CAPÍTULO X
CYNTHIA LAWSON y Brenda Farrell se abrazaron también.
No se tenían mucha simpatía, pero en aquel momento parecían quererse como hermanas.
Y era lógico, después de lo que había pasado.
Ambas se habían visto muertas.
Degolladas por los macúes.
De ahí su inmensa alegría ahora que el peligro había sido superado.
Burke Stanton y Chester Cobb alcanzaron también la orilla y salieron del río.
Brenda quiso abrazar al explorador, pero Cynthia se le anticipó.
—¡Burke! —exclamó la sobrina de Nolan.
El explorador la estrechó cariñosamente contra su pecho, que recibió la caricia de los suaves senos femeninos, todavía mojados.
—Tranquilízate, Cynthia. Ya pasó el peligro.
Brenda frunció el ceño.
Había dejado de querer a Cynthia como a una hermana.
Le dio unos golpecitos en el hombro y dijo:
—¿Me permites que abrace a Burke, mona?
Cynthia la miró y sugirió:
—¿Por qué no abrazas a Chester, Brenda? Seguro que él lo está deseando.
—Desde luego —sonrió Cobb.
—¡Encantada! —exclamó la reportera para fastidiar a Burke, y abrazó y besó a Chester.
A Burke no le importó en absoluto, y lo demostró sonriendo.
Cynthia no quiso ser menos, y también ella besó en los labios al explorador.
—Gracias por habernos salvado, Burke.
—Lo mismo digo, Chester —sonrió Brenda.
Cobb compuso una mueca.
Brenda dejó de sonreír.
—¿Pones siempre esa cara de asco cuando una mujer te besa, Chester?
—Perdona, pero es que me duele la herida.
—¿Qué herida?
—La que me causó el salvaje con su cuchillo, en el pecho. No es importante, pero…
—¿Por qué no lo dijiste antes? No te hubiera abrazado tan fuerte!
Chester sonrió.
—Ha valido la pena, te lo aseguro.
—Qué galante.
Burke indicó:
—Atiéndele la herida, Brenda. Cynthia y yo nos ocuparemos del profesor Nolan y de Perry.
—Bien.
Cynthia sugirió:
—Creo que antes deberíamos vestimos, ¿no? Los mosquitos me lo están picando todo.
—¡Y a mí! —dijo Brenda, dándose una fuerte palmada en la nalga zurda.
Burke, Cynthia y Chester rompieron a reír.
Frederick Nolan y Perry Tilton ya habían vuelto en sí, reanimados por Burke Stanton y Cynthia Lawson. Tenían sendos chichones en sus respectivas cabezas, pero nada más.
Brenda Farrell, por su parte, había curado la herida de Chester Cobb, cubriéndola luego con una gasa que sujetó con un par de tiras de esparadrapo.
Después de comentar con Frederick y Perry lo sucedido, Burke dijo:
—El hecho de no haber efectuado un solo disparo contra los macúes nos beneficia enormemente. No sólo porque hubieran podido ser oídos por otros macúes, o tal ver por algún grupo de tacúes, sino porque al haberlos matado a los seis a cuchilladas puede parecer que fueron liquidados por sus rivales vecinos. Y creo que eso es lo que pensaran los macúes cuando encuentren los cadáveres de sus compañeros.
—Seguro —asintió Frederick.
—Bien, ahora tenemos que largarnos de aquí. Cruzaremos el río un poco más arriba para no dejar ningún rastro de nuestro paso en este lugar. Una vez nos hayamos alejado bastante nos detendremos para descansar y comer; lo hubiéramos hecho aquí, pero no podemos quedamos después de lo ocurrido.
Cynthia y Brenda, aunque estaban cansados y hambrientos, comprendieron que Burke tenía razón y no protestaron.
* * *
En toda la tarde no volvieron a ser molestados por los macúes.
Ni por los tacúes.
Cuando empezó a oscurecer se detuvieron para pasar la noche.
Mientras cenaban, Burke observó:
—Estamos ya en la zona en la que, según sus investigaciones, fue levantada Katura, profesor Nolan.
—Así es —asintió Frederick.
—Explorarla nos llevará varios días.
—Si finalmente encontramos la ciudad perdida habrá valido la pena. ¿No opina igual, Stanton?
—Desde luego. Aunque le confieso que soy un poco pesimista al respecto.
—Sigue pensando que Katura ya no existe, ¿eh?
—Quisiera equivocarme, profesor, pero…
Brenda Farrell intervino:
—¿Es cierto que Katura fue construida en la época preincaica, profesor Nolan?
—Sí, los duncas existieron mucho antes que los incas — respondió Frederick.
—¿Duncas?…
—Sí, así se llamaban los indios que levantaron Katura.
—Jamás había oído hablar de los duncas —confesó la reportera.
—Se sabe muy poco de ellos. Pero, si encontramos Katura, sabremos mucho más. Esa ciudad nos revelará los secretos de los duncas, y nosotros los revelaremos al mundo entero.
Los ojos de Brenda Farrell brillaron sólo de pensarlo.
—Menudo reportaje voy a hacer, si encontramos la ciudad perdida.
—Suponiendo que no se te zampen los tacúes —dijo Burke—. Ya sabes que sienten preferencia por las pelirrojas…
Brenda lo miró, ceñuda.
—A ti te tenía yo por un tacúe, pero me parece que te estás volviendo macúe — rezongó.
—¿Qué quieres decir?
—Que empiezas a inclinarte por las rubias, eso es lo que quiero decir.
El explorador tosió.
—A mí no me importa el color del cabello, Brenda. Me gustan las mujeres, todas las mujeres, sin tener en cuenta el color de su pelo, de su piel, la forma de sus ojos, o de sus labios. Me basta con que sean guapas y estén bien formadas.
Cynthia Lawson terció:
—Si le gustan todas las mujeres, nunca se casará, Burke.
—No, me temo que no —rio Stanton—. Me gusta demasiado la libertad, y casarme significaría perderla.
—¿Por qué?
—Es así, Cynthia. Una esposa ata mucho. Y los hijos, más aún. Un aventurero como yo, que anda siempre de un lado para otro, corriendo peligros, exponiendo su vida continuamente, no puede formar un hogar. Sería una falta de responsabilidad por mi parte.
—Tiene razón, Stanton —opinó Frederick—. Su profesión y el matrimonio no son compatibles. O las aventuras, o el hogar.
—Me quedo con las aventuras.
—Si encontrara una mujer a la que quisiera de verdad, quizá cambiara de idea — repuso Cynthia.
—Es muy poco probable, pero…
—Tan poco probable que a mí me parece imposible —habló de nuevo Brenda.
Cynthia guardó silencio, a pesar de que no estaba de acuerdo con la reportera. Ella se sentía muy atraída hacia Burke, y haría todo lo posible por conquistarle.
No sería fácil, pero estaba convencida de que tenía posibilidades de conseguirlo.
* * *
Burke Stanton se estaba fumando un cigarro mientras realizaba su turno de guardia junto con Perry Tilton. El profesor Nolan, Chester Cobb, Cynthia Lawson y Brenda Farrell dormían.
Eso parecía, al menos, porque los cuatro estaban tumbados y tenían los ojos cerrados.
Cynthia, sin embargo, estaba despierta, aguardando que el sueño de Brenda fuera tan profundo que no la oyera levantarse y acercarse a Burke.
Cuando estimó que así era, se puso silenciosamente en pie y se aproximó al explorador, que vigilaba en uno de los extremos del campamento, sentado en el tronco de un árbol caído.
Stanton la vio acercarse y se quitó el cigarro de la boca.
—¿Te ocurre algo, Cynthia? —preguntó, en voz baja.
—No consigo conciliar el sueño —mintió la joven, y se sentó junto al aventurero.
—¿Vuelves a sentir miedo?
—No, no es por eso.
—¿Cuál es la causa, entonces…?
—Estoy nerviosa, pero no sé por qué.
—¿No será que tomaste demasiado café…?
Cynthia sonrió.
—A mí el café no me pone nerviosa. Y tampoco me quita el sueño.
—Puedo dormirte de un puñetazo, si quieres.
—No sea bruto, Burke —rio quedamente la muchacha.
—Era sólo una broma.
—Lo sé.
—También puedo dormirte a besos.
—¿Otra broma?
—No, ahora va en serio.
—¿Crees que lo de los besos dará resultado, Burke?
—Seguro que sí.
—Adelante, pues.
Stanton la tomó en sus brazos y la besó en los labios, larga y apretadamente. Después, y sin soltarla, la miró a los ojos y preguntó:
—¿Te sientes más relajada, Cynthia..?
—Sí, pero sigo sin tener sueño.
—Quizá si acompañara mis besos de algunas caricias…
—Es una gran idea.
Burke la besó de nuevo, al tiempo que le desabotonaba la blusa y le acariciaba los senos, suave y hábilmente.
Cynthia se estremeció dulcemente y emitió un gemidito de placer.
Un par de minutos después, Stanton preguntaba:
—¿Empiezas a tener sueño, Cynthia…?
—Cada vez estoy más despierta, Burke. ¿Por qué será? —preguntó la joven con una pícara sonrisa en los labios.
—Quizá se deba a que sientes deseos de hacer el amor.
—¿Con quién?
—Conmigo.
—¿Y si te dijera que sí…?
—Te complacería con mucho gusto, porque yo lo deseo tanto como tú.
—¿Y Brenda…?
—Brenda duerme.
—¿Qué diría si se enterase de que tú y yo…?
—Ella adivinó desde el primer día que me gustabas y que trataría de hacer el amor contigo.
—Qué intuición la suya —sonrió Cynthia, y besó al explorador.
Minutos después, al otro lado del tronco caído, que los protegió de las miradas de Perry Tilton situado al otro extremo del campamento, Burke y Cynthia se entregaron de lleno al acto amoroso.