Carta 41
Claudette:
A mí, lo único que me sorprende del suicidio de G. es tu sorpresa.
Por lo que vos misma me contás, todo lo que hizo G. fue obedecer el mandato recibido de sus padres, en los primeros años de su vida.
El tema de los mandatos y permisos paternos es una de las variables más investigadas en toda la psicología actual.
Estos mandatos (verdaderas ordenes condicionantes), le llegan al niño de diferentes formas. Las más de las veces no explicitadas, desde mensajes no verbales.
Eric Berne, para quien el Yo se encuentra compuesto de tres estados (el Padre, el Adulto y el Niño interior), dice que estos mandatos de nuestra educación perduran en nosotros, dentro de nuestro Padre interno (en última instancia, la introyección de las figuras paterna y materna) y que, de alguna manera, actuamos desde allí frente a determinadas situaciones.
Berne propuso un listado de trece mandatos «básicos» que de alguna forma incluyen a todos los demás. Los mandatos de Berne son:
1. No seas: Este mandato surge cuando un niño nace en una «situación inoportuna». Sus padres están por separarse, son demasiado viejos, demasiado jóvenes, demasiado pobres, o «demasiado» solteros. Este no es siempre el resultado de un embarazo no deseado: es el resultado de un nacimiento no deseado.
Esta aclaración me parece trascendente. Últimamente, he visto con horror el rótulo de «hijo no deseado» en historias clínicas, donde solo debió figurar, como máximo, la notación de «embarazo no buscado», que no es lo mismo.
2. No seas lo que sos: Aquí los padres querían un niño de diferente sexo, o querían un niño de diferente color, o querían un niño absolutamente sano, o muchas veces querían un niño que ocupe el lugar de otra persona (el padre de ella o la madre de él, o un hermanito que acaba de fallecer).
3. No te acerques demasiado: Un mensaje que viene atado a la capacidad o incapacidad de los padres de elaborar los duelos. El niño, confrontado a la herida que no cierra por una pérdida en la familia, puede construir con facilidad una postura acorde con el mandato. Otras veces, es la expresión transmitida por la propia dificultad de los padres para el contacto físico. (Me contaba Cecilia que, en un viaje a Alemania, presenció espantada cómo los padres que iban a buscar a sus niños al jardín de infantes los recibían dándoles formalmente un apretón de manos).
4. No pertenezcas: De alguna manera, un mensaje relacionado con el anterior. Aquí también puede ser una protección subliminal a la pérdida, aunque muchas veces es la lectura del niño del aislamiento social de su familia respecto del entorno. Los padres no tienen amigos, no visitan a sus parientes, no pertenecen a ningún grupo humano, a ningún club, a ningún núcleo político. La familia es un grupo aislado del medio.
5. No crezcas: Este mandato ocurre con padres que necesitan alguien a quien cuidar, requieren un niño en quien proyectar sus propias necesidades de cuidados y protección. A veces, también se da en padres a los que, por ejemplo, les aterra pensar en enfrentarse con la efervescente sexualidad de un adolescente. De todas formas, los padres que dan esta orden utilizan al niño para darle sentido a sus vidas.
6. No seas un niño: El mandato opuesto del anterior (aunque no necesariamente incompatible, la suma de ambos se transforma a lo largo en un no existas). Este mandato es generado por padres que no aceptan la responsabilidad de tener un hijo que los reclama. A veces, la orden tiene el sentido de presionar al niño para que se haga cargo de sus hermanos menores o —¿por qué no?— de sus padres, que actúan como niños.
7. Vos no sabés hacerlo: Aquí, los padres se sienten compelidos a despreciar los logros de sus hijos, comparándolos permanentemente con los de otros niños, con los de los adultos y a veces hasta con los de los propios padres, que fortalecen por este mecanismo un ego muy debilitado.
8. No estés bien: Esta orden es dada por los padres que brindan atención a sus hijos solo cuando estos tienen problemas o están enfermos. Los padres educan a los niños desde temprana edad en los beneficios secundarios del estar mal.
9. ¡No!: Este mandato es dado en general por padres demasiado asustadizos. El niño es compelido a aprender que la vida es peligrosa y que todo lo que haga, entraña un riesgo para su persona (en especial lo que le da placer).
10. No sos importante: Este mandato aparece en padres que «no tienen tiempo» para el colegio de sus hijos, para sus amigos, para sus necesidades. Estas responsabilidades son derivadas en una mucama, un abuelo o simplemente ignoradas. Otras veces, tiene la forma de una exclusión de la realidad familiar («Ándate que tenemos que hablar de algo importante»).
11. Sé perfecto: Una derivación de la actitud vanidosa de los padres. Aquí, ellos necesitan de las buenas notas, del destacarse en el deporte, o de su habilidad para el dibujo para sentirse orgullosos «de ellos mismos», por haber tenido un hijo tan bueno, tan hábil o tan inteligente. En la escuela, se toman en cuenta solo los «muy bien 10, felicitado» y los «insuficiente». Aquellos se premian, estos se castigan; todas las otras calificaciones son olímpicamente ignoradas («¿Qué es un muy bien? Cualquiera se saca un muy bien…»).
12. No pienses: Quizás una variante del no crezcas. Aquí la sugerencia es el riesgo que existe en tener ideas propias. Lo peligroso de tener ideologías diferentes. Lo dañino de pensar en «ciertas cosas» (sexo, droga, libertad, etc.). Este mandato tiene varios niveles: desde el «no pienses lo que pensás, pensá lo que deberías pensar», hasta el «no pienses del todo».
13. No sientas: Aquí los padres están muy asustados de su propio sentir o tienen desterrado de su ámbito de sensaciones alguna emoción: muchas veces la tristeza o el dolor; a veces, la alegría.
En este mandato también hay varias instancias:
«no sientas nada…» «no sientas dolor…» «no sientas placer…».
«No sientas lo que sentís, sentí lo que yo te digo que sientas…».
Este último mandato, quizás por deformación profesional o quizás por ser uno de los más frecuentes, es el que más me fastidia. Es en gran medida contra él, que lucho todos los días en mi consultorio.
No dudo de que este listado está incompleto y que las atrocidades que somos capaces de generar en los niños no tienen límites; sin embargo, baste esta muestra para decirte lo que me interesa sobre los guiones.
Estos mandatos, como te decía, son «puestos» en los niños más o menos sutilmente a través de gestos, movimientos corporales, aceptaciones y rechazos que tenemos desde antes de nacer la criatura; y que con seguridad, materializamos en nuestro primer mandato: que viene entrelazado con la elección del nombre que hemos de ponerle al hijo recién nacido.
Todos estos mandatos determinan que el niño abandone su infancia (8 años) con una clara idea de lo que se espera de él. El niño (y el adulto) necesita agradar, necesita sentirse querido y aprobado. Por eso recibe directamente de sus padres la idea de la máxima aceptación, cuando cumple estos mandatos.
A partir de ellos y sus experiencias elabora un guión de su vida. Un argumento vital para su existencia, que reflejará su respuesta a estos primeros años vividos.
Estos guiones son, por supuesto, muy variables en cuanto a duración, riqueza, género, profundidad, etc.
Hay guiones dramáticos: con monstruos, persecuciones y homicidios.
Hay guiones «standard»: con casamiento, buen trabajo, dos hijos (un varón y una nena) y una muerte en paz. Hay también guiones trágicos: con sufrimiento, dolor, pérdidas, locura y suicidio. («No existas»).
Así dejo mi infancia con un argumento bien escrito y bastante completo y entonces me dedico a buscar los demás personajes necesarios para la obra (¿te acordás de los juegos psicológicos?).
Pero ¿es que somos tan poderosos como para determinar las cosas que nos han de pasar?
¡Creo que no!
Sin embargo, creo que el hecho de que exista nuestro guión puede marcar una tendencia. El mecanismo de acción de estos argumentos es el de la predicción creadora.
¿Qué es la predicción creadora?
Una mañana, Juan se levanta, mira por la ventana que da a la calle. En la vereda de enfrente está el moderno edificio del Banco Pirulo Ltd., donde Juan tiene cuenta. Asombrado, ve una mancha en el vidrio del frente e inmediatamente imagina «Este banco va a quebrar».
Coherente con su profecía, cruza la calle y se queda en la puerta del banco a esperar que abran, para sacar su dinero.
Pasa Pepe, el almacenero:
—¿Qué tal, Juan?
—Bien, ¿qué decís?
—¿Qué hacés acá?
—Espero que abra el banco.
—¿Vas a pagar un impuesto?
—No, voy a cerrar mi cuenta.
—¿Por qué?
—Mirá, por nada en especial, pero tuve una fantasía, por el vidrio que está sucio, ¿ves? Y entonces pensé: ¿para qué correr riesgos?
Pepe, que también tiene cuenta en el Pirulo Ltd., piensa: «Tiene razón, ¿para qué correr riesgos?». Y acto seguido, se queda detrás de Juan, a esperar que el banco abra…
Pasa doña María.
—¿Qué tal, don Pepe, cómo anda?
—Y, acá lo ve doña María… esperando que abra el banco.
—¿Para qué tan temprano?
… Juan y yo vamos a sacar nuestro dinero de aquí. Un problema de riesgos, ¿vio? Por lo de la mancha.
Doña María ni pregunta por la mancha. Se queda detenida en la palabra riesgos. La cola pasa a tener tres personas.
No hacen falta más detalles. A las diez de la mañana, cuando el banco abre, hay dos cuadras de cola. Es la gente del barrio que quiere cerrar sus cuentas.
Obviamente, el banco no tiene allí todo el dinero en efectivo como para responder a todos los pedidos. A las doce, el gerente del banco sale a la calle y dice:
—Vamos a tener que esperar hasta las dos de la tarde porque mandé a buscar más fondos a la casa central, tranquilícense.
La gente escucha: «Esperar, buscar fondos, tranquilícense…». Entonces, se pone exigente. Reclama su dinero, no puede esperar. Llegan los noticieros de televisión y los reporteros gráficos, sacan fotos de los «pobres ancianos» que no reciben su dinero.
Al día siguiente, la noticia aparece publicada, radiada y televisada: «Escándalo frente a las puertas del Pirulo Ltd.». Y la crónica relata los hechos con más o menos sensacionalismo. Entonces largas colas de personas en las sucursales reclaman sus ahorros ¡YA!
Las consecuencias son inevitables…
Han pasado dos días, Juan se levanta y lee en el diario: «El Banco Pirulo Ltd. es intervenido. Se teme su cierre definitivo». Juan cierra el diario, sonríe y dice: «lo sabía…».
Esto es la predicción creadora.
Una profecía que genera los hechos como para realizarse. Y entonces, un montón de hechos inexplicables comienzan a tener sentido. La astróloga me dice que un hombre rubio me dañará. Y allí salgo Yo, con mi profecía a cuestas buscando al hombre rubio que me va a perjudicar. Y lo encuentro, seguro que lo encuentro. Y si tardo en encontrarlo, puedo empezar a perseguir y controlar tanto a los hombres rubios que conozco, hasta conseguir que uno me diga:
—Me tenés podrido, por qué no te vas al diablo… —¡Ahá, acá está el rubio!
La predicción creadora funciona en los dos sentidos. No hay nada que me dé más probabilidades de conseguir algo que creer que es posible. No hay nada que me reste más posibilidades que creer que nunca lo lograré.
Volvamos a los guiones.
La gran llave de este tema consiste en darme cuenta de mis guiones. Investigarlos y descubrirlos. Encontrar cuáles actitudes de mi vida cotidiana no son en verdad sino elección, sino parte de un argumento que trato de cumplir.
Este es el primer paso.
El segundo es romper el guión. Renunciar a él de cabo a rabo; y después, si todavía quiero un argumento (déjame llamarlo proyecto), entonces puedo escribir uno nuevo desde mi realidad, desde mis gustos y apetencias de aquí. Y de ahora.
Y, si es posible, escribirlo con lápiz, para poder borrar lo que quiera cuando tenga ganas.
Y, sobre todo, un argumento que esté siempre dispuesto a ser destruido y reemplazado por otro; uno nuevo más acorde con mi vida, con mi persona, con mi sentir de hoy.