CAPITULO VII

 

El caballero de Lax Tanner se hallaba, efectivamente, trabado a poca distancia del carromato. Lax arrojó el rifle de Jonathan Booth, tomó a Joanna Smith por la cintura y la subió a la grupa del cuadrúpedo.

Después, soltó el caballo y trepó a la silla, poniéndolo en movimiento.

—Agárrate de mí, Joanna.

La rubia, tras una breve vacilación, le pasó los brazos por la cintura. Al hacerlo, se fijó en el revólver de Lax e inmediatamente sintió la tentación de arrebatárselo y amenazarle con él.

Le fue muy difícil contenerse, pero lo hizo, diciéndose que era demasiado pronto para intentarlo. Lax Tanner era un tipo listo, lo había demostrado sorprendiendo al viejo Jonathan, y sin duda le estaba vigilando las manos por si le ocurría empuñar su Colt.

Y estando él alerta, ella no conseguiría apoderarse del arma.

Era mejor esperar.

Si Lax veía que ella no intentaba nada, quizá se confiara y entonces tendría más posibilidades de arrebatar le el revólver y obligarle a que la devolviera con Nick Derek y el viejo Jonathan.

Joanna, pues, siguió agarrada a la cintura de Lax, silenciosa, como resignada a someterse a los deseos de él. Tampoco Lax habló, limitándose a guiar su caballo, que galopaba a buen ritmo, alejándose cada vez más del lugar en donde Nick Derek detuviera su carromato para conceder descanso a los caballos.

Unos veinte minutos después, Joanna decidió entrar en acción. Pensaba que Lax estaría confiado y no podría reaccionar a tiempo, siempre y cuando ella actuara con la suficiente rapidez.

Con todo su cuerpo en tensión, la rubia movió repentinamente la mano derecha, aferró la culata del Colt de Lax, lo extrajo de la funda, y le clavó el cañón en los riñones, ordenando:

—¡Detente, Lax!

Tanner, que no había hecho nada por impedir que Joanna le arrebatara el arma, no frenó su caballo y éste siguió galopando al mismo ritmo.

La rubia presionó con el cañón del Colt.

—¿Es que no me has oído, Lax?

—Sí, no soy sordo.

—¿Y por qué no obedeces?

—Soy yo quien da las órdenes, Joanna, no tú. Me detendré cuando y donde yo lo desee.

La rubia apretó los dientes con furia.

—¡Tengo tu revólver, Lax!

—Ya lo sé.

—¡Te haré un agujero en la espalda si no paras tu caballo ahora mismo!

—No te creo capaz de asesinarme así, a sangre fría.

—¡No tengo alternativa, Lax! ¡Si no te detienes, tendré que matarte!

—Ya puedes apretar el gatillo, pues, porque no pienso obedecerte.

—¿Prefieres morir a renunciar a mí, loco...?

—Así es.

—Por favor, Lax. No quiero matarte.

—No dispares, entonces.

—Si no disparo, me harás tuya.

—Estoy en mi derecho. Competí por ti y gané. No puedes negarte a hacer el amor conmigo.

—No soy una fulana, Lax, aunque me vieras en lo alto del carromato vestida de corista, exhibiendo mis piernas y buena parte del busto. Me visto así para tentar a los hombres y hacer que se inscriban en el concurso de tiro. Cuantos más tiradores participan, más dinero recaudamos. Y el ganador siempre es el viejo Jonathan, así que yo no tengo que pasar la noche con nadie. Es un negocio como otro cualquiera.

—No es un negocio. Es un fraude. Un engaño. Una estafa.

—Lo fue ayer, porque Jonathan no pudo ganar el concurso y él y Nick no tuvieron más remedio que librarme de ti. De haber sido yo lo que parecía, a ninguno de los dos le hubiera importado que pasara la noche contigo. Y tampoco me hubiera importado a mí. Pero yo no soy una cualquiera, Lax. No puedo acostarme con un desconocido.

—Haberlo pensado antes, preciosa. Era de esperar que el viejo Jonathan perdiese alguna vez y el ganador del concurso reclamase su derecho a pasar la noche contigo. Si no estabas dispuesta a ello, no haberte metido en eso.

—Era una forma de ganar dinero. De vivir, Lax...

—Engañando al prójimo.

—No lo haré más, te lo prometo. Pero devuélveme con Nick y Jonathan, por favor.

—No.

—¿Insistes en hacerme tuya?

—Sí.

—Te he explicado que no soy una furcia, Lax. Si me fuerzas, demostrarás ser un mal tipo. Y no era ése el concepto que yo había formado de ti.

—Lo que reclamo es justo, Joanna.

—Lo sé. Pero ahora que sabes que no soy lo que parecía, deberías perdonarme por haberte engañado y no obligarme a hacer el amor contigo.

—Lo siento, pero me gustas demasiado.

Joanna sonrió levemente.

—Tú a mí también me gustas, Lax.

—¿De veras?

—Si no fuera cierto, no te hubiera pedido que me besaras antes de regresar al carromato. Sabía lo que iba a suceder cuando llegáramos y...

—Quisiste despedirte de mí con un beso, ¿eh?

—Sí.

—Pues yo no me conformo con eso, Joanna.

—Entonces, tendré que matarte.

—De acuerdo, dispara.

Joanna, tras un minuto largo de vacilación, retiró el revólver de la espalda de Lax y lo devolvió a la pistolera.

—Tú ganas, Lax. Haz conmigo lo que quieras.

Tanner sonrió.

—Sabía que no eras capaz de asesinarme.

—Me conoces muy bien, maldito.

Tanner frenó el caballo y saltó al suelo. Después, atrapó por el talle a la rubia y la bajó del caballo.

—¿Por qué nos detenemos, Lax? —preguntó ella.

—Me apetece besarte.

—¿Y qué más?

—Poseerte, aunque no lo voy a hacer.

—¿Por qué?

—Me has convencido y renuncio a mi derecho.

Joanna sintió una inmensa alegría.

—¿Lo dices en serio...?

—Sí.

—¡Oh, Lax, qué feliz me haces!

—Espero que sepas agradecérmelo.

—¡Por supuesto! —respondió Joanna, y le besó en los labios, larga y apretadamente.

Lax la estrechó con calor y le devolvió el beso. Después, se miraron y Joanna preguntó:

—¿Me devolverás con Nick y Jonathan?

—¿Para qué quieres volver con ellos?

—Son mis amigos, Lax. Y estarán sufriendo por mí.

—¿Hay algo íntimo entre Nick y tú, Joanna?

—En absoluto.

—¿Seguro?

—Te doy mi palabra. Somos solamente amigos. No ha habido nada entre nosotros ni creo que lo haya nunca.

—No sabes cuánto me alegro —confesó Lax, y buscó sus dulces labios con los suyos, aunque esta vez no llegaron a entrar en contacto, porque justo en ese momento apareció un piel roja.