interior veía cómo se formaban pequeños riachuelos que crecían a lo ancho, a medida que bajaban desde lo más alto de la avenida principal de la ciudad hasta acabar fundiéndose en la playa con el mar, inundando a su paso aquellos barrios próximos a la costa.
Fui incapaz de distinguir cuántos carriles tenía aquella oscura carretera. Las líneas blancas que debían estar pintadas en el asfalto habían desaparecido, no solo las continuas o las discontinuas, sino todas las demás. Las escasas farolas de luz amarillenta que se elevaban desde las aceras, alternaban zonas iluminadas con otras tenues.
Fue sin duda una de esas noches para no hacer nada, para estar en casa… en cambio, yo conducía muy lejos de ella a esa velocidad en la que los autobuses urbanos te pitan para después dedicarte una mirada y unas palabras insultantes al adelantarte. Conducía un Ford focus del color de la noche con la carrocería decorada de arañazos de todo tipo, con los neumáticos desgastados y, en el asiento de al lado, la inseparable compañía de las carpetas del trabajo, acumuladas unas encima de otras y que tantos quebraderos de cabeza me producían.
Todo parecía ser aburrido, la música del coche, el movimiento del limpiaparabrisas, aquella solitaria carretera e incluyo yo. De pronto giré la mirada hacia la ventana del copiloto. Vi cómo se colaba un pequeño y disimulado hilo de agua, a través de ella, que poco a poco fue goteando sobre las carpetas del trabajo. Eché mano del botón de mi puerta para elevar del todo el cristal, pero ya había llegado a su tope y el agua seguía colándose tras él. Paré el coche en el arcén, puse las luces de emergencia, empujé con una mano el cristal hacia arriba mientras con la otra apretaba el botón de la puerta para elevarlo y fue entonces cuando observé algo increíble al otro lado del cristal.
En un choque de párpados me olvidé de las carpetas, del hilo de agua y de no tener paraguas. Bajé del coche, me quedé durante unos segundos a su lado, mojándonos y disfrutando de lo que teníamos frente a nosotros. Nunca antes me había fijado en ello aunque fueron muchas las veces que pasé por allí en noches más claras.
Observé cómo un campo de enormes girasoles había crecido de la nada, era infinitamente inmenso. Me impresionó ver aquella multitud de plantas ordenadas, cabizbajas, ajenas a la lluvia. Pero, sin lugar a dudas, lo que más me impresionó de aquella plantación no fue su extensión sino lo que creí ver en ella, a lo lejos. Empecé a caminar con un paso firme y decidido por aquel campo embarrado. Fui alejándome del coche y a medida que mi ropa y mis piernas ganaban en peso, mis ojos se abrían con más expectación.
La suela de mis botas se fue llenando de barro desdibujando las huellas de mis pasos… En pocos minutos me vi en medio de un enorme campo rodeado por miles de girasoles que, aunque miraban hacia el suelo, me daba la impresión que no dejaban de mirarme. Mi nerviosismo fue en aumento hasta el punto de llegar a sentir miedo.
A pesar de ello, dejé de lado mis sensaciones para centrar toda mi atención en uno de ellos.
Aquel girasol no me miraba, tampoco lo hacía al suelo, sino al cielo. La sensación de temor fue desapareciendo a medida que más me acercaba a él. La curiosidad pudo conmigo cuando pude estar a su lado. Resultaba bastante contradictorio ver cómo un girasol miraba al cielo por la noche mientras el resto dormían.
Ese girasol tenía algo que le hacía ser especial, al menos para mí. Me preguntaba qué ocurriría por la mañana cuando saliese el Sol ¿continuaría mirando al cielo o en cambio al suelo? Se me pasaba por la cabeza pensar que aquel girasol podía ser el rebelde de la plantación, o quizá solo fuese de una semilla diferente al resto, o tan solo fuese el más callejero… No lo sé, podríamos pensar lo que quisiéramos, ponerle mil calificativos, pero yo seguía invadido por la curiosidad de tal comportamiento e incluso debo reconocer, por muy raro que parezca, que sentí admiración por él.
No sé qué era lo que tenía, pero algo especial debía tener para hacerme bajar del coche, caminar hasta llegar a su lado —sin nada para protegerme de esta oscura tormenta— y quedarme junto a él.
Me quedé durante varios minutos más mojándome, contemplando ese paisaje y más concretamente a ese girasol. En aquel momento no disponía de una cámara de fotos, ni mucho menos de un teléfono móvil de última tecnología para retratar aquel insólito momento, que difícilmente se volvería a repetir. Esa lluvia no daba tregua, estaba empezando a calar entre mis botas e incluso por debajo de mi piel, tal como lo había hecho minutos atrás en el cristal del coche. Estar más tiempo allí, en donde no iba a encontrar una explicación pero sí un catarro para llevarme, estaba empezando a ser innecesario.
Me di media vuelta, caminé lo más rápido que pude entre los girasoles hacia el coche que me esperaba con las luces de emergencia encendidas. Una vez dentro de él, observé que las carpetas del trabajo estaban completamente mojadas pero no me importó, sonreí al verlas. Cogí una toalla de playa que tenía en el asiento de atrás, me sequé la cabeza, la cara, las manos y luego la estiré sobre el asiento haciendo inútil la función de funda impermeable. Apagué las luces de emergencia, conecté el limpiaparabrisas y emprendí el camino de regreso a casa. Necesitaba descansar.
Mientras conducía a una velocidad de trote, escuchaba un Cd recopilatorio que me hice de grupos españoles ¿acaso existe una música mejor?, de vez en cuando me venía a la cabeza la idea de llamar a mis amigos para contarles lo que me había pasado, después miraba el reloj del salpicadero y la idea se marchaba como lo hizo una hora después la tormenta.