CAPITULO XI
Al atardecer de ese mismo día, encontraron una flecha indicadora que rezaba: «Thayer City. 3 millas.»
Nick Derek detuvo el carromato y leyó en voz alta el nombre escrito en el tablón:
—Thayer City... ¿Conoces ese pueblo, Lax?
—No —respondió Tanner.
—¿Y tú, Jonathan...?
—Tampoco —contestó el viejo—, Pero, ya que lo hemos encontrado en nuestro camino, creo que deberíamos pasar la noche en él. Sólo son tres millas.
—¿Qué dices tú, Lax?
—Creo que es una buena idea, Nick. Cenaremos y dormiremos mejor que si acampamos en la pradera.
—Seguro —dijo Joanna.
—No se hable más, pues.
Derek puso el carromato nuevamente en marcha, siguiendo la dirección que señalaba la flecha indicadora. Recorrieron las tres millas y entraron en Thayer City, un pueblo que no estaba nada mal.
Tan sólo diez minutos después, estaban cenando los cuatro en el hotel. Cuando terminaron, Nick y Jonathan decidieron visitar el saloon Naipes, Mujeres y Whisky, ubicado a poca distancia del hotel.
Le pidieron a Lax que fuera con ellos, pero éste prefirió quedarse con Joanna en el hotel, aunque prometió reunirse con Nick y Jonathan más tarde, cuando Joanna se hubiera acostado.
Nick y Jonathan salieron del hotel, alcanzaron el saloon, y penetraron en él. Era un local de cierta categoría y se hallaba muy concurrido.
El nombre del saloon estaba justificado, pues se estaba jugando al póquer en varias mesas, había un buen número de mujeres sirviendo y entreteniendo a los clientes, todas ellas de muy buen ver, y se bebía whisky en abundancia.
Nick y Jonathan fueron hacia el mostrador y pidieron un par de copas. Mientras se las servían, el pelirrojo observó a las empleadas del local y el viejo prestó atención a las mesas en las que se estaba jugando al póquer.
—No están mal las chicas ¿eh, Jonathan?
—Se me está ocurriendo algo, Nick.
—¿El qué?
—Una forma de multiplicar nuestro pequeño capital.
Derek se dio cuenta de que Booth tenía sus ojillos clavados en las mesas de juego y gruñó:
—Olvídalo, Jonathan.
—Soy un buen jugador de póquer, Nick.
—Eso mismo dijiste la última vez, y casi pierdes hasta la dentadura postiza.
—Aquel nefasto día tenía la negra. No me entraban buenas cartas ni empujándolas.
—Lo mismo puede ocurrirte hoy.
—No, esta vez voy a ganar.
—¿Cómo lo sabes?
—Es mi día de suerte, Nick. Lax se llevó mis dientes postizos, y luego me los devolvió sin pedirme nada a cambio. Caímos en poder de los apaches, y Lax los liquidó a todos antes de que nos escabecharan. Y, por último, me ofrecen un empleo de vaquero a mis años. ¿No es eso suerte...?
Derek sonrió.
—Desde luego que sí. Aunque eso no quiere decir que te pongas a jugar al póquer y desplumes a todos tus rivales, Jonathan. Lo más probable es que te desplumen ellos a ti.
—Confía en mí, Nick.
—Confío con el rifle, pero con los naipes...
—Vamos, préstame tu dinero y no te arrepentirás. Voy a ganar tanto, que Lax nos querrá como socios y no como empleados.
—¿Como socios, dices...?
—Si aportamos un capital importante, su rancho podrá agrandarse y el número de reses aumentará considerablemente. Es lo que Lax desea. Y nosotros le ayudaremos a conseguirlo. Podemos hacernos los tres ricos, Nick, porque un rancho importante es un gran negocio.
La idea tentó a Derek, aunque...
—¿Y si pierdes, Jonathan?
—Eso no sucederá, Nick. Pero, si ocurriera, tampoco perderíamos demasiado. Unos cientos de dólares no son nada. Además, vamos a trabajar en el rancho de Lax. Aunque nos quedemos sin blanca, lo cual te repito que no sucederá, tendremos comida y techo asegurados.
—Está bien, Jonathan. Toma mi dinero y únelo al tuyo. Y como no lo multipliques, pobre de ti.
El viejo rió.
—¡Serás rico gracias a mí, muchacho! —dijo, y se bebió la copa de whisky de un solo trago, yendo seguidamente hacia las mesas en las que se estaba jugando al póquer.
Nick lo siguió con la mirada, mientras cogía su copa y se la acercaba a los labios, ingiriendo un sorbo de whisky. Jonathan tardó apenas un par de minutos en integrarse al juego de la mesa en la que más fuerte se jugaba.
Nick estuvo tentado de aproximarse, para seguir de cerca el desarrollo de la partida, pero se dijo que se pondría demasiado nervioso y continuó junto al mostrador.
Estaba ingiriendo otro sorbo de whisky, cuando una de las chicas del saloon se le acercó. Tenía el pelo negro, los ojos ardientes, y los labios muy rojos, carnosos y brillantes.
—Hola, chico.
—¿Qué tal, preciosa?
—Me llamo Fiona. ¿Y tú...?
—Nick.
La morena se cogió de su brazo.
—¿Me invitas a una copa, Nick?
—Claro. Aunque no estoy seguro de poder pagarla, Fiona.
—¿Tan mal estás de dinero...?
—Hasta dentro de un rato, no lo sabré. Le he dado todo lo que tenía a un amigo, para que juegue al póquer. Me convenció de que puede multiplicar mi modesto capital y...
—¿Te refieres al viejo que estaba contigo?
—Sí, se llama Jonathan y es un tipo muy persuasivo. Pero, como no gane, soy capaz de estrangularlo.
Fiona buscó a Jonathan con la mirada y, cuando lo localizó, compuso una mueca de escepticismo.
—Me temo que va a perder hasta los calzones, Nick.
Derek respingó levemente.
—¿Por qué lo dices, guapa?
—Tu amigo eligió la peor mesa.
—¿Le falta alguna pata?
Fiona rió el chiste del pelirrojo.
—No, las tiene todas. Pero en ella está jugando Shaw Nichols, un rico ranchero de la región, que es extraordinariamente hábil con los naipes. Suele desplumar a sus rivales con una facilidad pasmosa.
Derek denotó preocupación.
—¿Hace trampas, Fiona?
—No tiene necesidad de ello para ganar. Ya te he dicho que es muy hábil con los naipes. Además, como es rico, puede permitirse el lujo de elevar las apuestas más que nadie, aunque no lleve un juego excesivamente bueno. Sus rivales acaban achicándose y él se lleva el gato al agua.
—Entiendo.
—Si no quieres perder todo tu dinero, Nick, te aconsejo que retires al viejo de la partida.
—Gracias por advertirme, preciosa.
—¿Me invitarás después?
—Claro —prometió Nick, y la besó fugazmente en los labios, yendo seguidamente hacia la mesa elegida por Jonathan para arriesgar el dinero de los dos.
Llegó tarde, porque el viejo había puesto ya casi todo el capital en el centro del verde tapete. Era el único que, en aquella mano, le estaba plantando cara a Shaw Nichols.
El ranchero, que contaba cuarenta y un años de edad, era un hombre alto y robusto, bien vestido. Jugaba con la tranquilidad que caracteriza a los que dominan los naipes y no parecía darle importancia a la fuerte suma de dinero reunida en el centro de la mesa.
Jonathan, en cambio, se veía terriblemente nervioso, pues sabía que, de perder aquella mano, quedaría fuera de la partida, ya que no podía seguir jugando con el poco dinero que le quedaba.
—No has debido hacerlo, Jonathan —dijo Derek.
El anciano respingó y lo miró.
—Hola, Nick —sonrió nerviosamente—, ¿Qué es lo que no he debido hacer...?
—Arriesgar tanto dinero en una sola mano.
—Llevo un buen juego, Nick. Voy a ganar.
Shaw Nichols sonrió.
—¿Está seguro, Jonathan?
—Sí, señor Nichols. No puedo perder con estas cartas.
—Yo también poseo un juego excelente.
—Es inferior al mío, no lo dude.
—Pronto vamos a salir de dudas —dijo el ranchero, y descubrió sus cartas.
Una oleada de frío recorrió el cuerpo de Nick Dereck, porque Shaw Nichols tenía un póquer de caballos. Un juego espléndido, que Jonathan no podría superar.
—Dile adiós a nuestro dinero, viejo... —murmuró el pelirrojo.
—No, porque va a volver a mis manos, acompaña do del resto de los billetes que ves sobre la mesa —aseguró Jonathan, con los ojillos bailándole de alegría, y descubrió su juego.
¡Tenía un póquer de reyes!
Nick Dereck no pudo reprimir un brinco de júbilo.
—¡Has ganado, Jonathan!
—Ya dije que no podía perder, Nick —recordó el viejo, recogiendo los casi mil dólares que había en el centro del tapete.
Shaw Nichols, que apenas había acusado el revés, dijo:
—Sigamos jugando, amigos.