Capítulo V

PAULA Seymour vivía en Linnart Street.

En el número 388, exactamente.

Matt Barrows había estacionado su Ford frente al edificio, pero, como pensaba vigilar el portal, lo puso en marcha y lo alejó unos veinte metros.

Desde allí podía vigilar igualmente la entrada del edificio y ver si Paula Seymour salía de él. Si salía, la seguiría y sabría adónde iba.

Ella tenía que conocer al asesino de Dorothy Colman, pues era su número de teléfono el que aparecía en el cartón de las cerillas que ofrecía el Royal Club.

Además, Paula trabajaba en ese local.

¿Qué clase de relación tendría con el tipo que la noche pasada estrangulara a la esposa de Francis Colman?

Sea cual fuere, Matt esperaba que Paula le condujera hasta él.

El detective se puso cómodo y encendió un cigarrillo.

Paula podía pasar horas allí.

O no salir… hasta llegado el momento de trasladar se al Royal Club para actuar.

La espera podía ser larga y aburrida.

Pero no.

Fue corta y entretenida.

La causa fue un Dodge azul, cuyo conductor, al pasar junto al Ford del detective privado, mostró una pistola automática provista de silenciador.

Por fortuna, Matt vio el arma a tiempo y se tumbó velozmente en el asiento, lo que le permitió esquivar las dos balas que le envió el tipo que iba al volante del Dodge.

El individuo, cuya cara no pudo ver el detective, pisó el acelerador a fondo tras su fallido atentado y se alejó como un rayo.

Matt se irguió, puso el coche en marcha y se lanzó en persecución del tipo que había intentado asesinarle.

El Dodge azul había cobrado una buena ventaja, pero el detective estaba dispuesto a darle alcance y conducía con el pie clavado en el acelerador.

Tenía que atrapar al tipo y saber por qué lo había querido mandar al más allá.

¿Para qué no pudiera continuar la investigación?

Seguramente.

Podía tratarse, incluso, del fulano que estrangulara a Dorothy Colman.

¿Le habría seguido hasta el domicilio de Paula Seymour?

¿Le habría avisado ella telefónicamente?

Lo primero parecía más probable que lo segundo, ya que había pasado muy poco tiempo desde que él se despidiera de Paula hasta el momento del atentado.

Pensaba en todo esto mientras conducía con extraordinaria pericia, salvando todos los obstáculos que el exceso de velocidad ponía a su paso.

Lo malo era que el tipo del Dodge también los sorteaba demostrando ser otro experto conductor. Mantenía la velocidad y casi la misma ventaja con que contara cuando el Ford del detective se lanzó en su persecución.

Matt había ganado sólo unos metros, pero, al menos, no perdía de vista el coche azul. Y mientras viese por dónde iba, mantendría las esperanzas.

El Dodge dejó las calles y se dirigió a un cementerio de automóviles. Matt adivinó la intención del tipo y maldijo entre dientes, porque si se metía entre los cientos de vehículos destinados a la chatarra, seguramente se le despistaría y se quedaría con las ganas de atrapar al fulano que intentó balearle.

El detective hizo todo lo posible por alcanzarle antes de que se introdujera en aquel cementerio, pero no lo consiguió. El automóvil de su agresor se metió por entre los vehículos en desuso y se perdió momentáneamente de vista.

El Ford se introdujo también en el cementerio de coches.

Por allí, lógicamente, no se podía circular a tanta velocidad, porque los espacios eran cortos y estrechos. Había que realizar virajes continuamente, para no estrellarse contra los vehículos inservibles que se apilaban por todos lados.

De pronto, Matt vio el Dodge azul.

Estaba detenido en un lugar que no tenía salida, con la portezuela del conductor abierta, lo que daba a entender que el tipo había abandonado el vehículo pan ocultarse entre los coches viejos.

O había huido a pie.

Matt detuvo también su Ford, extrajo su revólver, un 38 de cañón corto, y salió cautelosamente del vehículo. Mirando en todas direcciones, se acercó al Dodge y comprobó que, efectivamente, había sido abandonado por el tipo que lo pilotara.

De repente, oyó un ruido a sus espaldas.

Matt giró como un rayo, esperando encontrar al individuo que le disparara, pero se encontró con tres. Afortunadamente, no esgrimían arma alguna.

El detective los abarcó con su arma.

—¿Dónde está? —preguntó.

—¿Quién?

—El tipo que iba en ese coche.

—No hemos visto a nadie.

—¿Seguro?

—¿Por qué íbamos a mentir?

—Se me ocurren varias razones. La primera, que uno de vosotros es el tipo que persigo.

El fulano del centro, que era el que respondía a las preguntas del detective, movió la testa.

—Se equivoca, amigo. Ninguno de nosotros ha sido perseguido por nadie.

—Yo no soy vuestro amigo, pero quizá lo sea el tipo que intentó escabecharme.

—¿Con qué lo intentó?

—Con una pistola.

—El tipo no es amigo nuestro, pero lamento que fallara.

—¿Ah, si…?

—Me cae usted mal.

—¿Por qué?

—No ha dejado de apuntarnos con su arma desde que nos vio.

—Es que no me fio de vosotros. Tenéis una pinta de angelitos…

—No llevamos armas. Y quien apunta con una pistola a alguien que está desarmado es que no tiene nada entre las piernas.

—Yo tengo lo que hay que tener —replicó Matt.

—Demuéstrelo.

Matt se guardó el revólver y dijo:

—Demostrado.

El tipo que llevaba la voz cantante esbozó una sonrisa.

—Ahora nos toca a nosotros demostrar que también tenemos lo que tienen los hombres —manifestó, y se arrojó sobre el detective.

Matt, que se esperaba algo así, dio un veloz salto hacia su izquierda y el individuo se estrelló contra el coche azul con gran violencia.

—Me parece que no estás muy bien de la vista, compañero —advirtió el detective, con guasa.

El tipo, que había caído al suelo tras rebotar en la carrocería del Dodge, rugió:

—¡A él…! ¡Adelante!

Sus compañeros se lanzaron sobre el detective privado, los dos a la vez. Matt estrelló el puño en la cara de uno de ellos y lo tumbó espectacularmente, mas no pudo evitar que el otro le diera un puñetazo en el pómulo.

Matt dio un paso atrás, pero sin perder el equilibrio.

Quien acababa de golpearle soltó el otro puño, pero esta vez sólo encontró el vacío, porque el detective ladeó la cabeza a tiempo y los nudillos de su rival no llegaron ni a rozarle la oreja.

Matt replicó con rapidez y dureza.

Zurdazo al hígado, gancho de derecha y trallazo al mentón.

El tipo, naturalmente, rodó por el suelo como una pelota.

Los otros dos ya se habían puesto en pie.

—¡Te vamos a romper todos los huesos, bastardo! —ladró el que se estrellara contra el Dodge, y saltó sobre el detective.

La sonrisa, sin embargo, le duró poco, porque el otro individuo le atizó en la mandíbula y lo mandó al suelo.

—¡Ya es nuestro! —gritó el fulano y se arrojó sobre él.

Matt lo recibió con los pies y lo volteó por encima de su cuerpo de forma espectacular, ya que lo hizo volar como un pájaro.

El tipo chilló al ver que iba a estrellarse contra un coche viejo, pero nada ni nadie pudo evitarlo y acabó metiendo su cabeza y parte del cuerpo por una de las ventanillas.

Y allí quedó encajado.

—¡Que alguien me saque de aquí…! —pidió agitando las piernas.

Matt ya estaba en pie.

El fulano al que tumbara de tres puñetazos seguidos se había incorporado también, aunque se veía que estaba medio aturdido. Intentó golpear al detective, pero lo hizo torpemente y a éste le fue muy sencillo burlar el puño y cascarle con los suyos.

Su antagonista se derrumbó de nuevo y quedó inmóvil, porque había perdido el conocimiento.

El que recibiera el golpe en las piernas, antes de propinarse el terrible morrón, quiso ponerse en pie, pero le fallaron las extremidades inferiores y volvió a derrumbarse.

—¡Maldito hijo de perra! —relinchó.

—¡Hombre, el miope! —exclamó Matt, burlón—. Toma, a ver si con esto mejora tu vista —añadió disparando la pierna.

Aquel fulano recibió el patadón en la quijada y se durmió en el acto.

Matt volvió la mirada hacia el tipo que permanecía encajado en la ventanilla del coche viejo, pataleando y pidiendo que le sacaran de allí.

—Yo te ayudaré, chico —dijo, y fue hacia él.