25
A Javier se lo tragó la tierra.
Lope peinó Madrid estos días. Un trabajo bueno, a conciencia. Hoteles, hostales, pensiones, apartamentos alquilados. Pero nada.
Un amigo de Calderón en los servicios secretos (al que vamos a ayudar a mover un Goya perdido en la Guerra Civil) nos facilitó varios datos: sabemos que Javier entró a España y que no ha salido. Al menos no lo ha hecho con su nombre. Pero ni siquiera podemos detectar su presencia en los días cuando sobornó al policía. La conclusión es obvia: Javier estaba alojado en una casa particular. Eso es un problema. ¿Seguirá allí? ¿Se habrá movido a otro país de Europa?
Mi instinto dice que no. En ningún lugar se sentirá más cómodo que en España, pues se trata de uno de esos seres afectados por el monolingüismo. Además, imagino que le han encargado que realice su tarea al completo: enterrarme en una cárcel española y solo entonces marcharse a Venezuela.
Pero buscar a alguien casa por casa en una ciudad con cuatro millones de habitantes es algo que ni un equipo tan talentoso como el mío puede realizar. No podemos ir hacia él. Así que tenemos que lograr que él venga a nosotros. ¿Cómo? Pues en eso paso mis noches, sor Liliana, imaginando la manera en que puedo aproximar esa hiena al sitio donde podamos atenazarlo.
A ver.
Sí.
Esa palabra que acabo de pronunciar. Hiena. Una hiena. Siento un escalofrío al decirla. Quizá ese es el hilo del que debo tirar. Mi insulto es quizá una respuesta, una opción. Le digo yo, sor Liliana, que si les prestáramos atención a las palabras la vida sería más jugosa. Las palabras tienen una sabiduría que debemos escuchar, con humildad, con sigilo. No es uno quien las dice a ellas, son ellas quienes nos dicen a nosotros.
Javier ahora mismo es una hiena.
Quizá esa sea la clave.
Nunca tropecé con él durante la adolescencia, pero a Javier pude conocerlo muchos años atrás. Estudiamos relativamente cerca. Lo leo ahora en los informes que me envió Calderón esta mañana. Nos separaban cinco o seis cuadras y dos o tres avenidas de incesantes autobuses, taxis, carros, puestos de perritos calientes, vendedores de jugo de caña, buhoneros. Tan cerca estuvimos que era imposible que llegásemos a conocernos; en Caracas solo te mueves para tomar impulso y cruzar al otro lado de la ciudad. En Caracas no existen los caminos cortos ni íntimos; es una ciudad épica, desaforada, y así como está usted ahora, sin moverse por el coma, no se la recomiendo, sor Liliana.
Lo que leo sobre Javier en esos tiempos me resulta interesante. Yo creo que a mí me tocó el Javier desgastado, vencido. Pero en sus años liceístas era un personaje interesante, básicamente porque no tenía consistencia ninguna; era nada; la nada; blanca página donde cada tanto aparecían pequeñas señales de una escritura que luego se borraba para ser sustituida por otra y por otra y por otra.
En el 81 tenía un mejor amigo fanático del baloncesto, así que Javier se dedicó con ahínco al baloncesto; en el 82 se juntó con un par de colgados por la astronomía, así que fue un juicioso aunque muy mediocre fanático de la astronomía; en el 83 fue rockero y tocó la guitarra eléctrica junto con el amigo rockero que frecuentó en esa época; eso sucedió hasta julio, cuando conoció a un amigo religioso y se dedicó a predicar la abstinencia y a recorrer las iglesias de Caracas con un rosarito; pero en el 84 estuvo metido en el negocio de la publicidad institucional, aliado con su gran colega de ese momento, que tenía una agencia donde él estuvo unos meses, hasta que conoció a un fanático de la pirotecnia y dedicó su vida, o al menos tres meses de ella, a aprender y disfrutar los juegos de luces que se desarrollaban en las noches festivas. El 85 fue una época muy interesante; Javier comenzó a frecuentar gente del teatro y del mundo de la danza; la mayor parte de aquellos hombres eran gais, así que él también decidió serlo. Entiendo que fue un gay bastante deficiente, mal amante, aburrido, con un cuerpecillo esmirriado que le granjeó multitud de bromas por parte de sus compañeros. Como no tenía ningún talento especial, durante ese tiempo se dedicó a ser público de festivales teatrales y dancísticos. Ya en el 86, en tanto heterosexual reprimido, abandonó aquel mundo y conoció a una fotógrafa muy talentosa de la que se enamoró varios meses, esos meses en que quiso ser fotógrafo y se compró algunos equipos para hacer fotos que jamás llegaron a realizarse. Fue en el 87 cuando frecuentó un tiempo a los Hare Krishna y allí se estabilizó, formó su propio grupo, una mezcla de espiritismo con filosofías orientales, y dejó de mutar como un camaleón. Lo conocí en ese momento. Justo en ese momento, cuando le llegó el instante del declive y de la inmovilidad.
¿Parecido a mí? Ni hablar, sor Liliana. Era mi opuesto. Era alguien con tan poca sustancia que debía vampirizar la vida de los otros; o digamos más bien mendigar un trozo de la vida de los otros. Yo soy una mujer tomada por la abundancia y la expansión. Yo soy otras. Muchas otras. En el caso de Javier, los otros eran él. Yo crezco y me multiplico. Él ni siquiera alcanzaba a ser uno.
Ahora quizá sí. Ahora al fin logró lo más que puede esperarse de su mezquina persona: ser ese pequeño estafador que tima a gente desesperada y que ahora me busca la desgracia. Según leo, todos estos años continuó con su secta y de tanto en tanto se movía de ciudad por alguna denuncia, por algún impago.
Recoge el informe que Javier sí mencionó varias veces la idea de machacarme por aquella antigua humillación, pero no hubo jamás una pasión desmesurada, una fiebre de odio. Él desconoce la vibración extrema de las pasiones. Así que su participación en esta historia de los tres falsos búlgaros es solo como la bola de pool que golpea otra bola de pool que a su vez golpea otra bola que...
Pero entre esa vida que tuvo y la que tiene yo debo conseguir el hilo. Un hilo que anude un punto y otro. ¿Se le ocurre algo? Allí le dejo esas dos opciones: hiena, hilo. Dos palabras para que las acune, las abrigue, las saboree, les dé vueltas y construyamos una forma que traiga a Javier ante mí. Sé que es mucho pedirle, sor Liliana, un coma es un coma, pero a veces ya pienso que nuestra conexión es tan espléndida que sin hablarme usted me sugiere cosas.
Uf. Eso que acabo de decir hasta un poco de miedo me da. ¿Será que este lugar comienza a afectarme? No me responda. Se lo ruego. Ahora mismo no me responda.