Capítulo VII
PAULA Seymour siguió sentada en el sofá, con la mirada perdida.
Ya no estaba furiosa, pero sí preocupada.
De pronto, alargó la mano y cogió el teléfono. Marcó un número que se sabía de memoria, pero la llama da no fue atendida, por lo que se vio obligada a colgar el auricular.
Se levantó y fue hacia el dormitorio, para vestirse, lo cual hizo con mucha ligereza. Había elegido una falda blanca, abierta por delante, y una moderna blusa, tan fina que era necesario llevar sujetador, a menos que se deseara exhibir descaradamente los senos, porque se podía ver a través de ella igual que a través de una mosquitera.
Y ella no tenía ganas de exhibir los suyos. Totalmente, al menos, porque en parte los exhibía, ya que el sujetador era bastante reducido.
Cogió el bolso y salió de la habitación con paso rápido, abandonando el apartamento. Su coche, un Chrysler color crema, estaba estacionado en la calle.
Paula se introdujo en él, puso el motor en marcha, y lo hizo arrancar, cobrando rápidamente velocidad. Era una buena conductora y manejaba el volante con seguridad.
Unos quince minutos después, detenía el coche en Fairmount Avenue, a la altura del número 520. Tomó su bolso, salió del Chrysler y se introdujo en el edificio.
Utilizó el ascensor para subir a la sexta planta y pulsó el timbre del apartamento 22-C. Tuvo que esperar casi dos minutos. Después, la puerta se entreabrió y un tipo se dejó ver.
Era joven, moreno, bien parecido.
—Paula… —murmuró.
—Hola, Nick.
—¿Cómo tú por aquí…?
—Tengo que hablar contigo.
—Cuando quieres hacerlo, sueles utilizar el teléfono.
—Te llamé, pero no contestabas.
—Si que estaba.
—¿Y por qué no cogiste el teléfono?
—No lo oí sonar. Tu llamada debió pillarme en la ducha.
—Qué casualidad.
El tipo sonrió.
—Anda, pasa.
Paula penetró en el apartamento, con el semblante serio.
El llamado Nick cerró la puerta, apoyó la espalda en ella y se cruzó de brazos.
—¿De qué quieres hablarme, Paula?
—¿Conoces a una mujer llamada Dorothy Colman?
El tipo tardó unos segundos en responder.
—No me suena el nombre.
—Es casada. Y tú sientes predilección por las mujeres casadas. Especialmente si son jóvenes y atractivas.
Nick sonrió de nuevo.
—Las mujeres casadas tienen más experiencia que las solteras.
—No siempre. De todos modos, tú no las prefieres por eso.
—¿No…?
—Te gusta ponerles los cuernos a los maridos. Y luego, chantajear a las esposas.
—¡Eh! ¿De qué demonios hablas? —exclamó el tipo, descruzando los brazos y separándose de la puerta.
—Lo sabes perfectamente, Nick.
—¡Yo no chantajeo a nadie!
—¿De qué vives, entonces…? Porque lo que es trabajar… No has dado golpe en tu vida.
—¡Te voy a dar unos cuantos a ti, como sigas hablándome así! —amenazó el sujeto.
Paula, aunque lo creía muy capaz, no se hizo atrás ni denotó temor alguno.
—Dorothy Colman fue asesinada anoche, Nick. Y, en su dormitorio, apareció algo que se supone perdió el hombre que la mató. ¿Quieres saber lo que es?
—Sí, siento curiosidad.
—Cerillas. De las que ofrece el Royal Club a sus clientes.
—Eso no quiere decir que la matara un cliente del Royal Club.
—Hay más, Nick.
—¿De veras?
—En la parte interior del cartón que cubre las cerillas había un número anotado. Un número de teléfono. ¿Y sabes qué teléfono suena cuando se marca ese número?
—No.
—¡El mío!
—¿Qué…?
—Tú eres muy desmemoriado, Nick. Tienes que consultar un número de teléfono antes de marcarlo. Incluso el mío.
El gesto del tipo se tornó amenazante.
—¿Estás insinuando que yo asesiné a esa tal Dorothy Colman?
—Yo no digo que tú la mataras, Nick. Pero creo que conocías a la víctima, que mantenías relaciones amorosas con ella, y que anoche estuviste en su casa.
El le dio una bofetada y la hizo caer.
Paula, desde el suelo, gritó:
—¡Eres un cobarde, Nick!
—Yo no conocía a Dorothy Colman. No tenía relaciones amorosas con ella. ¡Jamás estuve en su casa!
—¿Y las cerillas, con mi número de teléfono anotado?
—¡No son mías!
—¡Mientes!
—¡A mí nadie me llama embustero! —ladró el fula no, y se arrojó sobre la muchacha para seguir golpeándola.
Paula chilló.
Por suerte para ella, la puerta se abrió de golpe y Matt Barrows entró en el apartamento.
—¡Suéltala, cobarde! —ordenó.
* * *
Paula Seymour no supo si celebrar o lamentar la aparición, totalmente inesperada, del detective privado. Por el momento, sin embargo, sirvió para que Nick dejara de golpearla, se irguiera con prontitud e hiciera frente a Matt Barrows.
Nick fue el primero en soltar el puño, pero el detective esquivó el golpe y respondió con un trallazo a la mandíbula, enviando al suelo a su rival.
Paula ya se estaba levantando.
Matt la tomó del brazo y la ayudó.
—¿Estás bien, Paula?
—Sí.
Matt no pudo seguir hablando con ella, porque Nick se había incorporado y volvía a la carga, furioso.
—¡Maldito hijo de…!
—No metamos a nuestros familiares en esto —le interrumpió el detective, coceándole de nuevo la mandíbula, ahora con el puño izquierdo.
En esta ocasión, Nick no llegó a caer.
Peor para él, porque Matt le incrustó la derecha en el estómago y lo obligó a doblarse como un garrote. Después, lo enderezó con un fenomenal gancho de izquierda. Y, cuando se disponía a mandarlo nuevamente al suelo, con un preciso golpe de derecha, el tipo levantó la pierna y llegó con su pie al bajo vientre del detective.
El golpe fue tan doloroso, que Matt lanzó un grito terrible y se vino abajo, quedando encogido en el suelo, sin fuerzas para levantarse y continuar la pelea.