Capítulo 5

—DESPIERTE.

Michael.

Sophie se incorporó de un salto en la cama y se sentó tocando con los pies en el suelo. Estaba a punto de dejar la cama cuando alguien la empujó de vuelta hacia las almohadas.

—Tranquila. No pasa nada. Sólo es que tenía que despertarla —dijo Royd—. La he dejado dormir un par de horas, pero su hijo se despertará en cualquier momento y no quería asustarlo cuando viera que había un desconocido dentro de la casa. Supongo que no quiere que eso ocurra.

—Oh, no —dijo ella, vagamente, apartándose el pelo de la cara. Miró el reloj en la mesilla de noche. Eran las cinco de la madrugada—. No, no querría que Michael... —dijo, sacudiendo la cabeza para despejarse—. Pero Michael no se despierta hasta las siete.

—Bien. —Royd sirvió una taza de café de la cafetera que estaba en la mesilla y se la pasó—. Entonces tendremos un rato para hablar —dijo, y se sentó en la silla cerca de la cama—. Vuelva a la cama y tápese. Hace mucho frío.

—No tengo frío. —Era mentira. La camisa de hilo que llevaba apenas la calentaba, y el hecho de que estuviera física y emocionalmente agotada probablemente influía en su temperatura corporal—. Por lo visto, ha sido usted el que ha ganado con la moneda.

—Jock nunca se fiaría de la suerte. En realidad, se quería quedar conmigo. Pero lo persuadí y le dije que iba a hablar con usted de todas maneras y que necesitaba estar un rato solo —explicó, e hizo una mueca—. Desde luego, tuve que asegurarle que no perdería la paciencia ni le cortaría el cuello.

—Entiendo que eso le preocupara —dijo ella, seca—. Jock y yo nos hemos convertido en buenos amigos, y usted es un hombre con una gran rabia dentro. —Sophie se encogió de hombros, cansada—. Y esa rabia está dirigida a mí. Eso lo puedo entender.

—Excelente. Entonces estamos destinados a entendernos —Royd se inclinó hacia delante, cogió una manta y se la puso sobre las piernas desnudas—. Por Dios, tápese. Tiene la piel de gallina.

—Esperaba que nuestra conversación no durara demasiado. ¿Qué hay que decir? Le he hecho daño. Lo siento. Si pudiera hacer algo para compensárselo, lo haría —Los labios se le torcieron en una sonrisa sardónica—. Pero no puedo dejar que me mate. Tengo que pensar en Michael.

Él no habló durante un rato, mientras la miraba, escrutándola.

—Dios mío. Y si Michael no existiera, hasta creo que me dejaría hacerlo.

—No sea ridículo —dijo Sophie, y apartó la mirada—. Pero hice algo horrible. Tiene que haber alguna forma de restitución.

—Si dice la verdad, ignoraba lo que Sanborne hacía con el REM-4

—Pero eso no impidió que usted, Jock y todos esos otros hombres fueran manipulados y heridos. ¿Acaso salvó a mi padre y a mi madre? Fue culpa mía —dijo, y lo miró a los ojos—. Y, a menos que le pare los pies a Sanborne, seguirá sucediendo. Eso no lo puedo permitir, Royd.

—Con matar a Sanborne no acabará con el REM-4. Si ésa hubiera sido la solución, me habría puesto como objetivo liquidar a Sanborne en cuanto escapé de Garwood. Aún queda Boch. Si matas a uno, el otro se apoderará del disco con la fórmula del REM-4 y se ocultará. Tengo que deshacerme de los dos, de las instalaciones y de todos los archivos y fórmulas que utilizaron en Garwood. Voy a borrar el REM-4 de la faz de la tierra. Nadie podrá volver a hacer lo que ellos me hicieron a mí —dijo, con voz ronca—. Y usted no va a arruinar mis posibilidades matando a Sanborne. Lo quiero todo.

Había tal pasión e intensidad en su manera de hablar que, por un momento, la confundió.

—¿Y qué haría si yo matara a Sanborne?

—No querría saberlo. ¿Cree que ahora estoy enfadado?

Sí, Sophie imaginaba la rabia letal que se apoderaría de Royd si lo contrariaban.

—Puede que tenga que vérselas con esa posibilidad.

—Y una mierda. Si quiere a Sanborne, tendrá que pasarse a mi bando.

—No quiero hacer eso —dijo ella, tensa.

—¿Y cree que yo sí lo quiero? Pero puede que la necesite. Cuando vine aquí, creí que había una posibilidad de que pudiera sonsacarle información que me pondría las cosas más fáciles para llegar hasta Sanborne y Boch. Usted estaba en la lista de los experimentos de Amsterdam. Creí que trabajaba con ellos.

—Siento haberlo decepcionado.

—La verdad es que sí me ha decepcionado. No era mi intención ocuparme de Caprio. El blanco era usted.

Ella sonrió desganadamente.

—Y, en su lugar, se vio obligado a salvar mi insignificante vida.

—No es insignificante para mí. No dejaré que lo sea.

—Bromeaba. Claro que mi vida tiene un sentido. Soy médico y ayudo a las personas. Soy madre, y creo que soy una buena madre. Y me importa un rábano si para usted tengo algún valor o no.

—Sí que le importa. Siente que me debe algo, y utilizaré eso al máximo. —Royd se reclinó en la silla y estiró las piernas—. Así que vaya acostumbrándose a la idea de que no matará a Sanborne hasta que yo le dé luz verde. Ahora, relájese y déjeme hablar.

—Deje de darme órdenes. Hago lo que quiero, Royd.

—¿Y quiere que el REM-4 sobreviva a Sanborne? Porque eso ocurrirá, ¿sabe? El control de las mentes es demasiado tentador como para no atraer a toda la basura del mundo. Los militares de media docena de países llevan décadas experimentando con el control de las mentes. Pero todos quedaron relegados a segundo plano cuando apareció usted. Usted le entregó la respuesta a Sanborne en una bandeja de plata. Ahora tiene que ayudarme a recuperarla.

—No tengo que hacer nada que no quiera hacer.

—Pero quiere hacer esto. Puede que no le guste que yo me ponga al mando, pero hay algo que quiere hacer. Jok me contó que, si hubiera podido, habría entrado en las instalaciones y destruido toda su investigación relacionada con el REM 4. En su lugar, optó por matar a la serpiente, cortarle la cabeza. Pero no puede acabar con el REM-4 cortándole la cabeza a Sanborne. Tiene que enviar toda esa bestialidad al otro mundo.

Sophie respiró hondo, intentando liberarse de ese resentimiento que la franqueza de Royd había despertado en ella. Royd tenía razón. Al ver que no podría tener acceso a las instalaciones, ella no había pensado en lo que ocurriría, más allá de matar a Sanborne. Joder, si ni siquiera sabía de la existencia de Boch.

Él la miraba con los ojos entrecerrados.

—Si se arrepiente de lo que ha hecho, entonces remedido. Acabe con el REM-4, maldita sea.

Sophie no habló durante un momento.

—¿Cómo?

—Vale, tenemos una baza —dijo él, y se inclinó hacia delante—. Mi topo en las instalaciones, Nate Kelly, dice que durante los últimos seis meses daba la impresión de que Sanborne intentaba organizar un cambio total con todo y con cualquiera que estuviera relacionado con las instalaciones del REM-4 aquí. Una limpieza total. Dijo que había rumores de una mudanza incluso antes de que empezaran a sacar equipos y documentos. Sanborne ha despedido o ha trasladado a los doce miembros clave del equipo que estuvieron relacionados con los experimentos. Kelly intentó contactar con dos de ellos, porque consiguió los expedientes. Uno de ellos murió en un accidente de coche, el otro se había marchado en unas largas vacaciones y no se esperaba su retorno demasiado pronto.

—¿Más asesinatos?

—Es probable. Como he dicho, una limpieza total. Me imagino que encontraremos... ¿Qué ocurre?

Ella se humedeció los labios.

—Mi amiga, Cindy, que me dio la información acerca de Garwood.

—¿Ha sabido de ella últimamente?

Sophie negó con un gesto mudo de la cabeza.

—Renunció a su puesto en Sanborne hace más de un año. Pero trabajó en los primeros experimentos.

—Puede que esté a salvo. Llámela —dijo Royd, y calló—. Usted tendría que haber encabezado la lista de personas a las que había que eliminar.

—Sanborne no ha intentado nada desde que salí del hospital. Me llamó una vez y me ofreció mucho dinero para que volviera a trabajar con él. Lo mandé al infierno. Pero he hablado mucho con el FBI y con varios congresistas. No me sirvió de gran cosa, pero a Sanborne no le convendría que las condiciones de mi muerte levantaran sospechas.

—Anoche hizo un segundo intento.

Era verdad.

—Me vieron en las instalaciones. Habrá decidido que tenía que eliminarme como medida de defensa.

—Me perdonará si le digo que dudo que su iniciativa lo haya intimidado tanto como para reaccionar tan rápido. Creo que ya la tenía en mente y que eso sólo ha acelerado un poco los acontecimientos.

—¿Por qué ha decidido eliminar a todas esas personas ahora?

—Creo que puedo adivinarlo. Piensa lanzarse al mercado internacional.

—¿Qué?

—Cree que ha desarrollado lo suficiente el REM-4 como para empezar a venderlo a clientes extranjeros. Pero necesitan una base de operaciones que no se encuentre en el territorio de Estados Unidos, para funcionar libremente y evitar que sus clientes sean investigados.

—¿Se marcha al extranjero?

—Kelly dice que ésa es su conclusión. Al extranjero o a una isla cerca del continente. El mercado extranjero sería el lugar donde encontrar mucho dinero —dijo Royd, con una mueca—. Y por eso quiere asegurarse de que nadie le cause problemas. Quiere que cualquier cosa que usted le haya contado al FBI desaparezca como por arte de magia, y usted también.

—A mí no me harán desaparecer con una simple soga. —En realidad, eso no era verdad, pensó Sophie, si todos llegaban a la conclusión de que se trataba de un suicidio—. ¿En qué lugar del extranjero?

Royd sacudió la cabeza.

—Kelly no ha podido averiguarlo. Pero sabe que los camiones que salen de las instalaciones tienen como destino un muelle en las afueras de Baltimore.

—Tenemos que encontrarlo —dijo ella, apretando las sábanas con fuerza.

—Tengo toda la intención de dar con él. Por eso he venido.

—Porque pensaba que yo lo sabía.

—Lo esperaba. Pero no ha sido un viaje en balde. Todavía me puede servir.

—¿Perdón?

—¿No es eso lo que quiere? Es evidente que le corroe la culpa y que desea encontrar una manera de compensarlo. Y bien, si puedo usarla, tendrá lo que quiere.

—No me gusta esa palabra.

—Llamo a las cosas por su nombre. Sin embargo, la utilizaré a usted de todas las maneras posibles. De maneras que Jock probablemente no aprobaría.

—¿Por ejemplo?

—Sanborne ha soltado a sus perros de presa tras de usted por algún motivo.

—Me ha dicho que quería asegurarse de que nadie en el FBI me prestara atención.

—Tampoco quería que sus clientes extranjeros le prestaran atención. Usted es la única que conoce la fórmula básica del REM-4. No tendría un producto exclusivo si usted estuviera de por medio.

Sophie le miró con los ojos muy abiertos.

—No habrá creído que me dedicaría a venderlo. Llevo años luchando contra él.

—Sanborne y Boch creen en el poder sublime de la corrupción, el principio en que se basaba Garwood. Suponían que existía una probabilidad de que, al final, usted sucumbiría. Es una amenaza demasiado grande para suponer cualquier otra cosa. Además, ha dicho que trabajaba en una idea para perfeccionarlo que haría al REM-4 más eficaz. A ellos les encantaría hacerse con la fórmula, lo cual significa que de ahora en adelante será un blanco de primer orden.

—¿Y qué?

—Eso me conviene —dijo él, sin más—. Si de verdad quieren acabar con usted, la buscarán. Puede que cometan algún error. Puede que manden a alguien que tiene información que pueda usar —dijo, y la miró fijo a los ojos—. O puedo usarla a usted como cebo.

—¿Y cree que yo lo dejaría?

—Sí, empiezo a conocerla. Me dejaría hacerle casi cualquier cosa si con eso puede expiar lo que usted considera pecados del pasado.

—Eso sería una tontería.

—Se prestaría a ello, ¿no?

Ella no contestó enseguida.

—¿Por qué piensa eso?

—Porque nos parecemos más de lo que usted cree. En mi caso, estaría dispuesto a que me crucificasen si pudiera volver atrás las agujas del reloj. —Royd pronunció aquellas palabras con voz queda, pero ella volvió a ver esa pasión en su cara.

—¿Por qué dice eso?

—Tuve que hacer una elección, y elegí mal. A usted le ocurrió lo mismo.

Sophie quería preguntarle cuál había sido esa elección, pero no tenía ganas de escuchar confidencias que harían más estrecha la relación. Sería como tener intimidad con un tigre.

No era la primera vez que pensaba en ese símil, recordó. Ahí sentado, enorme, poderoso, con aquella tensión disimulada apenas, volvió a rondarle la idea.

Tigre, tigre, luz llameante...

Sophie apartó la mirada.

—No llegaría a ese tipo de autoinmolación.

—Ya lo creo que sí. El REM-4 ha monopolizado su vida durante años —dijo Royd, y alzó la mano cuando ella quiso hablar—. Venga conmigo a terminar con el REM-4 o vaya usted sola a la caza de Sanborne, arriesgándose a que el REM-4 siga vivo. Me da igual.

—No diga esas chorradas. Sí que le importa.

Él sonrió apenas.

—Vale, me importa. Podría ponerme las cosas más fáciles. Quizá.

Ella guardó silencio un momento.

—¿Qué dice Jock de todo esto?

—Jock se siente en medio de una disyuntiva. Tiene que volver a Escocia. Sabe que soy capaz de cuidar de usted. Sabe que puedo dejar de cuidarla, si me conviene. Tiene razón en las dos cosas.

No, Royd haría lo que quisiera. Pero lo que él se planteaba como objetivo era lo mismo que ella perseguía desesperadamente desde hacía años.

—Me lo pensaré.

—No tiene mucho tiempo. Quiero que salga de aquí. Calculo que nos quedan un par de horas antes de que Sanborne envíe a alguien a ver qué ha pasado con Caprio. Puede que ya sepa que Caprio tuvo problemas y que le haya encomendado su misión a otra persona.

—Tengo un empleo. No puedo desaparecer sin más.

—Llame y diga que está enferma. Usted es médico. Invéntese algún síntoma convincente.

—No miento.

—Yo sí, cuando de eso depende salvar el culo. —Royd se incorporó—. Echaré una mirada afuera para comprobar. Tenga el móvil cerca —dijo, y le entregó una tarjeta con el número de su móvil—. Me mantendré a una distancia en que pueda oírla gritar. Si no sé nada de usted, volveré en una hora. Puede presentarme a su hijo para que se sienta tranquilo conmigo. En su lugar, no lo dejaría ir al colegio. Puede que no sea seguro.

Sophie se estremeció de pies a cabeza.

—Me lo pensaré. Pero él no lo entenderá.

—No le conviene que entienda nada. Ya tiene suficiente —dijo, y frunció el ceño—. Puede que sea un problema. Tendré que pensar en algo.

—Usted no tendrá nada que ver con mi hijo. A él no lo va a usar.

Él sonrió desganadamente.

—¿Lo ve? Ya ha reconocido que me dejará usarla a usted. El supremo poder de la culpa.

Ella se lo quedó mirando, como asombrada.

—Creo que puede ser un hombre realmente horrible, Royd.

—Y yo creo que quizá tenga razón —dijo él, yendo hacia la puerta—. ¿Y a quién le gustaría tener a su lado para librarla de otro hombre, todavía más horrible? Ni siquiera tendrá que preocuparse de quién de nosotros la palme. —Le lanzó una mirada por encima del hombro—. Prepararé algo más de café. Luego llamaré a Jock y le diré que vuelva. Querrá que usted le diga que no le importa que vuelva con MacDuff.

—Eso ya se lo he dicho.

—Pero ahora tiene un argumento más convincente.

—Todavía no he tomado ninguna decisión, Royd.

—Entonces, tómela. Soy su mejor baza. Incluso le prometo que ni su hijo ni usted morirán si hace lo que le digo.

Sophie oyó sus pasos en el pasillo y luego la puerta de entrada que se cerraba a sus espaldas. Dios mío.

Apoyó la cabeza en la almohada y pensó en las palabras de Royd. Antes de que él apareciera, había creído que al matar a Sanborne acabaría con toda la miseria que ella misma había iniciado. Ya no lo creía así. Todo iba a ser mucho más complicado e intrincado de lo que había imaginado.

Pero no estaría sola.

Royd se había propuesto ir a por Sanborne con o sin ella. Era ella la que estaba siendo manipulada para hacer lo que Royd quería. No, eso no era verdad. Quizá él intentaría obligarla y utilizarla, como le había dicho, pero no habría culpa en que ella lo utilizara a él.

No podía seguir descansando. Estaba demasiado tensa. Dejó la cama y fue hacia el cuarto de baño. Quince minutos más tarde, ya vestida, se dirigió a la cocina.

Se detuvo al llegar a la puerta.

Aquel tipo era un manipulador hijo de puta.

En el mostrador de la cocina, junto a la cafetera, donde Royd sabía que ella las vería, había dejado las dos sogas que Jock había tirado a la papelera.

—Vale, allí ya no te necesitan —dijo MacDuff—. Vuelve a casa, Jock.

—Sanborne se está moviendo. Ha intentado matarla.

—Y Royd lo ha impedido. Me has dicho que Royd garantizaba su seguridad. ¿No confías en él?

—Confío en el hombre que conocí hace un año. Creo que confío en el hombre que es ahora, pero no es mi vida la que está en juego. ¿Puedes llamar a Venable, de la CIA, y ver si puedes conseguir un informe reciente sobre él?

—Venable no trabaja en América del Sur. Y, además, ha sido ascendido desde que ayudó a deshacerse de Reilly. Puede que no quiera arriesgar su empleo revelando información reservada.

—Convéncelo. Tiene que tener contactos en Colombia. Necesito saberlo.

—Y si el informe es favorable, ¿volverás a casa?

Jock guardó silencio un momento.

—Durante un tiempo. Tengo que ver qué tal van las cosas.

MacDuff masculló una imprecación.

—Jock, no es... —dijo, y calló—. Te volveré a llamar enseguida —añadió, y colgó.

Jock desconectó su teléfono y se incorporó. Se ducharía y volvería a casa de Sophie. Según Royd, le había sugerido que se quedara en casa y que no dejara salir a Michael, pero Royd no conocía a Sophie. Ella haría lo que considerara más conveniente, sin importar las órdenes de Royd.

Con suerte, MacDuff conseguiría rápidamente la información que necesitaba. Cuando MacDuff se fijaba un objetivo, hacía las cosas con determinación y con una eficacia implacable. Quería que Jock volviera a casa, y haría todo lo que fuera necesario para conseguir ese objetivo.

Y Jock sabía que si no obtenía lo que quería, era probable que MacDuff cogiera un avión a Washington. Joder, no lo quería ver metido en ese lío. MacDuff ya le había salvado el pellejo y había velado por su cordura una vez, y saber que el señor de MacDuff estaba ahí, en segundo plano, mantenía a Jock en cierto estado de nerviosismo aquellos días. Sin embargo, la dependencia de su amigo tenía que acabar pronto.

Sonó su teléfono.

—Acaba de subir al coche con el niño —le informó Royd—. ¿Dónde diablos va?

—¿Lleva equipaje?

—No.

—Entonces lleva a Michael al colegio. Seguro que se quedará esperando fuera para cerciorarse de que está bien.

—Le dije que no lo dejara salir de casa, maldita sea.

—¿Vas a seguirla?

—Desde luego que sí.

—Si la pierdes, Michael va al colegio Thomas Jefferson. Y yo no intentaría enfrentarme a ella tal como estás ahora mismo. No si quieres que colabore. Tienes que haber hecho algo para irritarla. ¿Has hecho algo?

—Quizá. He asumido un riesgo calculado. Puede que la haya asustado, y entonces o se une a mí o puede que la haya vuelto más desafiante.

—Por lo visto, has perdido.

—Puede que sea ella la que pierda. A estas alturas, Boch y Sanborne deben saber que Caprio no llevó a cabo su misión. Enviarán a otro.

—Pero tendrán que investigar y asegurarse de que no hay riesgos.

—No está segura en esa casa. Puede que no esté segura en ningún lugar de la ciudad. Convéncela.

Jock guardó silencio.

—¿Pero contigo estará a salvo?

—Se lo he prometido. Y yo cumplo mis promesas, Jock. Habla con ella.

—Lo pensaré.

Royd no dijo palabra durante un momento.

—Yo no soy como tú. No seré amable con ella ni la perdonaré si la caga. La manipularé y la utilizaré para conseguir lo que quiero. Pero, al final, el REM-4 habrá sido destruido y ella estará viva. ¿No es eso lo que los dos queremos?

—¿Y el fin justifica los medios?

—Joder, sí. No intentes hacerme creer que tú piensas diferente.

—Intento no hacerlo. Es parte del entrenamiento que los dos recibimos en Garwood. No quiero darles nada a esos cabrones.

—Pero no da resultado, ¿no es así?

No, no funcionaba del todo, pensó Jock, cansado. Aquel lavado de cerebro que habían sufrido tenía como objetivo apelar a los instintos más salvajes del hombre.

—A veces.

—Sí, a veces. Pero no cuando tiene que ver con Boch y Sanborne —dijo Royd—. Ahora estoy pasando por una zona de colegios.

—¿Qué calle es?

—Sycamore.

—Como te he dicho. Lo lleva al colegio. Aparcará y comprobará los alrededores. No pondrá a su hijo en peligro. ¿Quieres que coja el relevo de la vigilancia?

Silencio.

—Sí. Tengo que ponerme en contacto con Kelly y pensar en los planes. Te llamaré cuando vuelva a mi turno.

—Llegaré en treinta minutos.

Que le den a Jock.

MacDuff se incorporó y fue hasta la ventana de su estudio. Miró el mar que rompía contra los acantilados allá abajo. No necesitaba este problema que Jock le había dejado. ¿Por qué ese chico no hacía lo que él le decía y volvía a casa?

Porque Jock ya no era un niño y hacía lo que quería, no lo que MacDuff le ordenaba hacer aquellos días. De alguna manera, había sido mucho más fácil cuando Jock era una especie de robot enfermo, tal y como lo había encontrado hacía meses.

Más fácil, no mejor. Jock se iba convirtiendo poco a poco en el hombre que podría haber sido si no hubiera sido víctima de Thomas Reilly. No, eso no era verdad. Su experiencia lo había cambiado, y ya nunca volvería a ser el mismo niño vivo y alegre que durante su infancia entraba y salía del castillo cuando le daba la gana. Sin embargo, ahora tenía la oportunidad de salir de la oscuridad a la luz y, maldita sea, MacDuff velaría por que así fuera.

Sí.

Vale, había que traerlo a casa. Implicarlo en la búsqueda y hacer que se olvidara de Sophie Dunston y sus problemas. Bien sabía que Jock tenía suficiente con sus propios asuntos.

Cogió el teléfono y llamó a Venable.

—Soy MacDuff. Tengo que pedirte un favor.

—¿Otra vez? Ya te hice un favor cuando te dejé hacerte cargo de la custodia de Jock. No pienso arriesgar el culo una segunda vez.

—No es nada importante. Sólo necesito una información.

Venable guardó silencio un momento.

—Te he dicho que no puedo hacer nada a propósito de Sanborne. Tiene demasiada influencia. Nadie puede hacer nada en su contra si no cuenta con una tonelada de pruebas. He asignado a alguien para que investigue Garwood y no han encontrado absolutamente ninguna conexión con Sanborne. Se trataba de una fábrica de plástico que quebró al cabo de un año de empezar. La posición de la CIA sobre Sophie Dunston es que está chalada y que pretende vengarse de la empresa que la despidió.

—Jock le cree.

—¿Y esperas que la CIA crea que él está mucho más equilibrado? Por el amor de Dios, él también estuvo en un hospital psiquiátrico. E intentó suicidarse tres veces.

Sería mejor distanciarse del pasado de Jock, pensó MacDuff. Venable había querido confiar en él dándole la custodia de Jock, y no necesitaba que le recordaran lo inestable que había sido Jock.

—No te pido que persigas a Sanborne.

—Me parece bien. Porque eso no ocurrirá.

—Quiero que verifiques qué pasa con un hombre que trabaja con uno de vuestros operativos en Colombia. Lo necesito enseguida. Como máximo, un par de horas.

—Es una lástima. Soy un hombre muy ocupado.

—Lo sé. Pero me ayudará a traer a Jock a casa. Tú nunca aprobaste eso de que anduviera buscándose la vida solo.

—En eso tienes razón —dijo Venable, con voz amarga, y suspiró—. De acuerdo, dime el maldito nombre.

—Hola, Sophie.

Sophie se tensó enseguida y luego se relajó al ver que Jock caminaba hacia su coche.

Él le enseñó una bolsa de McDonalds.

—Te he traído una hamburguesa con queso y patatas fritas. Seguro que no has desayunado y pensé que necesitarás algo de combustible. Llevas cuatro horas ahí sentada.

—¿Y tú cómo lo sabes? —Sophie quitó el seguro a la puerta del pasajero, cogió la hamburguesa y le quitó el envoltorio—. ¿Me has seguido?

—No, Royd te siguió. Y luego yo le he relevado. Me dijo que tenía que ocuparse de unas cosas, pero yo creo que quería que se calmaran un poco los ánimos. Dijo que había hecho un movimiento calculado y que podría haberle salido el tiro por la culata.

—Cabrón —dijo ella, y mordió su bocadillo—. Dios mío, ese tipo es un iceberg.

—En realidad, no. Lo más probable es que lo contrario sea más fiel a la verdad. Matt Royd es un hombre apasionado. ¿Quieres patatas fritas?

Sophie cogió una.

—¿Lo estás defendiendo?

—No, estoy explicando su actitud. No gastaría mi saliva si no creyera que quizá tengas que entender a Royd.

—¿Por qué?

—Creo que lo sabes. Estás enfadada, pero ya te has dado cuenta de que Royd podría ayudarte.

—¿Y se supone que tengo que confiar en él?

Jock asintió con la cabeza.

—MacDuff cree que puedes.

—¿Qué?

—Le he pedido que comprobara las actuales operaciones de Royd en Colombia.

—¿Y?

—Un amigo de la CIA se puso en contacto con Ralph Soldono, el operativo que trabaja con Royd en Colombia. Soldono está muy impresionado con Royd. Cree que es una especie de superhombre de las operaciones militares. Suele combatir solo o con un puñado de sus hombres y cumple con el trabajo.

—¿Qué tipo de trabajo?

—Desde rescatar a ejecutivos secuestrados y en manos de los rebeldes, hasta eliminar una banda especialmente peligrosa de bandidos. Es rápido, listo y no se da por vencido.

Ella recordó ese aire de confianza que envolvía a Royd.

—Eso me lo podría haber imaginado.

—Soldono también ha dicho que nunca ha aceptado un trabajo del que luego se haya desentendido, por muy duro o sucio que acabe siendo. —Siguió una pausa—. Y que cumple su palabra. Eso es lo que de verdad quieres saber, ¿no?

—Sí, es lo que quiero saber. —Sophie apretó la hamburguesa que tenía en las manos—. Me prometió que mantendría vivo a Michael y que el REM-4 sería destruido. ¿Debería creerle?

Jock sonrió.

—Sé demasiado bien que no tengo que influir en tus decisiones. Sólo puedo darte la mejor información que tengo y dejar que seas tú quien juzgues. Es evidente que se trata de un tipo bastante increíble y que Soldono lo encuentra fiable. Dicho eso, no es un tipo sutil ni bien educado, y es probable que ponga en peligro tu vida. Tienes que decidir si será capaz de mantenerte con vida y de hacer que el riesgo merezca la pena. También es probable que te irrite una docena de veces al día.

Sophie apretó los labios cuando recordó las sogas sobre el mostrador de la cocina.

—Oh, sí, ya lo creo.

Jock escudriñaba su expresión.

—Sin embargo, tú te inclinas por la dirección que ha tomado él.

—Tú sabes que he querido entrar en las instalaciones y destruir todos los archivos del REM-4. Simplemente no conseguí entrar para llevarlo a cabo. Royd tiene un topo en las instalaciones y sabe más que yo. Es probable que mucho más. Dice que me va a utilizar. Que lo intente —dijo, y echó el resto de la hamburguesa en la bolsa—. Puede que sea yo quien acabe utilizándolo a él. —Sophie lo miró—. Pero quiero que tú abandones esto, Jock. Vuelve a casa.

—Vaya, no paro de escuchar lo mismo en todas parles —dijo él, con una mueca—. Y si el plan de ataque de Royd me convence, puede que vuelva a las tierras de MacDuff por un tiempo. Tendré que pensarlo. ¿Le has contado algo a Michael?

—No, lo he despertado tarde y he utilizado eso como excusa para traerlo al cole.

—Eso no puede seguir así. Él...

—Lo sé —interrumpió ella—. Pero no le diré nada hasta que tenga que hacerlo. Ya tengo bastantes problemas para mantenerlo calmado. No quiero darle más motivos pata tener pesadillas.

Él asintió con un gesto.

—Tienes que estar preparada —dijo, y abrió la puerta del coche—. Volveré a mi coche, tengo que hacer unas cuantas llamadas. Me puedo quedar aquí y recoger a Michael cuando salga del colegio, si quieres.

Ella sacudió la cabeza.

—Tiene entrenamiento de fútbol de nuevo. Lo llevaré a Chuck E. Cheeses antes de volver con él a casa.

—¿Quieres compañía?

—No, ya he despejado mi horario para hoy y necesito pensar unas cuantas cosas.

—De todas formas me quedaré un rato. Y Royd o yo seremos tu sombra durante el resto del día. Llámame si cambias de opinión.

Ella lo miró alejarse. Le gustaría mucho más que se quedara Jock en lugar de Royd, y deseó poder cambiar de opinión. Pero Royd tenía un objetivo y Jock tenía que volver a casa. Era mucho mejor que tratara con ese maldito cabrón hasta que viera el camino más despejado.