Capitulo 4
ROYD masculló una imprecación y empezó a incorporarse.
—No intentará escapar —le avisó Jock—. Siéntate y acaba tu café. Sólo va a cuidar de su hijo. Ya volverá.
Royd volvió a sentarse lentamente.
—¿Qué le ocurre?
—Terrores nocturnos. De vez en cuando tiene un episodio de apnea, y deja de respirar.
—Jooder.
—Y, antes de que preguntes, no, tampoco ha experimentado con él. Empezó a tener los trastornos después de que su abuelo intentara matarlo y de ver cómo disparaba a su abuela y a su madre. Sophie me ha dicho que antes estaba mucho peor, y que quizá esté empezando a recuperarse. —Jock hizo una mueca—. Aún así, es muy duro verlo. Es sólo un chaval.
—Has dicho que ella te encontró. ¿Cómo?
—En los archivos de Garwood que había conseguido su amiga, figuraban referencias a los casos de Thomas Reilly que eran llevados allí. Los sujetos de Garwood habían desaparecido, pero todavía había pistas de algunos hombres de Reilly. Reilly tenía un grupo de hombres que trabajaban con él para el mejor postor. Se dispersaron cuando la CIA empezó a cercarlo. A la mayoría de ellos los cogieron, pero algunos conservamos la libertad. —Jock guardó silencio un momento—. Pero tú ya sabías todo esto. Tú mismo casi me encontraste hace un año.
—Y tú me dijiste que no tenías idea de dónde había ido Sanborne con sus experimentos del REM-4. ¿Era mentira?
Jock negó con la cabeza.
—Yo no recordaba casi nada en aquella época. Tardé un tiempo jodidamente largo en recuperarme y tener la capacidad de dar sentido a cualquier cosa. Era prácticamente un vegetal cuando MacDuff me encontró en aquel psiquiátrico de Denver, después de haber escapado de las garras de Reilly. Tú me viste demasiado pronto en mi recuperación. Si hubieras venido unos meses más tarde, te habría dado más información. Sophie se presentó justo en el momento oportuno, porque estaba preparado para recordar. Ella me estimuló y recuperé la memoria con rapidez.
Royd se lo quedó mirando. Era probable que dijera la verdad. Jock era diferente del hombre que había conocido la primera vez. En aquella ocasión, le había dado respuestas más bien vagas y remotas. Ahora no había nada de vago ni remoto en aquel hombre sentado al otro lado de la mesa. Tenía ese leve acento escocés, pero todo lo demás en él era claro y tajante.
—¿Y qué recordabas?
—Que Reilly iba a enviar a unos cuantos de sus sujetos más recientes a otra localización de Sanborne para su entrenamiento incluso antes de la redada de la CIA. En algún lugar de Maryland.
—¿Y por qué no te pusiste en contacto conmigo? Maldita sea, sabías que yo buscaba esa información. Tardé meses en dar con ella.
—Estaba ocupado con Sophie. No quería interferencias.
—¿Ocupado?
—Ella no conocía el alcance de los planes de Sanborne hasta que me conoció. Estaba bastante destrozada. Pensaba ir y cargarse a Sanborne ella sola —dijo, y sacudió la cabeza—. No podía dejarla hacer eso.
—¿Por qué no?
—Porque me conmovió —dijo Jock, sin más—. Estaba llena de culpa y dolor y no podía enfrentarse sola a Sanborne y sus matones. Al principio, quería entrar en las instalaciones y destruir sus investigaciones del REM-4. Sin embargo, habían cambiado todos los códigos de seguridad y no lo consiguió. Así que eso no le dejaba más opción que cortarle la cabeza a la serpiente, esperando que eso destruyera el veneno.
—¿Así que te pidió a ti que lo hicieras?
Jock volvió a negar con la cabeza.
—Está tan abrumada por la culpa por lo que ha contribuido a crear que no hay manera de que me deje matarlo a mí. Lo único que hizo fue pedirme que le enseñara cómo matar a un hombre.
—¿Y lo hiciste?
—Sí, técnicamente es bastante buena. Es casi tan buena tiradora como yo. ¿Puede hacerlo? Ella cree que sí. Depende de cuánto odio tenga acumulado. El odio puede marcar la diferencia. —Miró a Royd fijo a los ojos—. ¿No es así?
Royd ignoró la pregunta.
—La verdad es que es culpable. ¿Cómo sabes que no participó en los planes de Sanborne desde el comienzo y que luego se pelearon?
—Confío en ella.
—Yo no.
—No soy ningún tonto, Royd. Me ha contado la verdad —dijo Jock, mirándolo fijo—. Pareces jodidamente frustrado. ¿Por qué te empeñas en creer que todavía trabaja para Sanborne?
—Porque era mi oportunidad de sonsacarle suficiente información como para localizar las fórmulas del REM-4 y cargarme a Sanborne y a Boch. Ahora me dices que es prácticamente una espectadora inocente. —Apretó con fuerza el puño—. No, no me lo trago.
—Lo harás. Eres demasiado inteligente como para que te cieguen tus ganas de hacer las cosas a tu manera. Simplemente tienes que acostumbrarte a la idea.
—Quizá.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Jock, escrutándolo con la mirada.
—Desde que escapé de Garwood he tenido que enfrentarme a todo tipo de situaciones para sobrevivir y continuar la búsqueda de Sanborne. Tengo que hacer lo mismo en este caso. —Royd apretó los labios—. Estoy demasiado cerca, Jock. Si no puedo servirme de Sophie Dunston, no dejaré que se interponga en mi camino. No tendría ningún reparo en...
Sonó su teléfono móvil y Royd miró la pantalla. Era Nate Kelly.
—Toca madera para que Kelly haya averiguado quién es ese fiambre de la habitación —murmuró, mientras pulsaba la tecla para responder.
Sophie se detuvo un momento fuera de la habitación de Michael para respirar hondo y prepararse para volver a la cocina y enfrentarse nuevamente con Matt Royd.
El episodio de Michael de esa noche no había sido demasiado horrible y Sophie daba gracias a Dios por ello. La noche entera había sido un horror, y una noche traumática para Michael habría sido la guinda del pastel. Ella no habría sido capaz de soportarlo.
Sí, habría sido capaz. Qué débil era. Podía aguantar todo lo que la vida le lanzara.
Eso incluía a Royd, que la miraba con esa absoluta frialdad, y que la acusaba con una animosidad que no se molestaba nada en disimular.
Cuadró los hombros y se alejó por el pasillo hacia la cocina. Jock alzó la mirada al verla entrar.
—¿Michael ha vuelto a dormirse?
Ella asintió con un gesto.
—No era demasiado grave. Me senté a hablar con él durante un rato y ha vuelto a dormirse.
—Bien —dijo Jock—. Esperemos que siga durmiendo. Tenemos unos asuntos de que ocuparnos. Royd acaba de recibir un correo de su topo en las instalaciones.
Ella miró enseguida a Royd.
—¿Ha averiguado quién era el asesino?
—Uno de los guardaespaldas de Sanborne —dijo Royd—. Al menos así figura en los archivos del personal. Arnold Caprio.
—Caprio —repitió Sophie.
—¿Ha oído hablar de él?
Ella sacudió la cabeza.
—Me parece que no. Pero el nombre me parece familiar...
—Piense.
—Se lo he dicho. No creo que lo haya... —dijo ella, y se interrumpió—. Sí. Ya sé quién... —Salió de la cocina, fue hasta el salón y abrió el cajón superior de una mesa de escritorio. La lista estaba dentro de una carpeta de cuero. La abrió y con el dedo índice siguió la lista.
El nombre de Arnold Caprio figuraba a la mitad. Sophie cerró los ojos.
—Dios mío.
—¿Quién es?
Abrió los ojos y se giró para mirar a Jock y a Royd.
—Caprio era uno de los que figuraba en la lista que me dio Cindy de los hombres que habían pasado por los experimentos de Garwood. Sanborne lo habrá conservado cerca de él para tenerlo como guardaespaldas. Es evidente que lo usaba para deshacerse de las amenazas como yo. —Sophie tuvo que hacer un esfuerzo para parar de temblar—. Es más bien una ironía, ¿no le parece? Sanborne ha enviado a matarme a una de las víctimas de las que soy responsable.
—Tú no eres la responsable —dijo Jock—. Tú nunca quisiste que esto ocurriera. Intentaste detenerlo.
—Ve y cuéntaselo a Caprio. —Sophie miró a Royd—. O a Royd. Usted cree que soy responsable, ¿no?
Él la miró un momento y luego se encogió de hombros.
—No importa lo que yo piense en este momento. Tengo que decirle que Sanborne no siempre escogía a chicos jóvenes para entrenarlos como asesinos, como hacía Reilly. Él prefería tener una ventaja de partida. Creía que los experimentos funcionarían mejor con hombres que ya tenían una disposición innata a la violencia. Boch solía mandarle francotiradores militares y ex agentes de las fuerzas especiales, como yo. Se inventaba las llamadas misiones delicadas para transportarlos hasta allí y Sanborne mandaba luego a sus matones a buscarlos. Y sé que había dos traficantes de droga y al menos tres asesinos a sueldo entre los que estábamos en Garwood.
Ella se lo quedó mirando, sorprendida.
—Dios mío, ¿acaso pretende que me sienta mejor?
—No, usted me ha hecho una pregunta. Ahora yo le haré una a usted. Por lo visto, mi nombre no le dice nada. ¿No estaba en la lista?
Ella pensó en la pregunta un momento.
—No, pero el nombre de Jock sí estaba.
Royd se encogió de hombros.
—Quizá la lista sólo incluía a los reclutas de Sanborne y a los sujetos que él conseguía personalmente. Yo fui un regalo de su socio —dijo, y miró a Jock—. Será mejor que nos deshagamos de Caprio. ¿Conoces algún lugar?
—Las marismas que hay hacia el oeste —dijo Jock—. No lo encontrarán en meses, quizá en años.
—Anótame las instrucciones para llegar. Cogeré unas bolsas de basura de la cocina para envolverlo. Tú ve a dar una vuelta y asegúrate de que este barrio está tan dormido como parece antes de que lo traslade al coche.
—¿Tiene que...? —Sophie volvió a hablar—. ¿No hay alguna manera de sacarlo de mi casa sin tener que dejarlo en un pantano para que se pudra?
—Sí —dijo Royd—. ¿Quiere usted que lo deje en el jardín de Sanborne? Sería un placer.
Sería capaz de hacerlo, pensó Sophie, y con toda esa salvaje expresión de goce que vio en su rostro.
—Eso ya se ve.
—Pero no sería inteligente —dijo Royd—. Una bofetada en la cara es una advertencia, y yo no quiero dar ninguna advertencia a Sanborne ni a Boch. Yo soy el que ha matado a Caprio y no necesito que nada se interponga en mi camino. Así que nos desharemos de él porque, si no, le daremos una ventaja a Sanborne. Puede que encuentre una manera de retorcer la situación para incriminarla a usted. Con su dinero y su influencia, es posible —dijo, haciendo un gesto para ponerse manos a la obra—. Y antes de que empiece a sentir lástima por esa basura, creo que debería mostrarle algo que he encontrado en el suelo de su habitación.
Royd se ausentó un breve minuto y cuando volvió dejó caer dos objetos en la mesa de la cocina.
—Había venido preparado —dijo.
Ella se quedó mirando la soga.
—¿Una soga?
—El cuchillo era por si acaso. Es evidente que Caprio no estaba entrenado tan bien como Jock o como yo. Perdió la calma y la concentración. Lo mandaron para que la ahorcara y hacerlo parecer un suicidio. Pero había dos sogas. ¿Qué le dice eso?
—¿Michael? —murmuró ella.
—Una mujer desequilibrada que cuelga a su único hijo y luego se suicida. Uno pensaría que es más probable que hubiera envenenado a su hijo, pero Sanborne no es demasiado fino en cuestión de reacciones emocionales. Considerando sus antecedentes, supongo que las sogas no son del todo un disparate. —Se giró hacia Jock—. Acabaré de limpiar y estaré listo en diez minutos. Asegúrate de que el camino esté despejado. —Acto seguido, le lanzó una mirada a Sophie—. Hablaremos cuando vuelva.
Ella lo miró alejarse por el pasillo antes de girarse hacia Jock.
—Debería echaros una mano, si es necesario.
—¿Y dejar a Michael solo? —Jock miró las sogas—. Royd podría haberte ahorrado este asqueroso detalle. —Recogió las dos sogas y las tiró en el cubo de basura en un rincón.
—No quiere ahorrarme nada —dijo Sophie, con aire cansado—. No lo puedo culpar. ¿Qué puedo hacer para ayudar, Jock?
—Quédate aquí y cuida de tu hijo. —Jock sacudió la cabeza mientras se dirigía a la puerta de entrada—. Sabemos lo que hacemos. Tú serías un estorbo.
Ella se quedó mirando, frustrada e impotente, cuando la puerta se cerró a sus espaldas.
No, no podía dejar a Michael, pero estaba permitiendo que Jock se incriminara ayudándola, y habría deseado que eso nunca ocurriera.
Y Royd. Debería sentirse igual de mal por dejar que Matt Royd corriera cualquier riesgo. Al fin y al cabo, la había salvado la vida al matar a Caprio. Sin embargo, le costaba sentir culpa o gratitud en lo que se refería a él. Aquel hombre era demasiado duro, demasiado agudo, y su actitud hacia ella era de franca animosidad. ¿Y quién podía culparlo?, pensó. Tenía suerte de que Jock no pensara de la misma manera. Desde el momento en que se había enterado de la existencia de Garwood, el sentimiento de culpa había sido una agonía. Ella había hecho daño a esos hombres, a todos, de una manera demasiado horrible como para pensar en ello.
Sin embargo, ella pensaba, imaginaba y se preguntaba. No podía parar. Pensaba que ya nunca más podría parar.
Hasta que acabara con Robert Sanborne.
Jock volvió a entrar en la casa casi inmediatamente después de trasladar a Caprio al coche de Royd.
—Creí que irías con él —dijo Sophie.
—Yo también —dijo Jock—. Royd ha dicho que no tenía sentido que los dos nos expusiéramos si él podía encargarse solo. No le gustaba la idea de que te quedaras sola.
—Cuesta creer que eso le preocupe. Él no es como tú.
—Sí y no. Tenemos muchas cosas en común. Cuando vino a verme hace un año, sentí una especie de vínculo. Pertenecemos a un club muy exclusivo.
Sophie había intuido aquel vínculo al sentarse a la mesa con ellos. Los dos eran tan diferentes y, aún así, parecían tener un entendimiento mutuo perfecto.
—Es un hombre furioso y amargado. Como tendrías que ser tú.
—Siente frustración. Como ya te he contado, yo maté a mi demonio cuando liquidé a Thomas Reilly. Él todavía está luchando con los suyos. No parará hasta que se haya cargado a Boch y a Sanborne.
—¿Y a mí?
Jock se encogió de hombros.
—No si puedo convencerlo de que dices la verdad. No quiere creerlo. Creía que por fin tenía a alguien que podía acercarlo lo suficiente a Boch y Sanborne para llevar a cabo su misión. No quiere que seas otra víctima, quiere una clave. Tardará un tiempo en adaptarse a la situación, pero lo conseguirá. Sin embargo, aunque acepte la verdad, todavía no se librará de las ganas de usarte, si puede. Lleva mucho tiempo buscando una manera de vengarse.
—Eso lo comprendo.
—No sólo por lo del REM-4. También perdió a su hermano en Garwood.
—¿Qué dices?
—Boch necesitaba un anzuelo para llevar a Royd a Garwood, así que hizo que Sanborne contratara a su hermano menor para trabajar en las instalaciones. Todd lo llamó desde allí para pedirle ayuda. Royd fue a buscarlo.
—¿Cómo murió su hermano?
—Royd no me lo contó. Sea lo que sea que ocurrió, no fue nada agradable.
—¿El REM-4?
—Sophie, todo lo malo que ocurrió en Garwood no se puede atribuir directamente al REM-4. Sanborne y Boch son dos cabrones consumados y sus planes son siniestros. Royd me dijo que el motivo por el que Boch quería cargárselo era porque Royd había sido testigo de un encuentro entre Boch y un japonés, un capo de la droga, en Tokio. Boch tenía que deshacerse de él. Así que llamó a su socio, Sanborne, y le dijo que encontrara una manera de llevar a Royd a Garwood. Sin embargo, aunque Garwood no hubiera existido, habrían encontrado otra manera de acabar con él.
Sophie sacudió la cabeza con gesto de desazón.
—Pero Garwood existía. ¿Qué hacía Royd en Japón?
—Acababa de dejar las fuerzas especiales y andaba dando vueltas por Oriente antes de volver a Estados Unidos. Pensaba crear una empresa de importación si conseguía la financiación. Me contó que había crecido en las chabolas de Chicago antes de ingresar en la marina. Un pasado como ése suele despertar el deseo de la seguridad que da el dinero.
—Pero no tuvo la oportunidad. Garwood lo arruinó todo.
—Conseguirá lo que quiere. Nunca he conocido a nadie con la determinación de Royd. Sólo que lo ha dejado en barbecho durante un tiempo.
Sophie recordó la total concentración con que Royd la había observado mientras estaban sentados a la mesa de la cocina. Sí, no le costaba creer que sería despiadado con cualquier objetivo que se propusiera.
—¿Cuánto crees que tardará en volver?
—Una hora, más o menos.
—¿Y luego, qué?
—Tendremos que hacer planes.
—Yo tengo un plan y es para el próximo martes.
—Si Sanborne ha enviado su tarántula para inocularte su veneno, hay una buena probabilidad de que no tengas la oportunidad. Alterará sus rutinas.
Jock tenía razón. Sophie había pensado en esa posibilidad pero no quería reconocerlo.
—Tendremos que esperar y ver, ¿no?
—No creo que Royd esté dispuesto a esperar a que tengas tu oportunidad. Tendrás que aceptar que hay que contar con un elemento nuevo.
—No tengo que aceptar nada. —Sophie se sentó en el sofá—. Vete, Jock. Esto se parece cada vez más a una película de terror. Déjame que me ocupe yo.
—¿Te gustaría beber algo? —Jock se sentó frente a ella—. Puede que tengamos una larga espera por delante.
—Será una espera interminable. —Sophie se reclinó en su asiento y cerró los ojos. No podía quitarse de la cabeza la imagen de las dos sogas que Royd había dejado caer. Una para ella y otra para Michael. Antes, le habían preocupado las consecuencias que tendría para Michael su decisión de matar a Sanborne, pero nunca había sospechado que su vida correría peligro. Creía que ella sería el único blanco de las represalias. ¿Por qué alguien mataría a un niño? Es verdad que su padre había intentado matar a Michael, pero eso sólo había sido parte de un plan para que todos creyeran que se había vuelto loco. Sin embargo, ahora había otra amenaza para Michael. Maldito sea Sanborne—. Y no quiero tomar nada. Quiero que esta noche termine.
—¿Caprio ya se ha presentado? —preguntó Boch cuando Sanborne contestó el teléfono.
—Todavía no.
Boch lanzó una imprecación.
—Te dije que tuvieras cuidado con él. Era un pobre asesino a sueldo del tres al cuarto cuando lo recogimos, y el REM-4 no lo hizo más inteligente.
—Pero lo hizo muy fiel a mí. Le dije exactamente lo que tenía que hacer, y lo hará. Los experimentos han demostrado que la inteligencia no siempre hace los mejores sujetos. Mira el caso de Royd.
—Fue el mejor sujeto que tuvimos jamás.
—Hasta que desapareció del entrenamiento como si jamás hubiera existido.
—No le fue tan fácil. Pero no estamos hablando de Royd. Quiero saber por qué Caprio no se ha puesto en contacto contigo. Manda a otro hombre a casa de Sophie.
—¿Y correr el riesgo de que lo vean cuando descubran los cadáveres? Ni hablar. Esperaremos.
—Tú esperarás. Yo no tengo tanta paciencia. Tengo mis propios hombres, y no son los zombis que tienes tú. Te daré otras dos horas para que te ocupes de ella.
—¿Por qué estás tan nervioso? Ella ni siquiera sabe de tu existencia. Me quiere a mí.
—¿Y cómo se ha enterado de que el REM-4 se encontraba en estas instalaciones? Si ha averiguado eso, quizá también se ha enterado de nuestra relación. Deberías haberte deshecho de ella cuando la teníamos al lado.
—Había una posibilidad de que nos ayudara si le hubiera puesto las manos encima. El REM-4 no es perfecto y ella se largó con los resultados de la investigación en que trabajaba y que podrían haber aumentado por diez la eficacia, además de hacerlo más seguro.
—No hay nada perfecto. No la necesitábamos. No era el único pez en el mar. Lo que tenemos ahora es lo bastante bueno.
—Puede que tus clientes no piensen igual. Tres de cada diez acaban muertos o locos.
—Es un porcentaje de bajas aceptable. No puedo permitir que Sophie Dunston ande dando vueltas por ahí, espiando. Quedan tres meses para que me jubile y tengo que estar limpio si quiero conservar mis contactos.
Los valiosos contactos de Boch, pensó Sanborne, impaciente. Sin embargo, esas conexiones serían importantes para los dos. Aquel cabrón conocía a todos los militares corruptos en servicio, y sus vínculos en el extranjero tendrían una importancia vital una vez que el REM-4 empezara a funcionar. Tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar la compostura.
—Los conservarás. Por lo que más quieras, Caprio sólo se ha retrasado una hora respecto de los planes. ¿Por qué te pones tan nervioso?
Boch guardó silencio un momento.
—Mi informante en la CIA me ha llamado para decirme que Royd se ha marchado de Colombia.
—¿Qué?
—Puede que no signifique nada. Que haya aceptado otro empleo. Hay una gran demanda de sus servicios.
—Me dijiste que mandarías a alguien para que acabara con él.
—Es lo que he hecho. Tres veces. Es muy bueno. Nosotros lo hicimos así.
—Y tú eres un imbécil.
—No toleraré que me hables de esa manera.
He herido el gigantesco ego de este idiota, pensó Sanborne, con amargura.
—Estaba fuera del país y era tu mejor oportunidad para cargártelo.
—Lo tenía controlado.
—Tan bien controlado que lo has dejado escapar. Joder, recuerdo cómo era en Garwood. ¿Bueno? El tío era un jodido especialista. No había nadie que superara a Royd.
—Yo lo encontraré —dijo Boch, y siguió una pausa—. Pero nunca vuelvas a hablarme de esa manera.
Sanborne vaciló. Mierda. Tenía que aplacar a ese hijo de puta.
—Lo siento.
—Y ocúpate de lo que te concierne. Puede que Sophie Dunston sea sólo una mujer, pero tenemos que eliminarla. Quiero estar libre y limpio antes de que nos instalemos en la isla —dijo, y colgó.
¿Acaso Boch creía que él no sabía eso? Sophie Dunston había sido una piedra en el zapato desde el momento en que había descubierto que él seguía adelante con los experimentos de Amsterdam. Desde entonces, le había parado los pies, pero ella no tenía intención de darse por vencida. Seguía buscando, escarbando, intentando encontrar a alguien que la escuchara.
Sin embargo, quizá se preocupaba por un problema que ya había sido solucionado.
Si Caprio le había dado a esa puta su merecido.
—¿Ya está? —preguntó Jock a Royd cuando éste entró en la casa una hora y media más tarde.
Royd asintió con un gesto de la cabeza.
—Había más tráfico del que me imaginaba a esta hora —dijo. Miró a Sophie—. Tiene un aspecto lamentable. Vaya a dormir. Hablaremos más tarde.
Ella negó sacudiendo la cabeza.
—¿Nadie lo ha visto?
—Nadie me ha visto. —Se volvió hacia Jock—. Ya te puedes marchar. Me quedaré y me aseguraré de que esté a salvo.
—Ése es mi trabajo.
—Dios mío, basta ya. Sé cuidarme sola —dijo Sophie, exasperada—. Los dos podéis... Michael.
—De acuerdo. Uno de los dos se queda. Lanzad una moneda al aire. —Se giró y fue hacia la puerta—. Estaré en la habitación de invitados, la del pasillo. No quiero volver a mi habitación todavía.
—Instalaré el monitor mientras te duchas —avisó Jock—. Y estaré pendiente de la alarma hasta que salgas del cuarto de baño.
—Gracias. —Sophie se alejó temblando por el pasillo y pasó junto a su habitación. Un santuario de comodidad y seguridad se había convertido en algo horrible en unos pocos, violentos minutos. No sabía si algún día podría volver a esa habitación y sentirse cómoda. No pienses en ello. Vete a dormir. Quizá fuera capaz de lidiar con ello cuando se despertara.
Tardó otra hora en dormirse. Permaneció tendida pensando, intentando elaborar un plan. No oía nada en la otra habitación. Quizá los dos se habían ido. No, Jock no la habría dejado...