CAPITULO V
Nick Derek sonrió.
—Buen golpe, Jonathan.
El viejo Booth miró la maza de madera que había utilizado para dejar inconsciente a Lax Tanner.
—Con esto se puede dormir a cualquiera, Nick.
Joanna Smith se mordió los labios y dijo:
—¿Era necesario golpearle tan fuerte, Jonathan?
—Bueno, Nick me pidió que... —carraspeó el anciano.
—¿Qué te pasa, Joanna? ¿Le has tomado afecto al tipo...? —preguntó Derek.
—Se ha portado muy bien conmigo, Nick.
—No lo dudo, pero...
—Lax Tanner es una buena persona.
—A mí me cayó bien desde el primer momento —confesó Jonathan—. Pero teníamos que librarte de él, Joanna. Ganó el concurso y nadie podía negarle el derecho a pasar la noche contigo.
—Exacto —asintió Derek.
La rubia se apretó nerviosamente las manos.
—Esto tenía que pasar, lo vengo pronosticando desde el primer día. Jonathan es un excelente tirador, pero tarde o temprano tenía que tropezarse con alguien aún mejor. Y ha sucedido aquí, en San Rogelio. Lax Tanner le superó y nos ha puesto a los tres en un aprieto. Especialmente, a mí, que soy el premio para el ganador.
—No tienes por qué preocuparte, Joanna —dijo Derek—, Lax Tanner está inconsciente y, cuando despierte, nosotros estaremos ya muy lejos.
—Nos denunciará al sheriff por haberle estafado.
—Que lo haga. El sheriff de San Rogelio no hará nada por capturamos, estoy seguro. El asunto es demasiado trivial. No me lo imagino persiguiendo a una mujer para que Lax Tanner pueda acostarse con ella. Y en el caso de que lo hiciera y diera con nosotros, desmentiríamos la versión de Tanner. Con decir que te maltrató y que por eso intervine yo, dejándolo inconsciente... Sería su palabra contra la nuestra.
Joanna movió la cabeza.
—No creo que yo pudiera decir que Lax me maltrató, Nick. No soy tan mala.
—¿Por qué no lo discutimos por el camino? —sugirió Jonathan—. Los minutos van pasando y...
—Jonathan tiene razón. No nos conviene seguir aquí —dijo Derek, y soltó el caballo de Tanner.
Después, subieron los tres al carromato y el pelirrojo lo puso en movimiento, alejándolo de San Rogelio.
* * *
Lax Tanner tardó casi una hora en recobrar el conocimiento.
En un principio, no recordó nada de lo sucedido.
Sólo sabía que se hallaba tirado en el suelo, en la pradera, y que le dolía mucho la cabeza.
Y aún le dolió más cuando intentó levantarse.
Lax emitió un gemido y se llevó la mano a la parte posterior del cráneo, localizando un chichón de considerable grosor.
—Maldita sea... —rezongó.
Poco a poco, su mente fue recuperando la lucidez y empezó a recordar cosas. El concurso de tiro al blanco, la rubia que Nick Derek ofrecía como premio, el carromato en donde se suponía que iba a parar la noche con la bella Joanna...
Lax lo buscó con la mirada, comprobando que el carromato había desaparecido. Allí sólo estaba su caballo, suelto, aguardando pacientemente que él se incorporara y lo montara.
—¡Pareja de farsantes! —barbotó, furioso.
De pronto, recordó que Nick Derek se encontraba frente a él cuando recibió el golpe en la cabeza. Y, puesto que éste le fue asestado por la espalda, no pudo ser el pelirrojo el autor del mismo.
Tampoco Joanna pudo golpearle, ya que se hallaba junto a él, sin nada en las manos, así que Lax llegó fácilmente a la conclusión de que había alguien más con Derek, esperando a que regresara con Joanna para sorprenderle por detrás y dejarlo sin conocimiento.
—¡El viejo Jonathan! —exclamó, recordando que tanto Joanna Smith como Nick Derek parecían desear que el concurso lo ganara el anciano.
Entonces, no supo comprender por qué, pero ahora veía claro que el viejo Jonathan estaba de acuerdo con Joanna y Nick, que formaba parte de la farsa, representando el papel de un tirador más.
Con su excelente puntería, Jonathan Booth triunfaba en los concursos que organizaba Nick Derek y así la hermosa Joanna no tenía que acostarse con ningún extraño.
Y el dinero recaudado, se lo repartían entre los tres.
—¡Trío de zorros! —masculló Lax, y se irguió.
Le seguía doliendo la cabeza y se sentía incluso un poco mareado, pero ninguna de ambas cosas le iba a impedir montar en su caballo y lanzarse en persecución de aquel trío de farsantes.
Seguramente tardaría en dar con ellos, porque no era nada fácil seguir un rastro de noche, pero confiaba en que las ruedas del carromato dejasen unas huellas lo suficientemente claras como para poder seguirlas aun de noche y aunque tuviera que hacerlo despacio.
Si no alcanzaba el carromato aquella noche, lo alcanzaría por la mañana. Y entonces...
Lax recogió su sombrero, se lo encasquetó, y trepó a su montura.
Después, empezó a seguir las huellas dejadas por el carromato de Nick Derek.
* * *
Joanna Smith dormía en el interior del carromato, que seguía avanzando en la noche, guiado por Nick Derek. Junto a éste, en el pescante, viajaba Jonathan Booth.
Como llevaban ya varias horas de marcha, Derek sugirió:
—¿Por qué no te metes en el carromato y duermes un poco, Jonathan?
—Hazlo tú, Nick. Yo conduciré el carromato.
—Gracias, pero prefiero que descanses tú. Lo necesitas más que yo.
—No estoy cansado, Nick. Y tampoco tengo sueño.
—Hazme caso, Jonathan. Yo no tardaré mucho en imitarte. Los caballos acusan la larga marcha y, cuando vea que ya no pueden ni con sus herraduras, detendré el carromato y me echaré a dormir.
—Está bien, Nick —sonrió el viejo, y se introdujo en el carromato.
Derek siguió conduciendo el carromato un par de horas más.
Después, lo detuvo en un lugar que consideró apropiado para hacer un alto y conceder descanso a los caballos. Derek echó el freno y saltó al suelo.
Soltó los caballos, los trabó, y luego encendió un fuego, junto al cual se echó, después de coger una manta del cajón que había debajo del asiento del pescante del carromato.
Derek cogió también su rifle y lo dejó al alcance de su mano. Llevaba un revólver al cinto, pero quería tener también el rifle junto a él.
Tardó sólo unos pocos minutos en dormirse.
Antes, sin embargo, se dijo que reanudarían la marcha en cuanto amaneciera. Fue sincero cuando dijo que no creía que el sheriff de San Rogelio los persiguiera si Lax Tanner los denunciaba por estafadores, pero, en cambio, pensaba que quizá los persiguiera el propio Tanner, deseoso de venganza.
De ahí que Nick Derek deseara continuar la marcha tan pronto como el día comenzara a clarear. Les con venia seguir poniendo tierra de por medio, alejarse lo más posible de San Rogelio, para que Lax Tanner no pudiera dar con ellos.
El fornido pelirrojo durmió cuatro horas seguidas sin que nada ni nadie interrumpiera su descanso. Cuando se despertó, estaba amaneciendo ya.
Fue un despertar con sorpresa, sin embargo, porque Lax Tanner estaba allí, sentado en una roca, fumándose tranquilamente un cigarro, con los ojos fijos en el astuto organizador de los concursos de tiro al blanco.
Derek, instintivamente, trató de empuñar su rifle, pero sus manos no lo encontraron. El arma ya no estaba junto a él, Tanner se la había arrebatado.
El pelirrojo rezongó una maldición y movió la diestra en busca de su Colt, pero encontró la pistolera vacía. Tanner le había arrebatado también el revólver mientras dormía.
Derek maldijo de nuevo a media voz, porque no le hacía ni pizca de gracia saberse desarmado. Y menos aún hallándose frente a Lax Tanner, que sí estaba armado, si bien su Colt descansaba en la funda.
Esto último sorprendió un tanto a Derek.
¿Por qué no empuña Tanner su revólver?
¿No pensaba utilizarlo...?
Nick Derek se irguió lentamente, convencido de que Lax Tanner sacaría el Colt de la funda y le apuntaría con él al ver que se levantaba, pero se equivocó.
Tanner no movió su mano derecha. Continuó sentado en la roca, muy quieto, sin apartar la mirada del organizador de los concursos.
Derek acabó de erguirse y, visiblemente desconcertado, preguntó:
—¿Cómo has dado con nosotros, Tanner?
—Seguí las huellas del carromato.
—¿De noche...?
—Sí, no quise esperar al nuevo día. Tenía muchas ganas de daros alcance, para ajustaros las cuentas a los tres. A ti, por ofrecer un premio que no pensabas entregar; a Joanna, por prestarse al juego; y al viejo Jonathan, por atizarme duro en la cabeza y dejarme sin conocimiento.
—¿Cómo sabes que fue él quien...?
—Era fácil de adivinar, después de ver que tanto Joanna como tú deseabais que el concurso lo ganara Jonathan. No tenía explicación para mí, entonces, pero luego comprendí que estaba con vosotros y formaba parte de la farsa.
—Eres un tipo listo, Tanner.
—Tú también, Derek. Demasiado listo. Tanto, que te has pasado. Y voy a hacer que te arrepientas de ello —aseguró Lax, arrojando el cigarro y poniéndose en pie.