Capítulo 16

SU teléfono móvil empezó a sonar cuando bajaba las escaleras, treinta minutos más tarde. ¿Sería MacDuff?

Royd salió al pasillo y se la quedó mirando mientras bajaba. A Sophie le temblaba la mano cuando pulsó la tecla para atender la llamada.

—¿Cómo estás, Sophie? —preguntó Sanborne—. Espero que bien.

Sophie se detuvo en medio de la escalera, fulminada.

—¿Qué quieres, Sanborne?

Royd también se la quedó mirando, tenso.

—Lo que siempre he querido —dijo Sanborne—. Una asociación con alguien que respeto y en quien confío. Tendrás que entender lo inútil que resulta ser esta venganza tuya. No puedes ganar, y hay personas a las que amas que podrían acabar heridas.

—¿Como Dave?

—No sé de qué hablas. La policía está convencida de que fuiste tú quien mató a Edmunds —guardó silencio un momento—. Pensaba en tu hijo.

—Cabrón.

—He oído que ha ocurrido algo horrible en Escocia. Me alegro mucho de que tu hijo todavía esté a salvo.

—Y seguirá a salvo —dijo ella, entre dientes—. No podrás tocarlo, Sanborne.

—¿Por qué te has aliado con Royd? Eso ha sido un error. No es una persona estable. Te arrastrará en su caída.

—Yo tampoco soy una persona muy estable. No cuando se trata de ti.

—Entonces ha llegado la hora de que lo superes. Te estoy haciendo una oferta que no puedes rechazar.

—Y una mierda que no puedo.

—Estás metida en un lío mucho más grande que la última vez que llamé. La policía te sigue los pasos. El ADN que te vinculaba a la escena del crimen de Edmunds ha dado positivo. Te has quedado sin empleo y tu hijo está en peligro. Créeme, esta última información es totalmente cierta. Ven y únete a mí, Sophie. Tendrás dinero y poder, y tu hijo estará a salvo.

—Y me convertiré en un monstruo, como tú.

—El poder, Sophie. Es el gran principio de igualdad entre monstruos y santos.

—Estás enfermo.

Pasó un instante y él no respondió.

—Ya ves que controlo mi mal humor. Debería demostrarte lo mucho que deseo tu colaboración.

—Lo cual me demuestra que no estás tan seguro acerca del REM-4 como quisieras.

—Vaya, qué perspicacia. Sin embargo, ahora tienes una muestra del REM-4 junto a ti. Royd era un espécimen de primera. Y todo se lo debe a ti.

—Cállate.

—De acuerdo. No quisiera ofenderte si tenemos que trabajar juntos. Estaré en contacto —dijo, y colgó.

—¿Tengo que preguntar lo que quería? —inquirió Royd, con voz queda.

—A mí —dijo ella. Estaba temblando—. No esperaba que... Me ha sorprendido.

Él se acercó y la abrazó.

—Tranquila. Sanborne quiere verte débil y asustada. No cedas.

Ella se aferró a él.

—Qué cabrón. No paraba de amenazar a Michael.

—Es la carta que se guarda bajo la manga.

—Y me habló de ti. Dijo que eres un espécimen de primera y que yo era la responsable. —Se humedeció los labios—. Tiene razón. Yo soy la responsable.

—Y yo soy un espécimen de primera —acotó él.

Sophie se puso rígida, desconcertada.

—Al menos eso pensabas anoche. Y es verdad que me tuviste. Varias veces.

—Ya sabes que me refería a... —Se apartó de él y lo miró fijamente—. No tiene gracia.

—Sí que la tiene. —Royd sonrió—. Es curioso pensar que nos puede hacer daño a ti o a mí con esa basura. Ahora estamos muy lejos de su alcance.

La hizo darse media vuelta y le dió una palmadita—. Sube y haz tu equipaje. Tenemos que salir de aquí en los próximos cinco minutos.

—¿Crees que han localizado la llamada?

—Es posible. Yo utilizo un móvil por satélite y la NSA puede coger la señal de casi cualquier llamada dentro del país. Boch tiene contactos con los departamentos de inteligencia militar que podrían dar con nosotros. No quiero esperar a que vengan a buscarnos la poli o los hombres de Sanborne.

Ella subió deprisa la escalera.

—No creo que sea la policía. Sanborne estaba... Creo haber percibido un... Él me quiere a mí, Royd. No quiere deshacerse de mí.

—Entonces deberíamos preguntarnos por qué de pronto tiene tanta prisa—. Se giró y fue hacia la puerta de entrada—. Pero deberíamos preguntárnoslo muy lejos de aquí.

Sanborne se giró hacia Boch.

—¿La has localizado?

Boch levantó la mirada de su teléfono.

—Están trabajando en ello. Están en algún lugar en el sur de Florida.

Sanborne lanzó una imprecación.

—¿Dónde? Royd la sacará de ahí en cuestión de minutos.

—Puede que dejen alguna clave de hacia dónde se...

—No puedo seguirla por todo el país. Tengo que echarle el guante ahora mismo.

—¿Por qué no mandamos a Devlin a Florida? Si tiene un punto de partida, debería poder seguirles la pista. Tú te has asegurado de convertirlo en un experto.

—No, no quiero desperdiciar... —calló, pensando en ello. Maldita sea, él quería atraer a aquella mujer hacia su bando. Era una posibilidad remota, pero siempre era preferible contar con trabajadores bien dispuestos en lugar de obligados. Era una verdad que había aprendido con los experimentos en Garwood. Existía la posibilidad de que Sophie se sintiera atrapada porque la buscaba la policía. Era evidente que no estaba lo bastante asustada—. Sí, llamaremos a Devlin. Tengo que hablar con él.

—Cuéntame —dijo Royd, en cuanto cogieron la autopista—. ¿Qué crees que se trae entre manos Sanborne? Has dicho que no quería deshacerse de ti.

—Estoy segura de que, a la larga, lo deseará. Pero, por ahora, no. —Sophie frunció el ceño, intentando recordar las palabras y los matices de aquella conversación—. En realidad, quería que me uniera a su pandilla de matones. ¿Te imaginas el ego de ese hombre? ¿Acaso pretende que ignore todo lo que ha hecho?

—No es su ego. He estudiado la psicología de Sanborne desde que escapé de Garwood, y diría que le falta algo.

—¿La conciencia?

—Ni siquiera eso. Sanborne no tiene emociones, tal como las perciben otras personas. Finge tenerlas, pero no las tiene. Es un hombre inteligente, sabe apreciar la belleza y disfruta de la sensación de poder, pero en realidad no entiende el dolor y el odio que provoca porque él mismo no los siente. Puesto que conoce la sed de poder, no alcanza a entender por qué no decides ignorar todo lo que ha hecho para herirte si te ofrece suficiente dinero a cambio. —Royd se encogió de hombros—. Tú eres la psicóloga. Es probable que sepas cuáles son los términos técnicos.

—Lo has explicado muy bien. —Tenía sentido. Sophie había estado tan llena de odio y culpa, tan obsesionada con la intención de librar al mundo de Sanborne y del REM-4 que nunca se había tomado el tiempo para analizar a la persona. Sin embargo, cuando pensaba en todos sus encuentros con Sanborne, veía las señales—. Y ése es precisamente el motivo por el que no tiene escrúpulos cuando se trata de darle ese uso al REM-4.

—Es lo que sospecho. Desde luego, es posible que Sanborne sea tan sólo un pobre hijo de perra. A mí me da igual. Aprendí a entender quién era para aumentar mis posibilidades de destruirlo. Me da igual que sea un maniático. No pretendo curarlo sino eliminarlo —calló un momento—. Sin embargo, ¿por qué te presiona ahora? Me habías dicho que en el pasado ya intentó persuadirte, pero cuando te negaste, él decidió seguirte el rastro con sus perros. Ahora, de pronto, da marcha atrás. Puede que sencillamente quisiera ganar tiempo mientras localizaba la llamada. ¿Estás segura de que lo has entendido bien?

—¿Cómo puedo estar segura? —Sin embargo, luego pensó que estaba casi segura. Y tenía que haber un motivo—. Gorshank.

—¿Qué?

—Te había dicho que las ecuaciones eran brillantes, pero no conseguía entender cómo había llegado a ciertos resultados.

—Dijiste que necesitabas tiempo para estudiarlo.

—Pero ¿qué pasaría si su trabajo fuera defectuoso? ¿Qué pasaría si hubiera algunos agujeros?

—Entonces tendrían que remediarlo, y hacerlo rápido. Consiguiendo a la persona que conoce la fórmula original.

Ella asintió con un movimiento de la cabeza.

—Y necesitan eso más que eliminarme para siempre. Es sólo una suposición, pero tiene...

Sonó su teléfono.

—¿Debería contestar?

—Si es breve.

Sophie pulsó la tecla para responder.

—Gorshank se encuentra en Charlotte, Carolina del Norte —dijo MacDuff—. Tres veintiuno, Ivy Street.

Sophie puso el móvil en modo altavoz para que Royd pudiera oír la conversación.

—¿Cómo lo han encontrado?

—Transfirió una importante suma de dinero a un banco ruso para pagarle una deuda a la mafia. Jock y yo haremos un trasbordo en el aeropuerto Kennedy y nos dirigiremos enseguida a Charlotte.

—¿Cuándo llegaréis?

—Otras siete horas.

Royd negaba con la cabeza.

—Si Gorshank corre peligro, podría ser demasiado tarde. No hay una gran diferencia, pero nosotros podemos llegar antes. Os llamaremos cuando hayamos establecido contacto. —Colgó antes de que MacDuff pudiera contestar—. Iremos a Daytona, donde cogeremos un avión hasta Charlotte.

—¿Correr peligro?

—Si los resultados de Gorshank no dejan satisfecho a Sanborne, ya no le servirá para gran cosa.

—Y será una carga y una amenaza —dijo Sophie, llevando la idea un paso más allá—. Como todos los otros científicos relacionados con el proyecto, que él despidió y que, supuestamente, fueron exterminados por sus gorilas —Enseguida miró a Royd—. Puede que sea demasiado tarde.

Éste asintió con un gesto.

—Esperemos que Sanborne mantenga vivo a Gorshank hasta que encuentre una manera de dar contigo. Tiene que haber tenido algo de confianza en él o no lo habría puesto en nómina.

Ella negó sacudiendo la cabeza con gesto de escepticismo.

—No lo sé. Sanborne es un hombre totalmente implacable. Para él, todo es blanco o negro. Si cree que Gorshank lo ha embaucado, no le dará una segunda oportunidad.

—Entonces puede que nuestro esfuerzo no valga de nada. —Royd pisó el acelerador—. Pero no pienso perderme la oportunidad de encontrar a Gorshank. Él tiene que saber dónde está situada la isla y quizá algo acerca de las defensas que la rodean. —Apretó los labios—. Si está vivo, hablará.

El 321 de Ivy Street era una casa apartada del camino y rodeada de álamos blancos que proyectaban su sombra sobre el porche de la pequeña construcción de tablilla gris. La casa estaba a oscuras, pero había una luz que parpadeaba en la habitación a la izquierda de la puerta, probablemente el reflejo de un televisor. Gorshank se había convertido en un gran amante de la televisión desde su llegada a Estados Unidos. Cuando no estaba ante su mesa en el despacho, se instalaba frente al televisor a ver Los Simpson o CSI o cualquier otra serie.

Devlin había estudiado los informes de vigilancia de Gorshank que le había entregado Sanborne, si bien no era necesario. El científico era un hombre de hábitos inflexibles y estaba entregado a una multitud de excesos que lo convertían en un ser lamentablemente vulnerable. Demasiado vulnerable. Devlin se impacientó al saber que Sanborne lo mandaba allí, cuando podría haber ido en busca de Royd. Eso sí habría sido un verdadero desafío.

Sin embargo, tenía que mantener un perfil bajo después del festín que se había dado en las tierras de MacDuff. Nada de discusiones ni de intentos de manipulación durante un tiempo. Además, matar a un imbécil como Gorshank sería un placer. Los imbéciles lo irritaban.

Comprobaría las puertas y encontraría una manera de entrar en la casa. Gorshank estaría sentado en su silla con su lata de cerveza y Devlin lo tendría en sus manos antes de que se percatara de lo que ocurría. Cuando lo tuviera a su merced, decidiría si lo despachaba enseguida o si se tomaba su tiempo.

Aquello sería como quitarle un caramelo a un niño.

—Quédate aquí. —Royd estacionó junto al bordillo—. Voy a comprobar el lugar.

Sophie vio la luz parpadeante que brillaba en una de las ventanas de la casa. Era una visión común a la mitad de las casas en esa ciudad. No había nada que temer.

Entonces, ¿por qué estaba tan tensa, como si esa luz del televisor fuera un mal presagio?

—Voy contigo. —Alzó la mano cuando él quiso protestar—. No te estorbaré. Jock siempre me dijo que eso sería una torpeza. Si quieres que espere fuera, te esperaré. Pero tengo el arma que Jock siempre me dijo que llevara y sé usarla. Me encontraré a una distancia en que podamos oírnos.

Él no dijo palabra durante un momento y luego se encogió de hombros.

—Entonces, ven. —Abrió la puerta del coche—. Pero espera a que haya inspeccionado los alrededores. —Se ausentó durante sólo cinco minutos y al volver le abrió la puerta para que bajara—. Está despejado, pero tú te quedas fuera y no entras. ¿Entendido?

—A menos que me llames. —Sophie bajó del coche—. Es algo que podría suceder, Royd. No eres invulnerable.

—A pesar de que lo intento. —Empezó a caminar hacia un costado de la casa—. Por la puerta de atrás.

—Podríamos ir hasta la puerta y llamar. Él no nos conoce. ¿Acaso es demasiado fácil?

—Puede que le hayan mostrado fotos tuyas cuando te sustituyó. —Royds se movía con rapidez—. Pero tienes razón. Nunca pienso en lo más fácil. No fue así como me enseñaron. —Se detuvo en la puerta trasera y escuchó, mientras barría el jardín trasero con la mirada—. Y no creo que ésta sea una situación que me obligue a cambiar mis métodos.

Sophie sentía la tensión como un campo eléctrico a su alrededor.

—¿Qué ocurre?

—Alguien debería estar vigilando a Gorshank si es un hombre importante para Sanborne y sabe tanto del REM-4. ¿Dónde están? Creía que nos interceptarían, o al menos esperaba ver a alguien. —Calló un momento y luego dijo—: A menos que los hayan retirado porque ya no es necesario.

—¿Quieres decir, en caso de que Gorshank esté muerto? —preguntó ella, temblando.

Él no contestó.

—Quédate aquí. Dejaré la puerta entornada. —Royd se inclinó sobre la cerradura y dejó escapar un silbido por lo bajo—. Dios —exclamó, y se incorporó—. Saca tu arma y mantente alerta. Esta cerradura ya la han hecho saltar. —Abrió la puerta y desapareció dentro de la casa.

Ella cogió firmemente el arma que tenía en el bolso. El corazón se le había acelerado, y le retumbaba en el pecho. Intentó aguzar el oído para oír qué ocurría adentro, atenta a cualquier cosa. Los minutos pasaron. No, se arrastraron. Maldita sea, se sentía como una inútil. Si algo le ocurría a Royd, ¿cómo podría ayudarlo esperando ahí sin moverse?

Tranquila. Jock le había dicho que así se cometían los errores fatales. Demasiados cocineros dentro de la cocina. Qué expresión más manida para una situación tan peligrosa.

Había oído algo.

Un leve ruido. Una pisada...

¿Dónde? ¿En la cocina?

No, no en la cocina.

A sus espaldas.

Era una suerte que la casa fuera pequeña. Royd no había tardado demasiado en recorrerla y comprobar que nadie lo acechaba. Le quedaba por mirar en el salón, donde Gorshank veía la tele. Bajó las escaleras en silencio y cruzó el pasillo. Desde la puerta, tenía una perspectiva clara de Gorshank y el televisor.

El programa en la tele era CSI.

Pero Gorshank no estaba viéndola.

Royd se detuvo en el umbral con la mirada fija en el sillón frente al televisor.

Gorshank estaba atado al sillón con cuerdas y miraba la pantalla con expresión vacía. Estaba amordazado, tenía los párpados abiertos con grapas y lo habían castrado.

Dios mío. Tenía que ser Devlin.

Después de mirar en la sala, se acercó a la silla.

Estaba muerto. Pero no desde hacía mucho tiempo. La sangre seguía manando por la herida de la última puñalada que le habían asestado en el pecho. Vale, Gorshank ya no les servía de nada. Sin embargo, quizá hubiera dejado algún informe, alguna clave que los ayudara. No era probable. Devlin solía ser muy prolijo cuando había que limpiar después de una faena.

Sin embargo, se había tomado su tiempo con Gorshank, que sólo llevaba un rato muerto.

Se puso tenso. ¿Hacía cuánto rato? ¿Acaso habían interrumpido a Devlin? Royd había mirado en el resto de la casa antes de acercarse a Gorshank y todo parecía estar en su lugar y ordenado. No daba la impresión de que alguien hubiera buscado algo que pudiera incriminarlo.

¿Qué pasaría si Devlin los había oído a él y a Sophie en el porche y había escapado por una de las ventanas? Ninguna de las ventanas del frente estaba abierta.

¿Y las ventanas que daban al jardín trasero? Estaba...

En ese momento oyó el disparo.

¡Sophie vio un brillo metálico en la mano del hombre que se abalanzaba sobre ella!

Levantó el arma y disparó justo en el momento en que se dejaba caer al suelo. Oyó el golpe sordo de la bala al impactar en su atacante. Él se detuvo en seco, con el rostro contorsionando por el dolor.

—Puta.

Y fue nuevamente hacia ella.

Ella se giró de costado y volvió a disparar.

Y falló.

Apunta, le había dicho Jock. No te pongas nerviosa. Asegúrate de que cada disparo cuente.

¿Cómo podía tomarse el tiempo de apuntar si él venía hacia ella? Tenía que ser Devlin. Se tambaleaba y se movía con dificultad, pero aquel cabrón horripilante tenía una bala en el pecho y parecía que no la sentía. Y esa mirada en la cara...

—Puta de mierda. —Era una voz perversa—. No puedes hacerme daño. Te tiembla la mano y estás muerta de miedo. Pero yo te puedo hacer daño de muchas maneras. ¿Crees que el chaval está a salvo? Franks le birlará el chaval a la policía en un abrir y cerrar de ojos. Sanborne me dijo que no fuera a buscarlo, que yo era demasiado inestable. Quizá estropeara su mejor baza. Tiene razón. Pero tú me has enfurecido, así que creo que ahora veré si al chaval le gusta cómo...

Sophie apuntó. Esta vez no fallaría. No tuvo la oportunidad.

Por detrás, el brazo de Royd se enroscó en torno al cuello de Devlin como una serpiente.

—Vete al infierno, Devlin. —Con un movimiento certero le rompió el cuello.

Sophie oyó el crujido y vio los ojos de Devlin que se volvían vidriosos. Royd lo soltó y lo dejó caer como un bulto inerte en las escaleras. Enseguida se arrodilló junto a ella.

—¿Estás bien?

No, no estaba bien. Todavía veía la expresión de Devlin y seguramente la vería el resto de su vida. El mal... Sacudió la cabeza, presa de los nervios.

—No estoy herida. Pero le disparé y él seguía de pie, venía hacia mí. Era como una escena de Frankenstein.

—No debería sorprenderte. Te dije que Devlin tenía una gran resistencia al dolor. Y sabes lo que hizo en la cabaña de los pastores.

—Verlo fue... diferente. —Deja de temblar, se dijo. No debería ser tan débil. Devlin había muerto. Tenía que recuperar la compostura.

—Déjalo. —La voz de Royd era seca, pero su manera de sostenerla era sumamente suave cuando la estrechó en sus brazos—. No te hará daño. Nunca volverá a hacerle daño a nadie —aseguró mientras le acariciaba la cabeza—. Y no era ningún monstruo mítico de Frankenstein, así que no quiero que dejes que te persiga. He acabado con él, y si yo no hubiera estado, habrías matado tú misma a ese hijo de puta.

Ella se aferró a él con fuerza.

—Sí, lo habría hecho. Tuve que hacerlo. Empezó a hablar de Michael... —De pronto se puso muy tensa—. Creo que dijo que Sanborne ha mandado a alguien a por Michael. Lo llamó Franks. Dijo que podían quitarle a Michael a la policía sin problemas. A Devlin lo han mandado aquí en lugar de mandarlo a Escocia.

—La policía... —dijo Royd, con expresión pensativa—. El único modo de que la policía se involucrase sería sacar a Michael del castillo para extraditarlo a Estados Unidos.

—Sin embargo, Scotland Yard no pidió investigar el castillo mientras estábamos allí.

—MacDuff puede ser muy persuasivo. Sanborne tiene que haber sobornado a algún alto cargo para conseguirlo.

Sophie se apartó de Royd con gesto brusco.

—Tengo que llamar a Jane y advertirles.

—Ellos sabían que existía esa posibilidad, Sophie. Ya están preparados.

—No me digas eso —dijo ella, con una mirada feroz—. No saben que han enviado a alguien a matarlo.

—Tienes razón. —La ayudó a levantarse—. Ven a la cocina, apártate de Devlin y haz esa llamada. Yo tengo que buscar en el estudio de Gorshank.

Gorshank. Sophie casi lo había olvidado en medio de la batahola emocional de esos últimos minutos.

—¿Está muerto?

Él asintió con la cabeza.

—Hemos estado a punto de sorprender a Devlin en plena faena. —La hizo entrar—. Haz tu llamada. Tenemos que darnos prisa. Puede que alguien haya oído los disparos.

—Eso significa que podría llegar la policía.

—No necesariamente. Te sorprendería saber cuánta gente opta por ignorar la violencia en los barrios. No quieren inmiscuirse. Prefieren pensar que son los chicos que juegan con petardos. —Royd fue hacia el pasillo—. Pero en caso de que haya algún alma con conciencia cívica por ahí, será mejor darse prisa.

Y desapareció.

Ella se dejó caer en la silla de la cocina y respiró hondo. Quizá debería encender una luz. Estaba oscuro ahí dentro. Sin embargo, estaba más oscuro afuera, cuando se había enfrentado a Devlin.

Retorcido y perverso y oscuro. La muerte en el porche. La muerte en la habitación contigua. No pienses en ello. Piensa en lo que tienes que hacer.

No, sería mejor no encender las luces. Veía lo suficiente para marcar el número del castillo de MacDuff. Sacó su móvil.

—Cálmate. Sé que estás asustada. Tienes derecho a estarlo. —Jane había escuchado a Sophie sin interrumpirla—. Qué atajo de cabrones.

—Avisa a Campbell para que esté alerta. Yo llegaré en cuanto pueda.

—Espera un momento. Déjame pensar. —Jane guardó silencio un momento—. No vengas. Yo llevaré a Michael a Estados Unidos.

—¿Qué?

—Si Sanborne consigue que la policía local venga a investigar y se lleve a Michael para extraditarlo, lo más probable es que sus hombres consigan tener acceso a él. No podremos protegerlo. Joder, puede que ni siquiera podamos averiguar dónde lo tienen. —En su voz se adivinaba la frustración—. ¿Dónde diablos está MacDuff cuando lo necesitamos?

—Viene hacia aquí.

—No cuento con que pueda tirar de los hilos a larga distancia. Yo misma me ocuparé de ello.

—No puedes salir del castillo. Te verán.

—Hay una manera de salir. Ya la he usado antes.

—Jane, no me gusta.

—Lo sé. La idea de Michael refugiado entre los muros de piedra es un gran consuelo —dijo Jane, con voz suave—. Pero estará a salvo allá donde vamos. Joe tendrá a todos los polis del cuerpo de policía cuidando de él.

—¿En Atlanta?

—Sería lo más seguro. Confía en mí, Sophie. En este mundo, los muros de piedra se pueden franquear con demasiada facilidad gracias al dinero y a las influencias políticas. Es necesario que Michael salga de aquí.

—Quizá si llamamos a MacDuff, puede... —Sophie intentaba pensar en lo que fuera que le permitiera mantener a Michael lejos del peligro en todo momento. Jane tenía razón. La imagen de los muros de piedra era un consuelo—. Tengo que pensármelo. Te volveré a llamar.

—No tardes demasiado —advirtió Jane, y colgó.

—Venga —le apremió Royd, que apareció en la puerta—. Deberíamos irnos de aquí.

Ella asintió y se incorporó.

—¿Has encontrado algo?

—Creo que sí. —Royd la ayudó a pasar junto al cuerpo de Devlin, despatarrado sobre las escaleras—. Y he llamado a MacDuff y le he dicho que consiga que sus amigos de la CIA se deshagan de Devlin. Quizá nos convenga que Sanborne no sepa que ha muerto. —La miró fijamente—. ¿Qué ocurre con Michael?

—Jane quiere llevar a Michael a Atlanta. Dice que puede sacarlo del castillo sin que la vean. —Sophie intentaba mantener la voz firme—. Estoy asustada.

—¿Le has dado luz verde?

Ella sacudió la cabeza.

—Tengo que...

—Si confías en ella, dile que se mueva. —Royd le abrió la puerta del coche—. No me gusta la idea de ver que el gobierno se mete con Michael. Cuando hay burocracia de por medio, es muy fácil que alguien quede detenido por su propia seguridad.

—Pareces muy seguro. ¿Te ha ocurrido alguna vez?

—En una ocasión. En Siria. —Subió al coche—. Pero no querrías conocer los detalles —avisó, y puso el motor en marcha—. Y yo tampoco querría contártelo.

No, Sophie no quería saber lo fácil que era llegar hasta alguien custodiado por la policía o por los militares. Y no quería imaginarse a Royd como el hombre que lo hacía. Ya lo había visto matar a dos personas y, en las dos ocasiones, había dado muestras de una temible eficacia. Sin embargo, tenía que preguntar.

—¿Con Sanborne?

—No, ocurrió cuando estaba en las fuerzas especiales. Llama a Jane y dile que saque a Michael de ahí.

—¿Has oído hablar de ese tal Franks?

—Simon Franks. No es tan bueno como Devlin, pero sabe lo que hace. —Siguió una pausa—. Y hará lo que Sanborne le diga. No es como Devlin, es un parásito.

—Dios mío.

—Puede que eso no sea algo malo. No le cortaría el cuello a Michael a menos que se lo ordenaran. Devlin lo haría por puro placer y luego encontraría una manera de justificarlo ante Sanborne.

—No puedo creer que estemos aquí sentados hablando acerca de unos hombres que podrían matar a mi hijo —dijo Sophie, con voz temblorosa—. Puede que no sientas nada por Michael, pero es un poco más difícil para...

—¿Quién ha dicho que no siento nada por el chico? —preguntó Royd, con voz cortante—. El chaval me cae bien. No lo quiero. No he tenido la oportunidad de conocerlo tan bien y el amor no es algo que se me dé con facilidad. Mentiría si te dijera otra cosa. Pero no me trates como si todavía fuera el imbécil que era al salir de Garwood. —Apretó el volante con fuerza—. Estos días los sentimientos me vienen con demasiada facilidad, maldita sea.

Sophie se dio cuenta de que lo había herido. No había pensado que ella pudiera herirlo. Royd era demasiado duro, le habían inculcado la insensibilidad a lo largo de años. En realidad, no paraba de descubrir cosas nuevas en él.

—No quería sugerir que tú...

—Olvídalo. Quiero que sepas que la única razón por la que te hablo de Franks no es para asustarte sino para que sepas a quién te enfrentas. —Entró en el parking de un Wal-Mart—. Le dije a MacDuff que nos encontraríamos aquí. Si vas a llamar a Jane, puedes hacerlo mientras esperamos.

—Eres un chulo prepotente.

Él torció los labios.

—Viene todo en un solo paquete.

Ella vaciló. No tenía ganas de hacer esa llamada. Deja de portarte como una cobarde. Haz lo que más convenga a Michael. Marcó rápidamente el número.

Sonó diez veces. No respondieron.

El corazón le latía con fuerza y la mano le temblaba cuando volvió a marcar.

No respondieron.