CAPÍTULO VIII
FREDERICK, PERRY, Chester, Cynthia y Brenda se miraron entre sí, sorprendidos.
—Dice que va a darse un baño… —murmuró la reportera.
—Y debe ser verdad, porque se lo está quitando todo — añadió la sobrina de Nolan. —¿No teme a los cocodrilos, Stanton…? —preguntó Frederick.
Burke volvió la cabeza y lo miró por encima del hombro.
—No parece que haya cocodrilos en este río, profesor.
—Tampoco parecía que los había en el otro, y surgieron nueve en menos que canta un gallo —recordó Brenda.
—No temáis, si surge alguno saldré del río inmediatamente. Y por si no me diera tiempo cogeré un cuchillo.
—Báñate tranquilo —dijo Perry—. Nosotros vigilaremos.
—Sí, estaremos atentos —añadió Chester.
Stanton sonrió.
—Gracias, muchachos. Pero recordad que no debemos hacer uso de las armas de fuego salvo en caso de máxima necesidad. No disparéis, pues, si descubrís algún cocodrilo. Avisadme y saldré del río a toda prisa. Es preferible eso a armar ruido con las escopetas.
—De acuerdo, Burke —asintió Perry.
El explorador se despojó de todo menos del slip, en cuyo lacio derecho se colocó el cuchillo.
Cynthia Lawson no pudo evitar que los ojos brillaran al contemplar el musculoso cuerpo de Burke Stanton, moreno, velludo, tremendamente viril.
El aventurero se metió tranquilamente en el río y empezó a nadar, procurando no alejarse demasiado de la orilla.
Pasaron un par de minutos, y no surgió un solo cocodrilo.
—El agua está deliciosa, profesor —aseguró Burke—. ¿No le apetece darse un chapuzón…?
Frederick, tras una leve vacilación, sonrió y respondió:
—Me ha convencido usted, Stanton.
Y empezó a quitarse la ropa.
Al igual que Burke, conservó únicamente el slip.
—Vigilad atentamente, ¿eh, muchachos? —rogó a Perry y Chester.
—Descuide, profesor —sonrió Perry.
—Cuando ustedes salgan, nos bañaremos Perry y yo —dijo Chester.
—Magnífico —repuso Nolan, y se metió en el río.
Dio unas cuantas brazadas.
—Tenía usted razón, Stanton. ¡Es una delicia bañarse en este río!
Burke rio y miró a Cynthia y Brenda.
—¿Qué, vosotras no os bañáis, valentonas…? —preguntó, con burlona expresión.
Las chicas se picaron.
Por eso, y a pesar de su miedo a los cocodrilos, Brenda respondió:
—Yo sí voy a darme una zambullida.
—Yo también —dijo Cynthia—. El problema es que no sé cómo…
—Con los pechos al aire, no tenemos más remedio.
—¿Al aire?…
—Sí, amiga mía. Claro que, si te da vergüenza mostrar tus senos, puedes bañarte vestida.
Cynthia apretó los labios.
—A ti no te da vergüenza, ¿verdad, Brenda?
—Sinceramente, no.
—Lo suponía.
—Tú verás lo que decides, Cynthia —sonrió la reportera, que ya se estaba desnudando. Se lo quitó todo, excepto las tenues braguitas, y se lanzó al agua.
Cynthia se había despojado del pantalón, pero no se decidía a quitarse la blusa.
—Anímate, pequeña —dijo Frederick—. Estamos en plena selva, no tiene ninguna importancia que nos bañemos prácticamente desnudos.
—Tienes razón, tío Frederick —repuso Cynthia, y se despojó de la blusa, metiéndose rápidamente en el río.
—¿Todavía nos crees unas chicas asustadizas y cobardes, Burke…? —preguntó Brenda.
—Estoy empezando a cambiar de opinión —respondió el explorador, sonriendo. Frederick, Cynthia, Brenda, Chestery Perry rieron.
De haber sabido que estaban siendo vigilados su humor sería muy distinto. Pero ni ellos, ni Burke Stanton, se habían dado cuenta de que varios pares de ojos los observaban, ocultos en la maleza.
Eran los macúes.
* * *
Totalmente ajenos al peligro que corrían, Burke, Frederick, Brenda y Cynthia continuaron disfrutando del baño, mientras Chester y Perry aguardaban turno para refrescarse.
Perry y Chester vigilaban las dos orillas del río, naturalmente, por si surgía algún cocodrilo con hambre atrasada, pero la verdad es que el hecho de que Cynthia y Brenda se estuvieran bañando en pantaloneros solamente, les distraía bastante.
No querían mirar a las muchachas, pero los pechos desnudos de ambas les atraían como un(imán, y cada vez les resultaba más difícil apartar la vista de ellas.
Los macúes seguían observándolos, bien escondidos en la espesura.
Eran exactamente seis, y se hallaban en la orilla opuesta.
Su única vestimenta era un exiguo taparrabos e iban armados con armas y flechas, lanzas y cuchillos. Llevaban pintura en el rostro y en el pecho, lo que acentuaba la fiereza de su aspecto.
Querían atrapar vivos a los expedicionarios.
Especialmente a las dos mujeres.
Por eso no les enviaban sus flechas.
El más inteligente del grupo ideó un plan para capturar a los cuatro hombres y las dos mujeres. Por señas indicó a sus compañeros lo que tenían que hacer.
Estos entendieron y se apresuraron a desarrollar el plan.
Dos macúes se alejaron silenciosamente río arriba sin dejarse ver en ningún momento, mientras otros dos macúes se alejaban río abajo con idénticas precauciones.
El otro macúe se quedó con el que había ideado el plan de ataque a la espera de que sus compañeros cruzaron el río, cuando se hallasen lo suficientemente distanciados como para no ser vistos por los expedicionarios.
Se trataba de caer por sorpresa sobre Chester y Perry e impedir que éstos pudieran hacer uso de sus escopetas. Si lo conseguían, el resto sería sencillo, porque Burke, Frederick, Cynthia y Brenda se encontraban en el río, sin más armas que el cuchillo que el explorador se había colocado en el slip.
Entonces entrarían en acción los dos macúes que habían quedado ocultos en la orilla.
Sin sospechar que estaban a punto de ser atrapados, los expedicionarios seguían divirtiéndose, unos gozando del baño y Perry y Chester deleitándose con la contemplación, cada vez menos disimulada, de los hermosos pechos de Brenda y Cynthia.
Los cuatro macúes cruzaron el río sin ser descubiertos y avanzaron cautelosamente hacia el lugar en donde se encontraban Perry y Chester.
Los otros dos macúes se prepararon para brotar de la maleza y lanzarse al río.
Era sólo cuestión de segundos.
Apenas diez o quince.
El ataque de los macúes era ya prácticamente un hecho.