CAPÍTULO XII
CYNTHIA LAWSON y Brenda Farrell chillaron al ver que la tierra engullía a Burke Stanton como si se tratara de la boca de una bestia gigantesca.
—¡Stanton! —gritó Frederick Nolan, intentando sujetar al explorador, pero no le dio tiempo.
Milagrosamente, Burke pudo agarrarse al borde de la trampa que había funcionado al poner él los pies sobre ella.
Una trampa mortal de necesidad, pues se trataba de una especie de pozo en cuyo fondo habían sido clavadas una serie de afiladas estacas que lo hubieran ensartado de forma irremisible.
Por si fuera poco, no menos de dos docenas de serpientes venenosas se movían por entre las estacas esperando que cayera Burke.
El aventurero al mirar hacia abajo sintió un ramalazo de frío en la espalda, a pesar de la alta temperatura reinante.
Chester Cobb y Perry Tilton se apresuraron a ayudar al explorador, aunque era muy poco lo que podían hacer pues la trampa tenía casi metro y medio de larga, y como su anchura era exactamente igual a la de la entrada de la ciudad perdida, no se podía pasar por los lados.
Había que saltar por encima, para poder llegar al otro lado, y ello entrañaba un riesgo evidente, más que por la distancia, no demasiado grande, por la abundante vegetación que lo cubría todo más allá de la trampa.
Podía repeler a quien se decidiera a saltar y lanzarlo al fondo del pozo, sobre las puntiagudas estacas y las serpientes venenosas.
A pesar del peligro existente, Chester y Perry se dispusieron a saltar, pero Burke los vio prepararse y gritó:
—¡Quietos, locos!
—¡Tenemos que ayudarte, Burke! —dijo Chester.
—¡No es necesario! ¡Puedo izarme solo!
—¿Seguro? —preguntó Perry.
—¡Ahora lo veréis!
Burke puso en juego toda la fuerza de los músculos de sus brazos y, aunque el borde de la trampa no era ni mucho menos una asidero cómodo y seguro, consiguió auparse a pulso y salir del profundo pozo, dejando chasqueadas a las serpientes venenosas, que tuvieron que conformarse con pasearse por encima del machete del explorador, lo único que había ido a parar el fondo de la trampa.
Cynthia y Brenda lanzaron sendos suspiros de alivio al ver a Burke fuera de la trampa, apretujado contra la maleza que bloqueaba totalmente la entrada de Katura, más allá de la trampa.
Frederick, Chester y Perry también pudieron respirar hondo.
—¡De buena se ha librado, Stanton! —exclamó el primero.
Burke forzó una sonrisa.
—Parece que los duncas eran unos tipos muy desconfiados, profesor. Esta trampa lo demuestra.
—Lo raro es que haya funcionado, después de tanto tiempo —dijo Chester.
—Es una trampa segura, no hay duda —repuso el aventurero.
—¡Salta a este lado, Burke! —pidió Cynthia.
—¡Sí, no te quedes ahí! —añadió Brenda.
—Tengo que limpiar la entrada de maleza, ¿lo habéis olvidado ya?
—¡Te has quedado sin machete! —recordó Cynthia.
—Llevo otro en la mochila —respondió Stanton, y se despojó de ella con cuidado, pues la vegetación parecía empujarle hacia el hueco de la trampa.
Abrió la mochila y extrajo el machete de repuesto.
Con él fue eliminando la maleza que cubría la entrada de la ciudad perdida, y pronto dispuso del espacio suficiente para moverse con seguridad.
Toda la maleza cortada, la fue echando al pozo.
—¡Comed hierba, amiguitas! —dijo a las serpientes.
—¡Ten cuidado, Burke! —rogó Cynthia—. ¡Puede haber más trampas!
—¡Seguro! — exclamó Brenda.
—No, no lo creo. Con ésta los duncas tenían más que suficiente para desembarazarse de todo aquel que osara introducirse en su ciudad sin su permiso —repuso el explorador.
—Opino como usted, Stanton —dijo Frederlck—. De todos modos, tenga cuidado.
Burke siguió utilizando su machete, lo que le permitió descubrir la gruesa puerta de madera que, entreabierta, se veía a poco más de dos metros de la trampa en la que él había estado a punto de caer.
—¡Hay una puerta de madera, profesor, con incrustaciones de metal!
—¿Se puede abrir, Stanton?
Burke empujó la puerta, pero no consiguió moverla.
—¡Está atascada, profesor!
—¡Te ayudaremos a abrirla, Burke! —dijo Chester—, ¡Vamos, Perry!
Tomaron carrera los dos y saltaron por encima de la trampa, salvándola limpiamente. Como la entrada ya estaba prácticamente limpia de vegetación, el riesgo de salto era mucho menor que antes.
Frederick Nolan sintió deseos de imitar a Perry y Chester, pero no quiso dejar solas a Cynthia y Brenda. Además, tampoco estaba muy seguro de saltar lo suficiente.
Chester y Perry ayudaron a Burke, y entre los tres consiguieron que la gruesa puerta cediera, con agudo chirriar de goznes.
Lo primero que vieron fue una palanca incrustada en la pared.
Burke adivinó que era el resorte que accionaba la trampa.
Movió la palanca con ambas manos, porque con una no podía, y la trampa se cerró.
—Si alguien la pisa, se abrirá de nuevo —dijo Chester.
—Algún sistema debe de haber para que la trampa no se abra siempre que alguien la pise, sino solamente cuando a los duncas les convenía que se abriese —repuso Stanton. —Creo que Burke tiene razón —dijo Perry.
—Esperad —murmuró el explorador, y accionó la palanca en sentido inverso a como la había movido antes.
La trampa no funcionó.
Burke sonrió y dijo:
—Ya lo tengo, muchachos. Cuando la palanca está en esta posición, la trampa se abre si alguien la pisa. Y, en esta posición —la volvió a accionar—, se puede pasar por encima de la trampa sin temor.
—¿Estás seguro, Burke? —preguntó Chester, tras haber cambiado una mirada con Perry.
—Os lo demostraré —respondió el aventurero, acercándose a la trampa.
Le dio una patada con su pierna derecha.
La trampa siguió cerrada.
Burke le dio un par de patadas más, muy fuertes, pero no consiguió que la trampa funcionara.
—¿Veis como tenía razón…? —sonrió—. Adelante, profesor Nolan. Y vosotras también, chicas. Le he echado el seguro a la trampa y no se abrirá ni aunque la pise un elefante.
—Si falla el seguro… —murmuró Cynthia.
—No fallará, no temas.
—Como hace tantos años que esa trampa fue construida… — observó Brenda.
—Os digo que no fallará. Vamos, profesor Nolan, dé usted una lección de valentía a las chicas.
Frederlck se hizo el ánimo y pasó por encima de la trampa.
Con mucha rapidez, por si acaso.
Pero la trampa no se abrió.
—¿Qué, os habéis convencido ya, gallinas? —dijo Burke, sonriendo.
Lo de «gallinas» molestó a Cynthia y Brenda, y ambas se apresuraron a pasar por encima de la trampa.
Burke las abrazó a las dos a la vez.
—¡Bravo, valentonas!
Después, penetraron todos en Katura.
Había llegado el momento de descubrir los secretos de los duncas.