Casete 1: Cara B
Hola de nuevo. Y gracias por continuar hasta la parte dos.
Meneo el walkman dentro del bolsillo de la chaqueta y le subo el volumen.
Si estás escuchando esto, puede ser por dos razones. A: Eres Justin y después de escuchar tu historieta quieres saber quién será el siguiente. B: Eres cualquier otra persona y estás esperando para ver si ahora te toca a ti.
Bueno…
Una línea de sudor frío comienza a brotarme en la raíz del cabello.
Alex Standall, es tu turno.
Una única gota de sudor se me desliza por la sien y me la seco.
Estoy segura de que no tienes ni idea de por qué estás aquí, Alex. Seguramente pienses que hiciste algo bueno, ¿a que sí? Me votaste como «Mejor culo de la clase de primero». ¿Cómo se iba a enfadar nadie por eso?
Pues escucha.
Me siento en el bordillo, con los zapatos en la cuneta. Cerca de mi talón hay unas cuantas briznas de hierba que han crecido entre el cemento. A pesar de que el sol apenas acaba de comenzar a esconderse entre los tejados y los árboles, ya hay farolas encendidas a ambos lados de la calle.
Primero, Alex, si crees que soy tonta, si crees que soy una niñita boba que se pone a hacer pucheros por la más mínima tontería porque se lo toma todo demasiado a pecho, nadie te obliga a escuchar.
Claro que te estoy presionando con lo del segundo juego de cintas, pero ¿a quién le importa si la gente del pueblo sabe lo que pensabas de mi culo, no?
En las casas de esta manzana, y en mi casa a unas cuantas calles de aquí, las familias están terminando de cenar. O están cargando el lavavajillas. O comienzan a hacer los deberes.
Para esas familias, esta es una noche normal.
Puedo nombrar a toda una serie de personas a las que les importaría. Puedo nombrar a toda una serie de personas a las que les importaría mucho que estas cintas saliesen a la luz.
Así que comencemos, ¿de acuerdo?
Me echo hacia adelante, me abrazo las piernas y apoyo la frente sobre las rodillas.
Recuerdo estar sentada durante la segunda clase la mañana en la que apareció tu lista. Era evidente que la señorita Strumm había pasado un fin de semana increíble, porque no tenía la clase preparada en absoluto.
Nos hizo mirar uno de sus famosos documentales aburridos. No recuerdo de qué trataba, pero el narrador tenía mucho acento británico. Y recuerdo que me dediqué a arrancar un trozo de celo que se había quedado pegado a mi mesa para evitar quedarme dormida. Para mí, la voz del narrador no era más que un sonido de fondo.
Bueno, la voz del narrador… y los murmullos.
Cuando levanté la vista, los murmullos cesaron. Todas las miradas posadas en mí se desviaron. Pero vi cómo el papel iba pasando por la clase. Una única hoja que se abría paso por los pasillos. Al final llegó al pupitre que estaba detrás del mío —el pupitre de Jimmy Long— que chirrió cuando él cambió el peso del cuerpo de un lado a otro.
Cualquiera de los que estabais en la clase aquella mañana puede confirmarlo: ¿a que Jimmy estaba echando una miradita furtiva por encima del respaldo de mi silla?, ¿a que sí? Eso fue lo que me imaginé cuando susurró: «Te aseguro que lo es».
Me agarré las rodillas con más fuerza. El burro de Jimmy.
Alguien susurró:
—Pedazo de burro.
Me volví, pero no estaba de humor para susurros.
—¿Me aseguras que es el qué?
Jimmy, que hacía lo que fuera por llamar la atención de cualquier chica, me dirigió una media sonrisa y bajó la vista hacia el papel que estaba sobre su pupitre. De nuevo llegó el susurro de «burro», que esta vez se repitió por toda la clase como si nadie quisiera que yo entrase en el juego.
La primera vez que yo vi aquella lista, que me habían dado en clase de Historia, en ella había unos cuantos nombres que no reconocí. Unas cuantas alumnas a las que todavía no conocía o de las que no estaba seguro de sus nombres. Pero el nombre de Hannah sí lo reconocí. Y me reí cuando lo vi. Se estaba creando una gran reputación en muy poco tiempo.
Pero ahora me doy cuenta de que su reputación comenzó en la imaginación de Justin Foley.
Ladeé la cabeza para poder leer el título boca abajo del papel: LA CLASE DE PRIMERO: LAS QUE ESTÁN BUENAS / LAS QUE NO.
El pupitre de Jimmy volvió a chirriar cuando él se sentó bien, y me di cuenta de que la señorita Strumm se acercaba, pero tenía que encontrar mi nombre. No me importaba la razón por la que estaba en la lista. En aquel momento, creo que ni tan siquiera me importaba en qué lado de la lista estuviera.
Pero el hecho de que todo el mundo esté de acuerdo en alguna cosa —alguna cosa que te concierne a ti— hace que las mariposas empiecen a revolotear en tu estómago. Y mientras la señorita Strumm se acercaba por el pasillo, preparada para llevarse la lista antes de que yo encontrase mi nombre, las mariposas se volvieron locas.
¿Dónde está mi nombre? ¿Dónde? ¡Ya lo veo!
Aquel mismo día, cuando me había cruzado con Hannah por el pasillo, había vuelto la cabeza cuando ella pasó por mi lado. Y tuve que estar de acuerdo. Sin duda, le tocaba estar en aquella categoría.
La señorita Strumm confiscó la lista y yo me volví para mirar hacia la parte delantera de la clase.
Unos minutos más tarde, tras reunir el valor necesario para mirar, le eché un vistazo al otro lado de la clase. Tal y como esperaba, Jessica Davis tenía cara de fastidiada.
¿Por qué? Porque justo al lado de mi nombre, pero en la otra columna, estaba el suyo.
Golpeaba el cuaderno con el lápiz a velocidad de código Morse y tenía la cara completamente roja.
¿Qué fue lo único que pensé? Gracias a Dios que no sé código Morse.
La verdad es que Jessica Davis es muchísimo más guapa que yo. Si haces una lista de todas las partes del cuerpo, tendrás una fila de cruces que llegue hasta abajo por cada vez que su cuerpo supera al mío.
No estoy de acuerdo, Hannah. Para nada.
Todo el mundo sabía que el «Peor culo de la clase de primero» era una patraña. Ni tan siquiera se puede decir que se acercase a la verdad. Pero estoy segura de que a nadie le importaba por qué Jessica había acabado en aquel lado de tu lista, Alex.
Bueno, a nadie excepto a ti… y a mí… y a Jessica. Eso son tres personas.
Y muchas más que esas, deduzco, están a punto de averiguarlo.
Quizá algunas personas pensasen que tenías razón al elegirme. Yo no lo creo. Pero déjame que lo diga así, yo no creo que mi culo —tal y como lo dijiste tú— fuese el factor decisivo. Yo creo que el factor decisivo… fue la venganza.
Arranco las briznas de hierba que salen de la alcantarilla y me levanto para marcharme. Cuando comienzo a caminar, me froto las briznas que se me han quedado en las manos hasta que caen.
Pero esta cinta no trata de tu motivación, Alex. A pesar de que eso también acabará saliendo. Esta cinta trata de cómo la gente cambia cuando ven su nombre en una lista tonta. Esta cinta trata de…
Una pausa en su discurso. Meto la mano en la chaqueta y subo el volumen. Está desdoblando un trozo de papel. Alisándolo.
Vale. Solo estaba mirando cada nombre —cada historia— que aparece en estas cintas. Y adivina el qué. Todos y cada uno de los acontecimientos aquí documentados quizá no habrían ocurrido nunca si tú, Alex, no hubieras escrito mi nombre en aquella lista. Así de sencillo.
Necesitabas un nombre para escribir en el lado contrario al de Jessica. Y ya que todo el instituto tenía una imagen pervertida de mí después del numerito de Justin, era la opción perfecta, ¿a que sí?
Y la bola de nieve continuó rodando. Gracias, Justin.
La lista de Alex era una broma. Una broma pesada, cierto. Pero él no tenía ni idea de que le afectaría así. No es justo.
¿Y qué pasa conmigo? ¿Qué hice yo? ¿Cómo dirá Hannah que la marqué? Porque no tengo ni idea. Y después de que la gente lo escuche, ¿qué van a pensar cuando me vean? Algunos de ellos, por lo menos dos, ya saben por qué estoy aquí. ¿Me verán de una forma diferente ahora?
No. No pueden. Porque mi nombre no debería estar con los suyos. Yo no debería estar en esta lista y estoy seguro de ello.
¡Yo no hice nada malo!
Así que, volviendo un poco al pasado, esta cinta no trata de por qué hiciste lo que hiciste, Alex.
Trata de las repercusiones que tuvo lo que hiciste. Más en concreto, trata de las repercusiones que lo que hiciste tuvo sobre mí. Trata de esas cosas que no planeaste… cosas que no podías planear.
Dios. No me lo puedo creer.
La primera estrellita roja. La antigua casa de Hannah. Aquí está.
Pero no me lo creo.
Esta casa ya había sido mi destino en otra ocasión. Después de una fiesta. Ahora vive en ella una pareja de ancianos. Y una noche, hace más o menos un mes, el marido iba conduciendo, a unas manzanas de aquí, y mientras hablaba por teléfono con su esposa chocó con otro coche.
Cierro los ojos y niego con la cabeza ante aquel recuerdo. No quería verlo. Pero no pude evitarlo. El hombre estaba histérico. Lloraba. «¡Tengo que llamarla! ¡Tengo que llamar a mi mujer!». Su teléfono había desaparecido en el accidente. Habíamos intentado utilizar el mío para llamarla, pero el teléfono de su esposa no paraba de comunicar. Estaba confundida, demasiado asustada para colgar. Quería continuar en línea, la línea por la que la había llamado su marido.
Tiene el corazón débil, dijo él. Necesitaba saber que él estaba bien.
Llamé a la policía con mi teléfono, y le dije al hombre que continuaría intentando ponerme en contacto con su esposa. Pero me dijo que tenía que decírselo. Ella tenía que saber que él estaba bien. Su casa no estaba lejos.
Un pequeño enjambre de gente se había reunido allí, algunos se ocupaban de la persona que iba en el otro coche. Era de nuestro instituto. Un chico del último curso. Y estaba bastante peor que el viejecito.
Les grité a algunos que esperasen con el tipo hasta que llegase la ambulancia. Después me marché, corría hacia su casa para tranquilizar a la esposa. Pero no sabía que también estaba corriendo en dirección a la casa en la que una vez había vivido Hannah.
Esta casa.
Pero esta vez voy caminando. Como Justin y Zach, bajo caminando por el medio de la carretera hacia East Floral Canyon, en donde se unen dos calles formando una T invertida, exactamente igual que la ha descrito Hannah.
Las cortinas de la ventana delantera están cerradas porque es de noche. Pero el verano anterior a nuestro primer año de instituto, Hannah estaba ahí con Kat. Las dos miraban afuera, hacia donde estoy yo ahora, y miraban a los dos chicos que subían por la calle. Miraban cómo abandonaban la calle y se metían por el césped mojado, resbalaban y tropezaban el uno con el otro.
Continúo caminando hasta que llego a la cuneta, y entonces aprieto la punta de los pies contra el bordillo. Doy un paso hacia el césped y me quedo allí de pie. Un paso sencillo, básico. No resbalo, y no puedo evitar preguntarme qué habría pasado si Justin y Zach hubieran llegado hasta la puerta de la casa de Hannah. ¿Se habría enamorado ella de Zach en lugar de Justin unos meses más tarde? ¿Se habría eliminado a Justin del cuadro? ¿Nunca habrían comenzado los rumores?
¿Estaría Hannah todavía viva?
El día que apareció tu lista no fue demasiado traumático. Sobreviví. Sabía que era una broma. Y la gente que vi por los pasillos, arremolinada alrededor de quien tuviese una copia, también sabía que era una broma. Una enorme broma gorda y divertida.
Pero ¿qué pasa cuando alguien dice que tienes el mejor culo de primero? Pues mira, Alex, no te lo creerás, pero resulta que eso invita a que algunos te traten como si no fueses nada más que esa parte concreta de tu cuerpo.
¿Quieres que te dé un ejemplo? Bien. B-3 en vuestros mapas. Blue Spot Liquor.
Está cerca.
No tengo ni idea de por qué lo llaman así, pero está solo a una manzana de mi primera casa. Solía pasarme por allí siempre que tenía ganas de una golosina. Lo cual quiere decir, sí, que iba allí cada día.
El Blue Spot siempre me había parecido mugriento desde la calle, así que nunca había entrado.
El noventa y nueve por ciento de las veces, el Blue Spot estaba vacío. Solo estábamos el hombre de detrás de la caja registradora y yo.
No creo que mucha gente sepa ni tan solo que está ahí, porque es pequeñito y está encajado entre otras dos tiendas. Tanto la una como la otra han cerrado desde que nos mudamos aquí. Desde la calle, el Blue Spot parece una especie de tablón de anuncios de tabaco y alcohol. ¿Y dentro? Bueno, tiene más o menos la misma pinta.
Camino por la acera delante de la antigua casa de Hannah. Un caminito de entrada sube por una ligera pendiente antes de desaparecer detrás de una puerta de garaje de madera curtida por el mal tiempo.
Colgada delante del mostrador hay una estantería metálica en la que están las mejores chucherías.
Bueno, mis favoritas. Y en el momento en el que abro la puerta, el hombre de la caja registradora la hace sonar con un «ta-chín». Incluso antes de que coja una barrita de caramelo, porque sabe que nunca me voy sin una.
Una vez alguien dijo que el hombre que está tras el mostrador tenía cara de avellana. ¡Y es cierto!
Seguramente sea de tanto fumar, pero llamarte Wally[2] no creo que ayude.
Desde que había llegado, Hannah venía al instituto en un a bicicleta azul. Casi la puedo ver ahora. Justo aquí. Con la mochila puesta, bajando por el caminito. La miro bajar un buen trozo de acera, pasando de largo al lado de los árboles, los coches aparcados y las casas. Continúo allí de pie hasta que veo desaparecer su imagen.
De nuevo.
Después me doy la vuelta lentamente y me marcho.
Sinceramente, creo que nunca escuché a Wally murmurar ni una sola palabra en Blue Spot. Intento recordar un simple «hola» o «¿qué tal?», o incluso un gruñido amistoso. Pero el único sonido que le escuché murmurar alguna vez fue por tu culpa, Alex.
Menudo amigo.
¡Alex! Eso es. Ayer alguien le empujó por el pasillo. Alguien empujó a Alex contra mí. Pero ¿quién era?
Aquel día, como siempre, la campanita sonó sobre la puerta cuando entré. ¡Ta-chín!, hizo también la máquina registradora. Cogí una barrita de caramelo de la estantería que estaba ante el mostrador, pero no puedo deciros cuál porque no lo recuerdo.
Agarré a Alex para evitar que se cayese. Le pregunté si estaba bien, pero me ignoró, recogió la mochila y salió corriendo por el pasillo. Me pregunté si habría hecho algo que le hubiese molestado pero no se me ocurría nada.
Si quisiera, os podría decir el nombre de la persona que entró mientras yo buscaba el dinero en mi mochila. Lo recuerdo. Pero era uno de los muchos capullos con los que me he ido encontrando a lo largo de los años.
No sé, quizá debería descubrirlos a todos. Pero en lo que respecta a tu historia, Alex, su acción —su horrible y asquerosa acción— solo fue una consecuencia de la tuya.
Y además, tiene una cinta enterita dedicada a él…
Hago una mueca. ¿Qué ocurrió en la tienda por culpa de la lista de Alex?
No, no quiero saberlo. Y no quiero ver a Alex. Ni mañana, ni pasado mañana. No quiero verles ni a él ni a Justin. Ni al burro culo-gordo de Jimmy. Dios, ¿quién más estará metido en esto?
Abrió la puerta del Blue Spot.
—¡Hola, Wally! —dijo. Y lo dijo con una arrogancia que sonaba natural saliendo de su boca. Estoy segura de que no era la primera vez que lo saludaba así, como si Wally estuviese por debajo de él—. Oh, Hannah, hola —dijo—. No te había visto.
¿He dicho ya que estaba delante del mostrador, visible para cualquiera desde el momento que abriese la puerta?
Lo saludé con una minisonrisa, y dejé caer el dinero sobre la mano arrugada de Wally. Wally, por lo que pude ver, no le respondió de ninguna manera. Ni le miró, ni hizo una mueca, ni le sonrió (como solía saludarme a mí).
Sigo la acera doblando una esquina, alejándome de las calles residenciales, de camino al Blue Spot.
Es increíble cómo una ciudad puede cambiar tanto con solo doblar una esquina. Las casas que tenía detrás de mí no eran grandes ni lujosas. Eran de clase media. Pero estaban tocando a una parte de la ciudad que lleva años derrumbándose lentamente.
—Eh, Wally, ¿a que no adivinas qué ha pasado? —Sentía su aliento justo de encima de mi hombro.
Mi mochila estaba sobre el mostrador mientras cerraba la cremallera. Los ojos de Wally miraron hacia abajo, justo hacia el extremo del mostrador, cerca de mi cintura, y supe lo que ocurriría después.
Una mano me dio una palmada en el culo. Y después, lo dijo.
—El mejor culo de la clase de primero, Wally. ¡Y lo tienes justo delante de ti, en tu tienda!
Me puedo imaginar a más de un tío haciendo eso. El sarcasmo. La arrogancia.
¿Me dolió? No. Pero eso no importa, ¿verdad? Porque la cuestión es: ¿tenía derecho a hacerlo? Y la respuesta, espero, es evidente.
Lo aparté de un golpe con el rápido gesto de la mano que cualquier chica debe dominar. Y entonces fue cuando Wally salió de su caparazón. Entonces fue cuando Wally emitió un sonido. Su boca permaneció cerrada, y aquello no fue más que un rápido chasqueo de lengua, pero aquel ruidito me pilló por sorpresa. Sabía que, por dentro, Wally hervía de indignación.
Y ahí está. El cartel de neón del Blue Spot Liquor.
En esta manzana solo quedan dos tiendas abiertas: el Blue Spot Liquor y el videoclub 24 horas al otro lado de la calle. El Blue Spot tiene el mismo aspecto mugriento que la última vez que pasé por aquí.
Incluso los anuncios de tabaco y alcohol parecen los mismos. Como si fueran un empapelado que cubre el escaparate.
Una campanita de latón tintinea cuando abro la puerta. La misma campanita que Hannah escuchaba siempre que venía a buscar chucherías. En lugar de dejar que se cierre sola detrás de mí, aguanto la puerta y la cierro empujando con cuidado, mirando cómo vuelve a hacer sonar la campanita.
—¿En qué te puedo ayudar?
Sin necesidad de mirar, ya sé que no es Wally.
¿Pero por qué me molesta? No he venido a ver a Wally.
Vuelve a preguntar, un poco más alto.
—¿En qué te puedo ayudar?
No consigo mirar hacia el mostrador que tengo delante. Todavía no. No quiero imaginármela de pie ahí mismo.
En la parte trasera de la tienda, detrás de unas puertas transparentes, están las bebidas frías. Y aunque no tengo sed, me dirijo hacia allí. Abro una de las puertas y saco un refresco de naranja, la primera botella de plástico que toco. Después me dirijo hacia la parte delantera de la tienda y saco la cartera.
Una estantería metálica llena de barritas de caramelo cuelga del mostrador. Estas eran las que le gustaban a Hannah.
Mi ojo izquierdo comienza a palpitar.
—¿Algo más? —me pregunta.
Dejo el refresco sobre el mostrador y bajo la vista mientras me froto el ojo. El dolor comienza en algún lugar sobre el ojo, pero es más profundo. Detrás de la ceja. Una punzada que nunca había sentido.
—Tienes más detrás de ti —dice el dependiente. Debe de pensar que estoy mirando los caramelos.
Cojo una chocolatina de la estantería y la dejo al lado de la bebida. Pongo unos cuantos dólares sobre el mostrador y se los acerco.
¡Ta-chín!
Me devuelve un par de monedas y veo una etiqueta de plástico con el nombre pegada a la caja registradora.
—¿Todavía trabaja aquí? —pregunto.
—¿Wally? —el dependiente resopla por la nariz—. Hace el turno de día.
Cuando salgo, la campanita tintinea.
Me coloqué la mochila al hombro y seguramente susurré «perdón», pero cuando pasé a su lado, evitó mi mirada a propósito.
Tenía la puerta delante, estaba preparada para salir, cuando él me agarró por la muñeca y me dio la vuelta.
Dijo mi nombre, y cuando lo miré a los ojos la broma había acabado.
Di un tirón con el brazo, pero me agarraba con fuerza.
Al otro lado de la calle, el cartel de neón del videoclub 24 horas parpadea con irregularidad.
Ahora ya sé de quién está hablando Hannah. Ya he visto esos tirones de muñeca. Siempre me dan ganas de agarrarlo por la camisa y empujarlo hasta que suelte a la chica.
Pero en vez de eso, cada vez que lo veo finjo no darme cuenta.
De todas formas, ¿qué podría hacer yo?
Entonces el capullo me suelta y me pone la mano en el hombro.
—Solo estaba jugando, Hannah, relájate.
Vale, analicemos lo que acaba de pasar. Pensé en ello durante todo el camino a casa desde el Blue Spot, y quizá esa sea seguramente la razón por la que no recuerdo qué chocolatina me había comprado ese día.
Me siento sobre el bordillo descascarillado fuera del Blue Spot, dejo el refresco de naranja a mi lado y me coloco la chocolatina en equilibrio sobre la rodilla. No tengo ganas de comer nada dulce.
Entonces, ¿por qué la he comprado? ¿Solo porque Hannah solía comprar chucherías de esa misma estantería? ¿Y eso qué importa? He ido a la primera estrellita roja. Y a la segunda. No tengo que ir a todos los sitios ni hacer todo lo que ella diga.
Primero sus palabras; después sus acciones.
Declaración número uno: «solo estaba jugando, Hannah».
Le doy un golpecito a un extremo de la barrita de chocolate y caramelo, haciendo que se balancee sobre mi rodilla.
Declaración número dos: «relájate».
Traducción: venga ya, Hannah, lo único que he hecho ha sido tocarte sin tener ningún indicio de que tú quisieras que te tocase. Si eso hace que te sientas mejor, venga, adelante, me puedes tocar donde tú quieras.
Y ahora hablemos de sus acciones, ¿vale?
Acción número uno: agarrarme el culo.
Interpretación: déjame volver atrás y decir que aquel tío nunca me había tocado el culo antes. ¿Y por qué lo había hecho ahora? Mis pantalones no tenían nada de especial. No eran demasiado ajustados. Vale, tenían la cintura bastante baja y seguramente se me veía un poco la cadera, pero no me tocó las caderas. Me tocó el culo.
Comienzo a comprenderlo. Comienzo a ver qué quiere decir Hannah. Y se me forma un nudo en la boca del estómago.
Los mejores labios. Otra de las categorías de la lista.
Alex, ¿estoy diciendo que tu lista le dio permiso para tocarme el culo? No. Estoy diciendo que le dio una excusa. Y una excusa era lo único que necesitaba aquel tío.
Hasta que salió la lista ni tan siquiera me había fijado en los labios de Ángela Romero. Pero después de aquello, me fascinaban. Cuando escuchaba sus exposiciones en clase, era incapaz de concentrarme en las palabras que salían de su boca. Simplemente miraba cómo aquellos labios se movían arriba y abajo.
Me quedaba hipnotizado cuando ella decía cosas como «separar partes», que, entre los labios, dejaban al descubierto la parte de abajo de su lengua.
Acción número dos: me cogió por la muñeca y después me puso la mano en el hombro.
Mirad, ni tan siquiera voy a interpretar esto. Solo os voy a explicar por qué me fastidió. Ya me habían tocado el culo antes —no pasa nada—, pero esta vez me lo habían tocado porque alguien había escrito mi nombre en una lista. Y cuando aquel tío vio que me había enfadado, ¿se disculpó? No.
En vez de eso, se puso agresivo. Y entonces, de la forma más prepotente, me dijo que me relajase.
Después me puso la mano en el hombro, como si al tocarme me consolase de alguna forma.
Un consejo. Si tocas a una chica, aunque sea de broma, y ella te aparta, déjala… en… paz. No la toques, ¡en ningún sitio! Simplemente, para. Tocándola no conseguirás nada más que darle asco.
El resto de Ángela no era ni de lejos tan hipnotizador como sus labios. No estaba mal, solo que no era hipnotizador.
El verano pasado, en casa de un amigo, habíamos estado jugando al juego de la botella, después de que unos cuantos de nosotros hubiéramos admitido que nunca antes habíamos jugado. Y no había querido dejar que acabase el juego hasta que mi botella se paró en Ángela. O hasta que la de ella se paró en mí.
Cuando ocurrió aquello, había apretado mis labios, con una precisión lenta y agónica, contra los suyos.
Por ahí hay personas enfermas y retorcidas, Alex —y quizá yo sea una de ellas—, pero el caso es que, cuando dejas a la gente en ridículo, tienes que responsabilizarte de lo que hacen los demás a causa de eso.
Más tarde, Ángela y yo habíamos continuado en el porche trasero de su casa. Yo quería disfrutar más de sus labios.
Y todo por culpa de la lista.
La verdad es que no es del todo correcto. No me dejaste en ridículo a mí, ¿verdad? Mi nombre estaba en la columna de las que están buenas. Escribiste el nombre de Jessica en la de las feas.
Dejaste a Jessica en ridículo. Y ahí es cuando la bola de nieve se hizo grande.
Jessica, querida… tú eres la siguiente.
Abro el walkman y saco la primera cinta.
Encuentro la siguiente cinta en el bolsillo más pequeño de mi mochila. La que tiene un número tres escrito en una esquina. La meto en la pletina y la cierro de golpe.