CAPITULO II

 

Joanna Smith, la rubia que Nick Derek ofrecería como premio al ganador del concurso, era realmente una mujer fuera de serie. Tenía veinticuatro años de edad, era alta y estaba espléndidamente formada.

Vestía como una corista, para poder exhibir sus maravillosas piernas, enfundadas en mallas negras. Su atrevida indumentaria le permitía mostrar también buena parte del busto, que era toda una tentación.

Los hombres se la comían con los ojos, tanto los que iban a tomar parte en la competición como los que se iban a limitar a presenciar el desarrollo de la misma, la mayoría de estos últimos acompañados de sus esposas.

Y es que las mujeres no se fiaban de sus maridos y temían que, pese a estar casados, cediesen a la tentación de competir por la hermosa rubia. De ahí que hubiesen acudido también a la pradera y no soltasen a sus maridos ni un segundo.

Sólo les permitían que mirasen a Joanna Smith, pero cuando veían que se entusiasmaban demasiado, les arreaban un codazo al estómago o les obsequiaban con un doloroso pisotón.

Esto, naturalmente, provocaba las risas de los no casados y del propio Nick Derek, un tipo alto y fornido, que tenía treinta y dos años de edad, el pelo rojizo y las facciones simpáticas.

El organizador del concurso hacía jocosos comentarios cada vez que veía a una esposa celosa castigar a su marido porque éste miraba a la hermosa Joanna con ojos excesivamente hambrientos.

Sin embargo, quien más carcajadas había provocado desde el momento de su inscripción, era Jonathan Booth, un viejo de cuerpo ridículo, por lo bajito y lo delgado, sin un solo pelo en la cabeza, los dientes postizos, los ojos pequeños y hundidos, la nariz afilada como un cuchillo...

Era, con mucho, el concursante de más edad, por lo que había tenido que soportar numerosos comentarios burlones, pero el anciano, que tenía mucho aguante, sabía replicar a cada pulla y lo hacía además con gracia.

Ello le había permitido ganarse las simpatías de todos, concursantes y espectadores, convirtiéndose en el tirador más popular de cuantos iban a intervenir en la competición.

El viejo Jonathan aseguraba que tenía posibilidades de ganar el concurso e incluso se había permitido el guiñarle el ojo a la fascinante Joanna, exclamando:

—¡Serás para mí, rubia!

Joanna Smith rió alegremente tras las palabras del anciano, lo mismo que el resto de los presentes, porque la cosa no era para menos. Luego, claro, se oyeron varias frases burlonas, pero el viejo Jonathan no se enfadó y replicó a cada cual con la simpatía que le caracterizaba.

Nick Derek consultó su reloj, vio que eran las cuatro y media en punto y se dispuso a ordenar a los tiradores que empezaran a disparar sobre los blancos.

Justo en ese momento, llegaba Lax Tanner.

—¡Un segundo, Derek!

El fornido pelirrojo se contuvo y lo miró.

—¿Qué ocurre, amigo?

—Quiero concursar. Aquí están mis cinco dólares.

Nick aceptó el dinero.

—¿Cómo te llamas?

—Tanner; Lax Tanner.

—¿Por qué has tardado tanto en decidirte, Tanner?

—No ha sido indecisión, Derek. Acabo de llegar a San Rogelio. No sabía nada del concurso de tiro, pero el barman del saloon El Lince Rojo me informó y vine corriendo.

—Has llegado a tiempo, Tanner. Quedas inscrito en el concurso.

—Gracias, Derek.

—Te deseo suerte, como a todos.

—Espero ganar. El premio es realmente importante —opinó Lax, mirando a la rubia, que vista así, de cerca, aún le pareció más hermosa y deseable.

Joanna agradeció sus palabras con una maravillosa sonrisa.

Nick Derek rió y preguntó:

—¿Tienes tu rifle preparado, Tanner?

—Sí.

—Colócate junto a los otros tiradores, pues. La competición va a dar comienzo en seguida.

—Bien.

Lax se separó del organizador del concurso y se alineó con los otros tiradores. Al fijarse en Jonathan Booth, exhibió una sonrisa burlona y preguntó:

—¿Qué hace usted aquí, abuelo?

—Lo mismo que tú, mozuelo.

—¿Va a competir por la rubia...?

—Así es.

—¿Y qué hará con ella si gana?

—El amor.

—¿Está seguro de poder...?

—Naturalmente. Estoy más en forma que nunca, muchacho.

Se oyeron un buen número de carcajadas.

Lax, que también reía, dijo:

—Así que está en plena forma, ¿eh?

—Exacto.

—¿Cuántos años tiene, abuelo?

—Cuarenta y dos, aunque todo el mundo dice que no aparento más de treinta y siete o treinta y ocho. La respuesta del anciano provocó nuevas risas.

Lax le tendió la mano.

—Me llamo Lax Tanner.

—Jonathan Booth —respondió el viejo, estrechándole la diestra con un vigor impropio de un hombre de su edad.

—Suerte, Jonathan.

—Lo mismo digo, Tanner.

Nick Derek se dejó oír:

—¡Atención, amigos! ¡Va a dar comienzo el concurso!

 

* * *

La competición llevaba ya más de treinta minutos desarrollándose.

De los casi sesenta tiradores que se inscribieran en ella, habían quedado eliminados más de cuarenta en las primeras rondas, continuando en el concurso los mejores tiradores.

De entre ellos, sin embargo, destacaban dos por su extraordinario dominio del rifle y su asombrosa puntería. Eran Lax Tanner y Jonathan Booth.

La dificultad de los blancos, lógicamente, iba aumentando a medida que avanzaba la competición, pero ni Lax ni el viejo Jonathan tenían problemas para dar de lleno en ellos.

Disparaban ambos rápido, con seguridad, con precisión...

Para la gente que presenciaba el concurso, Lax Tanner y Jonathan Booth se habían convertido ya en los grandes favoritos. De no ocurrir algo inesperado, uno de los dos sería el ganador de la competición y pasaría la noche con la bella Joanna.

Los vaticinios de los espectadores se cumplieron y, al final, sólo quedaban Lax Tanner y el viejo Jonathan en competición. El resto de los tiradores habían sido eliminados.

Nick Derek aumentó aún más la dificultad de los blancos, entre el entusiasmo del público, que estaba disfrutando de verdad viendo disparar a Lax y al viejo Jonathan.

Las apuestas se entrecruzaban, dando unos como ganador a Lax Tanner y otros a Jonathan Booth. Mientras Derek disponía los nuevos blancos, Lax miró al viejo y dijo:

—Nos hemos quedado solos, Jonathan.

—Así es, Tanner.

—¿Por qué no se lo piensa mejor y se retira?

—¿Retirarme...?

—Si vence, no podrá con la rubia.

—¿Quién lo ha dicho?

—Es demasiado joven para usted, Jonathan. Si podría ser su nieta...

El anciano dejó oír su cascada risa.

—Es cierto, Tanner. La rubia podría ser mi nieta, pero así me gustan a mí las mujeres, jóvenes y con las carnes prietas. Si el premio fuera una vieja arrugada y fea, no me hubiera inscrito en el concurso.

—¡Ni yo! —exclamó Lax, riendo.

—Continuemos, muchacho. Y que el mejor se lleve a la rubia.

—Me la llevaré yo, abuelo.

—No estés tan seguro, Tanner. Yo soy algo muy serio con un rifle en las manos.

—Lo está demostrando, sí. Pero los blancos son cada vez más difíciles y su vista, a causa de su edad, no es tan buena como la mía. Por eso digo que...

—Tengo una vista de águila, te lo aseguro.

—No es posible, abuelo. El paso de los años hace que todo disminuya.

—Pues a mí no me ha disminuido nada.

—¿Está seguro?

—Pregúntaselo a la rubia mañana.

Lax rió.

—Habla como si ya hubiera ganado el concurso, Jonathan.

—Lo voy a ganar, Tanner.

—Si así fuera, la rubia se llevaría un disgusto.

—¿Por qué?

—Ella necesita un hombre como yo.

—En cuanto yo le hinque el diente, se olvidará por completo de ti, Tanner.

—Si los pierde, no podrá hacerlo.

—¿Perder el qué?

—Los dientes. Salta a la vista que son postizos.

—Los llevo bien encajados, así que no hay problema.

Lax y el viejo Jonathan no pudieron seguir hablando, porque los nuevos blancos estaban ya dispuestos y Nick Derek dio la orden de disparar.