Casete 2: Cara B

En honor a Hannah, debería pedir un chocolate caliente. En el Monet lo sirven con unas nubes de gominola pequeñitas flotando encima. Es la única cafetería que conozco en la que lo preparan así.

Pero cuando la chica me pregunta digo que quiero un café, porque es más barato. El chocolate caliente cuesta un dólar más.

Desliza una taza vacía sobre la barra y me señala el mostrador de autoservicio. Me sirvo solo un poco de mezcla de leche y crema para cubrir la parte inferior de la taza. El resto lo lleno de café Hairy Chest Blend porque parece que tenga mucha cafeína y quizá así pueda quedarme despierto hasta tarde para acabar de escuchar las cintas.

Creo que necesito acabarlas, y acabarlas esta noche.

Pero ¿debería? ¿En una noche? ¿O debería encontrar mi historia, escucharla y continuar con la siguiente cinta lo justo para ver a quién se supone que se las tengo que pasar?

—¿Qué estás escuchando? —Es la chica de detrás de la barra. Ahora está a mi lado, colocando de lado los recipientes de acero inoxidable que contienen la mezcla de leche y crema, la leche desnatada y la de soja. Está comprobando si están llenos. Un par de líneas negras, un tatuaje, le suben por el cuello y desaparecen debajo de su cabello muy corto.

Bajo la vista y miro mis auriculares amarillos.

—Unas cintas.

—¿Cintas de casete? —Coge la soja y la apoya contra la barriga—. Qué interesante. ¿Alguien conocido?

Meneo la cabeza diciendo que no y dejo caer tres azucarillos en mi café.

Abraza la jarra de la soja con el otro brazo y extiende la mano.

—Fuimos juntos al instituto hace dos años. Eres Clay, ¿verdad?

Dejo la taza y le estrecho la mano. Tiene la palma cálida y suave.

—Coincidimos en una clase —dice—, pero no hablamos mucho.

Me resulta algo familiar. Quizá lleve el pelo diferente.

—No creo que te acuerdes de mí —dice—. He cambiado mucho desde el instituto. —Pone en blanco los ojos muy maquillados—. Gracias a Dios.

Meto un palito de madera en mi café y lo remuevo.

—¿En qué clase coincidíamos?

—Taller de carpintería.

Continúo sin recordarla.

—Lo único que saqué de aquella clase fueron astillas —dice—. Oh, también hice un banquito para el piano. Todavía no tengo piano, pero por lo menos tengo el banquito. ¿Te acuerdas de lo que hiciste tú?

Remuevo mi café.

—Una estantería para las especias. —La crema se mezcla y el café se vuelve de un color marrón claro, con algunos hilos de café negro que suben hacia la superficie.

—Siempre pensé que eras el chico más majo de la clase —dice—. Todo el mundo lo creía en el instituto. Un poco callado, pero eso está bien. En aquellos tiempos la gente creía que yo hablaba mucho.

Un cliente se aclara la garganta en la barra. Los dos miramos hacia él, pero no aparta la vista de la carta de bebidas.

Ella se vuelve hacia mí y nos estrechamos la mano de nuevo.

—Bueno, quizá te vuelva a ver por ahí, otra vez que tengamos más tiempo para hablar. —Después camina hasta detrás de la barra.

Ese soy yo. Clay, el tío majo.

¿Seguiría diciéndolo si escuchase estas cintas?

Me dirijo a la parte trasera del Monet, hacia la puerta cerrada que da al patio. Por el camino me encuentro mesas llenas de gente que estiran las piernas o echan las sillas hacia atrás para componer una carrera de obstáculos que me está pidiendo que tire mi bebida.

Una gota de café caliente me salpica el dedo. Miro cómo se desliza por mis nudillos y cae al suelo.

Froto la punta del pie sobre aquel punto hasta hacerlo desaparecer. Y recuerdo que hoy mismo he visto cómo una hoja de papel se caía fuera de la zapatería.

Tras el suicidio de Hannah, pero antes de que llegase la caja de zapatos llena de cintas, me había encontrado pasando por delante de la zapatería de la madre y el padre de Hannah muchas veces. Había sido aquella tienda la que la había traído en principio a la ciudad. Después de treinta años con el negocio, el dueño de la tienda quería venderla y retirarse. Y los padres de Hannah estaban buscando un lugar al que mudarse.

No estoy seguro de por qué pasé por allí tantas veces. Quizá buscaba una conexión con ella, alguna conexión fuera del instituto, y aquella era la única en la que podía pensar. Buscaba respuestas a las preguntas que no sabía cómo preguntar. Sobre su vida. Sobre todo.

No tenía ni idea de que las cintas estaban de camino para explicármelo.

El día después de su suicidio fue la primera vez que me encontré delante de la tienda, parado ante la puerta. Las luces estaban apagadas. Una única hoja de papel pegada al escaparate decía ABRIEMOS PRONTO escrito con un rotulador negro grueso.

Lo habían escrito con prisas, me imaginé. Habían olvidado una r.

En la puerta de cristal, un repartidor había dejado una nota autoadhesiva. De entre toda una lista de opciones, había marcado «Volveremos a intentarlo mañana».

Unos días más tarde volví. Había más notas pegadas al cristal.

De camino a casa desde el instituto aquel mismo día, había pasado ante la tienda una vez más.

Mientras leía las fechas y lo que decía cada papel, la nota más antigua se despegó, revoloteó hasta el suelo y se quedó al lado de mi zapato. La había cogido y había buscado la nota más reciente de la puerta.

Después había levantado una esquinita de aquella nota y había pegado la más vieja debajo de ella.

Volverán pronto, pensé. Deben de haberla llevado a casa para el entierro. De vuelta a su antigua ciudad. A diferencia de la vejez o el cáncer, nadie puede prever un suicidio. Alguien se marcha sin más, sin dar la oportunidad de dejar nada arreglado.

Abro la puerta del patio del Monet, con cuidado para no derramar más café.

En el jardín las luces están encendidas para crear una atmósfera de relajación. Todas las mesas, incluso la de Hannah, en la esquina más alejada, están ocupadas. Hay tres tíos con gorras de béisbol allí sentados, inclinados sobre libros de texto y libretas, y ninguno habla.

Vuelvo al interior y me siento a una mesita cerca de una ventana. Da al jardín, pero la mesa de Hannah está escondida tras una columna de ladrillo asfixiada por la hiedra.

Inspiro profundamente.

Cuando van pasando las historias, una a una, me siento aliviado de que no se mencione mi nombre.

Pero la sensación de alivio va seguida de otra de miedo; miedo a lo que todavía no ha dicho, a lo que dirá cuando llegue mi turno.

Porque mi turno está a punto de llegar. Lo sé. Y quiero acabar de una vez con todo esto.

¿Qué te hice yo, Hannah?

play

Mientras espero a que suenen sus primeras palabras, miro por la ventana. Está más oscuro fuera que aquí dentro. Cuando retiro la mirada y vuelvo a enfocar, puedo ver mi reflejo en el cristal.

Y aparto la vista.

Bajo la vista hacia el walkman que está sobre la mesa. Todavía no hay ningún sonido, pero el botón de Play está apretado. Quizá la cinta no esté bien colocada.

Así que le doy a «Stop».

stop

Y de nuevo a «Play».

play

Nada.

Paso el pulgar sobre la ruedecita del volumen. El sonido estático de los auriculares se escucha más fuerte, así que lo vuelvo a bajar. Y espero.

¡Chiss!… si estás hablando en la biblioteca.

Su voz es un susurro.

¡Chiss!… en el cine o en la iglesia.

Escucho con más atención.

A veces no hay nadie a tu alrededor para decirte que te estés callada… que estés muy, muy callada.

A veces tienes que estar callada cuando estás sola. Como yo, ahora.

¡Chiss!

En las mesas abarrotadas que llenan el resto de la sala, la gente habla. Pero las únicas palabras que comprendo son las de Hannah. Las otras palabras se convierten en un ruido de fondo amortiguado, roto de vez en cuando por una risa aguda.

Por ejemplo, es mejor que te estés callada —extremadamente callada— si eres una voyeur. Porque ¿qué pasará si te oyen?

Expulso el aliento. No soy yo. Todavía no soy yo.

¿Qué pasará si ella… qué pasará si yo… me entero?

¿A que no sabes qué, Tyler Down? Me enteré.

Me recuesto en la silla y cierro los ojos.

Lo siento por ti, Tyler. De verdad. Todos los demás que aparecen en las cintas, hasta ahora, deben de sentirse un poco aliviados. Aparecen como mentirosos o capullos o personas inseguras que arremeten contra otros. Pero tu historia, Tyler… da un poco de miedo.

Tomo mi primer sorbo de café.

¿Un voyeur? ¿Tyler? No tenía ni idea.

Y también me da un poco de miedo contarlo. ¿Por qué? Porque estoy intentando acercarme a ti, Tyler. Estoy intentando comprender qué tiene de emocionante mirar por la ventana de la habitación de alguien. Observar a alguien que no sabe que está siendo observado. Intentar pillarlo en medio de…

¿En medio de qué intentabas pillarme, Tyler? ¿Te sentiste decepcionado? ¿O agradablemente sorprendido?

Vale, levantad las manos, por favor. ¿Quién sabe dónde estoy?

Dejo mi café en la mesa, me inclino hacia adelante e intento imaginarla grabando esto.

¿Dónde está?

¿Quién sabe dónde estoy ahora mismo?

Entonces lo pillo y meneo la cabeza, sintiendo vergüenza ajena por él.

Si decís «al otro lado de la ventana de Tyler», habéis acertado. Y es el punto A-4 en vuestros mapas.

Ahora mismo Tyler no está en casa… pero sus padres sí. Y de verdad que espero que no salgan. Por suerte, hay un arbusto alto y grueso justo debajo de su ventana, parecido al que hay en mi ventana, así que me siento bastante segura.

¿Tú cómo te sientes, Tyler?

No me puedo imaginar cómo habrá sido para él enviar estas cintas. Saber que estaba enviando su secreto al mundo entero.

Esta noche hay una reunión de la gente del anuario del instituto, y yo sé que eso implica un montón de pizza y cotilleos. Así que sé que no volverás a casa antes de que todo esté bonito y oscuro. Lo cual, como voyeur amateur, aprecio mucho.

Así que gracias, Tyler. Gracias por ponérmelo tan fácil.

Cuando Tyler escuchó aquello, ¿estaría sentado aquí en el Monet, intentando aparentar tranquilidad mientras sudaba como un cosaco? ¿O estaría tumbado sobre la cama mirando por la ventana con los ojos fuera de las órbitas?

Echemos un vistazo al interior antes de que vuelvas a casa, ¿te parece? La luz del pasillo está encendida, así que veo bastante bien. Y sí, veo exactamente lo que esperaba: un montón de cachivaches para la cámara por ahí tirados.

Tienes una buena colección, Tyler. Una lente para cada ocasión.

Incluida una de visión nocturna. Tyler ganó un concurso a nivel estatal con aquella lente. El primer puesto en la categoría humorística. Un viejo paseando a su perro de noche. El perro se había parado a mear en un árbol y Tyler había hecho la foto. La lente de visión nocturna hizo que pareciese que un chorro de luz láser verde salía de la entrepierna del perro.

Lo sé, lo sé. Te estoy escuchando ahora mismo. «Son para el anuario, Hannah. Soy el fotógrafo de la vida estudiantil». Y estoy segura de que es la razón por la que a tus padres les pareció bien gastarse la pasta. Pero ¿solo utilizas estos trastos para eso? ¿Imágenes espontáneas de los estudiantes del instituto?

Ah, sí. Imágenes espontáneas de los estudiantes del instituto.

Antes de venir aquí, me he preocupado de buscar «espontáneo» en el diccionario. Es una de esas palabras que tienen muchas definiciones, pero hay una que es la más apropiada. Y aquí está, memorizada para vuestro placer: relacionado con la fotografía de sujetos que actúan con naturalidad, sin posar.

Así que dime, Tyler, durante esas noches que te pasaste al otro lado de mi ventana, ¿fui lo bastante espontánea para ti? ¿Me pillaste en toda mi naturalidad, sin posar…?

Espera. ¿Habéis escuchado eso?

Me siento y coloco los codos sobre la mesa.

Un coche está subiendo por la carretera.

Me coloco las manos sobre las orejas.

¿Eres tú, Tyler? Está claro que se acerca. Y ahí están los faros.

Lo puedo escuchar, justo por debajo de la voz de Hannah. Un motor.

Mi corazón sin duda piensa que eres tú. Dios mío, está latiendo muy rápido.

El coche está girando por el camino de entrada.

Por detrás de su voz, unos neumáticos ruedan sobre el pavimento. El motor está al ralentí.

Eres tú, Tyler. Eres tú. No has detenido el motor, así que continuaré hablando. Y sí, esto es muy emocionante. Está claro que ya comprendo la sensación.

Para él debe de haber sido aterrador escuchar esto. Y debe de haber sido un infierno saber que no ha sido el único.

Vale, oyentes, ¿preparados? Puerta del coche… y…

¡Chiss!

Una larga pausa. Su respiración es suave, controlada.

Se oye un portazo. Llaves. Pasos. Otra puerta se abre.

Vale, Tyler. Aquí os lo explico jugada por jugada. Estás dentro de la casa con la puerta cerrada. O bien estás saludando a mamá y papá, diciendo que todo ha ido genial y que este será el mejor anuario de la historia, o que no han comprado suficiente pizza y te diriges directo a la cocina.

Mientras espero, volveré atrás y le explicaré a todo el mundo cómo comenzó esto. Y si me equivoco en las fechas, Tyler, encuentra al resto de las personas que aparecen en estas cintas y hazles saber que tú comenzaste a espiarme mucho antes de que yo te pillase.

Lo harás, ¿verdad? ¿Todos? ¿Rellenaréis los huecos? Porque cada una de las historias que os estoy contando deja muchas preguntas sin responder.

¿Sin responder? Yo habría respondido a cualquier pregunta, Hannah. Pero nunca me lo preguntaste.

Por ejemplo, ¿cuánto tiempo me estuviste espiando, Tyler? ¿Cómo supiste que mis padres no estarían en la ciudad esa semana?

En lugar de hacer preguntas, aquella noche en la fiesta, comenzaste a chillarme.

Vale, ha llegado el momento de las confesiones. La regla en mi casa cuando mis padres no están es que no puedo quedar con chicos. Ellos sienten, aunque no sean capaces de decirlo, que puede que me lo pase demasiado bien en la cita y le diga al chico que entre.

En las historias previas os he dicho que los rumores que todos habéis escuchado sobre mí no eran ciertos. Y no lo son. Pero yo nunca he dicho que sea una santa. Salía cuando mis padres no estaban, pero solo porque podía estar fuera hasta la hora que quisiese. Y como tú sabes, Tyler, en la noche en la que comenzó esto, el chico con el que salí me acompañó hasta la puerta de mi casa. Se quedó allí de pie mientras yo sacaba las llaves y abría la puerta… y después se marchó.

Tengo miedo de mirar, pero me pregunto si la gente del Monet me estará observando. ¿Podrán adivinar, basándose en mis reacciones, que lo que estoy escuchando no es música?

O quizá nadie se haya dado cuenta. ¿Por qué iban a hacerlo? ¿Por qué iba a importarles lo que esté escuchando?

La luz de la habitación de Tyler todavía está apagada, así que o está teniendo una conversación detallada con sus padres o todavía tiene hambre. Bien, haz lo que quieras, Tyler. Continuaré hablando de ti.

¿Estabas deseando que invitase al chico a entrar? ¿O eso te hubiera puesto celoso?

Remuevo el café con el palito de madera.

De cualquier forma, cuando entré —¡sola!— me lavé la cara y me cepillé los dientes. Y en cuanto entré en mi habitación… clic.

Todos conocemos el ruido que hace una cámara cuando saca una foto. Incluso algunas cámaras digitales continúan haciéndolo por nostalgia. Y yo siempre dejo la ventana abierta unos cuantos centímetros, para dejar que entre el aire fresco. Y por eso supe que había alguien fuera.

Pero me negué a creerlo. Daba demasiado miedo como para admitirlo ante mí misma durante la primera noche de vacaciones de mis padres. Pensé que me estaba volviendo paranoica. Me tenía que acostumbrar a estar sola.

Aun así, no era tan tonta como para cambiarme delante de la ventana. Así que me senté en la cama.

Clic.

Menudo imbécil estás hecho, Tyler. En secundaria había gente que pensaba que eras deficiente mental.

Pero no lo eras, solo eras un imbécil.

Quizá no haya sido un clic, me dije. Quizá haya sido un crac. Mi cama tiene una estructura de madera que cruje un poco. Eso era. Tenía que haber sido un crac.

Me coloqué las mantas encima y me desvestí debajo de ellas. Después me puse el pijama, y fui haciéndolo todo lo más despacio posible, temerosa de que quien fuese que estuviese fuera tomase otra foto. Después de todo, no estaba completamente segura de con qué se excitaba un voyeur.

Pero espera… otra foto probaría que estaba ahí, ¿verdad? Entonces podría llamar a la policía y…

Pero la verdad era que no sabía qué esperar. Mis padres no estaban en casa. Estaba sola. Me imaginé que ignorarlo sería lo mejor que podía hacer. Y aunque él estaba fuera, tenía demasiado miedo de lo que podría ocurrir si me veía buscando el teléfono.

¿Idiota? Sí. ¿Pero tenía sentido? Sí… en aquel momento.

Deberías haber llamado a la poli, Hannah. Podría haber evitado que la bola de nieve se hiciese más grande. La bola de la que tú hablabas.

La bola que pasó por encima de todos nosotros.

Para empezar, ¿por qué a Tyler le resultaba tan fácil mirar dentro de mi habitación? ¿Es eso lo que os estáis preguntando? ¿Es que siempre duermo con las persianas abiertas de par en par?

Buena pregunta, amigos de culpabilizar a las víctimas. Pues no es algo tan fácil. Las contraventanas estaban exactamente en el ángulo que a mí me gustaba. Durante las noches despejadas, podía quedarme dormida mirando las estrellas con la cabeza apoyada sobre la almohada.

Y durante las noches de tormenta, podía ver cómo los rayos iluminaban las nubes.

Yo he hecho eso, quedarme dormido mirando hacia fuera. Pero como estoy en el segundo piso, no he de preocuparme por si alguien mira hacia dentro.

Cuando mi padre se enteró de que dejaba las contraventanas abiertas —aunque solo fuese una rayita— salió a la acera para asegurarse de que nadie podía verme desde la calle. Y no se podía. Así que atravesó la acera, cruzó el jardín y se acercó a mi ventana. ¿Y qué descubrió? Que a no ser que fuese una persona bastante alta y estuviese de puntillas justo delante de la ventana, yo era invisible.

¿Cuánto tiempo estuviste así, Tyler? Debió de haber sido bastante incómodo. Y si tenías ganas de pasar por todas esas incomodidades solo para espiarme, espero que por lo menos sacases algo de ello.

Lo hizo. Pero no lo que él quería. En vez de aquello, había sacado esto.

Si en aquel momento hubiera sabido que era Tyler, si hubiera mirado por entre las persianas para verle la cara, habría salido fuera corriendo y le habría hecho morirse de vergüenza.

De hecho, esto nos lleva a la parte más interesante…

¡Espera! Aquí vienes. Dejaremos esta historia para más tarde.

Aparto la taza de café, que ni tan siquiera está por la mitad, hasta el extremo más alejado de la mesa.

Dejadme que os describa al resto cómo es la ventana de Tyler. Las persianas están bajadas, pero puedo ver el interior. Están hechas de bambú, de bambú falso, y el espacio entre los palos varía de uno a otro. Si me pongo de puntillas, como Tyler, puedo alcanzar un hueco bastante grande y mirar hacia dentro.

Vale, está encendiendo la luz y… cierra la puerta. Está… se está sentando en la cama. Se está quitando los zapatos y… ahora los calcetines.

Gimo. Por favor, Tyler, no hagas ninguna tontería. Es tu habitación, puedes hacer lo que quieras, pero no te dejes más en ridículo.

Quizá debería advertirle. Darle la oportunidad de esconderse. De desvestirse bajo las mantas.

Quizá debería dar un golpecito en la ventana. O una patada a la pared. Quizá debería hacer que tuviese la misma paranoia que me hizo tener a mí.

Cada vez habla más alto. ¿Es que quiere que la pillen?

Después de todo, es por eso por lo que estoy aquí, ¿verdad? ¿Venganza?

No. Vengarme habría sido divertido. La venganza, de una forma retorcida, me hubiera dado algún tipo de satisfacción. Pero esto, estar al otro lado de la ventana de Tyler, no me satisface nada. Ya he tomado una decisión.

Entonces, ¿por qué? ¿Por qué estoy aquí?

Bueno, ¿qué es lo que he dicho? Solo he dicho que no estoy aquí por mí. Y si continuáis pasando las cintas, nadie más que vosotros, los que estáis en la lista, escuchará lo que estoy diciendo. Entonces, ¿por qué estoy aquí?

Dínoslo. Por favor, Hannah. Dime por qué estoy escuchando esto. ¿Por qué yo?

No estoy aquí para mirarte, Tyler. Tranquilízate. No me importa lo que estés haciendo. De hecho, ni tan siquiera te estoy mirando ahora mismo. Tengo la espalda apoyada contra la pared y estoy mirando hacia la calle. Es una de esas calles que tienen arbolitos a cada lado, y las ramas se encuentran en lo alto como si fuesen puntas de dedos que se tocan. Suena poético, ¿a que sí? Una vez incluso escribí un poema en el que comparaba las calles así con mi canción infantil favorita: Aquí está la iglesia, aquí el campanario, abre la puerta… bla, bla, bla.

Uno de vosotros incluso llegó a leer el poema que escribí. Ya hablaremos de ello más tarde.

De nuevo, no se trata de mí. Yo ni tan siquiera sabía que Hannah escribía poesía.

Pero ahora estaba hablando de Tyler. Y todavía estoy en la calle de Tyler. En su calle oscura y vacía. Simplemente él no sabe que estoy aquí… todavía. Así que acabemos con esto antes de que se vaya a la cama.

Al día siguiente de la visita de Tyler a mi ventana, en el instituto, le conté a la chica que se sentaba delante de mí lo que había ocurrido. Todo el mundo sabe que esta chica sabe escuchar y es comprensiva, y yo quería que alguien se preocupase por mí. Quería que alguien diese validez a mis miedos.

Bueno, decididamente no era la chica adecuada para ello. Esta chica tiene un lado retorcido que pocos de vosotros conocéis.

¿Un voyeur? —dijo—. ¿Lo dices en serio, uno de verdad?

Eso creo —le contesté.

Siempre me he preguntado cómo será —dijo—. Tener un voyeur es así como… no sé… como sensual.

Decididamente retorcida. Pero ¿quién es?

¿Y por qué me importa?

Sonrió y levantó una ceja.

¿Y crees que volverá?

Sinceramente, la idea de que volviese no se me había ocurrido. Pero ahora me estaba desquiciando.

¿Y si vuelve? —pregunté.

Entonces me lo tienes que contar —me dijo. Y luego se dio la vuelta, con lo que puso fin a nuestra conversación.

Bueno, esta chica y yo nunca nos habíamos visto fuera del instituto. Coincidíamos en bastantes optativas, éramos simpáticas la una con la otra en clase y a veces hablábamos de quedar, pero nunca lo habíamos hecho.

Ahora, pensé, tenía una oportunidad de oro.

Le di un golpecito en el hombro y le dije que mis padres estaban fuera de la ciudad. ¿Le apetecería venir y pillar al voyeur?

Después del instituto la acompañé hasta su casa para que recogiese sus cosas. Después fuimos a mi casa. Como era un día entre semana y seguramente llegaría tarde, les dijo a sus padres que estábamos haciendo un trabajo para el instituto.

Dios. ¿Es que todo el mundo utiliza la misma excusa?

Acabamos los deberes en la mesa del comedor, mientras esperábamos a que oscureciese. Su coche estaba aparcado fuera, delante de la casa, como cebo.

Dos chicas. Irresistible, ¿a que sí?

Me retuerzo un poco y me muevo sobre el asiento.

Nos fuimos para mi habitación y nos sentamos sobre la cama con las piernas cruzadas, cara a cara, mientras hablábamos de todo lo imaginable. Sabíamos que para pillar a nuestro voyeur , teníamos que hablar en voz baja. Teníamos que escuchar el primer… clic.

Abrió la boca de par en par. Y nunca le había visto tanta alegría en los ojos.

Me susurró que continuásemos hablando.

Haz como si no lo hubieras escuchado. Sígueme el juego.

Asentí.

Después se tapó la boca e improvisó:

¡Dios mío! ¿En dónde le dejaste que te tocase?

Continuamos «cotilleando» durante un par de minutos más, intentando reprimir cualquier risita inapropiada, para no delatarnos. Pero los clics cesaron y se nos estaban acabando los temas sobre los que cotillear.

¿Sabes qué podríamos hacer? —preguntó—. Darnos un buen masaje en la espalda.

Eres un demonio —susurré.

Me guiñó un ojo, después se puso de rodillas y echó las manos hacia adelante como un gato estirándose hasta que llegó al otro lado de mi cama. Clic.

De verdad que espero que hayas quemado o borrado aquellas fotos, Tyler. Porque si salen a la luz, incluso aunque no sea culpa tuya, no me gustaría pensar en lo que te podría ocurrir.

Me senté sobre su espalda. Clic.

Le aparté el pelo. Clic.

Y comencé a frotarle los hombros. Clic. Clic.

Se volvió hacia el lado opuesto a la ventana y susurró.

¿Ya sabes lo que significa si deja de hacer fotos, verdad?

Le dije que no lo sabía.

Significa que está haciendo otra cosa. —Clic—. Oh, bien —dijo.

Continué frotándole los hombros. De hecho, creo que lo estaba haciendo bastante bien porque ella dejó de hablar y los labios se le curvaron en una preciosa sonrisa. Pero entonces me susurró una nueva idea. Una forma de pillar a aquel pervertido en el acto.

Le dije que no. Una de nosotras tenía que salir de la habitación, decir que iba al cuarto de baño y llamar a la poli. Podríamos haber acabado con ello allí mismo.

Pero aquello no ocurrió.

Ni de coña —dijo ella—. Yo no me iré hasta que vea si le conozco. ¿Y si va a nuestro instituto?

¿Y si fuese? —pregunté yo.

Me dijo que le siguiese el juego, y salió de debajo de mis piernas. Según su plan, cuando ella dijese «tres» yo tenía que correr hacia la ventana. Pero entonces pensé que el voyeur podría haberse ido ya (quizá se hubiese asustado), porque no se había escuchado ningún clic desde que me había apartado de ella.

Es hora de ponernos un poco de crema —dijo. Clic.

Aquel sonido me sublevó. Vale. Puedo jugar a esto, pensé.

Mira en el cajón de arriba.

Señaló el cajón que estaba más cerca de la ventana y yo asentí.

Siento la camiseta ligeramente húmeda bajo los brazos. Me remuevo incómodo en el asiento, otra vez.

Pero Dios, no puedo parar de escuchar.

Abrió el cajón, miró dentro y se tapó la boca.

¿Qué? En mi cajón no había nada que pudiera provocar una reacción así. No había nada en toda mi habitación que pudiese provocar aquello.

No sabía que hacías estas cosas —dijo, bien alto y claro—. Deberíamos usarlo… juntas.

Ejem, vale —dije yo.

Metió la mano en el cajón, removió algunas cosas dentro y después se volvió a tapar la boca.

¿Hannah? —dijo—. Pero ¿cuántos tienes? De verdad que eres una chica mala. —Clic. Clic.

Muy inteligente, pensé.

¿Por qué no los cuentas?

Y así lo hizo.

Vamos a ver. Aquí hay uno… dos…

Saqué un pie de la cama.

… ¡y tres!

Salté hacia la ventana y tiré de la correa. Las persianas subieron. Quise ver tu cara pero te movías demasiado rápido.

La otra chica no te estaba mirando a la cara, Tyler.

¡Oh, Dios! —chilló—. Se está metiendo la polla en los pantalones.

Tyler, donde sea que estés, lo siento mucho. Te mereces esto, pero lo siento.

¿Y quién eras? Vi tu estatura y tu cabello, pero no te pude ver la cara con suficiente claridad.

Aun así, te delataste tú mismo, Tyler. Al día siguiente en la escuela le hice a un montón de gente exactamente la misma pregunta. ¿En dónde estuviste anoche? Algunos dijeron que habían estado en casa o en casa de un amigo. O en el cine. O que no era asunto mío. Pero tú, Tyler, me diste la respuesta más a la defensiva (y más interesante) de todas.

¿Quién, yo? En ningún sitio.

Y, por alguna razón, al decirme que no habías estado en ningún sitio tus ojos se movieron nerviosos y la frente te comenzó a sudar.

Eres gilipollas, Tyler.

Eh, por lo menos fuiste original. Y por lo menos dejaste de aparecer por mi casa. Pero tu presencia, Tyler, no me ha abandonado nunca.

Después de lo de tus visitas, cerraba las contraventanas cada noche. Dejé a las estrellas encerradas fuera y nunca volví a ver los truenos. Cada noche, simplemente apagaba la luz y me iba a dormir.

¿Por qué no me dejaste en paz, Tyler? Mi casa. Mi habitación. Se supone que deberían ser lugares seguros para mí. A salvo de cualquier cosa exterior. Pero tú fuiste el que me quitó eso.

Bueno… no todo.

La voz le tiembla.

Pero me quitaste lo que me quedaba.

Hace una pausa, y en ese silencio me doy cuenta de la intensidad con la que he estado mirando a la nada. Mirando en dirección a mi taza, en el extremo más alejado de la mesa. Pero sin verla.

Me gustaría, pero me siento demasiado intimidado para mirar a la gente que me rodea. Ahora tienen que estar mirándome todos. Intentando comprender la mirada de dolor que hay en mi cara. Intentando imaginar quién será este pobre chico que escucha cintas pasadas de moda.

Bueno, ¿cuánto te importa tu seguridad, Tyler? ¿Y tu privacidad? Quizá no sea tan importante para ti como lo era para mí, pero no eres tú quien tiene que decidir eso.

Miro por la ventana, más allá de mi reflejo, hacia el jardín del patio apenas iluminado. No puedo decir si todavía queda alguien allí, más allá de la columna de ladrillo y hiedra, sentado a la mesa de Hannah.

Una mesa que en algún momento fue su otro lugar seguro.

¿Y quién era la chica misteriosa que aparecía en tu historia, Tyler? ¿Quién tenía aquella hermosa sonrisa mientras yo le frotaba la espalda? ¿Quién me ayudó a descubrirte? ¿Debería decirlo?

Depende. ¿Me hizo alguna vez algo?

Para saber la respuesta… introduce la cinta número tres.

Estoy preparado para que llegue mi turno, Hannah. Estoy preparado para acabar con esto.

Oh, y Tyler, vuelvo a estar al otro lado de tu ventana. Me había apartado para acabar con tu historia, pero la luz de tu habitación ya lleva un rato apagada… así que estoy de vuelta.

Se produce una larga pausa. Un crujido de hojas.

Toc-toc, Tyler.

Lo escucho. Da golpecitos en la ventana, dos veces.

No te preocupes. Lo averiguarás bien pronto.

stop

Me quito los auriculares, enrollo el cable amarillo bien apretado sobre el walkman y me lo meto en el bolsillo de la chaqueta.

Al otro lado de la sala, la estantería del Monet está repleta de viejos libros. La mayor parte de ellos son ejemplares que nadie quiere. Novelas del oeste, New Age, ciencia ficción.

Pasando con cuidado entre las otras mesas, me acerco a ella.

Hay un tesauro gigantesco al lado de un diccionario al que le falta el lomo de tapa dura. A lo largo del lomo de papel desnudo alguien ha escrito diccionario con una tinta muy negra. Apilados en el mismo estante hay cinco libros, cada uno de un color diferente. Tienen aproximadamente el mismo tamaño que los anuarios, pero los han comprado porque tienen las páginas en blanco. Libros de visita, como se les llama. Cada año se añade uno nuevo y la gente puede apuntar dentro lo que quiera. Marcan ocasiones especiales, escriben poemas horribles, dibujan cosas que son bonitas o grotescas, o simplemente despotrican.

Cada libro tiene una etiqueta pegada en el lomo en la que está escrito el año. Saco el del año en el que empezamos el instituto. Con todo el tiempo que Hannah pasó en el Monet, quizá escribiese algo aquí.

Algo así como un poema. O quizá tuviese otros talentos que nunca llegué a conocer. Quizá supiese dibujar. Solo estoy buscando algo además de la fealdad de estas cintas. Lo necesito ahora mismo.

Necesito verla de una forma diferente.

Ya que la mayoría de la gente pone fecha a sus entradas, voy pasando de largo hacia el final. Hasta septiembre. Y aquí está.

Para conservar la página, cierro el libro sobre mi dedo índice y me lo llevo a mi mesa. Tomo un sorbo suave de café tibio, vuelvo a abrir el libro y leo las palabras garabateadas en tinta roja cerca de la parte más alta: Todo el mundo necesita un «por mí y por todos mis amigos».

Está firmado con tres pares de iniciales: J.D.A.S.H.B.

Jessica Davis. Alex Standall. Hannah Baker.

Bajo las iniciales, colocada a presión en el pliegue entre las páginas, alguien ha metido una fotografía boca abajo. La saco y después le doy la vuelta.

Es Hannah.

Dios, me encanta su sonrisa. Y su pelo, todavía lo lleva largo. Con uno de los brazos está cogiendo por la cintura a otra estudiante, Courtney Crimsen. Y tras ellas aparecen un montón de estudiantes. Todo el mundo lleva en la mano una botella, una lata o un vasito de plástico rojo. Apenas hay luz en la fiesta y Courtney no parece muy contenta. Pero tampoco parece enfadada.

Parece nerviosa, pienso.

¿Por qué?