El loco Aguirre
La crónica que rodeó a la interminable búsqueda de El Dorado estuvo jalonada por episodios dignos del más vívido surrealismo. Como ya hemos dicho, decenas de expediciones fueron engullidas por la espesura selvática, a ambas márgenes del río Amazonas, y miles de hombres sucumbieron sin ni siquiera atisbar vestigio alguno de aquel reino cubierto por las brumas de las leyendas del oro.
Acaso, el episodio más singular lo protagonizó el desvarío de una mente distorsionada y teñida de pinceladas propias de una psicopatología. Lope de Aguirre nació en Oñate (Guipúzcoa) en 1516, si bien algunos investigadores creen que el año de su nacimiento pudo ser 1511. A edad temprana viajó a Sevilla dispuesto a embarcarse en cualquier flota que zarpase rumbo a las Indias. En 1534 se encontraba en Cartagena de Indias (Colombia) como soldado raso al servicio de la corona.
Cuatro años después participó en las guerras civiles peruanas en el ejército del oidor Vaca de Castro, que combatía a las fuerzas almagristas. Asimismo, luchó en los ejércitos reales de los virreyes Blasco Núñez de Vela y Pedro la Gasea hasta terminar con la sublevación de Gonzalo Pizarro. Estuvo involucrado en el oscuro asesinato del corregidor de Charcas (1553), por lo que fue condenado a muerte, aunque finalmente resultó indultado.
En 1559 se unió a la expedición que el virrey Andrés Hurtado de Mendoza había organizado con el propósito fundamental de localizar el mítico El Dorado. Y además tenía otra finalidad secundaria, no menos importante, pues pretendía con esta misión desembarazarse de sus capitanes más molestos, temidos y crueles. La columna a cuyo mando se encontraba Pedro de Ursúa debía remontar el río Marañón, por lo que el famoso viaje fue conocido posteriormente con el nombre de los «marañones». Ursúa mostró de inmediato una acusada indolencia por los avatares de la aventura, más bien, lo que le preocupaba obsesivamente era su bella amante Inés de Atienza, que le acompañaba en la arriesgada empresa. Pronto las disidencias anidaron en aquella funesta comitiva y se proclamaron algunos intentos de motín siempre bajo las intrigas de Aguirre. En el periplo se hundieron algunas balsas, se ajustició a diversos cabecillas de los descontentos, con lo que el clima de terror se extendió augurando un trágico final.
El 1 de enero de 1561 Pedro de Ursúa fue asesinado por los seguidores de Aguirre; éste, en un arrebato de soberbia, se proclamó capitán de la expedición concediéndose el título de «maestre de campo», y así, aunque no había pasado de sargento en el escalafón, se convertía en oficial de altísima graduación para dirigir una hueste de locos y asustados hacia el propio infierno.
En aquella farsa gestada por el vasco, no faltaron actores que realzasen la comedia. Uno de ellos, el capitán Fernando de Guzmán, fue elegido rey títere de los marañones, aunque el honor del cargo le duró poco, pues semanas más tarde fue asesinado por el propio Aguirre. De igual modo se ejecutó miserablemente a Inés de Atienza y a cuantos se le iba antojando a este asesino en serie. Su enajenación le hizo además escribir cartas al rey Felipe II con el tratamiento de iguales, dado que para entonces Aguirre ya se creía rey independiente de España en el Nuevo Mundo, con la ambición de tomar por las armas el Perú y cuantos territorios se le opusiesen.
La expedición navegó durante meses por el río Amazonas, sembrando de guerra y destrucción sus riberas, hasta que por fin desembocó en aguas atlánticas —allí donde los bergantines, como sus movimientos, se limitaban—, lo que provocó el abandono a su suerte de ciento setenta indios que integraban las tripulaciones de las naves marañonas. El 20 de julio de 1561 Aguirre y los suyos desembarcaron en la isla Margarita (hoy perteneciente a Venezuela), donde una vez más sembraron el terror y dejaron tras de sí más de cincuenta muertos entre los lugareños.
A esas alturas, las noticias de los sublevados ya habían llegado a diferentes puntos de la costa colombiana y a las Antillas, por lo que las autoridades se dispusieron a contrarrestar los desmanes del desquiciado caudillo y enviaron navíos y tropas a su encuentro. El mismo Jiménez de Quesada, recién llegado a Nueva Granada, preparó un contingente militar para enfrentarse a los marañones, pero, finalmente, no fue preciso el enfrentamiento pues los escasos leales que quedaban en torno al sargento con ínfulas de rey desertaron con la prisa de los que se lleva el diablo.
Solo y absolutamente enajenado, Aguirre se vio ante sus enemigos con la única compañía de su hija mestiza Elvira, a la que cosió a puñaladas el 27 de octubre de 1561 para, según él, evitar «que sirviera de colchón a bellacos». Dos arcabuzazos acabaron con la vida de este siniestro personaje fruto de aquellos tiempos febriles y avariciosos. Su cuerpo fue desmembrado y exhibido, mientras que su cabeza fue enjaulada para ser enviada a Tocuyo, ciudad donde quedó expuesta a los curiosos. Más tarde Lope de Aguirre fue juzgado post mortem bajo las acusaciones de rebeldía y amotinamiento. Una vez disuelto el problema generado por «el loco del Amazonas», la tranquilidad regresó a las colonias de Nueva Granada.