Al día siguiente:
Después de haber enviado las cintas

Lucho contra cada músculo de mi cuerpo, me suplican que me derrumbe. Me suplican que no vaya al instituto. Que vaya a cualquier otro lugar y me esconda hasta mañana. Pero no importa cuándo vuelva, los hechos estarán ahí, al final tendré que enfrentarme a las demás personas que aparecen en las cintas.

Me acerco a la entrada del aparcamiento, una hiedra sobre una gran losa de piedra grabada nos da la bienvenida al instituto. CORTESÍA DE LA PROMOCIÓN DEL 93. He pasado al lado de esa piedra muchas veces a lo largo de los últimos tres años, pero ni una vez con el aparcamiento así de lleno. Ni una vez, porque nunca he llegado tan tarde.

Hasta hoy.

Por dos razones.

Una: he estado esperando ante la puerta de la oficina de correos. Esperando a que abriese para poder enviar una caja de zapatos llena de cintas de casete. He utilizado una bolsa de papel marrón y un rollo de cinta de embalar para volver a empaquetarla, olvidando adecuadamente poner mi dirección en el remite.

Después le he enviado el paquete a Jenny Kurtz, con lo que cambiaré su forma de ver la vida, de ver el mundo, para siempre.

Y dos: el señor Porter. Si me quedo ahí a primera hora, mientras él escribe en la pizarra o está de pie en la palestra, el único lugar al que me puedo imaginar que miraré es al medio del aula, un pupitre a la izquierda.

El pupitre vacío de Hannah Baker.

La gente se queda mirando su pupitre cada día. Pero hoy, para mí, es sustancialmente diferente que ayer. Así que me tomo mi tiempo en la taquilla. Y en el lavabo. O caminando sin rumbo por los pasillos.

Sigo una acera que bordea el extremo exterior del aparcamiento del instituto. La sigo por todo el jardín delantero hasta cruzar las puertas dobles de vidrio del edificio principal. Y tengo una sensación extraña, casi triste, al caminar por los pasillos vacíos. Cada paso que doy me parece tan solitario…

Tras el expositor de trofeos hay cinco taquillas sueltas, con despachos y lavabos a cada lado. Veo a unos cuantos estudiantes más que llegan tarde a clase y están recogiendo sus libros.

Llego a mi taquilla, inclino la cabeza hacia delante y la apoyo contra la fría puerta metálica. Me concentro en los hombros y el cuello, relajo los músculos. Me concentro en reducir el ritmo de mi respiración. Después coloco el primer botón del candado en el cinco. Después hacia la izquierda en el cuatro, después hacia la derecha en el veintitrés.

¿Cuántas veces he estado de pie aquí delante, pensando que nunca tendría una oportunidad con Hannah Baker?

No tenía ni idea de lo que sentía ella por mí. Ni idea de quién era ella realmente. Y, en cambio, me creía lo que otros decían de ella. Y tenía miedo de lo que podrían decir de mí si sabían que me gustaba.

Giro el candado y borro la combinación.

Cinco.

Cuatro.

Veintitrés.

¿Cuántas veces después de la fiesta me he quedado de pie aquí mismo, cuando Hannah todavía estaba viva, pensando que mis oportunidades con ella se habían acabado? Pensando que había dicho o hecho algo mal. Asustado de volver a hablar con ella. Demasiado asustado para intentarlo.

Y entonces, cuando murió, las oportunidades desaparecieron para siempre.

Todo comenzó hace unas semanas, cuando un mapa se coló por el respiradero de mi taquilla.

Me pregunto qué habrá ahora en la taquilla de Hannah. ¿Estará vacía? ¿Habrá metido el conserje todo en una caja y lo habrá guardado en un armario, en espera de que vuelvan sus padres? ¿O continuará su taquilla tal cual estaba, exactamente igual que ella la dejó?

Con la frente todavía apretada contra el metal, giro la cabeza lo suficiente para mirar hacia el pasillo más cercano, hacia la puerta siempre abierta de la primera clase, la del señor Porter.

Justo ahí, en la parte exterior de aquella puerta, es donde vi a Hannah Baker con vida por última vez.

Cierro los ojos.

¿A quién veré hoy? Además de mí, hay ocho personas en el instituto que ya han escuchado las cintas.

Ocho personas que hoy estarán esperando para ver cómo me han afectado a mí las cintas. Y a lo largo de la semana que viene, mientras las cintas continúen pasando, yo haré lo mismo con el resto.

En la distancia, ahogada por la pared del aula, se escucha una voz conocida. Abro los ojos lentamente.

Pero esa voz ya nunca volverá a sonarme amable.

—Necesito que alguien me lleve esto al despacho de delante.

La voz del señor Porter se arrastra por el pasillo, directa hacia mí. Siento los músculos de los hombros tensos, pesados, y golpeo la taquilla con el puño.

Una silla chirría, seguida por unos pasos que abandonan el aula. Siento las rodillas preparadas para desmoronarse, en espera de que el alumno me vea y me pregunte por qué no estoy en clase.

Desde una fila de taquillas más alejadas, alguien cierra una taquilla con un clic.

Al salir de la clase del señor Porter, Steve Oliver me hace un gesto con la cabeza y sonríe. La estudiante de la otra taquilla dobla la esquina en dirección al pasillo y casi choca con Steve.

Ella susurra:

—Lo siento. —Y después lo rodea para pasar.

Steve mira hacia ella pero no le responde, simplemente continúa su camino y se acerca a mí.

—Bueno, Clay —dice. Después se ríe—. Alguien llega tarde a clase, ¿eh?

Detrás de él, en el pasillo, la chica se da la vuelta. Es Skye.

Comienza a sudarme la nuca. Me mira y le sostengo la mirada durante unos cuantos pasos, después se vuelve para continuar caminando.

Steve se acerca, pero no le miro. Le hago un gesto para que se haga a un lado.

—Ya hablamos más tarde —digo.

La otra noche, en el autobús, me bajé sin hablar con Skye. Quería hablar con ella, lo había intentado, pero la había dejado escaquearse de la conversación. A lo largo de los años ha ido aprendiendo a evitar a la gente. A todo el mundo.

Me aparto de mi taquilla y la miro continuar caminando por el pasillo.

Quiero decirle algo, llamarla, pero la garganta se me cierra.

Una parte de mí desea ignorarlo. Volverme y mantenerme ocupado, haciendo lo que sea, hasta la segunda hora.

Pero Skye continúa caminando por el mismo trozo de pasillo por el que vi desaparecer a Hannah hace dos semanas. Aquel día, Hannah había desaparecido entre una masa de estudiantes, dejando que las cintas dijesen su adiós. Pero todavía escucho los pasos de Skye Miller, que suenan cada vez más débiles a medida que se aleja.

Y comienzo a caminar hacia ella.

Paso ante la puerta abierta de la clase del señor Porter y, al echar un vistazo apresurado, llego a ver más de lo que esperaba. El pupitre vacío cerca del centro de la clase. Vacío durante dos semanas y lo que queda de curso. Otro pupitre, mi pupitre, vacío durante un día. Docenas de caras se vuelven hacia mí. Me reconocen, pero no lo ven todo. Y ahí está el señor Porter, mirando hacia otro lado pero empezando a volverse.

Una marea de emociones me inunda. Dolor e ira. Tristeza y pena. Pero la más sorprendente de todas, esperanza.

Continúo caminando.

Los pasos de Skye suenan más fuertes ahora. Y cuanto más me acerco a ella, más rápido camino y más ligero me siento. La garganta comienza a relajárseme.

A dos pasos de ella, digo su nombre.

—Skye.

fin