CAPITULO XII

 

Nick Derek, recordando el consejo que le diera Fiona, carraspeó y dijo:

—Tenemos que irnos, Jonathan.

—¿Irnos...? —exclamó Booth—, ¿Adónde?

—Al hotel. Lax nos está esperando y...

—Lax dijo que vendría aquí, Nick.

El pelirrojo tosió.

—Por favor, Jonathan, deja la partida.

—Con mil dólares no podemos formar sociedad con Lax. Necesitamos por lo menos tres mil. Y yo los voy a conseguir, Nick.

—Jonathan...

—Lárgate, ¿quieres? No puedo concentrarme en el juego contigo al lado dándome la lata. Procúrate compañía femenina y diviértete. Cuando haya conseguido los tres mil dólares, ya te avisaré.

—Lo vas a perder todo, pedazo de tonto —rezongó Derek.

—¿Todavía estás ahí...?

Nick masculló una imprecación y se alejó de la mesa, reuniéndose con Fiona.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó la morena.

—Jonathan no quiere dejar la partida. Está ganando y...

—No tardará en perder.

—Eso mismo le dije yo, pero no me hizo caso. Quiere conseguir tres mil dólares.

—Está soñando despierto.

Derek le pasó el brazo por la cintura.

—Olvidémonos del viejo, Fiona, y pasémoslo bien.

—Es una gran idea —sonrió sensualmente la morena, y lo besó en los labios.

Después, ocuparon una mesa apartada y allí, entre trago y trago de whisky, se acariciaron mutuamente y se besaron varias veces, mientras el viejo Jonathan seguía plantándole cara con los naipes a Shaw Nichols.

 

* * *

Joanna Smith había subido a su habitación, acompañada de Lax Tanner, pero aún no había penetrado en ella. Se habían detenido en el corredor, junto a la puerta.

—Todavía no te he dado las gracias, Lax.

—¿Por qué?

—Por haberme ofrecido un trabajo digno en tu casa.

—Allí hace falta una mujer, Joanna.

—Sea verdad o no, te agradezco que me lo propusieras. Y también que les ofrecieras trabajo a Nick y Jonathan. Sé que lo hiciste porque son mis amigos.

—Son buenos tipos. Y es verdad que en mi rancho hay trabajo. Podrán ganarse el sueldo los dos.

—¿Sabes qué te has ganado tú, Lax?

—No.

—Un beso —dijo Joanna, y se lo dio.

Tanner la abrazó y la mantuvo así mientras duró la unión bucal. Luego, la miró a los ojos y confesó:

—Cada vez me gustas más, Joanna.

—Tú a mí también.

—¿Me dejas entrar en tu habitación?

—No.

—¿Por qué?

—Soy una chica decente, ¿recuerdas?

—¿Y cómo se consigue a una chica decente?

—Enamorándola.

—Estoy decidido a lograrlo.

—Es fácil que lo consigas —sonrió Joanna, y entró en su habitación—. Buenas noches, Lax.

—Felices sueños, Joanna.

La rubia cerró la puerta y Lax fue a reunirse con Nick y Jonathan en el saloon Naipes, Mujeres y Whisky.

 

* * *

Shaw Nichols se hallaba realmente contrariado, aunque no lo exteriorizase. Y es que, a pesar de su experiencia y de su habilidad con los naipes no podía con Jonathan Booth.

El viejo tenía la suerte de cara y era rara la mano que no pillaba un buen juego. Llevaba ganados ya casi tres mil dólares y se sentía más contento que un niño con un bote repleto de piruletas de fresa.

Shaw Nichols sabía que el viejo Jonathan se retiraría de la partida en cuanto sus ganancias rebasaran los tres mil dólares, así que debía darse prisa en recuperar lo que había perdido.

Por suerte para él, en la siguiente mano consiguió reunir un póquer de reyes. Y se dijo, naturalmente, que ahora tenía la oportunidad de dejar sin un solo dólar al anciano.

Jonathan, que como de costumbre también llevaba un juego con garantías, no se dejó amedrentar por las fuertes apuestas del ranchero y las cubrió todas, colocando en el centro de la mesa hasta su último dólar.

Shaw Nichols sonrió, visiblemente satisfecho, y dijo:

—Lo lamento por usted, Jonathan, pero esos casi seis mil quinientos dólares que hay sobre la mesa van a ser para mí.

—No esté tan seguro, señor Nichols —repuso el viejo, esforzándose por controlar su nerviosismo.

—Esta vez no podrá superar mi juego. Tengo un póquer de reyes —reveló el ranchero, y lo mostró.

—Un juego magnífico, no cabe duda. Pero no es suficiente, señor Nichols.

El ranchero palideció.

—¿Qué tiene usted, Jonathan?

—Póquer de ases —respondió el viejo, descubriendo sus cartas.

Shaw Nichols tuvo un fallo cardíaco.

—Lo siento, señor Nichols, pero el dinero es para mí —dijo Jonathan, y recogió los casi seis mil quinientos dólares, una suma muy superior a la que esperaba conseguir.

El ranchero vio cómo se guardaba el dinero y, en un arrebato de furia, le dio una bofetada al anciano y lo tiró de la silla.

—¡Tramposo! —rugió, saltando de la suya.

Jonathan no perdió ningún billete, porque ya se los había guardado todos cuando recibió el sopapo, pero perdió otra cosa: su dentadura postiza.

Todos los jugadores que intervenían en la partida pudieron ver cómo le saltaba de la boca y el hecho les impresionó profundamente.

Jonathan, que se había dado perfecta cuenta de que escupía sus dientes postizos, se puso a buscarlos como loco.

—¡Mis dientes...! ¡He perdido mis dientes...! ¡Gratificaré a quien los encuentre y me cargaré a quien los pise! —gritó, mientras gateaba cómicamente por el suelo.

Nick Derek lo oyó y se separó de Fiona.

—¡Es Jonathan! —exclamó.

—¿Y qué dice? ¿Que ha perdido los dientes...? —preguntó la morena, sorprendida.

—Eso parece.

—¿Cómo es posible...?

—Es que son postizos. Voy a ver qué ocurre, Fiona —dijo Derek, y trotó hacia la mesa de juego en la que el viejo Jonathan había ganado limpiamente alrededor de seis mil dólares.

Llegó a tiempo de ver cómo Shaw Nichols levantaba bruscamente a Jonathan y lo zarandeaba como su fuera un muñeco.

—¡Viejo fullero! —ladró el ranchero, y le soltó otra bofetada.

Ello enfureció a Nick, quien, sin dudarlo ni un segundo, estrelló su puño derecho en la cara de Shaw Nichols y lo mandó al suelo.

Jonathan estuvo a punto de caerse, pero se agarró al pelirrojo y logró mantener la vertical.

—¡Gracias por acudir en mi ayuda, Nick!

—¿Estás bien, Jonathan?

—Si, pero he perdido mis dientes y no los encuentro. Nichols me los hizo escupir en la primera de sus bofetadas.

—¿Por qué te llamó fullero? ¿Hiciste trampas, Jonathan?

—¡Te juro que no, Nick! He ganado seis mil dólares, pero los gané limpiamente.

Derek respingó.

—¿Has dicho seis mil dólares...?

—¡Sí, Nick!

—¡Eso es una fortuna!

—¡Y es legítimamente nuestra, te lo repito!

Como Shaw Nichols ya se estaba incorporando, Derek apartó al anciano y dijo:

—Busca tus dientes, Jonathan. Yo me encargaré de Nichols.

El viejo volvió a gatear por el suelo, tratando de localizar su dentadura postiza.

—¿Dónde estáis, colmillos míos...?

Shaw Nichols ya estaba en pie y se veía terriblemente furioso.

Nick le apuntó con el dedo.

—¿Por qué no se calma, Nichols?

—¡El viejo es un tramposo!

—Eso no es verdad.

—¡No se puede ganar siempre jugando limpio!

—Si se tiene suerte, sí.

—¡Jonathan hizo trampas, estoy seguro!

—¿Lo sorprendió usted realizando alguna, Nichols?

—No, pero...

—Hay que saber perder, amigo. Y usted, por lo visto, está tan acostumbrado a ganar que no sabe aceptar de buen grado una derrota.

—¡Quiero que el viejo me devuelva mi dinero! —ladró el ranchero.

—De eso nada. Se lo ganó en buena lid, Nichols.

El ranchero se lanzó sobre Nick y éste no tuvo más remedio que sacudirle de nuevo, sin sospechar que en el saloon se encontraban varios hombres del rancho se Shaw Nichols y que también tendría que vérselas con ellos.