Capítulo X

MATT Barrows se separó ligeramente de Paula Seymour, la miró a los ojos y ponderó:

—Por un beso tuyo, se podrían pagar hasta cien dólares.

—¿Tanto…? —sonrió ella, halagada.

—Los vale, te lo aseguro.

—¿Y cuántos llevas tú en la cartera?

—Doscientos y pico…

—Entonces, aún tienes suficiente para un segundo beso.

—¿Me los vas a cobrar…?

—Naturalmente.

—Entonces, no podré invitarte a almorzar.

—¿Pensabas hacerlo?

—Desde luego.

—En ese caso, los besos serán gratis.

Barrows unió de nuevo su boca a la de ella, poniendo en el beso la misma pasión de antes. Y Paula hizo lo mismo.

El detective, instintivamente, deslizó su mano y acarició los muslos femeninos, que la abertura frontal de la falda permitía exhibir generosamente.

Paula no le recriminó por ello.

Tras ese segundo beso, Matt alabó:

—Eres maravillosa, Paula.

—Y tú un atrevido.

—¿Porque te acaricio las piernas?

—Claro.

—Las tienes tan preciosas, que también se podría pagar por ello.

—¿Cuánto?

—Lo mismo que por un beso, más o menos.

—¿Y por acariciarme los senos?

—El doble, claro.

—¿Y por hacer el amor conmigo?

—¡Quinientos, por lo menos!

—Con arreglo a esa tarifa, ganaría mucho más de puta que cantando y bailando en el Royal Club.

—¡Seguro!

—Será cuestión de pensarlo.

—Si no supiera que hablas en broma, te estrangularía.

La sonrisa desapareció del rostro de Paula Seymour. Matt se dio cuenta y le prendió la barbilla.

—Eh, ¿qué te ocurre?

—Tus últimas palabras me han recordado el asesinato de Dorothy Colman. Así murió ella, estrangulada.

—Ojalá me hubiera mordido la lengua.

—Y también quisieron matarte a ti.

—No pienses ahora en eso, Paula.

—No pudo ser Nick, Matt.

—¿Vamos a ponernos a discutir otra vez?

Paula se mordió los labios.

—Prométeme una cosa, Matt.

—¿El qué?

—Que no acusarás a mi hermano mientras no estés absolutamente seguro de que él mató a Dorothy Colman.

—Prometido.

Ahora fue Paula la que acarició el rostro del detective.

—Yo también quiero prometerte algo, Matt.

—¿De veras?

—Si logras demostrar que Nick no asesinó a Dorothy Colman ni disparó contra ti, haré el amor contigo. Todas las veces que quieras.

—Es un premio sumamente tentador.

—Harás todo lo posible por ganarlo, ¿verdad?

—Por supuesto. Pero si resulta que tu hermano es culpable, como yo me temo…

—No habrá premio.

—Lo suponía.

—No te desanimes, sé que puedes conseguirlo. Nick es inocente —insistió Paula, y le besó.

Poco después, abandonaban el apartamento.

Matt aún acusaba los efectos del rodillazo que Nick le asestara en sus órganos masculinos, pero apenas se le notaba al andar.

Como ya casi era hora de almorzar, Paula dejó su coche donde estaba y montó en el de Matt, por sugerencia de éste, y se dirigieron, al restaurante favorito del detective.

* * *

Carrol Hayward, de veinticuatro años, cabello rubio y ojos color violeta, se hallaba frente al mueble bar que tenía en el living de su apartamento, preparando un par de copas.

La otra era para Francis Colman, que estaba sentado en el sofá, con el gesto pensativo. Carrol, que iba en bata, le miró por encima del hombro, pero no dijo nada.

Acabó de preparar las copas y regresó junto a Francis.

—Tom, cariño.

Colman alzó maquinalmente la mano y cogió la copa que le ofrecía la atractiva rubia. Esta se sentó a su lado y le pasó el brazo por los hombros, amorosamente.

—Bebe, te sentará bien.

—Francis se llevó la copa a los labios e ingirió un sorbo de licor.

La rubia le imitó y preguntó:

—¿Estás seguro de que aquí no te encontrará la policía, Francis?

—Nadie sabe que tengo relaciones contigo. Carrol.

—¿Ni siquiera el detective privado que contrataste?

Colman movió la cabeza.

—No, no se lo dije. Es más, le aseguré que jamás había engañado a mi mujer.

—Qué embustero —sonrió la rubia, antes de besarle en la mejilla.

—No podía contarle lo nuestro, compréndelo. Hubiera pensado que yo asesiné a Dorothy, para poder casarme contigo.

—Y no fue así, ¿verdad?

El la miró.

—¿Qué quieres decir?

—A mí no tienes por qué ocultármelo, cariño. Te seguiré queriendo aunque me confieses que, en un arrebato de furia, estrangulaste a Dorothy.

Colman se irguió con brusquedad.

—¡Yo no la maté!

—Está bien, no te excites. Si no la mataste tú, mejor.

—Me enfurece que tú, la mujer a quien amo, no me creas.

—No es que no te crea, Francis. Sólo trato de hacerte comprender que yo te quiero por encima de todo. Estoy loca por ti y me casaré contigo en cuanto me lo pidas, hayas matado a Dorothy o la haya matado otra persona. No me importa en absoluto, ¿entiendes? Sé que, si la mataste, no fue deliberadamente, sino porque ella te insultó, te provocó, te enfureció y…

—¡No fui yo, te lo repito!

—Muy bien, no fuiste tú. Ahora, siéntate de nuevo y bebe otro trago. Lo necesitas.

Colman resopló, se mesó el cabello y volvió a sentarse en el sofá, con cierta brusquedad.

—No quiero que dudes de mi inocencia, Carrol. Que dude la policía, y hasta me crea culpable, no me importa. Y tampoco me importa que dude Matt Barrows, aunque creo que para él soy inocente. Pero que dudes tú, sí me importa. Y mucho.

La rubia le besó.

—No volveré a dudar, te lo prometo.

—Así lo espero —rezongó Colman, y tomó un buen trago de licor.

Carrol dejó su copa sobre la mesa y se abrió la bata, mostrando sus rotundos senos.

—Francis…

Colman la miró y los ojos le brillaron.

—¿Por qué haces eso?

—Porque te deseo.

—¿En este momento?

—En éste y en todos.

El vaciló.

—Carrol, creo que dadas las circunstancias, no de heríamos pensar en…

—A la porra las circunstancias —le interrumpió la rubia, arrebatándole la copa, casi vacía ya.

Después, le echó los brazos al cuello y le besó fogosamente.

Colman, titubeante al principio, no tardó en devolverle el beso y dirigir sus manos a los pechos desnudos de su amante, para acariciarlos y oprimirlos.

Escasos minutos después estaban haciendo el amor.

* * *

Tras el almuerzo, Matt Barrows y Paula Seymour se separaron, cada cual en su coche, regresando ella a su casa y tomando el detective la dirección que conducía al cementerio de automóviles en donde se le escabullera el tipo que intentó asesinarle.

Quería saber si el Dodge azul seguía allí, abandonado.

Se exponía, naturalmente, a ser atacado de nuevo por los tres individuos que allí se encontró, pero eso no le preocupaba en absoluto. Si volvían a buscarle las cosquillas, lo lamentarían de veras, porque se mostraría aún más duro con ellos que la vez anterior.

Matt llegó al cementerio de coches y se dirigió al lugar en donde el asesino dejara su vehículo al no tener salida.

El Dodge azul ya no estaba allí.

¿Se lo habría llevado el asesino?

¿Se lo habrían llevado los tipos?

Si el asesino había vuelto por él significaba que no se trataba de un coche robado, sino que le pertenecía. Podía, eso sí, haberle colocado unas placas falsas, como precaución por si fallaba el atentado, como de hecho sucedió.

Sería cuestión de averiguarlo.

Teniendo anotado el número de matrícula, no sería difícil.

Abandonó el cementerio de automóviles sin tropezarse de nuevo con los tipos con los que peleara por la mañana. Por lo visto, ellos también lo habían abandonado.

El detective se fue directamente al apartamento de Nick Seymour, aunque no esperaba pillar al tipo allí. No era probable que hubiera vuelto, después de lo sucedido.

Lo que Matt quería era registrar a fondo el apartamento, aprovechando la ausencia de Nick. Si no lo hizo por la mañana fue porque Paula se hallaba presente.

Y como ella estaba tan empeñada en que su hermano era inocente…

Matt llegó al 520 de Fairmount Avenue, descendió del coche, y se introdujo en el edificio. No tuvo ningún problema para entrar en el apartamento de Nick Seymour, en donde todo seguía igual que cundo él y Paula lo dejaron, lo que venía a confirmar que Nick no había vuelto por allí.

Barrows empezó a revisarlo todo.

Parecía que no iba a encontrar nada de interés, cuando, de repente, al apartar unos libros, descubrió un sobre. Lo cogió, lo abrió y vio que contenía varias fotografías.

Todas eran de Dorothy Colman.

Le habían sido tomadas en la cama… y sin nada encima.

Matt las estaba mirando con fijeza, cuando sonó el teléfono.

El timbre casi le hizo respingar.

Matt devolvió las fotos al sobre, se guardó éste en el bolsillo interior de la chaqueta, y fue hacia al teléfono. Tomó el auricular y se lo llevó al oído, pero no dijo nada.

Quería que hablara primero la persona que había hecho la llamada.

—¿Nick…?

Era una voz femenina, que el detective reconoció enseguida.

—Soy yo, Paula.

—¿Matt…?

—Sí.

—¿Qué haces ahí?

El detective iba a responder, cuando algo muy duro cayó sobre su cabeza y le obligó a desplomarse, total mente privado del sentido.