Capítulo 4
Gabe
No recuerdo la última vez que estuve solo en Nochevieja. Puede que nunca lo haya estado. Tenía varias opciones para esta noche —demasiadas, a decir verdad—. Ninguna me interesaba; no podía dejar de pensar en una rubia tímida que podría estar o no interesada en mí. Joder. No me había sentido tan inseguro con respecto a una mujer desde el instituto. Joder, incluso entonces me lo ponían fácil.
Sandra no es fácil. En ningún sentido. Y, además, está Sawyer. No creo que lo de pedirme que me mantenga lejos de ella haya sido una broma. Su opinión no dicta mi vida, pero ¿hasta dónde quiero llegar? ¿Vale la pena cabrear a Sawyer por una aventura con la atractiva señorita Adams? No, en realidad no. Cuando lo nuestro termine, ¿le importará tener que verme todos los días en el trabajo? Eso nunca ha sido un problema para mí, pero creo que Sandra no se parece a las chicas de la oficina con las que normalmente me acuesto.
Salgo de mi ensimismamiento cuando alguien me llama; la voz resuena con fuerza en el vestíbulo de mármol del Ritz-Carlton. Echo un vistazo al ascensor que se acaba de abrir delante mí y borro la expresión de irritación de mi cara antes de darme la vuelta. Estaba a unos segundos de llegar a la seguridad de la fiesta y rodearme de personas. Ahora estoy atrapado a solas con quien sea que me llama, y yo ya sé que no estoy interesado. Confirmo lo que siento cuando la chica añade «Yuju, Gabe» justo cuando me giro. Dios mío. ¿Yuju? ¿Esta tía va en serio?
Me doy la vuelta y me sorprendo al ver que no es una mujer, sino tres. Normalmente no ligan conmigo de tres en tres, pero no puedo decir que no haya ocurrido antes. ¿Conozco a la mujer que me llama y me saluda con la mano? Creo que la he visto antes, pero no recuerdo dónde. Probablemente sea alguien de publicidad. Todos los de ese departamento son jodidamente molestos. ¿Conozco a alguna de estas mujeres? Sonrío con amabilidad y miro a las otras dos. Una chica guapa de pelo caoba y una rubia que quita el hipo. No, no es una rubia que quita el hipo. Me cago en la puta, es Sandra, una versión apenas vestida de Sandra. Joder.
Se acercan y Sandra me presenta a las otras dos: la novia de Sawyer y la amiga de la novia. No me interesan demasiado las presentaciones, no cuando Sandra lleva una maldita falda que es veinte centímetros más corta que cualquier otra cosa con la que la haya visto. Lleva una chaqueta sin nada debajo. Abotonada, pero hay la suficiente piel expuesta como para saber que si metiera la mano para cogerle la teta descubriría que no lleva sujetador. Mierda, ahora tengo esa imagen en la cabeza.
—¿Entonces has venido solo? —pregunta Everly, que interrumpe el repaso que estoy dando a la ropa de Sandra, o al casi inexistente atuendo. Esta chica es una entrometida. Y voy a arriesgarme y suponer que también es un poco mandona.
—Sí —respondo, y la observo mantener una conversación en silencio con su amiga Chloe. Le lanza una mirada y se encoge de hombros.
Fascinantes criaturas, las mujeres. No estoy seguro de en qué están de acuerdo o sobre qué están discutiendo, pero no me importa una mierda. ¿Cómo es que nunca me había dado cuenta de lo largas que tiene las piernas Sandra? No tendría problemas para rodearme con ellas y unir los talones.
—¿A qué te dedicas exactamente? —pregunto a Everly. Sé que no trabaja en Clemens. De repente recuerdo que la vi una vez, en un ascensor, con Sandra. Llevaba un pase de visitante. Parece un poco joven, así que me pica la curiosidad.
—A saber… —dice, y levanta las manos—. Me gradúo en mayo; todavía no sé lo que voy a hacer.
¿Una universitaria? Estoy a punto de reír en voz alta. Puto Sawyer. ¿Qué edad tiene? ¿Veintiuno, veintidós? ¿Y me echó en cara que Sandra era demasiado joven? Dios, Sandra debe de llevarse cuatro años con esta chica.
El ascensor se detiene en el segundo piso y Everly no pierde ni un segundo. Agarra a Chloe y nos abandona, de modo que me quedo a solas con Sandra, lo cual aprecio, así que un punto para Everly.
Un camarero pasa con una bandeja de copas de champán. Cojo dos y le ofrezco una a Sandra. Me da las gracias y entonces mira rápidamente la copa, mientras se muerde el labio inferior con los dientes. No estoy segura de por qué actúa con tanta timidez. ¿Es por mí o es su configuración por defecto?
—Me gusta tu falda —comento para iniciar la conversación. «Genial, capullo».
—Oh. —Posa velozmente la vista en mis ojos, la baja hasta la falda y vuelve a mirarme—. No es mía. Everly me ha obligado a cambiarme de ropa.
Mmm. Everly no está tan mal.
—Pues te queda bien —digo, y se le sonrojan las mejillas por el cumplido—. Quizá deberías quedártela y llevarla puesta a la próxima reunión trimestral —añado para provocarla, como un maldito idiota, porque abre los ojos de par en par y devuelve la mirada a la copa que tiene en la mano.
—No te preocupes; nunca llevaría algo tan poco adecuado en la oficina. —Niega con la cabeza, mirando hacia el suelo.
Joder con esta tía. Hace que algo en mi interior se despierte. Quiero quitarle el peso de la timidez de los hombros. Quiero desnudarla, recorrer cada centímetro de su cuerpo con las manos hasta que el rubor desaparezca y me suplique más. Quiero tocarla por todas partes, descubrir qué le hace arquear la espalda y curvar los dedos de los pies, ver qué aspecto tiene cuando se corre. Para mí.
—Sandra… —empiezo a decir, pero alguien me interrumpe colocándome una mano en el hombro.
Eileen me agarra sigilosamente del brazo y Sandra da un paso atrás, como si ella fuera la que interrumpe. Antes de que pueda decir nada, Sandra murmura algo que no llego a entender, se despide con un ligero movimiento de mano mientras se aleja y me deja a solas con Eileen.
—Parecía que necesitabas que te salvaran —ronronea Eileen, que me suelta de entre sus garras y me guiña el ojo, como si estuviéramos compinchados.
—¿Ah, sí? —respondo, sin importarme que mi expresión refleje todo el aburrimiento que siento.
Eileen es preciosa; lo sé porque es evidente, aunque a mí no me llama la atención ahora mismo. Es alta y rubia, se parece a Sandra, pero es más sofisticada. Tiene el pelo lleno de mechas rubio platino que seguro que se retoca meticulosamente cada cuatro semanas. Tiene la piel bronceada como si hubiese pasado las vacaciones en algún lugar tropical y es evidente por su figura que se cuida a diario. Se maquilla con la habilidad de una profesional. Probablemente se me echará a los brazos antes de que se acabe esta conversación. Y, aun así, me distrae una chica de pelo rubio como la miel, un color que seguro que es natural, y de curvas suaves que me interesan mucho más que lo que Eileen pueda crear en el gimnasio.
Sin embargo, lo que me sorprende al mirar a Eileen es que ella me habría interesado en el pasado. Es exactamente mi tipo; ¿quizá estoy teniendo una mala noche? Mantengo los ojos fijos en Sandra mientras Eileen parlotea y observo que se mete en una de las habitaciones de juegos con la tal Chloe. Eileen interrumpe mis pensamientos cuando me pregunta si la estoy escuchando. No.
—Lo siento. ¿Qué decías? —pregunto, y, finalmente, la miro por primera vez en minutos.
—Te preguntaba si te apetece que nos tomemos una copa juntos más tarde. —Vuelve a ponerme la mano en el brazo mientras hace la pregunta. ¿Las mujeres siempre me tocan tanto cuando ligan conmigo? Sinceramente, nunca me había dado cuenta. Me acaba de llamar la atención ahora porque Sandra no me toca.
La fiesta termina después de medianoche y hay una barra libre bien provista, así que entiendo su invitación de tomar algo después como lo que es: una sugerencia para que la lleve a casa. La rechazo de modo que no se sienta avergonzada y luego me disculpo y me dirijo a la barra. Necesito una copa y la mierda de champán este no está a la altura.
Interrumpo mi camino antes de dar diez pasos. Hay demasiadas personas que quieren que les conceda un minuto para presentarme a sus acompañantes y desearme un feliz Año Nuevo. Me recuerdo a mí mismo que esta fiesta no es para mí; es para los empleados, una forma de agradecerles otro año genial. Sawyer lleva años celebrando esta fiesta. Empezamos con las fiestas tradicionales que se celebran antes de Navidad, y nos pareció que eran sosas y que consumían mucho tiempo durante una época en la que todo el mundo está estresado por el tiempo. Rápidamente transformamos la fiesta anual en un festín de Nochevieja y animamos a los empleados a traer a quienes quisieran y pasárselo bien a nuestra costa. Está bien ser rico.
Por fin consigo llegar a la barra en la otra punta de la habitación, la que está fuera de las dos salas de eventos que se han transformado en salas de juegos. Pantallas de televisión gigantes enchufadas a lo último en el mundo de los videojuegos, invitados dándolo todo con una gran variedad de juegos. Sandra ha entrado hace unos minutos, de nuevo con Chloe a su lado. Contemplo la posibilidad de seguirlas, pero decido no hacerlo y pillo una bebida en su lugar. No voy a ponerme a llamar la atención de Sandra en medio del alboroto de la sala. Me pregunto si las notas de la reunión trimestral eran algún tipo de broma. «Sandra es un manojo de contradicciones», pienso para mis adentros cuando Hilary, del departamento de licencias, hace su aparición y me toca con una mano mientras lleva la otra al cuello de su vestido. Reconozco qué es: una invitación sutil. ¿Cuándo me he vuelto tan insensible?
Everly me mira a unos seis metros de distancia. Sawyer la rodea con un brazo. También observa a Hilary y, desde donde estoy, percibo en su rostro que está molesta. No estoy seguro de qué va todo esto, pero no tengo que preguntármelo durante mucho tiempo porque vienen hacia mí.
Sawyer presenta a Everly y a Hilary antes de preguntarme si vi el último partido de los Flyers. Estamos hablando con entusiasmo sobre el último saque de Schenn cuando Everly nos interrumpe.
—¿Desde cuándo os conocéis? —pregunta con recelo, mientras nos mira a Sawyer y a mí.
—Desde Harvard —respondo—. Fuimos compañeros de habitación —añado.
—Ajá —contesta. Mira fugazmente a Sawyer, esboza una gran sonrisa y, entonces, saca el móvil de alguna parte—. ¡Oh! —exclama—. ¡Oh, Dios! —Abre los ojos como platos y se cubre la boca con una mano, que abre con fingida sorpresa. No puede ir en serio.
Miro a Sawyer para evaluar qué le parece este pequeño espectáculo; parece que lo entretiene, aunque no se lo ve sorprendido. Supongo que el teatro debe de ser algo bastante habitual cuando pasa tiempo con Everly. Es muchísimo más divertida que las chicas con las que suele salir, eso tengo que reconocerlo.
—Sandra no se siente bien —anuncia—. Le duele la cabeza —añade, y se encoge de hombros mientras echa un vistazo al móvil de nuevo. Luego, me dirige su atención—. Gabe, ¿podrías llevarla a casa?
Vaya, eso sí que no me lo esperaba. Se me escapa una sonrisa antes de poder contenerme; Sawyer me mira con los ojos entrecerrados, así que me cubro la boca con la mano antes de frotarme las sienes, pensativo.
—Claro, claro —accedo, intentando no sonreír otra vez. Menuda conspiradora está hecha Everly y, bueno, vale, oficialmente me cae bien. Si tuviera que elegir entre Everly y Sawyer, soy del Equipo Everly.
Les doy las buenas noches y me dirijo a la sala de juegos para recoger a Sandra. Hay muchísimo ruido y se me pasa por la cabeza que es posible que a Sandra sí le duela la cabeza hasta que la veo sentada en uno de los sofás colocados en la sala para el evento. Tiene la cabeza gacha, el labio inferior entre los dientes y está escuchando a Chloe, que le dice algo. Si tuviera que adivinar, diría que le está dando un discurso motivacional.
De nuevo, siento curiosidad por esta chica. Me han ofrecido sexo dos veces en menos de una hora, pero ¿tengo que convencer a Sandra para que venga conmigo? Sé que las respuestas del cuestionario eran suyas, pero puede que le guste fantasear conmigo y que le parezca que la realidad no es suficiente.
Dejan de hablar cuando me acerco. Chloe da golpecitos en la rodilla desnuda de Sandra. Me detengo directamente frente a ellas, así que Sandra se ve obligada a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarme. Pestañea repetidamente y sus pupilas se dilatan. Ya he tenido suficiente. No estoy malinterpretando la situación. Me desea.
—Vámonos —digo, con los ojos fijos en los suyos.
Sandra asiente y se levanta; quiero ofrecerle el brazo para ayudarla, acompañarla al coche con la mano en la espalda, pero soy consciente de dónde estamos, rodeados de compañeros de trabajo. Así que me giro, camino y dejo que me siga hasta que llegamos a los ascensores. Pasamos al lado de Sawyer y Everly de camino a la salida; Everly sonríe de forma engreída mientras Sawyer niega con la cabeza y gesticula un «no». Capullo. Me entran ganas de hacerle una peineta, pero, de nuevo, pienso en la gente que me rodea. Ignoro a los dos y sigo caminando.
—Lo siento —dice Sandra (las primeras palabras que ha dicho) cuando ya estamos fuera esperando mi coche.
—¿Por qué? —pregunto, sin tener ni idea de a qué se refiere.
—Por hacer que se marchara temprano de la fiesta. Lo siento. Yo, mmm, Everly… —Ahora balbucea.
—No pasa nada —digo, y esbozo una sonrisa que siempre me ha ayudado a conseguir todo lo que quiero.
Esta chica no tiene ni idea.
Donde menos me apetece estar es en esa fiesta.