CAPÍTULO IX

BURKE STANTON vio que algo se movía en la espesura a espaldas de Perry Tilton y Chester Cobb, y gritó:

—¡Cuidado, muchachos! ¡Hay algo o alguien detrás de vosotros!

Chester y Perry se revolvieron, pero ya no tuvieron tiempo de disparar sus escopetas, porque los cuatro macúes brincaron de la maleza y cayeron sobre ellos, derribándolos. —¡Salvajes! —exclamó Frederick Nolan.

—¡Son macúes! —rugió Burke, quien conocía bien las características que diferenciaban a estos indios de los tacúes.

—¡Ay! —gimió Cynthia Lawson, recordando las palabras del explorador: «A los macúes se les hace la boca agua cuando ven una mujer rubia.»

Y le entraron ganas de cortarse el pelo.

Burke ya estaba saliendo del río.

Tenía que ayudar a Chester y a Perry a librarse de los cuatro salvajes.

Por hallarse todos pendientes de estos cuatro macúes no vieron a los otros dos indios lanzarse al río, tan rápidos como silenciosos.

Perry recibió un fuerte golpe en la cabeza asestado con una lanza y quedó inconsciente, lo que permitió a los dos macúes que saltaron sobre él hacer frente a Burke.

Y a Frederick, que también estaba saliendo ya del río.

Burke hubiera querido empuñar su escopeta o su revólver, pero como no había tiempo para ello tuvo que conformarse con empuñar el cuchillo que llevaba en el slip.

Uno de los macúes le descargó su lanza, pero el aventurero saltó de lado con asombrosa agilidad y esquivó el golpe.

El indio no tuvo oportunidad de intentarlo de nuevo, porque Burke saltó sobre él como un tigre y le hundió el cuchillo en el pecho.

El salvaje emitió un alarido de muerte y se desplomó, la sangre corría ya por su pecho. Burke había desclavado el cuchillo antes de que el macúe se derrumbara, y atacó con él al otro indio, que había conseguido dejar inconsciente al profesor Nolan con un duro golpe de lanza.

El salvaje no pudo burlar la cuchillada del explorador.

Una cuchillada mortal de necesidad, pues la hoja de acero se hundió hasta la empuñadura en su pulmón izquierdo.

El indio lanzó un grito desgarrador y se vino abajo en el acto.

Chester seguía luchando a brazo partido con los dos macúes que cayeran sobre él.

Burke acudió en su ayuda, sin haber descubierto todavía a los dos indios que estaban cruzando el río.

Uno de los salvajes se desentendió de Chester e hizo frente al explorador, cuyo estómago intentó atravesar con su lanza, al tiempo que daba un grito de guerra.

Burke esquivó hábilmente el terrible lanzazo y le soltó una feroz cuchillada al indio en el costado.

Eli macúe dio un nuevo grito, esta vez de dolor, y se precipitó contra el suelo.

Casi al mismo tiempo, Chester, que había conseguido empuñar su cuchillo, se lo clavaba en el vientre al salvaje que luchaba con él.

El indio aulló como una bestia y se desplomó, perdiendo sangre a borbotones por la herida.

Burke creyó que la lucha había acabado, pero en ese preciso instante oyó chillar a Cynthia y Brenda. Al revolverse como una centella descubrió a los dos macúes que habían atravesado el río sin ser vistos por ninguno de los miembros de la expedición.

Ni siquiera Cynthia y Brenda les había oído acercarse a ellas.

Cuando se percataron del peligro que corrían, ya era tarde para intentar ponerse a salvo, pues los macúes saltaron sobre ellas y las sujetaron con fuerza.

—¡Burke…! —chilló Brenda.

—¡Socorro…! —gritó Cynthia.

—¡Vamos en su ayuda, Chester! —rugió el explorador, y se lanzó al río.

Cobb se puso en pie de un salto y le imitó.

Los macúes aplicaron sus cuchillos a las gargantas de las mujeres y gritaban algo en su dialecto.

Un dialecto que Burke Stanton no conocía, como tampoco el dialecto con el que se expresaban los tacúes, pues ambos eran terriblemente complicados.

No era necesario, sin embargo.

La acción de los macúes era lo suficientemente expresiva.

Si Burke y Chester intentaban algo contra ellos, degollarían a Cynthia y Brenda.

* * *

Burke Stanton se detuvo, a sólo un par de metros de los macúes, y levantó el brazo izquierdo.

—Quieto, Chester.

Chester Cobb se detuvo también.

—Nos amenazan con matarlas, ¿verdad? —adivinó.

—Así es.

—¿Qué hacemos, Burke?

—Continuar quietos, Chester. No podemos hacer otra cosa, por el momento.

Cynthia Lawson y Brenda Farrell, aterrorizadas, no se atrevían ni a respirar. Estaban las dos muy pálidas, y temblaban perceptiblemente entre los oscuros y vigorosos brazos de los macúes.

Estos las habían atrapado por la cintura con su brazo izquierdo, y esgrimían el cuchillo con la derecha. El agua les llegaba hasta la mitad del pecho, aproximadamente, por lo que sus senos desnudos quedaban perfectamente visibles.

Pero ni Burke ni Chester les prestaban la menor atención, ahora.

La situación era demasiado dramática como para pensar en la belleza de los bustos de Cynthia y Brenda.

Los macúes hablaron de nuevo en su lengua.

—¿Qué dicen ahora? —preguntó Chester.

—No estoy seguro, pero creo que nos ordenan que arrojemos los cuchillos —respondió Burke.

—Si lo hacemos, nos matarán.

—Y si no lo hacemos, las matarán a ellas.

Burke arrojó su cuchillo.

Chester vaciló unos segundos, pero arrojó también el suyo.

Los ojos de los macúes brillaron con fuerza pues eso era lo que ellos querían, que Burke y Chester quedaran desarmados para tenerlos a su merced.

Empujaron a las mujeres.

Seguían teniendo los cuchillos pegados a sus gargantas.

Burke tensó todos los músculos de su cuerpo

—Atento, Chester —dijo, en tono muy bajo— Si no atrapamos sus brazos cuando nos suelten la cuchillada, no lo contaremos.

Cobb se preparó también para defenderse con la máxima rapidez y eficacia.

Los macúes empujaron un poco más a Cynthia y Brenda.

Ya tenían a Burke y Chester al alcance de sus cuchillos.

Los retiraron velozmente de las gargantas de las mujeres y trataron de Incrustarlos en las cajas torácicas de los dos hombres, vengando así la muerte de sus cuatro compañeros.

Burke, haciendo gala de unos reflejos extraordinarios, alzó sus manos y aferró el fuerte brazo del Indio, al que hizo caer.

El explorador se sumergió con él, continuando la lucha bajo el agua.

Era el macúe que sujetaba a Cynthia, pero tuvo que soltarla para pelear con Burke. Chester había logrado aferrar también el brazo derecho del otro salvaje, aunque no pudo evitar que la punta del cuchillo le causara una herida en el pecho, afortunadamente poco profunda.

El indio y Chester perdieron el equilibrio y continuaron la lucha bajo el agua, como Burke y el otro salvaje.

Brenda, libre ya del macúe que la había tenido sujeta por la cintura, nadó hacia la orilla, siendo Imitada por Cynthia. La alcanzaron y salieron del río.

Con el terror metido todavía en sus cuerpos aguardaron el resultado de la feroz lucha que Burke y Chester sostenían con los macúes, sin preocuparse de cubrir su casi total desnudez.

Lo que sí hicieron fue empuñar dos de las escopetas.

Las de Burke y Frederlck, concretamente.

SI los macúes vencían a Burke y Chester, dispararían sobre ellos sin dudar.

Pero Burke pudo con su enemigo, al que eliminó con el propio cuchillo del macúe, clavándoselo en la espalda tras habérselo arrebatado limpiamente.

El explorador emergió y llenó sus pulmones de aire, mientras que el Indio acuchillado por él quedaba flotando entre dos aguas, oscureciéndolas con su sangre.

Brenda y Cynthia respingaron de alegría.

—¡Ayude a Chester, por favor! —pidió la sobrina de Nolan.

Stanton se lanzó hacia el punto del río en donde, sumergidos, luchaban ferozmente Chester y el único macúe que quedaba con vida.

Chester pugnaba por arrebatarle el cuchillo al Indio, pero éste hacía lo Imposible para conservarlo y hundirlo en el cuerpo de su enemigo.

Burke, sumergido de nuevo, se aproximó al macúe y le soltó una cuchillada entre los omoplatos.

El indio abrió la boca, con intención de gritar.

No pudo, claro.

Se le llenó de agua al instante y ahogó su alarido de muerte.

Chester lo soltó y emergió.

Burke emergió también.

La lucha había terminado.

Y la habían ganado ellos.

Por eso se dieron una abrazo, jadeantes todavía por el esfuerzo realizado.