PRÓLOGO

¿Por qué escribí En algún lugar?

Hace ya algún tiempo que por mi cabeza pasaba la idea de escribir «algo», pero no tenía muy claro qué era lo que deseaba hacer. Algunas veces escribía canciones a las que olvidaba ponerle acordes, otras escribía frases con sentido pero sin destino que solía escribir en servilletas y luego acababan, sin querer, en la lavadora… pero esta vez me atreví a escribir algo muy parecido a esto, llamémosle libro.

Cuando comenté entre familiares y amigos que estaba escribiendo un libro todos me hacían las mismas preguntas.

La primera era unánime:

—¿Cómo te ha dado por escribir un libro?

Y la segunda supongo que era para matar la curiosidad:

—¿De qué trata?

La respuesta a la primera pregunta era bastante sencilla, al menos para mí:

—Lo escribí por necesidad.

Para poder responder a la segunda solo les decía:

—Cuando lo acabe os regalaré uno a cada uno de vosotros.

Solo os pediré que tengáis un poco de paciencia.

Durante algunos años de mi vida, me he dedicado a observar a las personas que tenía a mi alrededor (las que quiero), esas que no están tan cerca de mí (las que conozco) e incluso aquellas con las que nunca crucé una sola palabra (los desconocidos). Fue tal el punto de observar todo lo que ocurría a mi alrededor que una buena amiga me puso el pseudónimo de «periscopio».

También es cierto que dediqué tiempo a conversar con cada una de ellas, intentando encontrar lejos de sus palabras lo que me querían decir, tan solo prestando atención a su entonación, analizando cada uno de sus gestos, sus muecas, sus miradas, sus sonrisas e incluso sus lágrimas. A veces conoces más a las personas por lo que ves que por lo que te cuentan. Así que empecé a observarlo todo, desde su forma de caminar hasta su manera de mentir o de decir la verdad, y me daba la impresión de que la mayoría de ellas no sabían muy bien hacia donde querían caminar en sus vidas, unas veces porque no conocían el camino y otras, en su mayoría, porque se comportaban como «peces muertos», es decir, personas que se dejan llevar por la corriente del río, por la corriente que nos marca la sociedad, sin capacidad para dirigir o decidir por ellos mismos dónde quieren ir o qué desean hacer con su vida… tan solo se dejan llevar.

Lo cierto es que durante una etapa de mi vida y sin saber encontrar una explicación, yo también me comportaba como «un pez muerto».

Un buen día, no sé si por suerte o por desgracia, ocurrió algo en mi vida que hizo que todo cambiara, mis hábitos, mis costumbres, mis horarios, mi manera de pensar cómo había que vivir esta vida… y fue entonces cuando empecé a soñar.

Son muchas las veces que he leído, he escuchado en debates televisivos o en reuniones de amigos, esa cuestión tan trascendental y existencial que la sociedad se hace y nadie es capaz de responder con certeza:

¿Hay vida después de la muerte?

Os mentiría si os dijese que yo nunca me lo pregunté, lo hice en muchos momentos. Había etapas en mi vida en las que me preguntaba: «¿qué pasa cuando morimos?», porque me cuesta creer que no haya nada más después de la vida y, a veces, me niego a pensarlo.

Pero una vez hecho este planteamiento, al que nadie sabría responderme, empecé a plantearme otras cuestiones. Dejé de preguntarme si hay vida después de la muerte, para cuestionarme si hay vida antes de la muerte.

Si te apetece seguir leyendo te contaré qué fue lo que ocurrió aquella mañana de diciembre para que dejase de comportarme como un pez muerto y poder darle un sentido a mi vida.