Alec se acercó a una vieja encina y se sentó junto al tronco, apoyando la espalda en él. Se puso a liar un cigarrillo.
La noche era cálida y clara, con una luna casi redonda.
Caroline permaneció un par de minutos en el porche, hasta que por fin se decidió a caminar hacia el bellotero.
Cuando llegó junto a Alec, el escocés se levantó atento y sonrió.
—Espléndida noche, señorita Monroe.
—Sí, estupenda... Lástima que haya tenido que quedarse usted en el rancho —dijo casi en tono de burla.
Alec hizo un gesto resignado.
—Qué le vamos a hacer... Barry me derrotó.
—¿Cómo se le ocurrió lo del cuchillo si lo usa tan deficientemente?
Alec desenfundó el cuchillo lentamente. Luego giró la cintura de forma brusca y lo lanzó con furia contra el tablón de marras.
—¿Quiere acercarse y ver qué tal me salió ahora?
Caroline corrió hacia el tablón.
El cuchillo estaba clavado justo en el centro de la mancha, dividiéndola en dos.
La joven no pudo reprimir un grito de perplejidad.
—¡Pero si lo ha lanzado desde más de veinte yardas!
Alec también se acercó, desclavando la hoja.
—Quizá antes me faltó suerte...
Caroline hizo una mueca extraña.
—¿Se dejó... ganar? —preguntó débilmente.
Alec afirmó con la cabeza.
—¿Por qué?
El escocés dejó transcurrir irnos segundos.
—¿De veras no lo adivina?
Caroline sintió que el corazón le latía más aprisa. Las mejillas empezaron a arderle.
—Prefiero que me lo diga usted —susurró:
Alec se acercó más a ella, rozando casi su cuerpo.
Los labios de Caroline temblaron.
—Porque... —Alec se detuvo.
—¿Por qué, señor Laughlin? —apremió ella con tierna voz.
Por un instante dio la impresión de que el escocés iba a besar los labios de la muchacha.
—¡Porque no tengo ni un centavo disponible para poder gastarlo! —exclamó de pronto, cambiando completamente el tono de sus palabras.
El desengaño de Caroline fue absoluto. Quiso decir algo, pero no le brotaron las palabras.
—¡Me hubiese gustado ir a Jonesville con los muchachos, beber cerveza, whisky, buscar una chica bonita y divertirme un rato...! ¿No podría usted prestarme diez dólares, señorita Monroe?
La joven hacía supremos esfuerzos para contener las lágrimas.
—¡Es usted un... un...!
—¿Un qué, señorita Monroe?
Caroline dio media vuelta y echó a correr hacia la casa.
Alec quedó pensativo. ¡Diablos!, tenía razón el señor Monroe. Caroline se había enamorado de él. Se acarició el mentón.
Casi al momento, Caroline salía hecha una furia de la casa, avanzando rápidamente hacia el escocés.
—¡Aquí tiene, señor Laughlin! —exclamó lanzándole los diez dólares a la cara— ¡Su primera paga adelantada! Vayase a Jonesville y páselo bien!
Alec miró los enrojecidos ojos de ella.
—No puedo, Caroline, porque yo deseo quedarme
—¡No me toque! —chilló colérica.
—Te quiero, Caroline. No sé cómo es costumbre hacerlo en Texas, pero en Escocia, después de decirle a una muchacha que se la quiere, se hace esto.
Cuando Alec separó sus labios de los de ella, Caroline estaba tan aturdida que no consiguió razonar Dejó de abrazarla y preguntó:
—¿Me quieres, Caroline?
—Yo...
—¡Magnífico, Caroline! ¡Sabía que me querías! —exclamó Alec abrazándola de nuevo y volviéndola a besar.
Ella se abrazó a él y correspondió a sus caricias.
—Eres muy atrevido, Alec —censuró ella con mimo.
—Las chicas bonitas son para los atrevidos.
—¿Por qué me has hecho sufrir antes? —le recriminó
—Quería estar seguro primero de que tu abuelo no estaba equivocado.
—¿Mi abuelo...?
Caroline se volvió y descubrió a su abuelo en el umbral de la casa, luciendo una sonrisa de amplia satisfacción.
* * *
El sábado por la noche, Alec fue con los vaqueros a Jonesville.
Logan quedó vigilando el rancho.
Alec explicó a Caroline que precisaba ir al pueblo para averiguar algo sobre los hombres del Doble Flecha que torturaron a los dos apaches. Ella comprendió y no se opuso, aunque le recomendó que tuviese mucho cuidado.
Se detuvieron frente a un saloon.
Este es el saloon de Angela, Alec —explico Reed.—Es uno de los mejores
—Y hay unas chicas que detienen el riego sanguíneo,Alec—medió Foreman—. Cuando conozcas a Angela
vas a creer que estás en el cielo.
Pero no te hagas ilusiones con ella, escocés advirtió divertido Willy Thompson—. Barry la tiene por sus
Angela sabe elegir —dijo inmodestamente Barry,
provocando una carcajada general.
—No te preocupes, Alec —intervino Cannon. Yo te presentaré a una rubia que corta con la mirada.
Los seis entraron en el saloon.
El local estaba muy concurrido, a pesar de sus amplias dimensiones.
Reed y los otros saludaron a varios vaqueros conocidos, presentándoles a Alec.
El escocés se había hecho popular en Jonesville por el hecho de haber conseguido escapar del campamento apache. Y también por no usar revólver. Los que oyeron la conversación de Alec y Logan en el almacén de Benson, no tardaron en propagarlo a los cuatro vientos, por lo insólito del caso.
—¡Venga, muchachos, yo pago la primera ronda, -exclamó Reed, abriéndose paso hasta el mostrador, seguido por Alec y los demás del rancho—¡Cerveza para todos!
Se acomodaron en el mostrador y empezaron a vaciar las primeras jarras de espumeante cerveza.
Una mujer de gran belleza se aproximó al grupo.
—Hola, muchachos —saludó sonriendo.
—¡Hola, Angela! —exclamó Barry pellizcándole una mejilla.
—¿Qué te decía yo, Alec? —comentó Foreman —. ¿Has visto jamás una mujer tan completa?
Alec repasó a la mujer. Le calculó unos treinta años. Era desde luego, muy atractiva. El ancho escote de su vestido permitía admirar gran parte de un busto opulento y firme. Era morena.
—Tus cumplidos se quedaron pobres, Foreman —dijo Alec sin dejar de mirar a la morena.
—Lástima que prefiera a Barry… —se lamentó Thompson.
Angela besó a Willy en una mejilla.
—Eso no es cierto, Thompson —replicó coquetamente—. A todos os quiero mucho.
—Sí, pero a Barry no le besas en la mejilla —protestó Forman.
Angela se encaró de nuevo con Alec y dijo:
—¿De modo que tú eres el audaz escocés que se burló de Toro Bravo?
—Yo no diría tanto… Tuve suerte, eso es todo.
—¡Jackson, pon una ronda por cuenta de la casa!—ordenó Angela al hombre que atendía el mostrador.
—¡Eres estupenda, Angela! —exclamó Cannon.
—Esta ronda se la dedico al valiente escocés —dijo ella, alejándose a continuación.
Barry se fue tras ella, guiñando un ojo a sus compañeros.
—Ven conmigo, Alec —dijo el pelirrojo —. Te presentaré a un par de chicas.
Alec se dejó llevar del brazo por Cannon.
Media hora después, el escocés y el pelirrojo estaban sentados alrededor de una mesa.
Cannon besó a su pareja.
Alec también se entretenía con la otra girl.
En una mesa próxima, cuatro tipos hablaban en voz alta.
—¡Fue todo un espectáculo, Latham! —decía un sujeto de abundante y sucio pelo ensortijado, riendo estridentemente.
—Sí —corroboró otro de los de la mesa—. Ver retorcerse de dolor a un apache es lo más divertido que puedes imaginarte.
Alec se envaró ligeramente y prestó mayor atención a la conversación de los cuatro individuos.
—¿Cómo los cazasteis, Falk? —preguntó el llamado Latham al tipo de cabello acaracolado y lleno de polvo.
—Fue muy sencillo. Se habían escapado unas reses y fuimos Marley y yo a buscarlas hasta meternos en territorio apache. Descubrimos a dos apaches preparando unas trampas para cazar. Les sorprendimos y nos hicimos con ellos. Cerca ya del rancho calentamos un hierro y les cambiamos el color de la piel.
Tras sus últimas palabras, el llamado Falk soltó una risotada desagradable.
—Marley tuvo una idea genial —continuó Falk— ¡Cada vez que yo aplicaba el hierro al rojo en la carne de uno de los apaches, él les cortaba un dedo para llevar la cuenta…!
Marley se golpeó los muslos para tratar de contener las carcajadas y dijo como pudo:
—¡Me terminé los dedos de manos y pies…!
Los dos vaqueros que estaban con Falk y Marley apenas si se reían. El relato de los otros no debía caerles en el fondo muy bien.
—Los apaches no gritan como las personas —dijo Falk—. Sus aullidos son salvajes, inhumanos... Os repito que valió la pena presenciarlo.
—¿Qué hicisteis con los cuerpos? —inquirió Latham.
—Los dejamos en Rocas Grises, cerca del territorio apache —respondió Marley—, para que esos cerdos sepan cómo las gastamos los del Doble Flecha y nos teman un poco más.
Alec respiró aliviado. Acababa de descubrir a los autores de la canallada. Sólo era dos, lo cual le ponía las cosas menos difíciles.
Por su parte, Cannon seguía tonteando con la rubia, hasta que alguien manifestó su opinión al respecto:
—No molestes a la gente mayor, niñito.
El pelirrojo miró al fulano que había hablado. Junto a él había otros dos, formando un trío de catadura deplorable.
—¿Eso va conmigo, abuelo? —replicó Cannon devolviendo la ofensa, porque el fulano no era, ni con mucho, un abuelo. Pero tampoco él era un niño, aunque su cara tuviese algo de eso.
—Claro, niño. Julie puede ser tu madre.
—¡Caramba! Entonces su obligación es alimentarme —y empezó a besuquear por el atrevido escote de la girl, entre las risas de ella.
El fulano que dialogaba con el pelirrojo arrancó a la rubia de un tirón, alejándola de él.
—¡Eh, abuelo! ¿Qué significa esto? —protestó Cannon.
—Significa que Julie va a pasar un rato con nosotros —respondió secamente el tipo—. ¿Algo que oponer?
—¡Yo estoy con quien me da la gana! —gritó Julie.
—Tú te callas o te quedas sin dientes —amenazó el individuo. Luego se dirigió a la otra girl—: Neely, ven tú también.
—Ellas se quedan —dijo con firmeza Cannon.
No obstante, Neely se levantó, colocándose junto a la rubia, oliéndose la pelea.
—¿Estás dispuesto a obligarlas tú, niño? —inquirió el tipo jactanciosamente.
—¿Qué te parecen estos cerdos hormigueros, Alec? —preguntó Cannon al escocés.
—Huelen a excremento de caballo —soltó con una sonrisa Alec.
Los tres individuos se acercaron más, cerrando los puños.
—Deja que peguen ellos primero, Alec —murmuró a su oído Cannon.
—¿Por qué?
—El primero que golpea paga los desperfectos.
—Comprendo.
—¿Qué murmuráis, cobardes? —preguntó el fulano que llevaba la voz cantante, escupiendo a continuación en la camisa de Alec.
—Calma, escocés —dijo por lo bajo el pelirrojo.
—Esto no le va a gustar al sheriff Lake —comentó
Alec sin perder la sonrisa.
—¡Al cuerno el sheriff Lake! —bramó el fulano.
—¿Habla usted mal del sheriff Lake? —preguntó sorprendido el escocés.
—¡Hablo mal del sheriff Lake y de todo el que quiero! —rugió el provocador.
Alec se levantó, cerró el puño derecho y lo estrelló con fuerza sobre el rostro del fulano, tumbándolo de espaldas.
—Pagaremos los desperfectos, Alec —sentenció el pelirrojo, levantándose también y lanzándose sobre los otros dos tipos.